Oda a la vida: La tejedora

08.01.2014 11:21

Oda a la vida: La tejedora

Raúl Prada Alcoreza

 

El arte de tejer es creación. Ancestral técnica, secreto artesanal de las mujeres. En el telar se plasma la escritura del tejido, los colores que componen las alegorías, narraciones simbólicas. En estas gramatologías de colores y símbolos, de hilos entrelazados, se encuentra la rebelión antigua de las mujeres. Su sororidad, en contra de la dominación de las fraternidades masculinas.

Carla Roca Ortiz expresa esa rebelión en La tejedora. El escrito es una oda a esa antigua dedicación femenina al arte de tejer, al arte de componer tramas. En realidad, en las mujeres se encuentra la voluntad del entramado comunitario, la cohesión social. Son los hombres los que desasen esos entramados al instaurar la jerarquía patriarcal; empero, a pesar de esa institución de dominación masculina, substrato de todos los poderes, el entramado de tejidos, textura artesanal, se vuelve a hilar, gracias a la ternura creativa de las mujeres. Es el entramado, el tejido social, el que sostiene la ficción de poder patriarcal. Es una ilusión institucional la creencia en el poder masculino, el Estado, como si se pudiera sustentar en el vacío de un ego espectral. La potencia de la vida se encuentra en la facultad creativa de las mujeres.

Por eso su rebelión es poética. Escriben sus convocatorias en las alegorías del tejido, sus manifiestos rebeldes en la narrativa del entrelazamiento de los hilos y los colores. Hay tejidos y tejidos; los de los telares, textiles artesanales. También los otros tejidos, tejidos con ternura en las relaciones sociales, en el cariño y la bondad familiar,  incluso en el amor a la pareja, muchas veces mal interpretada por los hombres. En estos tejidos no todo es aparente subordinación a las estructuras patriarcales institucionalizadas, aparente sumisión. En primer lugar, no es subordinación, sino tejido de los ciclos de la vida, de la vida inventiva, que encuentra alternativas. Lo que no saben los hombres es que el mundo es hilado por la artesanía amorosa de las mujeres; los hombres son parte de este tejido. Están ahí porque son parte de la trama. No saben que el día que las mujeres no quieran tenerlos en su narración, no estarán más, señoreando y dominando.

Aurora es el personaje del cuento. Bello nombre que expresa el alba, el nacimiento del día irradiante, pintado por los rayos del sol. Aurora se sentaba frente al telar, redacta la escritora, justo cuando despertaba y encaraba la tibieza de su cuerpo. Un poco más adelante escribe: hurgaba en su existencia, sacudía ilusiones, dilucidaba apren­dizajes e iniciaba el arte de tejer. La tibieza del cuerpo es la temperatura vital, la circulación permitida por las palpitaciones. Es la vida en la suavidad de sus procesos. Es sentirse al despertar, para hurgar en su existencia. ¿Preguntarse, meditar, sobre su vida particular? ¿Por qué sacudir ilusiones? ¿Renunciar a ellas o encararlas de otra manera? Lo importante es la experiencia, el aprendizaje; a partir de esta enseñanza comenzar a tejer.

El arte de tejer no es nada fácil; se requiere disciplina, también paciencia. La espera puede durar años. Quizás destejer cuando no se está satisfecha de los resultados, del monocromático. Hacer un alto para recomenzar más tarde, con más brío, otorgado por la energía emanada del telar, que no es otra cosa que la energía creadora de la potencia femenina.

Habría que detenerse a analizar sobre las concomitancias del arte del tejido y la invención renovada de la vida. Los periodos del telar y los ciclos vitales. Carla Roca lo hace metafóricamente, haciendo que Aurora se relacione con su tejido de una manera comunicativa. El telar emite destellos desde su centro, como demandando algo. El día que se da esta comunicación increíble, el vientre de Aurora danzó hasta que un llanto estremeció la tierra. De la tierra broto un ovillo de un hermoso color jamás visto.

Tomó en sus manos la ofrenda y con una mezcla de temor y gozo intuyó que ese hilo ocuparía un lugar especial en su tejido y que hilarlo sería una tarea sublime.  

No era fácil tejer con este hilo del ovillo emergido de la naturaleza, con esta ofrenda de la madre tierra. El hilo era arisco, ¿por ser silvestre? ¿Por exigir más inspiración, más dedicación? Aurora siguió tenaz ante este desafío, superando los avatares. Un día, por fin, vio terminada su labor. Se puso frente a la realización hilada y descubrió que lo que plasmó no era lo que había diseñado. El telar adquirió autonomía, se dejó llevar por su azar, por el juego espontáneo de la trama misma. El desenlace plasmado en la gramatología del tejido era de una composición variada; partes ahuecadas, partes asimétricas, otras monocromáticas, otras tormentosamente anudadas, acompañados a partes perfectamente tejidas con matices de colores.

Entre los mensajes de La tejedora se encuentra uno central: la plenitud del inacabamiento. Por eso piensa Aurora: ¡Era maravillosamente imperfecto y único!

Entonces cerró los ojos y se sumergió en la in­finitud del descanso eterno: el tejido era su vida entera retratada con los claroscuros, colores y lazadas precisos… fieles a su existencia.

Sorprende esta clausura del cuento. Se entiende que cierre satisfecha los ojos; empero, aparece extremo el sumergirse en el descanso eterno. Esta sorpresa termina haciendo inteligible la metáfora última del cuento. El tejido es la vida misma; en este caso, la historia de vida de Aurora. Es su vida descifrada en el telar minuciosamente hilado cada día, hilvanando con las emociones de la mañana, con los hilos transparentes de las ilusiones evaluadas, con la tenacidad constante del dominio de esta técnica ancestral, con la pasión de sentir la conmoción de la vida en las entrañas, en el vientre fértil. Descubriendo el brotar creativo de la vida, el ovillo vital que nos ofrenda la tierra, el oikos que compartimos.

Carla Roca escribe de la manera más clara, sencilla, directa. Dejando que los hilos de las metáforas fluyan espontaneas e imaginativas. La tejedora es una linda narración, un cuento sugerente, lleno de figuras y mensajes. La escritora juega con los colores y los hilos, con el tejido repetido, anudado y desanudado, enlazado y desenlazado, como Phenelope de Ulises, en la Odisea del gran Homero, mientras esperaba el regreso del héroe castigado por los dioses, por rebelarse contra ellos. Odiseo, le dice al condenarlo: Los hombres nos son nada sin los dioses.  Ulises aprende la lección después de un periplo dramático.

Aurora es una lección. Su odisea la incursiona en los recorridos de la trama del tejido. Aurora es Phenelope y Ulises al mismo tiempo. Teje y desteje, mientras viaja por los senderos a los que le arrastra su entramado. Regresa cuando concluye su viaje y su tejido, regresa para descansar, cerrar los ojos, sumergirse en eterno sueño de los que concluyen su tarea.

Carla Roca juega con lo inacabado; este es el mensaje de la perfección. Una filosofía expresada con la delicadeza sabia de mujer tejedora. La tejedora es una composición, donde el equilibrio y la armonía, la claridad y profundidad, concurren con la sencillez más transparente, parecida al agua; combinación de escritura que todos quisiéramos lograr.

 

        

 

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2.- Nacimientos de del esquematismo-dualista

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