Raúl Prada Alcoreza
Esta investigación se efectuó a fines de la década de los ochenta del siglo XX. La investigación fue hecha para QHANA. Se terminó de escribir a comienzos de la década de los noventa. Ahora entregamos la segunda parte. La primera parte titula Fragmentos territoriales; esta segunda parte titula Genealogía del poder.
Índice:
I.- PROPOSICIONES TEORICAS
Capítulo III
I. NOTAS ACERCA DE LA COGNOBILIDAD
DE LA FORMACION ECONOMICO-SOCIAL
BOLIVIANA
II. PODER Y REGULARIDAD EN LA FORMACION SOCIAL
Capítulo IV
Territorialidad
I. LECTURAS “TERRITORIALES” DE LA REGIÓN
II. HISTORIA Y SOCIOLOGIA POLITICA DE LA HACIENDA
Notas
El poder
I.- PROPOSICIONES TEORICAS
1. Tesis sobre el diagrama del poder
El poder es una relación de fuerzas, debemos entender esta relación en su sentido físico, esta relación es posibilitada a partir de su diferencia cuantitativa, pero también a partir de su diferencia cualitativa, es decir, de su valoración. Ahora bien, la valoración de las fuerzas define otro sentido, esta vez histórico o mas bien genealógico. Este sentido genealógico tiene que ver con la voluntad de poder. De este modo se define un campo de fuerzas y la dirección del proyecto histórico inmanente. Podemos hablar entonces de un conjunto de estrategias dibujadas en el mapa social, siguiendo esta lectura, podemos también hablar de un conjunto de proyectos dispersos que recorren los espacios sociales; dispersión que, sin embargo, se ajusta a una selección y a una homogeneización azarosa. Los proyectos pueden articularse y conformar una estrategia a gran escala, una direccionalidad política. De tal forma que se producen exclusiones; un grupo de proyectos queda fuera del campo estratégico. Estos proyectos pueden ser considerados posibilidades alternativas, pero también pueden ser tomadas como resistencias, es decir, como fuerzas oponentes. El poder se ejerce, como campo de fuerzas no define una centralidad, sino mas bien una dispersión. Sin embargo, en tanto campo estratégico, el mismo que se establece como reducción sistemática del campo de fuerzas, como recorte delimitado por medio de dispositivos y agenciamientos trascendentales, se construye una centralidad trascendental, el aparato de captura. Cuando ocurre esto, cuando se conforma un campo gravitatorio de agenciamientos concretos de poder, una vez resuelto el problema de la articulación y exclusión, el poder se remite al problema de su reproducción y de su expansión. El poder es la práctica de un conjunto de dispositivos que ejercen un control, así como también condicionan una incorporación.
La reducción del campo de fuerzas como campo estratégico se da lugar en un ámbito mayor de producción social de campos, los mismos que se yuxtaponen, colocándose jerárquicamente o de modo combinatorio, dependiendo de las circunstancias, las condiciones de posibilidad históricas, el juego de fuerzas en cuestión, la hegemonía de las estrategias. De entre estos campos nos encontramos con el campo cultural; en este campo se da lugar a la construcción de identidades colectivas. Se trata de maquinaria social que funciona a través de aparatos ideológico, que constituyen sujetos y significaciones sociales, hablamos de una maquinaria social que afecta a los cuerpos induciendo en ellos determinados comportamientos. Esta genealogía del poder supone una arqueología del saber, es decir, los órdenes puros del acontecimiento discursivo. Este acontecimiento discursivo supone un haz complejo de relaciones, conformado por relaciones reales o institucionales, relaciones reflexivas o relativas al pensamiento, y relaciones propiamente discursivas. Este haz complejo de relaciones jerarquiza las prácticas discursivas, aunque mantiene un condicionamiento abierto de relaciones, una combinatoria.
Las dominaciones se dan en ese juego entre el campo de fuerzas y el campo estratégico. El campo de fuerzas no es visible, aunque es perceptible por cuanto afecta, atraviesa los cuerpos y los condiciona a determinados comportamientos; el campo de fuerzas es en cierto sentido subterráneo, pues se mueve como en el substrato de lo social, es también, en cierto sentido, superficial, pues emerge al plano de las apariencias, pero también es, en otro sentido, virtual, pues afecta en la evanescencia de las fuerzas y los sucesos. En tanto el campo estratégico es un mapa institucional, comprende un espacio ordenado por dispositivos y agenciamientos de poder. Las dominaciones se dan a nivel institucional, empero se dan estas dominaciones a través de la selección-absorción de relaciones de fuerzas que se efectúan desde el campo estratégico sobre el campo de fuerzas. Esta relación de campos no se da de manera indeterminada, sino, mas bien, se diseña una característica composición de fuerzas supeditadas a las dominaciones, una máquina abstracta, un diagrama de poder. Ahora bien, para que ocurra esta consonancia, esta regularidad de formas que sobredeterminan un contenido histórico, para que se dé lugar esta densidad de relaciones sociales, que cobran una coherencia política, es menester vencer las resistencias. Un diagrama de poder está ahí porque hay resistencias que vencer. Es necesario excluir o contener a las fuerzas oponentes, o a las fuerzas no asimilables. En este sentido el poder no es tanto la densidad de fuerzas administradas estratégicamente como la distribución de encuentros y de enfrentamientos. En el contexto social se expresan puntos de tensión, en los cuales se condensan las luchas sociales; puntos de inflexión a través de los cuales comienza a invertirse, revertirse, cambiar de curso la curva de los acontecimientos: la direccionalidad de los enfrentamientos cambia de recorrido. Podríamos decir que el orden de las dominaciones no deja de encontrarse interpelada y con ella la hegemonía, es decir, la dominación consumada en ideología, la dominación realizada en el modo de subjetivación, queda entredicha.
En estas condiciones podemos desprender una genealogía estatal a partir de una mirada historicista; desde esta mirada retrospectiva es menester ubicar al Estado en el recorrido de sus transformaciones, contextuarlo en los distintos escenarios, ámbitos y geografía sociales, dándole su lugar histórico, evitando confundirlo con la caracterización acabada relativa al Estado moderno[1]. Debemos concebir a lo que llamamos contemporáneamente Estado como aparato de captura[2], dispositivo que parece haber nacido con las sociedades mismas, en contraposición con las llamadas sociedades contra el Estado[3] o sociedades nómades. En este sentido así como las sociedades exigen ser estudiadas en su propia historicidad y a partir de sus diferencias, lo mismo ocurre con el Estado. Hay pues historia de las sociedades e historia de los estados. Aunque con propiedad debemos hablar del Estado, en el sentido que le atribuye la ciencia política y la crítica de la razón política, en la acepción del Estado moderno, es decir, del Estado-nación. El Estado entonces se expresa tanto como figura microfísica, así como figura macrofísica[4]. En este sentido, la figura policial del Estado, el orden de la supresión política, esa dimensión macro de los aparatos estatales y de los aparatos ideológicos, aparece como un mapa de dispositivos y agenciamientos de poder, conformando una estructura estatal, aunque también aparece esta figura policial del Estado en su diseño de unificación nacional, como imagen-nación[5]. La figura policial del Estado tiene una composición mas o menos dispersa, como un mapa de distribución de sus aparatos, dispositivos y agenciamientos. En este mapa institucional se hace efectivo el funcionamiento de esta maquinaria, de sus engranajes articulados. Este mapa institucional hace patente la otra forma de ser del Estado-nación, la forma de su funcionamiento rechinante, su ámbito de prácticas concurrentes y contradictorias, burocráticas, su red de relaciones clientelistas, su circuito de influencias y su declinación a la corrosión y a la corrupción. Este mapa institucional dibuja, en su espaciamiento, multiplicidades singulares, pero también nucleamientos gravitatorios, agrupamientos provisionales, zonas de conexiones y de alianzas estratégicas. En este mapa institucional acontece la virtualidad del diagrama de poder o lo que Foucault llama también una microfísica del Poder[6]. En la sociedad capitalista esta microfísica del poder se formula como una tecnología de la disciplina. Haciendo una comparación abrupta y respetando sus diferencias, podemos decir que, lo que, en términos hegelianos se nombra como sociedad civil - aunque también se hace lo mismo, se representa lo mismo en sentido gramsciano -, desde la perspectiva genealógica, desplegando una sensibilidad adecuada al ámbito de los recorridos de fuerzas, se designa como diagrama de de poder.
El poder no es una superestructura, no se encuentra determinado por una base económica o por una matriz condicionante; como diagrama de fuerzas es una máquina abstracta que induce comportamientos a una masa informe de cuerpos. Esta máquina abstracta, compuesta por dispositivos, disposiciones espaciales, distribuciones arquitectónicas, agenciamientos múltiples y polimorfos, es una forma de exterioridad, que entra en relación con un afuera donde habitan las resistencias salvajes. El funcionamiento del diagrama de fuerzas se hace efectivo debido al desplazamiento de conjuntos de prácticas concretas, que transmiten el diseño estratégico de la máquina abstracta, que reproducen el mapa institucional, el sistema de funciones y las estructuras de funcionamiento de la forma de poder vigente. Tomemos a estas prácticas relativas a grupos de relaciones condicionantes, cartografías de recorridos circulatorios que reterritorializan zonas de intensidad, nichos de densidad de poder.
El poder no es una superestructura política de una estructura económica; el Poder es inmanente a esta estructura económica. Las prácticas económicas se mueven por procesos de valorización, correlativos a subsunciones de los “deseos” colectivos a las intencionalidades del mercado, estas prácticas de producción, distribución, circulación y consumo no dejan de ser movidas por directrices motivacionales socio-culturales, que más que ser expresiones individuales son manifestaciones de subjetividades sociales. Esto puede ser leído como una compleja concomitancia entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la constitución de subjetividades. Debemos considerar entre las fuerzas productivas a los sujetos sociales como fuerzas subjetivas, organizadas en función del modo productivo. Son precisamente estas fuerzas las que se producen como acontecimiento histórico, como contenido subjetivo de la formación social, en los términos definidos por redes y tramas de relaciones, entre un tipo de fuerzas y otros; unas que se mueven en el campo económico, otras que se mueven en nudos de repliegue subjetivos, con densos contenidos simbólicos, significativos e imaginarios. Estos planos de composición se incitan y se afectan mudamente, produciendo morfismos de todo tipo. Estas fuerzas cruzan campos de relaciones económicas, formas de saber, estructuras institucionales, formaciones históricas. En este sentido, las fuerzas integran procesos y formaciones: son integrales.
Se dan lugar pues dos aspectos de las fuerzas, dos dimensionamientos complementarios y simultáneos, uno de carácter inmanente, otro de carácter articulatorio. Ambos momentos de las fuerzas señalan una imbricación de lo económico y político, más que una determinación unilateral. Antonio Gramsci se refería a este fenómeno como Bloque Histórico; concepto que caracteriza a la unidad inmediata entre estructura y superestructura, que significa la totalidad simultánea de procesos concatenados. Sugerimos nombrarlo como articulación de lo económico y de lo político; podríamos decir también que este concepto expresa la subsunción de lo económico a lo político, así como, alternativamente, la subsunción de lo político a lo económico. Esta es una apreciación retrospectiva en lenguaje marxista. Retomando una expresión nómada, deseante, genealógica-arqueológica, estamos ante un rizoma que atraviesa espacios lisos y espacios estriados, que desterritorializa y reterritorializa flujos deseantes y manifestaciones corporales. Estamos ante un diagrama de poder que incorpora fuerzas del afuera, las que terminan sufriendo una torsión en la invención del adentro, en esa profundidad abisal en la que cae indefinidamente el sí mismo.
En la modernidad se desprenden autonomizaciones no vistas antes; la autonomización de lo político, la autonomización de lo económico, la autonomización del arte, la autonomización de la religión, la autonomización de la ciencia. En otras palabras la totalidad social se fragmenta en sus partes, cada una de las cuales funciona con aparente independencia. Esto ocurre institucionalmente, los engranajes institucionales hacen que esta separación se de en efecto; por eso mismo, podemos decir, que esta fractura se da también en el imaginario colectivo. Quizás todo esto tenga que ver con la ideología, recurriendo a este concepto discutible, empero usándolo como recurso aproximativo. Si bien la separación de las áreas, de los campos, concurren en el mapa institucional, y se acepta este hecho como algo dado, con cierta naturalidad, como si fuese así desde siempre, no quiere decir esto, de ninguna manera, que la “enajenación ideológica” y el funcionamiento autónomo de áreas institucionales no oculte un entramado complejo de pasajes, puentes, articulaciones, vinculaciones insondables.
Es este entramado del tejido social el que devela la malla efectiva de las formaciones sociales. En este entramado, a través de él, situándonos en esta perspectiva de este substrato matricial, nos damos cuenta que la autonomización, la fractura, sólo concurre en la superficie de los acontecimientos, que el mapa institucional se sostiene en un abigarrado enjambre de prácticas, disposiciones y dispositivos entrelazados. Situándonos en este territorio, hablemos pues de la inseparabilidad de lo económico y de lo político. Esta concomitancia puede expresarse diciendo que un modo de producción es también un modo de producción de poder. Esta sincronía de lo político y lo económico, propone desde ya una crítica a la visión determinista, a la comprensión economista de la historia, una crítica a la lógica linealista y causalista de las relaciones sociales. No es que se hable de una dialéctica de lo económico y lo político, momentos antitéticos superados en su síntesis histórica, la abolición del Estado o el retorno a un Estado Absoluto. No nos transfiere a una dialéctica la complejidad de este entramado. Si miramos bien, la multiplicidad de este acontecimiento exige una perspectiva simultánea y móvil, abierta a la incertidumbre y al azar; exige reconocer la arqueología de sus sedimentaciones, pero también la genealogía de sus mutaciones, tomando rutas alternativas. Liberémonos del peso de la dialéctica, optemos más bien un devenir al estilo heracliteano. En todo caso, lo que se hace patente es la inmanencia del acontecimiento, opuesta a lo trascendental del mapa institucional y del cuadro de sus representaciones. Lo que aparece en toda su elocuencia es la densificación material de los procesos inherentes a la geología social. Tomemos a lo político como contenido de lo económico. Es como su diferencia, pero también como su anterioridad.
En la sociedad capitalista la formación de valor supone la formación de plusvalor, es decir, la valorización; en otras palabras, el capital. Pero, el capital no es sólo una composición orgánica, una distribución económica, sino es la integralidad del ámbito de relaciones sociales, supeditadas al proceso de valorización. El capital es la sociedad sometida al proceso de “enajenación” y formación de plusvalor. Esto presupone la formación y reproducción de la fuerza de trabajo, también la escisión de esta fuerza respecto a la propiedad de los medios de producción. Por otra parte, la presencia de la fuerza de trabajo no puede entenderse sino en conexión con otras fuerzas sociales, las que se incitan, se suscitan, se combinan con la fuerza de trabajo. El capitalismo, más aún, la modernidad no podría comprenderse sin la emergencia del proletariado.
Esto significa, la actualización, en términos modernos, del desacuerdo de los que no tienen parte y la cuenta aritmética de las partes de la sociedad; este desacuerdo no es otra cosa que la política, es decir, la democracia[7]. En otras palabras, el capitalismo no puede funcionar sin su alteridad, la política, la democracia, la subversión del proletariado. La indisolubilidad de lo económico y lo político quiere decir algo más que su mera conexión, que su mera continuidad. El entrelazamiento profundo de las partes disociadas es la contrastación ineludible de las hipótesis institucionales, teóricas e ideológicas burguesas. El modo de producción capitalista supone la existencia de un diagrama de fuerzas, que localiza a la fuerza de trabajo como materia de poder, como objeto de maleabilidad y manipulación, como cuerpo afectable, susceptible de caer en el labrantío de las dominaciones. Fuerza sujeta al proceso de producción de plusvalía y al proceso de constitución de sujetos atomizables.
Para que la supeditación suceda de un modo absoluto, tiene que concurrir una completa absorción del abigarramiento social, por parte del orden policial del Estado y el orden del capital. Esta supeditación absoluta sería posible a condición de que el diagrama de fuerzas objetive plenamente una sociedad disciplinaria, una sociedad que funcione como un sistema cerrado, una panóptica que ilumine todo, hasta los más mínimos intersticios, los más pequeños resquicios. Para que tenga lugar esta arquitectura kafkiana, realizadora de la individualización absoluta, por medio de su inmenso aparato burocrático, enumerando, clasificándolo todo, es menester entonces un sistema cerrado que componga, normalice a los sujetos sociales. Sin embargo, esta pesadilla policial no concurre plenamente, el orden no puede encerrar al afuera, el acontecimiento social desborda constantemente los límites de los encuadres, rejillas, encierros, controles. El diagrama de poder esta constantemente sometido desde su interior o desde su materia de poder a ser desordenado permanentemente[8].
El poder se constituye como aparato operativo y organizativo de relaciones de fuerza. Nos referimos a una tecnología de poder. Conjunto instrumental que conforma una maquinaria, técnicas y procedimientos concretos, que manipulan los cuerpos, las territorialidades, las memorias culturales, tecnología de poder que corresponde a una formación histórica. En este sentido el Poder produce historia; de la misma manera que produce verdades y realidades.
2. Fuerza de entendimiento y fuerza política[9]
Comprender la realidad es una responsabilidad asumida en el advenimiento mismo de la institución social, del lenguaje y la praxis social. Pasa esto por la conformación de lo que podríamos llamar los rudimentos de una hermenéutica primera o, lo que podríamos llamar, sin mucha pretensión, los rudimentos de una archi-interpretación, del arje de la interpretación; el comienzo, el nacimiento mismo de la interpretación, en la inauguración misma de las sociedades iniciales. Si por interpretación entendemos que es ya el asociar huellas a la causa misma de esta impresión; asociar, por medio de la danza, el movimiento corporal y musical, a lo que se quiere imitar, coligar sonidos a lo que se quiere emular con ellos. Por lo tanto, la comprensión de la realidad (Wirklickeit) deviene a través de una metamorfosis: convierte a esta efectividad, producente de movimientos, en un campo de fuerzas, cuya inmanencia busca constantemente su transformación. Esto último involucra su participación socializada; es decir, su intersubjetividad y transubjetividad constituidas, como ámbito de representaciones. También connota la construcción histórica de los proyectos sociales. La fuerza del entendimiento[10] está conectada a una intencionalidad social; esta fuerza como toda fuerza recorre un diagrama de poder. El poder-hacer algo en función del “deseo” es una categoría que articula las condiciones materiales, los impulsos sociales y las conciencias colectivas. Todas estas dimensiones son cruzadas, por así decirlo, con la fuerza del entendimiento. Visto de otra manera, esta fuerza es constituida por aquellos espaciamientos mencionados.
Podemos apreciar que la categoría de fuerza del entendimiento corresponde a una categoría especulativa en la dialéctica hegeliana, forma parte de la esfera de la conciencia; la fuerza del entendimiento es el momento de síntesis; es decir, de superación (Aufhebung) de dos momentos contradictorios en el devenir de la ciencia de la experiencia de la conciencia. La conciencia se pone primero como certeza sensible; esta certeza está constituida por tres movimientos dialécticos, que comprenden al objeto de la certeza, al sujeto de la certeza y a la experiencia de la certeza. Como se podrá ver el tercer movimiento es el que corresponde a la síntesis dialéctica. La conciencia se pone después contradictoriamente como percepción, que comprende, a su vez, tres movimientos; el concepto simple de la cosa, la percepción contradictoria de la cosa y el movimiento hacia la universalidad incondicionada y hacia el reino del entendimiento. La síntesis que produce la conciencia, respecto a estos momentos contradictorios, es la fuerza y entendimiento, el fenómeno como tal y el ingreso al mundo suprasensible. Este momento de fuerza y entendimiento comprende también tres movimientos: la fuerza y el juego de las fuerzas, que es como el exterior, lo interior y la infinitud. Así, como en los otros casos y en todo el sistema hegeliano, el tercer movimiento supera, es decir, subsume los anteriores movimientos contradictorios. Fuerza y entendimiento es el momento de síntesis de la conciencia, la esfera de la conciencia todavía se halla dentro el horizonte de la dialéctica sujeto-objeto. Va a ser necesario tras-pasar esta esfera, encontrar el afuera-adentro, en tensionamiento con la esfera de la conciencia, que es la esfera de la autoconciencia. Así, de este modo dialéctico, se supera la dialéctica sujeto-objeto, instaurando la dialéctica sujeto-sujeto. Esto ocurre cuando la autoconciencia enfrenta a otra autoconciencia, reclama y exige reconocimiento. De esta manera habríamos entrado a la dialéctica de señorío y servidumbre, lo que Alexandre Kojève llama dialéctica del amo y el esclavo; contradicción que se resuelve en el momento de la libertad de la autoconciencia. La fenomenología del espíritu pasa de la esfera de la autoconciencia a la esfera de la razón. De esta esfera se llega, mediante el movimiento en espiral de la dialéctica, a la esfera del espíritu, que es donde se realiza la comunidad. La esfera superior al espíritu es la religión. La experiencia de la conciencia, vivida dialécticamente, por medio de subsunciones y síntesis, de resoluciones de las tensiones, en el devenir de la experiencia de la conciencia, empuja la realización de su teleología utópica, arriba al horizonte de su clausura, el cierre del sistema, concretado en la esfera del saber absoluto.
Cuando conjugamos fuerza y entendimiento en una sola categoría, en fuerza del entendimiento, no buscamos desentendernos del todo de la relación contradictoria, que establece Hegel entre fuerza y entendimiento, entre fenómeno y mundo suprasensible, tampoco buscamos una articulación más precisa entre estos dos ámbitos en tensión, ni inventar una nueva categoría dialéctica; tan sólo queremos apropiarnos de esta hermosa intuición de Hegel en lo que respecta al entendimiento. El entendimiento se constituye contradictoriamente como fuerza en tensión entre lo sensible y lo imaginario. Transferir esta bella intuición dialéctica al campo de la genealogía; es decir, al campo de la crítica de la dialéctica. Dejamos claro entonces que la fuerza del entendimiento forma parte del campo de fuerzas que atraviesan y recorren el cuerpo, que emergen de él movilizándolo, haciéndolo plástico, desatando acciones y prácticas, desterritorializándolo en la imaginación, en el pensamiento. Nada ha salido del cuerpo, como en el caso de la dialéctica, nada desvaloriza al cuerpo; sobre todo no se impone el espíritu sobre su materia viva. No pasamos a lo suprasensible abandonando lo sensible. Nos mantenemos en el cuerpo, corporeizando, des-corporeizando y re-corporeizando. El cuerpo es absoluto. El pensamiento es corporal. La genealogía es netamente corporal; la genealogía del poder es una genealogía corporal.
Habría que hacerse la siguiente pregunta: ¿Cuándo la fuerza del entendimiento se trueca en fuerza política? Hugo Zemelman diría: en cuanto su socialización implica potenciar el presente, en función de utopías sociales concretizables[11]. El campo de lo político es una percepción de la realidad, en la medida que ésta integra estrategias de poder. En otras palabras, podemos decir que, lo político mira a la realidad como densidad de posibilidades. El juego del poder es un juego de selección de opciones y de exclusión de alternativas. Hugo Zemelman sigue una huella dialéctica marxista. Se puede, sin embargo, interpretar de otra manera este paso del entendimiento a la política, sin desentenderse de la huella marxista, pero abandonando la herencia dialéctica. Se puede partir de la siguiente tesis: el entendimiento ya es político. No sólo en el sentido que interpreta Françoise Lyotard[12], cuando dice que la filosofía es política, el filósofo es un político, pues, siguiendo a Kant, hay que entender a la filosofía como un campo de batalla. Mas bien en otro sentido, en una acepción más próxima a Jacques Rancière. La política emerge cuando se asume la propiedad vacía de la igualdad y el valor virtual de la libertad, en la nueva conmensurabilidad de la composición social. El entendimiento es inmediatamente político por cuanto, además de pasar por la exigencia de reconocimiento, se propone discutir el desacuerdo inicial, la distorsión, el litigio contenido en la matriz misma de lo social. La fuerza del entendimiento se hace política cuando se recurre a la acción comunicativa y a la acción estrategia para resolver el conflicto. El entendimiento es conflicto por cuanto se interpela el orden de lo dado.
El poder no constituye una centralidad, es, mas bien, una disposición de dispositivos y agenciamientos. Entonces, se puede imaginar mas bien un mapa descentralizado de ejercicios, funciones, técnicas, prácticas y usos, que inciden en los comportamientos de la multiplicidad de cuerpos. Se estructura como una máquina abstracta, una ingeniería estratégica, que supedita a los cuerpos humanos al ejercicio de un funcionamiento, que escapa a sus voluntades. El poder en tanto malla de relaciones de fuerza, malla en constante movimiento, en permanente cambio, en continua reubicación de su trama, no es exactamente un centro; aunque el magma del conjunto tienda a producir centramientos, que en todo caso entablan una especie de juego con los descentramientos. Este centramiento-descentrado, este descentramiento-centrado del magma de fuerzas, está constituido entonces por una distribución variable de fuerzas. El diagrama de poder es un mapa inestable de recorridos dibujados por las fuerzas en su constante relacionamiento tenso; la cartografía de las fuerzas modifica imperceptiblemente su propio campo. Por eso, es imprescindible percibir el mapeo del poder tanto en el tiempo como en el espacio. La inscripción de las huellas de estos recorridos de fuerzas instaura no solamente una escritura, en el sentido que entiende Jacques Derrida, sino que por esto mismo se constituye una memoria salvaje.
Lo político como potencialidad abierta de los sujetos, comprendido como espacio de realización de los sujetos, como recurso utópico, desde el cual parten iniciativas de transgresión y descentramiento, dibuja horizontes de desplazamientos, desde los cuales se vislumbran contenidos históricos no cosificados. Este excedente de lo político, en relación a la política, puede nombrarse como el más allá del poder, pero también como el más acá del poder. Las fuerzas participantes de este espacio, no-incorporado al conjunto concéntrico de la estructura de poder, no están sometidas a una administración central, no están articuladas a un uso “productivo” de estas fuerzas, no están ligadas a un reconocimiento político. Son, más bien, fuerzas exteriores a esta regularidad civil. Son fuerzas “bárbaras” que amenazan al juego de descentramientos y centramientos del poder.
¿Cuál es la “lógica” del poder? ¿Es posible hablar de una “lógica”? El poder es realizado, es realización; no es en sí mismo algo. No hay poder de por sí; el poder es mas bien una forma de socialización. Una forma histórica, lograda a partir del ejercicio de un control sobre los sujetos. Se trata pues de una manipulación sobre los “cuerpos”, más bien sobre las conductas y las costumbres. El poder es más una instrumentalizad (heurística), técnica de un manejo político. Lo orgánico del poder define su aspecto estructural; no solamente su estructura, en su acepción organizativa, sino también su regulación. La administración de un conjunto de fuerzas sociales deriva en la institucionalidad del poder: su carga legítima. Pero, también esta administración de fuerzas condiciona las formas del uso de la violencia. Las fuerzas regulares (como el ejército, la policía, a veces la milicia) son apenas algunas de las presencias de esta institucionalidad en las sociedades de la mundanidad capitalista; también hay otras presencias, como por ejemplo, las organizaciones burocráticas del Estado. Pero esta regulación de las fuerzas no se remite sólo a ellas; tampoco la “lógica” del poder es una “lógica” de las instituciones. Estas últimas son las formaciones visibles del poder, lugares de agrupamiento de recorridos de fuerzas no visibles.
El poder es como una escritura antigua, cuyos códigos se han olvidado, en la medida que inscribe su historia política en la superficie del cuerpo. Se trata de un conjunto abierto de recorridos de fuerzas, que pasan permanentemente de la indeterminación a la determinación, de la exterioridad indescifrable a un espacio propio de desciframiento y legalidad. Es como una archiescritura en el sentido de su no-decibilidad, su no-enunciación; por no estar amarrada esta indescifrable escritura a su significación inmediata, a un discurso, a una “ideología”, a un sentido preestablecido. El poder no es un supuesto abstracto, es, mas bien, un substrato; el subsuelo donde afincan sus raíces las estratificaciones del saber. No se restringe a la política, la desborda; condiciona las actividades que de ella se desprenden como prácticas. En este sentido, se puede hacer visible el poder como mapa de fuerzas, como cartografías; incluso se puede pensar el poder en términos topológicos. El poder es un conjunto de relaciones de subsunción, relaciones primarias, que buscan incorporar constantemente áreas de un afuera extraño a un interior conocido. Estas relaciones definen un umbral o una “periferia”; perímetro o frontera de protección. Más allá de la cual el espacio se convierte en un adversario, en un opuesto. El poder, además de aparecer a través de las relaciones de subsunción o relaciones de incorporación, se sitúa por medio de relaciones de organización, relaciones secundarias. Estas relaciones estructurantes establecen un contenido histórico. La especificad de las relaciones de poder depende tanto de la conjunción de las relaciones de incorporación y de las relaciones de organización, como de las formas concretas de incorporación y de organización. El poder es inmanente a las prácticas discursivas, a los despliegues discursivos, a los conjuntos recurrentes y circulatorios de las acciones comunicativas. Michel Foucault expresa esta condición del poder cuando dice que es la causa inmanente del saber[13].
En el contexto del despliegue de horizontes de visibilidad se sedimenta una geología de cortezas enunciativas, de formaciones históricas del saber; constituciones en las que se inscriben y circulan los juegos la verdad, los también juegos de conocimientos, que se aparecen como monumentos, ante la mirada escrutadora de la arqueología de los saberes.
El poder, en cuanto a su configuración espacial, a su espaciamiento, a su espacio-tiempo, a su expansión, densificación, intensificación, distribución de dispositivos y agenciamientos, cruza todos los momentos y pliegues de las relaciones de agrupamiento: Las relaciones de incorporación, las relaciones de organización, las relaciones representativas.
3.- El concepto de fracción geográfica de poder
Antonio Gramsci se refirió al concepto de fracción geográfica de clase[14], concepto rico debido a su tridimensionalidad en la que se mueve. Articulando la composición diseminada de las partes (fracción) junto a la descripción del lugar, a las coordenadas espaciales (geografía), y en relación a la taxonomía social (clase). Considerando la “lógica” específica del objeto específico. Por lo tanto, la interpretación de este enunciado, la hermenéutica que se pone en juego, al hacer estallar sus significados y ponerlos en combinación, exige una sensibilidad teórica local, micro; capaz de apreciar la diseminación de lo social.
Ciertamente, el concepto fracción geográfica de clase, no sólo señala la vinculación espacial de la clase, sino también toma en cuenta otras condiciones de posibilidad existencial, como las relativas a la propia diferenciación microsocial y a los parámetros de la ubicuidad. Esta combinación dinámica convierte a la fracción geográfica de clase no solamente en un concepto apto para el análisis descriptivo de la minuciosidad y el detalle, sino también en una categoría adecuada al análisis multivariable. La acepción dinámica de clase rompe con las generalizaciones discursivas. La clase como clase, como parte de la estratificación social, se abre a su composición micro y a la concepción estratégica de localización, en el contexto social. La ubicación geográfica es una coordenada de especificación, al mismo tiempo, contiene una indudable connotación histórica. La fracción geográfica de clase no descarta el horizonte de la acumulación histórica, tampoco el contexto de la periodización larga, que comprende una temporalización prolongada de formación, un proceso efectivo de constitución. Sin embargo, su potencia analítica radica en los periodos cortos, los momentos y las coyunturas; haciendo hincapié en los recorridos formativos cortos, dibujando los perfiles provisionales e inmediatos.
El concepto de clase implica un proceso compartido de homogeneización, de formación de la conciencia de clase, de constitución de la identidad social; la clase es tomada como si fuese un cuerpo compacto. Este concepto de clase es una construcción teórica, responde a una metodología clasificatoria, vinculada a la episteme de la ciencia general del orden. Así como ha sido construido resulta abstracto, requiere de un contenido efectivamente histórico, que comprenda la composición dinámica de sus especificidades. Una corrección necesaria es describir la fracción geográfica de clase, describir la situación espacio-temporal de la clase en el ejercicio de su propia diseminación.
Marx digería el proceso de formación de la clase de modo hegeliano; la dialéctica de la clase experimenta el devenir de la clase en sí a la clase para sí, pasando por el momento de “enajenación” de la clase para otro. El concepto de clase es síntesis de múltiples determinaciones. La representación de clase en sí recoge la imagen de espontaneidad orgánica; la clase se estructura en el ámbito del trabajo, en la arquitectura de los talleres de fábrica. La categoría fracción geográfica de clase produce la posibilidad material de su dispersión. El paso de un concepto general a un concepto concreto concurre, por medio de un procedimiento, que llamaremos reconstructivo. No hay que olvidar que la clase en sí está contenida en la red de relaciones sociales; en este sentido, tanto la expansión de la red, así como su trama, sus nudos, tejen la composición de la clase a partir de sus distintos hilos, amarrando aquí de una determinada forma, allá de otra. La representación de clase en sí supone la conformación de objetividad inmediata, dada de facto. Este estado de cosas da lugar a una conciencia inmediata, diríamos empírica; se encuentra todavía lejos de la experiencia de la conciencia. Se trata de una conciencia de las condiciones externas (objetivas) de la clase; ésta no ha retornado aún a sí misma, a su propia subjetividad. No ha vuelto del despliegue de la experiencia del trabajo, no ha descubierto su potencia, su capacidad productiva, no ha develado las posibilidades de su en sí.
En estas condiciones la clase se representa su situación objetiva, pero todavía no concibe su condición subjetiva, no ha recuperado el tiempo perdido, no ha trabajado su propia memoria, la memoria de sus luchas. En estas condiciones, se puede decir que se trata de una conciencia todavía ajena; la clase obrera se encuentra atrapada en la ideología. Para llegar a ser clase para sí es indispensable superar esta “enajenación”, desarrollar la crítica a las condiciones impuestas por el modo de producción capitalista.
La conciencia de clase expresa el grado de conocimiento de sí misma que tiene una clase. La clase para sí vendría a ser un saber histórico de sí misma y sobre sí misma, en el contexto histórico que le toca vivir. Esta conciencia histórica del proletariado da lugar al comportamiento político respecto del Estado. Está lejos de una apología del Estado, de una filosofía del Estado y del derecho. Su complexión, su ánimo, su composición intersubjetiva, la memoria de sus luchas, su reflexión crítica, desatan su instinto anti-estatalista; su pulsión de contrapoder, comprende que la superación de la contradicción social, la lucha de clases, es la destrucción del Estado, de ninguna manera su consolidación[15].
Podemos encontrar otras derivaciones, en esta hermenéutica y semántica de la clase; todas ellas sugerentes en la descripción del acontecer histórico de la clase. Sin embargo, no podemos detenernos en esta revisión de las condicionantes y determinantes empíricas de la clase. Tan sólo recogeremos algunas; una de ellas, no necesariamente de las más significativas, establece el carácter orgánico de la clase. Las formas de homogeneización de la clase implican formas de complejización de las organizaciones. En la medida que la clase está más identificada, está más formada, en la medida que se conoce más, su organización deja los localismos, sin abandonarlos, para asumir dimensiones nacionales, hasta universales. Este carácter orgánico de la clase tiene que ver con sus posibilidades hegemónicas. Empero, esta manera de comprender el desarrollo de la clase supone un telos, una finalidad, que ilumina todo el proceso; esto, de alguna manera, quiere decir que, la clase evoluciona hacia una síntesis de orden superior. Esta manera de representarse la clase borra los localismo, des-localiza la clase en aras de su universalidad.
Oponemos a esta perspectiva homogeneizante y centralizadora la perspectiva de la fracción geográfica de clase. Con esta perspectiva sensible, buscamos describir las situaciones más específicas de las clases; vale decir, describir el comportamiento de las clases, el movimiento molecular de las clases, a partir de la descripción de las fracciones de espacio, de las periodizaciones cortas, como las coyunturales. Teniendo en cuenta la composición de las heterogeneidades, más que de las analogías, que nos conducen a construir homogeneidades. Considerando, mas bien, el juego de los abigarramientos, más que la ilusión de las identidades. Por lo tanto, este método deconstructivo nos traslada al ámbito incierto del acontecimiento; recoge la fuente de los desconocimientos, más que la documentación de los conocimientos; la multiplicidad de los localismos, más que los grandes recortes nacionales; el despliegue plástico de las ambigüedades, más que el perfil de las formas acabadas; la proliferación de los momentos difusos, más que los de resultados consolidados.
La fracción geográfica de clase es pues un concepto dinámico relacionado con el movimiento molecular de las clases. Se trata de una fracción social de la clase anclada en una fracción geográfica; un pedazo de la clase localizada en un pedazo de territorio. Esto alumbra un comportamiento lugareño de segmentos de clase. Lo microsocial y el micro-espacio son las delimitaciones que entran en el juego de las singularidades; son los recortes de la “lógica” específica del objeto específico. Así, de este modo, hacemos aparecer las tendencias de disgregación, ocultadas por una supuesta tendencia global de la clase, que es, las más de las veces, una direccionalidad abstracta, un comportamiento promedio del conjunto de los segmentos específicos de la clase. La fracción geográfica de clase, como categoría de análisis, permite vislumbrar agrupamientos sociales en procesos de constitución, agrupamientos todavía no constituidos. Por lo tanto, agrupamientos que manifiestan, por su carácter, distintas orientaciones, distintas opciones de constitución; posibilidades abiertas en el diseño de los proyectos inherentes, alternativas efectivas, que entran en pugna. Desde esta perspectiva, sensible a la diseminada composición las fracciones, a la dinámica molecular de las clases, con esta metodología infinitesimal, que atiende los comportamientos fraccionales, la disgregación de las formaciones sociales, la diseminación de las existencias segmentadas, podemos estudiar realidades sociales no acabadas, no consolidadas. Podemos estudiar las historias en su alteridad.
Las máquinas abstractas, los diagramas, los agenciamientos concretos de poder definen tres formas de exterioridad: El afuera, la exterioridad propiamente dicha, el espesor concreto. El afuera es como la exterioridad extrema, territorio de las resistencias salvajes; la exterioridad es el espacio cartografiado por el poder, el mapa de fuerzas, es el espacio atravesado por relaciones de fuerzas, que son, en sentido estricto, relaciones de poder; el espesor concreto es el voluminoso espacio arquitectónico donde funcionan las instituciones. Sobre todo los espacios atravesados por relaciones de fuerza configuran un mapa de político, grafican la disposición de los dispositivos y los agenciamientos de poder, describen las distribuciones de los campos de fuerza, desarrollan el juego de concentraciones y descentramientos de los dispositivos, las estrategias y las prácticas. Estos juegos de poder hacen a los juegos de verdad en una relación de inmanencia entre poder y saber; estos juegos se dibujan y desdibujan en los recorridos de fuerzas.
La visión fragmentaria del poder no nos habla de un reducido poder, sino de un recorte, de un lugar o zona de intensidad, de una microrregión; es decir, de un fragmento integrado; fragmento donde dónde el poder se resuelve. El agenciamiento concreto de poder es el lugar donde el poder se realiza efectivamente. Las dinámicas fraccionarias de las relaciones de fuerzas nos remiten a las efectuaciones infinitesimales. Por medio de las cuales, unos sujetos sociales incitan y afectan a otros sujetos sociales; unos sujetos se convierten en materia de políticas y otros realizan las funciones de poder. En este caso, el reducto del poder no es el Estado; el poder aparece como multiplicidad, el poder es plural y polimorfo. Tendríamos que imaginarnos redes de dispositivos y estructuras, asentadas en fragmentos geográficos; redes conectoras y estructuras, que se sitúan como núcleos gravitatorios, que redefinen ámbitos de influencia. El mapa institucional está compuesto por microrregiones efectivas de poder, fragmentos de operatividad de las fuerzas.
Las estrategias de poder se desplazan como la inmanencia en distintos campos, en distintos planos simultáneos. El desplazamiento de estas estrategias afectan los distintos planos donde se efectúan. Las fuerzas son efectivas, aunque no pueden tomarse como intencionales; son singulares, aunque no tienen que ver con intereses particulares. Cuando parece ocurrir esto, cuando parecen darse intenciones, cuando parecen realizarse intereses, esta creencia tiene que ver con el modo como los sujetos involucrados utilizan y se representan las técnicas de poder, como conciben y se imaginan los efectos de poder. Si el poder es una tecnología, como dice Michel Focault, nos encontramos entonces ante tecnologías apropiadas a su suelo. Técnicas de poder alternativas usadas en fracciones geográficas.
La fracción geográfica del poder mezcla recortes territoriales y formas singulares de poder. La representación del Estado, la síntesis política de la sociedad, la sociedad política, opuesta a la sociedad civil, esta abstracción jurídico-política, se rompe en mil pedazos específicos. Múltiples puntos de conexión de fuerzas, múltiples puntos de tensión social, aparecen en su inquietante densidad. Desde este punto de vista, lo político aparece como una concatenación de heterogéneas fracciones de poder. Distribuidas líneas estratégicas, dispersados desplazamientos inmanentes, puntos de encuentro, zonas de intensidad, líneas de enfrentamiento, mapas políticos diferenciales yuxtapuestos, se entrecruzan, dejan su huella circulatoria, dan vida a estructuras de poder locales. Esta saturación de campos de fuerzas y de segmentaciones políticas sobredeterminan el ser de lo político.
4. La escritura del Poder
El poder es el modo de ser del conjunto de fuerzas dispersas en el espacio-tiempo, esta distribución del campo de fuerzas, esta espacialidad del poder se expresa territorialmente. El territorio presta su geografía donde el poder deja su huella. Señal inmotivada como símbolo de la procedencia de las fuerzas del azar y la necesidad. Emergencia constante por la recurrencia reiterada a la acción, a las múltiples formas de la incitación, de la afectación, de los efectos de poder. Presencia de múltiples dispositivos cuya disposición dibuja estrategias. Las relaciones de fuerzas no son exteriores al circuito productivo y de consumo, son inmanentes, tampoco son exteriores con relación a los estratos del saber, el poder es la causa inmanente del saber. Esta inmanencia del poder se hace efectiva por su relación funcional con el cuerpo. Se puede comprender esto muy bien con la patente figura del poder que atraviesa los cuerpos; no sólo que la historia política se inscribe en la superficie del cuerpo, sino que el poder tiene al cuerpo como materia del poder, materia plástica, maleable, manipulable, dócil.
El poder busca inducir en los cuerpos determinados comportamientos adecuados a las estrategias diseñadas en la lógica de la máquina abstracta. Una de las relaciones concomitantes con el manejo de los cuerpos son los agenciamientos sexuales. La sexualidad, como preocupación moderna de la cultura occidental, es una construcción social. La sexualidad también tiene una relación de inmanencia con el poder. La relaciones de poder son interiores a las relaciones económicas, endógenas a la función del conocimiento, se hallan inscritas en las tecnologías de utilización de lo cuerpos. El poder es un producto de diseminados enfrentamientos que conmueven el cuerpo social.
En este sentido el poder ejerce su influencia tanto en dominados como en dominantes, ambos, lo usan, ambos son investidos por las relaciones de fuerza. A la vez el poder es condicionado por ellos, dominantes y dominados, por sus tensiones específicas, sus conflictos concretos. Desde esta perspectiva se comprende la tesis de que la lucha de clases crea a las clases sociales; las clases sociales no son un supuesto de las la lucha de clases, mas bien ésta constituye a aquellas.
Así mismo la violencia no es inmediatamente poder, relación de fuerzas, es un efecto del poder. Hay violencia cuando alguien, una subjetividad es afectada, tomada, por una relación de fuerzas. En resumen, las clases sociales no se dan sino en su guerra; la guerra atraviesa el cuerpo social y lo hace inteligible, la guerra hace inteligible el mapa institucional. Las leyes y las instituciones tienen en su comienzo en la violencia inicial; el acto de dominación originario, que da comienzo a la ilusión de la legitimidad, la representación de la soberanía y a las estructuras de poder. Tenemos entonces como substrato condicionante al flujo de fuerzas y como mapa determinante al diagrama de enfrentamientos.
Tomemos al poder como campo de disponibilidad de las fuerzas, espacio de distribución de las fuerzas, topología de disposición de dispositivos y agenciamientos. Como forma que adquiere la disponibilidad y la distribución de fuerzas, como diagrama; es decir, mapa de fuerzas. El poder estructura su red estratégica, su lógica inmanente, de una manera no-consciente. Los diseños de su funcionamiento quedan inscritos en las instituciones, aunque las prácticas institucionales los hayan olvidado hace tiempo. Se podría esperar, en cambio, que la administración del poder, el manejo de la dirección de las fuerzas, sea consciente. Responda a acciones planificadas, corresponda a una organización de los dispositivos y las disposiciones de los agenciamientos. Esto es posible bajo ciertas circunstancias, pero no hay que olvidar que toda administración, que todo uso de las fuerzas, que toda planificación y organización, se encuentran condicionados por la genealogía del poder, vale decir por la actualización y emergencia de sus procedencias.
Entre este inconsciente del poder y el uso consciente de las fuerzas, tenemos el recorrido de las relaciones y prácticas sociales. Las prácticas sociales, las relaciones de fuerzas que las sustentan, se componen a partir de flujos corporales. Desde la perspectiva de la investigación, estos flujos no son unidades de análisis estables; al contrario, se trata de unidades de análisis en permanente recomposición, de unidades de análisis múltiples y polimorfas. Como puede verse los estudios del poder no pueden circunscribirse a unidades de análisis estables, como las instituciones y los individuos, pues estos objetos de estudio forman parte de composiciones complejas y en movimiento. Por esto mismo, menos se puede pensar que estos individuos sean inmediatamente conscientes de los mapas de fuerza, de la inscripción de los diseños de poder, diagrama y maquina abstracta que condiciona las prácticas sociales.
Los sujetos sociales se constituyen como pliegues subjetivos del poder, no dejan la huella de las resistencias, aunque también forman parte de las incorporaciones. Tomemos a las subjetividades como recintos de tensiones, como trayectorias de vida, como concavidades de experiencias, que recogen y reúnen historias efectivas de contradicciones, de síntesis, de diseminaciones, de deconstrucciones y reterritorializaciones imaginarias. Los sujetos sociales se desenvuelven pragmáticamente, sus formas recurrentes son plurales, otorgando un contenido histórico a la multitud, potencia constituyente de lo social.
Hay poder por que hay resistencias que vencer, hay diagrama de poder por que hay resistencias salvajes que vencer; resistencias salvajes que se encuentran en el afuera. Hay máquinas abstractas y disposiciones de dispositivos de poder, mapa de fuerzas, por que hay resistencias “bárbaras” que vencer; hay agenciamientos concretos de poder, instituciones, porque hay resistencias concretas y localizables que vencer. Las resistencias salvajes se encuentran en el afuera; los diagramas de poder definen el mapa estratégico y los agenciamientos concretos definen la cartografía de las instituciones. Las resistencias se encuentran en el afuera del poder y también dentro el mapa estratégico. Cuando ocurre esto, cuando se encuentran dentro, son resistencias “bárbaras”. Las resistencias también se encuentran en el adentro, en la interioridad que viene a ser la inversión del afuera en el adentro. Esto pasa en ese ámbito de tensión entre el sí mismo y la alteridad; en ese ámbito donde se constituye el sujeto, pero también su escisión, su diseminación. En ese ámbito donde lo colectivo se cruza con los procesos de individuación. Las resistencias parecen formar parte de un rizoma, parecen comportarse nómadamente; aparecen como diseminadas. Sin embargo, también pueden formar verdaderas formaciones guerreras, núcleos, nudos, conglomerados, muchedumbres, masas y multitudes. Las resistencias se encuentran allí donde el poder dibuja su diagrama; son también fuerzas, fuerzas que se oponen a otras fuerzas, fuerzas que, al oponerse, expresan una diferencia cualitativa, un contenido, un espesor, que es la voluntad. Las resistencias desordenan los diagramas de poder, descentran las conformaciones cartográficas centralizadas, atraviesan las estructuras; las desestructuran, decontruyen los saberes, restauran y recuperan los cuerpos, se abren a otros recorridos, inventando nuevas territorialidades, moviéndose en espacios lisos.
El poder se actualiza en el saber, el saber estabiliza el saber, logra la condición de perdurabilidad que requiere el poder; pues, el poder por sí mismo, no puede lograr la estabilidad deseada. Es por naturaleza inestable; tampoco puede lograr la durabilidad, pues es profundamente provisional y cambiante. En relación al saber, se puede desplegar un análisis descriptivo de las prácticas discursivas; en lo que corresponde al poder, su explicación se sustenta en aquella descripción pura del acontecimiento discursivo, para desarrollar una interpretación genealógica de sus procesos y sus mapas de fuerza[16].
¿Se puede conocer el poder? Se puede conocer el poder en tanto éste es voluntad de saber, en tanto el poder se expresa en el saber. Hay que aclarar que, cuando se habla de conocimiento, no se lo hace en el sentido de la verdad del poder, sino de su campo de posibilidades interpretativas. Sería conveniente, como lo hace la hermenéutica, de hablar de comprensión[17]. Si la descripción es, de algún modo, conocimiento, lo es en tanto es figurativa; vive el proceso de la figuración, prefiguración-configuración-refiguración. Si la genealogía es, de algún modo, conocimiento, lo es en tanto es el conocimiento del presente, mediante una mirada retrospectiva del pasado. No olvidemos que el poder se ejerce, es movimiento de fuerzas. Cuando el poder se expresa no lo hace de manera pura, lo hace a través del saber. Cuando el poder se concretiza, es decir, se realiza, lo hace localmente, mediante lo agenciamientos concretos de poder (instituciones); en estas condiciones, la institución reúne fuerzas y mezcla discursos.
La representación del poder, la forma como el poder se representa, su discursividad, se puede decir que es ideología. Esta representación, esta discursividad, no es el conocimiento del poder, sino una escenificación, el teatro de las fuerzas y los cuerpos. La representación no es la percepción de su diagrama de fuerzas, el mapa de la multiplicidad de sus puntos de tensión, la comprensión de su materialidad efectiva, la descripción de sus objetividades. La pregunta entonces es: ¿Cómo leer el poder desde la perspectiva de su propia escritura para poder interpretarlo? En tanto es mapa, es diagrama, es cartografía; esta es la escritura del poder. Desde la perspectiva genealógica la escritura del poder, su trama, es historia efectiva. Es a esta historia efectiva, como acontecimiento de múltiples singularidades, a la que se debe acceder, la que debe ser interpretada. Podemos decir que esta historia efectiva puede ser comprendida. Esta comprensión, que pasa por la fuerza del entendimiento, se realiza como lectura de la materialidad efectiva del poder; esta materialidad efectiva se manifiesta en la disposición de los dispositivos y de los agenciamientos. Se hace la lectura del entramado de los dispositivos, los agenciamientos, de las estructuras institucionales, de los recorridos de los flujos, de los mapas de fuerza y de los procesos de procedimientos de la dispersión de las prácticas. Se hace la lectura del entramado de los nucleamientos de las organizaciones, de la composición de las instituciones, así como de la identificación de la distribución de líneas y zonas de tensión. Se trata en todo caso de hacer visible las estrategias de poder.
La perspectiva de la comprensión genealógica se construye en la lectura de la escritura efectiva del poder; escritura que se inscribe a través de la huella de los recorridos de las fuerzas, de la inscripción que deja en los cuerpos. Se trata entonces de orientar la investigación según el decurso de sus visibilidades, de clasificar sus iluminaciones, sus formas, sus perfiles. Se trata de localizar el mapa de los enfrentamientos, de dibujar las estrategias, de reconstruir los movimientos de las muchedumbres, de las masas y de las multitudes, de evaluar la densidad de las prácticas. Esta positividad del poder no reclama evidentemente un método positivo; esta objetividad de las fuerzas no exige una ciencia objetiva, un procedimiento analítico-deductivo. No se trata de aplicar el método científico, de comprobar hipótesis, de administrar las fuentes desde las exigencias de un enfoque teórico, de un paradigma. No se trata de construir datos que ponderen las hipótesis empíricas; no se trata tampoco de contrastar los conceptos observables y de falsar los conceptos teóricos. Se trata de la descripción pura del acontecimiento discursivo, de desplegar la arqueología de los saberes, de configurar los diagramas de poder, de desarrollar la genealogía de las instituciones. Se trata de interpretar los entramados de las escrituras del poder. Por eso, el distanciamiento respecto al método científico.
El positivismo lógico reduce la capacidad de las observaciones, su movilidad, ductibilidad y plasticidad, que modifican el perfil de las coyunturas y los periodos, también el contexto de los mapas de fuerza y de la cartografía de los dispositivos. La epistemología del método inductivo responde a la perspectiva que diseña el principio de individuación (analítica); reproduce, en el terreno de la enunciación teórica, no otra cosa que el punto de vista de los individuos. El discurso del positivo lógico es colateral al discurso de la metafísica del derecho y al discurso jurídico político, que busca la legitimidad del Estado. La legitimidad del Estado moderno se construye como una trascendencia política, un a priori histórico, que espera a las multitudes, para inducir en ellas comportamientos adecuados al orden institucional. Positivismo, derecho y ciencia política, definen un perfil estratégico de la esfera colateral de las prácticas discursivas, de la formación discursiva que habla de poder, derecho y verdad. Formación discursiva que absorbe la soberanía del Estado, maquinaria sustitutiva del monarca, figura trascendente opuesta a la gramática de la multitud[18].
¿Es posible hablar, aunque sea metafóricamente, así como lo hicimos de una escritura del poder, de una voz del poder, no tanto así de una resonancia acústica del poder como de una voz salvaje del poder; es decir, una fenomenología del signo del poder[19]? Si esto fuera posible, podríamos hablar no solo de una genealogía del poder sino también de una fenomenología del poder. Si esto fuera posible, la tesis vertida podría estructurarse del siguiente modo:
Hay una voz del poder, que no viene de la resonancia jurídica, que no deriva del discurso del derecho; no es la voz de una metafísica del derecho, no es tampoco la voz antelada de la demanda de justicia. Esta voz originaria no es tampoco, ni mucho menos, la voz de una conciencia falsa, de una conciencia culpable o de una conciencia desdichada, no es la voz anhelante del decurso de las “ideologías”. Todo lo contrario, esta voz salvaje, esta voz primigenia y originaria, no es pronunciada. Se trata de una anterioridad sin discurso, de una voz no-dicha, no-enunciada, de una voz primigenia. Cuyo devenir símbolo y devenir signo se halla en la concavidad de la huella, como inscripción y memoria, como repetición y diferencia; discontinuidad en la que se cobija la subjetividad[20].
Esta anterioridad fónica resultaría correlativa a la escritura del poder, esta voz del poder hace de condición de posibilidad histórica del devenir sentido del poder; es decir, devenir símbolo y devenir signo del poder. Esta voz del poder condiciona la articulación de las disposiciones fenomenológicas de los dispositivos y de los agenciamientos, de las relaciones de fuerza y de sus prácticas, de las instituciones y de los saberes. Llamemos a este murmullo, a este comienzo de la pronunciación, intencionalidad suprema. Una voz que no habla, una voz que no dice; sin embargo, es la intención previa que construye el sentido, que, por lo tanto, construye las significaciones, que conectan las prácticas. Hablamos de una voz que es la intención anterior al sentido. Hace las veces de una intuición volitiva. La voluntad de poder[21].
Mantengamos en suspenso semejante tesis sobre la voz del poder, que es de carácter fenomenológico; tesis un tanto contradictoria de la otra interpretación, relativa a la escritura del poder. Tesis de la escritura del poder, que deviene de la deconstrucción; tesis que se encuentra más cerca de la interpretación, de la hermenéutica. Tesis que atraviesa el entramado teórico de esta crítica, relativa al diagrama de fuerzas, que es de carácter genealógico. Mantengámosla en suspenso, para hacer uso de ella en lo que respecta a aproximaciones interpretativas de la constitución de lo imaginario, lo simbólico y lo real; para desarrollar hipótesis interpretativas de la constitución de las subjetividades y las significaciones sociales.
Contamos con tres ejes teóricos en el abordaje a la problemática del poder; el eje genealógico, que es gravitatorio, desde nuestro punto de vista; el eje deconstructivo, que adquiere densidad, en tanto complementa al análisis arqueológico; y el eje fenomenológico, que es de uso provisional, usado para tocar temas relativos a la construcción social del sentido, de los imaginarios colectivos y las significaciones. Temas que todavía dejan lagunas, a pesar de ser prioritariamente abordados desde la arqueología del saber, la genealogía del poder y la hermenéutica del sujeto.
La intencionalidad del poder, como direccionalidad social, como tendencia ponderada de la praxis, expresa el grado de cohesión de una sociedad, manifiesta la cantidad de su disponibilidad, la cualidad de su identidad. Esta direccionalidad construida es susceptible de descripción; se sostiene en dispositivos, aparatos, organismos, como instancias organizacionales. Se sostiene en estas prácticas, en estas “tecnologías” y “métodos”, en tanto funcionamientos e instrumentos. Se trata de una dimensión indicativa del poder, de una grafía de lo político. Es en este sentido que hablamos de escritura; es decir, espacio de señales, que hace, al vez, de forma medio y forma pre-expresiva, además de una forma contenido. Estas formas son las intencionalidades sociales. Estas formas, que son dispositivos de poder, son ciertamente producciones sociales, son instituciones; pero también son medios, en mayor o en menor grado de provisionalidad. Las huellas y las estructuras de poder son evidentemente indicaciones, señalamientos, que nos conducen a vislumbrar los recorridos y el movimiento de lo político. La percepción de esta escritura, de este amarre de dispositivos, de este entrelazamiento de prácticas, ofrece un conjunto de visibilidades, de movimientos, de gestos, que deben leerse a partir de sus señales, marcas, trazos, históricos.
La dimensión pre-expresiva de lo político es pues un lugar de factualidades y de acciones; lugar donde las expresiones son mas pre-discursivas, pre-ideológicas. En el mejor de los casos, la expresión tienes un vínculo fuerte con la presencia del poder, con la forma de lo político; es un “querer decir”, un deseo social. Así como entre forma y contenido hay diferencias, aunque se entienda su conexión, su conjunción total, del mismo modo, entre presencia y materialidad histórica se dan lugar aproximaciones y separaciones. Así mismo, la relación entre lo no-expresivo de lo político y lo expresivo de sus representaciones define una combinación polémica. Metodológicamente es importante tener en cuenta estas diferencias, no sólo porque constantemente se las confunde, sino que se produce un reduccionismo arbitrario de la materialidad de lo político a supuestos teóricos.
Las visibilidades abiertas durante el Siglo XIX fueron en Bolivia, como en gran parte de América Latina, la burocracia estatal y la burocracia militar, en tanto composición de aquello que podemos llamar la institución política postcolonial. En este mismo horizonte histórico, tenemos a la extracción de la plata, la acuñación de moneda, el acopio del tributo y el mercado potosino, en lo que respecta a las centralidades económicas. La tierra es la otra visibilidad abierta, aunque su presencia total, aplastante, como territorialidad, disperse la propiedad más que concentrarla.
El sistema de hacienda fracciona el llamado archipiélago andino; este pierde su unidad. La concentración de tierras en las llamadas haciendas grandes tiene su correlato en la división de las mismas haciendas, como en la desarticulación de las propiedades comunales. La territorialidad cobra importancia política en la medida que se regionaliza el ámbito del poder. Aparecen las figuras de los hacendados, del los rescatiris, de los caciques, como personalidades de poder. Nombres vinculados a disponibilidades de fuerzas. El gamonal es otra figura mediadora en las formaciones de poder en el período post-colonial, período pre-capitalista, ligado de muchas maneras al excedente colonial. Ahora bien, estas consideraciones connotan temporalidades largas, periodizaciones prolongadas; el largo siglo XIX y el corto siglo XX.
La longitud acumulativa del tiempo, la perspectiva estratégica no es la única posible en la mirada de las fuerzas, en el estudio de lo político; hay otras, vinculadas a lo que podemos llamar las perspectivas tácticas del tiempo. Las fracciones de tiempo coyunturales. En relación a estas últimas se realizan otras figuras: los caudillos, los personajes de la rebelión, la masa envolvente de la acción. Estos últimos tienen que ver con los virajes rápidos, las fluctuaciones, las irrupciones, las rupturas históricas. Al respecto se da un rasgo secuencial en el “estupor de los siglos” de la historicidad boliviana: el empate de fuerzas o a lo sumo, la contención de las fuerzas, que es una forma de resistencia o, en su caso de estancamiento. A propósito René Zavaleta Mercado dice: En Bolivia el largo empate entre caudillismo y plebe en acción apenas sí permitiría una lánguida reconstrucción anémica de lo señorial, que casi ya no tenía ganas de vivir.
Hemos dicho que la fracción geográfica de poder vincula las estrategias sociales con la condición territorial de su forma de existencia. No es que el poder se fraccione, aunque el diagrama de fuerzas se exprese también regionalmente, sino que ocurre una suerte de adaptación al medio. En otras palabras, el pedazo de territorio condiciona relaciones de poder, a su vez el poder dispersa, regionaliza estrategias de fuerza. Pero el espacio es también un producto, comprende relaciones espaciales.
Distingamos pues el espacio de las reciprocidades andinas del espacio dibujado por la encomienda y las haciendas. Más tarde, después de la reforma agraria, vislumbraremos otro espaciamiento, el de la multiplicación del fraccionamiento de la tierra, el espacio dispersado de las parcelas.
El espacio producido por la circularidad de reciprocidades expresa la del ayllu; el archipiélago andino es atravesado por relaciones de totalización. Articulando los distintos espacios, pisos y nichos ecológicos, se tiende la complementariedad territorial; se tiende a combinar la forma de ocupación y la expansión espacial. La reciprocidad es como un ámbito diferencial envolvente. Se da lugar una reciprocidad entre personas, que puede ser nombrada como reciprocidad “interpersonal”. Así también se desarrolla un circuito de bienes y trabajo entre familias a través de relaciones de parentesco, como también un circuito entre familias y el ayllu. Por otra parte, se producen circulaciones de correspondencia entre ayllus, o bien, entre ayllu y otras esferas de circulación exteriores a la reciprocidad, como el Estado.
Las reciprocidades pueden ser”simétricas”; en este caso, conllevan de un retorno equivalente. Puede tratarse de un retorno en trabajo, considerando el trabajo prestado. Esto puede darse más cuando se trata de reciprocidad “interpersonal”; aunque no es el único caso. La rotación de cargos en el ayllu responde a la práctica de distribución de mandos entre las familias en la comunidad. De la misma manera, cuando se trata de las relaciones entre ayllus, en el contexto de la Marka o el suyo, la mit’a funcionaba como trabajo colectivo en beneficio de la colectividad.
En la misma circulación de reciprocidades, se pueden generar disimetrías, que terminan localizando diferencias sociales. Se acumula más trabajo que bienes de retorno y se institucionalizan estructuras de poder. Se da lugar a una concentración y una acumulación de poder, con lo que se diluye la rotación de mandos. Así mismo, la mit’a es aprovechada en la dirección de la estratificación social. Si bien ya antes de la colonia las reciprocidades asimétricas dejan su huella, es durante la colonia cuando los circuitos de reciprocidad son dislocados en su esencia: hablamos del retorno en especies o en dinero por el trabajo entregado, también de la utilización de la mit’a como trabajo colectivo forzado. Giorgio Alberti y Enrique Mayer mencionan esta distorsión de los circuitos de reciprocidad: El curaca encargado de proporcionar listas para los trabajos de la mita o para el pago el tributo, se aprovecha de esta situación y obtiene así un poder, antes desconocido, que utiliza estableciendo relaciones de clientela con los indios que quieren evitar los trabajos en las minas o el pago del tributo. A cambio de la exención de estos servicios, el curaca se beneficia de las prestaciones exclusivas y personales de los indios favorecidos.
1. La Genealogía como historia efectiva
Se ha querido entender la historia como destino; pero, esta historia es la historia de los filósofos. Se ha querido también entender la historia como serie de suceso ordenados documentalmente; pero, esta es la historia de los historiadores, quienes practican, en realidad, la historiografía. Se ha querido buscar en el tiempo histórico una constancia, la búsqueda de un fin, la permanencia, la realización, de ciertos valore correspondientes a la “humanización” o al la “civilización”; pero, estos bondadosos motivos expresan más los deseos de los intérpretes, comentadores, investigadores de la historia. Estas interpretaciones no logran configurar los recorridos sinuosos de fuerzas, de cuerpos, de voluntades, de azares, que han hecho emerger, de su múltiple procedencia, la actualidad de una arqueología de tiempos, temporalidades, que se hacen presentes en el instante de su emergencia.
No hay nada más adecuado que contraponer la historia efectiva a la historia lineal, teleológica, progresiva, de filósofos, historiadores, ideólogos. Quienes siempre encuentran, en la aparente continuidad de los sucesos, el substrato de sentido, atribuido, en una época, al conglomerado de acontecimientos que agobian, atormentan, asombran, a los hombres de ese período. La historia efectiva no es un relato, donde la narrativa pueda reencontrar el origen, pueda justificar los actos, que supuestamente han fundado la historia. En la historia efectiva los momentos constitutivos no desaparecen, tampoco son lugares fundacionales, sino que los momentos constitutivos reaparecen en su desigualdad, así como se constituyeron en el azar, reaparecen innovando sus mil rostros. En la historia efectiva de la formación social boliviana la procedencia territorial, la procedencia del ayllu, la procedencia de los pueblos itinerantes de la Amazonia y del Chaco, no ha quedado como un comienzo, un punto de partida alejado, superado por el proceso civilizatorio. Tampoco el conquistador ha quedado como figura romántica o despiadada de un nuevo comienzo, sino que es una huella, que persigue su realización, en las distintas formas de dominación. Formas de dominación que se despliegan en las sociedades coloniales y postcoloniales. La genealogía dispersa estos comienzos en su composición de fuerzas variadas, en la diferencia de sus procesos. Procesos que se entrelazan dando forma a sus realizaciones, a efectuaciones, que no corresponden exactamente un origen sino una procedencia.
La genealogía histórica no abandona la problemática del tiempo, más aún cuando se trata del tiempo producido socialmente. No acepta que la problemática del tiempo sea reducida a la mediada de la continuidad de las series cronológicas, a la mediada de las series documentales, así como a la “medida” o tamaño de los valores, que siempre son prejuicios sociales de una época. Para la genealogía histórica el tiempo es, al mismo tiempo, desplazamiento y acumulación. Se trata de desplazamientos donde los recorridos se encuentran más bien enmarañados; direccionalidades cuyos vectores no apuntan a una misma orientación, sino que despliegan sentidos diferenciados, hasta contradictorios. Trazan líneas de tensión, marcas en el espacio-tiempo (pacha). Líneas que no logran conservarse como inscripciones únicas. Aparecen, de manera diferente, como trazos mutables. La acumulación es también acompleja; puede agregar aditivamente, así como aparecer como efecto multiplicador. También puede dividir, distribuir, diseminar. Esta figura abierta de la acumulación, movediza, como producente, no garantiza ninguna hipótesis de progreso. Un recorrido puede envolverse así mismo, volverse a sí mismo, como en un círculo, como en una elipse. Puede también mostrar su rutilante zigzagueo, así como anudarse como en un ovillo; texturar un amarre que aparezca como matriz de períodos definidos. Esta riqueza de la temporalidad nos acerca al a idea del tiempo vital; vida y vivencia de un tiempo que se extiende, se pliega; siempre produciendo mulplicidades. Como ocurre en la biología con la diversidad inacabada de las especies.
La genealogía asienta su mirada en las singularidades. Fenómenos que los positivistas llaman hechos. Singularidades entonces, no para construir, a partir de ellas, relaciones de generalización; para luego, de este modo, sostener una hipótesis inductiva. No es esta clase de ordenamiento presupuesto el que interesa a la genealogía; lo que intenta, con su postura crítica, es romper el monopolio de cualquier ordenamiento, de cualquier explicación absoluta. La posición es esta: cualquier ordenamiento es posible, todo ordenamiento es posible. Lo que interesa es descubrir la vitalidad de lo real para producir la multiplicidad de ordenamientos. Lo que interesa también es librarse de la voluntad de saber para emprender el camino de saber de la voluntad. La voluntad de saber es destructiva. Su “historia”, si podemos hablar así, refiriéndonos un tanto a su itinerario, otro tanto a su “desenvolvimiento”, ha comenzado sacrificando los cuerpos en aras de la verdad religiosa. Proceso que no ha terminado aún; proceso que pasa ahora por el aniquilamiento del “sujeto”. El conocimiento científico, que es la realización mas acabada de esta voluntad de saber, no reconoce como raíz de sus conceptos el interés de la voluntad, la intencionalidad subyacente de esta estrategia de poder. Este ocultamiento, este “escondimiento”, caracteriza a una ciencia que nos encamina a la muerte, que es como el costo existencial de este conocimiento por el conocimiento. De allí su obsesión por la verdad, que ahora es traducida como obsesión por la objetividad. Esta objetividad es el discurso de su legitimidad.
El saber de la voluntad no solamente que invierte la relación entre voluntad y saber, relación que dice que el saber se pone en función de la voluntad, donde la voluntad es evacuada, vaciada, trasferida en función del manipuleo instrumental. El saber de la voluntad retorna la mirada a su lugar de procedencia, a la sensualidad del cuerpo. La mirada, la percepción orgánica, no se resume al ámbito de la biología; comprende a los órganos como parte de un “lazo” social. La emulación de la especie como espesor, donde se inscriben los símbolos; gramatología, que convierte el trazo de las marcas en conductos, donde se viabiliza la metamorfosis de la metáfora. Lo imaginario es eso, la articulación entre instinto somático e intencionalidad social. Lo imaginario es un acto colectivo. Lo colectivo como especie, como vínculo social, como campo inter-subjetivo. Por eso, el saber de la voluntad coloca, acerca, enlaza, al conocimiento con su procedencia. Lo real, lo territorial, lo corporal, la configuración cósmica, desatan la voluntad como instinto de vida. Instinto de vida, que no deja de conllevar su pareja paradójica, el instinto de muerte. Entendamos a este instinto de vida como Eros. Erotismo, declinación sensual por la otredad, inclinación por la conservación; también inclinación por la entrega a la diferencia. La saturación de la distancia, que es como decir, entendimiento Otro. Comprensión de la otredad, por la proximidad, la vecindad, la emulación, la similitud, la diferencia y la simpatía. Todo aquello que es memoria sensible, que podemos enunciar como afecto a la vida, como devenir del afecto de la vida. Este “comienzo” de toda relación, este enunciado, pronunciado por un poeta, cuando dice que lo más profundo es la piel. Esta enunciación y manifestación no ha dejado de ser procedencia. Ha sido olvidada, escondida, reprimida, en la era de la modernidad. Volver es lo más importante ahora, sobre todo para avanzar desandando; sobre todo cuando hablamos de “conocimiento”. Se “conoce” más cuando menos serviles somos al conocimiento desligado de su voluntad. Se “conoce” más cuando más abiertamente actualizamos la procedencia. Este retorno es entendido como pachacuti.
2. El análisis de los “hechos”
¿Qué es un hecho? Esta es la pregunta en la que parece que todo el mundo se pone de acuerdo; sin embargo, justamente es aquí donde se descubren los distintos puntos de vista. En lenguaje ordinario podemos aproximar el hecho a un “conocimiento” de un fenómeno, que forma parte de la realidad. Realidad entendida como totalidad de todos los hechos. Un hecho es también algo que se ha hecho, que ha sido hecho. Es decir, viene de hacer.
2. No vamos a discutir aquí si el término hecho responde una visión filosófica estática, si es más adecuado, si es más aconsejable, hablar de proceso de unidades de procesos; unidades que se constituyen como sincronías “fulgurantes” en desplazamientos diacrónicos acumulativos. Esta discusión es indudablemente importante, pero quedará postergada para después, cuando tratemos los problemas epistemológicos, metodológicos, filosóficos, teórico disciplinarios del tiempo en el campo de las investigaciones.
Podemos decir que se trata del producto del hacer. En cuanto es producto, en cuanto es producido, es un fenómeno de la realidad; constituida por la totalidad de los fenómenos. Fenómenos como manifestaciones, captadas por la intuición sensible. Se asumen como fenómenos porque hay alguien que los vive, que los percibe. Este alguien definitivamente nos lleva al problema de la representación. Alguien experimenta el fenómeno; al experimentarlo el hecho se marca en la memoria, de alguna manera. No vamos a decir en su “conciencia”, porque esto es ya suponer un sujeto de conocimiento, un sujeto “consciente”, como se quiera, un sujeto cognoscente. Vamos a decir simplemente que el hecho es vivido por alguien como fenómeno. Este es el punto de partida de la fenomenología; parte de esta relación sujeto-objeto como relación de “conocimiento”. Nosotros diremos simplemente la relación de alguien con el hecho se entiende como relación fenomenológica. Se trata de una relación que supone la vivencia de un hecho. El cómo se vive este hecho es un problema que está en discusión.
Ludwig Wittgenstein propone al hecho como una estructura de objetos, un estado de objetos. En otras palabras, estamos hablando del hecho como un conjunto de relaciones entre objetos. Esta proposición teórica de lo que es el hecho, es el núcleo lógico, la unidad lógica, de una proposición de generalización. Proposición a la que se llega inductivamente: la realidad es la totalidad de todos los hechos. Conectando esta proposición con la anterior, se entiende que, la realidad es la totalidad de todas las relaciones dadas entre objetos. La totalidad de todas las estructuras, de todas las composiciones, dadas entre conjuntos de objetos. La figura clave es aquí la relación. Relación entre objetos, relación entre hechos, relación con los hechos. Cómo no dejar de suponer, de establecer referentes, porque cuando alguien habla lo hace desde un lugar. Vamos a comenzar a enunciar nuestros supuestos, como se dice de otra manera, a establecer nuestros referentes.
La “primera” relación, aquella que se refiere a la relación entre objetos, la definiremos como una relación “objetiva”. Con esto queremos decir que se trata de una relación entre objetos; relación entendida como dada “independientemente”. La “segunda” relación, la que se da entre los hechos, la definiremos como una relación de “perspectiva”. Con esto queremos decir que depende desde donde se observe; también depende de cómo se ordenen los hechos. Esta perspectiva supone un centro, un ángulo de observación, desde donde se visualizan relaciones de hechos. No se olvide que cuando decimos perspectiva estamos aludiendo a una construcción, si se quiere, reconstrucción de las relaciones entre hechos. Esta ubicuidad es pues una referencia, en el sentido más señalado del término. Esta ubicuidad es un punto de partida. La premisa factual de la cual se parte para inferir. Aquí el alguien puede pretender estar ausente, aunque esté localizado en un punto en el espacio y en el tiempo. Sin embargo, esta forma de estar ausente es un modo de estar en alguna parte. Es también una manera de existir. Este ponerse para observar es más que una premisa; es una pre-suposición factual, empírica. Basta trasladarnos de un punto de observación a otro para relativizar las relaciones construidas entre conjuntos de hechos. La “tercera”relación, la relativa a la relación con los hechos, hablamos de la relación de alguien con los hechos, la definiremos como una relación fenomenológica. Con esto queremos decir varias cosas a la vez; que se trata de una relación vital, de una relación que estimula respuestas de ese alguien en un entrono de objetos que los rodean. Hablamos de una relación simbólica, en la medida que ese alguien asume la permutabilidad, como la conmutatibilidad, así como la sustitución, de los objetos, unos por otros. Esta acepción de la relación con los hechos como relación simbólica supone, a su vez, un ámbito cultural, un contexto social, una época histórica. La relación simbólica nos lleva también al proceso representativo, proceso que no podemos reducir a la formación del “conocimiento”.
En lo referente a la relación con los hechos, la pregunta fundamental es ¿si esta relación supone un sujeto? Ya entendamos por sujeto al sujeto de conocimiento, al sujeto del lenguaje, al sujeto simbólico, al sujeto social. ¿Es posible una relación con los hechos sin sujeto? Esta posibilidad ha sido formulada de distintas maneras y desde distintas intenciones, que traen a colación diferentes connotaciones significativas. El positivismo anuló al sujeto para atribuir validez objetiva al conocimiento científico. El estructuralismo prescinde del sujeto porque considera que las estructuras de relaciones de combinación y de relaciones de trasformación condicionan, si es que no decimos determinan, las equilibraciones, las adecuaciones, las autorregulaciones, de sistemas lógicos, de sistemas de percepción, de sistemas de comportamientos, de sistemas de representación. Hablamos de una estructura de relaciones sin sujeto.
Desde otro lugar, el de las teorías nómadas, también se suspende al sujeto. La crítica epistemológica, entendido a ésta como la crítica desde los procesos formativos, pone en suspenso al sujeto. La crítica “deseante”, critica al supuesto del sujeto como un prejuicio edípico y etnocéntrico, considera al sujeto como un supuesto que hay que destruir, para escapar a la mirada del amo, a la perspectiva del poder. Esta muerte del sujeto retoma la crítica nietzscheana a los valores, como fuentes de conocimiento. Opuestas a esta muerte del sujeto están las corrientes teóricas, disciplinas, religiones, que trazan su perspectiva, que construyen su conocimiento, que definen su fe, a partir de alguien. Alguien, que no solamente es ubicuidad, localización, centro, sino es, sobre todo, capacidad de ser. El único punto posible para hablar de una relación social, inter-subjetiva, “entre-subjetiva”, de una relación con la realidad, de una relación de conocimiento, de una relación con Dios.
¿Por qué la discusión acerca de la “existencia” del sujeto es imprescindible para dilucidar la problemática apreciación de lo que es el hecho? Porque en el fondo esto es discutir si es posible, lógicamente posible, hablar de conocimiento objetivo. De lo contrario, el recurso de la lógica, del lenguaje, de los instrumentos, convierte a todo conocimiento en un conocimiento subjetivo. Dicho de otra forma, solo si logramos cierta manipulación controlada sobre los hechos, podremos hablar de condiciones iniciales, como causa de determinado resultado. Suponiendo una regularidad detectada y aceptada como ley. Esta manipulación supone a alguien que manipula, alguien que no puede ser otra cosa que un sujeto consciente de sus intereses. Un sujeto también “in-consciente” de sus intencionalidades. Si este sujeto no se encuentra, se encuentra ausente, al momento de la investigación científica, yendo más lejos, si este sujeto literalmente no “existe”, porque este sujeto es un supuesto del lenguaje, entonces podremos hablar de un conocimiento objetivo. Conocimiento que reproduce representativamente, es decir, explicativamente, las leyes naturales, por mediación “instrumental”.
Suponer que “existe” el sujeto, como también suponer que no “existe”, es proponer una hipótesis, una premisa de la que partimos, para poder inferir un conjunto de relaciones ordenadas, a partir de esta presencia o de esta ausencia. El sentido derivado de la presencia del sujeto se produce como campo semántico significativo de vivencias. En tanto se habla de sentido como derivado de la ausencia del sujeto, nos referimos a la descripción, en sentido pleno, de la realidad. Desde esta perspectiva, el campo semántico es entendido como sistema lógico; las figuras inscritas en la realidad son dichas en términos de proposiciones contrastables. En otras palabras, la presencia o la ausencia del sujeto anticipan un sentido. Con el agravante que este sentido, en una u otra dirección, se remite a la presencia o la ausencia del sujeto. No hay sentido sin este goce o esta carencia, sin esta plenitud o esta falta. ¿No son acaso dos discursos que hablan de lo mismo, aunque lo hagan de distinto modo?
Las dos caras de la misma moneda, el Yo y lo Otro; un mismo círculo vicioso en el que cae también el psicoanálisis cuando habla del Yo y el Otro. Lo Otro y el Otro no son más que la otredad del Yo. El Yo se constituye como premisa, que es lo mismo que decir, aunque no lo crean los llamados “lacanianos”, anticipación, del Otro.
Desde la otra perspectiva, el Yo se constituye después, a posteriori, como conocimiento objetivo, “conciencia” científica, racionalidad. Se habla de lo mismo; el que habla no es el Yo, ello habla. En el otro caso, habla el Yo. Lo Otro, el Otro, son referencias “existenciales” del Yo. El Yo es su identidad. Lo que queremos decir es que la discusión entre el psicoanálisis y la “Psicología General” es una discusión falsa, que la discusión entre subjetivismo y objetivismo, la discusión entre “humanismo” y positivismo, es una discusión falsa. Estas discusiones dan vueltas alrededor de un falso problema. Las llamadas ciencias “humanas”, ciencias del espíritu, incluso cuando se habla del “fantasma” del inconsciente, así como las llamadas ciencias naturales, no dejan de proyectar su antropomorfismo, de manera visible o de manera opaca. No dejan de presuponer valores; lo que es lo mismo, perseguir valores.
Volviendo al problema de la reflexión, al sentido del hecho, a lo que es el hecho. Se entiende como una relación de objetos, ya se entienda esta relación como un orden o como un campo de relaciones, como un ámbito de probabilidades. Un objeto es tal sólo en relación a otro objeto. Esto quiere decir que no hay un objeto, sino en un contexto de objetos. También quiere decir que un objeto es tal para alguien; que esta relación de objetos, es decir, el hecho, es eso, orden, campo, ámbito, desde una perspectiva. En tanto que “ángulo de visión”, este alguien se resume a ser una referencia, a partir de la cual se produce un “centramiento”. En cuanto este alguien asume su percepción el campo de objetos se trueca en un entorno vivencial. Se vive el campo de objetos como hábitat constitutivo. Sin embargo, este alguien se reconoce como tal en referencia a otro. Esta relación de reconocimiento no convierte a alguien en sujeto, pues alguien excede al sujeto. La relación de reconocimiento, que es una relación simbólica, herencia de la emulación, huella de la señales, es convertida en inter-subjetividad a través del lenguaje. En este sentido se puede entender cuando se dice que el sujeto es el lenguaje.
Es como decir que es habitante de este medio transitivo de signos a descifrar. Desde esta perspectiva, el sujeto no es una inmanencia, sino un afuera de este alguien que vive el lenguaje como exteriorización. El problema es que este sujeto enuncia la situación del hecho haciendo uso del medio transitivo del lenguaje. Lo que hace que el hecho sea una proposición, aunque no pueda reducirse a ser una proposición lógica contrastable. Rescatemos por eso al hecho como producto, como un campo de objetos que se hace, que se va dando como objetividad, desde una perspectiva. Percepción de alguien, que asume la relación como vivencia. Como esta vivencia se transmite al lenguaje, transita en el lenguaje, la vivencia intencional es significada como demanda inter-subjetiva.
Capítulo III
I. NOTAS ACERCA DE LA COGNOBILIDAD DE LA FORMACION ECONOMICO-SOCIAL BOLIVIANA
La formación económico-social boliviana no es una formación descifrable a partir de cualquier fecha significativa (1825, 1899, 1932,1952). Todos estos momentos del tiempo son puntos circunscritos a procesos de formación de largo alcance. La importancia de estos momentos radica en su lugar de saturación, instante de ruptura. El punto de inflexión se debe al fenómeno de acumulación histórica, acumulación cuantitativa de prácticas, que presionan sobre la materia de las relaciones sociales estructurales en un período histórico. La ruptura se debe a la decisión de colectividades dispuestas a enfrentarse a la forma de dominación imperante. En este sentido, las llamadas fechas “históricas” se ubican en ámbitos de procesos, cuyas temporalidades no son cronológicas, sino que corresponden a distintos ritmos de formación y constitución.
Concretamente, proponemos revisar aquella caracterización nacional a partir de la revolución de 1952. Son evidentes las repercusiones políticas y sociales de este acontecimiento revolucionario (nacionalización de las minas, reforma agraria, voto universal, reforma educativa). De lo que se trata es de situar este acontecimiento político en el conjunto de historias alternativas y simultáneas (nacionalidades, culturales, pervivencias andina, pervivencias coloniales, historia del capitalismo). No colocarlo en un punto de origen, a partir del cual comienza una nueva historia. Esto último no es más que discurso “ideológico”.
Si tomamos en consideración una de las medidas políticas de la revolución mencionada; por ejemplo, la reforma agraria, veremos más bien una “dialéctica” de continuidad y ruptura, respecto de lo que se suele llamar “pasado”. Durante el siglo XIX, también durante la primera mitad del siglo XX, se vive en el espacio agrario tres procesos direccionales de constitución y reconstitución de territorialidades: a) concentración de tierras por parte de las haciendas; b) mercantilización de tierras a través del circuito comercial (propiedades mercantiles medianas y pequeñas); y c) actualización de los ayllus por medo de prácticas de resistencia, como de reciprocidad, aunque también conjugando mediaciones, en relación a las estructuras de poder (caciques). De estas direccionalidades en formación, como también consolidadas en este devenir, la reforma agraria excluye dos: la primera y la última. Se decreta la desaparición de las haciendas conjuntamente a la disolución de los ayllus. No nos olvidemos que hasta la Reforma Agraria de 1953 había más de 7.000 comunidades reconocidas. Desde esta perspectiva la reforma agraria continúa una de las direccionalidades agrarias anteriores, convirtiéndola en el eje orientador de los procesos agrarios posteriores. Aunque también descarta la viabilización de la continuidad de la concentración de tierras en forma de haciendas coloniales. De este modo ocurre una ruptura. También rompe con la heredad del archipiélago andino que es el ayllu.
Así, como hemos visto, los procesos de formación social, en su densidad histórica, no se los puede reducir a una representación, en función de un sola línea; “a partir de la revolución nacional de 1952”, “El Estado posterior a 1952”. Esto es solamente ver una de las direcciones conjugadas en el momento de discusión. Por eso preferimos percibir aquellos momentos de saturación y de densidad social desde ámbitos temporales más amplios.
La formación económico-social boliviana tiene una procedencia variada: archipiélago andino, colonia, guerras de resistencia, guerra de la independencia, guerra federal de 1899, guerras nacionales, insurgencia de las nacionalidades, insurrección obrera, revolución de 1952. Esta procedencia se dispersa en el espacio y el tiempo de la formación social. Se abigarra, se combina, se articula, de distintas maneras. No hay pues un origen, tampoco un desarrollo histórico unidimensional pre-establecido. Lo que hay es una procedencia múltiple, además de una multilateralidad histórica. Las diferencias se entrecruzan y sobredeterminan las periodizaciones históricas de la formación social.
Sin embargo, el momento, la coyuntura, son específicos; se trata de modos de actualización de la procedencia histórica de la formación social. En otras palabras, en este punto, el problema es la emergencia de aquella procedencia. El modo como emerge en el presente una formación social abigarrada. En este sentido, de lo que se trata es de reconocer en el presente los lugares, los procesos, los pesos, de las direcciones que se juegan en función de la procedencia histórica.
Lo que corresponde, desde una perspectiva transformadora, es de avizorar las posibilidades de ruptura en el presente; no a partir de un discurso inflado de deseos, tampoco a partir del postulado del deber-ser, sino identificando las condiciones concretas de la subversión de la praxis. La utopía concreta es esto: realización de lo posible, potenciar las posibilidades latentes de la constitución integradora de los sujetos, creación de disponibilidades sociales a partir de las vinculaciones históricas de la procedencia.
Conocer la realidad en proceso de la formación económico-social boliviana significa hurgar, sugerir su representación, su cognocibilidad, a partir de las certezas colectivas, de los arquetipos culturales, de la configuración de sus contradictorias presencias sociales, del recorrido de las prácticas diversas, de la genealogía de la procedencia, de la visualización militante de la emergencia.
Un “conocimiento” integral de esta totalidad, connota descentrarse de una metodología hipotética, de un supuesto de linealidad unidimensional histórica, de una instrumentación deductiva de la investigación. Lo que se requiere es construir metodologías apropiadas a los desafíos de la realidad, tener la capacidad de instrumentar categorías “dialécticas” pertinentes a una nueva forma de pensamiento (forma topológica de pensamiento). Proponer técnicas de medición de apertura, que dimensionen la multilateralidad y la diversidad. Sugerir explicaciones abstracto-concretas de las realidades de estudio. Lo que proponemos es un descentramiento urgente del eurocentrismo heredado, como también de un positivismo metodológico, así como de una filosofía metafísica.
Las formas de aprobación representativa de la realidad, apropiadas a un conocimiento de lo concreto, son las que involucran la participación de los sujetos colectivos en la construcción de un conocimiento ordenado (científico). Estas formas de cognocibilidad suponen el diagnóstico de las regiones-objeto-de-conocimiento, como también la articulación multirregional, así como establecer la relación entre explicación rigurosa y transformación de la realidad. Este descentramiento metodológico implica la incorporación del sujeto social a la investigación, el compromiso del sujeto social y el investigador en conocimiento de las problemáticas sociales. La incorporación participativa a la aprehensión y comprensión colectivas, construyendo “conocimiento” con las organizaciones representativas de las clases explotadas, de las identidades colectivas. En otras palabras, es indispensable descentrar la “ciencia” del supuesto de neutralidad. Vincularla a los espacios de prácticas donde los sujetos sociales disputan su devenir. El problema puntual es el siguiente: construir conocimiento, no parafrasear discursos teórico reductivos.
En una formación económico-social, el espesor territorial es constitutivo de su ser histórico. Acontece una memoria territorial, una inscripción sobre la tierra, que se actualiza o se olvida. La actualización depende de las formaciones territoriales, de la forma como condicionan la tierra las relaciones sociales o como éstas asumen la tierra.
Bajo estas consideraciones se dan formaciones sociales que más se acercan a ser “máquinas” territoriales. El espacio de la tierra actúa sobre la memoria de los cuerpos, distribuye sus movimientos, engendra sus descendencias, conecta sus alianzas, marca sus recorridos. La tierra es la matriz, la unidad, en tanto que los cuerpos se dividen, se organizan, se jerarquizan.
Otras formaciones sociales producen escisiones en la tierra, se cortan porciones, se administra fracciones de tierra. En este caso el Estado es el cuerpo engendrado. Una burocracia completa vincula lo diverso. De la identidad territorial hemos pasado a la identidad burocrática.
Por otra parte, las formaciones económico sociales afectadas, transformadas, por el capitalismo, dan lugar a procesos de desterritorialización. Las localizaciones, el espacio concreto, desaparecen, así como se disemina la conexidad complementaria del espacio, conexidad dada en su variabilidad ecológica. Aparece otra configuración, abstracta, signada por la descodificación; configuración indiferente, reductora de las presencias culturales a meros hechos de circulación.
Estas expresiones territoriales no han permanecido en estado puro, tampoco han desaparecido plenamente para dar lugar al desierto capitalista, sino que, dependiendo de la formación social específica, se combinan, se entrecruzan, se sumergen o, en su caso, emergen planteando su factualidad subversiva.
Otra de las conclusiones objetivas existenciales de la formación económico-social es la densidad biosocial de la reproducción demográfica. La población es el cuerpo deseante del sujeto social. Saber y fuerza, producción y representación, se ensimisman en los conglomerados poblacionales. En este sentido la reproducción demográfica es estrategia de poder y conocimiento de sí mismo.
La memoria cultural escrita en la tierra y en la carne constituye un a priori histórico de las formaciones económico-sociales.
2. Reproducción demográfica y estrategias de poder
La reproducción demográfica es la forma como una población da lugar a su sobrevivencia y a su crecimiento. Cuando hablamos de sobrevivencia estamos refiriéndonos, además de la relación establecida entre fecundidad y mortalidad, al modo como un conjunto demográfico conserva su vida, le da una dirección, la adapta a las condiciones históricas, la transforma modificando sus propias condiciones. Cuando hablamos de crecimiento demográfico tratamos de visualizar la expansión poblacional, la densidad de los asentamientos humanos, el desarrollo de las estructuras demográficas en el ámbito de las relaciones sociales. Sobrevivencia y crecimiento apuntan a lugares vitales de la existencia de una población; en este sentido, la demografía se coloca como un umbral epistemológico entre lo biológico y lo social.
El cuerpo, la organización corporal, su funcionamiento, su vinculación con el medio de existencia, establecen conexiones propiamente biológicas. En un espacio más específico, en el espacio somático, la gestación, la procreación, la fertilidad, son también conexiones biológicas en el fenómeno de la fecundidad. Por otra parte, el uso del cuerpo, el conocimiento del mismo, sus relaciones con los demás cuerpos, los modos de vida, sus estrategias, connotan más bien conexiones sociales. Ninguna de estas conexiones, tanto biológicas como sociales, se dan en su pureza aislada; al contrario, son conexiones ligadas, cruzadas, articuladas entre sí.
La vida como disposición orgánica, como actitud somática ante la naturaleza, como carga de impulsos, como carga instintiva, es también vida social; vinculaciones simbólicas, formaciones representativas, instrumentalizaciones tecnológicas, prácticas económico-políticas, pasiones sociales, utopías históricas, se muestran como realizaciones culturales.
El acto reproductivo es pues un acontecimiento biológico-social. En este contexto la “variable” de fecundidad es un recorte cuantitativo (demográfico) en la totalidad de los sucesos reproductivos. Si encontramos diferencias de magnitud en la fecundidad cuando pasamos de una región a otra, cuando nos movemos de un período a otro, cuando nos trasladamos de estrato social, de espacio cultural, la explicación de estas diferencias no se circunscribe al ámbito meramente demográfico, sino que es importante entender el juego de las asociaciones biológico-sociales, que sobredeterminan los comportamientos de masa en lo que se refiere a la reproducción.
Desde este punto de vista, sorprende encontrarse con discursos que sugieren acomodar a todas las regiones demográficas a un modelo de comportamiento reproductivo. Así como unos pretenden adaptar las necesidades sociales de la nación a las demandad del mercado mundial, otros buscan disciplinar los comportamientos reproductivos a los niveles de fecundidad de la sociedad burguesa post-moderna. La llamada planificación familiar no es otra cosa.
Consecuentes con este discurso “ideológico” neoliberal y neomalthusiano, se encuentran las investigaciones funcionalistas. Estudios que recortan el espacio de sus investigaciones a fenómenos susceptibles de verificar sus hipótesis analíticas. Es interesante este comportamiento tautológico, que busca en la realidad los lugares que repiten la memoria egocéntrica de una “ciencia” enamorada de sí misma. Evidentemente no se trata sólo de narcisismo intelectual, este aspecto es sólo una forma de presentación del problema. Hay otros aspectos sustantivos; las intencionalidades de intereses económico-políticos inmanentes a los programas de investigación. Descartemos la neutralidad de la “ciencia” y de la “tecnología”. Al ser estos campos productos sociales, están preñados como tales por impulsos e intencionalidades políticas. La “ideología” y la “ciencia” no son pues separables, salvo para quienes estén interesados en ilusionarse con separaciones abstractas. Desde esta perspectiva, la conjunción de “ciencia”, “ideología” y tecnología forma lo que Foucault llama estratos de saber; conexiones entre lo visible y lo decible social, conexiones conformadas por estrategias de poder. Comprendiendo el poder como dimensión ciega de las fuerzas en acción.
Por eso, lo que queremos saber de nosotros mismos, aunque este nosotros involucre grupos sociales diferentes, aunque sea una enunciación que reclama nuestra procedencia múltiple, debe ser discutido y no impuesto.
Las investigaciones funcionalistas sobre la fecundidad y la planificación familiar, están ligadas estrechamente a políticas disciplinarias, que buscan normalizar los comportamientos reproductivos según los parámetros familiares desarrollados en formaciones sociales del capitalismo tardío. Nuestra formación social (la boliviana) contiene su propia identidad. Hablando de modo genealógico, actualiza de forma concreta su propia procedencia; emerge con sus procedencias disponibles. Esta emergencia afecta al fenómeno biológico-social de la reproducción de los comportamientos de sobrevivencia y crecimiento. Un condicionamiento extensivo y múltiple concurre con las economías campesinas. Economías de codeterminación, articuladoras de espacios de distribución de productos; los de reciprocidad y los del mercado. Economías que administran distribuidos productos y recursos. Economías aparentemente parcelarias, pero, que , en cuanto al trabajo, recurren a la estrategia de alianzas, condicionan comportamientos reproductivos atingentes a las direcciones trazadas por los recorridos y las huellas culturales de formaciones sociales territoriales.
Desde otro ángulo, la economía capitalista, más que ofrecer una tipología única del comportamiento reproductivo, nos muestra, en el transcurso de sus periodizaciones, una movilidad y combinación abierta de comportamientos reproductivos: los migrantes, con sus traslados culturales, las clases sociales, trasformando sus estructuras demográficas diferenciales. Transcurre pues un dimensionamiento bio-social en el devenir de las formaciones sociales.
3. Historia demográfica de los diagramas de fuerza
De la visita general ordenada por el Virrey Toledo a la enumeración completa llevada a cabo en la gestión del Duque de La Palata, pasaron 110 años; durante los cuales la población “autóctona” disminuyó en un 42%. El año 1573 la visita cuantificó a 161.095 habitantes “aborígenes” en diez provincias del llamado Alto Perú, la enumeración general del año 1683 arrojó tan sólo 93.331 habitantes; es decir, 67.764 personas menos. ¿Cuál es la causa de semejante disminución?
Desde la perspectiva del poder, desde la percepción métrica, que define las necesidades del régimen fiscal colonial, la población “indígena” es clasificada en función de la relación con los tributarios; en otras palabras, de aquellos que estaban en condición de tributar: hombres comprendidos entre los 18 y 50 años. Los habitantes inmediatamente menores a estos fueron nombrados como próximos. En cambio, los mayores de los 50 años se denominaron reservados; compartiendo este denominativo con los niños y las mujeres. La enumeración efectuada durante el Virreinato De La Palata desagrega aún más la clasificación; distingue originarios de forasteros. “El duque De La Plata se tomó además la molestia de distinguir entre los adultos, cuántos hombres eran originarios y cuántos forasteros. Los originarios eran los miembros de las comunidades sujetos al servicio de mita tributo, sucesores directos de los aborígenes que Toledo redujo en pueblos. Originario equivalía todavía entonces a tributario. Los forasteros eran, por el contrario, lo indios huidos y sus descendientes, quienes, al haber roto los lazos que los unían a la comunidad de origen, habían quedado al margen del sistema fiscal y por ende de hecho de toda carga”.
La encomienda, la mita, la tributación, diseñaron una forma de dominación, la que recargaba un conjunto de dispositivos de poder sobre el ayllu. Una forma de resistencia al sistema fiscal colonial y a las relaciones de obligatoriedad fue la huida de la comunidad sometida. La búsqueda de un refugio en otras comunidades, en lugares recónditos, donde no llegarían los caciques, los lazos fiscales de cobro del tributo, como también las exigencias de la mita. Esta redistribución poblacional obligó recurrir a ajustes en el ordenamiento fiscal, que involucren a los forasteros en el pago del tributo. Sin embargo, estos ajustes significaron también nuevos desglosamientos en la clasificación demográfica de los “contribuyentes”. Otra forma de resistencia fue el cambio de su condición tributaria en la misma comunidad de origen, resguardándose, mediante artificio, de pagar la carga impositiva. Aunque, con el recurso a esta táctica, perdía, en parte, sus privilegios como originario. Esta pérdida podía ser compensada a través de las relaciones familiares, por medio de parientes que conservaban su condición tributaria de originarios.
Treinta y un años después de la Independencia el presidente del Tribunal General de los Valores revisó el informe pormenorizado sobre la situación de los “contribuyentes”. Esta revisión general fue encomendada por “orden suprema del Gobierno”. Para tal efecto se tuvieron a mano “las matrículas por las que se cobraba la contribución indigenal, a la vez que los libros de cuentas del Tesoro Público”. Los resultados de esta revisión general cuantificaron 134.695 contribuyentes de diversa índole: originarios (con tierra, sin tierra), agregados (con tierra, sin tierra), forasteros (con tierra, sin tierra) y yanaconas, uros y vagos.
Sánchez-Albornóz hace notar que las denominaciones de “agregados” y “forasteros” se refieren a características similares de una población que habitaba bajo condiciones homogéneas. Los “agregados” se caracterizaron de acuerdo a su función ocupacional, como también respecto a su relación de residencia; en tanto que los “forasteros” expresaban su situación fiscal, como su código social. Estas disquisiciones hablan más de la compleja distribución de la población que de las certezas de las reformas fiscales. El duque de La Palata describía a los agregados del siguiente modo: “Los indios agregados a las haciendas, que en estas provincias llaman arrenderos, ganan el mismo jornal que los voluntarios y mitayos, aunque les den tierras”.
Los agregados son pues, en el desplazamiento poblacional, también forasteros; se trata de personas que se ocuparon en las haciendas. Son forasteros empleados en estos fundos. Si bien los agregados fueron nombrados en diversos discursos y escritos, no fueron tomados en cuenta fiscalmente durante la colonia; sin embargo, estos aparecen en tal condición en la república. ¿Cuál es la razón de esta presencia? ¿Porqué se complejiza el régimen fiscal en lugar de simplificarse? ¿Qué intencionalidad se traza en los procedimientos del Tribunal de Valores de Bolivia? ¿Será que la “burocracia republicana involucionó”, a decir de Nicolás Sánchez Albornóz?
De los 134.695 contribuyentes, el 24,3% se categorizaba como originario, el 21,56% se catalogó como agregado, el 31,33% se clasificó como forastero y el 22,82% se contabilizó como “yanaconas, urus y vagos”. Independientemente del “interés” por la simplificación tributaria, el informe del Tribunal General de valores ofrece la oportunidad de visualizar el movimiento de estratificación, heredado de la Colonia. Sociológicamente no todos los tributarios son iguales. Lo que interesa, en este caso, es entender la red de relaciones abigarradas inscritas es un modo de acumulación tributario.
Una segunda mayoría de la población “indígena” está compuesta por los llamados forasteros (42.207 “contribuyentes”); sin mucha diferencia participativa de estos, los “yanaconas, urus y vagos” conforman un “minoría” poblacional: 30.738 personas. Estos últimos prácticamente no tenían acceso a la tierra. Los forasteros, en cambio, aunque hablamos de una minoría de éstos, podían disponer de tierras; es decir, un 2,5% del total de “contribuyentes”. También los agregados tenían acceso a la tierra, aunque en una proporción menor (1,56% del total de la población “autóctona”); estamos hablando de 2.096 agregados con tierras.
Sorprendentemente se encuentran originarios sin tierras; 5.613 de los radicados en su propia comunidad no cuentan con acceso a la tierra; esto significa un 4,17% de los “contribuyentes”. A propósito hay que tener en cuenta la localización de estos originarios sin tierra; 167 corresponden a Arque, en tanto que 5.446 son relativos a Moxos. Para Matías Bernal, oficial interino de la Contaduría de Retasas, bajo la jurisdicción del Virreinato del Río de La Plata, no hay originarios sin tierra. Desde este punto de vista, el caso de Moxos y el de Arque se deberían a problemas procedimentales, a variaciones en las consideraciones enumerativas desde el Virrey Toledo hasta la revisión general de 1856. Este es el criterio de Sánchez-Albornóz: “A partir de su propia definición Bernal no admite, con razón, la existencia de originarios sin tierra. Los antepasados de los 5.446 que aparecerían en 1856 residiendo en Moxos como tales, como nunca fueron en efecto repartidos ni tasados por Toledo, quien no llegó a conquistar ese vasto territorio de selva tropical. La incorporación al tributo es, pues, posterior, en circunstancias todavía por aclarar. Los 167 originarios sin tierra en Arque, mencionados también en el estado del Tribunal de Valores, constituyen asimismo un caso aparte”.
Originarios, forasteros, agregados, yanaconas, urus y vagos conforman pues la clasificación social, visualizada desde la mirada burocrática del poder derivada de la disgregación de los ayllus. A lo largo del tiempo los originarios disminuyeron notablemente su participación demográfica, aumentando en cambio la de los forasteros. Estos últimos que equivalían a “indio sin tierra” comenzaron a tener acceso a la misma. Fueron aprovechados espacios de tierra dejados por la comunidad a los forasteros; en principio, en calidad de posesión aunque después, en algunos casos, la posesión se converte en tenencia efectiva.
DECREMENTO DEMOGRAFICO EN DIEZ |
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REPARTIMIENTOS DEL ALTO PERU (1573-1683) |
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1573 |
1683 |
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Repartimiento |
Pob. |
Pobl. |
Particip. |
Pobl. |
Pobl. |
Particip. |
% Variac |
||||
Yamparáes |
6,956 |
1,861 |
26.7 |
2.643 |
1.224 |
28,3 |
-38 |
||||
Tomina |
2,876 |
531 |
18.5 |
1.870 |
509 |
27,2 |
-35 |
||||
Porco |
17,086 |
3,733 |
21.9 |
15.944 |
4.543 |
28,5 |
-7 |
||||
Chayanta |
30,605 |
5,759 |
18.8 |
26.467 |
7.997 |
30,2 |
-14 |
||||
Tarija |
3,168 |
833 |
26.3 |
4.572 |
1.323 |
28,9 |
44 |
||||
Sicasica |
16,303 |
3.445 |
21.1 |
12.220 |
3.442 |
28,2 |
-25 |
||||
Cochabamba |
15,476 |
3.180 |
20.5 |
6.356 |
1.794 |
28,2 |
-59 |
||||
Mizque |
6,25 |
1.308 |
20.9 |
3.128 |
805 |
25,7 |
-50 |
||||
Carangas |
28,682 |
6.254 |
21.8 |
8.382 |
2.580 |
30,8 |
-71 |
||||
Paria |
33,711 |
7.717 |
29.9 |
10.065 |
2.779 |
27,6 |
-70 |
||||
Total |
161095 |
34.621 |
21,5 |
93.331 |
26.996 |
28,9 |
-42 |
||||
* Cuadro elaborado en base a la información dada por la vista general (1573) y por la enumeración completa de la población (1683). Información ordenada por Sánchez-Albornóz en el Cuadro sobre la Variación de la Población Indígena en Diez Repartimientos entre 1573-1683.
4. Sujetos sociales y relaciones de poder en los Andes
Es indudable que las estructuras de poder en Bolivia, en los 75 últimos años del siglo XIX, que se desarrollan después de la independencia, se establecen sobre una materia de poder, sobre el objeto concreto de la política republicana; esto es, sobre la población “indígena”. De acuerdo a cálculos efectuados por Sánchez-Albornóz, en 1856 el 43.7% de la población boliviana era “aborigen”; se trata de 642.500 pobladores de entonces. De los cuales el 21% era contribuyente (hombres comprendidos entre 18 y 50 años). El tributo “indígena” formaba parte importante del excedente republicano, sobre el cual la Administración fiscal recaía celosamente, a través de una contabilidad cuidadosa de los recursos de las comunidades. Las redes económicas tributarias, los circuitos comerciales, se cruzaban en los recorridos de reciprocidades, tejiendo una maraña envolvente alrededor de los ayllus; logrando, aparentemente, incorporarlos a una estructura de poder, cuya procedencia es colonial.
Las relaciones interétnicas, las estratificaciones sociales “indígenas”, se conectaban con las relaciones económico-sociales, distribuidas entre criollos y mestizos. Es así como hacendados, mineros (propietarios), comerciantes, artesanos, jornaleros, clases medias, se conectaban de manera diversa con originarios, agregados, forasteros, yanaconas, urus y vagos. En este medio de conexiones sociales las relaciones entre unos y otros eran cualitativamente diferentes, además de tener distinto peso social en el contexto de relaciones. Por otra parte, estas conexiones se situaban, se daban lugar, en el funcionamiento de un conjunto de mediaciones organizativas del panorama económico-político. Inmanente a este funcionamiento se desplazan las estrategias de poder; las relaciones de fuerza, que configuran un diagrama de poder, articulaban las instancias mediadoras y las prácticas sociales. A nosotros nos interesa estudiar este ejercicio de poder; es decir, estudiar los procedimientos políticos, las instrumentaciones operativas, que se aplicaron sobre la población “indígena”.
Es importante evitar el fetiche, escapar a la visión del ser en su apariencia. Ahora entendemos las cosas de otra manera, el presente afecta la perspectiva histórica ¿Debemos evitar que esta manera se imponga? ¿Para atacar los males del presente es indispensable convertir en paraíso el pasado? ¿O al revés, como hacen aquellos que buscan justificar la democracia actual, desprestigiar las formas sociales vividas? En el centro del dilema se encuentra la sociedad colonial. ¿Momento de rupturas? De modo distinto, más parece ser una incrustación en el ser de la mundanidad andina, mundanidad desorganizada por la Conquista. Todo vuelve a reaparecer; el archipiélago territorial, aunque ya no en su forma ancestral; el recorrido de las reciprocidades, aunque trastocadas en su contenido y desviadas en sus estrategias de poder. La mita, sin su objetivo de obras colectivas; la religiosidad del pacha, sin embargo, abusada en su interpretación, usada para reverenciar al la religión cristiana. Religión del pan, del vino y del cuerpo.
Aparecen nuevos elementos; la propiedad privada de la tierra, el fraccionamiento del espacio, la espada y la pólvora, la cruz y la sotana, la encomienda y la oscuridad de los socavones. A fines del siglo XIX, comienzos del siglo XX, se incorpora también la versión abstracta del dinero, el capital. Aunque ya antes se acuña la versión mercantil del dinero. Todas estas presencias históricas, parecen no hacer otra cosa que administrar de otra forma las mismas constantes, también históricas. La procedencia de la formación social se repite, si bien cambiando de rostro, actualizando un retorno en combinaciones distintas, materializando modos de producción incorporados a la universalidad del capital. Lo que emerge siempre es lo mismo en versiones corregidas. Dicho en otras palabras, lo que cambia siempre es lo distinto de una constante histórica; la huella de un memoria que vive de cara a un sueño de futuro.
5. La huella des los acontecimientos
¿Qué huella dejan los acontecimientos? ¿Cuál es la memoria que hace un recuento de los mismos? La memoria no puede separarse de su forma, de sus medios, de sus técnicas, de sus instrumentos, de su escritura, de su transmisión (oral o gráfica), de su espaciamiento propio. Las sociedades, las clases sociales, las culturas, las regiones cuentan con sus métodos, procedimientos, pertinentes de memoria. Las sociedades andinas cuenta en su haber con variados procedimientos; transmisión oral, pictogramas, ideogramas, quipus, grabaciones en piedras, ritos. Después de la conquista se yuxtaponen otras formas de memoria; los cronistas, la escritura fonológica, los informes administrativos, las cartas, los padrones, los registros parroquiales, las revisitas coloniales. Hoy en día la reconstrucción, la descripción, las interpretaciones históricas se han convertido en metodologías de la memoria social. ¿Qué es lo que se reconstruye, lo que se describe, lo que se interpreta? ¿Acontecimientos vividos? ¿O se trata de problemas de legitimidad de la “ideología” del presente, legitimación que se constituye de modo histórico? Dicho de otra manera, todo parece indicar que se actualiza el “pasado” con procedimientos contemporáneos.
Lo cierto es que se vive, que se ha vivido acontecimientos sociales, que han dejado huella, no siempre descifrable, muchas veces ininteligible. Y no sabemos hasta que punto incognoscible. Momentos de intensidad social se establecen como referencia, los quiebres se convierten en hitos, ciertos recorridos se transforman en direccionalidades que se reproducen, hay presencias que trascienden, hay inmanencias que emergen.
Por otra parte, es urgente considerar no una sola práctica de memoria, la hegemónica, la dominante; es menester incorporar las percepciones de las distintas clases sociales, de las diferentes regiones, de los correspondientes estratos generacionales, las vivencias representativas de las extensiones y de las dispersiones culturales. En este sentido, la historia no es una cronología de hechos, un recuerdo de sucesivos lugares y momentos, una linealidad de épocas, una periodización de modos de producción. La historia es combinada, distribuida, conectada, cruzada por heterogéneas temporalidades. Vivencias sociales que se yuxtaponen, se dan como procesos simultáneos. Parte de estos procesos se esconden como posibilidades latentes para reaparecer en una combinación no estimada de fuerzas; otros procesos se presentan descarnadamente, para luego ocultarse o confundirse en combinaciones coyunturales ambiguas. Todos los procesos comparten una suerte de diseminación espacio-temporal; todos los procesos históricos están presentes de distintos modos.
De los acontecimientos sustantivos desatados en una formación social, el que exige las mayores disponibilidades de parte de sus fuerzas componentes, por lo menos de los sectores más significativos de un período histórico, es el de la movilización de masas en un momento revolucionario.
¿Qué es lo que se concentra, lo que se concatena en un momento tal? La multitudinaria conexión de voluntades, la identificación de opciones que presionan por realizar sus proyectos latentes, la urgencia de los hechos vividos como decisivos. Decididos por el lenguaje de los actos. La presencia de la masa en las calles, en las carretera, en las haciendas ingobernables, manifiesta el perfil más conmovedor de la revolución; cuerpos, rostros, gestos, multitudinarios, deslumbradamente distintos, idénticos a sus sueños subyugados. Asombrados y enamorados de la pasión que desbordan, solidarios, compactos, con los comportamientos de la masa alzada, buscan e inventan la exhuberancia de un tiempo inolvidable, próximo a la plenitud estética de la creación artística.
La revolución de abril de 1952 fue (más bien es) uno de esos momentos. Bolivia, formación económico-social, de abigarrada procedencia, contempla en su diagrama de fuerzas, la huella emergente de la insurgencia. Colocándonos en el transcurso de poco más de medio siglo, desde el levantamiento aymara con Zárate Willca hasta la guerra civil de abril, ante un prolongado ciclo de estallidos de rebelión que, aunque en parte, parecen desplazarse desde la extensa región altiplánica hacia los núcleos densamente poblados de los centros mineros, no dejan de recrearse en los espacios de resistencia andina. No dejan de aparecer con vitalidad propia, en crecimiento, los focos de tensión en las ciudades.
La generación de puntos de tensión, distribuidos en un contexto de relaciones sociales combinadas y yuxtapuestas, provenientes de estrategias de poder de diferente direccionalidad, saturaban la atmósfera ideológica, el espacio político e intensificaban la persistencia de su presencias, presionando, en el diagrama de fuerzas, para convertir los puntos de conflicto en puntos des inflexión. Los procesos se articulaban entonces desplazando las direccionalidades acumuladas históricamente. El viraje fue produciéndose sin necesidad de que se tomara plena conciencia de ello, independiente de las formas aparentes, de las presencias provisionales, de la política vigente. El movimiento estratégico de las posibilidades subyacentes trazaba un curso histórico, en parte invisible; sin embargo, en sí mismo determinante. Cuando las masas se descolgaron de la ceja de El Alto, cuando se movilizaron de Miraflores a San Miguel, cuando recorrían desde las calles de Villa Victoria al centro de la ciudad, se hizo patente el decurso profundo de los acontecimientos. Los obreros, el populacho, no iban a retroceder, estaban subyugados por su voluntad de poder.
6. Diagnóstico cuantitativo de la formación económico-social boliviana, correspondiente al período previo a la Revolución de Abril de 1952
Se puede hacer un balance de las fuerzas en confrontación desde distintos ángulos de percepción. Una evaluación somera de los acontecimientos documentados, una contrastación de los discursos de las clases sociales, en relación a las acciones tomadas y materializadas. Una descripción minuciosa de los indicadores, un recuento ideológico de las movilizaciones de masa, un estudio sociológico de los procedimientos burocráticos, una prospección teórica de las posibilidades no realizadas, truncadas. Todas estas perspectivas tienen su valor; hacen recortes en la configuración completa de una realidad vivida, analizan partes significativas de un proceso revolucionario, dimensionan el peso de las distintas figuras y prácticas institucionales. Como también analizan parte de las prácticas espontáneas, cotidianas; encuentran nudos problemáticos todavía no descifrados. Sin embargo, estos balances aislados tienden a separar un conjunto de hechos, seleccionados del contexto histórico de las fuerzas sociales, ocasionando la sobrestimación o, en su caso, la subestimación de este conjunto de hechos. Por otra parte, también se produce la conformación de una visión particular, más bien interesada, que interprete una realidad de acuerdo a un supuesto “ideológico”.
En un diagnóstico histórico, es conveniente recorrer el horizonte temporal en cuestión, desde una óptica en movimiento, envolviendo así todas las perspectivas posibles, relativizando cada una de ellas en el conjunto de conexiones posibles. Esto no significa, de ningún modo, no tomar “partido”. No propugnamos un positivismo aséptico. Al contrario, buscamos situar nuestra posición crítica como estrategia de conocimiento y como proyecto histórico de sociedad. Esta toma de posición de encuentra, de todas maneras, condicionada. El tomar “partido” (dependiendo, evidentemente, del “partido” que se tome), no implica reducirse a un parcelamiento de la realidad, a una “objetividad” de escasos recursos y de estrechas dimensiones. El tomar “partido” por la transformación integral de la realidad socia,l involucra un conocimiento articulador de las fracciones de espacio y de las fracciones de tiempo de los procesos históricos.
Ahora bien, comenzaremos este movimiento descriptivo del período “prerrevolucionario", con lo que llamaremos diagnóstico cuantitativo. Los indicadores serán considerados como datos que dan lugar a una apertura de un itinerario representativo. Muestran una indicación de la intensidad y de la extensidad de los fenómenos, recortan, en términos de recorridos espacio-temporales, los procesos, dimensionan métricamente los alcances de las tendencias inscritas. La cantidad como lengua numérica mide las direccionalidades. Aunque esta medida observadora no penetra a las determinantes que motivan los procesos. Por otra parte, la distribución de los indicadores no representan el movimiento mismo de los fenómenos, sino que expresan el perfil, que deja la huella de los proceso, en la fotografía métrica de la cuantificación. En cierto sentido, se trata de una visión estática, aunque se agreguen datos correspondientes a distintos tiempos.
6.1.- Cuadro socio-económico de actividades y de estratificación social
El año 1950 la población censada llegó a sumar los 2.704.165 habitantes, estimándose un error de 8,4% sobre la población censada; lo que equivale a considerar a 227.866 personas no-censadas. Por otra parte, la población “selvática” estimada, fue calculada en la cantidad de 87.000 habitantes. Las anteriores enumeraciones alcanzan a una población total de 3.019.031 habitantes. Tomando en cuenta tanto a la población no-censada como a la población “selvática” no estimada, estamos ante un margen de error del 10%. Lo que quiere decir que la población “real” se encuentra en el intervalo de magnitudes demográficas que se mueven desde los 2.704.165 habitantes hasta los 3.220.934 habitantes.
Para nuestros fines, consideraremos la población censada, cuando el objeto de análisis precise de proporciones relativas a cualidades enumeradas; aunque también usaremos del dato global demográfico calculado, en le caso del análisis de estructuras demográficas en escrito sentido.
El 50% de la población censada fue aceptada como población económicamente activa. Estamos hablando de un total de 1.350.782 habitantes. En tanto que el 49,6% demográfico fue categorizado como población económicamente inactiva. Quedando un residuo de 0,4% sin especificar. En otras palabras, un contingente demográfico de 1.350.782 personas son responsables de las actividades económicas del país. De este agregado poblacional 24.006 habitantes son patrones; es decir, el 1,8% demográfico. Los empleados sumaban, por aquel entonces, las 146.829 personas; un 10,9% poblacional. Así, de este modo, los obreros y jornaleros hacían una proporción del 13% en el total de la población económicamente activa; 175.226 habitantes denominados como tales.
Los colonos agregaban un conjunto demográfico un tanto menor; 163.406 personas; un 12% de la magnitud global considerada. Sin embargo, los llamados comunarios aglomeraban una población aún menor, a pesar de ser la heredera directa de las estrategias espaciales andinas. Un 10% demográfico de la población fue categorizado como comunario; lo que equivale a decir que 139.096 personas se agrupan en los ayllus originarios que quedaban. El fenómeno de la reducción demográfica de la población originaria de las comunidades fue desatado prácticamente desde la política de las “reducciones” toledanas; posteriormente, gran parte de la población originaria se convirtió en población de forasteros. Aquellos que dejaban sus tierras para huir del tributo y la encomienda minera. Como también a aquellos que cambiaban su condición tributaria para escapar de la tributación.
Los trabajadores por cuenta propia congregaban 149.200 habitantes; un 11% demográfico. En cambio 544.064 personas fueron consideradas como parientes colaboradores en el trabajo; lo que equivale a un 40% poblacional. Las restantes categorizaciones económico-sociales apenas suman 8.665 pobladores; lo que apenas significa el 0,6% demográfico.
CUADRO SOCIO-ECONOMICO DE ACTIVIDAD Y DE |
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ESTRATIFICACION SOCIAL. BOLIVIA 1950(1) |
||||
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|
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|
Área de Actividad |
Población |
Participación |
Patrones |
No-Patrones |
|
|
|
|
|
1. Agricultura |
952,876 |
70,5 |
0,9 |
99,1 |
2. Ganadería, Silvicul- |
|
|
|
|
tura, pesca y caza |
21,083 |
1,6 |
3,9 |
96,1 |
3. Minería (*) |
43,441 |
3,2 |
1,5 |
98,5 |
4. Industria |
109,591 |
8,1 |
4,8 |
95,2 |
5. Construcción |
25,749 |
1,9 |
1,2 |
98,8 |
6. Comercio Finanzas |
57,112 |
4,2 |
9,5 |
90,5 |
7. Transportes y Comu- |
|
|
|
|
nicaciones |
21,279 |
1,6 |
2,7 |
97,3 |
8. Administración Pú- |
|
|
|
|
blica y Servicios |
40,016 |
3,0 |
2,4 |
97,6 |
9. Servicios domésticos(**) |
69,614 |
5,2 |
1,2 |
98,8 |
10. Varios |
9,121 |
0,7 |
1,7 |
98,3 |
1. Cuando elaborado en base a la información del Censo Demográfico de 1950. Pág.140.
(*) La categoría minería cubre también las nombradas como “industrias extractivas”.
(**) En realidad en la categoría 9 se incluyen varias actividades: “profesiones, servicios domésticos y personales” teniendo en cuenta que la mayoría aplastante de la población enumerada aquí es “servicios domésticos y personales”, resolvimos denominar a esta categoría sólo como Servicios Domésticos.
Observando el cuadro anterior, vemos que más del 70% de la “población económicamente activa” se dedica a la agricultura. De la cual apenas 9.036 personas son patrones, quienes no llegan al 1% de habitantes dedicados a la agricultura. En el área de actividad de “ganadería, silvicultura, pesca y caza” contamos con 835 patrones; los cuales participan en el 3,9% de la población dedicada a este rubro. En el caso de la minería 672 personas son patrones (un 1,5% de la población dedicada a este rubro). Hablando de la industria el 4,8% del contingente demográfico dedicado a esta actividad es considerado patrón; se trata de 5.123 personas. Unos 309 pobladores son patrones en el área de actividades de la construcción; lo que significa un 1,2% de la gente dedicada a esta rama de actividad. De 57.112 comerciantes un 9,5% se consideraba bajo la categoría patrón; proporción compuesta por 5.463 habitantes. En la rama de “transportes y comunicaciones” 570 son patrones (un 2,7% de gente dedicada a este rubro). Siguiendo esta secuencia tenemos a 982 patrones en la rama de la “administración pública y servicios de interés general”; lo que implica un 2,4% de la población de esta rama de actividad. Por último, tenemos a 860 patrones en el rubro del servicio doméstico; es decir, se trata de un 1,2% de participación en la población dedicada a este rubro.
Evidentemente los no-patrones no son, de ninguna manera, un sector homogéneo. La diversidad social es la característica de este conjunto demográfico. Empleados, obreros y jornaleros, colonos, comunarios, trabajadores por cuenta propia, parientes colaboradores, son las “estratificaciones” económico-sociales que configuran el abigarrado contexto de relaciones sociales de 1950.
Es sugerente observar las relaciones de masculinidad de los grupos económicos nombrado. Como habíamos dicho, el 10,87% de la población económicamente-activa es considerada “empleada”: 76.233 hombres, 70.596 mujeres. Los empleados arrojan un índices de masculinidad de 108 hombres por cada 100 mujeres, lo que denota una mayor presencia masculina, aunque todavía equilibrada. No ocurriendo lo que pasa con otros sectores socio-económicos, donde la “presencia” masculina es abrumadoramente aplastante. Este es el caso, por ejemplo, de los patrones: 20.544 hombres, 3.562 mujeres. El índice de masculinidad en este sector llega a 593 patrones por cada 100 patronas.
Este índice, el referido a la masculinidad, muestra mucho menos, para el caso que estudiamos, un factor demográfico de reproducción que un indicador del acceso diferencial económico según sexo; también expresa la distribución diferencial sexual de las actividades económicas. Esto no habla tanto de dispersión demográfica en la estructura de clases sociales como de la situación de la mujer en las distintas clases. Sin embargo, hay que hacer una consideración cuidadosa cuando trabajamos con los componentes demográficos del ámbito “rural”. Las categorizaciones sociales, económicas, demográficas, no necesariamente captan las dinámicas y las estructuraciones de los cuerpos sociales de las formaciones demográficas del ámbito “rural”. Con esta salvedad tratemos de mirar a través de la rejilla de los indicadores.
El índice de masculinidad de obreros y jornaleros es de 888 hombres por cada 100 mujeres: 157.767 obreros, 17.759 obreras. En los colonos se repite esta distribución diferencial sexual: 142.535 masculinos frente a 20.871 colonas femeninos; es decir, hablamos de un índice de masculinidad de 683 hombres por cada 100 mujeres. Algo parecido pasaría con los “comunarios”: 525 comunarios hombres en relación a 100 mujeres comunarias. En el sector de trabajadores por cuenta propia tenemos a 100.018 trabajadores frente a 49.182 trabajadoras (un índice de masculinidad de 203 hombres por cada centenar de mujeres). Pero, esta situación se modifica completamente cuado tratamos con la categoría de “pariente colaborador”, donde la relación se invierte: 15.914 hombres respecto a 393.150 mujeres. En otras palabras, el indicador se traduce en la proporción de 38 hombres por cada 100mujeres. Interpretando el dato, podríamos decir que, las mujeres vinculadas a los demás sectores socio-económicos están siendo consideradas como “pariente colaborador”.*
II. PODER Y REGULARIDAD EN LA FORMACION SOCIAL
1. Poder y regularidades bio-sociales en la formación social
Estamos ante el entrelazamiento de dimensionamientos de realidad, que, aunque heterogéneos y diversos, una vez coaligados, yuxtapuestos, hasta combinados, constituyen amarres de especificación. El poder expresado como ámbito de intensidades de fuerza, lo bio-social configurado como corporeidad demográfica, aunque también como profusión deseante, la formación social comprendida como disposición de visibilidades abiertas y de formaciones productivas, se conectan, a pesar de su incongruencia aparente, presionado entre sí sus masas densas, hasta provocar condensaciones históricas. Estas concreciones son lugares de realidad. Se acostumbra a usar, empero, a propósito, formas de representación analíticas, a pesar de sus esfuerzos de síntesis. Aproximémonos pues a la realidad “rizomática” acercándonos a estas condensaciones multiformes, sin pretender un reduccionismo lógico. La historia es contundente en su manifestación promiscua.
Se dice que el tiempo crece desde la interioridad de los organismos; desde este punto de vista la historia vendría a ser una evaporación de los cuerpos, flujos deseantes diseminados en los hábitats, flujos atrapados por redes sociales, reprimidos y maquinados por estas redes. La historia como producto, no como destino, tiene que ver con los cuerpos que se desgastan en este acto trascendental, que es el de producir un tiempo social. Hablemos pues de los cuerpos y los organismos producentes de historia; estos son los pueblos, las territorialidades, las memorias culturales, las formaciones sociales.
Pierre Clastres anota la diferencia entre genocidio y etnocidio, refiriéndonos al primero como racismo homicida, en tanto el segundo se remite más bien a la dilución de las territorialidades culturales. Descodificación y desterritorialización de la población concurren a partir de estrategias de fuerzas desatadas desde la maquinaria social “democrática”.
Los pueblos residuales son incorporados al “progreso”, subsumidos a la homogeneización jurídico-política de los hombres, sometidos por lo tanto, al proceso de producción de los ciudadanos. El cazador, el labrador, el guerrero, el callahuaya, se diseminan en la fabulosa cuantificación de la población nacional; ocurre el etnocidio que funda el Estado.
El año 1573 se conmensuraron 165.095 tributarios en 10 repartimientos del Alto Perú (hombres comprendidos entre 18 y 50 años); lo que equivale a decir entre 580.492 a 627.361 habitantes “aborígenes” vinculados a los ayllus.
Más de un siglo después (1683), la población de los ayllus considerados llegaría a constar con 354.658 habitantes. En otras palabras, con 272.703 personas menos; un 43% de decremento. El año 1852 la oficina de Inmigración, Estadística y Propaganda Geográfica contabilizada 67.910 contribuyentes en el departamento de La Paz; es decir, se trataría de nada menos que de un contingente próximo a los 258.058 habitantes de comunidades. Un cuarto de siglo después la población masculina tributaria apenas había crecido en 2.841 miembros, a un ritmo de acumulación exiguo. Es decir, el año 1877 la población calculada llegaría a 268.854 comunarios. ¿A qué se debe la disminución de la población “autóctona” y la endeble sobrevivencia de la misma a lo largo del tiempo? ¿Genocidio, en un caso, repercusiones del etnocidio, en otro caso?
En relación al tema, Pierre Clastres hace la siguiente reflexión: “si el término genocidio remite a la idea de “raza” y a la voluntad de exterminar una minoría racial, el etnocidio se refiere no ya a la destrucción física de los hombres (en este caso permaneceríamos dentro de la situación genocida) sino de la cultura. El etnocidio es, pues, la destrucción sistemática de los modos de vida y de pensamiento de gentes diferentes, a quienes llevan a cabo la destrucción. En suma, el genocidio asesina los cuerpos de los pueblos, el etnocidio los mata de espíritu”. Dice también que, aunque se trate, en ambos casos, de la muerte, su connotación es distinta, también su repercusión en el tiempo: el genocidio es contundente, requiere de un tiempo preciso; en cambio el etnocidio desplaza su recorrido en un tiempo diferido.
El desmantelamiento cultural ocurre en términos de desarticulaciones y de incorporaciones. Los sujetos son despojados de su armadura cultural, sus cuerpos se enganchan a circuitos descodificados, sin territorio específico, aunque en un espacio “sin órganos”, espacio desértico de circulaciones equivalentes.
El etnocidio produce una especie de amnesia, borra por así decirlo, una memoria, más bien, memorias; descalifica otros saberes que no sean concomitantes de su “ideología” ególatra. Todo se reduce a una positividad; el desarrollo, que tiene su rostro político en la democracia. Los hombres diferentes, vinculados a sus territorialidades concretas, marcados por sus inscripciones y sus ritos, dibujados en su multiplicidad de perfiles, son conferidos de una dignidad única, dignidad abstracta, del mismo modo, simple. Dignidad del ciudadano; el problema de identidad se ensimisma en el marco de la individualidad. Se trata de un problema de carácter y de personalidad. Por eso, con la práctica etnocida las identidades colectivas desaparecen, con ellas las prácticas que construyen y reproducen en las entidades colectivas.
El etnocidio puede nombrarse a sí mismo como “humanismo”; el otro es perfectible, desde ser trabajado en función de su superación. La humanidad del otro es reconocida, pero también es recuperada a la misión civilizadora. “Clastres se pregunta”: ¿Quiénes practican, por otra parte el etnocidio? ¿Quién ataca el alma de los pueblos?”. La respuesta es categórica: “Aparecen en primer plano, en América del Sur, pero también en muchas otras regiones, los misioneros. Propagadores militantes de la fe cristiana, se esfuerzan por sustituir las creencias bárbaras de los paganos por la religión de Occidente”.
A esta campaña etnocida se suman los evangelizadores de la civilización, los profetas del desarrollo, los luchadores de la “democracia”, los filósofos humanistas, también los antropólogos rescatadores del testimonio y de la circularidad del signo perdido, los románticos enamorados de un comienzo sin historia, los sociólogos y economistas que hipotetizan acerca de las sociedades naturales. Los izquierdistas que oponen a un capitalismo abstracto un socialismo abstracto, que no es otra cosa que un capitalismo sin burgueses. Estas constelaciones discursivas, aparentemente dadivosas, dejan de lado, ocultan, el dilema de la autodeterminación. Un sujeto social libre es el que se autodetermina, el que produce su propio devenir, a partir de su hábitat, de su propio condicionamiento, de su multiplicidad y diferencia, de sus memorias territoriales, de sus potencialidades históricas; es también múltiple, así como autogestionario. Es, para decirlo de una vez, la muerte del Estado.
Llegamos a un nudo; todas las culturas son etnocéntricas, visualizan a las demás etnias a partir de su socio-centrismo, tienen incluso denominativos peyorativos para los “extranjeros”: salvajes, bárbaros. La etnia es el centro del cosmos; no sólo es la referencia de la identidad, sino también es la mirada, la escritura, el lenguaje. Pero, no todas las culturas son etnocidas; entre ellas, una particularmente lo es, la llamada “cultura” occidental. Esta cuya procedencia sincretiza significativamente helenismo y judeo-cristianismo.
No vamos a discutir aquí si esta episteme es una cultura o varias, si propiamente podemos llamar cultura a todo un proceso de constitución “ideológica”. Este debate queda postergado a otro momento. Lo que nos interesa, por lo pronto, es reflexionar acerca de la pertenencia del etnocidio a un ámbito de sociedad devenido de Occidente.
Clastres se pregunta: “¿No será que la civilización occidental es etnocida hacia fuera, es decir, con otras formaciones culturales, porque es etnocida en principio respecto de sí misma?”. ¿Qué es lo que impulsa a esta formación histórica a ser etnocida consigo misma? Es el Estado, como centralidad política, como sociedad política, representante de la sociedad civil. “El estado se pretende y se autoproclama centro de la sociedad, el todo del cuerpo social, al ser absoluto de los diversos órganos de ese cuerpo; se descubre así, en el corazón mismo de la sustancia de Estado, la potencia actuante de lo Uno, la vocación de negación de lo múltiple, el horror a la diferencia”. Este Estado es el Estado burgués, el Estado del capitalismo, el Estado democrático de los ciudadanos.
Si no cabe duda que la maquinaria del Estado capitalista es, en realidad, un reforzamiento de los aparatos del Estado absolutista, aunque no sólo de éste, si podemos afirmar que el espacio político de este Estado es la nación, no sólo como mercado nacional, sino también como contexto lingüístico y semántico, así como lugar de demarcaciones administrativo burocráticas; sin embargo, este Estado no concausa plenamente con el Estado colonial, la centralidad de poder instaurada por la conquista; Estado también etnocida. ¿El huevo de la serpiente? El Estado capitalista actualiza el Estado colonial escondiéndolo en su matriz. ¿El Estado Colonial incuba a su expresión lograda, el Estado capitalista, al poder delegado de la nación entera? Se dé o no esta inmanencia, lo cierto es que entre el Estado colonial y el Estado democrático burgués se extienden conexiones y complicidades históricas.
No optamos, de ninguna manera, por una hipótesis teleológica acerca de la relación causal, en su caso, determinista, de estos estados. De manera diferente, buscamos explicaciones objetivas en las trayectorias históricas, en las formaciones sociales concretas, en la recurrencia al etnocidio de diagramas de fuerza específicos, el colonial, en un caso, el capitalista, en otro.
Las reducciones toledanas son etnocidas; reducen el hábitat de las culturas andinas a fracciones de espacio desconectadas. El territorio extendido es cortado y distribuido en pedazos. La cultura, es decir, pueblo más tierra, en su factual simplificación, es dispersada en sus factores componentes. Con este conjunto de hechos el pueblo deja de alimentarse de la tierra con la misma plenitud como lo hacía, en la disponibilidad global de recursos. El pueblo es encerrado en reductos geográficos, que prohíben la cinemática poblacional y la completariedad de los espacios. Los cultivos expansivos son limitados, la multiplicidad de los recursos es seleccionada, adaptada a las nuevas exigencias, en el marco de las relaciones de obligatoriedad colonial. Si la tierra es reducida, el pueblo deja de reproducirse en la extensidad requerida. La producción social y la memoria cultural son dañadas en su fluidez y en su consistencia. Se persigue a muerte a las huacas, se destruyen los templos, se mata a los apus y a los amautas. Se impone el cristianismo como única religión posible. El pueblo pierde el derecho a su mundo imaginario.
Cuando la armadura de vinculaciones del pueblo con el hábitat es rota, no solamente se produce un descentramiento del etnocentrismo, sino algo más grave, el pueblo deja de reproducir sus territorialidades; pierde también la conexidad entre sociedad y cultura. La cultura se sumerge, se hace más inconsciente, sin dejar de mostrar abiertos comportamientos de emergencia; filiaciones, alianzas, donaciones, inscripciones gramatológicas, dejan de habitar un mundo compacto. Se sumergen en forma de fragmentos de mundo, porciones de cultura, porciones combinadas con otros recortes “ideológicos”, económicos, políticos, incorporados dicotómicamente. La simbiosis no es armónica; al contrario, se trata del método de la desarmonía. Combinaciones que no encajan son cosidas en la premura de las perplejidades, de los roces, de los quiebres. La provisionalidad de las presencias de la incertidumbre.
A la diseminación del pueblo no sucede la aparición de otro pueblo, sino que se presenta la condición social del desencuentro, que antropólogos y psicólogos llaman identidad. Esta identidad de des- identidades discurre entre la memoria y la enajenación, entre el retorno y la pérdida. Sectores enamorados de la pérdida se enamoran, a su vez, del amo. Desean al amo. De otro lado, en otro momento, otros sectores, así como los mismos, encuentran, más bien, en este amor supuesto, el profundo clamor de la carne humillada. Grito escondido de batalla. La El pueblo disuelto, sus fragmentos dispersos, buscan, por los laberínticos recorridos, concatenarse de nuevo. Esta es la emergencia, la actualización, de la procedencia.
En todo caso los etnocidios de la colonia y del capitalismo son diferentes. La colonia segrega, como también lo hace ahora la colonialidad; la colonia y la colonialidad separan y reducen. Lo otro y lo propio se distinguen en su definida distancia. La clasificación racial, de “casta”, forma parte de la distribución social colonial. De modo distinto, el capitalismo es democrático, exige la homogeneidad; el Otro se subsume a lo Mismo. La identidad es humanista. La imagen en la que nos reconocemos, el rostro, el espejo, es el ciudadano. No hay pueblo, hay sociedad civil, así como hay Estado y nación.
¿Cuál es la condición del ciudadano? ¿La igualdad jurídico política? Esta igualdad jurídico-política se sustenta en la equivalencia del mercado. Para que se dé esta contrastación general, filiaciones y alianzas, culturales y territoriales, deben ser reducidas a la sagrada familia; el padre, la madre, el hijo. Reprimir los flujos deseantes todavía libres. La colonia al segregar, al demarcar, define espacios de poder a un lado y a otro. Los caciques con lo suyo, en la medida que garanticen la transferencia de excedentes, el flujo tributario, la movilización de la población de mitayos. La democracia, en cambio, no acepta porciones de “diferencia”. Todo tiene que ser anexado al proceso de desterritorialización, al proceso de valorización y de acumulación de masas abstractas de trabajo social enajenado. El capitalismo es “absolutista”, todos son ciudadanos de la república. Las autoridades reconocidas son las legalizadas constitucionalmente; los caciques se disuelven. La mediación con el poder es delegada por voto, es mediada por los canales administrativo políticos del Estado. Se acepta la representatividad de las fuerzas, la presencia de la plebe organizada en el sindicato, cuando la pugna, la presión de la masa, delinean otras referencias expresivas de las voluntades políticas.
La institucionalización del voto universal, el año 1952, tiene sus complementariedades. La reforma agraria y la representatividad sindical. La parcelación de la tierra, la organización sindical, la extensión del mercado, configuran el espacio complementario del enunciado del voto universal. Los aparatos del Estado, el partido, la escuela, el reconocimiento jurídico de la propiedad de la tierra, diseñan el espacio correlativo de dicho enunciado. El discurso del nacionalismo revolucionario expresa el espacio colateral de la enunciación democrática.
La enunciación democrática del voto universal se hace evidente, se compone el haz de relaciones, virtual al ámbito democrático, conformado por la revolución de 1952. Amarre con prácticas discursivas vecinas al nacionalismo revolucionario. Amarre de prácticas institucionales de partido, de los sindicatos, de los aparatos de gobernabilidad. Amarre de prácticas relativas a las formaciones económico-políticas, circunscritas, en su momento a la reforma agraria, la nacionalización de las minas, la reforma educativa, la “reforma” de la administración estatal. El enunciado “democrático” adquiere presencia cuando las condiciones de espaciamiento del enunciado representativo adquieren circularidad material.
Los circuitos colaterales del enunciado democrático se concatenan, se rosan, se presionan, dando lugar a una hermenéutica, a un abanico abierto de interpretaciones dispersadas por las clases sociales, por las identidades colectivas. Las vecindades del discurso del nacionalismo revolucionario son, a la vez, vecindades próximas como vecindades distantes. En cuanto a las primeras, como vecindades próximas, podemos mencionar al discurso democrático, propiamente dicho, al discurso indigenista, al discurso humanista, al discurso nacionalista. En lo que respecta a las segundas, como vecindades distantes, podemos referirnos al discurso obrerista, al discurso campesinista, al propio discurso oligárquico, al discurso de la economía-política, al discurso tecnocrático, al discurso agrarista, etc. Las transferencias sintagmáticas y paradigmáticas de significante y de sentido, entre formaciones discursivas, contextúan la atmósfera ideológica de un tiempo de interpelaciones. Los sentidos de nación, revolución, voto universal, se condensan, por el aporte simultáneo de dicotómicos movimientos sociales, así como se desmontan, se producen particiones, llevándose cada quien lo que es suyo. Los obreros con su estilo proletario; las comunidades escuchando desde su memoria fragmentada; la incipiente burguesía a partir de su positividad inviable; los residuos oligárquicos, a través, su nostalgia colonial.
Los discursos se agolpan, más que como palabras sucesivas entrelazadas, como serpientes enredadas, danzando su cópula. Lo que opera aquí es la expresión que habita el discurso, que lo convierte en ventana, a través de la cual se trasluce el movimiento de figuras debatidas en su azar. ¿Aleatoriedad convertida en destino por un caprichoso entrelazamiento de acciones? En todo caso, lo que interesa aquí es la figura que hace hablar al discurso, que hace ver en la matriz del discurso aquello que no se encuentra en él, más que como una imagen reflejada, aquello que se encuentra fuera como referente.
En realidad, se trata de la multiplicidad del referente. Los tumultuosos días de abril; la premonición de la guerra civil de 1949; las masacres mineras; el Congreso Indígena; el retorno de las tropas del Chaco, la guerra del desierto de soldados descalzos y desarrapados; la democracia de casta de la oligarquía liberal; la guerra federal, que subsume la guerra aymara; la “querella” del Pacífico por el excedente; la expresión amotinada de los primeros años de la república, la guerra de la independencia; la guerrilla inconclusa, en fin, la República de Ayopaya.
La referencia también se abre a sus sujetos y objetos. Sujetos sociales truncados en su constitución. Una oligarquía a medias, con tierras, pero, sin Monarquía Absoluta ni Corona. Una burguesía temerosa de su propia acumulación. “Clases” medias dispersadas en profesiones liberales y secretos artesanales. Sujetos sociales en la algarabía de su constitución. El proletariado articulado en su centralidad minera. Sujetos sociales afectados por procesos de des-constitución. Comunidades asentadas en la territorialidad del ayllu, aunque desterritorializadas por expansiones mercantiles.
Los objetos son derivaciones de la enunciación misma; no solo porque son nombrados a partir del discurso, sino porque se los recorta, se los hace visibles, sensibles, por el borde enunciativo que los toca. El objeto se remite al orden oculto de relaciones que lo sobredetermina. Se trata evidentemente de relaciones materiales, relaciones económicas, relaciones de poder, relaciones de producción. También de formas de consumo, de recorridos de distribución; es decir, de toda aquella red social cuya materialidad sustenta la presencia del objeto. Por eso el objeto es vivido socialmente, es codificado en términos precapitalistas o no capitalistas, es descodificado por la axiomática. En este sentido el objeto es una inscripción, en su caso, un signo. El objeto es expresión y figura. Su misma producción es afectada desde saberes, culturales, estéticos, ideológicos, científicos.
La enunciación se comporta como a priori histórico, por cuanto nos referimos a la condición de la formación de sentido. La enunciación democrática y nacional muestra en las cosas el sentido, que las liga al destino nacional; es más una precondición, no solo una mirada, del destino descubierto. Como unidad de saber, el enunciado democrático de la revolución nacional, es más una precondición, no solo una mirada, del destino descubierto. Como unidad de saber, el enunciado democrático de la revolución nacional, es la condición objetiva de la “ideología” del nacionalismo revolucionario. Del mismo modo es la condición semántica del objeto de la revolución democrática, así como todo enunciado es la condición semántica de todo objeto. Constituye pues un umbral de sensualización, de lectura figural, dibuja, en definitiva, un ámbito de sentido. Pero, hay que anotar, que, cuando se dice que el objeto deriva de la enunciación, se lo hace aludiendo a la dimensión expresiva de la vivencia del objeto, como también a la dimensión productiva del objeto; no hay producción sin saber producente.
Un objeto derivado es la tierra, tal cual se la visualiza a través del discurso; tierra privada, tierra parcelada, “la tierra para quien la trabaja”, tierra para el campesino. Este objeto tierra es derivado del enunciado democrático. Hablamos de la forma de uso social de la tierra, de la manera como entra al lenguaje la misma; hablamos de la imagen parcelaria del espacio. La tierra del discurso del nacionalismo revolucionario tiene su porción referencial en la tierra fragmentada. La política agraria, concretamente la reforma agraria, incorpora fragmentos de tierra al discurso. Esta partición territorial convierte al discurso en el escenario del minifundio y el teatro del ciudadano. Este objeto agrario, es un objeto pertinente a la llamada Revolución Nacional. Revolución “democrático-burguesa”, aunque hecha con manos proletarias y con el consenso y la movilización campesina.
Lo anterior quiere decir que, el decurso de los sentidos es trastocado, que un campo expresivo, más que un discurso, un ideologema, emerge y se instaura por un conjunto de prácticas discursivas multitudinarias. En esto tienen que ver los sindicatos, el partido, los aparatos del Estado, los medios de comunicación, los intelectuales, también los destinatarios anónimos, con rostro o sin cara visible.
Otro objeto derivado es la minería, la forma nacionalizada de la minería. El excedente en su presencia mineral es incorporado al patrimonio del Estado. La nacionalización de las minas crea una aproximación social al recurso natural. Su defensa es una defensa de lo nacional, su expropiación es un regreso a la nación de algo que le fue arrebatado. El objeto está sensualizado, adquiere un valor social, una densidad política. En torno a este objeto se diseña una red de apropiación, cuyos movimientos se desplazan en círculos concéntricos. Desde la Corporación Minera de Bolivia hasta la Fundidora William Harvey, pasando por la empresa privada, la administración estatal, la “casta” tecnoburocrática; todas las mediaciones e intersticios que se disputan el excedente. El discurso patrimonial legítima esta modificación en la manera de apropiación del excedente.
Visto así el problema, los discursos son tentáculos alrededor del excedente. Pero, también los discursos son convincentes; convencen a todos, en lo que el término “todos” tienen de abarcador, tiene de “democrático” y suena a mayoría. El discurso del nacionalismo revolucionario convence de que la apropiación del excedente es social. Una atmósfera ideológica cubre el mineral, significándolo en función del proyecto estatal. Signo de la propiedad estatal, aunque también es medio de valorización, de acumulación de capital en tierras foráneas. En otras palabras, este signo encubre el tránsito y el trámite de la pérdida.
¿Este derivar objetos es constituir objetividades? Ciertamente; pero, este campo de objetividades, esta episteme, relativa al contexto espacio-temporal de 1952, no se restringe, ni mucho menos, al discurso del nacionalismo revolucionario, a la pronunciación política, que se ha definido como “ideologema”. Los objetos de la enunciación son más campos de expresión que condiciones epistemológicas de discursos, de ideologías, de saberes. La episteme de la que hablamos desborda la formación discursiva y el campo expresivo del nacionalismo revolucionario. Se abre a exterioridades al discurso mismo, al afuera de la “ideología”. Hablamos de un contexto de prácticas, de instancias organizacionales, de configuraciones culturales, que trazan su virtualidad más allá de un discurso edípico, como el referido a la alocución del Estado patriarcal.
La episteme es condición material de toda formación discursiva. También es condición material de intersubjetividades. Ahora bien, siendo el sujeto “dialéctica” deseante, represión-representación del deseo, desborde, transgresión, erotización, el sujeto no es resumible a una entidad metafísica, tampoco a una estructura, que trascienda tiempos y discursos, que autorregule comportamientos políticos. Este “sujeto” trascendente, en su caso, este “sujeto” estructural, no es otra cosa que un supuesto, a priori, que da lugar a explicaciones. Cuando de lo que se trata es de dar cuenta de este mismo supuesto, de este a priori. El sujeto de una episteme, que es su suelo, es histórico.
La episteme es una formación histórica. Nos referimos a un espaciamiento de procesos formativos de representaciones. El espacio-tiempo de la episteme no se circunscribe a la dimensión meramente representativa, sino que la excedes, constituyendo más bien la condición material de su presencia.
La episteme y el sujeto de 1952 están fuera del discurso, este apenas los toca, les hace una caricia. La episteme y el sujeto son, en cierto sentido, indecibles. Que el discurso del nacionalismo revolucionario tenga destinatarios no quiere decir que reconoce a sujetos. Solo los nombra, dialoga con ciudadanos. Acepta al yo, al ego, reprime la otra porción del sujeto, la parte incognoscible; por lo menos, no cognoscible por un discurso darviniano del desarrollo.
Desde esta perspectiva la episteme, referida al contexto histórico de 1952, se configura como campo de visibilidades no-discursivas, que condicionan y sitúan las posibilidades expresivas de la formación social. Es un momento, de grado máximo de intensidades, en un período rico en convocatorias, en condiciones de disponibilidad de fuerzas, para actos multitudinarios de autodeterminación.
La episteme de la que hablamos, en su momento de intensidad, se satura, por así decirlo, en un haz de relaciones concomitantes; relaciones “primarias”, dibujantes de direccionalidades económico-políticas; relaciones “secundarias”, organizadoras de instancias institucionales; relaciones “discursivas”, más bien, “expresivas”, conformadoras de campos ideológicos (no sólo restringidos al campo del nacionalismo revolucionaria). Intérpretes de realidades, asimismo, legitimadores de usos del poder. La episteme también tiene una configuración. Hablamos de un horizonte de visibilidad no alterado; horizonte de estrategias de poder, actualizados por estratos de saber; horizonte de percepciones sociales, con sus centramientos y regulaciones respectivas. Procedencias históricas, latentes o emergentes.
¿Se produce un quiebre, una ruptura epistemológica del año 1952? Todo parece indicar que si. Las prácticas sociales se re-sitúan, emergen nuevas prácticas. Un campo de enunciaciones, cuya vecindad apretada espacia un espejo, en el cual el pueblo se mira, se hace escuchar. Presencia del nacionalismo revolucionario; algo así como una pre-esencia, un previa esencia. Una anterioridad devenida presente. También trascendencia, que cruza las carnosidades de las clases, que recorre los laberínticos tiempos posteriores.
Más que de ruptura epistemológica, tendríamos que hablar de absorción de la episteme andina y de la episteme colonial por la episteme de la nación. Estas condiciones materiales de representación y de conocimiento cohabitan, aunque subsumidas a la nación. En ésta se producen fisuras, hasta fracturas, en el espesor material del autoconocimiento nacional.
¿Esta episteme nacional, en su dimensión macro, no estaría conformada desde antes, solo que no reconocida, empujada a la condición de “anonimidad”, en la vecindad de las episteme alternativas, aunque también alterativas? De este punto de vista, la episteme colonial, así con la episteme andina contendría a la formación nacional.
Viendo desde esta perspectiva, estas mencionadas episteme no desaparecieron, ni se difuminaron, a la sola alocución del nacionalismo revolucionario. De modo sorprendente estas episteme actúan, generan, campos expresivos, dicotómicos a la episteme de la nación, mediante simultáneos procesos. Por proximidad y rodeo, emboscando, por así decirlo, a la episteme de la nación. Por entrelazamiento y fisura, abriendo fisuras, hasta fracturas, en un espacio epistémico distinto.
No se da pues una única condición material de representación social (episteme). No se extiende en el espacio una única percepción social, mirada abarcadora de todo. No discurre un solo discurso, una sola formación discursiva, articuladora de comportamientos. De modo distinto, se yuxtaponen formaciones discursivas próximas y dicotómicas. También se aglomeran formaciones expresivas no-discursivas: gestos de colectividades, gramas, registros, marcas, señales, inscripciones culturales, ritmo de ritos indescifrables, danza de cuerpos rebeldes. La pretensión de una excluyente episteme es etnocéntrica y etnocida.
En este entorno de circuitos correlativos a la enunciación misma, la derivación del concepto, desde el campo enunciativo, localiza un lugar de conocimiento teórico. Si la episteme se constituye como un amarre de visibilidades; la expresión hace evidente su propia referencia; los discursos entonan la transparencia de las visibilidades; en tanto las teorías buscan explicar las regularidades encontradas. Los conceptos buscan resumir, en su tenue aliento, la sustancia de acontecimientos fugaces. Los conceptos son flores del jardín de la enunciación.
Un concepto significativo de la visión zavaletiana es el referido al Estado de 1952. ¿Qué dice el concepto de aquél Estado? Se trata de un Estado de consenso, un Estado hegemónico, que tiene, por parte de la sociedad civil, la entrega de su disponibilidad de fuerzas, como también la búsqueda de su autodeterminación. Un Estado que tiene, de su lado, a la maquinaria política, la instrumentalidad del poder. Nos referimos a un Estado democrático, con lo que este término connota de multitud. La experiencia política de 1952, constituye una experiencia democrática; se establecen las condiciones materiales para la constitución del ciudadano, se da lugar a una organización administrativa burocrática del Estado, así como una organización de la representación política. Los sindicatos forman parte de esta legalidad; obviamente el epicentro de la legalidad se circunscribe a los aparatos de Estado y a la división de poderes. La legalidad de los unos y de los otros es cualitativamente diferente. Los sindicatos constituyen la fuerza de la masa legalizada; en otras palabras, la legalización de la masa en su resumen organizativo. Los aparatos de Estado y los “poderes” definen la materialidad de la legalidad burguesa. Ahora bien los sindicatos, organizados en la Central Obrera Boliviana (COB), diseñan el poder alternativo de la masa.
El concepto del Estado de 1952 está asociado al concepto de democracia. ¿Qué significación tiene la democracia en una formación social abigarrada, a la vez capitalista, a la vez precapitalista, a la vez andina? “Si consideramos la democracia como materialidad -dice René Zavaleta Mercado -, es decir, el grado de igualdad que tienen los hombres pero, no en el cielo de la ley ni en su autorrepresentación sino en su carnalidad, su consumo social, su ser cotidiano, es una petición de principio que, (no se efectúa) ni ahora mismo, tantos años después de la revolución democrática. Por el contrario aquí si que unos hombres mueren como perros, para que otros hombres coman como cerdos”. En una formación económica-social entrelazada por formaciones históricas diversas, la democracia discurre en el escenario de la “ideología”. Es el ámbito de los discursos positivistas, mas tarde, neo-liberales, el recurso de legitimación de las “castas” de las oligarquías criollas.
La democracia es posible en la medida que una homogeneización material de los hombres concurre. La fracturación de la armadura étnica, la desterritorialización de espacios vividos culturalmente, por tanto la extensión del gran desierto, que es el mercado, la descodificación de memorias inscritas en la tierra, en la carne, en los gestos, en los ritos, en los objetos culturales. La institucionalización de una atmósfera “ideológica”, que signa a todo como equivalencia y cambio. La parcelación de la tierra, la dilución de los ayllus, por tanto el reconocimiento jurídico de la propiedad fracturada, así como la organización de la delegación representativa de la multitud; en otras palabras, la burocratización de la presencia de la masa. El Estado del 52 tiene su correlato en este proceso histórico-material de manipulación de los cuerpos, de vaciamiento de los espacios, de organización de apartados de Estado.
Desde esta mirada, abril de 1952 es un momento de intensidad mayúsculo dentro un proceso de “democratización social”. Se trata de un epicentro de procesos y recorridos de fuerzas, que derivan en la prodigiosa realización del espacio nacional. El Estado de la verificación electoral tiene su homeomorfismo en la circulación positiva de las mercancías. Hablamos pues de un Estado de la equivalencia. La equivalencia general de las mercancías expresa su castidad política en el resumen político de la sociedad de ciudadanos, que es el Estado del mercado democrático de votos.
Sin embargo, este espacio nacional no deja de ser jurídico, no deja de ser diseño (mapa sobre geografía) de un Arquitecto-Estado, que traza sus dibujos administrativo-políticos en una tierra todavía vinculada a sus accidentes geológicos, a sus densidades culturales. En otras palabras, el Estado de 1952, el Estado Democrático, el Estado Nacional, no ha dejado de ser proyecto. Se da pues una falla entre la expresión política de la sociedad y una sociedad todavía ámbito de la diferencia. Una diferencia, entendiendo esto como diferencia y diferimiento, distancia del diseño democrático de su realización. Las máquinas territoriales, que son los ayllus aunque sumergidos y dañados en su funcionamiento, reproducen el espesor erotizado de la tierra, definen un umbral, o un conjunto de umbrales, donde el Poder se encuentra con la resistencia y no puede traspasarla.
2. Regularidades demográficas y formación del excedente
Habíamos dicho que el sujeto social formador del excedente durante las periodizaciones precolombinas, la época colonial y parte de las fases históricas republicanas, fue el sujeto constituido en la máquina territorial del ayllu. Cuando la participación en la formación del excedente por parte de la minería de la plata es notoriamente significativa, la condición del trabajador minero se transforma: de mitayo devine en obrero asalariado. Desde entonces los sujetos sociales explotados en función de la formación del excedente son el sujeto social constituido en el circuito de las reciprocidades y el sujeto proletario. Particularmente el sujeto proletario es un sujeto productor de plusvalía, forma de excedente capitalista, en una densidad creciente en el conjunto de la masa social del plusproducto.
Es indispensable anotar que la formación del excedente se da a partir de relaciones de producción pre-capitalista y relaciones de producción capitalistas. En estas circunstancias la población trabajadora Es condición objetiva para la producción del excedente. Veamos pues las relaciones entre población productora y su subsunción al plusproducto social.
El año 1852 la Oficina de Inmigración, Estadística y Propaganda Geográfica cuantificó a la población masculina tributaria del departamento de La Paz (mayores de 18 años, menores de 50 años) en 67.910 habitantes. Lo que equivale a decir que estaríamos hablando de aproximadamente un contingente demográfico de 258.058 habitantes de ayllus; comprendiendo todas las edades y ambos sexos. Un cuarto siglo después la población masculina tributaria apenas se incrementa en 841 miembros. Lo que habla de una exigua tasa de crecimiento anual de 1,6 personas por cada 1.000 tributarios. Esto muestra, de modo indirecto, la escasa participación de los ayllus en la absorción del excedente, que ellos mismos formaban. El consumo social apenas garantiza la reproducción de la población.
El año 1877 estimamos la población de los ayllus del departamento de La Paz en una masa de 268.854 habitantes. Veintitrés años más tarde (1900), la misma población crece en 10.070 personas. Es decir, estamos hablando de 278.924 habitantes de ayllus. El censo del Departamento de La Paz de 1900 calcula una población rural de 323.587 personas censadas. Estos datos muestran la abultada participación de la masa demográfica de los ayllus en el conjunto poblacional rural: alrededor de un 86%.
Seleccionaremos dos provincias del Departamento de La Paz, una altiplánica, otra subtropical, con el criterio de observar comparativamente el decurso de regularidades bio-sociales en espacios regionales complementarios. Estas provincias son Omasuyos, en la zona altiplánica, y Yungas, en la zona subtropical.
En la provincia Omasuyus se dispersaban alrededor de 117 “ayllus”, en la década de 1850 a 1859; en cambio en la provincia de Yungas había, por la misma década alrededor de 61 “ayllus”. Dos décadas después el promedio de tributarios por “ayllus” aumenta en las provincias, aunque no crece significativamente la población. ¿Cómo puede explicarse este fenómeno? Si interpretáramos los datos tal cual se nos presentan podríamos inferir que el número de “ayllus” tiende a disminuir en el departamento: en Omasuyos prácticamente se mantiene el número de comunidades; en Yungas baja a 50 la cantidad de parcialidades; es decir, en las provincias desaparecen acerca de 38 “ayllus”. Durante la década de los años 50, del siglo XIX, las provincias sumaban hasta 456 comunidades originarias. Dos décadas más tarde los Ayllus habrían descendido hasta la cantidad de 418 comunidades. ¿Los “ayllus” no solamente son reducidos a localizaciones espaciales sino que también, en parte, desaparecen como entidades? Sin embargo, ¿un aumento en el promedio del número de tributarios por “ayllu” no implica a la vez un crecimiento de la población?
Anteriormente habíamos anotado que no ocurre una reproducción ampliada de la población, sino apenas una reposición que incorpora un exiguo incremento demográfico. ¿Estamos ante errores de cuantificación o frente a recomposiciones violentas de la estructura de los “ayllus”?. Aceptemos, por de pronto, la segunda hipótesis. La “migración” de forasteros a los “ayllus”, donde no son originarios, ha impactado, de manera notoria, en las estructuras demográficas de las comunidades, sobrecargando de población masculina, en edad de tributar, al perfil demográfico de los “ayllus” receptores de esta “migración” de forasteros. Para mostrar este fenómeno acudiremos a la información que brinda Herbert S. Klein sobre el tema. En la provincia Omasuyos la proporción de forasteros por cada originario aumenta, en siete décadas; es decir, de 1780 a 1850, de 2,3 forasteros por cada originario a 6,2 forasteros por originario. Aunque en la provincia Yungueña ocurre algo diferente, pues en este caso la proporción disminuye de 1,7 a 1,2 forastero por cada originario, podemos decir que lo que ocurre en Omasuyos expresa la tendencia general de las provincias, en lo que respecta a la modificación de la relación originario-forastero. Si bien en Omasuyos se da el fenómeno a un ritmo social más marcado. En la relación de las provincias la proporción de forasteros por originario se duplica, de 1,2 a 2,4, en el lapso considerado.
La incorporación de forasteros a las comunidades trae consigo la alteración de las estructuras demográficas. Este acontecimiento explica, en gran parte, el desarrollo de procesos aparentemente contradictorios; crecimiento del promedio de tributarios por “ayllus”, por un lado, y leve, hasta exigua, acumulación del conjunto de la población, por otro.
Por otra parte podemos observar pequeños problemas de cálculo en cuanto a los procedimientos de enumeración. Los censos del siglo XIX arrojan una población tributaria promedio (Originarios, Forasteros, Yanaconas) de 67.354 personas, concernientes al departamento de La Paz, para la década 1850-1859. La Oficina Nacional de Inmigración, Estadística y Propaganda Geográfica contabiliza para el segundo año de la década 67.910 tributarios y para el octavo año 67.607 tributarios, en el departamento considerado. El promedio entre ambas cifras es de 67.759 personas. Una diferencia de 405 tributarios; es decir, hablamos de una diferencia del orden del 0,6%. Ahora bien, es correcto pensar que la diferencia entre los promedios para la década se daba tanto al hecho de que se trata de distintas fuentes, así como a procedimientos de premediación distintos.
Consideraremos ahora la relación entre el promedio de tributaros por ayllus y el número de ayllus cifrados, así como la relación entre el promedio de yanaconas y el número de haciendas. Durante la década de los años 50, Klein calcula 97 originarios y forasteros por ayllu y 22 yanaconas por hacienda, también contabiliza 456 “ayllus” y 1.073 haciendas. En este sentido tenemos una población tributaria de originarios y forasteros que llega a las 44.234 personas y una población de tributarios suman un total de 67.838 personas (varones mayores de 18 años y menores de 50 años). Una diferencia porcentual de 0,7% en relación al promedio poblacional calculado por Klein para la década, es decir, hablamos de una diferencia absoluta de 484 tributarios.
Esta revisión de los datos cuantitativos nos muestra que, la interpretación de tendencias contradictorias detectadas, el crecimiento del promedio de tributarios por “ayllus” y el equilibrio reproductivo de la poblacional, debe ser buscada más en el impacto de la migración de forasteros que en errores numerativos.
3. En torno al problema de las regularidades bio-sociales
Podemos llamar al presente tema el problema de las relaciones del cuerpo con el ámbito de lo social. Ocurre como si la sociedad se apoderara de los cuerpos para someterlos a una creciente abstracción; a su vez, los cuerpos se vengaran de esta subsunción erotizando la red de relaciones sociales. Varios paradigmas teóricos han creído encontrar en los fenómenos estudiados regularidades explicativas. Nosotros podemos decir que, lo que ocurre es que, encuentran estas regularidades para poder explicar los fenómenos que los envuelven como redes. Desenredan estas leyes, he ahí el dilema.
Entre las regularidades consideradas, nos encontramos con las llamadas regularidades demográficas. Observemos de cerca estas regularidades.
La evolución estimada de la población tributaria del departamento de La Paz es la que puede expresarse como la de un constante equilibrio entre nacimientos y muertes. En otras palabras, podemos caracterizarla como una población casi estacionaria, en lo que transcurre la segunda mitad del siglo XIX. El año 1852, 67.910 tributarios; el año 1858, 67.607 tributarios; el año 1877, 70.751 tributarios. Un equilibrio poblacional cifrado en una tasa de crecimiento de alrededor de 1,6 personas por cada 1000 habitantes tributarios. ¿A esto se llama regularidad demográfica? Una población estable es un modelo de población, entre otros, como los referidos a las poblaciones estacionarias. Un crecimiento estable y un crecimiento nulo anotan argumentos a favor de las regularidades.
Pero, no vayamos tan aprisa; esta estabilidad y esta nulidad demográfica no pueden explicarse a partir de un recurso teleológico; una finalidad inscrita en la dinámica demográfica. ¿Qué hace que los cuerpos se comporten de una cierta manera, qué hace dar la apariencia de regularidad? Si fuera por los cuerpos, ellos se reproducirían indefinidamente, si se quiere, aleatoriamente.
¿Se trata de regularidades sociales? O, de modo particular, ¿de poderes que actúan sobre los cuerpos? El hábitat y el medio social, espacios en los que se inscriben los cuerpos como memoria cultural, condicionan los flujos “deseantes” de los cuerpos. Al respecto, nos interesa estudiar las condiciones sociales, lo que llama Deleuze, las relaciones entre maquina social y maquina “deseante”.
Un indicador sugerente, referido al tema, es el que dimensiona la relación entre haciendas y ayllus. Hablamos de 1.073 haciendas y 456 ayllus dispersos en el espacio de las provincias de La Paz, en lo que corresponde a la década de los años 50 del siglo XIX. Estas magnitudes relacionadas expresan una proporción menor al 43% de ayllus sobre el total de haciendas. Este indicador habla por sí solo sobre la situación de los “ayllus”; constantemente arrinconados por la expansión del latifundio, la mercantilización de tierras también afecta a sus códigos culturales, relativos a un espacio mítico.
La territorialidad disminuida de los “ayllus”, o la territorialidad desterrada de los mismos, en función de la territorialidad privada de las haciendas; este es el escenario de la restricción demográfica de los “ayllus”. La mentada regularidad corresponde pues a la introducción de la irregularidad en el espesor territorial: La tierra como inmenso cuerpo (pachamama), así como los cuerpos de los sujetos sociales, están recorridos por desplazamientos de poder, por campos de intensidad política, que exigen de ellos una entrega o una desaparición. La regularidad es un trazo del poder.
Los índices de masculinidad (relación de hombres sobre mujeres) hablan de ciertas composiciones regulares, así como de determinados fenómenos ocasionados por condicionamientos sociales. A la determinación a la que nos referimos es la conformación social de los forasteros: 103 hombres por cada 100 mujeres, entre 15 y 19 años; 118 hombres por un centenar de mujeres, entre 20 y 24 años; 108 varones por 100 mujeres, entre 25 y 29 años. Todos estos índices son atribuidos a los “ayllus” de las provincias de La Paz (1877). De este modo la susodicha regularidad está constituida por quiebres e irregularidades.
De los 456 “ayllus” de las provincias de La Paz, contabilizados para la década de los 50 del siglo XIX, se estima que 117 corresponden a Omasuyos y 61 a Yungas. Dos décadas después, los “ayllus” estimados para la década 1870-1879, son alrededor de 396, asentados en las provincias. Para la década estipulada contamos con una población tributaria promedio de 69.666 varones. Ahora bien, la estimación hecha para el año 1877 establece 79.751 tributarios, alrededor de los cuales se conforma un perímetro poblacional de 149.435 habitantes; en otras palabras, nos referimos a un total de 220.846 habitantes comunarios para dicho año. De los cuales 112.767 son hombres y 108.079 son mujeres. Volvemos a anotar también aquí una sobrepoblación de hombres (103 varones por cada 100 mujeres).
En el primer año del siglo XX, el Censo de Población calculó un contingente demográfico rural de 323.587 habitantes. ¿Cuántos de ellos son comunarios? Estimamos que el 86% de ellos corresponde a la densidad demográfica de los “ayllus”, hablamos de 278.923 vidas. Medio siglo más tarde (1950), se cuantifica una población rural 66% más grande que la enumerada por el Censo de 1900. Un cuarto siglo después (1976), el Censo de Población y Vivienda obtiene una magnitud demográfica 43% superior que la calculada en 1950. Estos indicadores muestran no sólo una acumulación demográfica significativa, sino también una aumento en el crecimiento poblacional. ¿Podemos hablar de un desequilibrio, de una irregularidad, cuando pasamos de poblaciones “estacionarias” a poblaciones acumulativas? ¿O, de otro modo, se puede suponer un componente constante de continuidad en esta acumulación demográfica?
La población rural estimada para el departamento de La Paz, a nueve años del último censo (1976), es de 963.956 habitantes; un crecimiento de 196.141 personas, en el lapso considerado. Nos referimos a una tasa de incremento poblacional del orden de 2,6 personas por año. Estos ritmos demográficos nos hablan, por si solos; son los cuerpos, la masa de sus conexiones, el conjunto de sus relaciones, el trabajo de los instrumentos sociales sobre la masa de cuerpos, los que producen ritmos en los comportamientos poblacionales. Pero, los cuerpos no son los mismos; por lo menos el espacio en el que se desenvuelven ha cambiado. Lo que hace que se vean diferentes. Los cuerpos están dañados por una atmósfera de tiempo, están historizados. En este sentido podemos decir que los cuerpos pertenecen a la historia, aunque en parte la exceden. Ocurre pues, que en condiciones históricas cambiantes los cuerpos viven transformaciones y, si pudiéramos hablar así, sufren mutaciones.
En tiempos nostálgicos del archipiélago andino, los cuerpos eran objeto de placer, pero también de sacrificio, de adoración, del mismo modo, constituían espacios de inscripción. La colonia convierte a los cuerpos en objetos de desprecio; algo que hay que esconder. Los cuerpos son cubiertos, se los viste a la usanza europea de entonces. Esta ropa ha quedado colgada en aquellos cuerpos, que no dejan de ser los cuerpos de ahora. Estos cuerpos emergen durante la guerra federal: salen de sus ropas, muestran sus ponchos. La vestimenta impuesta no pudo detener su erotismo. Al contrario, la perennidad de la pollera, la manta, el sombrero femenino, el sombrero “borsalino”, pasado el tiempo, terminaron recordando, no tanto la imitación de las formas como el uso, sin moda, del sincretismo indumentario.
¿A caso haya una reforma cultural, una reforma intelectual, derivada de la revolución de 1952? Este hálito, si es que no llega a reforma, toca también a los cuerpos. Un reconocimiento democrático de los hombres pretende borrar el desprecio de los cuerpos. Estos mismos son sometidos a procedimientos de modernización; dejan de pertenecerse a sí mismos para diluirse en los flujos del mercado. Los cuerpos conforman el pueblo, la masa electoral, el referente del discurso nacional. Los cuerpos ya no se ocultan, pero tampoco son mostrados. La “ideología” los evapora, convirtiéndolos en burbujas expresivas. Por eso podemos decir que vivimos una sociedad sin cuerpos, una sociedad des- corporeizada. Los cuerpos son imágenes acústicas, son significantes de una lengua madre, lengua que no lame, que no acaricia, sino que corta como un bisturí transparente. Los cuerpos son sometidos a una ortopedia abstracta, a una cirugía interna; por fuera no queda ninguna marca.
Envuelta en estas condiciones, la masa social de los cuerpos ha dado lugar a distintas estrategias acumulativas. Cuando en el archipiélago andino la expansión demográfica constituía un recurso, así como la extensión de la tierra es otro recurso. Como recursos están subsumidos a las redes de filiación y a las conexiones de alianzas; las filiaciones inscriben su memoria en la tierra, las alianzas politizan la circulación de mujeres. Durante la colonia la acumulación demográfica es negativa; la forma acumulativa poblacional es la muerte. En un mundo de desprecio los únicos cuerpos que se aceptan son los de los muertos.
Las reformas democráticas introducidas por la revolución de abril (1952), no solamente convocan una disponibilidad de fuerzas sino que dan lugar a corrientes demográficas móviles, a traslaciones espaciales recurrentes. Los incrementos de las tasas de crecimiento tienen que leerse más como partes de una predisposición cinemática (migratoria) que como regularidad.
Capítulo IV
Territorialidad
I. LECTURAS “TERRITORIALES” DE LA REGIÓN
Los cortes regionales dependen de lo que se busca delimitar, como también del método empleado para definir un espacio homogéneo. Una región puede responder a un perímetro administrativo político; una región puede ser sugerida como área geográfica. El contorno regional puede recortarse a partir de referentes más abstractos, como los relativos a región económica, región de socialización, región de conocimiento. Esta variedad connotativa de la región indica el uso metodológico del término regional; es un corte espacial, delimitador de un entorno conformado de acuerdo a cualidades seleccionadas como significativas.
Cuando hacemos referencia a la región geográfica hacemos hincapié en la lectura de los rasgos topográficos, climatológicos, ecológicos, de un contorno diferenciado de otros posibles. Sin embargo, sobre esta matriz geográfica se suceden movimientos susceptibles de estudiarse espacialmente. Asentamientos, recorridos, circuitos, redes sociales, texturas agrarias, expansiones mercantiles, construcciones industriales. De este modo la percepción geográfica adquiere una visibilidad en movimiento; dicho de otro modo, su objeto de estudio es un objeto en movimiento. Transcurre, transita, se transforma en el tiempo.
La mención a la región del departamento de La Paz supone un corte administrativo político. Este corte es una delimitación no territorial; suma territorios diferentes como si fuesen fracciones de una misma geografía, espacios equivalentes continuos. Esta región administrativa es una región convencional; el departamento, la provincia, el cantón, son recortes convencionales, podrían haber asumido otros tamaños y otros perfiles. Incluso podríamos referirnos a estas secciones políticas como recortes normativos. Regulan la pertenencia de los habitantes, la localización jurídica de las propiedades, el tránsito de las transacciones económicas, la distribución de la jerarquía burocrática, delimitan áreas de responsabilidad, así también espacios de demandas regionales. Esta región normativa es la que define una geografía política; ámbito de nombres vinculado a localidades dispersas.
Toponimia de la dominación, así como de la resistencia. ¿Acaso lucha de nombres? Ciertamente la historia de los nombres recuerda en sus signos la historia gráfica de los asentamientos. Sin embargo, son estos asentamientos los que son ubicados en un ordenamiento normativo. Pero, este orden espacial no es el único posible. Si partimos de la región política encontraremos otros ordenamientos subyacentes; ordenamientos que diseñan otros recortes espaciales. Entre estos otros recortes podemos señalar el relativo a las regiones económicas, regiones derivadas de los recorridos de los productos, en su caso, de realización; regiones compuestas por el ciclo de los productos; producción transformación y consumo. ¿Hablamos de un espacio de la concurrencia o de un espacio de la complementariedad?
Como hipótesis diremos que se desarrollan dos tendencias en la conformación del espacio económico; la tendencia propia a la expansión y concentración del mercado, es decir, la relativa a la concurrencia; la tendencia heredada de las formaciones económicas precolombinas, la relativa a la complementariedad. La concurrencia avanza por los territorios incorporando comunidades y pueblos a la equilibración de la oferta y la demanda; por otra parte, como movimiento reflujo, el acopio de mercancías y el atesoramiento dinerario se trasladan concentrándose en la capital de departamento. La ciudad de La Paz no solamente es la sede de gobierno sino núcleo de origen y culminación de los circuitos mercantiles. Centro comercial que regula la salida y la entrada de mercancías, orden regulador también del movimiento del transporte, del tránsito y del flujo demográfico. Urbe que anida una estratificación social compleja derivada de una movilidad social densa de variada procedencia.
La complementariedad permanece agazapada a la tierra, amarrando territorialidades diseminadas en espesores ecológicos, que bajan de la cordillera hasta encontrar la Amazonia y la costa. Este amarre puede entenderse como una costura de territorios, cosidos con el hilo consanguíneo de las relaciones familiares. Cuando la complementariedad y la concurrencia se encuentran se producen entre ambas tendencias zonas de transferencia. Se trasladan reciprocidades al mercado, se adaptan mercancías al consumo de las alianzas familiares. El cordón sucesivo de las ferias señala intermitentemente la ubicación estirada de un tipo de zonas de transferencia. Los pueblos de vecinos localizan los puntos de acopio, en una geografía social marcada por sus recorridos abigarrados. Las redes camineras, afluentes a las carreteras principales, dibujan conductos de transferencia como de transición entre formaciones económicas.
Asentados en esta geografía de espesores territoriales, coágulos sociales cristalizan adaptaciones contradictorias de estas tendencias estratégicas. La estratificación social del departamento recorre la cambiante geografía distribuyendo su desigualdad como jerarquía espacial. Desde la población de río Blanco, al sur de la provincia Pacajes, hasta la ciudad de La Paz, se pronuncia una distancia de 180 Kilómetros de largo en la expansión territorial altiplánica. En este recorrido tocamos cuatro administraciones políticas provinciales: Pacajes, José Manuel Pando, Ingavi y Murillo. Los espacios administrativos provinciales de Pacajes y José Manuel Pando corresponden a la delimitación geográfica denominada “Altiplano-Sud”. También, en parte, el espacio provincial de Murillo pertenece a esta delimitación; en cambio, el espacio de la provincia Ingavi se halla en la delimitación geográfica nombrada como “Altiplano-Norte”.
1.1 Geografía social de los territorios del departamento de La Paz
Haremos la descripción de la geografía social del espacio departamental, considerando los espesores territoriales, las porciones ecológicas, los perfiles geomorfológicos, así como los circuitos, recorridos y asentamientos sociales. Ordenaremos estas consideraciones en referencia geográficas, cuyo sentido es básicamente metodológico; definir un nivel de contrastación. Al respecto nuestras referencias sitúan tres ámbitos geográficos: el altiplánico, particionado en dos “microrregiones”, localizadas según su orientación, designadas como “Altiplano-Norte” y “Altiplano-Sud”; el relativo a los valles subandinos, y el correspondiente a la llanura amazónica. Comenzaremos con la descripción del ámbito geográfico altiplánico, empezando esta labor morfológica con la microrregión del “Altiplano-Sud” paceño, para luego continuar con las indicaciones relativas al “Altiplano-Norte”. La descripción de la geografía social se desplazará después al ámbito de los valles subandinos; terminaremos nuestras observaciones con el ámbito de la llanura amazónica.
1.2 Geografía social del Altiplano paceño
“Altiplano sur”
La administración provincial de Pacajes y la nueva provincia de José Manuel Pando se expanden al sud-oeste del departamento de La Paz; el contorno oeste de las provincias demarca límites fronterizos con dos países limítrofes: al Noroeste con la República del Perú, al Sudoeste con la República de Chile. Al norte colindan con la provincia Ingavi y al este Pacajes colinda con las provincias de Gualberto Villarroel y Aroma. Al sud la administración provincial de Pacajes define sus bordes con la provincia Sajama del departamento de Oruro. La provincia Pacajes y la nueva administración política se componen administrativamente por secciones provinciales que, a su vez, se dividen en 38 cantones. Más de cuatrocientos comunidades se asocian a estos cantones. Se estima que las provincias alcanzan a agregar 103.766 habitantes el año 1991. De los cuales se estima que aproximadamente el 45,7% conforman la población de la nueva provincia. El promedio demográfico por cantón es de 2.731 habitantes y el promedio probable por comunidad es de 259 habitantes. Estas distribuciones poblacionales arrojan una densidad demográfica promedio en el territorio de 8,3 habitantes por Kilómetro cuadrado, considerando que la extensión de las provincias abarca una superficie de 12.560 Kilómetros cuadrados.
El río Desaguadero, que lleva sus aguas del lago Titicaca al lago Poopó; recorre el Altiplano paceño, desde el puerto de Desaguadero hasta la población Tomás Barrón, a lo largo de 245 Kilómetros. Este río divide a la provincia Pacajes en dos, una parte queda al oeste, la otra al sudeste del río. Podemos tomar al río Desaguadero también como referente divisor entre las provincias, aunque la administración política de José Manuel Pando se extiende un poco más al este del río, hasta las proximidades del cerro Huaca Plaza. Por lo tanto, al oeste del río Desaguadero queda prácticamente la provincia José Manuel Pando.
Al oeste del río Desaguadero tenemos a un espacio geográfico que va perdiendo su configuración altiplánica para adquirir la forma irregular de la cordillera occidental de los Andes. Al este del río la extensión territorial muestra la explanada de la meseta altiplánica.
Una línea ferroviaria cruza el espacio geográfico de las provincias de oeste al noreste, de Charaña a Comanche, dividiendo las administraciones provinciales otra vez en dos; pero, esta vez, una parte queda al norte, la otra al sud de la línea férrea. Tomando esta vez como referencia al ferrocarril podemos decir que la provincia José Manuel Pando queda al norte de la línea férrea, aunque también una porción geográfica del norte de la provincia Pacajes. De Charaña a Comanche la línea de ferrocarril se alarga por unos 155 Kilómetros; de esta última población a la ciudad de La Paz se alargan unos 65 Kilómetros más de vía férrea. Al norte de la línea del ferrocarril la red caminera es más densa que al sud; por tanto, al norte se hacen notorias las carreteras de revestimiento ligero de un vía, al sud se comprueba más la presencia de caminos aptos sólo en tiempo seco, así como se suman las veredas. Un mayor número de capitales cantonales se hallan al norte repartiéndose áreas administrativas de menor superficie; ocurre lo contrario al sud.
Quizás la microrregión de mayor densidad económica se encuentra al este del río Desaguadero, en el entorno a Coro Coro, la capital provincial. Esto se explica, en parte, por la infraestructura desarrollada a partir de los requerimientos de la extracción minera. También podemos referirnos a una residencia más marcada y concurrente de los estratos de comerciantes, dedicados a las actividades de intermediación. La descripción de estas distribuciones espaciales nos puede dar ya una imagen aproximada de una geografía social de la provincia.
Al este del río Desaguadero, tenemos un espacio donde se afianza el mercado, un entorno de Coro Coro, fuertemente vinculado a la heredad minera, así como borde de influencia de la red comercial, prolongada desde la ciudad de La Paz. Al norte de la línea férrea y al oeste del río Desaguadero, tenemos un espacio ocupado por una significativa red caminera; situación que muestra el establecimiento de actividades de transporte. Actividades que cruzan el apacible territorio de la economía campesina. Este espacio, como se ve, no deja de estar vinculado al mercado; sin embargo, son más dilatadas las condensaciones de la concurrencia mercantil y menor la estratificación social de los intermediarios. En este espacio la economía campesina se encuentra menos afectada por el mercado. Por último, al sud de la vía ferroviaria y al oeste del río Desaguadero, nos encontramos con un espacio aislado por la proximidad de la cordillera. De la capital cantonal de Ulloma a la capital cantonal del río Blanco se desarrolla una distancia de 75 Kilómetros. Estas dos localidades están conectadas por una senda. Las únicas carreteras que se ven por la zona son, pegada al río Desaguadero, la vía de revestimiento suelto, que vincula a la capital cantonal General Campero y a la comunidad de Okoruro.
Las otras provincias del Altiplano-Sud paceño son Gualberto Villarroel, Aroma, Loayza y, en una buena parte, la provincia Murillo. La capital provincial de la administración política de Gualberto Villarroel es San Pedro de Curahuara; la capital provincial de Aroma es Sica Sica y la capital de la administración provincial de Loayza es Luribay. En tanto que la capital de la provincia Murillo es Palca; sin embargo, dejaremos, por el momento, a un lado la descripción relativa a la geografía social de la provincia Murillo, debido a dos razones: 1) porque en ella se encuentra la sede de gobierno de la República, que es al mismo tiempo capital de departamento, presencia urbana que trastoca el panorama demográfico y social de la provincia; 2) porque no toda la administración provincial se expande en una geografía altiplánica.
La administración provincial de Gualberto Villarroel se separa de la provincia Aroma por el límite natural que define el río Desaguadero; al sud del río se encuentra Gualberto Villarroel, al norte del río se halla Aroma. La provincia Gualberto Villarroel cuenta con 13 cantones, distribuidos en tres secciones administrativas. La población estimada de esta provincia acumulada 25.082 habitantes para 1991. Situación que define una densidad de 13 habitantes por Kilómetro cuadrado, teniendo en cuenta que la geografía provincial se extiende en un área de 1935 Kilómetros cuadrados.
San Pedro de Curahuara se conecta con la carretera principal de la región, el eje caminero que vincula la ciudad de La Paz y la ciudad de Oruro, a través de dos vías camineras; una que conduce hasta Calamarca a lo largo de 85 Kilómetros de largo; otra, más sinuosa, que llega a Patacamaya, después de recorrer 66 Kilómetros. Calamarca y Patacamaya son capitales cantonales de la provincia Aroma, las mismas que se encuentran sobre la carretera La Paz – Oruro. De oeste a este, a lo largo de la extensión provincial, una vía caminera longitudinal de 55 Kilómetros conecta dos capitales cantonales que se encuentran de un extremo al otro: Chacarilla, al oeste y Unupata al este. Del puerto de Chilahuala al puerto de Tomás Barrón, el río Desaguadero traslada sus aguas a lo largo de 62 Kilómetros; ambas localidades son también capitales cantonales. Sin embargo, son los 72 Kilómetros de río recorridos entre la comunidad de Janko Cota y el pueblo de Tomás Barrón los que definen el perímetro norte de la provincia. El perímetro sud de la provincia viene contorneada por un circuito caminero de 67 Kilómetros, que parte de la capital cantonal de Chacarilla, pasa por San Pedro de Curahuara, sigue por Mollebamba, también capital cantonal, hasta llegar a Papel Pampa, sede administrativa cantonal del extremo sud del departamento. Entre Chilahuala y Papel Pampa se desarrolla una distancia de 47 kilómetros, distancia que comprende, moviéndose de noroeste a sudeste, la Quebrada de Challa Jahuira y el río Mulato de Kari
A lo largo del río Desaguadero se hace significativa la presencia de comunidades urus. En algunos casos se conserva todavía la lengua nativa, en cambio en otros, más numerosos, los grupos étnicos urus han vivido el proceso lingüístico de aymarización. La economía de los urus estuvo vinculada a la pesca por un largo tiempo; fueron conocidos por los aymaras como pescadores, como habitantes de los ríos y de los lagos. Sus actividades agrícolas dejaron de ser circunstanciales, poco a poco se convirtieron en complementarias a la economía pesquera, para después llegar a convertirse en la práctica básica. Es sugerente el proceso de agrarización de los urus a partir de la reforma agraria. Durante la colonia la categoría de designación urus señalaba los márgenes de la tributación; junto a los vagos, se los consideraba sin capacidad de tributar.
Eran nombres marginales a la estructura social colonial. Esta demarcación fue heredada por la República hasta la reforma agraria, cuando los urus son incorporados a la masa de campesinos. Hoy todavía, pasados 38 años de la reforma agraria, los pescadores son oriundos de estos grupos étnicos cinéticos.
La administración provincial de Aroma se extiende por una superficie que suma unos 4.510 Kilómetros cuadrados al norte del Río Desaguadero. Se estima que en 1991 la provincia se halla poblada por 109.699 habitantes. Masa demográfica que define una densidad de 24,3 habitantes por kilómetro cuadrado. La provincia Aroma se encuentra recorrida, de norte a sur, por la línea ferroviaria y la carretera principal que conectan la ciudad de La Paz y la ciudad de Oruro. De la capital cantonal Tomás barrón hasta Viacha, capital de la provincia Ingavi, se extienden 140 kilómetros de vía férrea, 20 kilómetros más se prolonga la línea ferroviaria hasta llegar a la ciudad de La Paz. De Tomás Barrios hacia la ciudad de Oruro el ferrocarril se alarga por unos 71 kilómetros. De Panduro a la ciudad de La Paz la carretera principal se desplaza por el altiplano a lo largo de 148 kilómetros; por el otro extremo, de Panduro a la ciudad de Oruro, la carretera se prolonga por 148 kilómetros. Si bien éste es el eje de transporte principal que recorre el largo de la provincia, una red caminera de vías secundarias cruza transversalmente el eje de transporte mencionado, generando conexiones interprovinciales, desarrollando vinculaciones comunales, amarrando la dispersión des comunidades campesinas.
La provincia Aroma se divide en seis secciones administrativas, las mismas que se componen por 32 delimitaciones cantonales. Dentro de esta distribución administrativa estamos hablando de más de 350 comunidades dispersas en el territorio provincial. Esta situación numérica de la administración provincial define un promedio de 3.428 habitantes por cantón; siguiendo la secuencia, calculamos un promedio de 313 habitantes por comunidad. De las provincias del “Altiplano-Sud” paceño, Aroma es la que manifiesta una mayor densidad demográfica sobre el espacio. Esta aglomeración poblacional se explica, en parte, por la función concentradora de actividades que cumple el trazo eje del transporte. A modo de contrastación podemos remitirnos al hecho de que la mayoría de las capitales cantonales se encadenan a lo largo y en las proximidades de la línea ferroviaria y la carretera principal.
Otro punto de concentración social es Umala, sede de la segunda sección administrativa de la provincia. Umala se encuentra a 19 kilómetros, al sudoeste, de Patacamaya. De Umala salen cinco vías camineras de revestimiento suelto; esta red de transporte, aparentemente secundaria, liga comunidades y cantones a través de un circuito de ferias, de acopio, de intermediaciones, que contienen o derivan de la matriz del recorrido de reciprocidades. Haciendo comparaciones, podemos decir que, Patacamaya es el punto de concentración de la red de intermediación intercomunal, “capital” de un movimiento distributivo híbrido, conducido por los acuerdos entre alianzas familiares. Recuerdo económico, a través de medios mixtos, de su ancestral procedencia social.
Al sud, como comenzando el territorio provincial, vinculando su vértice fronterizo con la administración provincial de Gualberto Villarroel, tres afluentes concluyen sus aguas en el río Desaguadero: el río Mojlle, el río Aroma y el río Mojllepumcu. Este ingreso de los ríos, combinada con la topografía de la microrregión, estanca sus aguas en un área próxima a los 140 kilómetros cuadrados, configurando un terreno pantanoso entre el cerro Atajan y el borde del río Desaguadero. Esta zona pantanosa se nombra como Silencio. Bordeando el terreno pantanoso una carretera de revestimiento suelto conecta Tomás Barrón y la comunidad de Angostura, ubicada 11 kilómetros al norte de aquella localidad limítrofe. Otro terreno pantanoso se conforma un poco más al noreste de Silencio, como a 20 kilómetros de Angostura. Esta vez el río Challajahuira, el río Umala y el río Kheto estancan sus aguas en estos terrenos. Los ríos llevan sus aguas al río Desaguadero, pero, antes de hacerlo confluyen con el río Mojlle. Esta confluencia adquiere la forma de un estancamiento de aguas en el espacio pantanoso de Silencio.
Este panorama relativiza la aridez del territorio altiplánico; en el espacio provincial se desplazan alrededor de 372 kilómetros de ríos. Esto quiere decir que hablamos de aproximadamente 6 kilómetros de río por kilómetro cuadrado. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué la sequía? Por el momento, se puede decir, que se ha perdido la memoria tecnológica del uso del agua; el sistema hidráulico andino. La privatización de la tierra, la dilución de los ayllus, el quiebre de los circuitos de reciprocidad, la ruptura de las complementariedades territoriales, coadyuvaron a dar lugar a la pérdida de la memoria tecnológica relativa al uso colectivo del agua. La dispersión no complementaria de los fundos agrarios, la represión mercantil a las reciprocidades latentes, políticas agrarias ajenas a las demandas sociales, proyectos que no dejan de ser foráneos, diseñan las condiciones que obstaculizan el retorno a las complementariedades territoriales.
La administración provincial de Loayza se sitúa al este de la provincia Aroma. Sobre una superficie de 3.370 kilómetros cuadrados de expansión provincial, cuatro secciones administrativas, divididas en 17 delimitaciones cantonales, establecen su esforzada jurisdicción. En este contexto geográfico el territorio de Altiplano Sur paceño encuentra su contorno oriental en el perímetro que define la Cordillera de Tres Cruces. La provincia se hallaría habitada, de acuerdo a estimaciones, por 70.839 habitantes. Una densidad de 21 habitantes por kilómetro cuadrado define la presión demográfica sobre la tierra. El cantón promedio de la provincia supone 4.167 habitantes por delimitación espacial, en tanto que la comunidad promedio supone 373 habitantes por localidad. Estas distribuciones deben ser consideradas ordenadores numéricos en la interpretación de los asentamientos geográficos. Por ejemplo, los anteriores ordenadores nos pueden llevar a conjeturar un asentamiento promedio, compuesto por aproximadamente 62 familias. Este dato ya nos da una idea de la configuración del asentamiento comunal.
Luribay se encuentra en las proximidades del río Yaco, río afluente del río Luribay. Un poco más al noreste, como a 60 kilómetros de Luribay, se halla otro afluente del río Luribay; este es el río Malla. Al sud del río Yaco confluyen el río Lejre y el río Puchuni. Esta red hídrica llega a conmensurar alrededor de 194 kilómetros de ríos; la red culmina sus aguas sobre el río La Paz. Al noreste y al sudeste del río Luribay, otros dos ríos arrastran sus aguas hacia el río La Paz; el río Yunga y el río Caracato. El río Caracato es alimentado al el sur por el río Ticoma y el río Kollpuma; por el este baja el río Sapahaqui a entregarle sus aguas. Esta red fluvial llega a sumar alrededor de 72 kilómetros de recorridos.
Si tomamos en cuenta 164 kilómetros de otros ríos que recorren la región, tenemos una aglomeración de recorridos fluviales que conmensura cerca de 430 kilómetros de largo. El conjunto hídrico situado en la provincia define una densidad promedio de 12.7 kilómetros de río por cada 10 kilómetros cuadrados de territorio.
Las provincias delimitadas en la microrregión del “Altiplano-Norte” son Ingavi, Los Andes, Omasuyos, Camacho y Manco kapac. Estas provincias bordean el Lago Titicaca. Al sud del lago los perímetros de las administraciones provinciales de Ingavi, Los Andes y Omasuyos diseñan el perfil lacustre del Lago Huayñay Maca; al norte del lago los contornos de Omasuyos, Camacho y Manco Cápac dibujan parte del perfil del Lago Chuicuito. El diseño de la otra parte del perfil del lago queda del lado de la República del Perú. El conjunto de estas administraciones provinciales se extienden por una geografía que agrega 11.580 kilómetros de superficie. Como a 5 kilómetros promedio, en dirección noreste, de la orilla norte del lago, se extiende la Cordillera de La Paz. Desde el nudo de Apolobamba hasta la Cordillera Tres Cruces se desarrollan aproximadamente 235 kilómetros de cadenas montañosas. Detrás de estos cordones de la cordillera, hacia el noreste, distribuyen su geografía los valles subandinos. Las elevaciones orientales de la cordillera definen el límite natural del Altiplano, al norte y la noreste de esta meseta.
La capital provincial de la administración política de Ingavi es Viacha, esta ciudad provincial es la capital administrativa más próxima a la ciudad de La Paz; la población en cuestión está ubicada a 22 kilómetros de la capital de departamento. La capital provincial de Los Andes es Pucarani, localidad que se halla a 35 kilómetros de la sede de gobierno. Achacachi es la capital de la provincia de Omasuyos, se encuentra a 76 kilómetros del centro metropolitano de la región. Puerto Acosta es la capital de la administración provincial de Camacho, esta localidad se sitúa a 159 kilómetros del centro urbano de referencia. Por último, la capital de la provincia Manco Kapac es Copacabana, población distanciada en 130 kilómetros de la ciudad de La Paz.
Sobre la geografía demarcada como “Altiplano-Norte” se estima que se asientan 507.137 pobladores, el año 1991. Esta concentración demográfica define una presión sobre la tierra de 43,8 habitantes por kilómetro cuadrado. La provincia más grande del “Altiplano-Norte” es Ingavi, administración que asume la jurisdicción de 5.410 kilómetros cuadrados; también se trata de la provincia más poblada de la microrregión en cuestión; 139.279 habitantes se distribuyen por su geografía; hablamos del 27.5% de la población del “Altiplano-Norte”. La provincia más chica es Manco Kapac, administración que define una jurisdicción de 367 kilómetros cuadrados. Del mismo modo, se trata de la provincia menos poblada; 37.602 habitantes se encuentran en la Península de Copacabana, en las islas dispersas y en la Península de Tiquina; territorios comprendidos dentro su administración. Sin embargo, Manco Kapac es la administración provincial que arroja mayor densidad demográfica: 102 habitantes por kilómetro cuadrado.
Los Andes, Omasuyos y Camacho forman parte de una continuidad geográfica; estas administraciones provinciales se desplazan por una meseta, que disputa su espacio entre la Cordillera de La Paz y el Lago Titicaca. Los Andes, que colinda por el sur con Ingavi, por el Este con la provincia Murillo, por el noroeste con la jurisdicción de Manco Kapac y por el norte con Omasuyos, suma 1.658 kilómetros de superficie. Sobre esta provincia se asientan, de acuerdo a las estimaciones, 94.033 pobladores; situación que define una densidad de 56,7 habitantes por kilómetro cuadrado. La provincia de Omasuyos, delimitada entre Los Andes, por el sur, y Camacho, por el Noroeste, acumula 2.065 kilómetros de espacio territorial. Al presente esta administración contendría a 129.316 pobladores, asentados en la geografía bajo su jurisdicción; esta agregación demográfica establece una presión de 62,6 habitantes por kilómetro cuadrado. La administración provincial de Camacho asume el control de 2.080 kilómetros cuadrados de espacio territorial. Esta administración provincial limítrofe congregaría 107.047 habitantes; situación demográfica que define una densidad de 51,5 pobladores por kilómetro cuadrado.
Considerando el tamaño promedio familiar de 5,8 miembros, calculado para la microrregión del “Altiplano-Norte”, estaríamos hablando de la composición de 86.747 familiares. El 93% del conglomerado de familias de las provincias norteñas del Altiplano son propietarias de tierra, en tanto que el 7% restante de ellas no es propietaria de fundos. Estamos hablando de 80.675 familias propietarias y de 6.072 familias sin tierra. El tamaño promedio, de tierra por familia es de 4,8 hectáreas por unidad, teniendo en cuenta sólo a las familias propietarias. Si tomáramos en cuenta a todo el conglomerado familiar, el tamaño promedio del fundo disminuye; en estas condiciones el tamaño promedio de tierra por familia llega a 4,5 hectáreas por unidad. Nos referimos entonces a 387.240 hectáreas en propiedad. Esto quiere decir que sólo el 33,4% del territorio de la microrregión del “Altiplano-Norte” se encuentra ocupado por las unidades agropecuarias.
No toda la tierra en propiedad se encuentra cultivada, sólo el 28,7% de la superficie de los fundos está cultivado; nos referimos a 11.022 hectáreas cultivadas. Esta relativa expansión del uso agrícola de la tierra se debe a determinadas condicionantes, que actúan como limitantes para la extensión del cultivo. Quizás la más importante condicionante se deba a la misma composición del uso de la tierra; estamos hablando de un microrregión donde las familias campesinas de dedican primordialmente a la ganadería. Como sabemos, debido al tipo de ganadería que se practica, el ganado hace un uso amplio del terreno. El ganado que tiene mayor presencia es el ovino. Otras de las condicionantes es la geología diferencial de los suelos, así como su situación geográfica; zonas lacustres, zonas no lacustres. Las tierras mayormente dedicadas a la agricultura son las que conforman el contorno geográfico territorial del lago; en cambio, cuando nos alejamos de las zonas lacustres, la aridez de la tierra aumenta y, como sufriendo una modificación de los comportamientos, varía la composición del uso de la tierra; de un uso primordialmente agrícola pasamos a un uso básicamente ganadero.
Los principales cultivos de la región, de acuerdo a la expansión de la superficie cultivada, son la cebada, la papa y la quinua. Sin embargo, existen muchos otros cultivos, que aunque no manifiestan una notoria expansión, son importantes por su uso para el consumo familiar. Entre estos podemos citar a la oca, el haba, la avena, la papalisa, el trigo, la alfalfa. Al respecto, comparando superficies cultivadas, podemos decir que, alrededor de 84% de la tierra cultivada se encuentra dedicada a la producción de cebada, papa y quinua. En tanto que el 16% de la tierra cultivada restante está dedicada a la producción de los demás bienes.
El ganado ovino y el ganado bovino son ciertamente los más notorios, también los más significativos desde la perspectiva del mercado. Estimamos la presencia de 298.497 cabezas del ganado bovino y la existencia de 1.855.525 cabezas de ganado ovino. Otro ganado de relevancia es el camélido; al presente se estima la presencia de 105.464 cabezas de camélidos. También estimamos la existencia de 120.914 asnos, 280.952 gallinas, 223.539 chanchos, 178.218 conejos. Los anteriores datos definen la densidad del ganado en la geografía del “Altiplano-Norte”: 25,8 cabezas de ganado bovino por kilómetro cuadrado; 160,2 cabezas de ganado ovino por kilómetro cuadrado; 9,1 cabezas de camélidos por kilómetro cuadrado; 10,4 de asnos por kilómetro cuadrado, refiriéndonos sólo al ganado mayor.
Sobre la extensión geográfica del “Altiplano-Norte”, la huella de los ríos es menos manifiesta, la red hídrica tiene menor extensión, además de que la mayoría de los nombrados tienen una existencia intermitente; desaparecen durante un tiempo, reaparecen durante el período de lluvias. Entre los ríos de cierta importancia podemos mencionar el río Jilacata, que se encuentra en el espacio administrativo de Ingavi. Este río lleva sus aguas hacía el río Desaguadero a lo largo de 25 kilómetros de recorrido. El río Sehuenca, que traslada sus aguas en territorio administrativo de Los Andes, recoge agua de dos ríos: el río Condoriri y el río Jan Hallari. Esta poca extensa red alcanza a trasladar aguas a lo largo de 86 kilómetros, hasta desembocar en el lago Titicaca. Otro río de importancia que se arrastra sobre el espacio de la provincia de Los Andes es el río Catari; este río recoge aguas del río Pallina y del río Colorado. Esta red se extiende fuera de la jurisdicción de Pacajes. Sumando recorridos de la red llegamos a agregar más de 200 kilómetros de tramos; sin embargo, los recorridos dados en la provincia sólo suman 67 kilómetros. Otra red hídrica de cierta importancia en el “Altiplano-Norte”, se da dentro la jurisdicción de la provincia Omasuyos. El río Kelka, el río Chachacomani, el cual tiene como afluente al río Jaillahuaya; el río Kellhuani y el río Chiar Joao, juntan sus trazos fluviales, culminando sus aguas en la bahía y golfo de Achacachi. Esta red de tramos fluviales conmensura unos 164 kilómetros.
El trazo hídrico, en la geografía del “Altiplano-Norte”, tiene una relativa importancia para el riego, particularmente porque se trata, en su mayor parte, de ríos intermitentes. Existe otra razón para la limitación de la importancia de esta red fluvial; la proximidad del lago, al crear un micro-clima propicio, convierte al borde del lago en zona explotable para la agricultura. También podríamos mencionar que cuando los ríos crecen, más bien aparecen, en período de lluvias; esta situación convierte a las lluvias en la fuente principal de riesgo, no así a los ríos. Sin embargo los ríos son más aprovechables cuando se combina la pendiente topográfica con el conducto de las sequías.
2. Geografía social de los valles subandinos
Abriendo quebradas en la cordillera Tres Cruces, aprovechando descensos topográficos de menor pendiente, se establecen cabeceras de valle, cuando la altitud baja suficientemente (de 3.000 m.s.n.m. a 2.500 m.s.n.m., hasta los 2.000 m.s.n.m.) comienzan los micro-climas, suelos, topografías, adecuadas al desarrollo de los valles. La administración provincial de Inquisivi delimita uno de sus perímetros jurisdiccionales en este decline de la cordillera. La avanzada social, que trepa, en su caso, que descuelga, de la cordillera, asume la forma de comunidades iniciales. Pipini, Kelkata, Sallalli, Vilaque, Caquena, Janchallani, Cacoma, Yunguyo, Luruhuta, Challa, Franz Tamayo, Huanchaca, Caracoles, Bengala, Huita, Aguilar, Apacheta, Camiña, se convierten en las primeras señales de la ocupación social de la geografía de los valles subandinos, al cruzar el cordón de montañas altas de la cordillera.
La capital de la administración provincial de Inquisivi lleva el mismo nombre que la provincia. La provincia está dividida en cuatro secciones administrativas, conformadas por 26 demarcaciones cantonales. La distribución de los asentamientos llega a establecer alrededor de 208 comunidades dispersadas en el territorio. La provincia abarca una superficie de 6.430 kilómetros cuadrados. Se estima que en esta expansión habitan 130.289 personas; aglomeración demográfica que define una presión sobre el territorio de 20,3 habitantes por kilómetro cuadrado. El promedio poblacional calculado por cantón es de 5.011 habitantes, en tanto que el promedio calculado por comunidad es de 626 pobladores por asentamiento.
Inquisivi, así como las provincias yungueñas, cobijó los primeros establecimientos de las haciendas coqueras durante la Colonia. Aunque notoriamente el mayor número de haciendas coqueras se concentró en las provincias yungueñas, la economía, de lo que conocemos hoy como Inquisivi, estuvo tempranamente ligada a lo que podemos considerar como economía de la coca. En todo caso el traslado de productos de las haciendas de Inquisivi se efectuaba a través de los territorios yungueños. Al presente, la principal red de carreteras de la provincia está conectada con las vías camineras yungueñas. Ocurre como si los conductos de la tradicional economía de la coca subsistieran, como si perdurara un amarre económico heredado desde la colonia.
De la capital provincial de Inquisivi sale una carretera de revestimiento suelto, que se dirige hasta el norte, hasta llegar a La Plazuela, localidad de la provincia de Sud Yungas. Este recorrido se alarga por unos 124 kilómetros; durante el mismo se cruzan cuatro capitales cantonales: Charapaxi, Suri, Cajuata y Circuata. Otra carretera que sale de Inquisivi, en dirección oeste, se conecta a 5 kilómetros con Quime, capital de la segunda sección administrativa de la provincia. Siguiendo la ruta, como a 7 kilómetros, la carretera se bifurca a la altura de Veta Verde; una división se encamina la norte, hacia la comunidad de Huita; la otra división se dirige al sudoeste, hacia Caxaca, capital cantonal de la provincia Loayza. El primer recorrido consume el tramo a lo largo de 33 kilómetros, el segundo recorrido se estira por unos 19 kilómetros, hasta llegar a Caxaca. Sobre esta carretera, como a dos kilómetros de Huayñocota, capital cantonal, nace otra comunicación vial hacia el sud que se dirige Ichoca, otra capital cantonal.
A doce kilómetros de Ichoca, en dirección este, se encuentra la comunidad de Rea Rea, localidad que se comunica a través de una red vial con Colquiri, capital cantonal limítrofe del sur de la provincia. La red dimensiona unos 35 kilómetros de recorridos. La capital cantonal de Cavari, ubicada a diez kilómetros, en dirección este de Rea Rea, se comunica con la anterior red vial por medio de un tramo que se prolonga a lo largo de 38 kilómetros. Como se ve este tramo no se comunica directamente con Rea Rea, sino que baja hacia el sur. Rea Rea y Cavari se hallan separadas por la Cordillera Mazocruz y por el río Rea. Otro circuito caminero de importancia transcurre en el entorno de la capital cantonal de Caluyo. Esta población está conectada al este con Icoya, capital cantonal de la provincia cochabambina de Ayopaya, y al sur con Lequepalca, capital cantonal de la provincia orureña de Cercado. El circuito caminero señalado desarrolla 52 kilómetros de tramos.
La red hídrica principal de la provincia dirige sus aguas hacia el río Ayopaya. El río Camacho, que tiene su origen en la Cordillera Tres Cruces, es afluente del río Ichoca, el mismo que termina confluyendo en el río Challani. Este río y el río Rea Rea se conectan en una confluencia con el río Colquiri. Por último este río se convierte en afluente del río Ayopaya. La red fluvial conmensura 136 kilómetros de recorridos. Al sud de esta red fluvial se desplazan el río Quiri y el río Colquiri; al norte se encuentra el río de Arcapongo, el cual deja sus aguas en el río Cotacajes. Al noroeste, bajando de la Cordillera Tres Cruces, dos afluentes del río La Paz sitúan sus orígenes. Estas otras huellas hídricas llegan a trasmontar sus aguas por tramos, que llegan a sumar alrededor de 189 kilómetros. Estaríamos hablando de un conjunto de trazos fluviales que se desplazan por 325 kilómetros.
3. Centralidad y vecindades geográficas en los territorios del departamento de La Paz
Llamemos territorialidades a esas fracciones geográficas compactas, condicionadas por sus espesores ecológicos, hurgadas y modificadas por los recorridos sociales, asumidas a través de la marca material de la memoria colectiva que habita su entorno. Hemos tratado de entrever estas territorialidades remontándolas con la mirada descriptiva de la geografía social. Un campo de territorialidades compacto es la meseta del Altiplano. Pero, a pesar de esta compacidad, hemos podido evidenciar ciertos desplazamientos espaciales que tienden a distribuir diferencias en la geografía social. A veces estos desplazamientos son sellados por notorias huellas demarcadoras; este es el caso de la distribución de territorios al este y la oeste del río Desaguadero. El perfil occidental de la cordillera afecta al contorno altiplánico, acercándolo lentamente a sus elevaciones, deshabitando poco a poco los alrededores, dando lugar a nacimientos de río con sus paulatinos deshielos. El río y la cordillera hacen las veces de barreras naturales a las modificaciones acuciosas de los ordenamientos sociales, permiten una apreciable maduración de sus heredadas relaciones sociales. Aunque el este y el oeste del “Altiplano-Sur” paceño es cruzado por carreteras, como por el ferrocarril, asimismo por la extensión de los circuitos comerciales, puede reconocerse un núcleo anacrónico que amarra los procesos a su retorno ancestral.
Al oeste del río Desaguadero, entre el río y la cordillera Tres Cruces, se esparce la otra parte del “Altiplano-Sur” paceño. Aparente continuidad geográfica, que contiene una mayor densidad de la movilidad social, como de la movilidad espacial. El mercado encuentra aquí cierta ductilidad para sus movimientos; por decir algo, menos roce. Lo que se llama desterritorialización se produce con mayor intensidad en esta zona. Esta forma de ocupación mercantil del territorio, borrando sus espesores, sus inscripciones, conformando en su sitio un espacio de equivalencias, de intermediaciones comerciales, un flujo de comunicaciones cuyo reflujo se concentra en el centro urbano regional. La ciudad de La Paz centraliza esta red comercial; como sede de gobierno, amarra al conjunto de administraciones políticas. Desde su centralidad define la estructura jerárquica del espacio político. Sin embargo, esta centralidad no controla, no sintetiza, el conjunto de fracciones territoriales. Esta dispersión de espesores diseña otros recorridos, teje otras alianzas, escapa a la centralidad. Se comportan como si fuesen fuerzas centrífugas que desfiguran la aparente continuidad social de la geografía. La geografía social devela entonces sus yuxtaposiciones diversas, sus retornos anacrónicos. Es en el contexto de este abigarramiento que se distribuyen las formaciones campesinas.
El perfil oriental de la cordillera hace las veces de límite montañoso de la meseta altiplánica; también de costura natural entre los valles subandinos y el Altiplano. Los valles subandinos no dejan de estar encerrados en cordones de cerros; aquí el clima y la ecología son significativamente diferentes. Un constante declive en la topografía manifiesta un regular descenso, hasta llegar a las praderas de la Amazonía. En estos valles encajonados se condensan racimos humanos, vinculados tanto a su procedencia como mitimaes, así como a su presente campesino. Zonas agrícolas por excelencia, cuya combinación de climas templados y tropicales permite el cultivo de una gama de productos. Sin embargo, a través de esta distribución agrícola, se texturan ejes económicos. En los valles orientales del departamento, la producción de coca, de café, de cítricos, define una administración de los productos basados en la economía de la coca. En cambio en los valles occidentales, de clima más templado, la diversificación de la producción no tiene un eje direccional. En estos lugares la coca es más un bien de consumo cultural.
4. El espesor de las territorialidades en las formaciones económico-sociales
La territorialidad se remite al ámbito de territorios “conexos” mediante recorridos y alianzas. El encuentro con la tierra se realiza por medio de los grupos; el grupo nómada o, de modo distinto, el grupo de asentamiento, es la unidad social que reproduce el reconocimiento biológico del pueblo. La especie se encuentra entonces ligada a las plantas de recolección, a la sangre de los animales, al movimiento de los peces, al escondite de las raíces, a través de un antepasado ignoto, que se hallaba en el camino de su transformación; de planta, de animal, a hombre.
La territorialidad connota un encuentro con la diferencia. Este encuentro es posible con el consumo o la caza, también el sacrificio o el arte de dibujar. En este sentido la territorialidad es pisar por caminos inéditos, como también caminar por huellas repetibles. Por esto mismo se compartía con los animales circuitos cruzados en espacios compenetrados. El roce de parecidos emparentaba, de pronto, la mirada del jaguar, la luminosidad del relámpago, el fuego del hogar. Esta proximidad era adorada o temida. El ritual no es otra cosa que el movimiento rítmico de los cuerpos al cruzar estas fronteras que se tocan.
La territorialidad traspasa entonces los objetos, los cuerpos, los espesores, los sueños, los tiempos. Esta permanencia sitúa la metamorfosis de la memoria. No se trata tanto de recordar como de avizorar una forma de conocimiento de los contactos sensuales. Más que presentar lo que ocurría, era presentirlo; se sentía el tránsito de las manifestaciones vivientes.
El territorio es entonces la matriz que se ocupa, se puebla, se circunda; matriz dadora de sustento. Sin embargo, el territorio es también la condición “a priori” sobre la que se trabaja, “objeto” y “medio” de producción; a la vez, es el referente sobre el cual la geografía dibuja sus mapas. El gran “recortador”, el gran “aplanador”, del territorio es el Estado. Esta entidad histórica es, en realidad, el cartógrafo anónimo, que dibuja en el espesor territorial, el mapa político. Demarca, delimita, localiza, nombra, conmensura, distribuye los espacios. El Estado responde a esta sedimentación geográfica del Poder; jerarquía espacial estratificada como ordenamiento político.
5. La guerra de las territorialidades
La tierra, recurso y referente social, procedencia de la identidad, procedencia colectiva, espesor material, voluminosidad concreta, profundidad de la memoria, paisaje indescifrable. Cuerpo donde se trazan los recorridos sociales, las inscripciones del poder, los símbolos del saber. Tierra, convocada por los orígenes; también deseo de utopía. Por eso, condición material de la cultura: etnia y tierra. Con todas sus variantes: etnia + tierra, etnia enraizada en la tierra, tierra expandida en el soma grupal, etnia multiplicada en la tierra con la producción del espacio de consumo, tierra ensimismada en el cuerpo, tierra que, a su vez, se interioriza en el pensamiento. Etnia que sabe de la tierra y a través este saber etnia que se distribuye en el contacto descifrador, distribuido en las formas simbólicas, en las figuraciones repetidoras de las formas territoriales. Por otra parte, tierra, lugar de disputa, objeto de poder.
Asistimos a este retorno, que es, en realidad, un avanzar el encuentro. Sin embargo, este encuentro no llega sin voluntad de poder. Para que la tierra vuelva a ser matriz de los tiempos, es menester ocuparla colectivamente. Esto es la guerra contra el mercado de sus recursos.
El mercado vacía de contenido al territorio concreto, lo convierte en un desierto, por donde circulan equivalencias; hablamos de un espacio social de intercambio de cantidades dinerarias, susceptibles de conversión dineraria. El mercado es eso, des-concretización, descualificación, fetichización, cosificación, enajenación del trabajo y, por este itinerario, pérdida de identidad. La voluntad de poder, que, en este caso, es voluntad de identidad, voluntad de encuentro, opone al desierto capitalista la contundente escritura de su grama concreta. Grama que no solamente es geografía de los recursos, diseminación de las montañas, distribución de los ríos, concentración vegetal, explanadas áridas, diseminación animal, geografía de la población, sino también, recorrido de los productos, red de comunicaciones, textura de espaciamientos culturales, geografía de las fuerzas.
Lo concreto de esta densidad múltiple de espacios es su irreductibilidad al vacío; no es intercambiable por otro concreto. Lo concreto es vivido y agotado en el consumo, es finito, por la muerte que carga, es su propia unidad lograda en su propia diferencia. No es cantidad indiferente, salvo por la asignación de una relación social decodificadora. Las cantidades concretas implican transformación, no significan suma. Esta es posible cuando se trata de unidades equivalentes. Un concreto junto a otro concreto, un concreto en relación a otro concreto, producen un contacto. En estas condiciones la vecindad y la distancia connotan movimiento, traspaso, receptividad, influjo; en otras palabras, acción producente.
La presencia de un concreto afecta. Esta eficiencia del contacto no puede ser indiferente, al contrario es perturbador. Por eso lo concreto es síntesis del entorno. Su huella marca el cuerpo. Es inscripción, es escritura, es encuentro.
Las territorialidades de las formaciones sociales andinas, amazónicas, chaqueñas, son todavía concretas; no han perdido su identidad geográfica, a pesar de haber sido escarbadas en parte por el desierto capitalista. Sus lejanías, sus encierros, sus alturas, su botánica espesa, resisten la desterritorialización. Sin embargo, esta resistencia no es suficiente; la vorágine de la acumulación de capital avanza, acrecentando su hambre de ganancia. Sólo puede acumular anexando a su estómago condiciones de posibilidad concretas, no capitales, materialidades concretas, cuerpos étnicos, socialidades del derroche.
La defensa de las territorialidades deriva en guerra al capital. Están opuestos no solamente usos de la tierra; usos en forma de consumo, usos en los términos del referente cultural, usos en cuanto a la compacidad social. Hablamos del lugar compartido, del terruño, de la figura comunicativa que enlaza cuerpos y memoria, familias y poder. Señalamos la materia trabajada, transustanciada en el objeto producto. Indicamos el recorrido de los bienes. En otras palabras, configuramos el espaciamiento de la reproducción.
Como partiendo de estas condiciones objetivas, de estas formas de lo concreto, para inmediatamente de-construir su itinerario, romper su equilibrio, escarbar su contenido, vaciar su materialidad, posibilitando así su lectura numérica, su asimilación cuantitativa, las relaciones capitalistas parten de la geografía de las territorialidades para diluirlas luego en un espacio de equivalencias. No solamente concurren aquí la muerte de las vinculaciones concretas, la muerte de las conexiones culturales, el vaciamiento de las miradas paisajistas, sino también la muerte de los sentidos, el orden de un espacio desterritorializado, espacio de corrientes de flujos conmensurables, resumibles a la valoración dineraria.
Se puede argüir filosóficamente, que se trata del vaciamiento del ser. Parafraseando a Martin Heidegger, podemos decir que, la materia se encuentra en la fábrica industrial, en la central hidroeléctrica, en la central nuclear, y no la fábrica, la central hidroeléctrica, la central nuclear, en el mundo. La naturaleza ha sido incorporada a la técnica; es materia prima, input de la maquinaria industrial y de la maquinaria cibernética, de la microfísica que ha logrado penetrar es su intimidad. Desde esta perspectiva, la materia es input de un proceso cuyo output es la destrucción de la materia. Sin embargo, esta desarticulación del ser, no necesariamente conduce al nihilismo, a la era del vació, a la postmodernidad egoísta y hedonista, al desierto absoluto del mercado mundial, a la victoria aplastante del capitalismo tardío. Porque este desocular tecnológico esconde otra posibilidad; liberarse de los límites finitos de la materia acotada, encontrar los alcances infinitos de la composición íntima de la materia, entregar al ser la posibilidad de su totalidad. Hacer que toda heurística, toda técnica, toda ciencia, pertenezcan a la aventura abierta del universo, y no, a la inversa, como ocurre con el capitalismo, donde la naturaleza, fracciones de universo, se hallan encapsulados, cogidos en las celdas de laboratorios. Decidida así su destinación, la producción por la producción, el conocimiento por el conocimiento, el sentido de la materia y del universo es el asignado por el instrumental de laboratorio. Este sentido es el de la muerte.
En las condiciones del capitalismo tardío, la ciencia se ha convertido en un agujero negro; punto por donde se pierden el universo y el ser. No se puede ignorar que la ciencia es una fuerza, como tal actúa sobre las fuerzas físicas, determina direccionalidades. Es este el problema, no su conocimiento. Es este actuar nihilista el que nos lleva a la nada. Es este actuar el que debe ser combatido por otro actuar, es la dirección impresa por las fuerzas la que debe ser modificada. Las direccionalidades posibles no son necesariamente las que se muestran; las que se muestran son las que ejercen poder. Por lo tanto son estas las que definen el ámbito de verdad. En cambio las direccionalidades subyacentes son materialmente posibles. Para que las mismas emerjan es menester la vocación de contra-poder.
6. Las lecturas probables de los posibles órdenes sociales
Hemos asistido a la aparición, desarrollo y entierro de lecturas únicas; encerradas en sí mismas. Lecturas encandiladas por su formación discursiva, “ideologías” que dan cuenta de un orden descubierto, signado como básico, para extraer de él las derivaciones sociales correspondientes. La modernidad ha sido prolífica en esta producción teorética; el descubrimiento del mercado como base de una democratización económica, su homologación a un orden racional, la distribución de las filosofías etnocéntricas, la delimitación histórica del modo de producción, el diseño de la industrialización, las linealidades del progreso y el desarrollo, el eufemismo de los órdenes democráticos. Sin embargo, en el borde de esta modernidad, en el umbral mismo de su quiebre, cuando se dice que los paradigmas se han agotado, se quiere sustituir unas percepciones excluyentes por otras; el deleite del hedonismo posmodernista, que encuentra la versión de un nuevo individualismo, el anclaje antropológico en pueblos, cuya resistencia es posible a través de una tenaz rebeldía, el consumo culturalista de la inteligencia snob, la mención de nuevos sujetos sociales. En fin, el ensanchamiento del ámbito de lecturas de órdenes sociales, ha sido más la caracterización del umbral que la renuncia a dar cuenta de la realidad social.
Lo que distingue a este impresionante esfuerzo por monopolizar la objetividad de las representaciones, es su horror a confrontar las impenetrables formaciones abigarradas del variado universo de los múltiples órdenes sociales alternativos. La constitución de una mundanidad posmoderna ha devenido, después de la decadencia del mito del progreso, a través del ejercicio de la confrontación, el roce, la articulación, la sumersión de lo diverso. Las culturas, las territorialidades, las estrategias de poder, los diseños sociales distintos no han desaparecido. Lejos de ello han conformado una conexidad de multiplicidades, conexidad de órdenes sociales diversos, que aparentemente atribuyen la hegemonía al capitalismo tardío. Nada más engañoso; es sólo una creencia, una ilusión, que la ganancia y su acumulación sean el resultado de esta vertiginosa corriente de alternativas simultáneas.
Lo que ocurre es algo distinto; dicho de otro modo, ocurren concurrencias simultáneas. En el capitalismo tardío no se dejan de replantear órdenes sociales alternativos, y hasta formaciones sociales alternativas. El ordenamiento capitalista no es sustantivo del conjunto de órdenes sociales posibles; es más bien desconstitutivo de los contenidos históricos, que guardan estos órdenes sociales. El capitalismo se construye por medio de esta descontrucción. La sustancia social se encuentra diseminada en la diferencia de mundos entrelazados. En este abigarrado panorama social, que es constituyente, la materia social está hecha de esa multiplicidad aleatoria de sentidos sociales diversos.
Querer reducir la constelación social a un orden social que la represente no connota otra cosa que la exclusión de los otros órdenes posibles. Entonces esta representación es una exclusión; por eso, esta representación es una represión. Se descarta lo otro. La forma colonial de esta exclusión era la de representar ante los otros la voluntad divina; en cambio la forma moderna se expresa como representación por voluntad de los otros. De la esfera señorial de la representación pasamos a la esfera pública. Sin embargo, ambas formas son excluyentes; sólo que en un caso la exclusión se ejerce sobre el conjunto de personas del entorno, es decir, sobre la multitud, los pueblos, la plebe; en tanto que, en el segundo caso, la exclusión se plantea sobre las voluntades colectivas, dando lugar, por otro lado, la incorporación de los “hombres privados” a la esfera pública. Más aún derivando en una vida pública de lo privado.
¿Este complejo de órdenes sociales es cognoscible? Su reducción a la representación parece negar esta posibilidad de conocimiento de la totalidad diversa. La recurrencia a la síntesis, al encuentro de un punto de reunión, la búsqueda de los lugares de significación, parece mostrarnos el camino a totalidades significativas. Totalidades abstractas, que agrupan relaciones ordenadoras, estructuras abstractas, descripciones aditivas, que sustituyen teóricamente a la totalización no homogénea de órdenes sociales alterativos. Totalización referencial quebrada. No hay continuidad en estas yuxtaposiciones, en estos entrelazamientos, en estos nudos de articulación. No se da una unidad racional. Los órdenes sociales posibles se comportan como zonas cortadas en distintos universos, arrancadas de sus dimensiones disímiles, atraídas a una reunión provisional, enlazadas a través de amarres cambiantes, conformando totalidades no acabadas; siempre abiertas, infinitamente quebradas en sus interioridades no cerradas.
Por otro lado, la articulación de órdenes sociales es impenetrable a su análisis, resistente a su disgregación en unidades descompuestas, y por eso, a su representación pura. Esta analítica no resuelve el problema planteado por totalidades abigarradas; al contrario, disuelve el mismo en reducciones abstractas, que pierden el contacto con el contexto referencial. Se recurre entonces, para sumar estas unidades, a una razón estadística, que si bien adiciona partes, lo hace creando vecindades aparentes, por medio de correlaciones numéricas, no concomitantes, como tampoco condicionantes. La analítica crea más bien una distancia entre las hipótesis teóricas de contrastación y la promiscuidad material del referente concreto.
La exterioridad de un referente complejo es figurable por el pensamiento del afuera. Este pensamiento es un remitirse a las figuraciones recurrentes de la exterioridad concreta. Masa de movimientos expresados en forma de calidoscopio. Posibilidades múltiples estallando en simultáneas direcciones. Percepciones alternativas, creando angulaciones en distintas posiciones, produciendo visibilidades en distribuidos enfoques, rompiendo constantemente centramientos permanentes, jugando a recorrer un objeto abierto de relaciones.
El pensamiento ha dejado de ser representación, con lo que lleva de publicidad este concepto; es decir, doble presentación, escenario, opinión pública. El lugar donde la presencia se recoge como lenguaje, más aún, como filosofía. Como significado de una presentación. También como subjetivación, subjetividad, espacio privado de raciocinio y de crítica. La representación es aquí delegación; también correspondencia pública, formación de una “vida social pública”; es decir, campo de comunicación reflexiva de la sociedad civil. La crítica implica, en este caso, la separación política del Estado de la sociedad civil, la formación de un comentario privado, profano, sobre asuntos que antes eran de competencia exclusiva de los humanos de la comunidad, herederos de una representación filial. La razón burguesa a diferencia de la transmisión aristocrática es publicidad; en cambio la “representación” aristocrática reduce a un significante la mediación de la significación: el soberano. Esta representación de abolengo, de casta, esta más cerca del teatro. No hay público, propiamente dicho; este se encuentra perdido en la oscuridad. Su mirada está en el escenario iluminado. Este “público” privado de su privacidad no es público, si no más bien opaco; no hay intimidad, por el contrario, se la entrega al rey sol.
Gilles Deleuze dice que el signo comienza con el déspota, o más bien, que el despotismo se instaura con el signo. Este lenguaje sobre la cultura daría lugar al acopio del excedente, al atesoramiento de la “plusvalía de código”. El signo sería la leyenda del origen: el primer padre incestuoso. Origen que es a su vez el fin de los recorridos sociales; el sentido inaugural y el fin cómplice de nuestros actos. Logos divino encarnado en la mortalidad de los discursos y en la metáfora de los rituales. Sin embargo, desde otra perspectiva, aquella que descubre que el significado no se encuentra en la descripción de su marca, sino que, de modo paradójico, se encuentra suspendido por esta señal. Cuando la huella es leída es interpretada; en el recorrido de esta lectura es inventado el significado. Este es más una relación ilusoria adivinada en el trazo del significante. Podía haberse asentado otro contenido semántico en esa inscripción; pero si es ese y no otro, no es solamente por azar, sino por una historia semántica, que sedimenta su sensualidad, que quiebra su filosofía. Historia derivada de la estrategia de poder, de su juego de fuerzas. Por eso, podemos decir que el déspota es el cuerpo del significante. La aparición del déspota es el principio del significante; el sentido se forma con el orden de relaciones de fuerza que envuelven al déspota. El significado no es inherente a la marca; es producido.
Monarca o déspota, densidad minúscula del significante; sin embargo, remolino turbulento, punto gravitacional de transcurrentes significados sociales. Es esta señal motivada la que, a su vez, mueve las lecturas posibles. Punto de concentración, porque alrededor de él se describen órbitas de relaciones, pero también punto de fuga, porque a partir de su roce tangencial, las curvas trazadas por los recorridos sociales desatan interpretaciones diversas. Esta escritura es política pues afecta. Su impacto despierta imágenes volátiles detrás de la alborada y el ocaso de las miradas. Marca suscitadora de lenguaje. Dibujo que termina figurando, territorio en el que germina la expresión.
Es en esta grama o hendidura, donde se cifra el engaño, la pretensión a creer que hay un ángulo único, absorbente, desde el cuál se puede atrapar la totalidad de la figura. Esta búsqueda de la estática, del equilibrio, de la permanencia, es una lectura que muere al mismo tiempo que nace. La figura se ha movido o la percepción ha envejecido. En menos de un abrir y cerrar de ojos otros ángulos de perspectiva se han hecho posibles. El discurso es una aventura solitaria condenada a perecer en esta infinita geografía no descifrada.
Sin embargo, terminamos localizándonos en algún lugar, aunque nos movamos después de este lugar a otros; aparece un sitio, se insinúa un momento, se enfoca un referente, a partir del cual describimos órbitas, conquistamos un alrededor, creamos una zona de certezas. Esta seguridad es inestable, porque el alrededor no solo delimita sino amenaza con descentrar, con dislocar el centro de gravedad de las certezas. El contorno es el deseo, la invitación a seguir adelante, el horizonte de posibilidades. Si anclamos en este campo de certezas terminamos construyendo una institución; la de la verdad, la de la objetividad, la de la medida, la de la moral, la del derecho, la de la utilidad. Iglesias, barcos anclados, ilusionándose en conquistar la eternidad, por medio de procedimientos provisionales, desde una ubicación aleatoria, dentro una gama de situaciones probables. Explosiones minúsculas en el transcurrir infinito del universo abierto.
Por eso, es conveniente, si es que no se quiere caer en el delirio de fundar nuevas verdades, tener presente la provisionalidad de nuestro campo de certezas. ¿No es esto inaugurar el criterio de la incertidumbre? ¿Aconsejar el recurso de la duda? ¿Proponer la relatividad? No, lo que se exige es el reconocimiento pleno del afuera, la vivencia placentera de la exterioridad. Se exige reconocer la impureza del universo, la necesidad del deleitarnos con la percepción de lo abigarrado, el saborear la heterogeneidad de la materialidad, el concebir la simultaneidad de múltiples direcciones posibles, la conexidad o el cruce de dimensiones diferentes, no necesariamente complementarias.
Conocer es inventar; para inventar ha que crear. Lograr un conocimiento es vivir una experiencia nueva. El reconocimiento acontece por medio del ejercicio de posibles relaciones producentes con el afuera. El contenido de este conocimiento es esta vivencia inaugural, este contacto, que es a su vez lectura del paisaje, del entorno, de la geografía de la profundidad, de la inscripción de los cuerpos.
II. HISTORIA Y SOCIOLOGIA POLITICA DE LA HACIENDA
La conquista no puede dejar de considerarse como un hecho militar; se ha dicho, por eso, que la “Conquista de América” es vista por los españoles como una continuación de las cruzadas. Si se había confundido al continente descubierto con la India, no es de extrañar que, en el subconsciente del conquistador, se entienda el extermino de “indios” como una continuación de la guerra contra los moros. No podría ser menos cierto decir que, si bien Cristóbal Colón tenía una idea más o menos clara a propósito de la redondez de la tierra, sus sucesores, notoriamente los colonizadores, no se desembarazaron fácilmente del punto de vista de Tolomeo, ni tampoco de la visión plana del mundo. El sueño de los hidalgos empobrecidos, que se enrolaron en las empresas conquistadoras, era la de lograr una vida holgada de caballeros en tierras conquistadas.
La conquista crea su tiempo, lo mismo que la colonización; con estos acontecimientos históricos salimos del tiempo circular para entrar a las secuencias del tiempo lineal. De acuerdo a Heinz Dieterich la conquista y la colonización se constituyen en tres grandes etapas sucesivas: 1) desde el primer viaje de Cristóbal Colón hasta el hallazgo de la ruta cierta de las “Indias” verdaderas (1522); 2) desde la entrada de Hernán Cortés al Yucatán (1519) hasta entrando al siglo XVI; y lo que se puede llamar el tiempo de los períodos de colonización, 3) desde los aciagos años de la segunda mitad del siglo XVI hasta los períodos de la independencia. La primera fase es organizada prácticamente por las empresas descubridoras, iniciativas financiadas de acuerdo a intereses mercantiles. Los personajes comprometidos en las proezas de esta etapa son el explorador y el comerciante. Como puede verse, el motivo de la búsqueda de las rutas hacia el oriente tiene una matriz comercial. Con el fin de la guerra de reconquista contra los musulmanes la “Hispania Magna” habría ingresado a la geografía histórica de la Europa mercantil; pero, con el descubrimiento de “América”, más aún, con la colonización, el Imperio Castellano habría vuelto a salir del ámbito espacial de la acumulación originaria de capital, para ingresar a una geografía colonial. Geografía vinculada a un tiempo histórico que sería como la continuación de la memoria religiosa de las cruzadas.
La secuencia de expediciones de la segunda fase de conquista y colonización es asumida tanto como empresas descubridoras y como empresas conquistadoras. El personaje expuesto en otras expedicionarias y colonizadoras es el “segundón hijosdalgo”, el hijo no heredero de la familia noble, el hijo no primogénito echado a menos, por eso mismo empobrecido, aunque orgulloso de su abolengo. Una buena oportunidad para acceder a la riqueza, al poder y a la tierra eran los viajes coloniales a las “Indias”. La tercera etapa se caracteriza por su estrategia colonizadora, vale decir, se trata de un conjunto de operaciones y maniobras diseñadas para consolidar la dominación sobre las colonias. Es la fase, correspondiente al lapso, cuando la cartografía del poder colonial demarca el reparto de los territorios de las “Indias”. Durante esta periodización sobresalen los encomenderos, los funcionarios, los clérigos, como personajes de la dominación.
La estructura de dominación colonial se compone de, por los menos, tres estilos del ordenamiento del poder: la Corona, los conquistadores, la iglesia. Estas instancias organizativas disputaban el control de las colonias; aunque cómplices en la empresa colonial, aunque restringidos por la vigilancia y los compromisos con la Corona, los conquistadores y la iglesia no dejaron de extender sus influencias, así como no menoscabaron esfuerzos en lograr el control unilateral de la población aborigen y de los territorios de “Indias”. La estructura de dominación conformaba, a su vez, una estratificación social relativamente variable. Funcionarios de la Corona, caballeros, clérigos, descubridores, exploradores, mercaderes, escuderos, soldados, colonos, definían categorías sociales en un espacio social jerarquizado por el acceso a formas de propiedad. Es indudable que fue la institución de la encomienda la forma de relación de dominación que, a su vez, contenía el diseño anticipado de la propiedad patrimonial de la tierra y del sistema de la hacienda. Esta función simultánea de la encomienda, como entidad jurídica y como instancia económica, distingue la determinación política en la formación de los ordenamientos económicos de la Colonia. Con esto no solamente estaríamos señalando un comienzo en la historia colonial, esto significaría apenas una descripción, sino que precisamos un modo de orientación de la historia en el continente conquistado.
Considerando a la Conquista como un hecho militar, una especie de continuación de las cruzadas en un continente inédito, un continente que no entraba en la cartografía de los navegantes del siglo XIV, esta ocupación de facto de las tierras descubiertas terminó en el dominio de extensiones geográficas y distribuciones demográficas de importancia. Este dominio, basado en las armas y en la destrucción de la organización política de las sociedades conquistadas, no podía dejar de atender los problemas relativos a la incorporación administrativa del espacio. Este gobierno geográfico instituyó los repartimientos como segmentaciones espaciales que ataban la tierra de los conquistados al estamento de los descubridores y conquistadores. El repartimiento descansaba en la distribución simultánea de suelos y población, así como en la instauración de relaciones de obligatoriedad; el “indio” se hallaba forzado a prestar servicios, a trabajar en las tareas agrícolas, a ser enviado a las minas. La jurisdicción del repartimiento era vista por la Corona como una institución provisional, que entraba en contradicción con su propia declaración, que designaba a los aborígenes como “vasallos libres” de la monarquía española; por lo tanto, exonerados de relaciones de obligatoriedad. Pero, una cosa era el discurso de la ley y otra la práctica efectiva de dominación en manos de los conquistadores. El repartimiento, en los hechos, amparo un genocidio espectacular de las poblaciones sometidas a las administraciones coloniales.
Desde la perspectiva de la controversia de intereses entre la Corona y los conquistadores, la encomienda es como el resultado de una prolija disputa política en torno al control real de las “Indias”. Con el establecimiento de la encomienda se adjudicaba una determinada población de “indios” al encomendero, quien se hacía cargo de la protección y cristianización de los mismos. Esta institución colonial conseguía, en cierta manera, de lograr un relativo control de las colonias a la Corona, aunque, dependiendo del lugar. Bajo la forma de encomienda continuaron reproduciéndose las relaciones serviles impuestas en el período del repartimiento. La encomienda exigía del encomendado la obligación de pagar impuestos al Estado al tiempo que los declaraba vasallos del reino de Castilla. La que atribuía los repartimientos y las encomiendas era indudablemente la monarquía, lo mismo ocurría cuando se trataba de determinar la duración válida de estas instituciones, que supuestamente no podían ser hereditarias.
La encomienda como el repartimiento, sin olvidar sus diferencias jurídicas, políticas y organizativas, fueron, en realidad, disposiciones administrativas, que mediaban en la retribución de la Corona a la labor militar del conquistador. Entrando el siglo XVI la monarquía buscó las modificaciones legales correspondientes para deslindar a la encomienda de sus reminiscencias señoriales; es decir, evitar la formación en las colonias de una nobleza feudal. Estos cambios connotaban la restricción de las atribuciones del encomendero; éste, en adelante, sólo tendría derecho a una parte de la tributación, no reconociendo legalmente las obligaciones del “indio” a otra cosa que no sea pagar su tributo. Quedaban así fuera de la esfera legal las prestaciones personales y los servicios de trabajo. Bajo esta jurisdicción el encomendado se convertía en un tributario; situación que duró incluso cuando desaparece la institución de la encomienda.
La condición del tributario es formalmente distinta a la condición del encomendado y la de éste diferente a la condición del “indígena”, que se encuentra bajo la jurisdicción del repartimiento. El autóctono, sometido a la coacción del repartimiento, se encuentra repartido juntamente con las tierras que habita, sujeto a un orden servicial y de trabajos obligados. El aborigen, que se halla dentro del estatuto de la encomienda, está bajo la tutela del encomendero, el cual no es considerado propietario del suelo que pisan sus encomendados. En compensación los encomendados deben prestar sus servicios y trabajar para el encomendero. Los tributarios, que se hallan tanto bajo la forma última de la encomienda, como aquéllos, que forman parte del régimen tributario posterior a la encomienda, solamente estarían obligados a pagar impuestos. Pero, a pesar de estas diferencias de las jurisdicciones coloniales, en cada institución sucesiva se las arreglaban para conservar la práctica de explotación étnica, constituida a partir de la Conquista. Cambia la letra de la ley, pero, más que producirse sustitución de regímenes de dominación, se da lugar a una aglomeración de formas institucionales de la colonia, compartidas en los Virreinatos y Capitanías.
La estirpe militar conformó el estrato social dominante en la sociedad colonial, por lo menos hasta la explotación de la plata de Potosí. Con la extracción del mineral de plata, del cerro más rico conocido, se incitan movilidades en la estructura social colonial. Los mineros y azogueros ascienden en la jerarquía social, debido al control del excedente más apreciado por el comercio ultramarino: los metales preciosos. La emergencia de Potosí en el ámbito económico-social colonial liberó, por así decirlo, el empuje económico contenido en el marco de las relaciones políticas establecidas a partir del hecho militar de la Conquista. Podemos hablar de la conformación de un mercado como un entorno de intercambio, alrededor de la centralidad fundada por la extracción de la plata.
2. La mita colonial en el entorno “mercantil” de Potosí
Un centro como el de Potosí es impensable sin la mita colonial. La extracción minera, la formación del mercado, en su versión pre-capitalista, la concentración demográfica de mitayos, comunarios, azogueros, comerciantes, mineros, funcionarios, clérigos, descubridores, conquistadores, en una ciudad administrativa, convertida en epicentro de un ámbito de circuitos distributivos y de intercambio, no puede entenderse sin el orden de poder derivado de la mita. Esta institución que trata del manejo de los cuerpos, su distribución, su movilidad y su consumo en el trabajo de extracción de la plata. Es en la gestión del Virrey Francisco de Toledo cuando se conforma esta institución dedicada, en principio, a garantizar mano de obra forzada a trabajar en las minas. No solamente fueron afectadas las comunidades vecinas a la ciudad de Potosí, sino un ámbito geográfico mucho mayor que comprometía al mismo Virreinato del Perú. La mita se extendió a todas las colonias debido a su importancia en la formación de excedente. Esta irradiación de la mita terminó satisfaciendo las demandas de brazos en todas las aéreas de trabajo; la mita ligada a la extracción de minerales no era más que el eje de estos turnos de trabajos forzados, explanados en dilatados tiempos, aplicados a las áreas económicas derivadas de la Colonia.
Es indispensable distinguir entre la mit’a pre colombina y la mita colonial. El sentido de la mit’a no está vinculado directamente a las periodizaciones del trabajo, sino que representa el retorno regular de movimientos cíclicos. John Víctor Murra propone considerar a la mit’a como una relación de orden, que transmite las propiedades simbólicas de los ciclos a los turnos, definidos por las actividades económicas, políticas, religiosas y sociales. El orden de la mit’a expresa, a su vez, la armonía producida por la constante de los ciclos y la distribución de los ritmos de turnos. Se trata de un orden y de una orden; un equilibrio reproducido y la orden dada para cumplir con las faenas comprometidas. De este modo la mit’a se convierte en una fuerza producente; es decir, en una actividad social organizada, asociada a la aplicación del conocimiento tecnológico. La mit’a explica los movilizaciones sociales exigidas por los trabajos de las obras monumentales, como son el sistema hidráulico, los caminos, los templos, los edificios. Si bien puede comprenderse a la mit’a como un sistema de trabajo, este no es directamente eso, faena, ocupación, sino coalición con un orden dado; en otras palabras, pertenecía a una jerarquía social de las alianzas.
La mita, es decir, la mit’a distorsionada por la colonia, se convirtió en la fuente de la riqueza de las familias mineras; también de las arcas de la Corona. No exageramos cuando decimos que llega a sustentar el sistema económico colonial. El excedente de la época se genera en esta deformación del orden cíclico de la mit’a; es esta una apropiación económica de un ordenamiento integral de la sociedad, del territorio y del clima. En esta desfiguración del orden de la mit’a se trastrocaron sus funciones, sus relaciones, así también sus intersubjetividades propias. El mit’ayuq, que era la persona comprometida con el “turno” de la mit’a, se transformo en el mitayo, en el “indígena” forzado a salir de su comunidad para enrolarse en un viaje sin retorno, para cumplir con cargas y tareas, cuyo fin no era otro que el usufructo privado. No solo que la mayoría de los mitayos no volvían, sino que su desgaste no se compensaba en obras públicas. Estos retornos remarcan el quiebre de las relaciones de reciprocidad, por lo tanto de la armonía supuesta por la mit’a.
De la mita derivó una estructura social, más bien, la mita modificó la estructura social colonial. Los hatunrunas se volvieron mitayos; los caciques eran los responsables de asegurar la salida de mit’ayuq de sus comunidades ante el corregidor. Éste, a su vez, respondía de la movilización de los mitayos ante el capitán general. Éste era el funcionario encargado de entregar los mitayos en Potosí. Mineros, azogueros, comerciantes, funcionarios, clérigos, en una primera etapa, encomenderos, en una segunda fase, hacendados, derivaban de la apropiación del excedente producido por los mitayos. Conquistadores, descubridores, funcionarios, clérigos, encomenderos, brotados en los primeros años de la colonia, tuvieron que acomodarse al nuevo entorno mercantil de Potosí. ¿Se constituyo, en este entorno, un nuevo diseño del poder basado en la explotación de la plata?
Los azogueros conformaron un estrato social con disponibilidad de recursos, con exigencias de mano de obra, contando con un alrededor social de intermediarios. Desprendiendo, desde las montañas socavadas, un diagrama de fuerzas, que terminó modificando la estructura de poder instaurarlo por la Conquista. No podemos decir que las relaciones económicas coloniales descansan en la formación de un mercado interno; la formación del mercado no fue ningún comienzo. De modo distinto, el mercado interno estuvo condicionado por la extracción minera, en tanto que la explotación de minerales devino del derecho de posesión del conquistador. El principio colonial fue un hecho militar, el mercado potosino se estableció sobre el soporte de dispositivos políticos instaurados por la conquista. Podemos declarar que el entorno mercantil potosino trastrocó el hecho militar en un evento económico.
Podría decirse que la apariencia del entorno colonial de Potosí era mercantil; esto no solo por el comercio ultramarino y sus repercusiones con el entorno potosino, sino también por las relaciones de intercambio desplegadas entre azogueros, comerciantes, corregidores, obrajes y latifundistas. Estas relaciones de intercambio estaban restringidas a los estratos dominantes, pues las relaciones con los mitayos, con la población de las comunidades, con los labradores, con los trabajadores de los obrajes, no dejaron de ser relaciones de servidumbre, obligadas, forzadas por las administraciones locales. Podemos decir incluso que las relaciones mercantiles eran sostenidas por las relaciones de servidumbre. Las mismas relaciones de servidumbre eran particulares al continente de las “Indias”; no pueden equipararse a las relaciones de servidumbre feudales desarrolladas en Europa. Las relaciones de servidumbre coloniales se basaban fundamentalmente en el “derecho” del conquistador, en la diferencia racial, en la diferencia cultural; por otra parte, se servían de la incorporación distorsionada de relaciones sociales precolombinas, como en el caso de la mit’a.
Extraña esta manera de combinar la circulación monetaria, como forma, con la mita y las reducciones toledanas, como contenido de la formación colonial. Cabría preguntarse acerca de la función del dinero en la colonia. No es ciertamente propiamente capitalista, porque no se produce un proceso de valorización, no se basa su circulación en el trabajo asalariado propiamente dicho, no conmensura el “tiempo de trabajo socialmente necesario”. La circulación monetaria en la colonia tiene que ver más con la necesidad de facilitar y ponderar las transacciones burocráticas, como las relativas al pago de la tributación. Aunque la moneda de plata también vehiculice la compra de tierras, los contratos, el pago de rentas, estas compras, estos contratos, estas rentas, están más mediatizadas por el “derecho” colonial que ser expresión de un mercado libre.
La circulación monetaria en la colonia funciona más como ponderador metálico de las relaciones de dominación. La moneda de plata es signo de las posesiones, de los repartimientos, de la cantidad controlada de mitayos, de la cantidad de yanaconas retenidos al interior de las propiedades patrimoniales. La moneda coagula, por así decirlo, la cantidad de servicios conservados en la posesión. Es más un signo de jerarquía y de prestigio, diferencia y separa, más que igualar y aproximar a los estratos sociales por donde circula. Aparece como movilidad “metafísica” en una estructura social inmóvil. Su uso no genera capital sino que pondera el excedente acrecentado por los trabajos forzados y el tributo obligado. Un “indígena”, que llegara atesorar dinero metálico, no podría llegar a ser un azoguero; lo mismo podríamos decir de los mestizos, como de la mayoría de los criollos. Pero, para un español, retribuido por la corona con posesiones, el manejar una cantidad de moneda implicaba la posibilidad de adquirir más mitayos que los permitidos por las regulaciones legales, de comprar cargos, como los de corregidor, por ejemplo, mediante los cuales podía enriquecerse.
Ciertamente se puede evaluar la importancia de una ciudad por el tamaño de su población; aunque esta valoración sea relativa y nos indique a través del crecimiento demográfico la incidencia de una ciudad en el contexto mundial, podemos tomarla como un indicador oportuno para el caso del “rancherío minero” que se convirtió en la “Villa Imperial”. De acuerdo a los documentos de la época, Potosí contaba con una populosa población de alrededor de 120.000 habitantes cuando llegó el Virrey Francisco de Toledo a la ciudad minera. Esta llegada del Virrey a Potosí concurrió el año 1572, como parte de su vista general a los repartimientos del Virreinato del Perú.
El entorno de Potosí abarcaba una treintena de provincias, pero su irradiación económica, es decir, el ámbito de su circuito monetario, era mucho mayor. Sin embargo, no todas las provincias estuvieron sujetas a la “tributación” de la mita; en esta condición se encontraron un poco más de la mitad, quedando el resto exenta de esta obligación. En el informe elevado por Bartolomé González Poveda se enumera a 16 provincias expuestas a la obligación de la mita. De acuerdo a los resultados de la visita se calculó que, de 119 pueblos de las 16 provincias del entorno potosino afectado por la mita, 13.500 “indígenas” varones, comprendidos entre 18 y 50 años, debían servir en la mita. Si consideramos que los “indígenas” reclamados para la mita correspondían a la séptima parte de la población tributaria, los datos anteriores se encuentran circunscritos en un campo demográfico mayor; hablamos de una población de varones que merodea a las 94.538 personas. Tomando como base, en su momento (1572-1573), esta población tributaria y operando con el coeficiente propuesto por Nicolás Sánchez Albornoz, para efectuar una gruesa estimación de la población aborigen de las 16 provincias “tributarias” de la mita, obtenemos una población hipotética de 425.420 habitantes “indígenas”, comprendidos en este entorno parcial potosino. Esta estimación demográfica parece ser muy alta, si consideramos los resultados de la Vista General de Francisco de Toledo.
Nicolás Sánchez-Albornoz, basándose en la fuente de la Visita General, encuentra que en diez repartimientos, que corresponderán al Alto Perú, la población tributaria aglutina a 34.621 varones, en tanto que la población total de “indígenas” llega a los 161.095 habitantes. La estimación de la población tributaria para los 16 repartimientos (provincias) sujetos a la mita es de 55.394 varones y para el entorno potosino de 30 repartimientos es de 103.863 varones. Por otra parte, una estimación más fina de la población “indígena” del entorno potosino calcula 483.255 habitantes, para el año de la Vista General (1572-1573). Esto quiere decir que el problema no se encuentra en el coeficiente sobreestimado de Sánchez-Albornoz, tampoco en la cantidad misma de habitantes “indígenas” estimados en forma gruesa, sino en la asignación espacial de estos habitantes. Ellos no corresponden al entorno parcial, relativo a la mita, sino al mismo entorno potosino del que hablamos. Vale decir que los 94.538 tributarios tampoco corresponden al entorno parcial, sujeto a la obligación de la mita (16 provincias, sino que incumben al entorno potosino (30 provincias). Esta situación nos muestra que, en realidad, se cargaba el peso de la mita, calculada para 30 repartimientos (la séptima parte de los tributarios), a las provincias “tributarias” de la mita. Estas provincias debían contribuir con un exceso de brazos para compensar la excusa de la mita del resto de provincias del entorno potosino. Este tipo de “compensaciones” y otros abusos provocaron más tarde del despoblamiento de la región.
Ahora bien, después de lo discutido, optamos por la estimación de 183.255 habitantes “indígenas” pertenecientes al entorno potosino. Independientemente si esta cifra es verídica o no, si es verificable o no, lo cierto es que ella nos numera la propagación demográfica probable de la población “indígena” del llamado entorno “mercantil” potosino, de acuerdo a los levantamientos consecuentes a la Visita General de Francisco de Toledo.
El área de la geografía social, del entorno potosino, viene definido por la distribución de los asentamientos comunales del conjunto de las provincias afectadas directa o indirectamente por la mita; este derredor comprende tanto a las provincias sujetas a la mita como aquellas exentas de esta obligación. Las provincias que conceptuaremos como trastornadas por la mita potosina son Pacajes, Omasuyos, Paria, Cochabamba, Porco, Chayanta, Sica Sica, Tarija, Carangas, Chucuito, Paurcarcolla, Lampa, Azáncaro, Canas y Canchas, Quispincanches y Cavana. En tanto que las provincias que clasificaremos como exoneradas de la mita son Cuzco, Pancartambo, Carabaya, Larecaja, La Paz, Atacama, Lípez, Altos de Arica, Oruro, Pilaya y Paspasa, Mizque, Tomina, Yamparáes y Potosí.
3. Cantidades demográficas y geográficas del entorno potosino
Al situarnos en la métrica de las cantidades nos colocamos en un campo probabilístico, donde cada valor numérico responde, en primera instancia, a su fuente, es decir, a frecuencias acotadas por el alcance de la cuantificación; en el caso que nos compete examinar, se trata de frecuencias acotadas por el alcance de los procedimientos empleados por los visitadores. Por otra parte el dato corresponde a las relaciones entre las frecuencias dadas en el conjunto de sucesos captados. No está demás decir que el indicador procede de la operatividad de algunas hipótesis de cálculo. Desde esta perspectiva aconsejamos tomar las cifras que ofrecemos como ordenadores numéricos de relaciones cuantitativas probables. La utilidad de estos ordenadores se encuentra en el apoyo que puedan brindarnos al darnos una perspectiva de medida en el análisis histórico.
Otra alternativa cuantitativa podría ser el quedarnos con los datos documentados, sin pasar a su análisis estadístico; describirlos tal como vienen. Esto no los convierte en datos infalibles, al contrario, no dejan de ser contingentes, puesto que dependen de los procedimientos empleados en el acopio de los mismos. Hoy conocemos, a través de lo que enseñan los levantamientos censales, como los levantamientos muestréales, los problemas relativos al acopio de información fiable, por más sofisticadas técnicas que apliquemos. Es difícil suponer que las técnicas de acopio de información actuales resuelvan el problema de la fiabilidad de los datos, dejando la incertidumbre relativa para lograr una certidumbre absoluta. En todo caso, el uso de un dato documental, limitado a su versión original, analizado estadísticamente, depende de los objetivos de la investigación. Considerando estas preocupaciones abordaremos ahora el problema de las cantidades del entorno potosino.
¿Podemos acaso hablar de una expansión geográfica de la mita que adiciona 599.760 kilómetros cuadrados? No discutamos si estos son datos aproximativos, diremos mas bien que se trata de datos de aproximación; es decir, parámetros numéricos que permitan el diseño espacial de la configuración del entorno potosino de la mita. Como sabemos, este es un entorno parcial; cuando incorporamos las 14 provincias restantes del entorno potosino, aquellas clasificadas como exentas de “tributar” a la mita, el ámbito geográfico crece. ¿Nos estamos refiriendo a una amplitud geográfica que consume 1.244.902 kilómetros cuadrados? Mantengamos esta cifra como hipótesis de cálculo; lo que nos interesa es tener una figura espacial cuantitativa del llamado entorno “mercantil” potosino, el tamaño de su mercado interno, aunque el ámbito de su irradiación monetaria sea mucho mayor.
Debemos distinguir la Audiencia de Charcas del entorno potosino, pero, al mismo tiempo debemos confeccionar su entrelazamiento espacial. La vastedad de la geografía de la Audiencia de Charcas contiene al entorno potosino como una centralidad espacial estructurante. La abundancia geográfica de la Audiencia de Charcas conmensuraba alrededor de unos tres millones de kilómetros cuadrados, como “patrimonio” colonial. Sin embargo, cuando la República de Bolívar se constituye como país independiente, define su administración sobre unos 2.363.769 kilómetros cuadrados. Habría perdido unos 636.231 kilómetros del legado colonial. De su espacio geográfico inaugural como república Bolivia sólo ha logrado retener 1.098.581 kilómetros cuadrados; ha perdido más de la mitad de sus territorios (el 53.5%).
Lo que decimos respecto de las relaciones espaciales de la Audiencia de Charcas y el entorno potosino, podríamos inducir a lo que ocurrió con el Virreinato del Perú y este entorno hasta mediados del siglo XVIII. Esta extensión de la influencia espacial de la centralidad potosina es obviamente relativa, pues la presencia de Lima, asiento del gobierno virreinal, definía también un derredor comercial, vinculado a los puertos del pacífico. No hay duda que el centro gravitatorio de la economía colonial giraba, hasta entrado el “siglo de las luces”, en la Villa productora de la plata.
Con la creación del Virreynato del Río de la Plata y el traspaso de la Audiencia de Charcas a esta jurisdicción, se evidenciaba en parte la pérdida de peso de la centralidad potosina, aunque también se constataba, con este reordenamiento administrativo, la centralidad naciente del nuevo contexto mundial. Donde el tráfico de metales preciosos se diluyó en el tumultuoso circuito expansivo del comercio de las cosas; vale decir, en la mercantilización generalizada de los objetos. El flujo mercante ultramarino se convirtió en el principal referente de las ciudades portuarias de las “Indias”, dejando de ser su propensión el mercado interno. Estas tendencias, des-cohesionadoras de toda centralidad propia, marcaran el decurso dependiente de las ex-colonias, que al momento de su independencia lograda, se encontraban desligadas de sí mismas, cara al mar, bajo el yugo del comercio inglés.
El entorno potosino limitó su centralidad a la apariencia mercantil, al circuito monetario, a la producción de moneda de plata, a la extracción del mineral. En la medida que esta fisonomía social descansaba en el orden de la mita, se reiteraba en la tributación, procedía de la encomienda, se afianzaba en los repartimientos, descollaba en la propiedad patrimonial, la forma mercantil de la centralidad potosina servía para transmitir relaciones pre-capitalistas de obligatoriedad, instaurados por el hecho militar de la conquista.
Hablando de una densidad demográfica bruta diremos que, en esta expansión geográfica, sería difícil encontrar una distribución superior al habitante por kilómetro cuadrado. Esto equivale a decir que, nos referimos a una población global que oscila alrededor de los 801.418 habitantes asentados en el entorno potosino. Las vecindades geográficas al entorno potosino, pertenecientes a la Audiencia de Charcas, agregarían 1.755.098 kilómetros cuadrados. Se trata de territorios amazónicos y chaqueños, sobre los que se desarrolla otra forma de colonización; cuyo eje determinante no será el desplazamiento militar sino la región. La forma de ocupación de la administración colonial no es la de los repartimientos ni las reducciones, sino las misiones. En estas regiones la densidad demográfica es mucho más débil, hablamos de una ocupación de 7 habitantes por cada 100 kilómetros cuadrados. No nos olvidemos que se trata, en su gran mayoría, de poblaciones de pueblos que ocupan el territorio en forma cinemática. Esta densidad se remite a una estimación de 120.613 habitantes; sumando esta población al contingente demográfico del entorno potosino tenemos una población de alrededor de 922.031 habitantes en la Audiencia de Charcas.
4. La propagación de las formas de propiedad de la tierra
4.1 La formación del gamonalismo
La diseminación de la forma de propiedad patrimonial dio lugar al origen de las formas privadas de la tierra. Esta disgregación de la propiedad espacial de la monarquía, de las “tierras de realengo”, engendró las condiciones para la subasta de tierras. Hasta que la monarquía no se vio sometida a presiones financieras, debido a la crisis minera del siglo XVII, como a los gastos de guerra, el derecho a la tierra estaba mediado por las adjudicaciones reales. Poco a poco, la legalización del mayorazgo y un cierto mercadeo de tierras harán innecesaria esta mediación. Las posesiones de tierras serán hereditarias; convirtiéndose la herencia en un tránsito efectivo a la propiedad. Del mismo modo, la subasta modificará la condición de la “merced real”; de concesión provisional pasará a ser “mercancía”. Esta apertura a la venta de tierras no significa que se haya ingresado a un mercado libre, puesto que este no existía, tampoco podía existir bajo las condiciones del colonialismo español. El mercado de tierras era restringido; sólo podían acceder los encomenderos, los funcionarios, los caballeros, los soldados, los azogueros; es decir, aquellos que habían sido privilegiados con la “gracia real”, como también aquellos que adquirieron jerarquía social a través de la riqueza de la plata. Sin embargo, ya el hecho de esta limitada circulación de tierras generó cambios fundamentales en las formas de propiedad. Esta modificación acarreará consigo una alteración en la estructura social colonial. Un estrato latifundista caracterizará el control social de las sociedades locales.
El debilitamiento de la centralidad minera en el siglo XVII derivará en el fenómeno de la multiplicación de los localismos. De la cohesión del entorno potosino se pasará a la disgregación espacial de las haciendas. Circunscritas periferias definidas por conjuntos de haciendas delimitaran el alcance de los orbes de las sociedades regionales. Ciertamente esta descentralización no responde a un rendimiento de una fluidez social lograda, sino se debe a consecuencias sociológicas de la “crisis minera”, como también a repercusiones políticas de la carencia de recursos del tesoro de la Corona. Este cambio de los objetos privilegiados de la estrategia de poder, de la plata a la tierra, terminará transformando la propiedad patrimonial en propiedad privada. Estas son las condiciones históricas de la formación de la “casta” gamonal.
El entorno potosino no desaparece abruptamente, sino que se hunde con una lentitud parsimoniosa que dura siglos. Incluso ahora, fines del siglo XX, no podemos decir que este entorno ha desaparecido del todo. Se esconde como un sedimento en la “arqueología” del presente. Ocurre como si las centralidades sociales pasadas no murieran con su descentramiento, sino que se reubicaran al margen, vecinas al nuevo centro gravitatorio del espacio social. Tenemos entonces una especie de huella histórica en la geografía social, que hace de materia de inscripción de la memoria espacial de la formación social. Con el ingreso al “siglo de las luces”, que para Charcas significa la dilatación de la crisis de la minería, el entorno potosino comparte la disposiciones geográficas con las ramificaciones localistas. Son estas regionalidades, constituidas por el “sistema” de las haciendas, las que condicionan las orientaciones de la malla de fuerzas centrifugas, definidoras de los períodos posteriores a la crisis minera de la plata.
Con el objetivo de legislar la embrollada realidad de las derivadas formas de propiedad, Felipe II dicta en 1573 ordenanzas que persiguen regular el conjunto de resoluciones emitidas desde la adjudicación del los repartimientos. Todas estas disposiciones dejaban traslucir la intención mantenida por la Corona desde los comienzos mismos de la colonización de las “Indias” occidentales: restringir la concentración de tierras. Los repartos de tierra dimensionaban la jerarquía social por el tamaño de las asignaciones. La medida de las mercedes de tierras se valoraba de acuerdo a una antropo-métrica; el espacio adjudicado se conmensuraba por “peonías” o “caballerías”. La “métrica” de la “peonía” equivalía, según ordenanza de Felipe II, a una superficie de 50 pies de ancho por 100 pies de largo, como espacio adecuado a la construcción de una casa, también comprendía un área de cultivo de 6.5 hectáreas, dedicada al cultivo de trigo, además de algunas parcelas más en servicio de otros cultivos. En cambio la “métrica” de la “caballería” correspondía a la otorgación de tierra al caballero; en este caso, el espacio dedicado a la construcción medía el doble que el relativo a la “peonía” y el espacio en beneficio agrícola medía el quíntuple que el respectivo de la “peonía”. Como se ve la “peonía” y la “caballería” no corresponden a métricas meramente cuantitativas, sino que corresponden a “métricas” compuestas; algo así como “medidas” cualitativas y cuantitativas. Se concedían tierras fragmentadas de acuerdo a sus atribuciones.
Esta antropo-métrica expresa la imagen del espacio que tenía el conquistador; no solo nos referimos a la designación del espacio como signo de la jerarquía social, sino también a una cantidad no separada de la estirpe. Ocurre como si las cantidades transmitieran la cualidad de la dominación. Ciertamente la historia de las medidas tiene que ver con un origen cualitativo; con la cosa, parte del cuerpo humano, parte de animal, que pondera la distancia espacial evaluada. La abstracción de la distancia, vale decir, la separación de la idea cuantitativa de distancia de la cualidad que le dio origen, forma parte de lo que podemos llamar el desarrollo de la métrica. Esta separación de la distancia; es decir, su conceptualización tienen que ver con la generalización de las escalas abstractas, esto es, con lo que se ha venido en denominar el atributo característico del pensamiento moderno. Esta forma de pensamiento, singularmente las medidas abstractas, no formaron parte del tráfico de las carabelas. Si bien la cartografía, la astronomía, la cosmografía, de la época (siglo XV), orientan a los navegantes de entonces en sus viajes, la “métrica”, que traen los conquistadores para medir la tierra que ocupan, no deja de ser un antropomorfismo, como también una cartografía etnocéntrica; para el caso, esto quiere decir que no deja de reproducir la inercia social medieval, como tampoco el efecto de sus guerras; tamaño espacio del soldado, tamaño del espacio del caballero.
En todo caso fue un error de “medida” el que hizo toparse a las carabelas con la isla Guanahaní (San Salvador) y no con la India. Es también una insuficiencia de “medida” la que le hace persistir a Colón en la convicción de que había llegado al país de las especies. Será después de la llegada de Vasco da Gama a la verdadera India, en 1498, y después de los viajes de Américo Vespucio al borde septentrional del continente, cuando se tenga certeza de que se trataba de la quarta pars del mundo, de acuerdo a la Cosmographiae Introductio de Martín Walseemüller. ¿Qué eran los repartimientos, las Audiencias, las Capitanías, las Intendencias, los Virreinatos, sino espacios administrativos de la colonia delimitados a la “medida” de los flujos expedicionarios de los conquistadores?
Desde la fundación del fuerte Navidad hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata, se despliega una secuencia de expediciones punitivas, se conceden mercedes y gracias de tierra a los conquistadores, se definen tribunales y administraciones políticas de la colonia, se consolida un régimen tributario, se fundan ciudades, así como se restringen las poblaciones dispersas autóctonas en reducciones, pueblos, parcialidades. Todo esto es hecho a la “medida” de la memoria “política” de las monarquías medievales. El problema de estas “medidas” políticas es que, al delimitar sus contornos de control, lo hacen en realidades históricas diferentes a la Europa medieval, en transición a las Monarquías Absolutas. En este ordenamiento político ocurre como con las estadísticas; la imprecisión en la medida define su margen de incertidumbre, es decir, su borde de error. Este equívoco de las “medidas” de la administración colonial deja pues un paraje de territorio no “medido”; en otras palabras, no asimilando a las cantidades espaciales efectivamente no controladas por la administración colonial.
¿Qué es lo que es lo que escapa a la “medida” colonial? No solamente nos referimos a la difusa demarcación administrativa política, sino al entorno de sus propias demarcaciones; el territorio de los ayllus. Más aún, a la propia territorialidad contenida en los repartimientos, encomiendas, provincias, mercedes; pues esta territorialidad, entrelazada al espacio administrativo colonial, se encuentra compuesta a partir de las alianzas de redes de parentesco. Este espacio de espesores ha sido definitivamente ignorado por la “medida” colonial; incluso por las medidas modernas utilizadas en la República. Por eso la “medida” de la tributación no pudo captar el tributo de los forasteros, en lo que va de la gestión del Virrey de Toledo al Virrey de La Palata (1572-1683). Por eso mismo, las medidas con las que se trabajan en el ámbito geográfico no dejan de ser inciertas; del mismo modo, los datos con los que trabajan los historiadores son también dudosos.
El arquetipo de la medida es de importancia, porque tiene que ver con la imagen que se tiene del espacio y la idea que se tiene del valor numérico; ambas expresiones tienen que ver con la forma de pensamiento de una época. No se puede reconstruir sino de manera “presentista” la historia, si es que no se acude a decodificar las formas de representación de un época; es decir, si no se desconstruyen las condiciones epistemológicas en las que se generaron dichas representaciones. Para el efecto, debemos por lo menos dibujar los contextos epistémicos de la Europa anterior a la reforma, vale decir, algo equivalente, al momento de la reforma. Así mismo, es tarea indispensable configurar las armaduras culturales y las matrices de las cosmovisiones, relativas al ámbito de campos “epistémicos” de las organizaciones sociales aborígenes del continente conquistado, vale decir, de la “cuarta parte del mundo”. De este modo, podremos descifrar qué implica, en términos de medida, la propagación de las formas de propiedad. En esta perspectiva podremos también interpretar lo que connota la “medida” política y económica de la propiedad privada.
4.2. La reiterativa presencia colonial de la expansión “territorial” de las haciendas
La hacienda es la forma de propiedad “territorial” en la que acaba la difusión de las formas de propiedad patrimonial colonial, es algo así como la síntesis de estas formas coloniales de propiedad, su resultado genealógico. Habíamos entendido a estas formas coloniales de apropiación espacial como adecuaciones de las relaciones sociales precolombinas a los requerimientos de “privatización” del excedente. Lo que quiere decir también que las formas de propiedad patrimonial se adaptan a las arraigadas relaciones de reciprocidad del ayllu, formación territorial en las que se inscriben las alianzas familiares, los pactos de sangre, formación territorial que se vive como rotación de aynocas; también como rotación de mandos y responsabilidades. Esta adecuación de las “instituciones” precolombinas a las formas de propiedad “territorial” patrimonial y esta adaptación de las relaciones de reciprocidad a la formación del excedente colonial se realiza de forma coercitiva, disponiendo de los mecanismos de poder establecidos desde la conquista. Obviamente se incorpora el ayllu como reducción y al hacerlo se logra la transferencia de los contenidos culturales, además de los recursos de bienes y de hombres, fuera del traspaso de riqueza. Cuando decimos que los valores culturales se transfieren no queremos decir que su valor simbólico se mantiene, sino que el mismo símbolo es reducido a un signo de poder.
El gamonal utiliza la challa, algunos ritos relativos a la pachamama, se hace padrino de los hijos de los colonos, desvirtuando el sentido de las reciprocidades. No se comparte el sentido simbólico, no se produce una intersubjetividad compartida entre el gamonal y la comunidad, sino que se entiende esta aproximación a los ritos como parte de las relaciones de dominación. No produce una rotación de tierras entre el ayllu y la hacienda, sino que las tierras de la hacienda quedan detenidas como propiedad privada. Sin embargo, se produce la transferencia, que es el secreto de la reproducción de la casta gamonal. Se da una suerte de indianización económica del gamonal, por razones de sobrevivencia, de consolidación, de expansión. Indianización que es rechazada psicológicamente. La casta gamonal es racista. No acepta ideológicamente la base de su reproducción social, opta por ilusionarse con el espejismo de las oligarquías europeizantes.
La pretensión “progresista” del liberalismo gamonal de principios de siglo no hace otra cosa que constatar su procedencia colonial; para estos liberales el “progreso” consistía en desplegar ferrocarriles hacia el océano Pacífico y en expandir sus haciendas a costa de las tierras comunales. Todo esto se hacía a nombre del mercado; traslado de minerales al comercio ultramarino, mercadeo de tierras. La idea de “progreso” en la mentalidad gamonal era la de enriquecerse a costa del “indígena” y vincularse modernamente; es decir, usando medios de comunicación maquinizados. El ferrocarril era el “símbolo” del desarrollo; bastaba con construir la vía férrea para que cambiara todo, para que el país ingresara a la modernidad del mercado mundial. En esta propuesta del mercado libre los únicos que no cambiaban eran los amos. Ellos seguían manejando tierra, “indios”, minerales, como botín de conquista. El sistema parlamentario había dejado los motines atrás; era sólo una casta ilustrada y latifundista la que tenía acceso a la representación delegada; la masa de votantes se restringía a los alfabetos, que no eran más que una minoría en un país sin escuelas. Esta idea oligárquica del “progreso” no ha cambiado hasta nuestros días, a pesar, de la remoción ideológica producida por la revolución de 1952. Los nuevos liberales siguen pensando del mismo modo, aunque no se trate ya de latifundistas, sino de empresarios privados. Estos empresarios no han dejado de tener un comportamiento gamonal con los hombres, la tierra, los recursos del país en que nacieron, del que, en el fondo, se avergüenzan; no han dejado de sentirse europeos, en otras palabras, “blancos”.
La Ley de Exvinculación respondía a las necesidades de expansión de las haciendas, respondía, en otras palabras, a las necesidades de apropiación y ampliación del excedente bruto por parte del gamonalismo. Se dicta la Ley en el año 1869, durante el gobierno del presidente Mariano Melgarejo; se la ratifica, se la confirma, se la aprueba el año 1874, bajo el gobierno del presidente Tomás Frías. Con la caída de Melgarejo, el decreto ley relativo a las propiedades comunales queda prácticamente abolido; sin embargo, cuando se devuelven la tierras a las comunidades, en el gobierno de Tomás Frías, se lo hace en una forma individual. Situación que implicaba la desarticulación de la comunidad y la apertura del comercio de tierras, en la modalidad de una relación directa entre propietario individual y comprador privado.
De hecho, el mercadeo de tierras comunales, particularmente aquellas demarcadas como sayañas, que eran las más apreciadas, no constata de por sí la existencia de un comercio de tierras capitalista, menos aún confirma la formación de un mercado nacional. Estos circuitos y estos espaciamientos de realización del capital estaban lejos de parecerse a lo que ocurría años antes y años después a la guerra Federal, en la geografía donde se asentaban haciendas y ayllus. La relación entre haciendas y ayllus era desigual, en detrimento siempre de estos últimos. Lo mismo podemos decir si recogemos estas formas de propiedad, la privada y la colectiva, de manera más detallada, en las transacciones e intercambio. Entre el comprador privado y el vendedor, miembro de la comunidad, no se establecía una relación comercial que respondiera a una igualdad de condiciones (igualdad entre propietarios privados). Entre ellos mediaba la coerción del comprador privado sobre el miembro de la comunidad; incluso podríamos hablar de la coerción del Estado sobre los miembros de la comunidad, obligándolos a vender tierras en posesión del ayllu. El Estado daba plazos muy estrechos para que los propietarios “indígenas” pagaran sus impuestos por su derecho individual a la tierra; cuando no se podía reunir el suficiente dinero las tierras pasaban a manos del Estado, institución que las remataba al mejor postor. Se hacía notoriamente manifiesta la intencionalidad del Estado gamonal a acabar con las propiedades colectivas, cuando se llegaba al contradictorio comportamiento de rematar las tierras de la comunidad a un precio menor del que se había exigido a los “propietarios” autóctonos.
La defensa de los ayllus ante este avasallamiento arrollador de gobiernos, que se reclamaban liberales fue variada, dependiendo de las regiones, como del margen de maniobra legal que pudiera utilizarse. Asimismo la resistencia de los ayllus combinaba “métodos”, tácticas, dependiendo de la situación y del dramatismo de los períodos de enfrentamiento. En algunos lugares como en Ayata, se comenzaron vendiendo las parcelas, cuando las presiones coercitivas aumentaban, se vendían las aynocas, cuando se llegaba a intensidades extremas de tensión, se llegaban a vender las preciadas sayañas. Sin embargo, en esta región los ayllus terminaron incorporados a las haciendas, aunque sólo durante un cierto tiempo; después volvieron a recuperarse las tierras comunales, a través de la compra de los propios comunarios. Podemos también acotar que no faltó región en la que no se manifestaran sublevaciones, aunque muchas de ellas no quedaran registradas documentalmente. Las más conocidas de estas sublevaciones “indígenas”, posteriores a la Ley de Exvinculación, se dieron lugar en el Altiplano; sublevaciones que se prolongan por un período de más de medio siglo. Podemos registrar el comienzo de este tiempo de sublevaciones desde los levantamientos de Huaycho, Ancoraimes, Taraco, por el año 1870, hasta la subversión de los ayllus de Chayanta, en el año aciago de 1927.
La insurgencia aymara encabezada por Pablo Zárate Willka, los últimos años del siglo XIX, puede comprenderse como la expresión militar de un movimiento por la recuperación de la territorialidad de los ayllus más que una movilización “indígena” de apoyo al ejército liberal. La subversión de ayllus, de jilakatas, de caciques, de las provincias del Altiplano, en 1899, tiene que ser considerado como el nudo de un ovillo que recoge la huella de los levantamientos comunales anteriores. En otras palabras, la sublevación de fin de siglo logra articular los eventos rebeldes de tres décadas de emergencia. ¿Qué clase de lucha es esta? Se trata sin duda de una lucha por la recuperación de las tierras de comunidades, de una guerra por recuperar la territorialidad de los ayllus. La tierra es la base de las relaciones comunitarias; a partir de la tierra se tejen las alianzas familiares. En la tierra se inscribe una memoria que clasifica la territorialidad a partir de referentes antropomórficos, clasifica el espacio ork’o, el espacio k’acho, localiza un taypi, que es como el lugar del tinku, lugar de encuentro de la división espacial del ayllu. Se define la configuración de los ayllus en la marka, que es la asociación de ayllus (ayllus de arriba, ayllus de abajo; hanan, hurin); la marka también es el “pueblo”, paraje donde se encuentran las comunidades para comunicarse, hacer ferias, festejar y conmemorar. Se amarran territorialidades de ayllus, markas, para conformar el suyo, de acuerdo a las particiones proyectadas desde una interpretación cosmológica de la Cruz del Sur. Por eso la lucha por recuperar la tierra es también la lucha por restaurar el universo de las complementariedades, de los circuitos de reciprocidad, de la rotación de los mandos, como de la alegoría simbólica, que trasmite el mito de la serpiente. Mito como interpretación del tiempo cíclico, como retorno, trastrocamiento y cataclismo; mito de la serpiente encarnado en el Pachacuti; el retorno a través de los diferentes rostros.
En la república de Bolivia, anterior Audiencia de Charcas, el proceso de formación, propagación, conciliación, circulación y desaparición del “sistema” de las haciendas dura alrededor de tres siglos. Después de la crisis minera del siglo XVII y de la consecuente fragmentación del entorno potosino en distribuidas “sociedades” regionales, dispersas desde una perspectiva de nación, relativamente compactas en los localismos definidos por conglomerados de haciendas, podemos decir que la “era” de las haciendas se prolonga desde esta crisis hasta la reforma agraria (1953). El hecho de que se vuelvan a crear grandes propiedades después de la Revolución de 1952 no quiere decir que se retorne al “sistema de la hacienda”, sino que estas grandes propiedades se dan lugar bajo condiciones diferentes a las que determinaron la existencia de las haciendas. Como habíamos señalado anteriormente la hacienda es el resultado de la propagación y la transformación de las formas de propiedad patrimoniales. El repartimiento, la encomienda, la reducción, la concesión real, la merced real, fueron formas de propiedad, que suponían la incorporación de la población autóctona y de las territorialidades de los ayllus a las demarcaciones patrimoniales de la colonia. Esta incorporación, ya se dé en forma de anexión, ya se dé en forma de expropiación, no dejó de ser la condición histórica de posibilidad, el a priori histórico, de la existencia de la forma de propiedad privada de las haciendas. En este sentido, las haciendas no podían dejar de constituirse sin su otro. Este otro, por más paradójico que parezca, es el ayllu. Los yanaconas que trabajaban en las haciendas son los forasteros de las comunidades, de donde eran originarios, los mingas eran trabajadores provisionales de las comunidades, parcialidades, es decir, de ayllus aledaños. La rotación de las aynocas fue una técnica agraria trasladada desde el ayllu a la hacienda; lo mismo pasaba con las sayañas, cuando determinada hacienda llegaba a acceder a estas tierras por cualquier medio. El patrón, el hacendado, el gamonal, no podía realizar su propiedad sino a través de la exacción de los comunarios, también de los ex -comunarios.
En el Altiplano muchos ayllus pasaron a formar parte de la hacienda, ya sea presionados por la Ley de Exvinculación, ya sea por escapar del pago de la contribución territorial. En estos casos el patrón se comprometía a pagar dicha contribución. Cuando no ocurría esto, las haciendas se expandían “comprando” parcelas de las comunidades, arrinconando a los ayllus a reductos territoriales cada vez más restringidos. El método con el que crecía la hacienda nunca dejó de ser coercitivo; es decir, no dejó de usar los dispositivos de poder para acceder a la forma factual del excedente que es la tierra. Desde esta perspectiva la reforma agraria logra lo que se propone la Ley de Exvinculación: la privatización de las tierras de comunidad. Aunque para lograr este objetivo de la Ley de Exvinculación tiene que denegar otro objetivo que tenía esta Ley: la consolidación de las haciendas. No podemos decir que el ayllu desaparece después de la reforma agraria, sino que se “sumerge” en un entorno mercantil, en un entorno dibujado por relaciones capitalistas. No hablamos sólo de los exiguos numerables ayllus, reconocidos como comunidades por la Ley de Reforma Agraria, sino de los innumerables ayllus fraccionados en parcelas por una ley agraria, que buscaba farmer donde sólo podía encontrar comunarios.
Después de la reforma agraria se multiplica la propiedad parcelaria, aparecen grandes propiedades excusadas de ser “latifundios” por dedicarse a la ganadería o ser empresas agro-industriales. El capitalismo se extiende en su forma comercial desplegando extensas redes de intermediación; el modo producción capitalista queda prácticamente relegado a las zonas mineras, a las industrias asentadas en las ciudades y alguna que otra empresa agro-industrial. El comercio capitalista no tardará en aprender, herencia colonial, los métodos de exacción de la hacienda y de la colonia. La minka y el ayni serán los recursos colectivistas de sobrevivencia en el ámbito de las formas de propiedad parcelaria. Los qamiris recurrirán a las formas de reciprocidad latentes con el objeto de transferir bienes de consumo al mercado. Los “asalariados” del campo son apenas un disfraz, que no logra encubrir la explotación al “indígena”, mediatizados a través de los mecanismos de coerción heredados de la colonia. El ayllu no habrá desaparecido de la historia efectiva, es decir, de la genealogía del poder, sino que se adecuará a la realidad capitalista de forma fragmentada; subsistirá como circuito de reciprocidades desvinculado de su territorialidad y de su complementariedad. Esta forma de existencia, esta presencia, bastará para mostrar la ambivalencia de un capitalismo agrietado por las pervivencias coloniales, una burguesía postrada en su raigambre gamonal.
Ciertamente la forma de propiedad de la hacienda no era la única forma de propiedad privada que se desarrolla hasta la reforma agraria; hay otras, hasta se puede hacer una clasificación de ellas más o menos restringida a un esquema ordenado. Lo que no hay que perder de vista es que estas otras formas de propiedad privada son, en parte, desprendimientos regionales del propio “sistema” de la hacienda. También son formas de propiedad desarrolladas a través del comercio de tierras, así como por medio del comercio de productos. Estas últimas formas de propiedad, aparentemente nuevas, no dejaban de tener su referencia en la hacienda. No se trata, por lo tanto, de hacer una clasificación. Este recurso taxonómico no deja de ser una técnica; sin embargo, no llega a ser una descripción, mucho menos una explicación. Lo que se necesita es comprender las conexiones concomitantes entre las formas de propiedad; hacer una genealogía de estas formaciones.
5. Crítica a la economía política de la hacienda
Vamos a poner en discusión las hipótesis teóricas, los conceptos, las categorías, así como las variables, utilizadas desde el paradigma económico para explicar el funcionamiento de la hacienda, así como las formas de propiedad privada desprendidas de ella, vecinas a ella. Desde esta puesta en tela de juicio al arsenal teórico económico en uso, son mucho más discutibles las explicaciones de la economía política en relación a los ayllus, denominados como comunidades, como parcialidades. Las investigaciones historiográficas han hecho uso de conceptos, categorías y variables, construidos por la economía política, de una manera mecánica, sin discutir los presupuestos que sostienen a estos argumentos teóricos. Desde una perspectiva genealógica es primordial la decodificación del discurso económico en relación al análisis de las formas de propiedad propagandas por la colonia, en su caso, relativas al estudio de las formas territoriales pervivientes desde las sociedades precolombinas.
Una de las categorías en uso es la relativa a la renta ésta como ingreso debido a la tenencia de la tierra. Renta derivada del monopolio de la tierra, la propiedad privada controlada por los terratenientes. En el caso de la hacienda no podríamos hablar, por lo menos sería difícil demostrarlo, de una renta absoluta, como tampoco de una renta diferencial, emanadas de las relaciones capitalistas, cuando el dueño del capital arrienda tierras al latifundista. La renta absoluta es consecuencia directa del monopolio de la tierra; corresponde, en este caso, a la sobre- ganancia de la que se apropian los terratenientes. Se trata de la parte de la plusvalía traspasada a los latifundistas, como consecuencia del monopolio que ejercen sobre la propiedad de la tierra. En tanto que la renta diferencial se atribuye a la diferencia de fertilidad y de localización de las tierras arrendadas. El precio de producción del os bienes se halla “regulado” por el costo de producción, la ganancia media y la renta absoluta en las tierras menos fértiles y mas alejadas del mercado. Dándose lugar así a sobre-ganancias diferenciales en las tierras más fértiles y mejor ubicadas respecto al espacio del mercado. Este tipo de renta absoluta y renta diferencial se da en las condiciones establecidas por la competencia y concurrencia capitalista. Esta renta supone obreros agrícolas asalariados, capitalistas y terratenientes; es decir, supone la operatividad de variables como salario, ganancia y renta. Sin embargo, el contexto social de las haciendas no es ocupado por las relaciones capitalistas de producción; por el contrario, se trata de formas de propiedad instauradas por mecanismos coercitivos, se trata de ocupaciones “territoriales” de dispositivos de poder.
La acepción de la categoría de renta que mejor se aproximaría a lo que ocurre en el “sistema” de haciendas sería la de renta feudal del suelo. Comprenderíamos en esta concepción a tres formas de renta feudal: la renta en trabajo, la renta en especies y la renta dineraria. Esta última es la conversión de la renta en trabajo y de la renta en especies en medidas monetarias. La renta feudal se vería afectada por la expansión de las relaciones mercantiles. El problema de esta acepción de la categoría de renta es que supone el establecimiento de relaciones feudales; en otras palabras, se supone la presencia del señor feudal y del siervo. El gamonal no es un señor feudal, el yanacona, el colono, el minga, no son siervos. Aquellos provienen de las reducciones, de las expropiaciones, de la desestructuración, de los ayllus. Si bien han dejado, en parte, de ser comunarios, como en el caso de los colonos, no han dejado de estar envueltos en las redes de las alianzas familiares, tampoco en los circuitos de reciprocidad. El gamonal no protege militarmente a sus yanaconas; de modo distinto, hereda las formas de propiedad patrimonial colonial, que son formas que adecuan las territorialidades de los ayllus a un modo de expropiación colonial; transfiriendo los contenidos latentes de las reciprocidades en relaciones clientelistas, expropiando territorios comunales. El gamonal se “indianiza”, como respuesta de la adaptación al medio de la dominación colonial; empero, mantiene la diferencia étnica como discriminación racial. Psicológicamente, “ideológicamente”, no acepta su indianización, se ilusiona con estar al margen de un entorno territorial “indígena”. Se puede hablar como aproximaciones de renta en trabajo, renta en especies, renta en dinero. Pero, en realidad, se trata de los residuos de la encomienda, de la mita, del tributo indígena. Se trata de las transferencias de los recursos del ayllu, incluso en el caso de los yanaconas, que son ex-forasteros.
La hacienda, que es una forma de propiedad patrimonial, conformada a través de la aceptación jurídica del mayorazgo y del mercadeo de tierras, después de la crisis minera del siglo XVII, no establece una relación de obligatoriedad, de servidumbre, susceptible de descomponerse en un vínculo entre el señor feudal y el siervo; servidumbre derivada del monopolio “absoluto” de la tierra por parte de la nobleza feudal. Nada de esto ocurre en la conformación de la hacienda. Ella responde a su procedencia encomendera; se trata de un monopolio sobre los cuerpos. Por otra parte, se desprende de la propagación de las formas patrimoniales de propiedad (el repartimiento, la reducción). Fundamentalmente su expansión se debe a la expropiación de tierras comunales. No se trataría de una renta en trabajo, de una renta en especies, de una renta dineraria, sino de una “renta” en tierra, de una “renta” en cuerpos (encomienda, mita), susceptibles en convertirse, de traducirse, en “renta” colonial, si mantenemos la categoría de renta. Sin embargo, no se trata de esto, de un ingreso derivado del monopolio de la tierra, sino de una coerción colectiva devenida de una ocupación colonial, de una relación de dominación, una relación de presión. Hasta se podría entender de chantaje permanente, entre una casta gamonal y el conjunto de ayllus, que mediaban a través de sus caciques. Lo que queremos decir es que, en la hacienda no se produce de modo feudal, sino que se sigue produciendo en la forma y según los métodos que eran pertinentes en el ayllu, aunque éste haya sido desestructurado, arrinconado, reducido. El ayllu como unidad no se incorpora a la hacienda, sino que se lo fragmenta. Al ocurrir esto, se transfieren los contenidos, los valores, los bienes, formados, producidos, de acuerdo al circuito de reciprocidades, al “sistema” de la hacienda. Los circuitos de reciprocidades, se deforman en circuitos clientelistas bajo el control gamonal. Este conjunto de hechos no pueden entenderse como fenómeno económico del ingreso, sino que se trata de transferencias cualitativas por vías coloniales.
Utilizar la categoría de renta en referencia a la hacienda es oscurecer el panorama, no ir a las raíces de su genealogía; es decir, de su historia efectiva. Aunque pueda revisarse su acepción, corregirla, hablar “operativamente” de una “renta” colonial, no llegaremos a la clave de su constitución, como de su reproducción, sino develamos su procedencia en los dispositivos de poder desplegados por la colonia. La pista para entender la apropiación gamonal del excedente puede encontrarse en el carácter de la monetarización de la tributación “indigenal”. El tributo es cuantificado de acuerdo a los miembros originarios de la comunidad, comprendidos entre los 18 y 50 años; la responsabilidad del tributo recae sobre toda la comunidad y en la persona del cacique, como representante y mediador del ayllu. La monetarización permite la medida simples de la equivalencia de esta carga impositiva, bajo la condición de la decodificación de las relaciones de reciprocidad, así como de las relaciones clientelistas. Al contarlas, se oculta las relaciones de poder y las transferencias cualitativas del excedente; al mismo tiempo nos muestra el carácter colectivo de la carga tributaria. Lo mismo ocurriría cuando el hacendado se hacía cargo del impuesto territorial de sus yanaconas. Se trata de una carga impositiva racial, de la que estaban exentos los mestizos y los criollos. Muy pocas excepciones, casos muy raros, siempre explicables, no rompen la regla. Esta situación alumbrada por el tributo “indígena”, que forma parte de todo un régimen de transferencias cualitativas, no puede ser expresada, explicada, comprendida, por la categoría renta de la economía política.
El funcionamiento del “régimen” de la hacienda tiene variaciones, de acuerdo a las diferentes regiones, hasta microrregiones, en las que esta forma de propiedad se asienta. Esta variación va depender de la relación que se establece con la condición de la comunidad originaria, fuera de otras condiciones, como el tipo de explotación agrícola, como las diferencias geográficas, como la proximidad a los pueblos de vecinos, además de contar con las modificaciones que se dan en el tiempo. Ciertamente la monetarización de las relaciones dentro del “marco” de la hacienda, así como la monetarización de las relaciones entre haciendas, también de la hacienda con la sociedad, va a caracterizar una de las tendencias en el desarrollo del “régimen” de la hacienda. Para alumbrar sobre estas variaciones regionales nos atenderemos a las categorías relativas a las relaciones de trabajo en la hacienda. Logrando esquematizar las clasificaciones de trabajo por regiones, más o menos identificadas, podemos encontrar variaciones significativas.
En el Altiplano el investigador Antonio Rojas encuentra cuatro categorías definidas: 1) la persona o unidad doméstica; 2) la media persona; 3) el yanapacu; y 4) la utawawa. La categoría de persona o unidad doméstica, comprendía a por lo menos tres adultos, quienes tenían acceso a una dotación “íntegra” de tierras, en concordancia al trabajo desempeñado. La media persona recibía una dotación más restringida de tierras, correlativa a la importancia de su trabajo. El yanapacu, trabajador, así como grupo doméstico de trabajadores, que no entablan una relación directa con el patrón, sino que formaba parte de los colaboradores de los colonos, tenía acceso a parcelas, así también a las llamadas tierras de pastoreo. A diferencia de las otras categorías la utawawa no tenía acceso a tierras, su trabajo era retribuido con comida.
Viendo así las cosas, la hacienda se parece a una “micro-sociedad”. Una “jerarquía” social separa al sector dominante de la hacienda del sector dominado de este “régimen” de propiedad. Por un lado, está el patrón, encabezando la familia del mismo, los administradores, los mayordomos, los capataces; por otro lado, se encuentran los yanaconas, colonos, los mitayos, los mingas, los jornaleros. Toda una diferenciación social de los estratos dominados. Ahora bien, los mismos colonos no componían una escala homogénea; en cuanto al trabajo, como a su retribución, unos se consideraban personas, otras medias personas, en tanto que otros se denominaban yanapacus o colaboradores, los últimos componentes de la escala social son las utawawas. La diferenciación social era incorporada a la hacienda como “sistema”, más bien, como forma de organización de esta institución agraria. Desde una perspectiva mayor, la estructura social agraria estaba compuesta por los hacendados, que suponían a sus empleados, los vecinos de los pueblos, los colonos, los comunarios. La sociedad local era una sociedad estratificada; al margen de ella, como conformando otra “sociedad”, el borde, el más allá de las sociedades locales, se hallan los ayllus.
En la región Yungueña los yanaconas, que eran llamados colonos, no dejan de manifestar un fenómeno sociológico, que podríamos decir es general en una sociedad basada precisamente en la diferenciación social, pero, también en la diferenciación racial. En una interpretación “ideológica” de la distribución étnica de la sociedad colonial; interpretación continuada en la sociedad abigarrada de la república criolla. La diferenciación es como la clave generadora del excedente y de la reproducción social de estas sociedades. Así también la diferenciación racial es la interpretación imaginaria del gamonalismo; su identidad fantasmagórica se suspende en una supuesta superioridad racial, en aquello que se ha llamado darwinismo social. Sin embargo, esta identificación imaginaria es contradictoria en el criollismo mestizado, así también en un gamonalismo “indianizado” económicamente. Si bien el racismo expresa una perturbación en el fenómeno de identificación ideológica, lo extraño es que sea enunciado por un criollo mestizo avergonzado de su “impureza”. Criollo que hacía una distinción entre el criollo descendiente de españoles y el “cholo”. Perturbación que no puede explicarse como el deseo de ser el amo anhelando el aniquilamiento de Otro. Según la Fenomenología del espíritu de Hegel, si bien el amo enfrenta la muerte y vence, en tanto que el siervo renuncia a enfrentarla, sometiéndose a una relación de dominación, el amo no lo sería si no acepta la vida del siervo. Nadie puede ser amo sobre el cadáver de un muerto, se requiere que el otro esté vivo, aunque sometido. Hemos mostrado las condiciones de posibilidad histórica de existencia del gamonalismo. Del mismo modo, el mestizaje criollo, es dependiente históricamente de las pervivencias autóctonas, así como de las transferencias de valores de las comunidades; en otras palabras, es dependiente de la presencia “indígena”.
En la región Yungueña el arrendero es el peón, que se comprometía a trabajar en tierras del hacendado a cambio de la cesión de yanaconas, hasta de sayañas, por parte del patrón. Este arrendero disponía de las tierras concedidas para subarrendar, creando de esta manera una nueva dependencia social. Este subarrendamiento daba lugar al Chiquiñero, persona con familia que accedía a tierras del peón a cambio de prestación de servicios al arrendero, del compromiso de desviar servicios hacia el patrón.
En los Yungas también se encuentra la presencia de la utawawa, que era como criado del arrendero o del patrón, quien recibía a cambio de su trabajo comida o productos; empero, no tenía acceso a tierras. Fuera de estas categorías de trabajo, que definen también categorías sociales, nos encontramos en los Yungas con los mingas; se trata de trabajadores provisionales, de migrantes, provenientes de comunidades vecinas o de más lejos, como de las comunidades del Altiplano, que aprovechaban la intermitencia de las estaciones agrícolas para emplearse eventualmente. Los mingas tampoco tenían acceso a tierras, sino que eran compensados con dinero o con coca; esta forma de pago se denominaba con el nombre de jallpaya.
Las haciendas compartieron, hasta entrado el siglo XIX, con propiedades mercantiles, cuyos propietarios eran mayormente vecinos del pueblo, y con parcialidades o ayllus, la geografía montañosa de la región tropical sub-andina; compartieron las laderas y cabeceras de valle de la Cordillera Oriental de los Andes. La tenencia de la tierra comenzó mucho antes de la Ley de Exvinculación; el proceso de “individualización”, más bien de “privatización”, se dio con mucha anticipación, no sólo como consecuencia de la mentada crisis minera del siglo XVII, sino también por los circuitos comerciales, generados por la venta y distribución de la hoja de coca. No olvidemos que las haciendas más ricas se asentaron en la región yungueña y eran precisamente haciendas coqueras. A mediados del siglo XIX, se contaban con más de 300 haciendas; concretamente Parkerson contabiliza 302 haciendas para el año 1848. El número de haciendas coqueras varía a fines del siglo XIX; esta vez Parkerson cuenta 270 haciendas para el año 1882. El proceso de concentración de tierras es notorio en este siglo; sin embargo, los mismos circuitos comerciales se encargan también de manifestar otra tendencia, contradictoria a la primera. Hablamos de la división, de la distribución, de las propiedades, motivada por el temprano mercado de tierras en la región. La definición singular de estas dos tendencias hará variar la cantidad de haciendas asentadas en los yungas. Esta variabilidad es indicativa del movimiento de tierras, dados ya en términos de concentración, ya en términos de distribución; pero, también es una señal de la “agitación” económica ligada al cultivo y a la distribución de la coca.
Otro “indicador” de la dinámica económica yungueña puede leerse en los efectos provocados por los circuitos comerciales de la coca en las llamadas parcialidades, que no eran otra cosa sino los mismos ayllus. Habíamos visto que las sayañas eran las tierras más apreciadas, las tierras más cuidadas, por las comunidades. Bajo la presión de las haciendas, teniendo en cuenta las exigencias “mercantiles” de la Ley de Exvinculación, lo que más cuidaban de entregar las comunidades, lo que más se encargaban de retener, eran las sayañas. Se llegaban a vender primero las parcelas, que eran espacios de cultivo de responsabilidad familiar, si la presión coercitiva era fuerte, se vendían las aynocas, que eran áreas rotativas, que entraban en períodos de descanso, de responsabilidad compartida por las familias. Cuando se llegaba a vender, a entregar, la sayaña al comprador privado o, en su caso, al Estado, se estaba entregando el núcleo territorial agrícola del ayllu. Esto era como aceptar el sometimiento de la comunidad, la subordinación a la hacienda o, en su caso, al Estado. Si bien no implicaba del todo la desaparición de la comunidad, como comunidad de alianzas familiares, como red compacta de relaciones de parentesco, denotaba, en todo caso, la suspensión de la existencia “real” de la comunidad. El fenómeno de “individualización” de las sayañas ocurre precisamente en la región yungueña.
¿Se trata de una temprana desestructuración de los ayllus en la región? Esta es la idea que transmite la historiadora María Luisa Soux. Esto parece confirmarse cuando supuestamente pasamos de más de una media centena de ayllus, correspondientes a la década de los 70 del siglo XII, a 36 parcialidades yungueñas, sobrevivientes hasta 1976. Habrían desaparecido como el 385 de los ayllus en más de medio siglo. Sin embargo, la misma investigadora reconoce que hay confusión en el uso de los términos que designan a las comunidades, ayllus y parcialidades. Esta diversa connotación llevaría a contradicciones a los investigadores. Herbert Klein habla de la presencia de 58 ayllus en los yungas por el año 1786, en cambio Phillip Parkerson se refiere sólo a ocho comunidades, relativas al año 1797. Ahora bien, si consideramos el promedio de tributarios varones por “ayllu”, calculado por el propio Klein para Chulumani, que es de 44 varones, y comparamos este promedio con la población masculina tributaria de los Yungas para el año 1877, cuantificada por la oficina Nacional de Inmigración, Estadística y Propaganda Geográfica de la República de Bolivia, que es de 4.800 varones, obtenemos una estimación de 109 “ayllus”. Incluso si tomáramos un promedio mayor, el correspondiente a la década de los 50 del siglo en cuestión (XIX), que es de 61 varones, la estimación de “ayllus” en la región llega a numerar 79 de estas “comunidades”. Considerando la estimación más alta, por no decir exagerada, puede ser que la cifra de la población tributaria de la Oficina Nacional esté inflada para los fines comparativos, pues se incluye en ellos a los yanaconas, que también tributaban, pero, vivían en las haciendas. En este caso estaríamos hablando de un promedio de 17 yanaconas por hacienda en Chulumani, para la década de 1870. Para descontar a estos de la cuantificación de la Oficina Nacional los sumamos al promedio de tributarios por ayllu para la década en cuestión, cosa que nos da el promedio de tributarios por “ayllu” de Chulumani de la década de 1850 (61 varones). Con este procedimiento volvemos a obtener 79 “ayllus” yungueños para la década de 1870. Situación que estima una desaparición del 54% de los “ayllus” en lo que va en más de medio siglo.
Encontramos que el problema no se encuentra tanto en las estimaciones hechas a partir de una documentación, que enumera datos discutibles, como en el uso de las designaciones. No hay acuerdo en lo que se está hablando. Lo que queremos decir es simple, una cosa es cuantificar ayllus, designación propia, y otra cosa es cuantificar parcialidades, designación regional y parcial; también es distinto cuantificar las distintas zonas de asentamientos de un ayllu. Esta connotación en la cantidad se nota claramente cuando hacemos uso de nombres de localidades como denominativos de parcialidades. Los nombres conocidos por la geografía oficial como Chulumani, Tajma, Ocobaya, Yanacachi, Chupe, Lasa, Chirca, Lambate, que después se convertirán en pueblos o cantones, no designan, no abarcan, a todos los ayllus distribuidos en la región. Una cosa es lo que entiende el Estado por “comunidad”, que más tiene que ver con las reducciones toledanas y los antiguos repartimientos; otra cosa se entiende por parcialidad, que es más una delimitación geográfica de la administración estatal; y cosa distinta es la significación territorial del ayllu.
Las reducciones obligadas por el Virrey Francisco de Toledo no reducen ayllus, sino zonas de asentamiento de ayllus. Muchas veces eran las mismas markas las que eran reducidas a la jurisdicción de repartimientos o, en su caso, de reducciones; otras veces no se respeta estas unidades complementarias y se deciden reparticiones arbitrarias. Los suyos son quebrados en encomiendas, repartimientos, reducciones. Después estas reducciones serán asimiladas al denominativo administrativo de “comunidades”, en otros casos, de “parcialidades”. Aquí nace la confusión, no sólo que los ayllus no son reducidos, sino sus distintas localizaciones distribuidas, a tal punto que su connotación territorial es deformada. La designación colonial de “comunidad”, así como la designación colonial de “parcialidad”, no pueden jamás equivaler a lo que fue y es el ayllu. Hubieron menos ayllus de lo que ha cuantificado la administración colonial; en realidad lo que se cuantificó son los repartimientos y reducciones, es decir, la forma que adquirieron las zonas de asentamiento de ayllus bajo la denominación colonial. Sin embargo, podemos decir, y esto es también importante, que hubieron un mayor número de localizaciones geográficas de los ayllus que los cuantificados como “comunidades” y parcialidades.
Otro problema se agrega a los ya mencionados en lo que corresponde a la definición y delimitación del ayllu; la región Yungueña era una zona de mitimaes. Lo que quiere decir que los taypi de los ayllus no se encontraban en los Yungas, sino en otra parte. Quizás se trataba de una mayoría de ayllus, que ubicaban su taypi, su centro, es decir, también procedencia, en el Altiplano, en el entorno del lago. Aunque también puede haberse tratado, por otro lado, compartiendo el espacio dedicado al cultivo de la hoja de coca, de ayllus asentados en las laderas y cabeceras de valle, como también de otros ayllus provenientes de los valles. Pero, lo que queda claro es que es difícil apostar por la existencia de algún ayllu cuya procedencia, cuyo taypi, se encuentra en los yungas. Por lo tanto la hipótesis de trabajo con la que funcionaremos es que, en los Yungas, hallamos localizaciones, zonas de asentamiento de ayllus, que abarcan y enlazan grandes extensiones territoriales, así como se desplazan a grandes distancias, dentro de una comprensión rotativa del tiempo.
De las 36 parcialidades que María Luisa Soux encuentra en los Yungas, hasta 1929, tres se hallaban en el cantón Coroico, otra parcialidad era nada menos que Milluhuaya, que era entendida tanto como parcialidad, como cantón, como marka, designación que también era interpretada como pueblo. En el cantón Chulumani 6 parcialidades se distribuían en su área jurisdiccional, en cambio Tajma era comprendida tanto como parcialidad y como cantón. En el cantón Ocobaya se dispersaban 4 parcialidades; lo mismo ocurría en Yanacachi, en Irupana y en Lambate. Los cantones Chupe, Lasa y Chirca, contemplaban dentro de su administración a 3 parcialidades por cantón. Estas parcialidades, las aproximadamente tres centenas de haciendas catastradas y en número indeterminado de propiedades mercantiles, configuraban la heterogénea composición agraria, el variado manejo de la tierra, la desigual distribución del espacio, las encontradas, hasta entrecruzadas, estrategias sociales definidas por las distintas formas de propiedad.
De acuerdo al Catastro de Yungas de 1895, de las 281 haciendas registradas, cuatro de ellas tenían título de revisita; estos títulos eran entregados a las comunidades. Para que las haciendas llegaran a obtener estos títulos las comunidades, en este caso, las parcialidades, tendrían que haber traspasado sus títulos a las haciendas. Esto podía ocurrir cuando eran incorporados por ellas o, en su defecto, las parcialidades se convertían en propiedad privada, debido a una u otra razón. Uno de los motivos fuertes que obligaba a la comunidad a adquirir forma privada era precisamente, por más paradójico que parezca, la defensa de la propiedad colectiva. En estos casos el cacique aparecía como dueño del predio. En los casos de compra de tierras, pertenecientes a la parcialidad, las haciendas incorporaban “técnicas” agrícolas ancestrales de la comunidad a la forma privada de apropiación del excedente. Tampoco podemos olvidar que el arado “egipcio”, el ganado vacuno, ovino, equino, otros animales de lo que podemos considerar ganado menor, así como plantas de cultivo, como el café, los cítricos, han de incorporarse también a las prácticas agrarias de las comunidades. Se produce, por así decirlo, un doble traspaso de conocimientos “técnicos”, de aplicaciones, de instrumentaciones, entre las formas de propiedad y las estrategias coloniales. Estos traspasos no afectan a la matriz histórica de las parcialidades y de las comunidades, que son los ayllus; empero, sí son constitutivos en la formación de la hacienda. Como habíamos dicho, los ayllus son fraccionados por las reducciones toledanas, son convertidos en comunidades originarias, es decir, en colectividades ancladas a un espacio delimitado, a un entorno demarcado de un pueblo, a perímetros definidos y controlables de la administración colonial. En cambio las haciendas tienen su genealogía en la encomienda; institución que reglamenta la distribución de la población aborigen en repartimientos y de acuerdo a la concesión real a los conquistadores. Esto quiere decir que las comunidades pasan a formar parte de los repartimientos y de las reducciones; de este modo se convierten en el contenido latente de las haciendas, además de ser las territorialidades vecinas a esta forma de propiedad privada. En todo caso se produce un entrelazamiento y combinación de procedimientos y “técnicas” sociales, administrativas, agrícolas; se sucede la transferencia de contenidos, valores, excedente, del ayllu a la hacienda.
Lo que llama la atención es la marcada desigualdad numérica entre comunidades y haciendas. En la región Yungueña tenemos cerca de 8 haciendas por cada parcialidad. La estimación del tamaño cantonal promedio de extensión de las haciendas era, a fines del siglo XIX, de 1859 hectáreas; en cambio, si consideramos el tamaño promedio de la parcialidad, según la extensión promedio de las sayañas y de acuerdo al número de sayañas, tenemos que la extensión promedio por parcialidad es de 178 hectáreas. Ahora bien, las parcialidades no contemplaban solamente sayañas, sino también aynocas, así como parcelas; ¿cuántas aynocas y parcelas había por sayaña? En términos estadísticos, como hipótesis operativa, consideraremos un error del 14% debido a la falta de información acerca de las aynocas y parcelas, entonces podemos estimar un tamaño promedio por parcialidad de 203 hectáreas. Esto quiere decir que, tenemos más de 9 hectáreas de hacienda por cada hectárea de parcialidad, comparando individualmente estas formas de propiedad, la privada y la “colectiva”. Sin embargo, estamos hablando de 281 haciendas y de solamente 36 parcialidades; bajos estas consideraciones las haciendas yungueñas tendrían en propiedad alrededor de 522.379 hectáreas, en tanto que las parcialidades de la región ocuparían alrededor de 7.308 hectáreas. La comparación entre el conjunto de haciendas y el grupo de parcialidades da un resultado que expresa más adecuadamente la desigualdad espacial entre las formas de propiedad “opuestas”; por cada hectárea controlada por las parcialidades tenemos 71 hectáreas en propiedad de las haciendas.
Tamaño promedio de las haciendas por cantones |
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Yungas 1895 (14) |
||
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Orden |
Cantón |
Promedio de extensión |
1 |
Chupe |
4.816,5 |
2 |
Coripata |
2.470,9 |
3 |
Milluhuaya |
2.000,0 |
4 |
Pacallo |
1.800,0 |
5 |
Ocobaya |
1.703,5 |
6 |
Mururata |
1.700,0 |
7 |
Lasa |
1.600,0 |
8 |
Chulumani |
1.578,0 |
9 |
Coroico |
1.492,4 |
10 |
Chirca |
1.450,0 |
11 |
Yanacachi |
1.031,6 |
12 |
Irupana |
661,0 |
r: Coeficiente de Correlación =0,78 |
||
varianza =1.034.04 |
||
promedio =1.858,65 |
14. Los promedios fueron obtenidos por la historiadora María Luisa Soux: Ob. Ci.
Notas
Capítulo I
1.- Giorgio Alberti, Enrique Mayer: Reciprocidad e intercambio en los Andes Peruanos, Instituto de Estudios Peruanos. No.12. Págs.19-20.
2.- René Zavaleta Mercado: Lo Nacional-Popular en Bolivia Siglo XXI. Pág. 93.
Capítulo II
1. “De aquí se deriva para la genealogía una tarea indispensable: percibir la singularidad de los sucesos, fuera de toda finalidad monótona; encontrarlos allí donde menos se espera y en aquello que pasa desapercibido por no tener nada de historia – los sentimientos, el amor, la conciencia, los instintos-; captar su retorno, pero en absoluto para trazar la curva lenta de una evolución sino para reencontrar las diferentes escenas de su ausencia, el momento en el que no han tenido lugar”. Michel Foucault: Micro-física del Poder; Nietzsche, la genealogía, la historia. La Piqueta; Pág.7.
2. Es menester separar a Jacques Lacan de sus discípulos, pues parece que ocurre, como una consecuencia obcecado, a lo que le pasa a toda crítica que cuando de ruptura se convierte en sutura, es decir, en continuidad, cuando los discípulos hacen todo el esfuerzo de encerrar la crítica en una teoría, convertirla es disciplina; lo que no deja de ser una mirada censuradora, al a vez que legitimadora.
Capítulo III
1. Las provincias son: Yamparáes, Tomina, Porco, Chayanta, Tarija, Sicasica, Cochabamba, Mizque, Carangas y Paria. Ver de Nicolás Sánchez-Albornóz, Indios y Tributarios en el Alto Perú. Instituto de Estudios Peruanos. Pág.25.
2. Sánchez Albornoz: Ob. Cit. Pág.26.
3. Ibíd.. Pág.55.
4. Ibid.
5. Ibid. Pág.42
6. Fuente: Archivo General de la Nación. Buenos Aires. Gobierno Colonial.
* Censo Demográfico de 1950. Pág.3.
8. Los repartimientos son Yamparáes, Tomina, Porco, Chayanta, Tarija, Sicasica, Cochabamba, Mizque, Carangas y Paria.
9. Estas cifras son estimativas.
10. Pierre Clastres: Investigaciones en Antropología Política. Gedisa. Pág.57.
11. Ibid, Pág.60.
12. Ibid, Pág.60.
13. Ver de Francois Lyotard DISCURSO, FIGURA. Comunicación Visual. Guilli.
14. 1952.
15. El regreso de las tropas de la Guerra del Chaco (1932-1935).
16. 1899.
17. Término usado por Luis H. Antezana en sistema y proceso ideológico en Bolivia. Bolivia Hoy Siglo XXI.
18. Podríamos hablar aquí de rupturas en el espacio epistémico de la Nación.
19. 1952
20. Rene Zavaleta Mercado: Las masas en noviembre. Bolivia Hoy. Siglo XXI. Pág.40.
21. La equivalencia general de la mercancía connota la económica política del signo y la estadística de la legitimación.
22. Jacques Derrida propone este término para poder expresar esta diferencia en proceso de retención y diferimiento.
23. El ayllu es entendido como alianza territorial.
24. Estimación hecha considerando la información brindada por la Oficina de Inmigración Estadística y Propaganda geográfica.
25. Estimación formulada en base a la tasa de crecimiento calculada.
26. Cuando hablemos de “ayllus”, entre comillas, en realidad nos referimos a las comunidades originarias. La geografía del Ayllu es más compleja, el número de ayllus es más restringido
Capítulo IV
1. No nos referimos al teatro moderno, que busca la participación pública, sino al clásico.
2. Gilles Deleuze dibuja las máquinas sociales que habrían hecho el itinerario nombrado logocentricamente por el racionalismo como salvajismo, barbarismo y civilización; estas maquinarias de poder son: la territorial, la despótica, la del capital.
3. Según J. Habermas la öffentlichkeit, es decir, la vida social pública, se constituye con la formación de un público consumidor, que hace pública su privacidad mediante el raciocinio y la novela. Dando lugar a la crítica, que es, en realidad, la opinión de individuos libremente asociados.
4. La administración provincial José Manuel Pando es de reciente creación; se trata de una división política de la propia provincia de Pacajes. Por razones de información abordaremos la descripción conjunta de las dos provincias mencionadas.
5. Hablamos del 60% de las capitales cantonales; en otras palabras, nos referimos a la vecindad de 19 capitales cantonales concentradas a lo largo del eje principal de transporte.
6. El cerro Atajan culmina su cumbre a una altura de 4.248 m.s.n.m
7. Este promedio se calcula considerando la tendencia de una familia media conformada por 6 miembros.
8. “Contrario a la colonización norteamericana, que se realiza a través de la lenta expansión de asentamientos de colonos y agricultores, ubicados en la periferia, la conquista hispanoamericana es el resultado de una empresa “esencialmente militar y religiosa” que lleva en sucesivas etapas expansivas a la ocupación de los centros civilizadores respectivos del Nuevo Mundo”. Heinz Dieterich: Relaciones de Producción en América Latina. Ediciones de Cultura Popular; Pág. 132
9. “Este trabajo nos limitaremos a diferenciar el proceso colonial hispanoamericano en sólo dos etapas: la conquista y la colonización. Es posible, sin embargo, distinguir dentro de la fase de la conquista dos clases de proyectos expansivos diferentes: las empresas descubridoras y las empresas conquistadoras, lo que permitiría establecer un tercer período; a saber, las fases de las expediciones de descubrimiento. “Heinz Dieterich; Relaciones de Producción en América Latina. Ediciones de Cultura Popular; pág. 131.
10. “Hasta el año 1499 tales “repartimientos” consistían prácticamente en la repartición conjunta de indios y suelos y la obligación del indio de prestar servicios personales, trabajo de labranza y de extracción”. Heinz Dieterich: ob. cit; pág. 140.
11. “Destaca en este proceso, por su importancia, la Real Cédula del 26 de mayo de 1536, por medio de la cual la Corona trataba de suprimir los elementos señoriales (grundherrlich) de terratenencia de la encomienda. De ahora en adelante, ésta ya no debía significar más la repartición de trabajadores forzados indígenas, sino el derecho del encomendero a recibir cierta parte de los tributos que los indios estaban obligados a pagar al rey”. Heinz Dieterich: ob. cit; pág. 146.
12. “Desde los primeros años del período español, la hacienda real del área andina se nutrió esencialmente del tributo indígena, que afectó a las comunidades campesinas. Lo mismo sucedió con el sistema de trabajo forzado conocido con el nombre de mit’a. El vocablo, que se castellanizó a mita, quería decir turno o vez; así lo atestiguaron varios autores, entre ellos Castelfuerte”. Valentín Abecia Valdivieso: Mitayos en Potosí. Técnicos Editoriales Asociados; pág. 57.
13. “Un contemporáneo de la invasión, el licenciado Gaspar de Espinoza, patrocinador de los Almagres y los Pizarros, al escuchar en Panamá de las maravillas de la albañilería e ingeniería civil andina, concluyó que sería útil traer a los artífices al istmo para abrir el canal que ya en 1534 se veía como indispensable. La destreza y la praxis para cavarlo, existía hacia el sur. Uno se pregunta, sin embargo, cómo iban a hacer los ingenieros estatales sin la mit’a turnante que los respaldaba en su tierra. “John Víctor Murra: Prólogo a La Tecnología en el Mundo Andino. Universidad Nacional Autónoma de México; pág. 8.
14. “Sin embargo, con frecuencia se trataba en estos casos de pagos monetarios a productores inmediatos, simplemente de remuneraciones que---salvo el estrato insignificante de españoles empeñados en trabajos asalariados---estaban vinculadas completamente a relaciones de dependencia de índole feudal y esclavista, como, por ejemplo, en el caso de los mitayos. De modo complementario, porque su función no consistía en asegurar la reproducción del productor inmediato, sino de servir como “mercancía” general de contratos, rentas, impuestos, etcétera, esto es, de poner a la Corona en condiciones de cobrar sus tributos en forma de valor altamente convertible”. Heinz Dieterich: ob. cit.; pág. 183.
15. A propósito podemos rescatar para la situación monetaria pre-capitalista lo que dice Jean Baudrillard para la ubicación dineraria en la postmodernidad: “Los valores/signos están producidos por cierto tipo de trabajo social. Pero producir diferencia, sistemas diferenciales, jerárquicos, no se confunde con la extorsión de la plusvalía económica y no resulta de ella tampoco. Entre los dos, interviene otro tipo de trabajo, que transforma valor y plusvalía económica en valor/signo: operación suntuaria, de consumo y rebastimiento del valor económico según un tipo de cambio radicalmente distinto, pero de cierto modo produce también una plusvalía”: la dominación, la cual no se confunde en absoluto con el privilegio económico y el provecho. “Si bien en el caso de los circuitos monetarios de la Colonia no ocurre la conversión de las posesiones en circuito de la dominación. Jean Baudrillard: Critica a la economía Política del Signo. Siglo XXI; pág. 125.
16. “Según Matienzo, en 1577, había 200 españoles, sin gran multitud de mujeres y muchachos; señala que había “2.000 indios para arriba sin otras tantas indias y muchachos doblados”; es esta época existían “13 parroquias en esta ranchería de indios”. “Valentín Abecia Baldivieso: Mitayos de Potosí. Ob. Cit.; pág. 67.
17. En el informe Bartolomé Gonzáles Poveda diferencia las provincias sujetas a la mita de las provincias exentas de esta “tributación” peculiar. A pesar de los desacuerdos entre informantes en lo que corresponde a la clasificación de las provincias expuestas a la mita, el informe de Bartolomé Gonzáles parece ser estable. Al respecto el autor del informe establece que: “las provincias que hasta ahora han estado sujetas a la mita y las que han sido libres de ella que unas y otras son en la forma siguiente:
Provincias que han mitado: 1.- Quispincanche, 2.- canas, 3.- tintancanches, 4.- Cabana y Cabanillas, 5.- Azángaro y Asilo, 6.- Paucarcolla, 7.- Chuchito, 8.- Pacajes, 9.- Omasuyos, 10.- Sica Sica, 11.- Paria, 12.- Carangas, 13.- Cochabamba, 14.- Chayanta, 15.- Porco, 16.- Tarija. Provincias que han mitado: 1.- Quispincanche, 2.- canas, 3.-tintancanches, 4.- Cabana y Cabanillas, 5.-Azángora y Asilo, 6.- Paucarcolla, 7.- Chucuito, 8.- Pacajes, 9.- Omasuyos, 10.- Sica Sica, 11.- Paria, 12.- Carangas, 13.- Cochabamba, 14.- Chayanta, 15.- Porco, 16.- Tarija. Provincias que no han mitado: 1.- Cuzco, 2.- Pancartambo, 3.- Carabaya, 4.- Larecaja, 5.- La Paz, 6.- Atacama, 7.- Lípez, 8.- Altos de Arica, 9.- Oruro, 10.- Pilaya y Paspasa, 11.- Mizque, 12.- Tomina, 13.- Tamparáez, 14.- Potosí. “Citado por Valentín Abecia Baldivieso en Mitayos de Potosí; pág. 69.
18. No olvidemos que s e trata de hombres comprendidos entre los 18 y 50 años.
19. “La población indígena ha sido calculada multiplicando los tributarios por el coeficiente de 4.5, promedio de mujeres, viejos y niños que corresponden—se supone—a cada hombre adulto. “Revisar de Nicolás Sánchez-Albornoz Indios y Tributarios en el Alto Perú. Instituto de Estudios Peruanos; pág. 37.
20. Entendiendo que el promedio de tributarios por repartimiento es de 3.462 varones, estimamos una población de 103.863 tributarios correspondientes al entorno potosino; un 9.9% demás que los asignados por los visitadores.
21. Una variación del orden del 13.6% separa a la estimación gruesa de la población “indígena”, basada en la séptima parte de los tributarios sujetos a la mita (razón toledana), y la estimación, más fina de esta población total, basada en el promedio de tributarios por repartimientos.
22. Las 16 provincias sujetas debían contribuir con alrededor de 34.144 varones más.
23. Optamos por la clasificación propuesta por Valentín Abecia, clasificación que es el resultado de la contrastación del informe de Bartolomé Gonzáles Poveda y de la Relación de Gobierno de Manuel Amat y Junyent. La clasificación propuesta aparece distribuida en el mapa Provincias Tributarias de la Mita Potosina. Valentín Abecia Baldivieso: ob. cit. pág. 59. La Relación de Gobierno desde el 12 de octubre 1761 hasta 17 de julio 1776 de Manuel Amat y Junyent se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid.
24. Esta cifra puede considerarse como el centro de una banda de incertidumbre. Desde esta perspectiva sugerimos un error estadístico del orden del 16.7%; sobre todo teniendo en cuenta los cambios en las delimitaciones administrativas dados desde la Visita General de Toledo. Los extremos de esta banda se encuentran en una estimación mínima de 499.600 kilómetros cuadrados y en una estimación máxima de 699.920 kilómetros cuadrados, hablamos por cierto de las 16 provincias “tributarias” de la mita. Comparando estos resultados obtenidos por medición de mapas geográficos con los dados por el Censo General de la Población de 1990, conseguimos aproximaciones relativas adecuadas. Para el caso conceptuamos las delimitaciones administrativas departamentales, definidas por la clasificación censal, como provincias; esto para mantener un nivel espacial comparativo con la clasificación referencial de la visita de Toledo (1572). Pero esta reconceptualización solo se hace necesario para los caso de Cochabamba y Tarija; para el caso de Omasuyos, Pacajes, Sica Sica, Chayanta, Porco, y Caranga el Censo mantiene los nombres, aunque no necesariamente los tamaños. Las ocho provincias restantes han cambiado de nombres, como también han sufrido modificaciones en sus delimitaciones. La extensión geográfica de estas ocho “provincias” conmensura a unos 331.973 kilómetros cuadrados. El tamaño medio de las provincias es de 41.497 kilómetros cuadrados. Si mantenemos este promedio geográfico podemos estimar la extensión geográfica probables de las 16 provincias “tributarias” de la mita. De este modo tenemos una extensión hipotética de 633.948 kilómetros cuadrados, relativo a estas provincias. Ahora bien podemos considerar un error estadístico del orden del 16.7%; esto quiere decir que tenemos una estimación mínima de 553.068 kilómetros cuadrados y un estimación máxima de 774.827 kilómetros cuadrados. Comparando los resultados de las mediaciones mencionadas, tenemos una variación del orden del 10.7%, porción aceptable juzgando a partir del margen de error estadístico sugerido.
25. La estimación se efectuó tomando en cuenta el tamaño promedio de las provincias sujetas a la mita. Ahora bien, dilatando esta cifra en la banda de incertidumbre juzgada adecuada (error estadístico del orden del 16.7%), tenemos una estimación mínima de 1.037.003 km2 y una estimación máxima de 1.452.800 km2.
26. “La extensión territorial en cifras redondas según cálculos de Dalence era de por lo menos 2.300.000 km2. Este cálculo es muy inferior al de 3.000.000 de km2 del patrimonio colonial en el siglo XVII”. Augusto Guzmán: Historia de Bolivia. Amigos del Libro; pág. 130.
siglo XVIII la administración política de la Audiencia de Charcas pasó a componer el espacio jurisdiccional del Virreynato del Río de la Plata. En la ciudad de Buenos Aires se emplazó la sede de gobierno de esta administración virreinal.
27. “Cuando la abundancia de las vetas argentíficas del “cerro rico” terminó, a mediados del siglo XVIII, la situación de los indios mitayos mineros se empeoraba aún más, recayendo todo el peso de esta decadencia sobre ellos. Los dueños de las minas, cuya explotación ya no era rentable, pasaban ahora a alquilar “sus” mitayos como mano de obra a terceros. Así se ganó, con 40 indios, que era el promedio asignado y 365 pesos por año, un “considerable y cómodo ingreso anual”.” Heinz Dietrich: ob. cit.; pág. 160.
28. Para la realización de esta estimación hemos considerado los resultados del levantamiento efectuado por la Visita General de Francisco Toledo. El promedio demográfico “indígena” por repartimiento (provincia) es de 16.108,5 habitantes; en este sentido estaríamos hablando de 257.736 habitantes aborígenes en 16 repartimientos y de 483.255 habitantes “indígenas” en 30 repartimientos. Si queremos estimar la población global debemos considerar las proporciones de “indígenas”, de mestizos y de “blancos” obtenidas por el Censo de 1900. La proporción media de “indígenas”, obtenida por este Censo es de 50.91% pero, esta proporción aumenta a 60.3% si tomamos en cuenta solo los departamentos del entorno potosino. Exceptuando Cochabamba y Chuquisaca, departamentos que manifiestan proporciones bajas de “indígenas”; cosa que no podía ocurrir tres siglos y medio atrás. Bajo estos criterios estimamos una población global del entorno potosino de 801.418 habitantes.
28. “Las primeras autorizaciones reales de esta índole se encuentran en las “capitulaciones”, puesto que una de las atribuciones concedidas en ellas a los Adelantados fue la de repartir tierras y solares. “El Repartimiento-junto a él la Real Cédula de gracia o merced-fue, pues, el título originario para adquirir en las Indias la propiedad de la tierra”. Sin embargo, el mero hecho del repartimiento no constituía de por sí un título de propiedad. Más bien, era una opción a tal título-fijada en las capitulaciones sin preceptos muy precisos acerca del tamaño de los lotes de tierra adjudicados, de los requisitos formales de la repartición, etcétera-, ya que era “requisito indispensable para que el dominio se consolidase, poner en cultivo la tierra recibida y residir en ella por un plazo de tiempo que cambió, según los casos _ cuatro, cinco y hasta ocho años”.”.
29. Como se ha podido ver hemos usado varias acepciones del sentido de la medida. Podemos decir que la medida es el sentido propio de la cantidad métrica, es decir, de la cantidad construida de acuerdo al paradigma de la distancia; este concepto es ciertamente moderno. Cuando usamos la escritura de “medida” nos referimos a la antropométrica traída por los españoles. Y cuando usamos la escritura de “medida” (sin subrayar) nos remitimos al sentido amplio; en otras palabras a su connotación política. Téngase en cuenta este juego de sentidos del término MEDIDA pues a través de sus analogías haremos mención a sus conexiones.
30. En realidad lo que llamamos burguesía ahora no ha dejado de ser una adecuación forzada al capitalismo de las clases dominantes. Esta burguesía pre-capitalista tiene como tres orígenes en su procedencia: la burguesía con “pedigrí”, herencia del gamonalismo, la burguesía “chola”, resultado del prebandalismo de la revolución de 1952, y la burguesía “blanqueadora” de los ingresos que aporte el narcotráfico. La vergüenza no puede generalizarse a toda la burguesía, sino particularmente a la de heredad gamonal. Sin embargo, no es sorprendente encontrar en algunos personajes en ascenso un arribismo que raya también en el desprecio. Se sienten como viviendo en un país extraño, que es distinto a sentirse como extraños en su propia tierra; lo que le ocurre a la mayoría autóctona, que compone las clases explotadas de la República criolla.
31. “Este proceso se vio confirmado por la llamada Ley de Exvinculación de 1874, aprobada por el gobierno de Tomás Frías; la cual, si bien aparentemente devolvía las tierras comunales a sus legítimos dueños, al hacerlo de una manera individual para otorgarles “pleno derecho de propiedad”, dejaba la estructura comunal total y definitivamente debilitada. Se llegaba inclusive a declarar extinguidas las comunidades, las cuales pasaron a denominarse ex comunidades”. María Luisa Soux: Agricultura y Estructura Agraria del Latifundio a la Reforma Agraria. Qhana.
32. Ver sociología del ayllu y de la Hacienda de Teresa Paniagua Valda. UMSA.
33. “Esta política de expansión de haciendas y ataque a las comunidades no se llevó a cabo sin resistencias. Ya desde los años del gobierno melgarejista, las sublevaciones indígenas seguidas de masacres se sucedieron sin interrupción. Empezando por Huaycho, Ancoraimes y Tarco, en 1870, Tiahuanacu en 1895, Copacabana, Desaguadero, Calamarca, Coro Coro, Calacoto, Aigachi, en el mismo año; Umala, Pucarani, Omasuyos, Sicasica, Viacha en 1896, hasta culminar con la sublevación general comandada por Zárate Willca. Luego del triunfo liberal, las sublevaciones continuaron con Challa y Totora en 1907, Sicasica y Guaqui en 1910-1911. Estas sublevaciones se suceden sin interrupción hasta la famosa masacre de Jesús de Machaca en 1922 y la sublevación general de Chayanta en 1927”. María Luisa Soux: ob. cit.
34. Según la historiadora María Luisa Soux la propiedad mercantil ya existía antes de la reforma agraria, particularmente en el alrededor de los pueblos de vecinos. Se trataba de propiedades de mestizos, o de criollos pobres, que se conformaron comprando parcelas a las comunidades vecinas. La presencia de estas propiedades mercantiles era particularmente numerosa en regiones de intensos circuitos comerciales, como el caso de la región Yungueña. Ver de la autora mencionada Producción y Circuitos Mercantiles de la coca Yungueña.
35. “Renta Feudal del suelo: trabajo adicional de los siervos que no se retribuye y del que se apropian los señores feudales mediante la coerción extra-económica. “Borísov Zhamin Makárova: Diccionario de Economía Política. Grijalbo; pág. 204.
36. Si hay analogías con la renta feudal del suelo, es decir, con sus formas, la renta en trabajo, la renta en especies, la renta dineraria, estas analogías deben ser explicadas en el contexto social imbricado de la Colonia y de la República, particularmente en aquello que hemos llamado Régimen de la hacienda. Es la transferencia de valores vehiculizada por dispositivos de poder, es lo que hemos llamado “aproximadamente” “renta” colonial, lo que explica estas analogías, y no al revés como pretende la economía política.
37. Cuando hablamos de la utawawa no queremos decir que trata sólo de mujeres, podían ser también hombres. Sin embargo, también el empleo de esta categoría de trabajo se refiere a toda una familia que se empleaba en esas condiciones, es decir, por comida, sin acceso a tierras. Cuando hablamos de la utawawa nos remitiremos a la categoría, no hacemos ablución al sexo. Ver el trabajo de María Luisa Soux: Agricultura y Estructura Agraria del Latifundio a la Reforma Agraria. Qhana.
38. María Luisa Soux: ob. cit.
39. “Si bien la Ley de Exvinculación no produjo en Yungas una mayor individualización de las sayañas, afectó de manera distinta a las comunidades. Así, aparecen las sayañas que pasan de un propietario al otro no por hacienda sino por compra-venta, aunque en su mayoría los compradores son gente de la misma comunidad o de comunidades vecinas, no encontrándose propietarios de sayañas que sean oriundos del Altiplano”. María Luisa Soux: Producción y Circuitos Mercantiles de la Coca Yungueña.
40. Entre esta estimación más suave y la contabilización de Klein para 1.786 habría una diferencia del 34%. Lo que indica que no hay acuerdo en lo que respecta a las designaciones de los términos empleados (comunidad, Ayllu, parcialidad). Los datos considerados por Herbert S. Klein pertenecen a los Censos Coloniales y a los Censos del Siglo XIX; dichas fuentes se encuentran en el Archivo General de la Nación Argentina, en Buenos Aires, en el Archivo de La Paz de la UMSA y en el Archivo Nacional de Bolivia, en Sucre. Los datos ordenados por el investigador citado lo sacamos de su trabajo El Crecimiento de la Población Forastera en el Siglo XIX boliviano. La participación Indígena en los Mercados Sur andinos. CERES. Se habrá notado que cuando nos referimos a las estimaciones del número de “Ayllus” designados esta entidad social en comillas; hacemos esto primero por la confusión aludida entre los término de ayllu, comunidad y parcialidad, segundo porque, en realidad, hubieron menos Ayllus de los que se cree. Lo que puede detectarse es que los Ayllus se dispersaban en variadas territorialidades diferenciadas; es decir, que un Ayllu resulta amarrando territorialidades complementarias. Se trata de algo así como un nudo de alianzas y relaciones de parentesco extendidas territorialmente. Las distintas zonas de asentamiento de un Ayllu no puede confundirse con la geografía del Ayllu; esto puede traernos a colación otra confusión, fuera de la que asimila el Ayllu a la comunidad originaria, término colonial, esta nueva confusión multiplicaría los Ayllus como si fueran estas numerosas localizaciones de los mismos.
41. Herbert S. Klein calcula para el Departamento de La Paz 456 “Ayllus”, correspondientes a la década de 1850; lo que quiere decir, si tomamos en cuenta la estimación más alta, en la región de los Yungas se distribuían el 24% de los “Ayllus” del Departamento, en cambio si consideramos la estimación más baja, estaríamos hablando del 17% de los “Ayllus” del Departamento. El promedio de “Ayllus” en el Departamento es de 76 “Ayllus” por provincia, lo que significa que estaríamos hablando del 16.7% de los “Ayllus” cuantificados en el Departamento de La Paz. Porcentaje equivalente a la estimación más baja. Pero, el problema no es este; no tratamos de asegurar nuestras estimaciones. Al contrario, las problematizamos. El problema más significativo se da cuando comparamos la cantidad de “Ayllus” con la cantidad de haciendas de la década de 1850; los “Ayllus” corresponden al 42.5% de las haciendas. Nos referimos a 1.073 haciendas numeradas. ¿Cómo puede haber más haciendas que “ayllus”, cuando la mayor parte de la población de la época habitaba la territorialidad de los Ayllus? Una respuesta tentativa sería la siguiente: en realidad, hay mucho más zonas de asentamiento de los Ayllus que número de haciendas, pero, hay menos Ayllus que número de asentamientos, esto es obvio, también menos Ayllus que comunidades y parcialidades cuantificadas según los códigos de la administración colonial.
42. “Los títulos de revista fueron considerados como exclusivos de las sayañas. La presencia de este tipo de título en las haciendas (los cuatro casos citados pertenecen al cantón Yanacachi) puede ser un indicio del traspaso de la propiedad comunaria a la privada. Tal vez casos de compras de sayañas por vecinos”. María Luisa Soux; ob. cit.
43. Los promedios fueron obtenidos por la historiadora María Luisa Soux: ob. cit
[1] Ver de Raúl Prada Alcoreza, La cuestión estatal, en Análisis del Contexto Situacional Boliviano; Comuna 2003, La Paz..
[2] Ver de Gilles deleuze y Félix Guattari: Mille Plateaux. Éditions de Minuit 1980 ; París.
[3] Ver de Pierre Clastres: La Société Contre L’État. Les Éditions de Minuit 1972 ; París.
[4] Ver de Michel Foucault Vigilar y Castigar; Siglo XXI 2003, Buenos Aires. También Defender la Sociedad; Fondo de Cultura Económica 2002; México.
[5] Ver de Jacques Rancière El Desacuerdo; Nueva Visión 1996, Buenos Aires. También de Raúl Prada Alcoreza, La supresión de la política, en Retórica y Política; Comuna 2003, La Paz.
[6] Ver de Michel Foucault, Microfísica del Poder; La Piquela 1992; Madrid.
[7] Revisar de Jacques Rancière, El Desacuerdo. Texto citado.
[8] Comentando a Foucault Deleuze dice: “En el caso de las sociedades disciplinarias, se dirá distribuir, serializar, componer, normalizar”: Foucault. Paidos; Págs. 54-55.
[9] El concepto de fuerza también fue utilizado por Hegel; en la Fenomenología del Espíritu o Ciencia de la Experiencia de la Conciencia aparece vinculado al entendimiento, desplegado en los tres momentos correspondientes de la dialéctica:1.- La fuerza y el juego de las fuerzas, 2.- Lo interior. 3.- La infinidad. G.M. Hegel: Fenomenología del Espíritu. Fondo de Cultura Económica. 1807, Primera edición en alemán; México 1978, tercera edición en castellano.
[10] Revisar de G:W.F. Hegel, Fenomenología del Espíritu. Fondo de Cultura Económica 1978; México.
[11] Revisar de Hugo Zemelman Merino, Horizontes de la Razón; Anthropos, El Colegio de México 1992, México. También Uso Crítico de la Teoría; Episteme 1985; La Paz. Se puede también revisar del mismo autor Lo Histórico y lo Político; Siglo XXI 1990, México.
[12] Ver de Jean-François Lyotard, El Entusiasmo; Gedisas 1991, Barcelona. También se puede consultar La Diferencia; Gedisa 1991, Barcelona.
[13] Ver Vigilar y Castigar. Nacimiento de la Prisión. Michel Foucault. Siglo XXI 2003, Buenos Aires.
[14] Antonio Gramsci: Cuadernos de la Cárcel. Edición Crítica del Instituto Gramsci, a cargo de Valentino Gerratana. Era 1985, México.
[15] Revisar de Karl Marx, Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel. Claridad 1973, Buenos Aires. También de G. F. Hegel, Filosofía del Derecho. Juan Pablos 1998, México.
[16] Esta realidad social es expresada por Focault como método de percepción: “que las relaciones de poder son a la vez intencionales y no subjetivas. Si, de hecho son intangibles, no se debe a que sean el efecto, en términos de causalidad, de una instancia distinta que las “explicaría”, sino que están atravesadas de parte a parte por un cálculo: no hay poder que se ejerza sin una serie de miras y objetivos. Pero, ello no significa que resulte de la opción o decisión de un sujeto individual; no busquemos el estado mayor que gobierna su racionalidad; ni la carta que gobierna, ni los grupos que controlan los aparatos del Estado, ni los que toman decisiones económicas más importantes administran el conjunto de la red de poder que funciona en una sociedad (y que la hace funcionar)”. Historia de la sexualidad. La voluntad de Saber. Siglo XXI. Pág.115.
[17] Ver de Hans-George Gadamer, Verdad y Método, I y II. Sígueme 1992; Salamanca.
[18] Ver de Paolo Virno, Gramática de la Multitud. Puñaladas 2003; Buenos Aires.
[19] Revisar de Jacques Derrida, La Voz y el Fenómeno. Pre-textos 1995, Valencia.
[20] Revisar de Gilles Deleuze, Diferencia y Repetición. Amorrortu 2002, Buenos Aires.
[21] Revisar de Gilles Deleuze, Nietzsche y la Filosofía. Anagrama 1998, Barcelona.
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Umbrales y limites de la episteme moderna, apertura al horizonte nómada de la episteme compleja.
Cursos virtuales, participación virtual en el debate, acceso a la biblioteca virtual, conexión virtual colectiva. Control de lecturas a través de ensayos temáticos. Apoyo sistemático a la investigación monográfica. Presentación de un borrador a la finalización del curso. Corrección del borrador y presentación final; esta vez, mediante una exposición presencial.
Contenidos:
Modulo I
Perfiles de la episteme moderna
1.- Esquematismos dualistas
2.- Nacimientos de del esquematismo-dualista
3.- Del paradigma regigioso al paradigma cientifico
4.- Esquematismo ideológico
Modulo II
Perfiles de la episteme compleja
1.- Teórias de sistemas
2.- Sistemas autopoieticos
3.- Teorías nómadas
4.- Versiones de la teoria de la complejidad
Modulo III
Perspectivas e interpretaciones desde la complejidad
1.- Contra-poderes y contragenealogias
2.- Composiciones complejas singulares
3.- Simultaneidad dinámica integral
4.- Acontecimiento complejo
Modulo IV
Singularidades eco-sociales
1.- Devenir de mallas institucionales concretas
2.- Flujos sociales y espesores institucionales
3.- Voluntad de nada y decadencia
4.- Subversión de la potencia social
Temporalidad: Cuatro meses.
Desde el Inicio del programa hasta la Finalización del programa.
Finalizaciones reiterativas: cada cuatro meses, a partir del nuevo inicio.
Defensa de la Monografía. Defensas intermitentes de Monografías: Una semana después de cada finalización.
Leer más: https://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/estudios-del-presente/
Inscripciones: A través de la dirección:
Pluriversidad Oikologías
Avenida Andrés Bello. Cota-Cota. La Paz.
Teléfono: 591-69745300
Costo: 400 U$ (dólares).
Depósito:
BANCO BISA
CUENTA: 681465529
Leer más: www.pluriversidad-oikologias.es/