Raúl Prada Alcoreza
Esta investigación se efectuó a fines de la década de los ochenta del siglo XX. La investigación fue hecha para QHANA. Se terminó de escribir a comienzos de la década de los noventa. Debía haberse publicado en la editorial Plural. Sin embargo, por razones logísticas no se publicó hasta ahora.
Editorial Mithos
La Paz – Bolivia
Índice:
Página
Prologo 4
Capítulo I
Metodología 26
Capítulo II
Reciprocidad y capitalismo en las
economías campesinas 51
Capítulo III
Reciprocidad y mercado en los
recorridos de la coca 77
Notas 166
Dedicado a las comunidades, a los sindicatos y a la federación campesina yungueñas, que, en el período definido por las décadas de los ochenta y noventa, tuvieron que resistir la intervención del imperio con el objeto de la interdicción de la hoja de coca; también tuvieron que resistir a los programas de erradicación, así como a los programas de desarrollo alterativo, que buscaban la sustitución de la hoja de coca. Al pueblo de Coripata, sobre todo a las mujeres campesinas, que defendieron el pueblo, la sede del comando, intervenido y ametrallado por el destacamento del ejército, mandado desde Coroico, para cobrarse represalia ante la movilización campesina en apoyo a la UDP. A las jovencitas coripateñas, armadas de ramas de lima y piedras, quienes desarmaron a este contingente militar, que se tuvo que refugiar en la iglesia. A los jóvenes y mayores, que tuvieron que huir al mote ante la ocupación militar de Coripata, tomando represalia a lo que el gobierno calificó como guerrilla, cuando sólo se trataba de un desarme.
PROLOGO
Fragmentos territoriales
ANÁLISIS SOCIOECONÓMICO Y DEMOGRÁFICO
DE
UN RECORTE TERRITORIAL YUNGUEÑO
Esta investigación se realizó durante los tres últimos años de la década de los ochenta (1987-1989); se terminó de escribir el año 1990, estuvo en revisión cerca de dos años, el año 1993 estaba lista para su publicación, sin embargo, la misma tuvo que ser postergada hasta el presente (1995)[1]. Esto en parte se debe a que no tenía plena seguridad del orden de exposición; incluso ahora, después de acceder a su publicación, no tengo la certeza de haber logrado el objetivo latente de la metodología de investigación: la visión integral y articulada de una realidad específica, por esto mismo, de una especificidad cuya composición histórica, social, política y cultural se abre a una complejidad irreductible. Es posible que este objetivo sea inalcanzable, pero, entiéndase bien, no se trata tanto de una pretensión teórica, tampoco descriptiva, sino del desafío de representar lo concreto de una región mediante procedimientos elaborados en el campo de las Ciencias Sociales. Obviamente estos procedimientos tienen que pasar por la crítica para ser usados en otra perspectiva. En este sentido la crítica se ha centrado en los mecanismos de generalización subyacentes y en la lógica de investigación deductiva, implícita en los instrumentos, las técnicas y los métodos usados. Esta crítica también se extiende a los horizontes de los paradigmas, los modelos y las corrientes teóricas. Sin embargo, si bien se toma conciencia de los peligros de la generalización y de homogeneización de las ciencias, no siempre se puede cambiar el decurso inscrito en el uso de las técnicas de investigación; podemos quedar sorprendidos al volver a los lugares criticados, repetidos, como de un destino que no podemos escapar. Si bien no es tan así lo que termina de ocurrir con una investigación que pretendía ser crítica y de apertura a un análisis de la diferencia, creo, que la misma no ha escapado del todo al monopolio de una totalidad manipuladora de las heterogeneidades, una totalidad que termina vaciando de contenido a las singularidades, a las diferencias locales, a las especificidades histórico culturales y a las zonas y regiones territoriales. Concretamente podemos decir que la investigación no ha escapado a las generalizaciones inductivas de la sociología, la economía y la demografía.
¿Qué interés y qué valor tiene la publicación de una investigación cinco años después de finalizada esta? Lo del interés, como corresponde a una motivación social, puede volver a resurgir, sobre todo cuando se trata de un tema candente como es la del cultivo de la hoja de coca. Es esto lo que precisamente está ocurriendo en estos días[2], cuando los campesinos cultivadores de la hoja de coca de Los Yungas y El Chapare culminaron una larga marcha en defensa de la hoja de coca, por la dignidad y soberanía nacional, desafiando al gobierno que hizo de todo para impedir la realización de la marcha. Después de esta marcha queda claro que el eje de la problemática económica, social y política de una región del país, sino es del mismo país por las connotaciones que tiene la economía de la coca, pasa por lo que en la investigación se ha denominado como los recorridos de la coca.
Ahora bien, tiene otra significación ponderar la obra por su valor “científico”. Esta evaluación tiene que ver en primer lugar con la objetividad de la investigación, en segundo lugar con los logros metodológicos: ¿qué es lo que se ha encontrado?, ¿cuánto aporta?, ¿qué devela?, ¿qué explicaciones construye? En tercer lugar se trata de su viabilidad pragmática: ¿qué servicio presta a los sujetos sociales, moradores de la región estudiada? Para responder a estas preguntas debemos hacer un repaso rápido y global al trabajo.
El principal problema del llamado diagnóstico investigación de una microrregión yungueña ha sido el de la objetividad; esta es la razón de las extensas reflexiones metodológicas. Estas reflexiones traslucen por lo menos cinco ámbitos del problema de la objetividad de la investigación: 1) El hecho de que la investigación se enfrenta a discursos, 2) el problema de tratarse de una especificidad de múltiples determinaciones, 3) la situación concreta de un poder local, 4) la connotación histórica de los recorridos de la coca y 5) la necesidad de abrirse a un nuevo paradigma explicativo. Cuando se trata del ámbito discursivo se trata sobre todo de descodificar el discurso ideológico que reduce la comprensión de la región a la conexión coca-cocaína, discurso pronunciado desde los esquemas del desarrollo alternativo. La decodificación de este discurso nos lleva a la lógica específica del objeto específico: ¿cómo incorporar al estudio del presente de la región yungueña la perspectiva histórica, sin perder la visión de las estructuras de poder y los circuitos económicos, como parte de la comprensión de una formación social dada? Pero, esto tiene como eje central del análisis del reconocimiento de una genealogía del poder local. Es sobre este punto donde destila la hipótesis central de trabajo: el poder se estructura a través de los recorridos de la coca. Esto quiere decir que quien controla la coca controla el poder local. Si esta hipótesis se logra demostrar a lo largo de la investigación podemos pasar con bastante seguridad a la construcción de una teoría explicativa sobre la especificidad social, económica y política de la región yungueña.
DESCRIPCIÓN DE LA ESTRUCTURA ECONÓMICA:
La investigación trabaja principalmente estadísticas relativas al cultivo y a la producción de bienes considerados como comerciales: coca, café, cítricos, plátano y banano. Aunque logra cierta estadística del cultivo de los bienes de consumo familiar. Como puede verse se mide el cultivo en términos de su ocupación espacial (hectáreas) y se cuantifica la producción física de los cultivos (toneladas métricas o quintales). Debemos recordar que se trata de una encuesta realizada entre los años 1987 y 1988, en el contexto de estadísticas económicas que cubren la década de los ochenta, además del diseño de estimaciones que alcanzan a 1990. Actualizando estos datos, podemos llegar, como es el caso de esta introducción, al año 1993. Entonces en ese contexto y estableciendo el centro de la medida en 1988, la investigación encuentra que, aproximadamente el 18 % del espacio cultivado corresponde al cultivo de coca, el 42% de dicho espacio es cultivo de café, en cerca del 19% de este espacio se cultiva cítricos, una proporción parecida se utiliza para el cultivo de plátano, en cambio en el 3% del espacio se cultiva bienes de consumo familiar. Se trata pues de un cultivo vinculado al mercado; no podemos olvidar que el eje de este comercio se centra en el cultivo de la hoja de coca. En lo que respeta a la producción física se da lugar a una distribución de las cantidades condicionadas por el peso del bien: el 5% del peso corresponde a la coca, cerca del 13% del peso físico de la producción lo ocupa el café, en cambio los cítricos y el plátano y la banana definen un peso mayor, un poco más del 36% para los primeros y un poco más del 46% para los segundos. No se tienen estadísticas de medida de la producción física de los bienes de consumo familiar.
Si bien la coca ocupa el 18% del espacio cultivado y conforma el 5% de la producción física agrícola de los yungas, constituye cerca del 36% del valor bruto de la producción. En orden de importancia le sigue el café, que se aproxima al 33% de la producción física; en esta secuencia continua el plátano y el banano, con el 17%, y la producción de cítricos que tienen un valor bruto de cerca del 15%. Podríamos decir que esta es la estructura del valor bruto de la producción agrícola yungueña; pero, debemos tener en cuenta que esta composición es variable, dependiendo de la variación de los precios y de las variaciones físicas de la producción. De estas dos condicionantes el valor bruto de la producción es altamente sensible a la variación de precios, la que tiene oscilaciones mas o menos fuertes en el mercado.
¿Cuánta objetividad hay en los datos? Al responder esta pregunta no debemos olvidar que cuando tendemos a la generalización, por ejemplo, cuando hablamos de las provincias yungueñas, manejamos promedios y nos movemos en tendencias; lo que quiere decir que estos datos son derivados, representaciones estadísticas de otros datos, de un orden mas bien primario. Como bien se anota en la investigación, basta que nos movamos del contexto global de las provincias a un contexto microrregional o local, para encontrarnos con otras medidas, otros promedios y otras tendencias particulares. Por otra parte, bastará una variación significativa de los precios para que la composición del valor bruto de la producción, es decir, el orden relativo de importancia económica del producto, varíe. ¿Qué quiere decir en este caso la objetividad de los datos? Hablamos pues de la objetividad relativa de las medidas, los ponderadores, los promedios, las tendencias y los indicadores. Esta es la objetividad de los referentes, los orientadores y los ordenadores estadísticos. No deja de ser pues una objetividad metodológica; no es de la realidad, como tal de la que hablamos, sino de su modelo numérico, de su tipología operativa. ¿Qué valor tiene esta objetividad cuantitativa? Obviamente el de definir un contexto métrico, es decir, un espacio numérico, y un orden ponderado, en los cuales ubicaremos el análisis socioeconómico. Con lo que decimos que un dato no es de por sí objetivo, es mas bien cuestionable; sin embargo, tiene la virtud de convertirse en el referente y en el parámetro ordenador de las observaciones.
DESCRIPCIÓN DEMOGRÁFICA:
La población es depositaria de las tradiciones culturales de un territorio, es el sujeto de las prácticas económico-sociales y políticas de una región. Una población consume bienes y al hacerlo se reproduce, transcribiendo sus costumbres, sus maneras de hacerlo; entre ellas las pautas de reproducción social y demográfica. La demografía es cantidad social; con esto, tamaño, distribución y composición, pero, también ritmo del movimiento y del crecimiento. Cuando hablamos de la población yungueña debemos tener cuidado de demarcar su referencia geográfica: las provincias, los recortes microrregionales, las zonas tradicionales, las zonas de expansión, los cantones, localizaciones concretas. Aunque también el momento de su cuantificación; de un quinquenio a otro, de un año a otro, el tamaño cambia, también puede cambiar la distribución; los cambios en los flujos y los movimientos espaciales también son determinantes en las tendencias del crecimiento demográfico.
¿Cuáles son las tendencias demográficas detectadas en el comportamiento de la población yungueña? En primera instancia y a primera vista sobresale la presencia de una relativa mayoría masculina; este hecho habla del carácter de la migración a los yungas. Se busca trabajo y tierra; son generalmente los hombres quienes lo hacen, desde sus lugares de origen. En esta misma perspectiva, en lo referente a los fenómenos poblacionales concomitantes a la movilidad espacial, vemos que son sugerentes las densidades demográficas de los asentamientos. Sobre todo en la zona tradicional de Los Yungas sobresalen las densidades demográficas comparativamente altas respecto al resto de las provincias del departamento. Vinculando estos datos a otros pertinentes vemos que nos muestran la incidencia del crecimiento social[3] en el crecimiento poblacional; este hecho no sólo habla de un saldo migratorio positivo sino también de una región de fluida movilidad espacial. Asociado a estos fenómenos de movilidad espacial nos encontramos con una dispersión bastante grande de los tamaños de la unidades económicas campesinas, contando en las localidades de mayor tradición histórica con unidades económicas de mayor tamaño, en cambio, cuando se trata de localidades de resiente ocupación, el tamaño de las unidades económicas es más bien pequeño. Entre ambos casos hay una gama heterogénea de tamaños de las unidades económicas. Esta dispersión nos habla de la diferenciación de las unidades económicas en el conglomerado de las comunidades yungueñas e indirectamente de la variabilidad en la composición de los grupos familiares en el contexto de una población rural que parece ser homogénea.
La estructura demográfica no nos muestra algo distinto a lo que sucede en las provincias: una pirámide de edades muy joven. Pero, la presencia de rasgos de irregularidad en algunos grupos de edad, el perfil particular de la mortalidad, el comportamiento reproductivo concreto, características que se pronuncian sin ser plenamente vistos, nos hacen evidente que todo corte transversal de los hechos poblacionales, como los relativos a la estructura por edades, en realidad responden a trayectorias de vida, es decir, a procesos socio-demográficos específicos. Entonces la estructura demográfica es un momento de una historia demográfica. Al respecto sobresalen las historias demográficas de los Ayllus y las haciendas. En el trabajo se presenta, con fines comparativos, relacionando los resultados en el tiempo con los resultados de momento, la historia demográfica del Ayllu de Cuchumpaya. Ayllu de significativa importancia para Los Yungas, no sólo debido a su tamaño, sino también por su función constitutiva en lo que respecta a la formación de Chulumani, capital de la provincia de Sud Yungas.
EL ÁMBITO DE LAS RECIPROCIDADES:
El diagnóstico-investigación de la microrregión yungueña, demarcada en el espacio “tradicional”, es decir, en el territorio histórico del cultivo de la coca, encuentra, ya no como descripción de lo que aparece, sino como explicación de lo que observa, que la economía política de la coca, que supone la economía política del mercado, que también es una economía política del trabajo, se rige no sólo por las leyes del mercado, sino fundamentalmente por lo que convenimos en llamar la economía política de las reciprocidades. Lo que quiere decir que el ayni y la minka juegan un papel determinante en la economía yungueña, además de direccionalizar los recorridos de hombres, mujeres y productos, los recorridos del trabajo y de costumbres. ¿Qué es la economía política de las reciprocidades? Para empezar podemos decir que se trata de una administración de las deudas y de una generación del excedente a partir del consumo de un valor cultural.
Este valor cultural tiene que ver con la valorización de la comunidad; esto es, con la concepción que se tiene de la comunidad como unidad. En estas condiciones es impensable un trabajo al margen de la colaboración y cooperación infra-comunal; lo que una familia aporta a la comunidad como trabajo, la comunidad le devuelve, a través del aporte en trabajo de otra familia beneficiada o de los miembros de la comunidad. El trabajo es fundamentalmente colaboración; el trabajo está en función de la cooperación comunal, es toda la comunidad figurada la que actúa cuando se trabaja. El ayni es pues un trabajo colectivo que circula en colaboración a las familias. La minka también responde a una concepción comunitaria del trabajo; la diferencia está en que el ayni devuelve diferidamente la correspondiente cuota de trabajo y la minka lo hace de manera inmediata, en productos o en dinero.
La economía política de la coca describe tres circuitos que la configuran en forma de economías políticas específicas: la economía política del mercado, la economía política del trabajo y la economía política de las reciprocidades. Como dijimos un poco más arriba, el eje direccional se desplaza hacia la economía política de las reciprocidades; es en base a esta economía de los acuerdos y los compromisos contraídos que se logra una administración colectiva del trabajo y después se condicionan los circuitos comerciales. Mediante el ayni y la minka se obtiene una concentración calculada de trabajo colectivo; el ayni es deuda, en tanto que la minka es interpretada como jornal. Se produce entonces una distribución de la cantidad potencial de trabajo de la comunidad de acuerdo a la capacidad de las familias de devolver los aynis. Una familia puede considerarse privilegiada cuando tiene muchos hijos que le ganan aynis, también cuando incorpora hijos políticos, los que son apreciados por acrecentar la fuerza de trabajo de la familia[4]. El trabajo concreto cristalizado del que hablamos es la tierra cultivada; la tierra que contiene trabajo se valoriza y se valoriza mucho más si el trabajo se cristaliza en el cultivo de la hoja de coca. El plus del trabajo comunal se coagula en los yungas en la coca; pero, este plus se logra gracias a la administración de las deudas y los compromisos. Entonces se logra más plus en cuanto se logra una circulación más grande de aynis.
HISTORIA DE LAS RELACIONES ECONÓMICO-POLÍTICAS:
La historia local, así como la historia regional, contando con su específica direccionalidad en el tiempo, no pueden ser descritas, como toda historia, sino como trabajadas por un ámbito de relaciones sociales, económico y políticas. Esta es la substancia que mueve el tiempo social y cultural. En este contexto de relaciones, así como en su recorrido, es decir en su traslado, transformación y metamorfosis los sistemas culturales, entiéndase ya sea como conciencia colectiva o como representaciones colectivas, son campos interpretativos y vivenciales que cohesionan y forman conglomerados consensuales en un espacio diverso de comunicaciones. El reconocimiento de una historia como la yungueña pasa por la apertura a esta complejidad, aunque de hecho podemos vislumbrar la notoriedad de un eje articulador: las relaciones económicas y políticas en torno a los recorridos de la coca. Esta es la razón por la que nos situamos en esta selección perceptual en el ánimo de describir e interpretar la complejidad de esta historia.
ÁMBITOS DE RELACIONES EN LOS RECORRIDOS DE LA COCA
Cuando nos referimos a cualquier aspecto de la vida social de alguna manera tocamos aquella función constitutiva de todo orden social que es la relación social. Esta función es indispensable en todo organismo o institución social, incluso teniendo en cuenta el minúsculo átomo social, entendiendo por esto no sólo al núcleo básico de relaciones de parentesco, sino a un núcleo orgánico fundamental que se desenvuelve en distintos campos de prácticas, no del todo independientes de las líneas de filiación, del acuerdo entre los clanes, o de si excluye o no la presencia del progenitor paterno. Para los fines de la investigación basta comprender que se trata de una premisa necesaria: la condición del átomo social cuando se trata de reconocer la estructura orgánica de una sociedad[5]. Es esta premisa la que tiene, a su vez, su precondición: la existencia de la relación social en toda acción compartida, derive esta o no en una instancia orgánica.
¿Qué es una relación social? Estamos acostumbrados a suponer que una relación social es, después de todo, simple y singular; basta para que ocurra esto que dos humanos establezcan una relación cualquiera que suponga no sólo su contacto, como su decodificación, sino un sentido social latente o mentado. Sin embargo, con esto, apenas hemos definido las condiciones y cierto contexto de la relación social; tampoco basta decir que toda relación social supone de hecho la existencia de una comunidad. La relación social no es ni simple ni singular, es más bien compleja y plural; articula y sintetiza distintas dimensiones componentes de la constelación social, se mueve a la vez en distintos terrenos de prácticas, cambiando por esto su significación compartida, dependiendo del momento y el lugar de realización.
Cualquier acto social, se trate este de trueque, intercambio, colaboración en el trabajo, conquista, diálogo, supone siempre un horizonte histórico cultural de una red de relaciones; una relación social se mueve siempre en un contexto pragmático y hermenéutico de medios y atmósferas sociales. Ciertamente una relación social no es un mero acto, supone una constancia en los actos; una relación social hace que se repitan los actos sociales, acompañados por la repetición de su sentido. Pero, una relación social no existe por sí sola, como una abstracción, al margen de un organismo social que compromete cuerpos; puede ser este un átomo social o una institución más compleja. Una relación social es en sí misma una relación de comunicación, pero, no sólo, pues es también una acción compartida y direccionalizada, además de viabilizarse por medio de una instrumentalidad social más o menos aparatosa.
La relación social pertenece a un organismo social, como por ejemplo a un organismo sencillo e inicial como el átomo social, sin embargo, no se circunscribe a sus perímetros, se difunde en un mundo de instituciones, de organizaciones, de organismos y de átomos sociales diversos. Es así que no sólo se trata de una relación entre hombres, sino también es una relación entre organismos sociales de todo tipo. Como puede verse la relación social es por sí misma una función de cohesión social; integra personas, grupos, instituciones. Tiende por esto mismo a formar macro-grupos y macro-instituciones, como si tuviesen voluntad y vida propia, como si tuvieran fines propios contenidos en una teleología desconocida. Tomemos como ejemplo la relación mercantil y su irradiación como mercado regional, nacional y mundial. Podemos también tomar como ejemplo la relación de fuerza - ya sea esta de reducción, de exclusión o de seriación y normatización - y el Estado, aunque en este caso tenemos más complicaciones y menos claridad que en el caso anterior[6]. Sin embargo, esto de la trascendencia propia de la relación social es una connotación aparente, no tiene voluntad, vida y fines propios, estos se hallan en las personas, los grupos y las instituciones.
Ocurre que la práctica y la hermenéutica de las relaciones sociales desatan consecuencias no del todo controladas; en la medida que existan personas, grupos e instituciones que practiquen determinadas relaciones sociales, las consecuencias son acumulativas, pueden trastocar un ordenamiento social o conformar macro-instituciones, como el mercado, el Estado, la nación, monopolios, oligopolios, “un nuevo orden mundial”. Estas consecuencias acumulativas hacen aparecer a las relaciones sociales como si tuvieran vida propia[7]; pero son las personas, los grupos y las instituciones las que tienen vida propia. Son estas instancias las que se retroalimentan, cambian, se transforman, mueren, renacen con otro rostro; pero, el ejercicio de estas instancia, la irradiación de sus prácticas y la transferencias de sus valores, contenidos, mensajes, se realiza a través de la funcionalidad de las relaciones sociales.
Lo que acabamos de decir es como un marco conceptual introductorio al análisis del ámbito de relaciones de la coca. Por razones analíticas nos remitiremos a cuatro ámbitos en el entorno de la coca: el espacio de lo sagrado, el campo utilitario, el contexto comercial y la esfera del narcotráfico. Estos ámbitos no se dan de manera separada, ni tampoco sucesiva, sino de forma simultánea en el presente. En este sentido concebimos a la coca como un orden de relaciones, como un objeto articulador de recorridos y como una síntesis compleja de ámbitos diversos.
LOS RECORRIDOS DE LA COCA
El término de recorrido da idea de movimiento en el sentido de la circulación de algo, pero, también connota la imagen de transporte y desplazamiento; no se puede pensar el recorrido sino a través de la figura de la huella y el juego que tiene con el devenir presencia. Bueno pues, la coca tiene que pensarse como huella y presencia; como marca que perdura y se actualiza por nuevos recorridos. La huella se hace sobre un territorio; entonces es aconsejable hablar de la territorialidad de la coca. Esta territorialidad se traza, se dibuja y cobra espesor no solamente en los lugares donde se cultiva la hoja de coca, sino también en los lugares de residencia de los agricultores de esta hoja; comprende a los otros cultivos asociados en una diversificada red de administración de recursos agrícolas, además de los espacios de cultivo en descanso y la tierra en posesión. Abarcando con una mirada más amplia, el territorio tiene que ver con una zona ecológica particular: una climatología, una topografía, una orografía, una hidrografía, una combinación de suelos singular. Este territorio se ha venido en llamar Los Yungas, denominando con este término a las caídas subtropicales andinas. Pasando los cordones y picos altos de la Cordillera Andina, mediando entre los valles profundos y la sábana amazónica, Los Yungas se abren como quebradas, montes abruptos, declinaciones constantes en las caídas montañosas hasta los ríos y valles estrechos, por debajo los 2000 mts. sobre el nivel del mar.
Es una geografía de difícil acceso y muy exigente en lo que respecta al trabajo agrícola de los asentamientos humanos. En los períodos del control Inka se demarcó como territorio de mitimaes, los españoles anclaron allí sus primeras haciendas; fue, desde el ingreso de los aymaras a las zonas yungueñas, espacio de cultivo de la hoja de coca. Ahora, pasando por los períodos vinculados a la hacienda y los períodos de la reforma agraria, Los Yungas no han dejado de ser espacio de cultivo de la coca. La economía campesina yungueña estructura su eje articulador económico, social, político y cultural en torno al cultivo, la cosecha, la reciprocidad, el intercambio y el acullico de la hoja de coca. La coca forma parte de ceremonias y ritos, como de usos vinculados al trabajo, a los viajes, a las reuniones y a las curaciones. La coca recorre circuitos de distribución en una red comercial de sucesivas intermediaciones. A estos campos de recorridos ahora se adiciona el relativo al tráfico de la cocaína. Aunque se diga que esta esfera de narcotráfico deja sendas ganancias, compromete sumas enormes de dinero, impulse a la producción excedentaria de la coca, no se entenderá el ámbito de relaciones que se desprenden de los recorridos de la coca sino se consideran los otros campos concomitantes.
CONFLICTO SOCIAL E INTERSUBJETIVIDAD EN TORNO A LA COCA
La coca no es un objeto como cualquier otro, tampoco es una hoja como cualquier otra; claro que ningún objeto es cualquier objeto, ni ninguna hoja cualquier hoja. Todo objeto es un orden de relaciones dado y una hoja como todo objeto está suspendida en horizonte histórico y en una estructura de relaciones dada. Si bien con esto hemos salido del empirismo ingenuo, en el que están atrapados los discursos de interdicción y de control de la hoja de coca, no hemos dicho nada todavía de esa esencialidad histórico-cultural a la que se remite la representación colectiva de esta hoja milenaria. Lo que haremos, de ahora en adelante, es precisamente esto: acercarnos a una concepción hermenéutica de la hoja de coca. Concepción que se proponga la interpretación de sus recorridos, así como también de sus puntos de tensión; lugares de confrontación ideológica y de fuerzas, puntos de saturación o de ruptura, que plantean una síntesis o una deconstrucción cualitativa de la constelación discursiva normativa y excluyente. A partir de esta interpretación, o mas bien teniendo en cuenta su horizonte, apuntaremos al análisis del conflicto social entre el conglomerado social de los productores de coca y el Estado boliviano, aliado, en la lucha de interdicción y en la política de erradicación de la hoja de coca, del gobierno de los Estados Unidos de Norte América.
Para comenzar enunciaremos dos hipótesis de trabajo en relación al horizonte histórico cultural e histórico político de la coca.
Hipótesis histórico cultural:
La coca es el punto de síntesis de una armadura cultural del universo de comunidades andinas. Esta armadura cultural funciona como matriz interpretativa de acontecimientos cosmológicos y de hechos sociales, matriz que retoma arquetipos míticos en el sentido de su permanencia y su actualización. Esta comunidad simbólica se mueve en un tiempo cíclico, escapando a la historia, como retornando a un origen en la dirección de un destino inscrito en los astros.
Hipótesis histórico-política:
La coca es el punto de síntesis de una comunidad imaginada llamada nación. La hoja de coca ha estado ligada íntimamente a la historia de la conformación de la nación boliviana, tanto en sus periodos precolombinos, así como en las fases coloniales y en los lapsos dramáticos republicanos. La coca forma parte de la economía política de esta nación, así como de una economía política generalizada en los signos, es decir en los discursos ideológicos; pero, también forma parte de una resistencia a tal generalización, como a una homogeneización social-cultural consecuente. Desde esta perspectiva la coca es tanto simultaneidad de historias como crisis de un Estado y una sociedad que no han dejado su raigambre colonial.
Contrastación histórico cultural y política:
Tendencias y cantidades referenciales demográficas:
De 70 mil a 100 mil familias campesinas de las zonas yungueñas y del Chapare de los departamentos de La Paz y Cochabamba, respectivamente, son productores de coca; esto quiere decir que de 350 mil a medio millón de habitantes viven de la coca[8]. Esto tiene su connotación demográfica pues estamos hablando de algo más que de un 6% a un 7% de la población boliviana[9]. Cuando nos trasladamos a la población de acullicadores las cantidades demográficas crecen; podemos hablar de más de 120000 acullicadores en los departamentos de mayor tradición en esta forma de consumo de la coca, sin considerar a las capitales departamentales, y alrededor del doble de esta cifra teniendo en cuenta las capitales de departamento[10]. Teniendo en cuenta el entorno poblacional de los acullicadores, incorporando a los miembros de las familias, la irradiación del efecto social, demográfico y cultural alcanza a cerca de un 16% de la población boliviana. Tomando en cuenta las consecuencias de las recientes migraciones al oriente boliviano, podemos decir que la población de acullicadores no solamente ha tenido un crecimiento vegetativo sino también una movilidad en el espacio. Sumando a estas causales el efecto de las motivaciones desatadas por la explosión del excedente de la coca, podemos aseverar que las cifras manejadas pueden quedar cortas ante la expansión cuantitativa efectiva de la coca en el consumo y costumbres de la población. No sería extraño que alrededor de un 20% de la población boliviana tenga que ver directamente con la producción y el consumo articulados a los recorridos de la coca. Ciertamente esta proporción crece si consideramos a la población vinculada a las costumbres articuladas a los usos de la coca[11].
Interpretaciones histórico-culturales e histórico-políticas de la huella cocalera:
De acuerdo a los requerimientos del análisis, vemos conveniente definir cuatro campos problemáticos de los recorridos de la coca: el espacio de lo sagrado, el campo utilitario, el contexto de los circuitos comerciales y la esfera del narcotráfico. Como puede verse, estos campos problemáticos están delimitados analíticamente, no suponen necesariamente una sucesión histórica, aunque en parte aparentemente se den de esta forma; tampoco suponen una simultaneidad dada como estructura de interrelaciones complejas, aunque a veces se muestre de manera grotesca[12]. Entonces se trata de campos analíticos, delimitados y ordenados metodológicamente; esta opción permite clarificar la visibilidad de los fenómenos problemáticos y un ordenamiento manejable de la información, pero, no se confunda, como se acostumbra, este orden con la realidad concreta.
En la perspectiva de esta apertura, desarrollaremos cinco hipótesis interpretativas en la perspectiva de una hermenéutica de los recorridos de la coca; cuatro analíticas, relativas a los campos seleccionados como espacios creados en los recorridos de la coca, y una sintética, relacionada a la articulación de los campos de recorridos.
HIPÓTESIS:
El espacio de lo sagrado:
Consideramos lo sagrado no sólo como culto divino, en ese espacio de relación con el ser supremo, sino también y quizás principalmente como fundamentación de esa inmanencia en toda relación social e intersubjetiva que es la intimidad. Llamemos también a esto lo que uno es en sí mismo, aquello que desde una perspectiva teórica se denomina parcialmente como identidad; pero, la identidad es un nombre moderno. Escapando a las connotaciones semánticas de este concepto, preferimos buscar la proximidad del ámbito interior con la religiosidad. El problema central es la muerte, que se opone al hombre como límite de la vida; la desaparición súbita lo deja perplejo y vulnerable. El cadáver es como cualquier cosa envejecida: inutilidad. ¿Pero, entonces en qué queda la experiencia misma de la vida: el vivir? ¿Cómo puede desaparecer? Esta angustia es la misma pregunta sin respuesta. Entonces el hombre se opone a este absurdo a través de un ritual compartido comunitariamente, un acto de violencia con la vida misma: el sacrificio. Mirando en la muerte su propia desaparición busca conocer más allá de ella; este es el saber sagrado. ¿Qué queda una vez devenida la muerte, qué queda después de la vida descompuesta, aparte del cadáver? Queda la figura latente del recuerdo, la huella enterrada de una vida fugaz; a esta presencia devenida se le ha venido en llamar espíritu.
En principio el acullico de la coca ha estado vinculado a ritos y ceremonias que tenían como centro el sacrificio; después el ámbito de ceremonias fue notoriamente amplificado a variados aspectos de la vida social de las comunidades: la magia, la adivinación, los ritos de iniciación, los cultos de fertilidad y reproducción, las solemnidades de las reciprocidades, de trueque y de intercambio, las funciones de cohesión social en el trabajo, en las fiestas en las reuniones. Acompañando a estos recorridos de la coca, como interioridad implícita, se texturó un territorio inmanente a las prácticas de la comunidad, este es el relativo a la intimidad afectiva del colectivo social. La interpretación mítica y simbólica de estos ritos y ceremonias se yuxtapone a las prácticas como un saber interpretativo. Las señales y marcas, los síntomas y los signos, no están del todo descifrados, pero, esto de ninguna manera inquieta; al contrario, se abre un horizonte extenso de dialogo con el cosmos, la naturaleza, las plantas, los animales y los hombres.
Un horizonte de la coca es entonces el ámbito de lo sagrado. En este espacio las cosas se espiritualizan y adquieren una compenetrabilidad profunda. Los mitos y las leyendas expresan esta compenetrabilidad como si se tratara de una lucha de fuerzas espirituales, las que resuelven la confrontación cíclicamente. La hoja de coca es entonces un símbolo de lo sagrado, de este descubrimiento de la intimidad como espacio afectivo, inmanente a la comunidad misma[13]. Ahora bien, la coca se convierte en este símbolo, un tanto por la valoración intersubjetiva que le atribuye la comunidad, pero también se debe a las propiedades químicas de hoja, a los efectos que produce en el sistema nervioso. No es que estos efectos o estas propiedades sean sagradas por sí mismas; son fisiológicamente y biológicamente explicables. Sin embargo, estos efectos y estas propiedades son reacondicionadas en términos de una apropiación cultural de la hoja de coca.
El espacio sagrado recorrido por la hoja de coca viene configurado por los ritos del sacrificio, acto supremo que nos conecta con la muerte y nos traslada imaginariamente más allá de ella, como más acá de ella, en la inmanencia de nuestros cuerpos y sus experiencias. La experiencia espiritual es pues la de la inmanencia; es decir, la de una intimidad que hace fluir los afectos, las inclinaciones sentimentales, hacia un universo animado, que paradójicamente nos parece a la vez extraño y familiar. La coca interpreta esta relación secreta; lo hace en el acullico, cuando nos predispone al deleite de la intimidad de los objetos.
El espacio sagrado es el taypi (centro) que conecta a la Alajpacha (cielo) con la Mancapacha (infierno) y la Acapacha (tierra); es el centro ceremonial, además de ser el centro del Tak’pacha (Cosmos); también es el origen, es decir, el comienzo repetido inaugural de la vida. En el sistema de objetos sagrados la coca ocupa una ubicación jerárquica. Es el objeto intérprete global, el articulador de sus propias metamorfosis, el lugar central de las mimesis y del animismo; es, como se ve, el objeto articulador de las fuerzas inmanentes. El recorrido de la coca produce una huella hermenéutica; se trata de un movimiento en el Pacha (espacio-tiempo) que dialoga con los otros recorridos de los otros objetos, de los animales, de los hombres. Por eso la podemos llamar la hoja de las hojas[14], el objeto de los objetos, la fuerza de las fuerzas, así como el recorrido de los recorridos.
La coca es un símbolo, por eso un conector entre mundos; su figura, los matices de sus colores, su dos caras, sus nervaduras, son grafías que lee el adivino. La forma de caer, de distribuirse en el awayo, cuando el yatiri levanta una porción de hojas y las deja caer, descubre los trazos del destino, como sorprendiéndole en pleno caminar. Este espacio sagrado que dibuja el recorrido de la hoja no es metafísico en el sentido trascendental, sino plenamente físico en el sentido de la inscripción de las fuerzas; es un espacio interior, repetido y expresado como territorio.
El campo utilitario:
Cuando los objetos son desacralizados, cuando terminan convertidos en un valor de uso, son utensilios adecuados a fines prácticos, pierden solemnidad, aunque ganan en ductilidad y se convierten en maleables. En las sociedades arcaicas los objetos son sagrados, cada objeto está ubicado en un sistema simbólico que los interpreta; en las sociedades tradicionales los objetos sufren una desacralización, aunque no total, se definen campos de objetos utilitarios y campos de objetos sagrados; en cambio, en las sociedades modernas se produce la desacralización completa de los objetos, su vaciamiento, convirtiéndose en instrumentos, en útiles y en objetos de consumo.
La utilidad está mas bien vinculada a lo profano, a los usos prácticos de la vida cotidiana. Como hemos dicho, estos usos se encuentran en proceso de desacralización en las sociedades tradicionales y, podríamos decir, completamente desacralizados en las sociedades modernas. En realidad el utilitarismo como tal pertenece a la sociedad moderna; la adecuación de los medios a los fines, la funcionalidad de los instrumentos, su amplia diversificación y su incumbencia mayor en el accionar social son características propias de las sociedades industriales.
Pero, no tenemos que ir tan lejos, pues en toda sociedad hay objetivos prácticos; sólo que en las sociedades arcaicas las prácticas sociales no se desligan de una concepción sagrada del mundo. La separación entre el mundo de los humanos y el mundo divino aparece como fenómeno de la complejización social, particularmente administrativa estatal, aunque no del todo claramente demarcada, en etapas avanzadas de las sociedades tradicionales. La desacralización completa de la vida cotidiana, la reducción de la religiosidad a la responsabilidad individual es un rasgo distintivo de las sociedades capitalistas protestantes; alguna filtración religiosa en la sociedad civil, en su cotidianidad, todavía perdura en las sociedades industriales y mercantiles católicas.
El uso está vinculado al consumo, sea este productivo o improductivo, se trate o no del desgaste de los instrumentos, del rendimiento o no decreciente de la tierra; esta utilidad de los objetos es apreciado como valor de uso. El utensilio es un bien, está para satisfacer necesidades, para servir en la consecución de un fin, coadyuvar en la obtención de algo; se comporta en relación al hombre como si fuese su extensión. El instrumento es la extensión del cuerpo del hombre.
El uso utilitario de la coca cobra importancia con los asentamientos de las haciendas coqueras en la región yungueña. Se da lugar una ampliación inusitada en la producción de coca y se liga su consumo a fines prácticos, como la extracción de la plata, la intensificación del trabajo, el apaciguamiento del hambre, los tratamientos terapéuticos no religiosos ni mágicos. Particularmente los recorridos de la coca se conectan con los circuitos de la plata, hasta formar circuitos paralelos en el entorno potosino. El acullico de la coca termina formando parte del consumo productivo de la extracción minera.
El contexto de los circuitos comerciales:
El mercado ha convertido a los objetos en mercancías, productos hechos para la compra y la venta. El mercado es el espacio donde se realiza el intercambio; al cambiarse las cosas unas por otras, se volatilizan, dejan de ser un contenido físico concreto, para llegar a ser una medida: valor de cambio; es decir, valor como cristalización del trabajo socialmente necesario. El valor se realiza en la producción, pero se objetiva en el mercado; la expresión del valor producido es el valor de cambio. Este adquiere magnitud y medida en el precio; que es el punto de equilibrio entre la oferta y la demanda.
El valor de cambio no se refiere a la utilidad, sino al costo y a la ganancia; es por lo tanto un valor abstracto. No es un valor ligado al consumo, sino al atesoramiento de riqueza y a la acumulación de capital. Este valor económico es matematizable, no sólo por su manifestación abstracta, sino porque es susceptible de ser evaluado por un equivalente general de las mercancías: el dinero, mercancía dúctil y maleable. El dinero es la medida singular, el trabajo social es la medida histórica, en tanto que el precio es la medida numérica.
En la medida que la coca entra a los circuitos comerciales se convierte en una mercancía; su precio se determina en el mercado. Sin embargo, siendo un producto agrícola, su precio viene afectado por la renta diferencial. Ocurre que es un producto de alta rentabilidad, debido en parte a su productividad agrícola: se cosecha tres veces al año, en algunos lugares hasta cuatro. La demanda, por un lado, y la oferta, por otro, que aparece como abundancia o escasez, dependiendo de la cosecha, del momento comercial, así como del tipo de demanda, hacen fluctuar el valor comercial de la coca.
Al interior de este contexto comercial, como particularidad propia, mas bien como núcleo central, se estructura un mecanismo comercial de intermediación, practicado por personajes singulares llamados rescatiris. El fenómeno de la intermediación compromete desde comunidades alejadas, de difícil acceso, hasta las grandes ciudades, que son además centros de interconexión carretera. La intermediación en su desplazamiento no es un proceso homogéneo; al contrario, cambia de acuerdo a las fases de su movilidad espacial, así como al lugar del intercambio, variando también según el tipo de relación comercial practicado: clientelismo, feria, compra venta al por menor, compra venta al por mayor.
Cuando más cerca se da la intermediación de la comunidad se produce mediada por relaciones clientelistas; el intermediario es el compadre, el familiar, el vecino, con quienes se tienen compromisos en el ámbito de las reciprocidades. Entonces acontece la intermediación a través de la manipulación de las redes y estructuras etno-económicas de la comunidad.
A medida que la intermediación se aleja de la comunidad, se traslada a la capital cantonal, a la capital provincial, a la capital departamental, pierde sus connotaciones culturales para adquirir el perfil indiferente del mercado capitalista: la comercialización pura de los objetos. Sin embargo, la comercialización de la coca no pierde sus connotaciones culturales, ni las vinculadas al consumo utilitario; no se vende en todos los lugares, sino en los mercados con fuerte presencia nativa. Todo su circuito está ligado a estructuras históricas pervivientes, sino es a relaciones de parentesco y a alianzas familiares, como ocurre en el caso comunal; también se despliegan compromisos clientelistas, considerando una espacialidad inter-comunal. De una u otra manera, el valor de cambio de la coca está estrechamente vinculado a su valor de uso; más aun el valor de cambio está afectado por el valor cultural.
La esfera del narcotráfico:
El narcotráfico afecta a todos los campos de la economía: la producción, la distribución y el consumo. Aunque se regule por los mismos mecanismos económicos del mercado usual, termina delimitando una región prohibida en la continuidad de las prácticas económicas. Esto ocurre no solo por razones legales, sino sobre todo porque surge una nueva economía política al interior de la economía política capitalista; una economía política direccionalizada por la lógica de la guerra. Son referentes importantes en esta economía política el control de territorios, de medios, de substancias, de líneas de tráfico. Pasa que se invierte la relación entre economía y política dadas, por lo menos en su apariencia, en la economía política clásica y neoclásica: las relaciones de poder juegan un papel determinante en la regulación económica.
Las mafias no solamente deben considerarse grupos de poder, sino que son, en realidad, estructuras concretas de poder. Se trata de organizaciones complejas que estructuran su normas y códigos internos, incluso podríamos hablar hasta de valores; una distribución de funciones y tareas, propias a los objetivos perseguidos, definen una división del trabajo sui generis en todo el ámbito del narcotráfico, una jerarquización de niveles de mando y de responsabilidad acercan este ordenamiento a una estructura militarizada. En algunos casos, cuando las mafias han logrado extender suficientemente sus redes en las sociedades locales, terminan influenciando en los comportamientos sociales; en este caso hasta se podría hablar de micro-sociedades de la mafia.
El control de territorios, de medios, de substancias, de líneas de tráfico, requiere de toda una logística, pero también de un conocimiento de la competencia, así como de los procedimientos, medios y aparatos de la interdicción. La mimetización en la sociedad no sólo forma parte de la expansión del narcotráfico, sino sobre todo se convierte en factor de influencia en los mecanismos regulares de la Sociedad Civil y de la Sociedad Política. Al respecto hay toda una gama de acciones de mimetización, desde las más simples a las más complicadas: el camuflaje de las operaciones del narcotráfico; la coima y el chantaje para involucrar y comprometer, o tan sólo para silenciar y enceguecer a testigos; la coerción y el terror para neutralizar y amedrentar a potenciales oponentes, enemigos y delatores; la utilización de mecanismos regulares ya sea para el tráfico o para otros fines, como por ejemplo conseguir impunidad; el blanqueo de dólares por medio de la banca, la inversión, el gasto y la compra indiscriminada de productos.
La esfera del narcotráfico es, en realidad, una economía política específica: la del chantaje y la corrupción. Pero, también se trata de una economía política de la ilusión artificial: el simulacro de una evasión. Viendo de esta forma, la morbosa economía política del narcotráfico se encuentra cerca de las deformaciones comerciales producidas por la publicidad, donde se vende el espectáculo de un paraíso o la voluptuosidad de Las mil y una Noche; a través de este espectáculo, la ilusión de obtener este contorno vaporoso con la compra de cualquier mercancía. Por otra parte, en la medida que la oferta de los objetos depende cada vez más de la publicidad y menos de la calidad, toda la realización de la valorización del capital depende de sus connotaciones ilusorias. Los bienes estandarizados, “símbolos” del status social y de la modernidad, productos de la tecnología, como los automóviles u otras maquinarias, “viven” menos, tienden a tener períodos más estrechos y a desgastarse más rápido, pero, ofrecen la matización de sus estilos, el consumo volátil de la moda. Desde esta perspectiva, el consumo de un automóvil último modelo y el consumo de cocaína forman parte del mismo frenético consumo de las formas aparentes.
En la relación coca-cocaína, la coca puede existir sin la cocaína; pero, no la cocaína sin la coca. Ciertamente la cocaína puede llegar a ser sustituida por otra droga, como la “china blanca”; pero, de lo que aquí se trata es de la direccionalidad, en última instancia, del destino de esta relación complicada. En este sentido: una apreciación objetiva no puede dejarse llevar sólo por las magnitudes cifradas de la producción excedentaria de la hoja de coca, del vertiginoso salto del valor agregado del sulfato, más aún del clorhidrato de cocaína, de las fabulosas cantidades dinerarias en circulación a propósito del narcotráfico, sino que no debe perder de vista la compleja articulación de los campos de los recorridos de la coca.
La articulación de los recorridos de la coca:
La coca, a pesar de la compleja articulación de campos de recorridos, de la multilinealidad de tendencias y concurrentes direccionalidades, no ha perdido su temporalidad, esto es, la historicidad de sus determinaciones, no sólo en el pasado sino también en el presente. Esto es, no se ha perdido la irradiación del valor cultural inmanente, valor que retorna como condición histórica en el discernimiento de su sentido social compartido. El sentido perdurable de la coca es el relativo a su dimensión cultural, particularmente en lo que tiene que ver con la religiosidad andina. Este campo semántico sagrado se convierte en el núcleo hermenéutico en la interpretación de los recorridos de la coca y, a través de estos recorridos, en la interpretación del ámbito de relaciones de los conglomerados sociales que atraviesa.
Esta articulación de los diversos espacios de realización de los recorridos de la coca no se muestra en toda su evidencia en una sociedad desacralizada, mas bien se oculta en la vida cotidiana, donde la parcelación de las esferas parece ser la característica de un mundo dividido. En esta cotidianidad la esfera económica es la que aparece dominando el ámbito del intercambio y de la comunicación. Pero, ésta, aunque no sea falsa, no deja de ser una apariencia; la conciencia colectiva de las comunidades arcaicas y de las sociedades tradicionales no ha sido fracturada del todo, las representaciones colectivas modernas tampoco han logrado organizar un espacio comunicativo puro; por el contrario, la conciencia colectiva, mítica y legendaria, recubre las fisuras de una amalgama de representaciones colectivas no logradas. Lo sagrado aparece como la memoria de un origen, como el recurso de una demanda insatisfecha, también como el sentido perdido de una sociedad diseminada en su propia dispersión. La coca es la huella, el recuerdo de una historia no escrita, pero que dibuja en el horizonte su proyecto social.
Raúl Prada Alcoreza
La Paz, verano del 1994 y del 1995
Capítulo I
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Metodología
I. PERFIL EPISTEMOLÓGICO
1. ¿Qué es un diagnóstico?
Incorporar el espacio regional al conocimiento, incluir las posibilidades sociales encerradas en la tradición comunitaria, avizorar las direccionalidades históricas de las formaciones andinas, sean éstas presencias campesinas o las denominadas pervivencias culturales, es atreverse a organizar una percepción problemática que diagnostique los procesos inherentes a una realidad que no se muestra del todo visible.
Un diagnóstico es, desde este punto de vista, una apertura a las redes fácticas de los gestos, de las actitudes y de las vinculaciones sociales, descartando los a priori conceptuales que reducen la realidad a una visión casual pre-supuesta, que básicamente tiende a ser de orientación desarrollista. Por otra parte, diagnosticar también conlleva de por sí el detectar el núcleo problemático de una situación histórica en su momento y en su lugar específico. El ahora y aquí filosófico se convierte, en la investigación, en el tiempo y la región concreta de estudio.
Diagnosticar entonces implica una combinación minuciosa reapertura teórica a procesos reales, de problematización acerca de la forma cómo proceden y cómo emergen estos procesos, de selección de aquellos recorridos significativos desde el punto de vista de la valorización de las tendencias y, por último, de sugerencias explicativas para dar cuenta conceptualmente de una realidad. En otras palabras, diagnosticar significa sumergirse en las prácticas cotidianas de los sujetos sociales, comprometerse con las fuerzas latentes de posibilidades de futuro, dar cuenta de una o de varias regionalidades históricas de modo que su explicación no esté desligada de la praxis.
Ahora bien, el contenido del diagnóstico siempre es específico, su recorte metodológico tiene territorialidad, asentamientos demográficos, relaciones sociales, direccionalidades históricas y vivencias culturales concretas. El lugar del diagnóstico es único, tiene un momento único, se distingue cualitativamente de otros lugares y momentos sociales y territoriales. No se puede transferir el perfil histórico de una región a otra, puesto que por su perfil, su aspecto político, su estructura económica, su ritual cultural pertenece a esta región y no a otra, pertenecen a este momento y no a otro.
Una micro región que puede estar comprendida en la geografía altiplánica, como el recorte administrativo-político de la provincia Los Andes, o que puede estar contenida en una ecología subtropical, como los recortes geográficos de las provincias yungueñas, es un contorno espacial, una topografía territorial, una diseminación social, una estructura de poder única en el aquí y ahora de la provincia mencionada.
Por lo tanto, el diagnóstico de este recorte geográfico nos lleva necesariamente a buscar esta distinción histórica, esta particularidad social, esta configuración cultural, de la región involucrada.
Esta metodología no busca pues generalizar a partir de una muestra selectiva, puesto que reconoce la distinción de las regiones, la rebeldía de las zonas a ser totalizadas; es decir, no está interesada en buscar el común denominador, éste no puede ser otra cosa que una propiedad teórica homogeneizada para igualar las diferencias en una explicación única, en un modelo típico, que se repetirá de un lado a otro. La metodología tan sólo pretende especificar, conocer aquello que no puede ser generalizado, aquello que no puede proyectarse como valor histórico repetitivo a todas las regiones en todos los tiempos. Esto es lo que llamamos conocimiento de lo concreto.
De este modo entramos en la crítica de los discursos generalizadores y homogeneizadores, así como de los conceptos, que paradójicamente pretenden dar cuenta de la identidad de las realidades y de los sujetos cuando precisamente la están aboliendo al anular la diferencias de los procesos históricos concretos.
¿Qué es lo que nos preguntamos sobre la regionalidad?
Indudablemente nos preguntamos acerca de su pertinencia y virtualidad histórico-social. No vamos a hablar de la realidad de las economías campesinas, puesto que al enunciar esto estamos abarcando un todo regional borrando sus partes. Campesino es una palabra, en tanto que las fuerzas sociales, los sujetos sociales, las estructuras de poder son factualidades. No hay campesino sino en el discurso sociológico, en tanto se muestran prácticas de sujetos sociales en su descarnada ambigüedad expresiva. Ninguna ambigüedad puede aprisionar el dilema de las pasiones y de los gestos de la multitud en movimiento, ningún concepto puede abarcar de un solo corte la vida cotidiana de la ruralidad andina, que se disuelve en una diseminación de procesos que apuntan a múltiples emergencias. Atrevámonos pues a pensar la facticidad de las fuerzas económico sociales actuantes al interior de las estructuras de poder de la presencia regional andina.
2. Objetivos virtuales del diagnóstico
2.1. Lograr una descripción espacial de los recorridos de los productos; y de manera complementaria, una localización de las producciones de las formaciones económicas andinas.
2.2. Obtener una descripción histórica de las estrategias demográficas de los asentamientos sociales.
2.3. Hacer visible los diagramas de fuerzas, las estrategias de poder de las manifestaciones culturales y de las propagaciones ideológicas. Podemos decir que se trata de obtener una percepción política de la vivencia cultural de la región.
3. Métodos de inserción
Entendemos que la metodología de trabajo es constructiva; es decir, que a partir de las descripciones de los espacios y de los recorridos de las fuerzas sociales, componentes de la formación histórica de la región, buscamos seleccionar los procesos más significativos del contexto regional, para reconstruir sus conexiones reales, en términos de articulaciones categoriales. En este caso, se trata de organizar un núcleo explicativo en función de una estructura dada en el ámbito regional.
Por otra parte, este centramiento teórico no debe excluir centramientos alternativos, que permitan abrirse a la dispersión de las estructuras económico-sociales, a los diagramas de poder, y a las configuraciones de la semántica cultural.
Hablando de las regiones andinas nos encontramos ante una condicionante cultural, que amarra las otras condiciones económico- sociales en función de una procedencia histórica que reaparece en distintas versiones y con distintas caras. La procedencia, es decir, la genealogía étnica es diacrónica: urus, pukinas, aymaras, quechuas, componen el origen disperso de los recorridos simbólicos que leen la naturaleza de los hábitat; pacajaques, collas, canas, canchas, lupacas, indican la distribución étnica que se asentó en la región altiplánica comprendida entre el lago Titicaca y el Salar de Coipasa, así como en la zona subtropical andina que se expande desde los Yungas hasta el río Pilcomayo. Esta procedencia habla de diseminados orígenes, no reductibles a un solo y único grupo étnico; las etnias se conectan en el tiempo mítico y en el tiempo cronológico. Hasta donde han avanzado, las investigaciones no lingüísticas nos muestran que los primeros idiomas hablados en la región eran el uriquilla y el pukina. “Todo hace pensar que la lengua vernacular de los “urus” era el uriquilla (ya la hemos situado en la zona sud del altiplano para el siglo XVI), y que habrían sido pukinizados tempranamente. En el siglo XVI, en efecto, el uriquilla era aún hablado por grupos importantes en Lípez o por lo que vivían como “salvajes”, por ejemplo en Zepita. Al contrario, se ignora cuál era la lengua de los cuatrocientos urus de Atacama, de los cuales habla Lozano Machuca; tampoco se puede precisar cuál era la de los urus pescadores de Tarapacá, del puerto de Pisagua o de Iquique, que evocan las Relaciones Geográficas de Indias”.
A pesar de las sucesivas conversiones lingüísticas del uriquilla al pukina, del pukina al aymara, se mantuvieron las pervivencias idiomáticas hasta incluso después del siglo XVI. La aymarización extensiva de la región ocurre en el curso de los períodos coloniales. ¿Era parte de los procedimientos coloniales homogeneizar las lenguas?
Esta procedencia, esta genealogía etnohistórica plantea la siguiente problemática: ¿qué pervivencias étnicas y culturales sugieren las emergencias sociales del presente? ¿Cuál es la direccionalidad histórica de estas emergencias? Dicho de otro modo, podemos preguntarnos acerca de las posibilidades del desciframiento de la abigarrada formación económico-social del recorte regional en cuestión. Abigarrada figura de conexiones diversas de diferentes modos de vida microsocial. Abigarrada trascendencia de lo político de lo infraregional. En otras palabras multiplicidad histórica del presente andino. Esta problemática genealógica exige adaptaciones metodológicas, proposiciones metódicas de trabajo, acomodamientos técnicos de investigación que respondan a la visión fraccionaria de los recorridos multilíneales.
3.1 Métodos
a) Formación del Archivo Etnohistórico.
b) Reconstrucción de las relaciones sociales de codeterminación (reciprocidad-mercado).
c) Cuantificación de las estructuras demográficas y seguimiento de las historias generacionales.
d) Mapeo de la geografía de los productos.
e) Investigación de las relaciones de parentesco y movilidad territorial.
f) Diagrama de los recorridos de las fuerzas sociales y densificación de las estructuras de poder.
g) Análisis de los circuitos míticos y simbólicos. Estudio de los ritos.
Las menciones anteriores proponen una combinación de métodos de cuantificación. Se declara que los métodos de cuantificación preponderantes están en función de los cortes transversales y de los cortes longitudinales. En otras palabras, la encuesta, el muestreo y la reconstrucción historiográfica y demográfica, sitúan los procedimientos centrales de cuantificación que se emplearán. Por otra parte, el mapeo geográfico, el análisis del recorrido de los productos, combinan procedimientos de selección y de cuantificación. Entre estadísticas y explicación el mapeo se ubica, por así decirlo, en una zona intermedia entre métodos de cuantificación y métodos de cualificación. La configuración del diagrama de fuerzas y la reconstrucción de las estructuras de poder utilizarán también procedimientos de mapeo, aunque se trate, en este caso, de dimencionamientos espaciales, menos visibles y evidentes que el espacio geográfico.
Sin embargo, en este análisis del poder se introducen procedimientos epistemológicos que permiten dar cuenta de la episteme, o en su caso, de las episteme conjugadas, de la mundanidad andina. Cuando hablamos de episteme, que quede claro que nos referimos al lugar de procedencia y de emergencia de los procesos representativos. Episteme entendida como contexto de sedimentaciones de saber y de poder. Captar los estratos de visibilidad y decibilidad (saberes), develar las figuras ocultas del poder, implica un procedimiento de “desentrenamiento arqueológico”; propuesta ésta de genealogía de poder y de epistemología de las representaciones. Sin embargo, estamos también ante la necesidad de recurrir a los métodos estructurales de estudio de las relaciones de combinación y transformación que componen los símbolos y mitos. Del mismo modo, aunque dentro de una perspectiva dialéctica, recurriremos al apoyo crítico de una semántica de los mitos y de los ritos andinos.
4. Heurística instrumental de la investigación (técnica):
I. Análisis documental.
II. Recolección y análisis de datos.
III. Empleo de modelos matemáticos demográficos, inferencia estadística.
IV. Manejo de variables geográficas.
V. Seguimiento de familias, revisión de archivo, interpretación crítica de los documentos.
VI. Seguimiento de los conflictos y mapeo de las estrategias.
VII. Análisis estructural, funcionamiento de los arquetipos zoológicos, cosmológicos, antropomórficos.
Como se ve, los instrumentos no son neutrales, responden a los paradigmas teóricos, así como a las intencionalidades ideológicas subyacentes, a los recortes y trazos epistemológicos, además, a la estrategia metodológica en la que está inmersa la investigación. Sin embargo, las técnicas son operativas, palpan, por así decirlo, las unidades de análisis de los objetivos de estudio.
Vistas desde otro ángulo, las técnicas resumen, en la operatividad misma de la investigación, el punto de vista teórico, la tendencia metodológica, y los procedimientos metódicos. Este resumen es tan sintético que aparece en la virtual simpleza de la aplicación técnica; sin discursos, direccionalizando desde luego, la perspectiva de la investigación. Por eso mismo, es necesario entrever los supuestos encerrados en las técnicas, contextuarlos constantemente en el espectro a que dan lugar las teorías y los métodos. En resumen, podemos decir que las técnicas son metodología condensada, acto y posición de una práctica que produce información.
5. Descripción ecológica de la región
Una clasificación del ecosistema andino requiere diferenciar factores y procesos naturales intervinientes:
a) La pertenencia a una zona climática.
b) El intervalo de la temperatura durante un ciclo climático.
c) La disposición geográfica configuraba por la distribución y relación de la zona climática, la dispersión de las formaciones montañosas, la variabilidad de las alturas, así como la intervención de los factores topo-climáticos, sobredeterminan la funcionalidad ecológica de la presión atmosférica, medida como valor higrométrico.
d) La composición de los suelos, la historia geológica, y las llamadas “herencias paleográficas”.
e) El manto de la vegetación, la distribución de las composiciones biológicas, la dispersión y movilidad de los asentamientos poblacionales.
f) El modo de producción histórico. La articulación de modos de producción; la formación económico-social, abarcadora y condicionadora del contexto ecológico.
Estos factores y procesos naturales integrados a los funcionamientos societales concretan la virtualidad de un geosistema.
6. Recursos
El lugar de asentamientos del archivo debe estar ubicado en el área de trabajo, en el espacio que es objeto de estudio y área de las prácticas sociales, área de las relaciones sociales que son estudiadas. La importancia del archivo se manifiesta en el hecho de que éste se convierte en el eje de la investigación, pues a través de él circula la recolección de datos, el acopio de información, la seriación y selección de los mismos, la delimitación de períodos históricos de las regiones. Por otro lado, a través del archivo circulan los avances de investigación, los cálculos estadísticos, las elaboraciones conceptuales, el manejo y uso de las técnicas de investigación, ya sean éstas documentales, censales, testimoniales, o de otra índole. Del mismo modo los resultados de la investigación, las evaluaciones de la misma, alimentarán la vida organizada de la transmisión de información y la formación de conocimiento del archivo.
Epistemológicamente el archivo juega un papel representativo mayúsculo: asume la tarea de reproducir en términos de signos, de discursos, de gramas, de figuras, de fórmulas, de indicadores, de señales, la historicidad, la especialidad y la densidad de los procesos concurrentes en una regionalidad, de factualidad y de conocimiento, de realidad y de saber. En este sentido el investigador se diluye en el archivo, en el trabajo de funcionamiento del mismo, convirtiéndose en una disposición entre otras de las dispuestas en la “máquina” del archivo.
Acoplado al archivo se requiere, para la marcha de esta investigación constructora de los concretos-abstractos regionales, de un centro de documentación que acumule de manera ordenada los trabajos y las publicaciones hechas a propósito de la región, o de temas colindantes al objeto de investigación. Textos teóricos, metodológicos, descriptivos, instrumentales, testimoniales, que sirven de apoyo al trabajo representativo de la totalidad estudiada.
Para uso de la visualización espacial de los recorridos geográficos y climatológicos, económicos y de poder, de reciprocidad y mercado, es menester el establecimiento de una mapoteca. Mapas geográficos, mapas climatológicos, mapas hidrográficos, mapas de recursos naturales, mapas de usos de los recursos y mapeos de lo movimientos económicos, de los flujos demográficos, y de los recorridos de las fuerzas sociales, son imprescindibles, para armar una percepción topológica de la realidad.
II. CONSIDERACIONES TEÓRICAS ACERCA DE LA CONFIGURACION REGIONAL
Lo heterogéneo de lo real se dispersa, rompe con la unidad supuesta, se revela a la homogeneidad, se resiste a desaparecer en aras de la generalidad y la universalidad. Lo heterogéneo aparece como multiplicidad, como variedad de fuerzas centrífugas regionales. La región es entonces el referente: allí la diferencia aparece como necesaria. El contexto regional es el ser mismo de la región: su ubicuidad geográfica, su especificidad espacial, su ambiente, su climatología particular, la población concreta que la habita y la fecunda, la forma de nacer, la forma de morir de los coterráneos, los modos originales de interpretar la vida, las clases sociales, sí, pero, con sus propias historias localizadas, agazapadas a la tierra. Las formaciones productivas, sí, pero, con sus distinciones, sus sellos, conllevando las aplicaciones de las sabidurías provincianas. El intercambio, el comercio, la circulación de productos, tan distintos a otros intercambios, a otros comercios, a otras circulaciones; aquí hasta el dinero adquiere otra connotación. No es de esperar que ocurra algo distinto con las ideologías, así como con los discursos, del mismo modo con sus unidades de composición, con los ideologemas, los términos, los enunciados, las palabras; adquieren un sentido diferente. La región es pues otro mundo, se trata de la mundaneidad de la especificidad.
1. Descripción regional
La región de los Yungas comprende un geosistema cálido: “Las temperaturas medias anuales están comprendidas entre 17° y 23° C’. Se considera como división demarcadora la que se establece entre “Yungas húmedo” y “Yungas seco”. “En los geosistemas húmedos conviene distinguir entre los que reciben más de 2.500 a 3.000 mm. por año de los que oscilan entre 1.000 y 2.500 mm”. El geosistema húmedo se caracteriza por un “frente montañoso húmedo externo”, conforma “la gran selva densa oscura de varios estratos”, en la cual “la humedad y el relativo calor favorecen en el suelo el rápido ciclo del nitrógeno y la fermentación bacteriana”. El drenaje “vertical” empuja las “bases”,como también los “ferromagnesios y silicatos”, aumentan la fertilidad de los suelos y “la formación de arcillas caolínicas”, las que ayudan a “fijar” una determinada cantidad de hidrógeno de hierro, formando “agregados que hacen posible cierta permeabilidad de la capa superficial”.
Sin embargo, a pesar de la pendiente, se puede decir que, “los suelos a menudo están saturados; capas de vertientes alimentan numerosos manantiales pequeños”. A esto se debe “el escurrimiento importante sobre el lecho”. Oliver Dollfus comenta que, a pesar de la evotranspiración, el geosistema del “Yungas húmedo” tiene la particularidad de desatar flujos en magnitud de “energía”, “agua y material”, trasladando así estos factores a las “planicies inmediatas”, lo que conlleva un “geosistema frágil con suelos pobres”. En los terrenos con fuerte declinación, “los suelos jóvenes”, que no han sufrido la pérdida de sus bases a consecuencia del relieve, “tienen una cierta fertilidad a condición de que el escurrimiento no elimine rápidamente sus capas”. Se da el caso entonces de un inestable equilibrio, o más bien, de una armonía dinámica, “difíciles de mantener en términos agrícolas”. Esta situación puede ser planteada del modo siguiente: la protección exagerada de las pendientes acarrea la “fersialización y empobrecimiento de las tierras”, del mismo modo que, “un decapamiento muy rápido de los terrenos cultivados lleva a descubrir muy rápido la roca madre”; las dos alternativas definen un intervalo de estrecho margen.
Podríamos decir que, el “Yungas húmedo” configura un conglomerado territorial abrupto, cuyas conjunciones homogéneas, o unidades elementales ecológicas, se modifican de acuerdo a las formas de apropiación del espacio. Dollfus define el siguiente mosaico yungueño:
a) Limitados espacios de selva, la mayor parte de las veces en pendientes marcadas.
b) Cultivos arbustivos, con o sin cubierta selvática: café, cítricos y coca (Erytroxylon coca), con surcos dispuestos casi siempre en el sentido de la pendiente, lo que favorece la formación de barrancos”.
c) Plantaciones de subsistencia.
d) Pastizales para ganado.
Tomando como muestra una zona de la región de los Yungas podríamos decir una microrregión tradicional, que abarca algo más de 500 kilómetros cuadrados, en los que se circunscriben aproximadamente siete cantones de Sud Yungas (Yanacachi, Villa Aspiazu, Chirca, Huancané, Chulumani, Ocoboya, Tajma) y un cantón de Nor Yungas (Coripata), encontramos una variación apreciable de unidades condicionantes ecológicas, más o menos homogéneas; unidades que sufren la apropiación social del espacio. Este mosaico del geosistema y del espaciamiento económico yungueño puede describirse como sigue:
A) Una geografía montañosa que presenta una variabilidad amplia de alturas. En la zona a la que nos referimos, podemos ejemplificar la diferencia de alturas mencionadas con la variación que ofrece el cerro Tejeriani: la cumbre se halla a 3.126 m.s.n.m., en tanto que las faldas del cerro se hallan a 1.500 m.s.n.m. Se trata de una diferencia de 2.626 metros de declinación en una distancia horizontal de menos de 5.000 metros. Esta conformación geográfica condiciona, en una buena parte, la variación de microclimas en un mismo cerro.
En el mismo sentido, también podemos comentar la diferencial de altitudes que ofrecen el Cerro Negro y el lecho del río Unduavi, en la localidad de Puente Villa, en un recorrido horizontal aproximadamente 15 km. El Cerro Negro presenta una cumbre a una altura de 5.122 m.s.n.m., en tanto que el lecho del río se encuentra a los 1.500 m.s.n.m; lo que equivale a una diferencia de altura, en el recorrido mencionado, de 4.522 m. La naturaleza montañosa de la zona presenta promedialmente seis cerros por cada 100 kilómetros cuadrados.
B) Más de 33 ríos recorren la zona, regando con su curso y sus afluentes el espacio de declive. Se trata de alrededor de 413 km. de longitud de corrientes de agua alimentando 504 kilómetros cuadrados de tierra. Considerando proporciones, podemos decir que en la zona se encuentran 82 km. de longitud de los ríos por cada 100 kilómetros cuadrados.
C) En la zona encontramos cerca de 100 poblaciones dispersas, con un total estimado de aproximadamente 6.000 habitantes. La forma de propiedad preponderante es la tenencia parcelaria de la tierra. Podemos distinguir dos grandes contingentes sociales asentados en las localidades: por un lado, los campesinos, como productores directos, por otro lado, los intermediarios, como comerciantes y acaparadores de los productos, aunque entre estos últimos se detectan actividades mixtas: productores y comerciantes.
D) La producción más importante de la zona es la producción de coca. En segundo orden de importancia se puede mencionar la producción de café, en tercer orden la producción de cítricos, también se cultivan bienes alimenticios para la subsistencia de las familias campesinas.
E) Más de 143 km. de vía carretera (77 km. de revestimiento ligero, de dos vías, y 66 km. de revestimiento suelto, una vía) que conecta la mayoría de las poblaciones entre sí y con el mercado. Lo que en términos de proporciones significa 28 km. de carretera por cada 100 kilómetros cuadrados de territorio. Esta descripción de una zona yungueña, que podríamos considerar una microrregión, con recortada al azar, no pretende generalizar sus indicadores, sino mostrar la especificidad de una zona que considera ciertos rasgos de la región subtropical andina.
3. Parámetros metodológicos de la investigación
Como se ha podido notar, por las exposiciones anteriores, la investigación-diagnóstico de la región yungueña exige un desarrollo participativo de la misma; es decir, rompe con esquemas metodológicos tradicionales que no solamente plantean una relación vertical entre sujeto investigados y sujeto supuestamente investigativo, sino que también normalizan las delimitaciones de los objetos de estudio.
En la posición de crítica a las formas “tradicionales” de investigación, la apertura teórica, metodológica y práctica busca establecer relaciones horizontales entre sujetos comprometidos con la investigación. No se trata aquí de demarcar al investigador del investigado, sino de sugerir relaciones participativas entre ambos que incorporen las demandas sociales. Por otra parte, la delimitación del objeto de estudio no se obtiene del horizonte estrecho del marco teórico presupuesto, sino que el objeto de estudios es construido a partir de lo que podemos llamar la problematización de los procesos determinantes de una realidad, que en el caso que nos ocupa es regional.
Antes de continuar, estableceremos ciertos criterios diferenciadores que permitan ordenar nuestro discurso y evitar mal entendidos. Primero diremos que entre metodología, métodos y técnicas de investigación se dan diferencias importantes que es necesario tomar en cuenta.
La metodología se plantea estrategias de construcción de los conceptos y estrategias en la delimitación de los objetos. La metodología trata de los problemas teóricos que implican la aplicación de métodos. No es de ninguna manera extraño que la mitología opte por un discurso abstracto, pues al hablar de todos los objetos y de ninguno en específico se está refiriendo en realidad a la representación universal de los objetos. Se pueden mencionar tres parámetros metodológicos fundamentales que se han dado en lo que podemos llamar historia de las ciencias; estos son:
3.1 La metodología positiva:
Analítica en esencia, su procedimiento metódico es el inductivo. En este sentido descompone los objetos de estudio en unidades elementales, buscando condiciones de generalización. Un metodólogo, defensor de esta estrategia, dice a propósito que se trata de un método deductivo en el diseño e inductivo en la investigación. Por nuestra parte podemos adjuntar lo siguiente: es el caso de un parámetro metodológico que administra hipótesis y busca referentes de validación.
3.2 La metodología dialéctica:
Históricamente se da después de la versión positivista y antes que la versión estructuralista; sin embargo, se comporta como síntesis de ambas. Esta situación se puede explicar debido a que el estructuralismo se hallaba implícito en la tradición filosófica. La síntesis, el apriorismo, la intuición, el asociacionismo, son categorizaciones filosóficas que hacen de antesala al concepto de sistema, o un poco más tarde, al concepto de estructura. En otras palabras, el racionalismo se expresaba dualmente a través de sus dos corrientes: el positivismo y el estructuralismo. La dialéctica como metodología trata de responder, en su tiempo, al entusiasmo analítico de las ciencias, a su inquietud de generalización, por un lado y a la costumbre metafísica de la síntesis y de la intuición filosófica, por otro lado. Frente a la analítica, busca componer los objetos de estudio en totalidades integradoras y frente al vacío de los aprioris supuestos, busca llenar de contenido, en términos de procesos determinantes, a las presencias históricas. La categoría concreto-abstracto manifiesta esta contradicción, así como esta identificación de la polaridad: el conocimiento de lo real debe resolver tanto el problema de la temporalidad de los procesos como el problema de la densidad concreta de su estructuración coyuntural. La dialéctica se propone traspasar las presencias aparentes, falsamente descontextuadas, llegar a la esencia real de las mismas, considerando a esta última como totalidad de procesos, para este modo, construir la representación de la totalidad real mediante la articulación de sus determinaciones. Esta integración articulada se llama concreto-abstracta.
3.3 La metodología estructuralista
Como habíamos dicho anteriormente, la percepción del estructuralismo se plantea como metodología alternativa; el desarrollo de esta estrategia, en la construcción de los conceptos y en la delimitación de los objetos de estudio, cruza varias disciplinas. Desde las reformulaciones de los Bourbaki en las matemáticas, pasando por la escuela Gestalista en psicología, llegando a las proposiciones sistemáticas de Saussure, tenemos el recorrido de remoción de las representaciones conceptuales estructurales. El estructuralismo, a diferencia del positivismo, pone atención en las relaciones establecidas entre elementos componentes del objeto de estudio, desentendiéndose de este último. Se trata de una perspectiva metodológica abstracta: vaciar al objeto de sus elementos y conocerlo a través de sus redes de relación. Las relaciones de composición organizan las combinaciones significantes, en tanto que las relaciones de transformación construyen las estructuras de derivación semiológica; es decir, estas últimas relaciones se refieren a las relaciones de transposiciones entre significantes y significados. Esta metodología estructural ha sido ampliamente desarrollada por Claude Lévi-Strauss, dando lugar así a una lectura semiológica de la cultura.
Los métodos, en cambio, a diferencia de las estrategias metodológicas son más particulares y específicos, conllevan un discurso menos abstracto. Entre las metodologías y los métodos medían las disciplinas, las cuales especifican los objetos de estudio. Las disciplinas de las “ciencias sociales” como la Economía, la Sociología, la Psicología, la Antropología, la Historia, la Demografía, especifican su objeto de estudio por medio de un recorte propio en el ámbito social. Esta es la razón de la presencia de heterogéneos métodos; por una parte las estrategias metodológicas mencionadas dirigen opciones relativas a los métodos, por otra parte las disciplinas exigen respuestas de procedimientos metódicos adecuados. Los métodos son lugares de realización de las metodologías, además de ser lugares de intersección entre estas últimas y las disciplinas.
Las técnicas de investigación son los medios más empíricos de la investigación; no tienen el problema de la delimitación de los objetos de estudio en abstracto, tampoco responden directamente a los requerimientos de las disciplinas, sino que “palpan”, por así decirlo, las unidades de análisis de los objetos. A propósito, se ha hablado mucho de técnicas de cuantificación y de técnicas de clasificación, como si fuese posible separar lo cualitativo de lo cuantitativo. Nosotros tenemos un punto de vista distinto: la cualificación y la cuantificación no proceden separadamente; al contrario, se combinan de modos distintos en diferentes usos investigativos.
En lo que respecta al diagnóstico-investigación de la región yungueña, así como a la problemática metodológica que acabamos de enmarcar, podemos decir que optamos por la estrategia metodológica dialéctica. Creemos que el diagnóstico de una región tiene que abrirse tanto a su historicidad, así como centrarse en las formas de concreción de los procesos formativos. En este sentido, la estrategia constructiva adecuada es la que formula las posibilidades explicativas en términos de la representatividad concreta-abstracta. Acerca de los métodos propuestos para el uso de la investigación, tenemos que tener en cuenta que por los requerimientos del diagnóstico regional, se cruzan variadas disciplinas: el discurso “sociológico”, relativo a las clases sociales, se articula al discurso “económico”, relativo a las formas productivas. A su vez, ambos discursos disciplinarios se intersectan con otros discursos teóricos, como es el caso del discurso antropológico y el discurso demográfico. Para resolver estos problemas de entrecruzamientos discursivos teóricos optamos por desconstruir los discursos desde una perspectiva epistemológica. En otras palabras, combinaremos métodos analíticos con métodos evaluativos con métodos prospectivos, teniendo en cuenta que esta combinación debe responder a las exigencias de las formaciones históricas, a los requerimientos de las estratificaciones epistemológico-sociales.
4. Proyecto diagnóstico-investigación de los Yungas: contexto referencial de la región
La problemática social de la región yungueña, en el momento actual, hace necesario un diagnóstico global que permita recabar información acerca de los procesos significativos que conforman una unidad económica-social, determinante de la coyuntura. Para el efecto, no podemos restringirnos al procedimiento acostumbrado de la verificación de hipótesis, no podemos arriesgarnos a repetir un conocimiento dado en el pasado y en relación a un área micro regional de trabajo. De ninguna manera se desmerece con esto el valor de la experiencia institucionalizada, pues se reconoce que t oda experiencia es un lugar de conocimiento. Al contrario, se tiene como uno de los objetivos en el diagnóstico-investigación analizar la función de esta experiencia institucionalizada, en su práctica discursiva, en su práctica institucional. Función posible devaluar en su relación con los sujetos sociales de la realidad yungueña. Por otra parte, también se trata de evaluar el alcance cognitivo de los discursos institucionales. En otras palabras, se busca contextuar la labor de las instituciones en el ámbito histórico-regional en el que están insertas. Sin embargo, ténganse en cuenta que lo señalado anteriormente es apenas uno de los objetivos de apertura hacia los procesos formativos de las conformaciones sociales de los Yungas.
¿Qué entendemos por problemática yungueña? Para responder a esta pregunta debemos remitirnos a lo que entendemos por problemática regional. Siendo la región un espaciamiento tanto ecológico, como social y cultural: área de articulación entre el condicionamiento geográfico y las prácticas de organizaciones sociales, intervinientes en la constitución de lo que podemos llamar territorialidad. Entonces la región se manifiesta en dos dimensionalidades alternativas: una extensiva y otra intensiva. La dimensionalidad extensiva hace referencia a la totalidad de los procesos integrados de una región; es decir, se trata, en este caso, del contexto regional, realidad diacrónica y múltiple, en constante expansión. De los que se infiere que el contexto regional es aprehensible en periodizaciones largas y estratégicas. La dimensionalidad intensiva se concreta en el momento, o la coyuntura. Nos referimos en este caso al instante de las prácticas sociales y de las organizaciones, al aspecto concreto sobredeterminado por la densidad de las fuerzas sociales en un momento dado. En este sentido, la problemática regional debe ser investigada desde dos perspectivas concreta. Por lo tanto, lo que llamamos problemática yungueña debe ser estudiada simultáneamente desde las dos dimensionalidades anunciadas. Así de este modo, podremos encontrar los parámetros históricos de la coyuntura actual yungueña, que es leída por la ideología como “realidad” restringida al comercio de la coca.
¿Cómo manejar el contexto problemático de una región? Hemos dicho que debemos entender la expansión de esta realidad en una periodización más o menos larga. Como se trata de un amplio ámbito de referencias requerimos configurar el conjunto de relaciones, que trazan los recorridos de los procesos y prácticas sociales, en estructuraciones formadoras de un contexto problemático específico.
Desde la perspectiva del esquema podemos decir que: el contexto regional se conforma a través del “juego” de las condicionantes objetivas (transhistóricas) y las condicionantes histórico-sociales. Las condicionantes objetivas se estructuran por medio de un conjunto relacional objetivo que manifiesta el papel condicionador de los “continentes” ecológicos, de las estrategias de reproducción demográficas y de los “sistemas” culturales que trascienden a las propias periodizaciones histórico sociales. Las condicionantes intersubjetivas, o histórico sociales, aglutinan el conjunto de prácticas sociales organizadas, por lo que les llamaremos instancias organizacionales. Como prácticas ordenadoras de la vida social podemos mencionar a las prácticas discursivas, referidas a las ideologías y la conocimiento estratificado, pero, como hemos dicho, estas prácticas son tales por medio de instancias organizacionales, es decir, son prácticas discursivas determinadas por formas de organización de todo tipo de las conductas sociales.
La unidad de las condicionantes, tanto objetivas como intersubjetivas, da lugar a la articulación entre Naturaleza Natural y Naturaleza Social en función de la praxis. Particularmente nos referimos, en el caso que nos ocupa, a una praxis de orden regional. La totalidad de esta fenomenología de apropiación del espacio, de transformación territorial, de constitución del sujeto social, de simbolización y de representación de la realidad regional, es lo que configura el universo de la praxis regional: espaciamiento en el que se dan lugar las formaciones sociales regionales.
5. Análisis-síntesis de los discursos (o desconstrucción de las prácticas discursivas).
5.1. Historiografía y monografía acerca de la región yungueña, discursos regionales
Una investigación que busca trazar el contexto histórico de la formación social estudiada se enfrenta a un círculo de archivos documentales. Esta es una manera de reducir la memoria a discursos, a la palabra escrita, al lenguaje.
Tanto los discursos documentados como los documentos que discursan, informan sobre hechos pasados, son mediadores de una memoria más compleja que la que aparece en los documentos. Estamos pues ante un obstáculo epistemológico, obstáculo que impide abordar objetivamente el estudio histórico de una formación social. Dicho obstáculo debe ser abordado metodológicamente. ¿Cómo manejar estos documentos? ¿Cómo usar estos discursos?
Vamos a desarrollar brevemente, nuestra posición en relación a la forma discursiva de la memoria “histórica”. Partimos de las proposiciones de Michel Foucault, aproximamos estas proposiciones a la mirada dialéctica del materialismo histórico; de este modo asumimos una percepción epistemológica de las prácticas discursivas y de la praxis social en la construcción del referente histórico.
El documento es la unidad de análisis privilegiada de la historia, nuestra puerta de ingreso a su estudio, pero, siguiendo a Foucault: “El documento no es, pues, ya para la historia esa materia inerte a través de la cual trata ésta de reconstruir lo que los hombres han hecho o dicho, lo que ha pasado y de lo cual sólo resta el surco: trata de definir en el propio tejido documental unidades, conjuntos, series, relaciones. Hay que separar la historia de la imagen en la que durante mucho tiempo se complació y por medio de la cual encontraba su justificación antropológica: la de una memoria milenaria y colectiva que se ayudaba con documentos materiales para recobrar la lozanía de sus recuerdos; es el trabajo y la realización de una materialidad documental (libros, textos, relatos, registros, actas, edificios, instituciones, reglamentos, técnicas, objetos, costumbres, etc.) que presenta siempre y por doquier, en toda sociedad, unas formas ya espontáneas, ya organizadas, de remanencias. El documento no es el instrumento afortunado de una historia que fuese en sí misma y con pleno derecho memoria; la historia es cierta manera, para una sociedad, de dar estatuto y elaboración a una masa de documentos de la que no se separa”. El materialismo histórico se acerca al estudio de la historia como epistemología de la praxis y a través del estudio de la articulación, compleja de los modos de producción en una formación social específica. Se trata de la lógica específica del objeto específico; es decir la historia especifica de una forma especial específica.
5.1.1. ¿Qué entendemos por discursos?
¿Se trata acaso del discurrir del habla, del discurrir de la razón en el habla? ¿Del decurso del escrito; que no es otra cosa que “materialización” del habla? ¿Memoria oral? Según Foucault el discurso representa, está ligado indisolublemente a la representación. No hay duda, un transcurso de significantes permite el decurso de significados.
La representación está soldada a lo que representa. Pero, pasado el clasicismo, los siglos de la representación racional, XVII y XVIII, el discurso se disuelve, se descompone en heterogéneas unidades que discuten su pertenencia al discurso. Por otra parte, y es esto lo que aparece como quiebre fundamental, se aleja de la representación. Lo que separa representación de lo representado es el tiempo, o más bien el “descubrimiento” del tiempo, de la problemática del tiempo. Las ciencias estáticas, los saberes del equilibrio se rompen.
¿Qué es un discurso después de esta? ¿Forma parte de la constelación de las ideologías? Estas buscan someter lo real a su discurso. Este fenómeno ideológico no es extraño al conocimiento regional; la región no podría escapar a esta pretensión de monopolio de la verdad. Es en este sentido que la propia región yungueña ha sido representada, los discursos buscan atraparla, persiguen un equilibrio que detenga la dispersión de una realidad regional, partir la totalidad de su existencia y mostrar una parte que hable por el todo.
Para nosotros, el discurso es el lugar de realización de las ideologías.
5.2. Historia y clasificación de los discursos sobre la región yungueña
Comencemos por este lugar un tanto acostumbrado. ¿Cuándo se empieza a hablar de la región de Yungas? ¿Cuándo se busca su conocimiento? ¿Qué discursos se instauran? ¿Cuáles son los mecanismos de representación que se utilizan y se desarrollan? ¿Cómo periodizar la historicidad de los discursos? ¿Cómo clasificar sus formas de representación? ¿Desde qué paradigmas discursa o representan? ¿Qué fuentes documentales hay? ¿Cómo se interpretan los documentos? ¿Qué técnicas de investigación se desplazan? ¿Cómo se piensa la región en diferentes periodizaciones y desde distintos ángulos? ¿Qué parámetros espaciales funcionan en las concepciones de región? Caracterización de la región yungueña en diferentes períodos republicanos. Ubicuidad política en relación al papel de la administración político provincial. ¿Hay discursos de las provincias? Este es un conjunto de preguntas que dibuja la problemática a trabajarse desde una perspectiva historiográfica y de clasificación.
5.3. Formación del Archivo de Investigación
La historia y la clasificación obligan a la formulación del Archivo Documental, de la misma manera, la apertura a la formación de los discursos, la problematización de su decurso, así como es estudio de su constelación ideológica, el desciframiento del simbolismo encerrado en los discursos, su estructuración semiológica, requieren la conversión del Archivo Documental en Archivo de Investigación.
¿En qué se diferencia el Archivo Documental del Archivo de Investigación? En el Archivo Documental se ordena, se clasifica, la documentación es susceptible de usarse para su análisis histórico; la tematización y la periodización están supuestas, mediante la utilización de supuestos recortes históricos. En otras palabras, el Archivo Documental e una memoria documental, a la que se recurre para efectos de investigación, o de consulta. El Archivo de Investigación no es un anexo de la investigación, es la condición misma de la investigación. Se trata de una estructuración dinámica del material que se elabora, se ausculta, se interroga. Este archivo traza los parámetros de la investigación. A medida que la investigación avanza el archivo crece, se modifica, abriendo nuevos canales problemáticos del campo de objetos de estudios pertinentes. Foucault dice: “Se trata ahora de un volumen complejo, en el que se diferencian regiones heterogéneas, y en el que se despliegan, según unas reglas específicas, unas prácticas que no pueden superponerse. En lugar de ver alinearse, sobre el gran libro mítico des la historia, palabras que traducen en caracteres visibles pensamientos constituidos antes y en otra parte, se tiene, en el espesor de las prácticas discursivas, sistemas que instauran los enunciados como acontecimientos (con sus condiciones y su dominio de aparición) y cosas (comportando su posibilidad y su campo de utilización). Son todos esos sistemas de enunciados (acontecimientos por una parte, y cosas por otra) los que propongo llamar archivo”.
El Archivo de Investigación es entonces un sistema que condiciona la formación de un conocimiento. Es una estructura dinámica que transforma la “materia prima” de la información. “Es el sistema general de la formación y de la transformación de los enunciados”.
En el caso del archivo de la región de los Yungas se trata de rescatar la formación de los discursos regionales, a partir de la virtualidad del sentido. ¿Cuál es el significado producido? También bajo la consideración de la acumulación de saberes: ¿Qué es lo que se conoce de la región? Avanzamos en la desconstrucción de los discursos a través de ciertas relaciones metodológicas que desbrozan el camino: lectura crítica, hermenéutica, interrogante, búsqueda del rastro de los discursos, desciframiento de sus significados, reconstrucción de su memoria. “Estos cuatro términos: lectura-rastro-desciframiento-memoria (sea cualquiera el privilegio que se atribuya a tal o cual, y sea cualquiera la extensión metafórica que se le conceda y que le permita volver a tomar en cuenta a los otros tres) definen el sistema que permite, con el hábito, arrancar el discurso parado a su inercia y volver a encontrar, por un instante, algo de su vivacidad perdida”.
La formación del Archivo de Investigación busca responder a los requerimientos de apertura-aprehensión de la realidad consignada en el estudio, escapando de la deducción formal meramente teórica. El compromiso con la objetividad, con las exigencias de la realidad demandante, constituye la preocupación fundamental de la investigación. Para el armado del archivo es pertinente definir un conjunto de tareas “constructoras”:
A. Armado y organización de la infraestructura del archivo: espacio y asentamiento de la estructura material del archivo, selección de medios y técnicas de acopio de información, establecimiento de medios de rescate de la memoria discursiva, combinación de técnicas de clasificación de los discursos, uso de ordenadores documentales, selección de medios de conservación de los textos discursivos, establecimiento de un sistema de cruzamiento de la información (búsqueda de técnicas de articulación).
B. Descripción de las prácticas discursivas y los procesos históricos sociales concomitantes.
C. Genealogía del Poder Local y construcción del Concreto-Abstracto relativo a la formación, social específica de la región.
6. Delineamiento de parámetros para el funcionamiento investigativo del archivo:
a) Definición de áreas de tematización: económica, política, cultural, lingüística, ideología, sociología, demografía, ecología, etc.
b) Especificación de los criterios de temporalización y espaciamiento manejados: período-coyuntura, macro-micro, momento-secuencia, extenuidad-intensidad, diacronía-sincronía, presente-apertura, presencia-trascendencia.
c) Consideración de la dialéctica praxis-estructura: fuerzas sociales-clases sociales, sujetos productivos-relaciones sociales de producción, cognición-realidad objetiva apropiada, transformación-conservación, sujeto insurgente-conciencia política, subversión-hegemonía.
6.1. Objeto de análisis: los discursos de la región de los Yungas
Vamos a entender por discurso, de acuerdo a nuestra definición dada (lugar de realización de las ideologías), un conjunto relacional de enunciados, una textura comunicativa en la que “aparecen” el símbolo y la metáfora como recursos “derivativos”, los tropos como formas de representación, las categorías como unidades de enlace, los conceptos como estructuras categoriales, los signos como polaridad significativa, los ideologemas como valores representativos concienciales; en fin una gama de mediaciones figurativas y semánticas. Pero, esta red de operaciones representativas se “produce” a través de la intervención de dos condicionantes: primero, la condición fundamental para que se den los discursos es la existencia de las prácticas discursivas, segundo, la condición articuladora de la red discursiva es la “trascendencia” del enunciado. La presencia de esta última instancia permite la aparición de los símbolos, la metáfora, los tropos, las categorías, los conceptos, los signos, los ideologemas, en las relaciones discursivas.
6.2 Las prácticas discursivas
La práctica discursiva es la que relaciona los enunciados, por lo tanto, los discursos se “suspenden” sobre actividades discursivas. Estas prácticas son las que dan lugar a la formación de los objetos, de los enunciados, de las estrategias de los métodos y de las técnicas, a la formación de la información y de la transmisión de información. En este sentido, los discursos regionales delinean una zona geográfica de lo que podemos llamar el saber regional. Este es susceptible de reconstrucción a partir de las prácticas discursivas regionales. ¿Cuáles son los objetos formados por estos discursos? ¿Qué “modalidades de enunciados” se dan en la región, en este caso, en la región yungueña? ¿Qué estrategias definen “ejes” direccionales para las fuerzas sociales de la región? Además, ¿qué estrategias cognitivas conforman el saber regional? Para tal efecto debemos distinguir cinco tipos de instancias institucionales, organizacionales de las prácticas discursivas:
1. Instancias institucionales gubernamentales.
2. Instancias institucionales no-gubernamentales.
3. Instancias organizacionales de masa, como los sindicatos, cooperativas, organizaciones políticas.
4. Instituciones religiosas.
5. Estructuras culturales.
Estas instancias organizacionales orientan el decurso de las prácticas discursivas. Prácticas heterogéneas como se ve; prácticas que, sin embargo, dependiendo de ciertas regularidades, de determinados entrecruzamientos, comprendiendo también ritmos particulares de dispersión, definen homogeneidades enunciativas y son estas homogeneidades las que deben ser detectadas por la investigación.
6.3 Unidad de análisis: el enunciado
Para Foucault el enunciado es “una función de existencia que pertenece en propiedad a los signos y a partir de la cual se puede decir, si “casan” o no, según qué reglas se suceden o se yuxtaponen, de qué son signo y qué especie de acto se encuentra efectuado por su formulación (oral o escrita)”. Desde esta perspectiva podemos decir que el enunciado es la acción, es decir la praxis articuladora de lo visible y lo decible, gramas, signos; en otras palabras hablamos, del enunciado como la condición material de toda representación. Tratándose de los discursos de la región yungueña, la investigación busca detectar el conjunto de operaciones que atribuyen sentido a la región, el conglomerado de acciones que derivan en representaciones, grupos de modalidades enunciativas que definen tanto formaciones ideológicas de las clases sociales de la región yungueña; pero, para lograr esto, es necesario reconstruir antes las prácticas discursivas de las estructuras sociales regionales y en este rumbo es pertinente topologizar las enunciaciones características de los discursos de la provincia. Así, de acuerdo a este recorte, podemos seleccionar un nudo de problemas significativos para la investigación.
6.4. El haz de relaciones regionales
En relación a las organizaciones institucionales gubernamentales y no gubernamentales interesa estudiar:
a) La incidencia de las instituciones en la región.
b) Descripción del trabajo que realizan.
c) Evaluación de los resultados.
d) Valoración del conocimiento obtenido.
e) Recepción y transmisión ideológica.
f) Naturaleza de los proyectos.
g) Repercusión social.
h) Formaciones discursivas institucionales.
i) Modalidades enunciativas.
j) Evaluación de los métodos utilizados.
k) Participación y conflicto social regional.
En relación a las organizaciones de masa es pertinente investigar:
a) Densidad social de las organizaciones sindicales.
b) Densidad económica de las cooperativas.
c) Relación del sindicato con la heredad del ayllu.
d) Relación de las cooperativas y el mercado.
e) Formaciones ideológicas sindicales.
f) Estructura organizativa de las cooperativas.
g) Relación del sindicato agrario regional con el contexto político nacional.
h) Incidencias del sindicalismo en la transformación social.
i) Formaciones discursivas sindicales.
j) Formaciones discursivas de cooperativismo regional.
En relación a la estructura económica regional es menester averiguar:
a) La existencia de formaciones discursivas “mercantilistas”.
b) La extenuidad e intensidad de lo que podemos llamar hegemonía ideológica del mercado capitalista.
c) La tipologización posible de las formaciones ideológicas de los comerciantes intermediarios.
d) Sobre las prácticas discursivas de los comerciantes intermedios.
e) La modalidad de las enunciaciones económicas de los comerciantes intermediarios.
f) Densidad de la “clase” comerciante en la estructura social regional.
En relación a la difusión religiosa y la pervivencia cultural es sugerente comprender:
a) Las formas regionales de la difusión religiosa.
b) Las características de la interpretación local de los mensajes religiosos.
c) El sincretismo mítico-religioso conformado por el colectivo social.
d) La transmisión de mitos y leyendas relativas a las culturas nativas.
e) Las modalidades de la pervivencia y la actualización cultural.
7. Perfil Metodológica del Diagnóstico-Investigación de la región yungueña (“sector tradicional de producción de coca”; sub-área Sud Yungas).
7.1. Estructura del Perfil Metodológico:
El Proyecto consta de cuatro niveles de profundización. Expresaremos brevemente los parámetros esenciales:
1) Delimitación: descripción y figuración del contexto referencial de la región; es decir, especificación de las condicionantes ecológicas y sociales. Entre éstas se consideran como significativas las siguientes:
a) Condiciones geográficas: en el dibujo descriptivo de la condicionante geográfica se tendrá en cuenta su pertenencia ecológica y su virtualidad económica contemporánea, como son la geografía de los productos y el mapeo de los recorridos de comunicación.
b) Condicionante demográfica: este condicionante se tomará en cuenta desde la perspectiva de la reproducción demográfica. En otras palabras, se leerá la reproducción demográfica en su vinculación con la reproducción social.
c) Condicionante cultural: descripción y distribución de las formas de simbolización y de las prácticas de transmisión cultural.
2) Configuración de las prácticas de socialización y de las prácticas discursivas: este nivel de la investigación connota una mayor penetración en el problema explicativo de la realidad regional. Los trazos históricos determinadores de la región, seleccionados como fundamentales son:
a) Formación de las clases sociales.
b) Formaciones de organizaciones económico sociales.
c) Formaciones productivas.
d) Formaciones productivas y de intercambio.
e) Prácticas de consumo y reproducción social.
f) Formación discursiva.
g) Prácticas comunicacionales.
h) Organizaciones sindicales y cooperativas.
i) Ayllus y comunidades.
j) Medios de contacto entre instancias sociales.
k) Constitución del sujeto campesino yungueño.
3) Determinación de la legitimación y la hegemonía regional: aquí se buscará develar las estructuraciones del poder regional.
4) Teorización acerca de la región yungueña: este nivel es un espacio investigativo de “naturaleza” explicativa.
Capítulo II
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Reciprocidad y capitalismo en las economías campesinas
I. LA APROPIACIÓN DEL EXCEDENTE EN EL ÁMBITO DE LAS RECIPROCIDADES
Hay que comenzar por hacer la pregunta exigida por el campo objetivo, el referente histórico conformado por la praxis social regional, definido por las formaciones campesinas andinas: ¿cuál es la forma de producción y apropiación del excedente en el ámbito de las reciprocidades? Pregunta esta que apunta la especificidad histórica de la formación social, en cuestión. Ahora bien, si el recorrido de reciprocidades está vinculado al consumo de bienes, consumo colectivo de productos admitidos simbólicamente, ¿cuál es el objeto de la producción y cuál es el objeto de la participación en el excedente? Esta segunda pregunta apunta al sentido latente en la estrategia social del recorrido de las reciprocidades.
Se trata por lo tanto de “objetos” culturales, así como de procesos culturales, en los cuales está comprometida la conexión existencial de la naturaleza con la sociedad. Pero, el “objeto” como tal no existe, es más bien una suspensión social: un ordenamiento de redes sociales lo sostienen como cosa.
Habíamos dicho que el “objeto” no es otra cosa que la convergencia de un haz de relaciones que lo inventa. El “objeto” aparece como el orden oculto de las “significaciones”. En este sentido, hablando de una unidad de representaciones, el bien de consumos ritualizado, su apetencia y representación es vivida imaginariamente. Llegar a la simbología y a la mitología del objeto de consumo es llegar a la semántica misma de la red de reciprocidades. ¿Este núcleo cultural es roto por la aparición de la mercancía?
Ocurre que, tanto dos redes de distribución de productos, como dos formas de consumo, se intersectan en las formaciones sociales condicionadas por el modo de producción capitalista; así como se cruzan en el camino formaciones productivas distintas. Jurguen Golte dice que aquí se desarrolla el fenómeno de la codeterminación.
La “economía” campesina complementa ámbitos de realización diferentes; su producción entonces tiene objetivos, por así decirlo, bifurcados. Este eclecticismo define la estrategia de reproducción campesina. No es tanto que la unidad agraria habite dos mundos como que, a partir de la utilización de heterogéneos espacios, constituya un mundo. El mundo de la mundanidad campesina.
¿Qué es lo que administra la codeterminación? Los flujos disímiles de producción, circulación y consumo de los ámbitos estratégicos yuxtapuestos: el ámbito de reciprocidades y el ámbito mercantil. Pero ¿Cuál de estos ámbitos estratégicos se subsumes y cuál decodifica al otro? Esta pregunta no puede ser respondida si no es tematizada, si no es hurgada en las condiciones objetivas de su respuesta.
Propongamos que la mercancía no es sólo unidad contradictoria de valor de uso y valor abstracto, sino a su vez es signo: lugar de discursos, ubicación ideológica de actos de hegemonía y legitimación. Se produce entonces, de acuerdo con Baudrillard, una concomitancia entre una “lógica” de la utilidad, una “lógica” del cambio y una “lógica” de la significación. Esta solidaridad demarca el espaciamiento del mercado, el espaciamiento de las relaciones de producción capitalistas. Este es pues el lugar del fetiche. Pero, esta demarcación también es una subsunción: incorpora parte del ámbito de las reciprocidades a la economía política del signo. Aparentemente entonces se produce el quiebre y la subsunción del ámbito de relaciones de reciprocidad al ámbito de relaciones mercantiles. Pero esta subsunción no puede ser contrastada sino a través de la decodificación completa del ámbito subsumido. En la medida en que la autonomía de este ámbito no ha desaparecido, el contenido de sus recorridos sigue simbolizando la estrategia de reciprocidad.
La posesión familiar de la tierra, la parcelación del predio rural, la utilización de los declives y de los microclimas, son no sólo formas de relación con la naturaleza sino también formas de manejar los recursos. El barbecho, la siembra, los trabajos culturales y la cosecha, al periodizar lo que se viene en llamar el ciclo agrario, también manifiestan los ritmos administrativos de los recursos. Pero, desde luego, hay otras prácticas que expresan, a su vez, procedimientos sociales sobre los recursos. Las tecnologías agrarias definen intervenciones de las formaciones campesinas sobre los recursos ecológicos. De la misma manera, la apropiación de lo productos, su distribución, hasta su comercialización, dibujan modos de acción sobre los elementos que son bienes, pero asimismo son codificaciones sociales. No solo como mercancías sino también como símbolos. El productor campesino está asociado a más de un producto, no es un monoproductor. Su producción es, por así decirlo, diversificada. El campesino yungueño produce coca, café, cítricos, banano, plátanos, walusa, yuca, papaya, piña, recientemente hortalizas, entre los productos nombrables por el momento. En otras palabras, la economía campesina se asienta sobre la administración de estos recursos, está ligada al manejo que ejerce sobre este conjunto heterogéneo de bienes. Fuera de esto el campesino de esta región doméstica animales: corderos, conejos, chanchos, gallinas, asnos o mulas, que le sirven tanto para la alimentación, como para el comercio o el trasporte. No se puede pues hablar de una economía campesina asociada a un solo producto, como cuando se habla de la “economía de la coca”, sin desconocer de lleno la problemática productiva y circulatoria de las formaciones campesinas regionales. Es ciertamente una economía basada en la producción de la hoja de coca la que sostiene la producción de otros productos, pero esto no justifica que se la denomine “economía de la coca”. Se trata de una economía que administra varios recursos, aunque articulados a la jerarquía de los circuitos de la coca que maneja distintos niveles del cerro; además de transitar en dos mundos de estrategias disímiles, la relativa a la reciprocidad a la referida al mercado. De cualquier manera si contrastamos que la expresión del mercado ha terminado incorporando las reciprocidades al signo de las equivalencias, quedando los recorridos culturales como subsumidos a la “ley” de la oferta y la demanda, los objetos culturales definen su función primordial en la “esfera” del consumo; es decir, en la dimensión relativa a la reproducción social.
Una designación más próxima a la realidad de estas economías campesinas, asentadas en las laderas y cabeceras de valle, es la definición de economías de codeterminación cuyo eje direccional de producción se realiza a través de la producción y cultivo de la hoja de coca.
El año 1987, de alrededor de 23.000 unidades agropecuarias, establecidas en las provincias de Yungas, 12.650 unidades campesinas se distribuyen un promedio de cinco hectáreas por unidad. Sumadas a las anteriores unidades económicas se encuentran 5.750 establecimientos parcelarios que tienen una propiedad de más de 5 ha. por unidad, llegando, incluso, en algunos grupos de casos, a definir un promedio de hasta 10 ha. por promedio. Las 4.600 unidades económicas agropecuarias restantes controlan una propiedad promedio que supera a las ha. por unidad.
Por otra parte, el mismo, sobre una extensión de tierra de la magnitud de las 146.268 ha. el espacio cultivado llega a sumar 64.358 ha. En tanto que unas 36.565 hectáreas se encuentran en descanso. Las 45.335 ha. restantes son tierras no cultivadas.
En estas condiciones la relación entre un 44% de tierra cultivada y un 25% de tierra en descanso delinea un uso del espacio por parte de las unidades económicas campesinas; es decir, un manejo sobre el recurso espacial. ¿Esta misma relación se proyecta sobre el conjunto de las parcelas? ES de esperar que no ocurra esto; que, al contrario, se objetiven diversas formas de relación entre espacios cultivados, espacios en descanso y espacios no-cultivados. ¿Es justificable imaginar acaso un propietario parcelario “común” que controla un predio de 7 ha. sobre las cuales ejerce el siguiente manejo del espacio territorial: 3 ha. cultivadas, 2 ha. en descanso y 2 ha. no cultivadas? Es posible encontrar a campesinos que reproduzcan estas características; pero, ¿qué densidad de ellos se extiende sobre la población rural de la región yungueña? ¿Qué otras características de control sobre la tierra aparecen en el ámbito agrario yungueño? ¿Cuál es su densidad específica en el conjunto demográfico campesino? ¿Qué nos dicen esos usos de la tierra acerca del manejo de los recursos? Estas preguntas nos abren los ojos hacia una realidad heterogénea, nos trasladan a un ámbito diferencial de comportamientos y diversos en los tipos de administración de los recursos.
En el espacio denominado como tierra cultivada no se produce un solo producto, sino que se da lugar a una distribución de los cultivos y de la producción agraria. En las provincias de los yungas sobre la tierra usada se da lugar a una distribución de los cultivos, que dispersan su expansión regional de modo variado según la zona. Considerando los productos comerciales como la coca, el café, los cítricos y el banano tenemos la siguiente dispersión global de los mismos el año 1985: el 20% de la tierra cultivada está dedicada al cultivo de la hoja de coca, es decir, se trata de un área de 12.852 ha.; el 41% del espacio cultivado está destinado al cultivo del café, en otras palabras, hablamos de un total de 26.493 ha.; un 19% de la tierra cultivada es usada para la producción de cítricos, esto en términos absolutos quiere decir unas 12.253 ha.; por último, los bananos y los plátanos ocupan aproximadamente también un 20% del espacio usado, es decir, nos referimos a unas 12.760.
Considerando el conjunto regional de las provincias yungueñas podemos establecer la siguiente tipología del uso de la tierra en 1985:
ESPACIO |
Distribución relativa % |
Dedicado al cultivo de café |
41 |
Dedicado al cultivo de coca |
20 |
Dedicado a la producción de cítricos |
19 |
Dedicado a la producción de |
|
banano y plátano |
20 |
Fuente: Elaboración propia, a partir de la encuesta. Diagnóstico Investigación de la Región Yungueña.
Esta tipología define, a su vez, una estructura de los manejos de los recursos. ¿Qué relación hay entre el cultivo de coca y el cultivo de café? ¿Qué relación hay entre el cultivo de coca, la producción de cítricos y de banano y plátanos? ¿Qué “núcleo” de los manejados de los recursos se establece en esta estructura? Aparte de que hay que tener en cuenta que la hoja de la coca se cosecha por lo menos tres veces al año, debemos hacer un seguimiento de los distintos ciclos de los diferentes productos. ¿Cuál es su recorrido? ¿cómo se cruzan? Teniendo en cuenta el conjunto de estos recorridos, ¿qué direccionalidad toma la economía campesina?
Teniendo en cuenta hipotéticamente que la coca se cosecha por lo menos tres veces al año, además de considerar un relativo margen de tiempo extendido de cosecha, podemos decir que la presencia de la hoja de coca, en condiciones de su distribución, reaparece prácticamente todo el año. Establezcamos puntos intermitentes de centramiento en los intervalos de cosecha: abril, agosto y diciembre. La cosecha de café se expande de abril a julio. En cambio la cosecha de cítricos se extiende de marzo a junio. Si bien se dan puntos de concentración de la cosecha, sin embargo, es mejor considerar su dispersión, pues de zona a zona no se dan circuitos homogéneos de los productos. Por otra parte, en un misma zona el llamado “punto” de concentración de la cosecha se expresa en realidad como un intervalo secuencial.
Teniendo en cuenta el esquema provincial podemos observar que, fuera de los momentos de concentración de los productos, ocurre una suerte de intersección entre sus circuitos de cosecha. En tanto que de agosto a febrero estamos ante un espacio de tiempo que se utiliza más para trabajos culturales, o en otros casos para el barbecho o la siembra, también este tiempo es aprovechado por parte de la población para desplazamientos migratorios temporales. De los productos considerados, la única cosecha que permanece prácticamente todo el año, como habíamos dicho, es la de la hoja de coca. Además, a la anterior anotación sobre movilidad espacial debemos adjuntar otros movimientos demográficos, como el que tiene que ver con la comercialización de los productos que se efectúa una vez terminadas las cosechas. No necesariamente se trata de los mismos contingentes migratorios.
Considerando ahora la cantidad de producción, el año 1985 se da la siguiente acumulación de los productos: la cosecha de la hoja de coca acopió 11.695 tm; la cosecha de café concentró unas 22.234 tm; los cítricos se acumularon en un monto de 73.944 tm, en tanto que los bananos y plátanos alcanzaron la cantidad de 97.934 tm. Se trata de un total de 205.807 tm. de los productos considerados. Desde una perspectiva porcentual podemos decir que, el 48% de la producción física corresponde al banano y al plátano, el 36% de la producción se refiere a los cítricos, el 11% de los productos es participación del café, en tanto que el 5% corresponde al acumulo de la hoja de coca en el año.
Cuadro sobre la participación de las producciones físicas |
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Provincias yungueñas 1985 |
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T.M |
Quintales |
% |
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Coca |
11.695 |
233.900 |
5 |
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Café |
22.234 |
444.680 |
11 |
|
Cítricos |
73.944 |
1.478.880 |
36 |
|
Banano y plátano |
97.934 |
1.958.680 |
48 |
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Fuente: Elaboración propia, a partir de la encuesta. Diagnóstico Investigación de la Región Yungueña.
Haciendo una observación anticipada diremos que esta estructura de la participación de las producciones, el año 1985, se remite a toda la región de Yungas considerada. Hay que tener en cuenta que la región no es homogénea, lo cual no nos cansaremos de señalar. En este sentido, la caracterización porcentual que se acaba de hacer es sólo global. No expresa particularidades zonales. Por ejemplo, existen zonas donde la producción de la coca ocupa una participación preponderante.
Estimación del espacio cultivado y de la producción comercial. |
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Provincias yungueñas, 1990 |
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Productos |
hectáreas |
producción |
Coca |
12.417* |
225.999 |
Café |
29.776 |
500.230 |
Cítricos |
12.968 |
1.556.160 |
Plátano y banano |
13.140 |
2.023.560 |
Otros |
2.339 |
** |
Totales |
70.640 |
4.305.949 |
* La participación del cultivo de la hoja de coca ha sido afectada por la política de sustitución del cultivo. Sin embargo, debemos considerar el intervalo del espacio de cultivo que se encuentra entre 12.417 hectáreas y 14.820 hectáreas. Espacio de incertidumbre en el que se mueve el cultivo efectivo de la hoja de coca.
** No se cuenta con información.
Fuente: Elaboración propia, a partir de la encuesta. Diagnóstico Investigación de la Región Yungueña.
2. El producto-mercancía de la región
Podemos decir que el café llega con las haciendas y desde un principio está vinculado al comercio. Bajo este diagrama, el café también está conectado a las relaciones de poder de los hacendados. Si actualmente alrededor del 80% de la producción de café se concreta en las provincias yungueñas; antaño esta región sub tropical andina era responsable de toda la producción del café que se comercializaba. En relación a la composición de las propiedades yungueñas, José Agustín Morales cuenta que para la tercera década del siglo XX, 269 haciendas se establecieron en la región yungueña. Por otra parte, las “propiedades de comunidad” sumaban 1.490 unidades, contando sayañas y agregados. El valor calculado de las haciendas ascendía a los 15.472.000 Bolivianos (de entonces), en tanto que el valor calculado de las “propiedades de comunidad” llegaba al monto de 4.374.500 Bolivianos. En las haciendas habitaban 4.729 colonos; en cambio, en relación a la propiedad comunal se contaron 1.971 comunarios contribuyentes.
Es cierto que el producto económico más importante de la región es la coca; a tal punto que incluso las propiedades que no cultivaban la hoja de coca estaban exentas de impuestos. Pero, también el café, el cacao y la caña de azúcar, formaban parte de lo que podemos llamar la red comercial de las haciendas. Estos últimos productos fueron incorporados a la región durante la colonia. Como habíamos dicho, formaron parte de las relaciones circulatorias del poder económico de las haciendas, de sus “estrategias” de ventas. Productos que eran trasladados a lomo de mula o de burro hasta los centros de consumo. José Agustín Morales comenta el funcionamiento de fábricas del alcohol de caña “en las propiedades Caranavi, San Joaquín, Guarinilla, Mururata y otras, en condiciones suficientes para satisfacer la demanda de toda la provincia”.
Si bien la jurisdicción de Francisco Toledo (1569) se transmitieron criterios para prohibir el cultivo y el uso de la hoja de coca, cuatro años más tarde se ordenó la mantención del cultivo, con la siguiente cláusula: “era permitido para este laburo el recurso de trabajadores libres y voluntarios”, amenazando con “penas severas” a quienes empleacen “en él a indios obligados por repartimiento o mita”. Por aquel entonces, Potosí, importante centro económico, también poblada urbe, era el destino de 100.000 cestos de coca anuales. Según Agustín Morales “los especuladores españoles se dieron pronto cuenta del provecho que ellos podrían retirar de la cultura de la plata que nos ocupa, así es que no tardaron en apropiarse del monopolio y llegaron a tener beneficios tan considerables que el número de plantaciones fue aumentando tanto que pronto ya no se encontró en los valles bastantes brazos para cuidarlas”. Para completar la necesidad de mano de obra fue menester traer gente del altiplano por medio de la fuerza, así como se hacía para cumplir con los requerimientos de cuerpos de trabajo en cuanto respecta a la extracción minera.
El objeto-mercancía de la hoja de coca no sólo era comercializado a escala regional o, en su caso, en una dimensión nacional, sino que también este producto llegaba a ser objeto de exportación. El año 1920, el 12% de la producción se destinó al mercado foráneo; cinco años más tarde el 15% de este rubro era dirigido a la exportación. En otras palabras, de 2.980.915 kg. de hoja de coca, producida el año 1920, 365.320 kig. se exportaron. En el año 1925 se exportaron 388.802 kg. de coca de 2.543.616 kg. de producción. Los países destinatarios de esta comercialización eran Argentina, Chile, Ecuador, Alemania e Inglaterra. De 2.161.243 kg. de coca exportados durante un sexenio (1920-1925), el 86% se destinó a la República Argentina, donde era consumida por los trabajadores de los ingenios azucareros del “norte”, además de formar parte de la sobremesa de los terratenientes. El 13% de la exportación de la hoja de coca se dirigió a Chile, para consumo de los “peones de las salitreras”. El 1% restante se comercializaba con Ecuador, Alemania e Inglaterra, comercio vinculado, sobre todo, a objetivos medicinales.
Como habíamos dicho anteriormente, la producción de la hoja de coca y el consumo productivo de los mitayos estaban íntimamente vinculados. Ahora lo que queremos es mostrar las conexiones de la coca con otros productos cultivados en la región, dentro del ámbito de las economías campesinas. Por otra parte, desde la perspectiva de la economía de la hacienda, así como a partir del espacio económico del régimen tributario, como de los circuitos de atesoramiento dinerario, es menester relacionar los recorridos distributivos de los productos con la “producción” monetaria de Potosí. Es de este modo como podremos configurar de manera significativa el “amarre” de las circulaciones de los productos-mercancías, “amarre” que condiciona los recorridos de los propios productos regionales.
3. Monetarismo y circuitos de productos
La sustantividad monetaria, concretamente la sustantividad de la plata, ha funcionado, a través de la circulación cambiaria, como recorrido representativo del os circuitos de los productos mercancía.
El atesoramiento dinerario y el atesoramiento de riquezas van a la par, por así decirlo. Por otra parte, en el régimen tributario del siglo republicano la acuñación de moneda potosina, así como manifiestan vínculos monetarios con los ayllus. Las obligaciones tributarias de las comunidades fueron convirtiéndose, con el transcurso del tiempo, de tributo en especies en tributo dinerario. Tristán Platt dice que “si los trabajos etnohistóricos sobre la Audiencia de Charcas han mostrado la multiplicidad de las relaciones mercantiles de la población andina desde los primeros años de la invasión europea, la etnografía de los ayllus modernos de la provincia de Chayanta empieza a señalar la intensidad con que el dinero ha penetrado en la imaginación colectiva y las representaciones simbólicas de los campesinos actuales”.
Extracción minera de la plata, “producción de piñas de plata en los ingenios desparramados entre las vertientes de la cordillera oriental”, fundición y acuñación por parte de la Casa de la Moneda, forman parte de un proceso de metamorfosis que sufría la sustancia metálica. De la misma manera, como siguiendo estos procedimientos transformadores, se establecía toda una red de instancias que organizaban las estructuras económicas. En Potosí se formaban “rieles” que eran materia de trabajo para la acuñación de monedas. La circulación monetaria se dirigía a los ingenios nuevamente con el objeto de rescatar nuevas “piñas”; simultáneamente se dirigían al tesoro, desde donde se administraba un monto sustantivo de plata con motivos de gasto público. La vinculación de esta red económica con los ayllus tributarios se daba lugar por medio de la “provisión de medios de subsistencia para los centros urbano-mineros, ciertos insumos para las empresas argentíferas y monetarias (sal, combustible, transporte, alumbre, fuerza de trabajo, etc.), y ciertos elementos para el ejército (plomo, forraje, perros negros para gorras, pieles de cabra para mochilas)”. Por otra parte, la población de las comunidades estaba obligada, como habíamos dicho, al pago de tributo; el cobro del cual se efectuaba cada seis meses. La Casa de la Moneda también tenía conexiones con el comercio ultramarino a través de los comerciantes, tanto en su acepción de exportadores como de importadores.
La moneda potosina adquirió características de equivalente internacional de mercancías debido a la pureza de su plata. Las provincias del norte argentino usaron a lo largo del siglo XIX el “símbolo” monetario potosino como representante general de mercancías. Lo mismo ocurría con las “provincias” del sur del Perú, con la “provincias” del norte de la República de Chile. Esta situación obligó, más de una vez, a los sucesivos gobiernos de los países mencionados a proponer controles gubernamentales, así como a buscar reformas monetarias.
Los ayllus buscaban adquirir la moneda de plata tanto para pagar sus tributos como para efectuar compras en el mercado interno. Así, de este modo, estas expresiones económicas no mercantiles, que eran las formaciones comunarias andinas, entraban en ligazón con los circuitos monetarios nacionales. También sus productos, que venían de recorridos de “reciprocidad”, se convierten en parte en objetos de circulación comercial. Por otro lado, los productos-mercancías de la transacción comercial también ingresan al consumo de la población comunaria por su relación con el mercado.
Los ayllus pagaban en moneda a los rescatadores, a los rematadores de diezmo y a los sacerdotes. Gran parte de esta “contribución” llegaba al tesoro público. Por otro lado, los comerciantes, además al atesorar dinero, eral nos responsables de sacar la plata acuñada al comercio ultramarino.
En el ámbito de estos circuitos comerciales, yuxtapuestos a los recorridos de reciprocidades, se produce el proceso de metamorfosis de los bienes y las relaciones en mercancías. Circulación de bienes que sufren su metamorfosis mercantil en el tránsito de su traslado; circulaciones monetarias que conmensuran, mediante su sustantividad metálica, el valor ponderado del cambio de los bienes, recorridos de la coca codificadores de las alianzas familiares y de las complementariedades territoriales, recorridos que se sumergen en una buena parte del consumo íntimo de los ayllus. Recorridos que en parte atraviesan las fronteras para desafiar a los circuitos monetarios o para sufrir el percance de su descodificación. La mercantilización de los bienes y las relaciones no se dan de manera homogénea y a un ritmo acompasado. Al contrario el proceso de metamorfosis se detiene en algunos casos, tratándose de bienes de mayor densidad cultural. En otros casos, avanza hasta cierta parte, conservando cierta ambigüedad, cierta ambivalencia “corporal”. Ingresando a un proceso de vaciamiento de contenidos para expresar puramente su equivalencia, en casos de transformación completa, de incorporación plena al mercado.
La hoja de coca resiste, no se deja trasformar, “intenta”, de manera distinta, interpretar las circulaciones monetarias y los circuitos mercantiles a su manera, recodificándolos de acuerdo a una lectura de reciprocidades. La plata, en cambio, obsequia su cuerpo para que su desnudez argentina resbale por todo intercambio. Esta “prostitución” del metal precioso no sólo implica su mercantilización, sino que coadyuva a mercantilizar otros productos.
La oposición coca/plata figura la disimetría de dos mundos antagónicos, el de las reciprocidades y el del mercado, también expresa de modo elocuente la contradicción social que textura los períodos coloniales: una lucha, a veces velada, otras convertidas en guerra abierta, por subsumir el otro mundo en el mundo de referencia. Esta contradicción conforma la dialéctica histórica de los procesos constituidos de los períodos coloniales y postcoloniales. Contradicción que se conculca, sino que se reproduce variadamente, en ese ámbito temporal de trayectorias que llamaremos historia de la diferencia.
II.- LA ADMINISTRACIÓN DE LOS RECURSOS EN LAS ECONOMÍAS CAMPESINAS
Entendemos por economía campesina a la formación económica social que combina una propiedad parcelaria o, en su caso, una posesión de la tierra con relaciones de producción que no necesariamente responden a la economía doméstica. Economía organizada en función del núcleo familiar: célula de consumo, célula de producción. Las relaciones de producción combinadas con una presencia jurídica parcelaria pueden ser de distinta índole histórica, de variada densidad social. La condición social, la articulación de órdenes de relaciones sociales, sujeta a una combinatoria específica, depende de la acumulación histórica de las formaciones sociales no capitalistas que entraron en contacto con el modo de producción capitalista. La estructura social agraria está condicionada por el nudo específico de articulación del modo de producción capitalista, nudo específico que se manifiesta y se despliega en los espacios de realización del modo de producción capitalista: el mercado, la producción, la ideología, el Estado.
Por lo tanto la economía campesina no se remite a un modelo, sea éste reducido a la figura parcelaria, a la imagen proyectada del farmer, al esquema del circuito mercantil simple, al supuesto de un productor natural limitado a la producción para el autoconsumo, al arquetipo de una isocronía etno económica anclada en su aislamiento cultural. Al contrario, la economía campesina corresponde a una designación múltiple.
Dependiendo su materialización histórica de la articulación específica de las relaciones de producción, de los diagramas de fuerzas, de los aparatos, de las organizaciones, de las instituciones y de las jerarquías. De la yuxtaposición, quiebre, subsunción de las formaciones expresivas, de las formaciones semánticas, de las formaciones simbólicas y de las formaciones discursivas.
Las formaciones campesinas no pueden ser estudiadas como un modo de producción; en razón a su multiplicidad exigen ser estudiadas como formaciones históricas específicas. Formaciones que amarran trayectorias sociales, económicas, territoriales, de poder, de distinto ordenamiento histórico. La formación campesina corresponde a un entrelazamiento concreto de diferentes espesores históricos. En este sentido, no se puede hablar de una teoría de las formaciones campesinas, esta no sería otra cosa que una reducción forzada a una figura unilateral. Sólo se puede hablar con seriedad de la posibilidad de una teoría de los nudos, de las articulaciones, de los amarres, del entrelazamiento de órdenes de relaciones, acumulados históricamente. Una teoría de las transiciones, de las resistencias, de las reterritorializaciones de las formaciones sociales.
Las formaciones campesinas de la formación social boliviana distribuyen sus diferencias en las expansiones de una geografía cambiante. En un espacio de 1.098.581 kilómetros cuadrados, el 44% de la expansión geográfica corresponde a los territorios amazónicos; hablamos de 479.361 kilómetros cuadrados. El 25% del área pertenece a la cadena de la cordillera, a los territorios que forman valles y a la geografía en declive de los yungas; nos referimos a 279.782 kilómetros cuadrados. El 16% del espacio define la participación geográfica de los territorios chaqueños; es decir, conmensuramos 172.480 kilómetros cuadrados. El 15% de explanada corresponde al territorio altiplánico; se trata de 166.958 kilómetros cuadrados.
Las diferencias geográficas pueden ser tomadas como referentes espaciales en la conformación de las concretas formaciones campesinas. En este sentido, a manera de diseñar topologías condicionantes de las formaciones campesinas, podemos establecer cuatro parámetros geográficos: el continente ecológico de las territorialidades amazónicas, la geografía discontinua que esparce los valles y los Yungas subandinos, quebrados por salientes orográficos de la cordillera, el espacio de las territorialidades chaqueñas y la geografía de la explanda altiplánica.
Considerando esta perspectiva teórica, este ordenamiento topológico, reconocemos una geografía de las formaciones campesinas. Por lo menos entendemos entonces cuatro modalidades de articulación de estas formaciones económicas sociales con el espacio geográfico: la articulación amazónica, la articulación valluna y yungueña, la articulación chaqueña y la articulación altiplánica.
Otro componente formativo es el que se remite a la vinculación con el mercado. En este sentido podemos dibujar tres niveles de vinculación. Plena incorporación al mercado; cuando la producción la distribución, el consumo, se hallan como circulaciones dentro de la esfera de realización del mercado. Relativa incorporación al mercado; cuando no todos los movimientos económicos descritos anteriormente se encuentran determinados por el mercado; es decir, cuando tenemos parte de los movimientos económicos determinados por circuitos no mercantiles, relacionados a relaciones de producción no capitalista. Débil incorporación al mercado; cuando la influencia del mercado es mínima, cuando la mayor parte de los movimientos económicos se encuentra direccionalizado por estrategias productivas, distributivas, de consumo, no capitalistas, conservando una identidad propia, actualizando en el presente la procedencia de un modo de producción no capitalista.
Los contactos de las formaciones campesinas con débil incorporación al mercado pueden restringirse a una apariencia jurídica (propiedad parcelaria) y a la influencia ideológica. Ahora bien, las formaciones sociales que no expresan ni siquiera estos contactos con el capitalismo, el relativo a la propiedad privada y a la descodificación ideológica, no pueden ser llamadas formaciones campesinas. Estas formaciones son territorialidades culturales; se trata de sociedades no capitalistas. Sociedades que se mueven en términos de estrategias territoriales, sociedades que reproducen una jerarquía espacial y una matriz social irreductibles a la lógica administrativa-política del Estado, a la lógica equivalente del mercado. Este es el caso de los ayllus aymaras y quechuas, de las unidades culturales chipayas, de los grupos étnicos amazónicos y chaqueños.
En las territorialidades subandinas de las laderas y cabeceras de valle de la Cordillera Oriental, territorialidades a las que pertenecen los Yungas, la vinculación de las formaciones campesinas con el mercado oscila desde una plena incorporación hasta una relativa incorporación al mercado. Particularmente en las zonas yungueñas las circulaciones mercantiles han abrazado a casi todos los productos cultivados en la región, incluso aquellos estrictamente vinculados al consumo reproductivo de las familias. Empero, esto no quiere decir que la presencia de estas circulaciones mercantiles haya hecho desaparecer otros circuitos no mercantiles; hablamos de aquellos ligados al consumo cultural. Señalamos concretamente a los circuitos de reciprocidad, circuitos que encadenan alianzas familiares, circuitos que transmiten donaciones, circuitos que sedimentan jerarquías de poder. Estos circuitos no han desaparecido, sino que se suceden simultáneamente a las circulaciones mercantiles. Esta simultaneidad no planeta tanto la dualidad de dos mundos como la yuxtaposición de los mismos, hasta su misma simbiosis en las zonas sociales de contacto. Dándose el caso de conformación de núcleos de sincretismo: pueblos vecinos, redes de intermediación, espacios periféricos a las carreteras de ferias circunstanciales y puestos comerciales.
La mercantilización de las formaciones campesinas no define, sin embargo, el secreto de su economía. La mercantilización explica, en parte, la transferencia de excedente; pero no resuelve el problema de la elucidación de cómo se produce ese excedente. Consideramos que en la elucidación de este problema se encuentra el “secreto” de la formación de un excedente no capitalista, basado en el uso de las relaciones de parentesco, de las alianzas familiares y de los circuitos de reciprocidad. Este es el contenido de los bienes campesinos. La forma de la circulación mercantil de estos bienes se comporta como el medio de tránsito a través del cual se transmite un contenido no monetizable. Podemos decir que, en este caso, el dinero hace las veces de un significante que transporta un significado social que no le pertenece.
Esta es quizás la razón por la que la investigación histórica de las formaciones campesinas yungueñas se convierte en un espacio para los acostumbrados parámetros teóricos. Esta disimilitud congénita de estas formaciones sociales nos plantea un problema serio en el desciframiento de los signos. Si éstos son tal como aparecen, ¿qué es en realidad lo que significan?
Las últimas consideraciones nos encaminan a un tercer componente formativo, relativo a las estratificaciones sociales campesinas, este componente puede entenderse como referente histórico de la memoria cultural. Esta procedencia es generativa, tiene que ver substancialmente con la producción de sentido.
Se ha entendido la conducta social como acción con sentido, acción que vincula medios a fines. Si bien esto es comprensible, además de formularse como una proposición adecuada al estudio de los fenómenos sociales, fenómenos no exentos de significaciones sociales atribuidas en consensos compartidos, la problemática del sentido no se resume a la conducta social, sino que tiene también que ver con actos colectivos de conocimiento, con actos colectivos de identificación. La comprensión social de los actos asumidos, así como el entendimiento del conjunto de relaciones que se establece con el mundo, el universo, el hábitat, definen la función constructiva de la producción de sentido, no sólo en lo que respecta a la cohesión social, sino también en lo que se refiere a la conexión de la sociedad con la naturaleza, el universo y su morada territorial.
Aproximarnos a los problemas de formación de sentido en las comunidades campesinas implica introducirnos a dimensiones vivenciales de las conjunciones intersubjetivas de las sociedades concretas. ¿Cómo viven su mundo? ¿Cómo interpretan su vida? ¿Cómo proyectan sentido a través de sus conductas? El tratamiento de estos problemas nos permite acceder a una visión elaborada de la intensidad de este “adentro” de este sí mismo desde el cual aprehendemos el mundo y lo expresamos. “Adentro”, esclarecedor respecto a la perspectiva “externa” construida por el investigador.
En otras palabras, las formaciones campesinas como formaciones sociales concretas responden a la articulación específica de los condicionantes formativos de territorialidad, mercado, historia y actualización de la memoria cultural. La articulación específica de estos componentes formativos, asumidos por la praxis de los ordenamientos sociales, por las redes de relaciones sociales, estratificadas largamente de acuerdo a su procedencia, o como adecuaciones a las exigencias del mercado, singularizan el diseño histórico de las formaciones campesinas.
III. EL MANEJO DE LOS RECURSOS EN LAS FORMACIONES CAMPESINAS YUNGUEÑAS
1. Apuntes para el diseño de una geografía de la población yungueña
Al Noreste de la ciudad de La Paz, como a unos 33 km. comienza el espacio administrativo político de las provincias yungueñas. Siguiendo la ruta después de cruzar la cumbre, dejando la pendiente de cerros descubiertos, cuando comienza la vegetación, se encuentra la población de Unduavi; aduana provincial de los productos agrarios, también lugar de bifurcación de la carretera: un trayecto se dirige al espacio político de la provincia de Nor Yungas, la otra se dirige al espacio administrativo de la provincia Sud Yungas. De Unduavi a Chuspipata no hay más que nueve kilómetros. La carretera continúa bajando la pendiente de la inclinación yungueña, bordeando el perfil de las cadenas montañosas. Como a 26 km. de Chuspipata, siguiendo la ruta, se encuentra Puente Villa; lugar donde nuevamente se abres dos rutas: una que se adentra a la provincia de Nor Yungas, hacia Coripata, capital del cantón que lleva el mismo nombre, otra que se dirige a Chulumani, capital de la provincia Sud Yungas.
Si nosotros situamos un centro geográfico arbitrario en este punto (Puente Villa) y definimos un radio de acción espacial que cubre la distancia de Unduavi a Puente Villa, perspectiva que nos permite generar una hipotética área, habríamos cubierto, a través de la red carretera descrita, unos 1.816 kilómetros cuadrados. La mitad del área circular definida por el radio geográfico establecido. La otra mitad del área circular se cierra a 34 km. de distancia de este centro, incorporando singulares poblaciones establecidas en el perímetro circular. Al sur de Puente Villa, casi en el límite del área, así como al borde de la frontera provincial, se sitúa Taca. Al este de la localidad de referencia se encuentra La Plazuela, sobre la carretera que vincula a Chulumani y a Inquisivi, capital de la provincia que lleva el mismo nombre. Al noreste de Puente Villa, siempre considerando el radio geográfico definido, localizamos a Choque Chaca, sobre la carretera que conecta a Irupana con La Cruzada. Al Norte, como a 8 km. de Coroico, capital provincial de Nor Yungas, se encuentra Suapi.
Habríamos cubierto entonces un área circular de 3.632 kilómetros cuadrados de las provincias yungueñas, a la redonda de Puente Villa. Este espesor recorta el 33,4% del espacio administrativo político de las provincias en observación.
Este recorte geográfico que hacemos de las provincias yungueñas es arbitrario, como el otro que hicimos en la descripción regional, considerando una microrregión tradicional de la zona. Nos interesa mostrar estos recortes espaciales, pues buscamos toparnos con la diferencia y la diversidad más que con administraciones políticas homogéneas. Por otra parte, nos interesa mostrar que los datos son variables dependen de los referentes que construimos. No son propiedades inmóviles.
Once ríos de importancia configuran la red hídrica del espacio geográfico definido. Por el Sur el Río Chunga Mayu que se forma con el deshielo del nevado Illimani, recorre como unos 60 km., hasta desembocar en el Río La Paz. Un poco más al Norte, siguiendo un curso casi paralelo. Se desplaza el Río Solacama que también es afluente del Río La Paz. Por el Norte el Río Chucuma y el Río Tiquimani conforman como afluentes el Río Guarinilla; río que a su vez confluye sus aguas en el Río Coroico. El Río Chuma, el Río Tiquimani y el Río Guarinilla se distribuyen más de 65 km. de recorrido, antes de confluir en el Río Coroico.
El nevado Illimani se encuentra en el límite sureste de la provincia Sud-Yungas; los tres picos simultáneos que dibujan su perfil de tres cabezas, figura característica del nevado pictórico, el pico Indio, el pico París, el pico Laikakollu, definen una altura promedio de 6.402 m.s.n.m. En dirección Noroeste, siguiendo la cadena de la cordillera, aparece el nevado Mururata (5.869 m.s.n.m.), luego el Taquesi. Un poco más al norte se sitúa el Cerro Chiar Kollu; luego se sucede el Cerro Zorra Kollu. En dirección Noreste presenta su perfil el Cerro Negro (5.122 m.s.n.m.), continuando en la misma dirección aparece el Cerro Nogalani. La población de Unduavi se ubica entre el Cerro Negro, al sur de la localidad, y el Cerro Nogalani, al norte de la población.
Paralelas a esta cadena montañosa se acomodan otras cadenas, pero, siempre en declive. Se trata de eslabones de cerros menores, de altitudes más bajas. Sobresaliendo entre las cadenas paralelas de la cordillera podemos nombrar algunos cerros topográficamente significativos, debido a la distribución geográfica que condicionan a los asentamientos demográficos. El Cerro Kala y seguidamente el Cerro Yunga Cruz aíslan del resto de la provincia al cantón de Lambate.
La población de Lambate se halla en dirección sureste del Cerro Kala. Este condicionamiento geográfico deriva en una vinculación económica de Lambate con el Altiplano más que con la propia provincia donde se sitúa (Sud Yungas). Aproximadamente el Cerro Yunga Cruz, en dirección Noreste, se encuentra la población Villa Asunta Vega. Después de esta población de Montequilla con la capital cantonal de Ocobaya, capital que lleva el mismo nombre.
Cerca de Villa Asunta Vega, ahora en dirección Norte, se asienta la capital cantonal de Ocobaya. Siguiendo la carretera nos encontramos con la ciudad capital de la provincia, con la población de Chulumani. De Chulumani salen tres rutas carreteras: una hacia la ciudad de La Paz, otra a Ocobaya y otra a Irupana, capital de la segunda sección de la provincia. La ruta que se dirige a Irupana se bifurca a la altura de Tajma; de donde una línea se dirige a La Cruzada y la otra se dirige a Irupana, para después seguir su ruta a La Plazuela.
De la población La Cruzada sale, en dirección Norte, un camino de revestimiento suelto que bordea prácticamente el perímetro limítrofe Noreste de la provincia Sud Yungas. Este camino llega a Santa Ana de Alto Beni, población asentada a orillas del río Beni. Desde Tajma se abre otro camino hacia el norte de la provincia; camino que penetra en su interior territorial. Este camino sigue el curso del Río Bopi, conecta poblaciones de asentamientos jóvenes como Coroiquillo, Montesuma, Colonia El Monte, Agua Milagro, La Asunta, San José, Charia, Sicuani, Puerto Rico y Rinconada. De los asentamientos nombrados La Asunta es la población que destaca, no sólo por ser sede de la capital cantonal, sino también por su concentración demográfica y por su economía estructurada a partir de la producción de la hoja de coca.
La Asunta se localiza en dirección Norte de La Cruzada y de Rinconada, que se encuentra un poco más al Norte. Las últimas vinculaciones camineras descritas corresponden a desplazamientos poblacionales recientes, a zonas de expansión de la economía campesina yungueña, densamente ocupada en su área tradicional. El área tradicional, delimitada más arriba, se encuentra al Sudoeste de las provincias está ligada históricamente a las zonas de mitimaes de los ayllus. Durante los siglos XVII, XVIII, XIX y principios del siglo XX esta área yungueña es texturada por las ocupaciones territoriales de las haciendas. En cambio el norte de las provincias expande la economía parcelaria a partir de la Reforma Agraria de 1953.
La provincia de Nor Yungas se demarca sobre una administración espacial de 5.120 kilómetros cuadrados, en tanto que la provincia Sud Yungas lo hace sobre una superficie de 5.770 kilómetros cuadrados. De acuerdo a nuestras estimaciones las provincias yungueñas contarían con una población de 169.928 habitantes para el año 1990. Masa demográfica de la que corresponde a Nor Yungas el 54,6% del contingente poblacional, es decir, hablamos de 92.715 habitantes, siendo la participación demográfica de Sud Yungas un tanto menor; nos referimos, en este caso, a una densidad poblacional relativa del orden de 45,4%, en términos absolutos hablamos de 77.214 habitantes. Estas agregaciones demográficas relacionadas a los espacios administrativos promedian densidades poblacionales diferenciales: de 18 habitantes por kilómetro cuadrado tratándose de Nor Yungas y de 13 habitantes por kilómetro cuadrado cuando nos referimos a cuando nos referimos a Sud Yungas. Sabemos que estos promedios son indiferentes a las variaciones geográficas, suponen masas globales compactas y espacios homogéneos. Situación que dista mucho de ser la que corresponde a la geografía poblacional yungueña.
Volvemos al espacio circular definido en torno a Puente Villa, área que comprende a las zonas productoras de la hoja de coca durante los siglos XVIII y XIX de ambas provincias. Espacio social y económico que continúa hoy siendo tierra de cocales. La superficie de este espacio se extiende sobre 3.632 kilómetros cuadrados. La población que ocupa esta geografía cocalera se estima en una masa demográfica de 80.753 habitantes, relativos a 1990; agregación demográfica que sugiere una densidad poblacional promedio de 22 habitantes por kilómetro cuadrado.
Como el espacio enfocado comprende territorialidades de ambas provincias yungueñas, conviene diferenciarlas para obtener densidades demográficas más singulares. De los 3.632 kilómetros cuadrados descritos, 1.476 kilómetros cuadrados corresponden a Nor Yungas y 2.156 kilómetros cuadrados corresponden a Sud Yungas. Relacionadas a estas superficies delimitadas tenemos a 35.934 habitantes noryungueños y a 44.819 habitantes sudyungueños. Sacando densidades diferenciales, obtenemos que, en las zonas correspondientes a la provincia norteña, la distribución promedio es de 24 habitantes por kilómetro cuadrado, en tanto que en la provincia del sur tenemos una densidad promedio de 21 habitantes por kilómetro cuadrado.
Oliver Dollfus caracteriza a la región como “yunga húmedo”; región montañosa de quebradas profundas, de espacios discontinuos, en constante pendiente. El mosaico yungueño se pude sintetizar en un paisaje diseminado de selva, cortado por zonas incorporadas a la agricultura. Presencia, por lo tanto, de cultivos, en parte cubiertos por la selva, en parte descubiertos. Textura de cultivos de coca en forma de terrazas, hileras más o menos ordenadas de plantas de café, combinadas muchas veces con árboles de cítricos, árboles frutales. Recortados reductos de cultivos de subsistencia. Extensiones demarcadas, como tierras de pastizales.
3. Distribuciones cuantitativas en la economía campesina yungueña
El análisis cuantitativo de las formas administrativas de los recursos de las economías campesinas tiene la virtud de leer en el objeto de su cálculo, los espacios de estas economías territoriales, las distribuciones de los espacios territoriales, las densidades geográficas de los recursos, la estructura del consumo, como las diseminación concreta del excedente, entendido como masa de productos. Este análisis se refiere al estudio de las cantidades concretas de las formas administrativas de los recursos de la economía campesina. Nosotros nos atendremos a conmensurar las cantidades relativas a las economías campesinas yungueñas.
En un espacio geográfico cuantificado en 3.632 kilómetros cuadrados se distribuyen 11.222 unidades económicas agropecuarias que tienen en propiedad 61.080 ha. La relación entre la masa de unidades agropecuarias y el espacio geográfico controlado define un promedio de 5,4 ha. por unidad agropecuaria. Sin embargo, como sabemos, todo promedio si bien resume el conjunto de dispersiones, si bien es la síntesis aritmética de una multiplicidad de opciones, oculta las estratificaciones diferenciales. El reparto territorial no es homogéneo, de las 11.222 unidades agropecuarias, 6.172 unidades definen un promedio estratificado de hasta 5 ha. por unidad, 2.805 unidades controlan en promedio entre 5 a 10 ha. por unidad y 2.244 unidades manejan el recurso tierra en más de 10 hectáreas promedio por unidad.
Por otra parte, de las 61.080 ha. en propiedad no es utilizado, de modo inmediato, todo el espacio; se produce un manejo diferido en el tiempo, algo parecido a lo que se conoce como el sistema rotativo de la tierra; pero, que ya no es lo mismo debido a que los límites de la parcela imponen también condiciones limitativas a este ejercicio rotativo. A propósito vamos a considerar la siguiente clasificación: espacio cultivado, espacio en descanso y espacio no cultivado. El espacio cultivado de las tierras en propiedad llega a aglutinar unas 26.265 ha, en tanto que el espacio en descanso agrega 17.102 ha. Siguiendo el manejo de esta distribución, cuantificamos 17.713 ha. no cultivadas.
Resumiendo podemos anotar que el 55% de las unidades agropecuarias tiene en propiedad menos de 5 ha. por unidad, el 25% de las unidades controla entre 5 y 10 ha. por unidad, y el 20% restante tiene como propiedad más de 10 ha. En relación al uso de la tierra podemos decir que el 43% del espacio en propiedad se encuentra cultivado, el 28% del espacio en cuestión se halla en descanso, en tanto que el 29% del espacio no es usado para la agricultura.
Uso de la tierra y control del espacio |
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Espacio histórico de Yungas, 1990 |
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Uso de la tierra |
Hectáreas |
Control de espacio |
Unidades |
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Espacio cultivado |
26.265 |
hasta 5 hectáreas |
6.172 |
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Espacio en descanso |
17.102 |
de 5 a 10 hectáreas |
2.805 |
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Espacio no cultivado |
17.713 |
+ de 10 hectáreas |
2.244 |
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Fuente: Diagnóstico Investigación de la Región Yungueña. QHANA
Estamos en condiciones de construir una tipología de la unidad agropecuaria, arquetipos acerca de su uso esperado de la tierra.
Tipología del uso de la tierra en función de unidades arquetipos |
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Uso de la tierra |
2,5 hectáreas |
7,5 hectáreas |
12,5 hectáreas |
En cultivo |
1,5 |
3,2 |
5,0 |
En descanso |
0,5 |
2,1 |
4,0 |
No cultivo |
0,5 |
2,2 |
3,5 |
Fuente: Diagnóstico Investigación de la Región Yungueña. QHANA
¿Qué significan estas relaciones tipológicas? En primer lugar proponen un esquema de trabajo; es decir, definen parámetros de lectura de los movimientos espaciales en cuanto al uso de la tierra. En segundo lugar, se trata de una hipótesis técnica centrada sobre la base de los promedios encontrados. La lectura supone una modificación en la forma administrativa de la tierra, por cuanto se refiere a la distribución de los tamaños de las tierras cultivadas, en descanso y no cultivadas. El cambio del uso está en función del tamaño del predio. A medida que el predio es más pequeño la presión de los límites de la propiedad parcelaria obliga a usar para el cultivo una participación mayor del espacio en propiedad. En la medida que el predio es más grande se tiende a una menor participación del uso del espacio para fines de cultivo.
El uso de la tierra para el cultivo incide en la administración de los tamaños relativos a los espacios en descanso y no cultivados. A medida que aumenta la participación relativa del espacio cultivado en predios que tienden a ser pequeños, la participación del espacio de tierras en descanso disminuye. De modo diferente, en la medida en que la participación relativa del espacio cultivado disminuye en predios que tienden a ser grandes, la participación del espacio de tierras en descanso aumenta, en sentido contrario a la disminución de los espacios en cultivo. Algo parecido se puede esperar cuando se trata de la relación entre la disminución de la participación relativa de tierras cultivadas, en predios que tienden a ser grandes y el aumento relativo de tierras no cultivadas. Aunque en nuestra tipología la participación relativa del espacio cultivado se mantiene prácticamente constante, aumentando, por consiguiente, el espacio absoluto de estas tierras.
El cambio de la distribución de las tierras no solamente está en función del tamaño del predio, intervienen también otras condiciones. Hablamos de condiciones ecológicas, geográficas, territoriales, así como de condiciones económicas, sociales, de poder, etc.
En relación al primer grupo de condiciones podemos identificar a la región en cuestión como Yungas húmedo. Estos Yungas comprenden un geosistema cálido. Los Yungas húmedos se caracterizan por un frente montañoso húmedo, que conforma la selva densa constituida por varios estratos. En este geosistema, la humedad y la temperatura cálida permiten acelerar el ciclo del nitrógeno y la fermentación en el suelo. En el mismo sentido, mejorando la fertilidad del suelo, el drenaje, debido a la pendiente, empuja las bases y la formación de arcillas caolínicas; elementos que ayudan a fijar cantidades apropiadas de hidrógeno. Formándose de este modo agregados que convierten en permeable la capa del suelo. Sin embargo, la pendiente topográfica yungueña determina también el traslado de flujos importantes de energía, agua y material, como el escurrimiento significativo sobre el lecho.
Ambas tendencias ecológicas, relativas a la formación de los suelos, condicionan un geosistema frágil, que combina suelos ricos contiguos a suelos pobres. Los terrenos de marcada declinación, que no han sufrido la pérdida de sus bases a consecuencia del relieve, mantienen cierta fertilidad, en la medida que no se eliminen sus capas como resultado del escurrimiento. Esta situación ecológica inestable exige una administración adecuada de los recursos territoriales; hecho difícil de mantener.
Por el lado de las condiciones económico sociales el desafió de la territorialidad yungueña se ahonda. Los límites espaciales de las parcelas derivan en el fraccionamiento múltiple de las administraciones campesinas en torno a los recursos. Situación que dificulta mucho las posibilidades de mantener una estabilidad ecológica en el geosistema. La presencia del mercado como espacio determinador de la demanda, como espacio productor de un consumo desligado de las exigencias territoriales, condiciona la distribución de los cultivos. Estos cultivos responden más a la administración del precio en función del mercado que a la administración ecológica de los recursos. En otras palabras el mercado rompe el equilibrio territorial. En consecuencia, una política económica basada en las demandas del mercado atenta contra una apropiación adecuada de los recursos territoriales. Implica entonces una política económica de empobrecimiento de los suelos que paradójicamente se le ha dado el nombre de “desarrollo alternativo”.
Esta política económica de “desarrollo alternativo” ha llegado al extremo de proponer la sustitución y erradicación del cultivo de la hoja de coca, producto agrícola que forma parte de un ecosistema, se trata de uno de los pocos productos que favorecen el enriquecimiento de los suelos.
La economía campesina yungueña se ha convertido en un núcleo mediador que articula las exigencias de por lo menos tres mundanidades condicionantes: la circunmundanidad del mercado, el mundo de las condicionantes ecológico-territoriales y el sustrato histórico de las formas de consumo y de circuito devenidas del ordenamiento de las relaciones de reciprocidad. En este sentido, se ha establecido una estructura de articulaciones histórico-sociales entre estas mundanidades. La tierra, la cultura y el mercado forman parte de las dimensiones históricas constitutivas de las formaciones campesinas. En estas formaciones se halla una singular articulación de la tierra a la memoria cultural, así como al mercado. Esta precisa articulación se llama coca. El eje de esta economía se sitúa en el cultivo, la distribución, la reciprocidad, el consumo de este producto.
En la época de las haciendas, cuando se incorporaron productos foráneos a la región, como es el caso del café, este anexamiento se realizó en base a la economía de la coca. Antes, en tiempo de los ayllus, los recorridos de la coca diseñaban un circuito de alianzas político-territoriales. Ahora, período de agotamiento de la revolución de 1952 y de la Reforma Agraria de 1953, el comercio de los productos se asienta en el cultivo y circuito de la hoja de coca. Por lo tanto, excluir este eje articulador, que es la producción y el consumo de la hoja de coca, equivale a destruir las economías campesinas yungueñas, basadas en esta red de conexiones territoriales, económicas, culturales y sociales.
Distribución de espacios y productos en la economía campesina |
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yungueña |
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Espacio histórico de Yungas, 1990 |
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Productos |
Hectáreas |
Producción |
Relación entre |
Coca |
5.329 |
96.992 |
1,0 |
Café |
10.707 |
179.875 |
1,8 |
Cítricos |
4.663 |
559.560 |
5,8 |
Plátano, banano |
4.725 |
727.650 |
7,5 |
Otros productos |
841 |
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Fuente: Diagnóstico Investigación de la Región Yungueña. QHANA
Capítulo III
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Reciprocidad y mercado en los recorridos de la coca
I. PRODUCCIÓN Y CIRCULARIDAD EN EL ITINERARIO DE LA COCA
Sabemos que la producción y la circulación conforman desplazamientos comprometidos del llamado movimiento económico. También sabemos que las formaciones económicas son concreciones históricas, que condicionan las prácticas y las organizaciones de los sujetos sociales. En el período del capitalismo tardío, del capitalismo de organización (monopolio), la producción y la circulación adquieren sofisticadas formas de realización. La competencia tecnológica acorta apresuradamente el ciclo productivo y el ciclo de circulación, el ciclo de cambio tecnológico; sobre todo por razones de concurrencia y no por “agotamiento” del medio tecnológico. Pero, no todos los espacios sociales de las formaciones nacionales están afectados por semejante concurrencia monopólica. Es más, existen espacios de las formaciones económico sociales que no están incorporadas a la estrategia del mercado o, en su caso, que se encuentran parcialmente integradas. De estos espaciamientos sociales los de significativa importancia son los espacios de “economía campesina”, los cuales desafían al conocimiento debido a su presencia abigarrada.
1. Las formaciones campesinas
Llamemos formaciones campesinas a estas formaciones abigarradas, a estos espacios de entrelazamiento social entre estrategias económicas diversas, a esta persistencia en el tiempo capitalista de temporalidades no capitalistas. Las formaciones campesinas son conglomerados rurales de resistencia a la gravitación del mercado. El habitante y el sujeto de estos espacios es el agrupamiento campesino (la familia, las filiaciones consanguíneas, las relaciones de reciprocidad, los ayllus, los grupos culturales, los sindicatos). Una formación campesina es un sujeto social de dispersa presencia, pero de concentrada memoria histórica; sujeto económico de eclécticas alternativas; sujeto cultural del eterno retorno.
¿Desde qué perspectiva leer las economías campesinas? En todo caso su dispersión excede a la sugerencia de los modelos. Estos antelados esquemas recortan la visión, delimitan estrechos recorridos, básicamente seleccionados en función de las hipótesis. La racionalidad de la modernidad se repite en estos modelos hasta el cansancio, llegando a verificaciones y a verdades experimentales que se enquistan en homogeneidades dudosas. El esquema demarca dos mundos: el de la empresa y el de la supervivencia. Uno se basa en el “conjunto” de rentabilidad, el otro queda al margen de la rentabilidad. Este dualismo supone, implícitamente, la linealidad “histórica” de lo anterior y lo posterior, de lo pre y de lo post.
La lectura de la realidad se simplifica a través de este método dualista: lo homogéneo y lo distinto se contraponen. Esta dualización es, en realidad, una constante obsesión por demarcar. En otros tiempos se demarcaba la distancia entre lo racional y lo irracional, ente lo rentable y lo no rentable, entre lo empresarial y la supervivencia; ahora se usan otros términos, que expresan la dualidad a la que empuja la vigencia del capitalismo tardío.
La simplificación del esquematismo tiene su métrica, conmensura el espacio social a partir de la medida de la proposición.
Es a partir de esta medida que se pretende dar respuesta a problemas de caracterización de la formación social. ¿Bolivia es un país agrario? ¿Es un país capitalista atrasado? ¿Responde todavía a la caracterización de una formación social andina? Preguntas irreductibles a indicadores analíticos. Preguntas que exigen respuestas que deben ser construidas a partir de amarres indicativos, de señales alternativas, de articulaciones conceptuales. Es indispensable utilizar cantidades en la interpretación pero las cantidades deben expandirse, intensificarse, densificarse, de acuerdo a los campos configurantes de realidades complejas. La realidad no debe someterse a cantidades simplificadas. La cantidad utilizada requiere ser móvil.
La historia andina cruza longitudinalmente a las existencias del presente. La dispersión de la propiedad parcelaria en el territorio está amarrada a pervivencias “superestructurales” comunales andinas y, de este modo, al pasado del ayllu. Las formas de distribución de productos en la dirección de la reciprocidad texturan otro espacio de intercambio no mercantil, el relativo a las ferias. Las formas de apoyo de trabajo colectivo transitorio proponen inserciones colectivistas en las determinaciones “estructurales”. La existencia de escasas comunidades, asentadas sobre propiedades comunales de la tierra, sugiere la esporádica presencia de un porvenir anclado en la memoria del Pachacuti.
¿Esta multilateralidad histórica confirma acaso la estrategia de sobrevivencia como objeto de existencia del sector agropecuario? ¿Por qué reducir la explicación de un conjunto de existencias al fenómeno de su expresión aparente? Sin embargo, el discurso ideológico puede reducir las existencias históricas a la presencia tranquila de un estancado presente de sometimiento.
Para Jürgen Golte y Marisol de La Cadena “las comunidades andinas se nos presentan como conjuntos dinámicos que permiten la reproducción de sus partes, esto es: unidades domésticas, familias extensas, ayllus, barrios, etc. Estos conjuntos no están aislados, sino que se insertan en las economías regionales y están vinculadas tanto al mercado nacional como al mercado mundial. Estos mercados tienen características históricas específicas, de las cuales quizá la más importante es su potencialidad generalizadora, debida fundamentalmente a la forma en que los valores son asignados a cada uno de los factores del proceso productivo, que son entendidos como universalmente intercambiables, es decir como mercancías”. Dentro de una economía capitalista lo que se intercambia son equivalentes del mercado; en cambio, las comunidades andinas se conectan por un conjunto de redes y enlaces de reciprocidad, aunque tengan como entorno al mercado. El contendido semántico de los productos de distribución no es generalizable; está más bien acotado al perímetro de correspondencia social. Sin embargo, las formaciones campesinas, asociadas a las comunidades andinas, están interceptadas por las redes del mercado. Esta situación también puede entenderse desde otra perspectiva: como la inserción de las formaciones andinas en el mercado.
A la pregunta de ¿por qué la “economía comunal” no entra en “bancarrota” cuando sus “costos de producción” y sus “costos de reproducción” superan al “valor” de los productos?, Jürgen Golte y Marisol de La Cadena contestan: “La clave para entender este fenómeno es que la comunidad participa solamente de manera parcial en el mercado general.
Una buena parte de lo que serían costos, dentro de un proceso de producción capitalista no entran al proceso productivo como costos, sino que sometiendo a la economía comunal al análisis de los costos de una economía capitalista, aparecen como factores gratuitos”. ¿Es intraducible la estrategia de reproducción comunal a la estrategia de reproducción de Capital? Esta “gratuidad” no es más que un vació en la significación capitalista. La familia que entrega productos a otra familia no exige a cambio la reposición de los “costos” más una ganancia, sino el compromiso de la otra familia de devolver el atributo del que ha sido objeto o, en su caso, el trueque de productos. El intercambio se rige por la distribución de objetos de “necesidad” y no por la distribución de objetos de valor. Sobre una región se intercambia lo que falta en la misma por lo que sobra en otra región. La materialidad de este intercambio capitalista se circunscribe en la economía; entendiendo a ésta por el espacio de realización del trabajo abstracto y por el conocimiento de las regulaciones de este espacio.
El amarre de estrategias de reproducción social diferente, como en el caso del entrelazamiento de recorridos de la “economía” comunal con recorridos de la economía capitalista, produce la recomposición de las estrategias, pero también da lugar a la aparición de nuevas formas de reproducción social. Los llamados Qamiris son conformaciones sociales de estos amarres de estrategias de reciprocidad de las formaciones comunales; son receptores de riqueza, de bienes, que derivan de compromisos, son depositarios de atributos que no devuelven a los destinatarios. La “gratuidad” es transformada por ello en “ganancia”. Se sirven del entrecruzamiento de estrategias “económicas”, se convierten en traductores inapropiados de un conjunto de simbologías colectivas al lenguaje de la economía mercantil. Los Qamiris habitan dos o más mundos; más bien, habitan la intersección de los mundos. Estos nuevos ricos son los intermediarios del mercado; pero, a la vez, consolidan una base social “autóctona” en el proceso de aburguesamiento.
Las “economías” campesinas insertas al mercado capitalista forman parte de otro espacio de distribución de productos, espacio excedentario al del mercado de valores de cambio, espacio de distribución vinculado al consumo cultural de los bienes.
El mercado es cruzado por los recorridos de la distribución comunal de bienes. En este sentido la presencia del mercado puede ser usada para conservar la estrategia de reproducción comunal. Por otra parte, los mismos núcleos de intersección con el mercado desvían las direcciones de reciprocidad y de compromiso comunal, transformando la circulación de los símbolos culturales en signos económicos. De este modo se interrumpe el movimiento de reciprocidad, generando, en vez de redistribución, de “restitución”, de devolución, la retención de riqueza, el atesoramiento de bienes.
2. Tesis sobre las relaciones de “reciprocidad” campesina
La circulación de productos, trabajo, “especies”, “herramientas”, en el ámbito del compromiso social y de la “reciprocidad” directa o diferida, está ligada fundamentalmente a la esfera del consumo; no así a la esfera del intercambio. Se trata de productos, trabajo, “especies”, medios, destinados al consumo tanto productivo como improductivo. No hay pues un mercado. Las regulaciones de los ciclos del consumo derivan de redes culturales. En todo caso se trataría de un intercambio cultural y no comercial.
Los objetos de circulación de “reciprocidades”, que pueden ser bienes, trabajo, medios, constituyen símbolos en el contexto de representaciones colectivas analógicas; contexto de semejanzas, de conexiones entre naturaleza y sociedad, de enlaces intersubjetivos, de agrupaciones transubjetivas, como también de alegorías míticas. El objeto de “reciprocidades” es un conector de representaciones colectivas. En este sentido es un lugar de densidades sociales, de concentraciones de juegos de poder.
Los recorridos de las circulaciones de consumo y de “reciprocidad”, así como de dispersión de representaciones colectivas, devienen de desplazamientos en un diagrama de fuerzas.
Las estrategias de poder, las estrategias de resistencia, configuran una topología, un conjunto de espaciamientos, una apertura de dimensionalidades sociales, que condicionan y sobredeterminan las estructuras de poder conformadas. El objeto de “reciprocidades” entonces está direccionalizado por un diagrama de fuerzas históricamente constituido.
El objeto de “reciprocidades” es realización del saber colectivo. La seriación de los objetos, su clasificación, son composiciones derivadas de formaciones enunciativas, así como son localizaciones, centramientos, determinados a partir de horizontes de visibilidad. Los estratos del saber comunal acumulan una arqueología que excede el perímetro del racionalismo clásico. Por eso el objeto cultural es incomprensible ante la lógica formal.
Las circulaciones de consumo, las redes de compromisos comunales, los recorridos de las “reciprocidades” suponen la organización de una producción comunal. La producción asociada, la cooperación del trabajo, son ritmos de procesos de trabajo colectivo, que requieren, a su vez, de regulaciones institucionales, encargadas de administrar la totalidad de las tareas de competencia social. La objetivación de la producción comunal, su resultado y el producto del trabajo colectivo comprometen la participación integrada de las fuerzas de producción. Por eso la pertenencia del producto es también participativa; están comprometidos en la posesión del objeto-símbolo las familias, los grupos consanguíneos, los núcleos de poder, así como los movimientos de resistencia.
3. Topología del objeto de consumo
Jean Baudrillard dice acerca del objeto que éste como “objeto” de la experiencia “inmediata”, como “objeto” determinado, “empírico”, en su contingencia de forma, de color, de materia, de función y de discurso, o, si es cultural, en su finalidad estética, tal objeto es un mito”. Para el autor de la Crítica de la Economía Política del Signo “el objeto no es nada”. No es otra cosa que la convergencia de un haz de relaciones que lo inventa.
El objeto aparece como el orden oculto de las significaciones. ¿Cuál es el haz de relaciones que convergen en el bien comunal? ¿Cuál es el orden oculto de las significaciones del abigarrado mundo campesino?
En tanto formación económica no capitalista, en tanto forma comunal de producción, la propiedad común de la tierra, la función cooperada del trabajo, la organización cíclica de los ritmos agrarios, la distribución de “reciprocidades” en torno al producto, la orientación productiva de la red hidráulica, sobredeterminan un conjunto de relaciones sociales que contextualizan al bien de consumo. Este bien no escapa a su simbolización y a su significación, a su lectura social; no escapa a su convergencia ideacional, a su “régimen” de “fetichización”. ¿Qué es el producto como haz de representaciones para la comunidad? En las culturas los “objetos” aparecen como metamorfosis de fuerzas, también son portadoras de estas fuerzas. ¿Pero, qué es lo que condiciona esta “magia” de los “objetos”? ¿Qué es lo que permite la escritura de sus marcas, la artesanía de su enunciación material? Podemos hablar del “objeto” de consumo como producente de consumo. A partir de la autonomía lograda como artesanía, como trabajo-ritualizado, el producto es “objeto” deseado. Ahora bien, el “estilo” de las prácticas de consumo, las instancias institucionales de estas prácticas, concretas formas de consumo, son formas dependientes de las formaciones territoriales, de las acumulaciones históricas comunales, de los recortes regionales.
En cuanto consideramos la mundanidad campesina, esta se constituye a través de codeterminaciones de economías diferentes. Habría que definir allí los conjuntos de conexidades de diferencias; es decir, los lugares de encuentros de estrategias reproductivas diferentes. “La continuidad de la existencia de la esfera no mercantil no ocurre por su resistencia innata, sino porque el mercado no logra sustituir el sistema sobre el que descansa la red de transacciones no mercantiles, ni plantear un sistema de interacciones alternativo, que ofrezca a los individuos que se comprometen en tales transacciones la posibilidad de la reproducción que existe, en cambio, en el hecho de basar parte de ella en un espacio no mercantil. Al no presentarse como sistema alternativo, el mercado avanza sobre individuos que no están aislados entre sí, sino que pertenecen a un sistema previo que los organiza, por lo tanto, la decisión aparentemente individual, que señalara la frontera entre ambas esferas, se actualiza en un sistema codeterminado, cuyas necesidades de reproducción están en parte determinadas por una lógica no mercantil. Pero, dada la doble determinación, el punto de conversión de una esfera a otra, será escogido de acuerdo a los valores del mercado general, según como sea éste accesible al campesino”.
En estas condiciones de codeterminación no es posible referirse a un “orden oculto de significaciones”, sino las referencias que se abren a heterogéneos órdenes simultáneos que se entretejen. Aquí radica la dificultad de desciframientos de los productos campesinos. La densidad de sus economías, su codeterminación, las diferencias de sus formas de consumo, saturan, por así decirlo, de significaciones contradictorias al “objeto de consumo”.
Hay una suerte de trocamiento doble en el consumo campesino, Mercancías cuya “finalidad” es ser consumidas productivamente en la valorización del capital, terminan siendo consumidas en el ámbito de una reproducción no valorizable, de una reproducción de consumo dinamizada por el recorrido de “reciprocidad”. De manera inversa ocurre que productos cuya dirección habitual de consumo es el ámbito de reciprocidades, terminen siendo consumidas como mercancías (equivalentes), o como productos intervinientes en el proceso de valorización.
Jean Baudrillard propone una conjunción de dimensionalidades sociales centradas en el movimiento del producto:
“La génesis ideológica de las necesidades” postulaba cuatro lógicas diferentes del valor:
- Lógica funcional del valor de uso
- Lógica económica del valor de cambio
- Lógica diferencial del valor/signo
- Lógica del intercambio simbólico
Las cuales tenían como principios respectivos: la utilidad, la equivalencia, la diferencia, la ambivalencia”.
Entre estas “lógicas” se forma un “sistema” dominante, coherentemente articulado, y una exclusión. El “sistema” se establece entre utilidad, equivalencia y diferencia; en tanto que la exclusión de efectúa con la ambivalencia.
Esta congruencia y esta separación puede expresarse mediante la siguiente formulación:
Intercambio de valores de cambio Consumo de valores de uso Configuraciones
______________________=__________________ / __________
Significante Significado Simbólicas
En otras palabras, el intercambio de valores de cambio es al consumo de valores de uso como el significante es al significado; además de que, el valor de cambio sugiere relaciones con el significado. La dualidad “económica” se articula con la dualidad semiológica formando una estructura dominante; pero, también, una estructura de exclusión: las figuraciones simbólicas son reducidas y, alternativamente, excluidas del “sistema”. Para Jean Baudrillard el “intercambio” simbólico es desconstrucción y transgresión de las estructura de valores abstractos, tanto en lo que respecta al espacio de la economía como al espacio de la semiología: “es decir, una sola gran oposición entre todo el campo del valor, -en que se articulan en una misma lógica sistemática el proceso de producción material (la forma/mercancía) y el proceso de la producción de los signos (la forma/signo) – y el campo de no-valor, el intercambio simbólico”.
¿A partir de la anterior exposición es comprensible la reducción del valor de uso campesino al valor de cambio capitalista? ¿Aunque el valor de uso campesino sea resultado de un proceso de trabajo en el marco de relaciones de producción no capitalistas, sea, además, interpretado bajo la percepción del movimiento de distribución de “reciprocidades”, es susceptible su reducción en el perímetro de una percepción mercantil? Es como si el valor de uso pasara de una interpretación a otra, del ámbito de una socializad a otra, sin que se hayan modificado sus condiciones de producción. Pero, si bien se pueden entender este tipo de transferencias de los productos, transferencias mediadas por desplazamientos ideológicos, las mismas ocurren a costa de la exclusión de los conectores culturales. Ocurre como si subsumieran formaciones productivas no capitalistas a campos de significación fetichista-mercantil, gracias a una demarcación de fronteras. Fuera de las cuales queda el excedente de la alegoría simbólica.
¿Qué es el valor de uso? De acuerdo a Baudrillard el valor de uso existe como polo opuesto al valor de cambio. El valor de uso, la utilidad, aparece con la mercancía. “Ahora bien este valor de uso (utilidad), opuestamente a la ilusión antropológica que quiere hacer de él la simple relación de una “necesidad” del hombre con una propiedad útil del objeto, es también una relación social. Así mismo en el valor de cambio el hombre/productor no aparece como creador, sino como fuerza de trabajo, así en el sistema del valor de uso, el hombre “consumidor” no aparece jamás como deseo y goce, sino como fuerza de necesidad social abstracta”. Si tenemos que hablar, en estricto sentido, de mercancía, lo hacemos en la sociedad de mercado por excelencia, en la sociedad capitalista; de la misma manera, podemos hablar de valor de uso en esta sociedad. ¿Qué es el “objeto” de consumo en sociedades no capitalistas? El “objeto” de consumo en sociedades no mercantiles no es valor de uso, es, por el contrario, un valor simbólico. En otros términos Baudrillard plantea historizar también el valor de uso, la utilidad, las necesidades.
No ahondemos todavía en a el problema de la pertinencia del “objeto” de consumo en las sociedades agrarias andinas, quedémonos con este problema en lo que compete al abigarrado mundo campesino, circunscrito en el presente.
Si podemos comprender la simultaneidad de los procesos de valorización y de “fetichización” (ideologización de la utilidad), entonces quizás podamos entrever que el mercado no solamente es el lugar del intercambio de equivalencias, sino también el creador de necesidades. La incorporación de mercancías a las “economías” campesinas no se desarrolla a partir de una necesidad vital, que, debido a una “falla” en la producción autosuficiente, queda insatisfecha. No es una necesidad de complementariedad, de codeterminación, entre economías diferentes, lo que se plantea de principio, sino que esta codeterminación y esta complementariedad se dan porque son creadas (producidas) necesidades abstractas socialmente.
La economía de mercado se articula a la esfera social de un consumo no productivo a través de la producción de carencias de necesidades sociales de mercancías, en zonas todavía no incorporadas al mercado. En otras palabras, primero aparece la necesidad como pre-producto después la mercancía como bien de consumo mercantil.
Desde la perspectiva construida por Baudrillard, el “objeto” de consumo condensa la intersección de un haz de relaciones, constitutivas de la estructuración de las prácticas de cosificación, constituyentes de la producción fetichista de la socialidad. La enajenación es producida por el encuentro de relaciones concomitantes: la formación del valor de cambio, la producción del valor de uso, la conformación de los signos de legitimación. Por lo tanto, las formaciones campesinas se ven sometidas a reducciones simultáneas, a subsunciones alternativas, en la totalidad de su existencia social. Esta reducción de la socialidad campesina se puede llevar a cabo gracias a una exclusión: del excedente cultural es sometido a una suerte de exilio, las configuraciones culturales son expulsadas del ámbito de ordenación cosificante.
Expansiones mercantiles y difusiones de reciprocidades
Símbolo Signo
Consumo cultural l Expansiones mercantiles |
Consumo utilitario
Difusiones de reciprocidades |
Circuito Mercantil |
Ámbito de Reciprocidades |
Formación territorial Producción industrial
Interpretando el gráfico tendríamos que decir que éste expresa esquemáticamente lo que podemos llamar la articulación entre formaciones productivas. Estamos hablando de la articulación entre una formación económica social campesina y el “modo” de producción capitalista. Pero lo que interesa del esquema es la figuración que hace de la relación de tres dimensiones de las formaciones económico sociales: producción, consumo, simbolización o, en su caso (capitalista), significación. Karl Marx distingue cuatro niveles articulados del espaciamiento económico: producción, distribución, cambio y consumo. Estos niveles son constantes objetivos en toda formación económico-social. La forma cómo producen, la forma cómo distribuyen sus productos, la forma cómo cambian, la forma cómo consumen las formaciones sociales determina el modo de ser de estos conglomerados sociales. En otras palabras, la integración concreta entre las formas de producción, distribución, cambio y consumo da lugar a la sobredeterminación de un modo de producción histórico. Sin embargo, lo que queda al margen de esta sobredeterminación es el proceso de la formación representativa. Aunque Karl Marx menciona el fetichismo de la mercancía, éste es poco estudiado, a pesar de ocupar un lugar especial en la relación entre “estructura” y “superestructura”, a pesar de enfocar el fenómeno de legitimación social. Más aún, desde nuestro punto de vista, puede brindarnos la apertura epistemológica hacia procesos de ligazón entre formaciones productivas y formaciones sociales diversas. En lo que respecta a la articulación entre economías campesinas y “modo” de producción capitalista, podemos decir que, la fenomenología del fetichismo se convierte en gravitante en el proceso de subsunción de las economías campesinas al movimiento de la valorización. Desde este punto de vista, incorporaremos la dimensión representativa a lo que llamamos formación económico-social; pues esta dimensión del imaginario social juega un papel estructurador en el ámbito del consumo (productivo o improductivo).
En el gráfico tenemos dos procesos de constitución de dos formaciones sociales (campesina y capitalista). Al interior de uno de ellos, del proceso de constitución de la formación campesina, tenemos como dimensionalidades al orden de producción territorial, al consumo cultural y a la circulación expresiva del símbolo. Al interior del otro proceso de constitución social del “modo” de producción capitalista, se encuentran las siguientes dimensiones formativas: el orden de producción industrial, propio del capitalismo, el consumo utilitario y el circuito significante.
Lo anterior quiere decir que las dimensiones consideradas están compenetradas; es decir, conforman una totalidad orgánica: la producción, además de producir productos, produce la forma de consumo, además de producir relaciones sociales, históricamente sobredeterminadas, produce formas “solidarias” de representación. Ahora bien, en el caso de las formaciones campesinas la producción está ligada a un consumo no capitalista, en el ámbito del circuito de “reciprocidades”. Pero, este ámbito es posible, a su vez, por la presencia y “trascendencia” de las “configuraciones simbólicas y mitológicas”. La producción campesina es pues también producción simbólica. La constancia de esta producción se garantiza por la circulación simbólica y por los recorridos del consumo, en el contexto de las “reciprocidades”.
El “modo” de producción capitalista envuelve también la producción, el consumo y el fenómeno de las representaciones. Sin embargo el “modo” productivo capitalista es históricamente distinto a la formación productiva campesina. El consumo formado en aquel responde pues a las “finalidades” de la producción de capital. Se consume valores de uso sometidos a la reducción de sus equivalencias (valores de cambio). El consumo de valores de uso es directamente valorización, en la medida que es productivo; es decir, es consumo en la producción, en el proceso de valorización. El consumo de valores de uso es “indirectamente” valorización, en la medida que el consumo improductivo crea y recrea las condiciones de realización de la plusvalía (consumo de mercancías). Pero, esta forma de consumo no sería posible sin la presencia de la reducción ideológica. Fenómeno representativo fetichista particular de la sociedad burguesa.
Para que el fetichismo se haya dado, ha sido necesario reducir y excluir la resistencia cultural. Las conexiones simbólicas se rebelan a una reducción de las prácticas sociales a procesos de abstracción. La racionalidad del capital es impugnada por la “escatología” inherente al simbolismo y al mito. Es por eso que la pervivencia simbólica queda excluida de la estructura capitalista, o en su caso, queda como inconsciente social. O más allá, se expresa como subversión de la Praxis.
¿Cómo se efectúa la exclusión de la circulación simbólica? En la articulación entre formaciones sociales se produce una suerte de desviación de direcciones de circulaciones. La reproducción del recorrido del consumo campesino es desviada hacia una interpretación abstracta: la que significa a los productos como mercancías. En este sentido el consumo campesino desaloja, por así decirlo, el ámbito de las “reciprocidades” y se traslada a la esfera de las utilidades.
El producto campesino se signa entonces de la diferencia estatuida por la legitimación capitalista. Esto para cuando los productos “excedentarios” campesinos se incorporan al mercado. Cuando se incorporan mercancías al consumo campesino pueden ocurrir dos fenómenos alternativos: a) el consumo campesino se subsume al proceso de valorización, b) el consumo campesino recorta en el mercado capitalista un espacio para su propia reproducción. En ambos casos la fenomenología de la reproducción es abigarrada. Ocurre como si el capitalismo se “pre-capitalizara” o, en el otro caso, como si surgieran nuevas formas de resistencia o se innovaran.
Lo que nos interesa remarcar es que, esta dinámica de articulación cercena una totalidad productiva-reproductiva, descentrando otra totalidad social. En este proceso se excluye lo que no es susceptible de reducción fetichista, lo que excede a la racionalidad del capital, lo que “recuerda” al deseo insatisfecho.
La destrucción de la “reciprocidad” campesina puede ser “total”, cuando la circularidad de las representaciones transaccionales (simbólicas) se convierte en olvido. Pero, la alteridad también es posible en el profundis del presente: lo transaccional (la crítica epistemológica, la recuperación de la vivencia simbólica) puede transgredir el orden comercial, el ordenamiento de la valorización. Recuperando así la producción como creación, como arte de vivir. Esta recuperación es posible, incluso tratándose de la tecnología de vanguardia.
Un objeto de consumo, así como objeto de circuitos, del mismo modo objeto de cultivo, significativo en esta confluencia de ordenamientos sociales, entre el ordenamiento capitalista y la formación campesina, es la hoja de coca. Producto que es leído como objeto histórico y como objeto social que facilita la articulación de una formación social abigarrada. Referencia e identidad de formaciones campesinas andinas. La coca es entendida como símbolo de consumo en el ámbito de las “reciprocidades” al mismo tiempo, de modo simultáneo, la coca es conocida como “mercancía”, pero el devenir de la coca, sobre todo la disputa en torno a ella, la ha develado como objeto de Poder.
5. La transgresión de las figuraciones simbólicas
Hablando de los Andes Tropicales, John Murra decía que la complementariedad de los espacios determinaba las estrategias de apropiación territorial de las poblaciones precolombinas. “La estrategia espacial de los grupos étnicos o asociaciones pluriétnicas consiste en obtener, por el dominio de tierras situadas en diferentes pisos, la mayor autonomía económica”. Esta combinación de espacios y de distribuciones de producción se asienta en lo que llamamos el ámbito de recorridos de “reciprocidades”.
En los Andes Tropicales se encuentra la región de los Yungas Orientales, donde los lupaka cultivaban la hoja de coca. Los lupaka conformaban una de las consanguineidades más numerosas de la población aymara.
De acuerdo a Oliver Dollfus los lupaka conglomeraban a unas veinte mil “unidades domésticas”; las cuales ocupaban, “a la vez”, las “onduladas punas del oeste del lago Titicaca, explotaban el altiplano a orillas del lago y controlaban los pisos inferiores a ambos lados de los Andes: al Oeste, los oasis de Moquegua, accesibles desde el lago Titicaca en diez o quince días al paso lento de las llamas, y después de haber traspuesto las mesetas volcánicas, a más de 4.500 metros (sobre el nivel del mar), cultivaban maíz, maní, algodón, ají así como la coca que igualmente se produce en los Yungas Orientales”.
La apropiación “vertical” de los suelos compromete tanto las actividades económicas, políticas como culturales de la población. Se trata pues nada menos que de un “modo” de producción que integra espacios complementarios. La apropiación comunal de la tierra, la distribución controlada del agua, el sistema de riego, la organización cooperada del trabajo, la simetría y la asimetría del recorrido de los productos, la compenetración de la mitología y lo político, formaban una conjunción de encuentros conexos. La estratificación social derivada, a pesar del contexto comunal, de la administración de la masa de trabajo, comprometida con la agricultura.
El ayllu es el mundo social fundamental de este “modo de producción andino”. Relaciones sociales y relaciones consanguíneas se hallan indicadas en las estructuras históricas del ayllu. Definido “por un linaje, procedente de un fundador común a veces mítico que se honraba en un lugar sagrado, “huaca”, sede de la o las divinidades que honran y a cuyo alrededor se enterraban los muertos para asegurar, con la protección divina, la continuidad de las generaciones”. El representante venerado del ayllu era el Kuraka, considerando el “descendiente directo del fundador honrado en la huaca”. Sobre el Kuraka caía la responsabilidad de distribuir tierras a las familias; a las cuales les tocaba las áreas llamadas tupus, que eran espacios dimensionados de acuerdo a las posibilidades de trabajo de las familias. También el Kuraka se “encargaba” de organizar los trabajos colectivos, recurriendo al compromiso social de la mita.
Las figuras del Pacha (espacio-tiempo) recorren esta compenetración de espacios, esta confluencia de tiempos.
La Mankha Pacha (espacio-tiempo-interior) es inmanente a la Aca Pacha (espacio-tiempo terrenal). Ambos Pacha son direccionalizados por la Alaj Pacha (espacio-tiempo universal). Este movimiento de los espacios y tiempos no sólo interpreta los amarres sociales texturados por la zona territorial consanguínea del ayllu, sino que conecta los circuitos sociales de las reciprocidades con la metamorfosis de los arquetipos expresivos: el arquetipo antropomórfico, el arquetipo zoológico, el arquetipo cosmológico.
Las expresiones simbólicas transgreden la aparente positividad de los objetos, traspasan, desgarrando el velo del orden imaginario de las representaciones. Lo simbólico y lo mitológico habitan el afuera del pensamiento, penetran adentro, semantizando la intimidad de los sujetos. No pueden conocerse las formaciones sociales “andinas” sin mirar desde las figuraciones simbólicas. Estas expresiones culturales son recursos indudables en el acto del conocimiento de las sociedades “nativas”, así como de las sociedades abigarradas.
6. Apropiación transversal del espacio
La condición geográfica de los Andes Tropicales, como de los Andes Centrales, fue enfrentada por los grupos étnicos, por las redes de relaciones sociales asociadas, de manera transversal. Aprovechando la diferencia de los pisos ecológicos se logró formar un “archipiélago” agrícola, dando lugar a una diversidad productiva, así como a la diversificación del consumo. Oliver Dollfus dice que: “la complementariedad en los recursos era, como bien lo ha señalado John V. Murra (1975), uno de los principales objetivos de la estrategia espacial de los señoríos de los Andes Tropicales. La estrategia espacial de los grupos étnicos o asociaciones pluriétnicas consiste en obtener, por el dominio de tierras situadas en diferentes pisos, la mayor autonomía económica. El sistema se basa, a la vez, en la complementariedad y redistribución de la producción, teniendo como base la “reciprocidad”. La administración de este “archipiélago” agrícola supone la organización de una economía cíclica, distribuidora de tareas colectivas estacionales, de acuerdo a un calendario agrario apropiado. Por otra parte, la apropiación transversal de los suelos exige, de la población de los ayllus, movimientos migratorios “temporales”.
El control sobre la distribución de los productos connota prácticas de conversación de los mismos, depósitos de almacenamiento y medios de transporte.
Un ayllu “distribuido” en los distintos pisos ecológicos, o una alianza de ayllus “distribuida” transversalmente en el espacio, sugiere la configuración de un “archipiélago” agrario. No se trata tanto del intercambio de productos como de la circularidad de la población. No es el mercado sino la apropiación transversal del espacio lo que cuenta. El ayllu o el conjunto de ayllus en alianza ocupan, en el tiempo los diferentes pisos ecológicos del “archipiélago” agrario: el piso puna, el piso templado, la región húmeda, el desierto. El ayllu ligado al lugar sagrado (Huaca), también el ayllu en el contexto de ayllus que conforman la marca (estructura solidaria de ayllus), establece alianza con otros ayllus, ocupantes de otros espacios en la transversalidad andina. O el mismo ayllu, o marca, desarrolla consigo misma una relación en movimiento: migra a otros espacios que ocupa en la transversalidad andina. El “amarre” social se da entonces entre pastores de llamas y cultivadores de papa y quinua con agricultores de maíz, de fríjol y de tubérculos, como también con agricultores de coca, achiote, algodón y yuca, así como con agricultores de ají y calabaza. La rotación de tierras como la circulación de la población configura el consumo de los productos por medio de la administración transversal, no así la de un consumo que obtiene los productos del mercado a través de la circulación de estos últimos. Si los productos se mueven no es porque persiguen satisfacer una utilidad, sino que “permanecen” en una estructura administrativa en movimiento. En otras palabras, es la apropiación transversal del suelo andino, es la administración del “archipiélago” lo que circula. Los productos forman parte de este movimiento macro social de las relaciones de compromiso comunario.
La coca juega, en este “amarre” de regiones diversas, un papel mitológico, así como, simultáneamente, hace de “objeto” de consumo, en el ámbito de “reciprocidades” y complementariedades. La coca, medio ritual, vinculación sagrada con la Pacha (espacio-tiempo), sintetiza, en sus recorridos, el conjunto de recorridos de los productos. Simboliza a la Pachamama en su eterno retorno. Deviene del espacio-tiempo terrenal, pero se conecta con el Alaj Pacha, con el espacio-tiempo celestial. De la misma manera la coca está ligada al consumo ritual, a la festividad. Más tarde, en la colonia, formará parte del consumo de la mita minera.
La coca puede ser entendida a partir del ámbito de “reciprocidades” y del diagrama de las estrategias de transversalidad espacial. Es, al interior de estas estructuras, que la coca, como producto del trabajo colectivizado, como objeto de consumo participativo, como símbolo del ritual que conecta a la sociedad andina con el cosmos y la pachamama, como medio medicinal de los kollawayas, como elemento de la “magia” de lo yatiris, se “permuta”, por así decirlo, con el conjunto de productos andinos. El traslado de la hoja de coca al altiplano, a las cuencas, al desierto, a la costa, da lugar a una “permutación” de los productos regionales.
Lo mismo ocurre con el traslado de cualquier otro producto agrícola andino. Lo que debe quedar en claro es que dentro de las estrategias de complementariedad no ocurre exactamente un mercadeo de productos, una circulación mercantil de objetos de consumo, sino una ocupación de vacíos en los consumos regionales. La complementariedad espacial se resuelve como complementariedad del consumo. Ahora bien, la coca, en las periodizaciones precolombinas, era, en todo caso, de consumo restringido. Si se quiere de consumo “elitista”. La masificación del consumo de la hoja de coca, en forma de acullicu, ocurre durante la Colonia y después de la Independencia.
Viendo esquemáticamente podríamos decir que el traslado de la coca, como de cualquier otro producto-objeto-de-consumo, buscaba, dentro del ámbito de reciprocidades, la organización del consumo mediante la complementación de regiones. Lo sugerente en esta complementación es la movilización de los ayllus, los cuales establecían alianzas y redes de compromiso. Lo que caracteriza entonces al consumo andino precolonial no es el movimiento de los objetos, sino el movimiento de las propias relaciones sociales. En otros términos, las relaciones sociales andinas manifestaban relaciones alternativas; sobre todo tratándose de los dominios del ayllu, cuando pasando del ayllu a la marca, de la marca al suyo, se hacen visibles las estructuras de poder, que connotan asimetrías sociales. Lo importante empero es entrever la siguiente evidencia: la complementariedad y el contexto de “reciprocidades” condicionaban la alternatividad de los mandos y las direcciones.
7. Ruptura del “archipiélago” andino y privatización del espacio
El control transversal de los suelos implicaba también el desarrollo de una agricultura extensiva. La extensión era tanto territorial como poblacional. Una de las razones de la disminución de la población autóctona andina es la pérdida del “control vertical” de los espacios. Control regulado por las formas de apropiación colectivas de la tierra. Otra de las razones de la disminución demográfica andina es pues la privatización de la tenencia territorial. “Los españoles llegaban impregnados por el espíritu de una larga guerra de reconquista recientemente terminada, sabiendo cómo organizar tierras de conquista y disponer de las poblaciones vencidas, en un momento en el que se conjugaba el ideal medieval de las cruzadas, realizado violentamente, donde los vínculos entre los hombres constituían una base sólida, en un momento que se establecía un aparato estatal centralizado, con una burocracia donde el informe y el texto escrito resultaban los instrumentos de base del trabajo administrativo y del poder”.
De acuerdo a la información indirecta, que se obtiene a través de los censos coloniales, se puede conmensurar “aproximadamente” la baja demográfica sufrida por las poblaciones andinas, después de la Conquista. “La población merma, sobre todo en los llanos y regiones bajas. Ciertos valles de la costa pierden hasta 1/10 de sus habitantes poco después de la conquista. En la sierra, las bajas son desiguales, siendo su promedio de uno a dos tercios. Esta disminución guarda relación con los disturbios, masacres y suicidios vinculados a situaciones desesperadas, obligaciones de transporte de cargas y especialmente al desarrollo de complejos patógenos que provocan una serie de epidemias”.
El decrecimiento de la población derivó en la “escasez” demográfica, de manera tan drástica que incluso atentó contra la organización de la economía colonial. El recurso a la mita en usufructo español, en beneficio de relaciones privatistas de producción, muchas veces no fue suficiente para cubrir las necesidades de “mano de obra”. La repercusión del despoblamiento obligó a las administraciones virreinales a apresurar una reorganización de las concentraciones poblacionales.
La centralización administrativa en las ciudades determinó, a su vez, el centramiento de conjuntos poblacionales de permanente densidad demográfica.
El ordenamiento de la ocupación territorial en torno a urbes administrativas se inició durante la segunda mitad del Siglo XVI. Pero, fue después de las “Ordenanzas” de Toledo (1575) cuando la “urbanización” colonial se convirtió en política de población. “En los Andes Tropicales, las reducciones se proponían agrupar a los ayllus dispersos en un centro ordenado, siguiendo un plan urbanístico, alrededor de una plaza en la que se construía una iglesia”. Esta política de desterritorialización quebrada, claro está, la transversalidad andina. Con este quiebre el ámbito de “reciprocidades” fue afectado en su sistematicidad; desde entonces no se puede hablar de ella, como totalidad. Sin embargo, la administración colonial resulta siendo ecléctica en otros aspectos: la utilización de la mita en trabajos forzados, el asentamiento del régimen tributario virreinal sobre el sistema de tributo incaico. “A la vez que se dio un nuevo uso a la mita, se estableció una nueva forma de imponer el tributo, calculado en moneda o en producto”. Los mismos caciques, curacas, jilakatas, llegaron a ser mediadores entre los ayllus y la administración colonial.
Pero, el “eclecticismo” colonial, las limitaciones mismas de la ocupación territorial, así como las limitaciones administrativas, no lograron abolir plenamente los lazos de “reciprocidad” y de compromiso entre ayllus. La monetarización del intercambio, la monetarización del tributo, no hizo desaparecer los espacios de realización del trueque, tampoco las alianzas basadas en la complementariedad del consumo.
8. La economía de la hacienda
Se repartió primero las tierras donde se cultivaba para el sol (Inca); luego las propias encomiendas se transformaron en haciendas. Las poblaciones aborígenes concentradas (reducidas) se encomendaron a los encargados de evangelizarlas, de organizar su trabajo, de recoger el tributo para la corona, de mediar entre los caciques comunales y las autoridades virreinales.
La transformación de la encomienda en hacienda connotaba no solamente la extensión de tierras privadas a costa de tierras comunales, sino también la conversión del derecho sobre los hombres que tenía la encomiendan en derechos sobre tierras que asume la hacienda. En este sentido los ayllus eran empujados hacia los espacios más apartados, también hacia los confines de las peores tierras. Por otra parte se producía un rodeo “sistemático” de las tierras comunales.
Las fronteras entre ayllus y haciendas eran lugares de recaudación, así como lugares de absorción de “mano de obra”, a través de la utilización de la mita. En algunas regiones incluso los ayllus desaparecieron: las regiones de mayor movilidad de productos se convirtieron en zonas de propiedad hacendada. Para el caso de la región de Nor Yungas, en lo que ahora es el cantón Coripata no quedó propiedad comunal para el año 1786; sólo Milluwaya era “ayllu”, y en aquel período pertenecía a Yanacachi. “En cambio en lo que ahora es Sud Yungas había 31 ayllus”.
La hoja “Sagrada” de los incas se convirtió en “alimento” de los mitayos. Los españoles encontraron en la coca un medio de consumo productivo: lograba paliar el hambre y postergar el cansancio de los trabajadores de la mina. Entre haciendas y propiedades mineras desarrolló un comercio dinámico. No sólo se masificó el consumo de la hoja sino que se ampliaron los cultivos. Las haciendas incorporaron rápidamente a la región de los Yungas al circuito monetario colonial. La hoja de coca, de símbolo cultural fue reducida a objeto de circulación, en lo que podemos llamar la forma de apropiación del excedente por medio de la tributación y la encomienda. Este “sistema” económico mestizo, puesto que combinaba formas “feudales” de propiedad con medios de tributación y de trabajo “autóctonos”, aunque desviado de su finalidad terminó anexando los territorios conquistados a las necesidades ultramarinas.
Extraña formación económica la virreinal que combinaba la extracción de plata con el acullicu de los mitayos; la producción de la hoja de coca en las haciendas yungueñas con el comercio ultramarino. El consumo de coca aumentó marcadamente durante la colonial. Según Willam E. Carter y Mauricio Mamani es “probable” que el consumo se haya “triplicado” en los primeros años de la ocupación española de los Charcas. ¿Cuál es la razón de este incremento? ¿Qué ubicación adquiere la hoja de coca en el contexto de las relaciones coloniales después del quiebre del “archipiélago” andino?
Es sugerente la ampliación de los cultivos y de la cosecha de la hoja de coca bajo administración de las haciendas. Los acullicadores más significativos de la colonia serán los mitayos; trabajadores obligados de las minas debido a la utilización colonial del compromiso social de la mita. La mit’a permitía, en los períodos precolombinos, la movilización de población trabajadora para las labores colectivas, labores que no solamente tenían que ver con el trabajo agrario en las tierras del sol, sino también con la prolongación y mantención del sistema de irrigación hidráulica, como con otras acciones de cooperación cuyo objetivo repercutía en el ámbito de la complementariedad andina. El compromiso de los ayllus en relación a la mit’a, de garantizar cíclicamente un conjunto poblacional joven para los trabajos colectivos se daba lugar sin afectar los requerimientos de las comunidades. Se daba lugar teniendo en cuenta la estrategia económica de la complementariedad de espacios diversos. Se desarrollaba entonces bajo consideraciones temporales cíclicas. Nada de esto ocurre en la colonia: al romper con la administración transversal de los territorios comprometidos se quiebra la razón complementaria de los ayllus. Al contrario se agota a los ayllus por el régimen de tributación colonial, asimismo se deshabita sus territorios, ahora acotados, sin considerar el equilibrio con sus necesidades productivas. Ocurre pues un desajuste de los ayllus bajo la exigencia del cumplimiento de la mita, descontextuada de su propio diagrama de “reciprocidades”. El objetivo de esta mita era la exacción de la población autóctona, la formación de un plusproducto colonial cuya apropiación era exclusividad de los conquistadores, de la corona y de la Iglesia. La población andina terminaba siendo no otra cosa que el costo demográfico de la producción y la administración colonial.
Heiz Dieterich dice sobre la encomienda que “la institución de la encomienda indiana nace como resultado de una prolongada lucha por la apropiación y explotación de la mano de obra india entre los conquistadores, colonizadores y la monarquía española, secundada ésta por la Iglesia Católica. Después de varios intentos frustrados de la corona por imponer también en este terreno su soberanía frente a los conquistadores, los grupos conflictivos de poder llegan, hacia mediados del Siglo XVI, a un compromiso que se mantiene vigente hasta la derogación formal (jurídica) de la institución”. La encomienda es la institución de la obligatoriedad de pagar un tributo a la corona por parte de la población masculina adulta autóctona, una vez que ésta los declara “vasallos del Rey de Castilla”. El tributo podía pagarse tanto en forma monetaria como en especies.
“Ahora bien, la forma más simple y retribuir a un conquistador consistía en entregarle la suma de esa contribución; es decir, de encomendar un grupo de indios, cuyo número podía variar entre seis y varios miles… El encomendero cobraba entonces para sí el tributo en forma de dinero, productos (alimentos, tejidos, etc.) o trabajo (labranza, etc.); en compensación debía proteger a los indios y enseñarles la fe católica”. La encomienda y la mita colonial fueron, de las relaciones sociales de explotación derivadas de la conquista, las más significativas económica y políticamente. En cuanto respecta a la formación histórica del excedente durante los períodos de hispanización del continente americano. “Fue Don Francisco de Toledo, Virrey del Perú, quién creó en el año 1574-1575 una nueva institución destinada al reclutamiento forzado de la mano de obra india, la “mita”, que en lo sucesivo se extendió por todo el territorio colonial hispanoamericano adquiriendo suma importancia económica. El motivo para la instalación de este nuevo sistema de trabajo había sido la demanda de los mineros de Potosí quienes exigieron que la corona les pusiera a disposición la suficiente mano de obra indígena para la explotación de las minas argentíferas del “Cerro Rico”; exigencia que las autoridades reales no podían rechazar dada la trascendencia importancia que tenía la producción minera de Potosí para toda la economía colonial y ante una situación en la que el capital necesario para la explotación de las minas “era idéntico con la capacidad de disponer sobre mano de obra indígena”.
Es indispensable vincular la explotación minera de la plata y el oro con la llamada acumulación originaria de capital; más bien con lo que podemos entender por atesoramiento monetario, previo a la acumulación. La demanda de la “substancia” del equivalente general fue creciendo aceleradamente del siglo XVI al siglo XVII.
El intercambio comercial, la compra y la venta de mercancías, el pago, las transacciones, la métrica del patrón oro o del patrón plata, requerían de una abundante masa metálica de circulante, de una creciente representación “substantiva” del mundo mercantil y del mundo de la valorización. En estas condiciones del mercado internacional, en el continente descubierto por el Viejo Mundo no se contaba con una masa demográfica proletaria, con una población de fuerza de trabajo “libre”; pero, como sobrecompensando esta ausencia, se tenía a “mano” la población de encomendados por la Corona a los conquistadores. Población aborigen, conectada a la tierra de sus antepasados, relacionada a formas productivas no capitalistas. Los ayllus, bajo la prestación de la mita colonial, fueron sometidos, de acuerdo a Dieterich, a una “efectiva” esclavitud.
William E. Carter y Mauricio Mamani P. dicen que “la hoja de coca ha sido objeto de controversias desde finales del siglo XV, cuando los españoles observaron por primera vez a los isleños del Caribe masticando aquellas hojas de una planta parecida al zumaque. Era una práctica muy extendida entre los nativos de América del Sur y Central antes de la intrusión europea en este hemisferio”. Se supone que la coca es oriunda del Amazonas, región donde se encuentran variedades silvestres del arbusto. De acuerdo al estudio de restos arqueológicos, se infiere que el conocimiento de la existencia de la hoja de coca, por parte de las poblaciones andinas, data de por lo menos de 3.500 años. En Tiahuanacu se hallaron cerámicas y artesanías de oro que figuran a hombres acullicadores. Este hallazgo sugiere que el cultivo de coca en los Andes y el consumo ritual de la hoja por sus pobladores puede “remontarse” a un milenio anterior a la conformación del “imperio” “incaico”.
El problema, sin embargo, es conmensurar y situar tanto el cultivo como el consumo de la hoja de coca en el contexto de la colonia. El cultivo de la hoja se sitúa, después de la conquista, bajo administración de las haciendas; es decir, dentro de formas de propiedad privadas coloniales. Por otra parte, el consumo de desritualiza, incorporándose el acullicu en la esfera de la utilidad. Deja de ser parte de la mitología para ser un insumo “indispensable” en la economía de la mita colonial.
Como la explotación minera se dirige al comercio ultramarino, así también el acullicu forma parte de una forma de producción ecléctica que encomienda su substancia metálica a la acumulación originaria de capital. Esta nueva ubicación de la producción de la hoja de coca, esta nueva localización del consumo de la coca, en el ambiente de las relaciones sociales coloniales, no sólo modifica el significado de la circulación de la coca, no sólo connota la ruptura y el desplazamiento de las condiciones sociales y las derivaciones imaginarias, no sólo define nuevas estrategias de poder, sino que establece un nuevo sentido histórico para los circuitos agrarios y para el consumo de los productos.
El sentido histórico del cultivo de la hoja de coca, del consumo, de su función en la participación del excedente económico, viene sobredeterminado por su vinculación con la explotación de la plata, por su conexión con las necesidades monetarias del comercio mundial, por su papel de precondición precapitalista en la formación de riqueza acumulable. Este pre-capitalismo de las sociedades virreinales sitúa a la coca como medio de consumo “productivo”, como “insumo” de los mitayos, encargados directos de la extracción minera. El consumo “productivo” del que hablamos no es evidentemente capitalista, es más bien precapitalista. Lo que queremos decir es que en la formación del excedente colonial el cultivo de la coca, como el acullicu de los mitayos, juega un papel constructivo. Constituye procesos económicos, cuyo objetivo es el atesoramiento dinerario y la acumulación de riquezas.
La Corona, los conquistadores y la Iglesia conforman las estructuras de poder, las instancias supremas de centralización de la apropiación del excedente y de la administración colonial. La distribución del excedente concurría a través de estas instancias; las cuales disputaban su participación en el plusproducto. La formación del excedente se realizaba a partir de relaciones concretas de explotación colonial; éstas eran, fundamentalmente, la encomienda, la mita, la tributación y el régimen de explotación de la hacienda.
La administración colonial (la “burocracia”), los encomenderos, los propietarios mineros, los hacendados, conformaba las estratificaciones sociales dominantes, en tanto que la población de los ayllus, los flujos poblacionales de los mitayos, los camayos de las haciendas, constituían las estratificaciones sociales explotadas.
La encomienda, como habíamos dicho, daba lugar al derecho sobre los hombres; la mita permitía el uso periódico de una población movilizada, en condiciones de obligatoriedad; la hacienda definía la propiedad sobre la tierra y sobre los animales; la tributación obligaba a la población de los ayllus a renunciar a parte de su producción para entregarla al Estado colonial. Incluso el tributo se transformó de tributo en especies a tributo monetario.
La coca se movía en dos esferas concomitantes: el ámbito de la hacienda y el ámbito de la mita. Como cultivo formaba parte de la producción hacendada, como consumo, como acullicu, formaba parte de la producción minera mitaya. En este sentido la coca sintetiza en su virtualidad la estrategia económica colonial de las regiones en las que se produce y consume la misma. Define pues una estrategia económica y del mismo modo describe una estrategia de poder.
Podemos decir que la mita es una posesión directa sobre los cuerpos, es una administración de su uso: los cuerpos no se pertenecen, tampoco les pertenece la objetivación de su producto. Por otra parte, el acullicu logra la prolongación del trabajo en la mita colonial. Si bien la coca se vincula, de este modo, a una ampliación de una forma de explotación colonial, también llega a constituir una manera de resistencia. El acullicu de los mitayos desritualiza la función cultural de la coca; constituye otro rito: los mitayos se vinculan a su dolor acompañados por la coca, fiel compañera de su sufrimiento; pueden resistir a un trabajo extremo, a un hambre extremo, pueden desafiar a la muerte, casarse con la oscuridad de los socavones. Así, de este modo, se establece una costumbre, se forma una ideología de resistencia: la de los mitayos. Tanto la coca como los mitayos son objeto de la violencia colonial, son objeto de la reducción utilitaria. Pero tanto la coca como el mitayo contienen una “substancia” histórica que excede a esta reducción y a esta explotación: escapa a la utilidad y trasgrede el ordenamiento colonial. La coca, como recuerdo de su simbolización, se liga al universo perdido de lo imaginario andino. El mitayo, a pesar de ser parte de una relación obligatoria (la mita colonial), está vinculado a una relación de “reciprocidad” y de compromiso comunal; por eso, contiene la posibilidad de la recuperación del ayllu.
Esta contradictoria situación de la coca y el mitayo sugiere un espacio subversivo en el ámbito colonial. La historia de la coca, así como la historia del mitayo, tiene que ser leídas desde esta otra percepción, desde la percepción de sus posibilidades históricas.
Extracción de plata y consumo productivo de la coca
“Cuando los españoles invadieron el Perú en 1532 (dicen Carter y Mamani), no tardaron en tomar parte en lo que ellos, acertadamente consideraron como un provechoso negocio: la industria de la coca. De todos modos no asumieron inmediatamente el control directo sobre la producción de la hoja de coca. En vez de ello, a lo largo de casi el primer período colonial, la mayor parte de la coca producida en las Charcas provenía de los cocales que habían pertenecido a comunidades indígenas en el período prehistórico. Con la conquista, los cocales, como todas las demás tierras del Perú, pasaron teóricamente a ser propiedad del Rey de España. A los nativos se les permitía el usufructo de estas tierras a cambio de tributos que debían pagar a la corona, como derecho de conquista. En múltiples casos, los tributos de un grupo específico de indios conocido como repartimiento de indios, se otorgaban a conquistadores que habían servido a Pizarro, en recompensa por sus servicios al Rey. Quien recibía tal privilegio o encomienda, se beneficiaba del tributo a cambio del cumplimiento de ciertas obligaciones con la Corona”. Dejemos de lado la periodización histórica utilizada por Carter y Mamani, aquello de “período prehistórico” suena a consideración etnocentrista, a una ideología demarcadora del comienzo de la historia a partir de criterios dogmáticos o doctrinarios, suena a una arbitrariedad apresurada en los juicios de unos investigadores. Dejemos de lado esta “hipótesis de investigación”, aunque ella anuncie algunos de los supuestos teóricos que usan los investigadores; concentremos, empero, nuestra atención en la “evolución” de las formas de propiedad de la tierra. Las tierras de los ayllus no pasaron a ser directamente tierras de las haciendas, sino que para que esto ocurra medió la encomienda como “transición” en las formas de propiedad. Por otra parte, los españoles interesados en adquirir tierras aptas para el cultivo de coca también se encargaron de comprar tierras comunales. Asimismo los curacas, como los encargados de la tributación, como representantes legítimos de los “ayllus” ante la administración colonial, se convirtieron en propietarios de tierras.
Las contradicciones entre la Corona y los conquistadores, por una parte, el desarrollo de las formas de tenencia de la tierra hacia su privatización, por otra, determinó la desaparición del sistema de la encomienda y la consolidación del sistema de la hacienda. “A medida que la encomienda iba decayendo las chacras de propiedad privada se fueron desarrollando hasta constituir un sistema completo de hacienda. Se piensa que este proceso comenzó muy lentamente en el siglo XVII, cuando unos cuantos residentes españoles de La Paz adquirieron tierras en la provincia de los Yungas para plantar coca. Hacia el final del siglo, el número de españoles que poseían cocales era todavía escaso. Sólo en la tercera década del siglo XVIII se establecieron definitivamente las principales haciendas en los Yungas de La Paz”.
De acuerdo a estadísticas posteriores a la colonia, derivadas del Censo de Propiedad Rural 1891-1892, tenemos para la provincia de los Yungas la siguiente distribución económica: en la provincia se asentaron 270 propiedades, ligadas fundamentalmente a la producción de coca; de estos fundos el 86% corresponde a las haciendas, en tanto que el 14% restante es relativo a las pequeñas propiedades agrícolas. De los 58.178 cestos de coca, que se cosecha por aquel entonces en la región, apenas el 2% corresponde a los pequeños fundos, en cambio el 98% restante estaba bajo el control de las haciendas.
El promedio de la producción anual por haciendas manifestaba una tendencia del orden de los 248 cestos por propiedad, a diferencia de la pequeña propiedad agraria que llegaba a un promedio anual de los 24 cestos por fundo.
9. Regionalización y economías parcelarias
Después de la guerra de la independencia (1825), con la reorganización y estructuración de las formas de poder y la administración política discursivamente republicana, el sistema económico agrario de las haciendas no se modificó substancialmente. Esta forma de propiedad latifundista continuó hasta la Reforma Agraria de 1953; incluso en algunos lugares, como la región yungueña, el cambio de tenencia de la tierra, de la forma de hacienda a la distribución parcelaria, fue deferida algunos años. Podemos decir que en Yungas la reforma agraria prácticamente se postergó hasta 1956.
En relación a la explotación del cultivo de la hoja de coca, el paso de la hacienda a las parcelas connotó la dispersión y descentralización de los cultivos así como de la comercialización del producto. Las relaciones entre productores agrarios y tierra se desarrollaron de manera directa: la familia campesina asume el control de la administración del pequeño fundo. Entre la tierra y el productor no aparecen las relaciones de obligación; a diferencia del papel desempeñado por el hacendado, el mercado no interviene directamente en la dirección de la producción agraria, sino que hace de mayúsculo mediador de mercancías. El mercado determina los recorridos de la circulación. Es en este sentido que el campesino encontrará un nuevo patrón abstracto, despersonalizado. No es un patrón que lo somete a obligaciones patriarcales, sino que, sin recurrir a ellas, incorpora los productos “excedentes” a una circulación que el campesino no controla. Aquí radica la paradoja de la economía parcelaria campesina: en cuanto es propietario de la tierra el campesino deja de controlar el circuito de distribución de sus productos.
De acuerdo a estimaciones la cantidad de productores de coca llegaba alrededor de 11.214 en la región de los Yungas (departamento de La Paz), el año de 1972. En el caso del Chapare los productores de coca alcanzaban la cifra de 5.517, ese mismo año.
De acuerdo a estas consideraciones estadísticas, la masa demográfica afectada económicamente por el cultivo de coca aglutinaba a una población de 67.284 habitantes en los Yungas, en tanto que en el Chapare 33.102 habitantes estaban participando en la economía de la coca. Estas cifras son evidentemente estimativas (proyecciones retrospectivas). Hay pues un margen de incertidumbre en ellas; pero, si tenemos en cuenta que pueden ser usadas como parámetros ordenadores de la reflexión, el margen de errores posibles tiene una repercusión menor. En otras palabras, no nos interesa tanto la cifra aritmética exacta de los pobladores-cultivadores de coca, nos interesa saber acerca de la densidad posible de pobladores implicados en la producción agraria problematizada.
Esta incertidumbre estadística es reconocida por varios investigadores: “Es difícil averiguar el número de productores de coca en ambas regiones e imposible determinar el tamaño de sus propiedades. Desgraciadamente la investigación ha sido incapaz de proporcionar datos válidos sobre los productores. Los investigadores que han trabajado en los Yungas y el Chapare, de todos modos, están de acuerdo en que la mayoría de las propiedades eran pequeñas, es decir, minifundios”.
Este juego al azar de las investigaciones se complica cuando ellas quieren conmensurar las delimitaciones de las estructuras económicas de estas economías campesinas. Xavier Albó en un estudio sobre el cantón Coripata decide moverse en la ambigüedad numérica, debido a las razones arriba expuestas. Considera que sólo un pequeño grupo de familias controlaba alrededor de 10 ha. por unidad familiar. En cambio lo común era detectar, que la familia propietaria típica, era propietaria de aproximadamente 5 ha. por cabeza. Por otra parte Albó señala que, en todo caso, es más sugerente el tamaño de la tierra cultivada que la cantidad de tierra en propiedad. Se encuentran, en el cantón mencionado, familias que, a pesar de ser propietarias de por lo menos siete hectáreas sólo cultivan de 2 a 3 ha. En tanto que otras familias, a las que no les alcanza su propiedad, recurren al acceso de tierras comunales para expandir sus propios cultivos. Estas descripciones sugieren imágenes significativas acerca de las presencias de las economías campesinas en el cantón; sin embargo, las descripciones no logran dimensionar la incidencia de estas imágenes y por lo tanto no pasan de ser alusiones empíricas.
No dudamos de los aportes que nos proporcionan cuando nos acercamos al universo desconocido de las economías campesinas; pero no son suficientes cuando necesitamos reconstruir explicativamente los procesos determinantes de la región, las estructuraciones ordenadoras de la mundanidad yungueña. Para lograr esto es menester alcanzar la configuración de los procesos, así como mensurar sus ritmos y dinámicas intervinientes. Para el caso, es necesario conocer la densidad específica de los propietarios de tierras, la proporción en la que participan las tierras cultivadas, la dirección de las relaciones productivas y circulatorias entre campesinos, las estrategias de poder rural.
Después de los aportes de las investigaciones descriptivas debemos pasar a la comprensión de las determinaciones históricas de las regiones, en las cuales la masa de la población campesina condiciona al decurso de las objetivaciones sociales.
Tomando en cuenta el Censo Nacional de Población de 1950, cobrando distancia en relación a la exactitud de sus indicadores, encontramos que para dicho año las provincias de los Yungas contaban con una población de 43.353 habitantes. 26 años más tarde estas provincias subtropicales tenían en su territorio 93.695 habitantes. Desde una perspectiva proporcional, lo anterior quiere decir que la población creció, durante esos años, a razón de 1.936 habitantes por año. En otras palabras, en el espacio de un cuarto siglo se duplica la masa demográfica yungueña. Para el año 1987, se estima que la población ascendió a un total de 151.678 habitantes. Es decir, en 11 años, hubo un incremento de 5.271 habitantes por año. Comparando el crecimiento demográfico de estos últimos 11 años con los 26 años anteriores, tenemos que, el incremento anual ascendió en el orden de los 3.334 habitantes por año. Evidentemente, considerando estas cifras, dadas por los censos nacionales de población de 1950 y de 1976, así como por la Estimación de la población por departamentos y ciudades capitales 1981-1990, de Jesús Herrera Llanque, el crecimiento demográfico de la región yungueña no se debe a la unilateral intervención del factor de crecimiento natural, sino que interviene significativamente el factor de crecimiento social, el fenómeno migratorio.
El año 1950 la población de Sud Yungas era más numerosa que la población de Nor Yungas. En tanto que la segunda contaba con 18.747 habitantes, la primera alcanzaba a los 24.606 habitantes. 26 años más tarde esta relación se invierte: 45.497 habitantes se asentaban en el área regional de Sud Yungas, en cambio eran pobladores en Nor Yungas 48.198 habitantes. Esta situación y esta diferencia fueron acentuándose durante los 11 años posteriores: en Nor Yungas, de acuerdo a las estimaciones, la masa demográfica es del orden de las 82.498 personas, en tanto que para Sud-Yungas esta masa poblacional llega a las 69.183 personas. En este contexto demográfico, cuya dimensión diacrónica supone la sedimentación de estratos demográficos, los cuales se superponen formando una combinación “arqueológica” correspondiente a distintos tiempos. La historia demográfica de las trayectorias poblacionales puede permitirnos auscultar el interior de este “laberinto”. La dimensión sincrónica aparece en forma de estructuras sintéticas. El presente demográfico de la población sintetiza la amalgama en regularidades aparentes, en estructuras estables. Las diferentes trayectorias generacionales comparten una misma coetaneidad y son todas, según su diferente grado de maduración el presente demográfico.
Las condiciones objetivas de la reproducción demográfica se remiten a la agregación histórica, al espesor territorial, al ordenamiento económico-social del presente. El “destino” de esta reproducción está adscrito a los recorridos de la coca. La formación campesina yungueña, de acuerdo a sus características propias, como las relativas a la propiedad parcelaria de las montañas, al cultivo y producción de productos tropicales, a la extensión del mercado mediante una red especializada de intermediarios, deriva en comportamientos demográficos también propios.
Estas son las razones que nos motivan a pensar conexiones entre cantidades demográficas, cantidades económicas, acúmulos históricos, intensidades políticas. Estas conexiones serán investigadas en su dimensión diacrónica y en su dimensión sincrónica.
II. LA HUELLA DEL PODER EN LOS AYLLUS Y HACIENDAS EN LA ZONA DE YUNGAS
A fines del siglo XVIII se mantenían 58 ayllus en la región de los Yungas. De acuerdo al recuento hecho por Herbert Klein, un siglo después, en la misma región se cuentan 36 “parcialidades”. Estas parcialidades no son otra cosa que ayllu, solo que con otro nombre: “Los documentos de la Revista de 1886 y los del Catastro de 1895… no hablan de comunidades ni de ayllus; utilizan el término “parcialidad” en los que corresponde a los ayllus y para lo que Cañete llama comunidad, utilizan ya el término de la división republicana en cantones”.
El Catastro de Yungas enumera 281 haciendas para el año 1895; 141 de las cuales pasaron por la relación de compra y venta, 25 haciendas se transmitieron por herencia, en tanto que 50 haciendas fueron declaradas en rebeldía. Esta situación muestra la dinámica movilidad de la propiedad fundiaria. El cantón que más expresa esta “circulación” de tierras privadas fue Coroico, en el que se anotan 31 compra-ventas, según el Catastro de 1895. En cambio para los cantones de Chulumani y Coripata se anotan seis y siete títulos de compra-venta respectivamente, siendo los títulos recibidos por herencia, tres para el caso de Chulumani y cinco para el caso de Coripata.
¿Qué significación tiene la relación entre títulos de compra-venta y títulos por herencia? ¿Acaso la compra-venta significa una economía dinámica y la herencia una economía tradicional? María Luisa Soux interpreta estas transacciones de compra-venta en relación al traspaso por herencia del siguiente modo: “Refuta la hipótesis que dice que la mayor compra-venta de tierras significa una mayor acumulación y una economía más dinámica, ya que las zonas más dinámicas y productivas tienen menos títulos de compra-venta”. Hablamos de relación de 5,6 transacciones promedio de compra-venta por un traspaso por herencia.
Podemos decir que lo anterior es relativamente cierto en la medida que se trate de Chulumani y Coripata, pero no de Coroico. Se puede sugerir, sin embargo, que se trata de dos variaciones en la tendencia privada de la tierra, fuera de otras, que menciona la investigadora. Los cantones de Coripata, Chulumani y Coroico son “tradicionales”, en lo que podemos considerar asentamientos antiguos de las haciendas; en este sentido manifiestan más una relación de continuidad en la tenencia de la tierra por familias “tradicionales”, además de vincularse con el predio de acuerdo a formas más coloniales, o heredadas de la colonia.
En cambio cuando se trata de otros cantones, los cuales pueden denominarse como “no tradicionales”, la formación de transmisión de la tenencia de la tierra, que se efectúa preponderantemente a través de la compra-venta, puede interpretarse como dinámica, vinculada a un acceso comercial a la tierra.
María Luisa Soux dice que, “el tipo de título no va a demostrar siempre la situación económica real de las haciendas. Puede tratarse de haciendas en formación y por lo tanto más susceptibles a ser compradas, esto en los cantones menos tradicionales, o de haciendas en las que prevalece más su carácter tradicional o de status y por lo tanto se las hereda y no se las vende. Desde este punto de vista el título expresaría más la condición “histórica” de la hacienda.
En el siglo XIX la circulación dineraria cobra más importancia en zonas sometidas a intensidades de intercambio, aunque se trate de expresar en dinero las propias relaciones señoriales y de ninguna manera, como algunos economistas creen, de la extensión de relaciones capitalistas. Este adineramiento de las relaciones señoriales modifica la forma de los circuitos comerciales de las haciendas, así como también las relaciones entre ellas (Inter.-hacienda). Las dos formas de transmisión de la tenencia territorial, de las que hablamos, forman parte, pues, de dos circuitos, de dos redes de relaciones señoriales; una que podemos llamar “tradicional” por motivos prácticos, otra que llamaremos comercial, por su forma de acceso a la tenencia de la tierra por la vía de la compra-venta.
Se dieron otras variedades en las formas de transmisión de la tenencia de la tierra, por parte de las haciendas, como la que refiere a la transición de la propiedad comunaria a propiedad privada, o como las que se remiten a las adquisiciones de propiedad a través del Estado. “Los títulos de Revisita fueron considerados como exclusivos de las sayañas. La presencia de este tipo de títulos en las haciendas… puede ser un indicio del traspaso de la propiedad comunaria a la privada, tal vez casos de compras de sayañas por vecinos”.
A continuación presentamos un cuadro que describe la contingencia de las formas de traspaso de las haciendas:
Relación de formas de traspaso de la propiedad de las haciendas con referencia a la compra-venta. Transmisión de títulos, Yungas 1825.
Forma de traspaso |
N° de haciendas |
Compra-venta: forma de traspaso |
|
|
|
Compra-venta |
141 |
|
Revisita |
4 |
35,25 |
Herencia |
25 |
5,64 |
Remate |
8 |
17,62 |
Arrendamiento |
7 |
20,14 |
En depósito |
2 |
7,50 |
Posesión |
7 |
20,14 |
Transferencia |
1 |
141,00 |
Época colonial |
2 |
70,50 |
En rebeldía |
50 |
2,82 |
Sin datos |
22 |
6,41 |
Otros |
12 |
11,75 |
|
|
|
Fuente: Cuadro elaborado en base a información dada por el Catastro de Yungas de 1895. Citado por María Luisa Soux.
Interpretando el cuadro podemos decir que se efectuaron 35 transacciones de compra-venta por cada traspaso en Revisita, seis transacciones de compra-venta por cada transmisión por herencia, 18 transacciones de compra-venta por unidad de traspaso por remate, 20 transacciones de compra-venta por unidad de arrendamiento, 70 transacciones de compra-venta por cada hacienda en depósito, 20 transacciones comerciales (compra-venta) por unidad privada en posesión, 141 transacciones comerciales por cada transferencia, 70 transacciones comerciales por predio de la época colonial y tres transacciones de compra-venta por unidad de hacienda en rebeldía.
Indudablemente, como se ve, el peso de la transmisión de la propiedad por vía comercial es notorio. Esta densidad de la compra-venta en relación a las formas de traspaso de la propiedad de la hacienda direccionaliza, por así decirlo, estas formas de transmisión por la vía del mercado de tierras.
No debe olvidarse que estamos hablando de haciendas fundamentalmente coqueras, o dicho de otra manera, cuyo rubro productivo sustancial es la producción de la hoja de coca. En el espacio territorial de la Audiencia de Charcas la privatización del predio se desarrolla a partir de la anexión de tierras comunales; anexión que puede tener dos vertientes: la “compra” de tierras, o la “usurpación”. Ambos mecanismos fueron legitimados por las llamadas “composiciones de tierras”.
El asentamiento de las haciendas en tierras comunales disloca el espacio andino de dos maneras: rompiendo la estrategia de totalidad del espacio del archipiélago andino y restringiendo a los ayllus un localismo, entendido como lugar de reserva. El sistema de encomienda y el sistema de la hacienda desmovilizan, por así decirlo, a las poblaciones de los ayllus, por más paradójico que parezca. El fraccionamiento de la totalidad del espacio andino, la restricción del espacio de las comunidades, la localización de la población en los llamados “pueblos indios”, anclan al contingente demográfico a la fracción de tierras. La reproducción demográfica antes se manifestaba en términos de flujos “migratorios” cíclicos, que se distribuían en los diferentes pisos ecológicos en el tiempo. La mita colonial exigió más población de mitayos de la que permitía un equilibrado manejo de recursos, distorsionando así la movilidad demográfica. Sin embargo, esta extensión de la movilidad de la población trabajadora es apenas una fracción de movilidad del potencial de movilidad espacial desatada por la estrategia de totalidad espacial de las etnias andinas.
En resumen, la organización de las haciendas constituye más un obstáculo a la movilidad espacial que un incentivo. Da lugar a una concepción fraccionaria del espacio territorial. En este sentido, ocurre una cadena de propiedades privadas, una delimitación fronteriza de la tierra. Desde la colonia, las poblaciones andinas quedaron ancladas al localismo. En esta perspectiva se fraccionaron, perdiendo el sentido del enlace universal de las etnias. Enlace multiétnico que se realizaba en las zonas de mitimaes, en las islas ecológicas; constituyendo así un espaciamiento de conexiones multiétnicas.
Estamos en condiciones de proponer una tesis sobre la forma de socialización del espacio. Si el espacio es entendido como un producto de las distintas formas de socialidad, formas que son a su vez distintas maneras de apropiación de la territorialidad, entonces se da lugar una suerte de correspondencia entre diferentes relaciones espaciales, diversas formaciones territoriales y variadas estrategias de poder; es decir, distintos diagramas de fuerzas.
Concretamente, el manejo “transversal” de los recursos territoriales, la distribución del archipiélago andino, la conexión multiétnica de los espacios, condicionan una estrategia de fuerzas de alianza más que de delimitaciones y demarcaciones. Se trata de una forma de poder expansiva, a pesar que se haya tendido a la centralidad y a la concentración de recursos. Una estrategia de poder en el ámbito de reciprocidades, a pesar de haberse generado reciprocidades disimétricas. La distinción esencial entre el centralismo del Kollasuyo, del Tawantinsuyo, del incanato, y el centralismo colonial radica en que el centralismo de la encomienda y de las haciendas se basa en el fraccionamiento poblacional, en la necesidad de desconectar núcleos demográficos, núcleos de socialidad. No compone el espacio sino la descompone. Esta estrategia de poder divide, fracciona, para reinar. La unidad de las partes, aquello que más tarde se llamará sociedad política, Estado, se establece de modo externo, burocrático; se impone desde afuera. La identidad del poder no es un producto endógeno. No nace de la propia unicidad del espacio conformado por las alianzas, como en el caso de la marka, o el suyo, nace como unidad impuesta. Se trata de una unidad política que se logra sólo a través de la separación. Forzando los términos hegelianos podríamos decir que la sociedad política colonial no puede soportar la unidad diversa de una “sociedad civil” escindida. Por eso la diferencia, la separación, el dualismo entre Estado y Sociedad.
Es en este contexto de fraccionamiento territorial que se entiende la función del mercado. Como los territorios se encuentran fraccionados, los medios de trabajo son privados, las producciones se hallan separadas, entonces se requiere de una mediación general de las cosas. De una totalidad, se requiere de una mediación general de las cosas. De una totalidad externa a la producción, pero que incorpore sus productos. De una totalidad incluso externa a los sujetos. La circularidad dineraria y la circularidad de productos funcionan de acuerdo a regulaciones de oferta y demanda; escapan a las decisiones de los sujetos. Esta es la razón por la que no podemos hablar de mercado en las sociedades andinas. En este caso, una misma estrategia recorre los espacios de socialidad; la producción, la distribución y el consumo no están escindidos. Hay reciprocidad en el trabajo, se da una reciprocidad en las distribuciones, la reciprocidad se liga al consumo por medio de redes culturales.
Entiéndase bien, no buscamos, de ninguna manera, mistificar las relaciones sociales pre-coloniales, sino que estamos seguros que para entender tanto la formación andina, como las formaciones abigarradas específicas que se dan después de la colonia, es menester develar las directrices que texturan sus modos de ser, las estrategias de poder que las distinguen. Lo característico de las sociedades coloniales es que su unidad burocrática es indispensable para mediar entre las fracciones. La sociedad abstracta es posible por medio de un proceso de separación, de los localismos concretos de las prácticas y relaciones sociales. La representación política de la sociedad excluye a los representados para poder lograr la representación absoluta, la mediación burocrática por excelencia.
La yuxtaposición de estrategias de poder, de formas de apropiación del espacio, de organizaciones administrativas de los recursos territoriales, más bien contradictorias que complementarias, configura la presencia de múltiples puntos de tensión, de umbrales y fronteras de conflicto, que dan menos lugar a un acomodamiento armonioso que a un proceso de desarraigo y pérdida de identidades. La colonia sigue el viaje de las carabelas hacia horizontes desconocidos: Europa de desencuentra con el mercantilismo, pero tampoco puede incorporarse al recorrido de las reciprocidades, más bien destruye su diagrama de fuerzas.
María Luisa Soux dice a propósito que “la confusión existente, ya desde el siglo XVI, sobre los diversos modos de propiedad de la tierra, son vistos por la siguiente división que hacía el licenciado Matienzo de las chácaras de coca:
1. De dónde se pagan los tributos en coca. Se trata de lugares de cultivo existentes desde el incanato.
2. La coca que han puesto los vecinos y encomenderos de la tasa.
3. Chácaras de coca de los “soldados” que han comprado de vecinos o plantándolas de nuevo.
4. Cocales de los caciques, cosechados por obligación. Se trata de posesiones antiguas conservadas para garantizar su alianza.
5. Cocales de los camayos, dados en préstamos a cambio de su trabajo.
Podemos decir que la anterior zonificación dibuja los distintos usos de la tierra, según su destino y de acuerdo a la forma de propiedad. El primer caso se refiere a una propiedad comunal que es usada con fines del pago del tributo. Se trata de una relación de encomienda configurada geográficamente. “Una típica encomienda trabajada directamente por los indios, que sirve para el pago de tributo. En este caso el español no tiene propiedad sobre la tierra, sino el usufructo del producto vía tributo”.
El segundo caso, así como el tercero, define una zona privada de la tierra. Podemos hablar aquí de espacios limítrofes entre haciendas y comunidades, también de los lugares de procedencia de las haciendas. “Lo que podemos ver es la facilidad con que contaban los encomenderos para conseguir la propiedad de la tierra en lugares cercanos a sus encomiendas y posiblemente la utilización de esta mano de obra en sus haciendas”. De acuerdo a María Luisa Soux, el tercer caso muestra ya la presencia de transacciones comerciales. La cuarta zona corresponde a relaciones de poder en la que están insertos los caciques, tanto desde la perspectiva de su mediación con los españoles como desde el ámbito mismo de los recorridos de reciprocidad con los ayllus. Puede significar una posesión individual de la tierra por el cacique, o una posesión comunal legalizada a nombre del cacique. La última zonificación estaría vinculada a relaciones de servidumbre entre camayos y hacendados. Es el caso donde los camayos disponen de tierras a cambio de trabajo entregado al hacendado.
¿Qué relaciones de fuerzas podemos detectar en la anterior clasificación? Primero, una relación de fuerzas entre encomenderos y ayllus. Segundo, un conjunto de relaciones de fuerzas más complejos que articula Estado-hacendados-ayllus. Tercero, otro conjunto de relaciones de fuerzas que vincula mercado-hacendados-ayllus. Cuarto, se trata de relaciones de fuerzas entre caciques y ayllus, así como una relación de fuerzas entre caciques y Estado. Por último, tenemos la relación de fuerzas establecida entre hacendados y camayos.
El cuadro muestra el lugar central que ocupan los ayllus: el diagrama colonial de fuerzas ha convertido a los ayllus en materia de poder. En este sentido el ayllu es el epicentro de las tensiones de fuerza: el ayllu es incitado y afectado. Es hurgado en su interioridad por acciones desatadas por la encomienda, la hacienda, el Estado y el mercado. Acciones que trabajan la materia como objeto de poder. ¿Qué es lo que entrega el ayllus de sí? Reviste a través de la circularidad de reciprocidades, por medio de la transmisión de la memoria cultural; pero, también se entrega, hace circular hombres, productos, especies, tributo, dinero. Desvía reciprocidades al afuera colonial. El ayllu, desarticulado de la marka, se convierte en el objeto y en el objetivo de la estrategia de poder colonial. Es como si se tuviera la certeza de que en el ayllu se encuentra la riqueza: una vez roto el archipiélago andino se anexan sus tierras a procesos de privatización del excedente (encomienda, haciendas); se incorpora a su población a procesos de trabajo que se encuentran fuera de ámbito de reciprocidades; se trasladan sus bienes en función de una economía precapitalista (mercantilismo); se la obliga a trabajar bienes no usuales en la comunidad, bienes que tendrán la finalidad del mercadeo. En el espacio de estas relaciones fronterizas el cacique es el punto de tensión: media entre las exigencias coloniales y el recorrido de las reciprocidades.
a) Una población que será considerada como parte del excedente, no como superpoblación, sino como contingente demográfico que será tomado como riqueza.
b) Un conjunto de tierras, que separadas de la totalidad espacial andina, separadas de la movilidad espacial de la población trabajadora, quedarán como tierras disponibles.
c) Una cantidad apreciable de productos y de animales, que serán desviados al tributo. Es este excedente disponible que una política económica colonial convertirá en objeto de apropiación.
En tiempos precolombinos la masa laboral se reproducía en tres sectores sociales: hatún runas, trabajadores que tenían acceso a tierras de manera directa por tupus, cuando se conformaban nuevas familias; mitimaes, delegados por sus comunidades o por los caciques, a servir en tierras del archipiélago andino, en tierras pertenecientes al Inca, a los caciques, o a ciertas alianzas comunales; yanaconas, contraían relaciones de obligatoriedad de por vida, conjuntamente con sus descendientes, en relación al “linaje” de los caciques y curacas. Entre hatún runas, mitimaes y yanaconas, que establecían distintas formas de relaciones de reciprocidad con los caciques, (desde más próximas a las reciprocidades simétricas hasta reciprocidades abiertamente disimétricas), se desarrollaba la misma estrategia de transversalidad espacial: los productos de los distintos pisos ecológicos se permutaban en el espacio diverso. En tiempos de la colonia, los mitimaes fueron separados de las relaciones que los ligaban a sus comunidades de origen. Las comunidades del taypi (centro) no tendrán acceso a tierras altas o a tierras cálidas, los caciques no contarán con lo mitimaes, tampoco con lo yanaconas. Estas pérdidas deben leerse en términos de proceso. La población autóctona será clasificada a partir de la óptica de la tributación. Los caciques se encargarán de que se garantice el ejercicio del a regulación tributaria. Ahora bien, el ciclo tributario es posible gracias a que las relaciones de reciprocidad internas al ayllu son utilizadas, se desvía hacia el tributo.
Desde esta perspectiva podemos decir que el excedente colonial y en este sentido, parte del excedente “republicano”, está formado por circuitos de reciprocidad, desviados de su consumo en el ámbito simbólico de las reciprocidades, circuitos de reciprocidad anexados a una estrategia de poder colonial. Estrategia de poder que se da a través de una yuxtaposición de diagramas de fuerza (precolonial, colonial). Yuxtaposición que si bien connota la desarticulación de la totalidad espacial andina, anexa las pervivencias de reciprocidad en función de una formación económico-social combinada. Esta formación social colonial abigarrada es excluyente; de la distribución del excedente se excluye a los propios ayllus.
En relación a la consideración del excedente colonial como formado por “unidades” de reciprocidad desviadas puede decirse que la mita colonial es diferente a la mit’a precolombina. Esto es cierto; pero, serán los propios ayllus los que “delegarán” obligatoriamente, por así decirlo, a los mitayos que van a trabajar a las minas de plata. Esta delegación de una población de mitayos sitúa al ayllu en el centro de esta exacción colonial. La masa de explotados de la colonia estará compuesta por tributarios; personal ligadas a los tributarios, como las familias. Tributarios que además forman parte de los ayllus; mitayos, camayos, fuera de la masa de artesanos y otros explotados urbanos que aquí no estudiaremos.
1. Parcialidades comunales en los Yungas (fines del siglo XIX, principios del siglo XX)
Los Yungas era lugar de lo mitimaes, también era lugar de encuentro multiétnico; formaba parte de lo que hemos llamado el archipiélago andino. Podemos decir que se trataba del espacio de los territorios complementarios. Cuando en la colonia, se cortaron las conexiones entre estos espacios complementarios y el taypi, las zonas de los mitimaes quedaron aisladas; pero, fueron reconocidas como “parcialidades”; el nombre usado para designar a los ayllus de estas zonas. La misma dinámica a la que estaban sometidas estas regiones hace que fuera de los llamados, por los padrones, como originarios (vinculados por medio de relaciones de parentesco con familias de la puna) aparezcan los que se denominaron forasteros. En otras palabras, la colonia produce, como efecto social, “parcialidades” territoriales y forasteros.
Habíamos dicho que la presencia de las haciendas en los Yungas, así como la explotación de las minas de plata con el trabajo de los mitayos, distorsiona el sentido de la circularidad de la coca, convirtiéndose su consumo en consumo productivo, en función de la formación del excedente colonial. Como se trataba de una población de mitimaes, la población yungueña será escasa para satisfacer los requerimientos de la producción de coca en el contexto definido por las haciendas. Por otro parte, contribuye al hecho de la escasez demográfica la mortalidad habida en estas tierras tropicales. “Al igual que en muchas otras regiones, hacia fines del siglo XIX la proporción de comunarios originarios no llegaba generalmente ni al 50% del total de comunarios.
En la zona de Chulumani llega aproximadamente al 40%, con la excepción de Puruscato que cuenta con el 56% de indios originarios”. Esta sustitución de originarios por forasteros es un fenómeno significativamente estudiado por Luis Miguel Glave, quien sigue, durante aproximadamente tres siglos (1575-1845), este desplazamiento de los originarios por los forasteros. Su estudio abarca a 8 poblaciones sur andinas del Perú (Yanaoca, Pichigua, Coparaque, Ancocahua, Checa, B
Langui, Layo, Sauri), las cuales muestran el siguiente proceso de sustitución, medios porcentualmente, durante el período mencionado:
Relación porcentual entre originarios y forasteros
AÑO |
ORIGINARIOS % |
FORASTEROS |
DIFERENCIAS % |
|
|
|
|
1575 |
100 |
0 |
|
1645 |
71 |
29 |
+ 29 __ 29 |
1684 |
78 |
22 |
+ 7 __ 7 |
1728 |
72 |
28 |
__ 6 + 6 |
1768 |
83 |
17 |
+ 11 __ 11 |
1775 |
87 |
13 |
+ 4 __ 4 |
1783 |
89 |
11 |
+ 2 __ 2 |
1785 |
95 |
5 |
+ 6 __ 6 |
1786 |
94 |
6 |
__ 1 + 1 |
1791 |
92 |
8 |
__ 2 + 2 |
1796 |
89 |
11 |
__ 3 + 3 |
1812 |
81 |
19 |
__ 8 + 8 |
1815 |
81 |
19 |
0 0 |
1818 |
75 |
25 |
__ 6 + 6 |
1826 |
72 |
28 |
__ 3 + 3 |
1830 |
68 |
32 |
__ 4 + 4 |
1835 |
66 |
34 |
__ 2 + 2 |
1845 |
58 |
42 |
__ 8 + 8 |
Cuadro elaborado en base a la información proporcionada por Luis Miguel Glave: Demografía y Conflicto Social. Historia de las comunidades campesinas en los Andes del Sur. Instituto de Estudios Peruanos. Cuadro 5.
Después de 270 años, los originarios llegan apenas a sobrepasar la mitad de la población. ¿Qué pasa en estas comunidades a fines del siglo XIX? ¿Lo mismo que sucede en Yungas? ¿Los forasteros sobrepasan a los originarios? En las comunidades estudiadas por Luis Miguel Glave una baja constante de la población de originarios comienza el año 1786. ¿Aumento de la migración? ¿Aumento de la mortalidad? En el caso de la región yungueña ambos procesos se combinan. “Con las transformaciones surgidas por la Ley de Exvinculación, aparecen nuevos propietarios, que sin ser verdaderamente originarios; es decir, según el término cabal, nacidos en la misma comunidad al poseer por distintos medios una sayaña de originario, pagan un impuesto de Bs. 15,35 que corresponde a esta categoría”.
Entre Sud Yungas y Nor Yungas se contaron 36 parcialidades a principios del siglo XIX; 32 de las cuales se asentaban en Sud Yungas y sólo cuatro estaban en Nor Yungas. La distribución de las parcialidades era heterogénea: agrupándose seis en Chulumani, en tanto que en Tajma sólo había una parcialidad. La distribución porcentual de las parcialidades en Sud Yungas, puede leerse en el siguiente cuadro:
Distribución porcentual de las parcialidades, según cantones. Principios del Siglo XX
Cantones |
Número de parcialidades |
Distribución % |
|
|
|
Chulumani |
6 |
18,7 |
Tajma |
1 |
3,2 |
Ocobaya |
4 |
12,5 |
Yanacachi |
4 |
12,5 |
Chupe |
3 |
9,4 |
Lasa |
3 |
9,4 |
Irupana |
4 |
12,5 |
Chirca |
3 |
9,4 |
Lambate |
4 |
12,5 |
Cuadro elaborado en base a la información proporcionada por María Luisa Soux: Ob. Cit. Pág. 90.
Interpretando el cuadro se puede decir que aproximadamente el 19% de las parcialidades se concentraba en el cantón Chulumani. Otros cantones de alta concentración de parcialidades son Ocobaya, Yanacachi, Irupana y Lambate; los cuales agregan, cada uno, al 12,5% de las parcialidades, agregando los cuatro cantones al 5% de las parcialidades. Hasta fines del siglo XIX, las parcialidades de Sud Yungas presentaban rasgos que las caracterizaba y a partir de las cuales podremos establecer una tipología para estos ayllus. En el conjunto de parcialidades mencionado aparentemente no se encuentran las clasificaciones que aparecen en otros ayllus de otras regiones; nos estamos refiriendo a la repartición entre Aransaya y Urinsaya. Este rasgo aparente manifiesta el carácter de “colonias” de los ayllus yungueños.
A esta situación de complementariedad hacía referencia Fray Domingo el año 1550, cuando reclamaba por la separación de los mitimaes ligados a los lupakas. La administración virreinal no visualizó la complementariedad territorial, tampoco había previsto las consecuencias de la separación entre las zonas de los mitimaes y los taypi de los ayllus.
Por otra parte, podemos decir que el número de comunarios por parcialidad tiene una variación grande: “desde cuatro comunarios en la parcialidad Imanacu, Irupana, hasta 109 en la parcialidad Cuchumpaya, Chulumani”. El tamaño de las áreas de las sayañas también es variable. En este sentido se expresa la producción, sobre todo por las variedades microclimáticas de la región.
María Luisa Soux menciona dos rasgos muy característicos de la zona: el proceso de individualización de la propiedad y la concentración de tierras en parcialidades próximas a los pueblos que es un indicio de la aparición de propietarios ligados al mercado. Estas características señalan alteraciones en el interior de los ayllus, alteraciones que muestran una marcada incidencia del mercado. En esta misma dirección se expresa otro rasgo característico: “La desestructuración avanzada de las comunidades no va a dar lugar a haciendas como ocurre en el altiplano, sino a pequeñas propiedades mercantiles”.
Vayamos al problema de fondo; la regionalización yungueña de aquel tiempo, está conformada por varias presencias cuya relación define un perfil: la heredad del ayllu en su versión de espacio de mitimaes, la separación arbitraria de la encomienda, fraccionando el territorio, que pertenece a distintas facetas del archipiélago, el asentamiento rápido e intensivo de las haciendas, la individualización de la propiedad, la mercantil presencia de los vecinos, los circuitos de la coca y otros productos de distribución e intercambio. El conjunto de estas relaciones estructura un perfil y también da sentido, expresión, a un espacio regional. La distribución de las producciones y de los circuitos, la dispersión de las unidades agropecuarias (ayllus, haciendas, unidades mercantiles) objetiva fracciones del espacio cruzadas por relaciones de poder.
Se puede decir que las haciendas nuclearan la casta dominante, en tanto que las otras fracciones de espacio se encuentran en vinculación con estrategias de poder adversas. El mercado es más una disposición, que un dispositivo, de lugares de intercambio y de recorridos de circuitos comerciales; pero también puede ser usado para el tránsito de estrategias de fuerza. El acopio de coca por parte de las haciendas es un síntoma de un tensionamiento de fuerzas. También la mantención o, en su caso, la invención de rutas por parte de los comunarios, es otro indicador de que las rutas pueden convertirse en desplazamientos de tensión.
Las haciendas buscan en su tránsito comercial disputar el excedente de Potosí. En esta búsqueda someten a los ayllus a relaciones de obligatoriedad (entrega de tributo, entrega de hombres, entrega de productos) aunque estas relaciones sean traducidas en términos dinerarios. La dirección de la estrategia de poder de las haciendas, aunque no haya hacendado que sea consciente de ello, se encamina en el sentido del vaciamiento del contenido de la vida comunitaria del ayllu. Más que hacerlo desaparecer se persigue utilizarlo en función del “centralismo burocrático” de las haciendas. En parte este objetivo de neutralización es logrado, en la medida en que el ayllu desarrolla procesos de comercialización, de individualización de la propiedad. Pero en parte este objetivo no se logra, no sólo por la presencia de una suerte de memoria de rutas y de recorridos de reciprocidad, sino también porque en las mismas zonas fronterizas, zonas de yuxtaposición de estrategias y de economías, estas zonas son usadas en función de las estrategias de reciprocidad. Un ejemplo de ellos son las relaciones establecidas entre caciques y forasteros, los cuales huyen de al mita. Los caciques del lugar protegen a los forasteros; los mismos forasteros siguen manteniendo relaciones de reciprocidad con los caciques de sus comunidades originarias. Se sucede pues una especie de acomodamiento, que se da de modo fraccionario, por partes, produciendo descentramientos a ambos lados de las fronteras (mundanidad colonial y mundanidad andina), aunque también nuevos centramientos. Un conjunto de dispositivos claves es la institucionalización del cacique, como figura mediadora, como figura de poder. En él se dejan muchas decisiones, como por ejemplo, la decisión de elegir a los hombres de la mita, el reparto de tareas.
Construyamos una gráfica que describa las relaciones entre mercado-haciendas-caciques-ayllus. Trataremos de entrever las relaciones espaciales del diagrama de fuerzas.
Gráfica de relaciones de fuerza entre
Mercado - haciendas - caciques - ayllus.
Yungas a fines del siglo XIX, principios del siglo XX
Estado |
Hacienda |
Mercado |
Ayllu |
Funcionario |
Gamonal |
Cacique |
Comerciante |
De acuerdo al gráfico vemos a las haciendas incorporadas a los circuitos del mercado, usan a éste para transmitir sus estrategias de poder; pero, a su vez el mercado presiona sobre las haciendas, determinando ciclos y circulaciones demandadas. El mercado también presiona sobre los ayllus y caciques. Sin embargo, son los requerimientos mercantiles los que hacen entrar en relaciones de obligatoriedad a las haciendas y ayllus, aunque estas relaciones sean anteriores a la mercantilización del espacio. En otras palabras el mercado traduce las relaciones “encomenderas” en relaciones dinerarias. Los caciques responden a estas obligaciones, muchas veces desviando relaciones de reciprocidad hacia formas de dominación extrañas a la comunidad, otras veces redituándose, acomodándose, a nuevos espacios de relación entre colonia y ayllus. Los caciques mantienen sus relaciones de poder manteniéndose al interior del ámbito de reciprocidades. Los puntos de tensión se dan entre haciendas y mercado, haciendas y ayllus, mercado y ayllus, también entre caciques y hatunrunas. Estos puntos de tensión plantean variadas direccionalidades: 1) concentración de tierras por parte de las haciendas, 2) movilidad de tierras en términos mercantiles (división), 3) consolidación de los ayllus a través de sus relaciones con los forasteros. De estas direccionalidades se materializa más la primera, aunque combina con la segunda. La tercera alternativa se diluye en este contexto de tensiones, aunque micro regionalmente podemos visualizar la consolidación de ayllus.
I. DEMOGRAFÍA[15]
El problema para nosotros no es explicar el fenómeno demográfico por la “regularidad”, sino el buscar las condiciones de la “regularidad”. En este sentido el indicador del índice de masculinidad debe ser articulado a otros indicadores demográficos, como al de las esperanzas de vida desagregadas, o al de la movilidad diferencial. Aunque podemos extender este contexto articulado hacia indicadores de otro orden, como el referido al ámbito social. Nos quedaremos comentando, por lo pronto, la anterior posibilidad.
De acuerdo al Censo de Población y Vivienda de 2001 la población del departamento de la Paz corresponde al 28,4% de la población de Bolivia. Las provincias yungueñas participan en el contingente demográfico del departamento en el orden de 2,7%. El índice de masculinidad del departamento es de 98 hombres por cada cien mujeres; en cambio el índice de masculinidad de Sud Yungas es de 118 hombres por cada cien mujeres, y el índice de masculinidad en Nor Yungas es de 110 hombres por cada cien mujeres. ¿Estos indicadores expresan inmigración de hombres a los yungas o, en su caso, emigración de mujeres yungueñas? ¿Ambas cosas? La relación urbano rural en Sud Yungas es de 10 urbanos por cada 100 rurales, en cambio en Nor yungas tenemos 23 urbanos por cada cien rurales. Prácticamente más del doble. En cambio en el departamento de La Paz ocurre lo contrario; tenemos 195 urbanos por cada cien rurales. Esto se explica por el peso gravitante de las ciudades de La Paz y El Alto. Con la población de Bolivia sucede algo parecido; se tienen 166 urbanos por cada 100 rurales. Es decir, el 62% de la población boliviana era considerada urbana, de acuerdo al censo de 2001; la población urbana en el departamento de la Paz llegaba al 66%.
Ciertamente estamos ante perspectivas distintas; las globales y las provinciales, donde se encuentra la dispersa población rural, habitando los extensos espacios geográficos, más que concentrada y centralizada, como ocurre en las grandes urbes. Sin perder de vista estas diferencias, es indispensable distinguir dinámicas demográficas también diferenciales, urbanas y rurales, aunque ambas se encuentren articuladas. Con esto nos oponemos a las tesis generales de la transición demográfica, que con lo único que hacen es meter todo en la misma bolsa, como si todas las dinámicas poblacionales estuvieran contagiadas por la misma enfermedad, la transición. Sometidas, por tanto a una misma lógica, la modernización. Estos modelos globales son incapaces de explicarse las singularidades, las particularidades, las territorialidades, las iniciativas propias de la gente. No es este el momento de exponer nuestra concepción de las dinámicas moleculares demográficas. Lo haremos en otro momento. Sin embargo, haremos algunas anotaciones, que puedan ayudarnos a ligar esta parte demográfica con lo que se ha venido exponiendo en Fragmentos territoriales.
Una primera observación histórica, no de demografía histórica, sino de historia de la población, teniendo en cuenta los acontecimientos antes descritos y analizados, durante los periodos coloniales y republicanos, tiene que ver con la trasformación de la geografía poblacional y territorial yungueña. Se puede decir que, después de l reforma agraria (1953), que a los yungas llega diferidamente como el año 1956 adelante, se da una tendencia al desplazamiento demográfico hacia el nor-este y el este de la región. De la zona tradicional yungueña se da un movimiento poblacional hacia nuevas zonas de asentamiento, acompañadas de migrantes altiplánicos. Se trata de contingentes de jóvenes, que se desprenden de sus familias, ubicadas en la zona tradicional, y buscan fundar o asentarse en zonas no tradicionales yungueñas, como en la Asunta y Palos Blancos, por el sud, así como en Caranavi, por el norte. Se trata también, como el caso de Palos Blancos, de zonas de colonización, promovidas por el Estado. Se explica entonces que las nuevas zonas yungueñas terminen siendo demográficamente más densas que la zona tradicional, que se encuentra “nucleada” en Coroico y Coripata, en Nor Yungas, y en Chulumani, Irupana y Yanacachi en Sud Yungas. De acuerdo al censo de 2001, el 55% de la población sud-yungueña se encontraba en las nuevas zonas de asentamiento. La tasa de crecimiento intercensal de Sud Yungas, vale decir entre 1992 y 2001, fue de 2.20%, en cambio, en la llamada cuarta sección, fue de 3.06%; mucho más en la Asunta, que llegó a 4.21%. Indudablemente este crecimiento se debe al saldo migratorio intrarregional, más que al aporte del crecimiento vegetativo. Entonces, el desplazamiento y poblamiento se da hacia Caranavi, Carrasco, Sapecho, el Sillar, por el norte, hacia la Calzada, la Asunta, San Miguel de Huachi, San Antonio y Palos Blancos, por el nor-este, un poco más al sud, que los otros desplazamientos. Sin embargo, hay que notar que Caranavi, que formaba parte de Nor Yungas y se convierte en provincia, separándose, considerada zona de colonización, quizás de las primeras, ya contaba con una diferencia poblacional notable. El 2001 cuenta con 51153 habitantes, respondiendo a una tasa de crecimiento del orden del 1.85%.
En todos los yungas es notoria la sobrepoblación masculina; esto se observa en los índices de masculinidad que arrojan las secciones de los Yungas, de acuerdo al censo de 2001. En el sud, el índice de masculinidad den la sección de Chulumani es de 105 hombres por cada centenar de mujeres, en la sección de Irupana es de 116 hombres por el centenar de mujeres, en la sección de Yanacachi es de 123 hombres por centenar de mujeres, en la sección de Palos Blancos se tiene un índice de 126, en la sección de la Asunta de 120. En el norte, el índice de masculinidad en la sección de Coroico es de 119 y en la sección de Coripata de 103. Al respecto, se dice que se trata de emigración de mujeres yungueñas, sobre todo a la ciudad de La Paz. Habría que comparar estos índices de masculinidad yungueños con lo que pasa en el departamento, en el resto de las provincias.
En la provincia Franz Tamayo, en la sección de Apolo, se tiene un índice de 109 hombres por cada cien mujeres, en la sección de Pelechuco es de 144. Ahora tocando una provincia del Altiplano, como Omasuyos, tenemos un índice de 96 hombres por cada cien mujeres. La situación no se repite en Pacajes, donde vuelve a encontrarse índices de masculinidad superiores al 100%. En la provincia Camacho, en cambio, está por debajo. En la provincia Muñecas, el índice de masculinidad está sobre el 100%, en Larecaja llega al 113; en cambio en la provincia Ingavi, el índice de masculinidad se encuentra por debajo de 100%, se tiene un índice de 98 hombres por el centenar de mujeres. En la provincia Loaiza se encuentra sobre cien, lo mismo ocurre en Inquisivi; en la provincia Los Andes, en cambio, el índice está por debajo de cien (95). En la provincia Aroma, sobre cien; lo mismo ocurre en Iturralde y en Bautista Saavedra (103). En cambio, en Manco Kapac baja (93), en la provincia Gualberto Villarroel sube (111), en la provincia Juan Manuel Pando se equilibra (101). Puede decirse entonces, que la situación no es diferente en el resto de las provincias, en contraste con lo que pasa con la estructura demográfica del país, del departamento y de la provincia Murillo, donde se encuentra la sede de gobierno. El índice de masculinidad de Bolivia el 2001 era de 99, en el departamento de La Paz de 98 y en la provincia Murillo de 95. ¿Este contraste entre las provincias, donde prepondera la población rural, con el país, el departamento y la provincia Murillo, donde prepondera la población urbana, manifiesta migración diferencial de mujeres?
El departamento de La Paz se encuentra situado al noroeste de Bolivia. Tiene una extensión de 133.985 km cuadrados y una población estimada para el 2012 de 2,7 millones de habitantes. Su capital departamental es la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, sede del Gobierno Central y del Poder Legislativo, que se encuentra a una altitud de 3 640 msnm.
La evolución de la población del Departamento de La Paz es la siguiente: El año 1831 La Paz contaba con 342 800 habitantes de acuerdo a la enumeración completa que se hizo. El año 1835 La Paz cuenta con 335 300 habitantes; el año 1845 La Paz llega a 413 180 personas; en 1854 acumula 471 200 habitantes; en 1870 La Paz tiene medio millón de habitantes, según estimaciones retrospectivas. el año 1900 el departamento tiene 530 670 personas, de acuerdo a la enumeración completa de entonces. Diez años después, de acuerdo a estimaciones, el departamento cuenta con 610 200 habitantes. A comienzo de la siguiente década, 1920, ya se suman 690 200 personas, de acuerdo a estimaciones; al comienzo de la tercera década de este siglo, 1930, La Paz tiene 780 200 habitantes, considerando estimaciones. El año 1940 se cuenta con 850 100 personas, de acuerdo a estimaciones; a mitad del siglo, 1950, se acumulan 948500 habitantes, de acuerdo al llamado censo de entonces, que todavía sigue siendo enumeración completa. El año de la revolución nacional, 1952, La Paz llega a un millón de personas, otra vez considerando estimaciones. Las mismas proyecciones nos proponen 1 240 100 habitantes para 1960. El Censo de Población y Vivienda de 1976, primer censo “científico”, destinado a producir indicadores, en el departamento se cuantifican 1 450 000 habitantes. Volviendo a las estimaciones, el año 1981 La Paz tiene un millón y medio de habitantes. Tres años más tarde, la proyección es de 1 660 300 personas. El Censo de Población y Vivienda de 1992 arroja un total de 1.900.786 habitantes. Dos años más tarde, se estima una población de dos millones de personas. El Censo de Población y Vivienda del año 2001 cuantifica 2.350.466 habitantes. Las estimaciones proponen para el 2007 una población de dos millones y medio de habitantes. En cambio el llamado censo de 2012, que no ha sido otra cosa que una enumeración incompleta, enumera 2.706.351 habitantes, de acuerdo al informe del INE.
La estructura de la población del departamento de La Paz, el 2001, tenía la siguiente composición: de 0 a 4 años 12.9%, de 5 a 9 años 12.3%, de 10 a 14 años 11.2%, de 15 a 19 años 10%, de 20 a 24 años 8.9%, de 25 a 29 8.2%, de 30 a 34 años 7%, de 35 a 39 años 6%, de 40 a 44 años 5.1%, de 45 a 49 años 3.7%, de 50 a 54 años 3.7%, de 55 a 59 años 2.9%, de 60 a64 años 2.4%, de 65 a 69 años 1.9%, de 70 a 74 años 1.4%, de 75 a 79 años 0.9%, de 80 y mas 0.5%. Como se puede ver, se trata de una estructura piramidal joven; donde cerca del 50% de la población es menor de alrededor de 20 años. Hablamos de que la mitad de la población se encuentra por debajo del grupo de edades de 20 a 24 años. Si comparamos esta estructura demográfica con lo que ocurre en Sud Yungas, cuya composición es la siguiente: de 0 a 4 años 14.2%, de 5 a 9 años 12. 19%, de 10 a 14 años 11.4%, de 15 a 19 años 9.3%, de 20 a 24 años 8.2%, de 25 a 29 años 8%, de 30 a 34 años 7.1%, de 35 a 39 años 6.4%, de 40 a 44 años 5.1%, de 45 a 49 años 4.3%, de 50 a 54 años 3.6%, de 55 a 59 años 2.9%, de 60 a64 años 2.4%, de 65 a 69 años 1.8%, de 70 a 74 años 1.2%, de 75 a 79 años 0.6%, de 80 y mas 3.5%. Vemos que en el caso de la provincia la estructura demográfica es aún más joven; la mitad de la población también se encuentra por debajo de alrededor los 20 años de edad. En el primer caso, en el departamento, el 25.2% de la población se encuentra entre los 0 a 4 años; en el segundo caso, en Sud Yungas, se trata del 26,4%. En el departamento el 36.4% de la población es menor de 9 años, en tanto que el 37.8% lo es en la provincia; el 46.4% es menor de 12 años en La Paz, en cambio el 47.1% lo es en Sud Yungas.
Teniendo en cuenta que el contingente demográfico rural del departamento de La Paz era, en 1976, de 767815 habitantes, dividamos el conjunto demográfico rural del departamento, además de considerar la diferencia sexual, por grupos de edades quinquenales. Esta última operación es meramente convencional, podríamos haberlo hecho por edades anuales. Desde esta perspectiva tenemos, en el grupo de edades comprendidas en el intervalo de 0-4 años, una población de 125.447 vidas, siendo 62087 mujeres. Esto arroja un índice de masculinidad de 102. En otras palabras tenemos 102 varones por cada 100 mujeres. Un “excedente” demográfico masculino sobre las mujeres acontecía, el año 1976, hasta la edad de los 8 años. Más allá del grupo quinquenal de edades comprendidas en el intervalo de 5 a 9 años, el índice de masculinidad manifiesta un “excedente” demográfico femenino.
La participación relativa de la población masculina en la estructura demográfica (pirámide poblacional), establecida entre las edades de 0 a 4 años, es del orden del 8,2%; en tanto que esta participación llegaba, en el caso de la población femenina, comprendida en el mismo quinquenio, a la expresión relativa de 8,1%.
El subsiguiente grupo quinquenal de edades es el que está entre 5 y 9 años; en este conjunto poblacional, que llegaba a agregar a 110.282 habitantes, los hombres sumaban 55.573 personas y las mujeres sumaban 54.709 personas. El índice de masculinidad de estos subconjuntos demográficos es próximo al de los subconjuntos poblacionales anteriores; es decir, es del orden de 101,6. La participación relativa de los varones en la pirámide poblacional es de 7,2%, en tanto que la participación relativa de las mujeres alcanza a 7,1%.
Entre edades que vienen de los 10 años y van a los 14 años, incluso un día antes que se cumpla 15 años, se aglutina una subpoblación de 94.012 vidas.
De las cuales 48.782 son hombres y 45.230 son mujeres. Los primeros constituyen el 6,4% demográfico, en tanto las segundas conforman el 5,9% poblacional. En este grupo de edades se encuentran 108 hombres por cada 100 mujeres.
Como se ve, poco a poco, de edad a edad, pasando de un grupo quinquenal de edades a otro, la estructura demográfica se va estrechando; es cada vez más angosta. Esta es la razón por la cual a la estructura demográfica se la llama pirámide poblacional. Como decía Lotka, se trata de una aplicación constante, en ascenso, del recorte de la muerte. Del total de nacimientos de una generación sólo unos cuantos llegan a sobrepasar los 70 años. Ahora bien, estamos hablando de una estructura demográfica de un área rural de un país que manifiesta los más altos índices de mortalidad. La “rapidez” con que se estrecha la pirámide demográfica rural es mayor que en el caso de la pirámide poblacional urbana. Esta diferencia es más notoria comparando la estructura demográfica rural del departamento de La Paz con otras pirámides poblacionales de otros países, de menor mortalidad.
Entre los 15 y 19 años se “censaron” 69.128 habitantes; de los cuales 34.300 eran varones y 34.828 eran mujeres. Esta situación señala una relación de masculinidad del 98,5. También podemos encontrar una participación del 4,5% de los hombres, en la pirámide poblacional y una participación de igual magnitud relativa para la población femenina.
El siguiente grupo demográfico comprende el intervalo de edades de 20 a 24 años; en este grupo se calcularon 55.646 personas. Este subconjunto poblacional se dividía en 26.614 varones y 29.032 mujeres. Lo cual muestra un “excedente” femenino que da lugar a una relación de 91,7 hombres de cada 100 mujeres. La proporción de ambos grupos es de 3,5% para los hombres y 3,9% para las mujeres.
En el subsiguiente conjunto demográfico se hallan 4.611 habitantes menos que en el anterior; es decir, se trata de 51.035 personas. El índice de masculinidad de este grupo es de 93,5. Esta situación es determinada por la relación habida entre 24.654 hombres y 26.381 mujeres. Subpoblaciones ambas que participan en el orden de 3,2% y 3,4%, respectivamente, en el ámbito demográfico departamental.
Cerrando este apartado de demografía transversal, relativa a los cortes censales y sus estimaciones, tenemos que, el año 1959 el departamento de La Paz cuantificó 854079 habitantes, el año 1976, año del primer Censo de Población y Vivienda, 1465078 personas, en el siguiente censo, el de 1992, cuantificó una población de 1900786 y, en el censo de 2001, una población de 2350466 habitantes. La llamada área rural habría ido creciendo desde 292507 habitantes, en 1950, a 667825, en 1976, a 706965, en 1992, hasta una población de 798320 habitantes, en 2001. De acuerdo al censo de 2001, Sud Yungas contaba con una población de 66474 habitantes; participando en las edades de 0 a 4 años con un contingente de 9439 infantes y niños, de 5 a 9 años con 8110 niños y púberes, de 10 a 15 años con 7578 púberes y adolescentes, de 15 a 20 años con 6182 adolescentes y jóvenes, de 20 a 24 años con 5451 jóvenes. Con lo que tenemos una población de 36760 habitantes menores de 22 años, ratificando una estructura demográfica joven[16].
II. DEMOGRAFIA HISTORICA DEL AYLLU DE CUCHUMPAYA
1. Introducción a la demografía histórica
La demografía histórica es una concepción temporal de los procesos demográficos; en este sentido es una teoría histórica de los acontecimientos poblacionales. Pero, también, es una metodología, debido a la estrategia sugerida en la delimitación de sus objetos; delimitación que es más desplazamiento de recorridos demográficos. Metodología por la forma de constituir conceptos relativos al movimiento de las trayectorias estudiadas. Por esto mismo la demografía histórica connota un conjunto de procedimientos para la selección y clasificación de los eventos. Asimismo, propone un arsenal de técnicas útiles para la cuantificación de las unidades de desplazamiento, de los nudos de trayectorias, de las densidades de movimiento demográfico. Ligando teoría, metodología, hermenéutica y heurística instrumental, estamos ante una práctica investigativa. Una práctica referida a la reconstrucción de las trayectorias históricas de distintas instancias demográficas.
Uno de los instrumentos privilegiados en el desciframiento de las trayectorias demográficas es el indicador. Éste localiza, mide, dimensiona, la situación de los desplazamientos de los flujos contingentes de las diferentes unidades demográficas (familias, relaciones de filiación, relaciones de alianza, ayllus, generaciones, grupos de poder). Los indicadores son construidos a partir del relacionamiento de cifras conseguidas en documentos de enumeración y clasificación, tanto de registro administrativo, como de registro civil o de registro religioso. La marcha que viene del uso de fuentes, pasa por la obtención de cifras, llega a la construcción del indicador, es un procedimiento de asociación y de disociación de datos, de agrupamiento y de distinción de los mismos, también de distribución y de concentración. En este sentido, se efectúa un análisis y una síntesis alternativamente. No nos olvidemos que las cifras se remiten a las trayectorias, que los indicadores valorizan tiempos o, en otras palabras, evalúan recorridos en el espacio-tiempo.
Una de las preguntas pertinentes a la problemática de la demografía histórica es: ¿cuál es la incidencia de los desplazamientos y emplazamientos de las trayectorias demográficas? Otra pregunta sugerente, derivada de la anterior, es aquella que cuestiona las posibilidades evaluativos del indicador: ¿puede el indicador medir la incidencia al ser él un descriptor de la abundancia o la escasez de los recorridos? O, a su vez, ¿necesita éste de otro evaluador que conmensure su propia presencia, su incidencia en el conjunto de datos? Por ejemplo: ¿cuál es la cobertura y la incidencia de una tasa de mortalidad infantil de 265 defunciones por cada 1.000 nacidos vivos (ayllu de Cuchumpaya 1759-1900)[17]? Estamos hablando de una tendencia que toma en cuenta el transcurso de 140 años de trayectorias generacionales; en este sentido, el impacto de la mortalidad considerada afecta a 140 generaciones o, aproximadamente, a un siglo y medio de procesos demográficos.
Sin embargo, este indicador nos muestra una tendencia central que representa a 140 tasas de mortalidad infantil diferentes; muchas de ellas próximas, otras distantes. Pero, no nos dice nada acerca de la incidencia de los desplazamientos; es decir, del cambio o el recorrido de la mortalidad. Tampoco expresa la cobertura real de las defunciones: las 265 defunciones por 1.000 nacidos, es una proporción generalizadora para cada grupo generacional, no es una magnitud de defunciones, tampoco una relación del aumento o de la disminución de la mortalidad en el tiempo.
Para esto hace falta revisar desplazamientos efectivos de las defunciones o, en su caso, de las tasas de mortalidad. De esta forma, para captar la incidencia y la cobertura de la mortalidad, en el siglo y medio, es menester ampliar el panorama de los indicadores, dimensionar sus recorridos correlativos a los recorridos de las trayectorias. El indicador considerado manifiesta el peso promedio de la mortalidad infantil en el período de tiempo delimitado. De acuerdo a lo anterior, podemos decir que los indicadores son también cortes métricos específicos y perspectivas conmensurables particulares; definen sus propios alcances, acotan su propia utilidad.
Hablamos concretamente de aquellos que ocultan una tendencia central, refiriéndonos a la dispersión de los movimientos demográficos. Notamos que éstos distribuyen sus acontecimientos en forma de series aparentemente regulares, en unos casos, o aparentemente irregulares, en otros. Estas series son, en cierto sentido, encadenamientos. No estamos hablando de causalidad, sino de ligazones, de conexiones diversas y en distintos sentidos. Los contactos no son directos, sino que están mediados, distanciados por agrupamientos demográficos y sociales.
La serie de nacimientos, en quinquenio, no se sucede de uno a otro, no depende, inmediatamente, de la masa de nacimientos que se da período a período, de año a año o de quinquenio a quinquenio, sino de agrupamientos, de la masa de mujeres en edad reproductiva, de la intensidad de los emparejamientos, de la disponibilidad de las familias, de las estrategias de sobrevivencia.
Por lo tanto, hay encadenamientos. Una serie se conecta con otras series, se amarran, dan lugar a un resultado aparentemente aleatorio o ficticiamente regular, pues sólo se sigue una serie, la serie de los resultados; así como podemos seguir la serie de nacimientos, sacar conclusiones acerca de su variabilidad, dibujar una línea abstracta, pero que sólo se refiera a un conjunto de hechos contingentes. Diremos, se trata de fenómenos aleatorios; dicho de otra manera, siguen una regularidad, o constante, o creciente, o decreciente. Pero, esta descripción, en primer lugar es ficticia y en segundo lugar no dice nada: es tautología pura. La demografía histórica, no debe perderse en la seriación de eventos unilineales, no debe ocuparse de series ficticias, pues puede caer en descripciones tautológicas, en el seguimiento de ritmos tanto abstractos, como vacíos.
La demografía histórica, para ser histórica, tiene que constituir su itinerario representativo reconstruyendo el amarre de encadenamientos de las trayectorias demográficas. Los nudos y las conexiones se remiten a estas redes en movimiento, los desplazamientos y los recorridos se refieren a aquellos amarres. Retomando el ejemplo, el estudio de los nacimientos debe buscar las conexiones de éstos con los agrupamientos demográficos pertinentes. ¿De qué manera los movimientos del estado de las mujeres en edad reproductiva inducen una masa determinada de nacimientos? ¿Cómo actúa una estrategia de alianzas en la producción o en la determinación de los nacimientos? ¿Cuál es la relación entre solteras y comprometidas por edades? ¿Cuál es la relación entre promedios intergenésicos y la masa de nacimientos? ¿De qué modo juega la disponibilidad de los sujetos y las fluctuaciones de los nacimientos? ¿Cómo medir los amarres de las series? Estos son los problemas concretos de una demografía histórica. No podemos construir esta disciplina a partir de problemas supuestos, separados de sus contextos, de sus encadenamientos.
2. El manejo de las fuentes
El problema de fuentes para la demografía histórica es distinto que para la demografía de momento. Mientras esta última puede crear sus propias fuentes, adecuadas a sus procedimientos, como los censos y las encuestas, la demografía histórica está obligada a recurrir a fuentes dadas, organizadas con otros fines que aquellos que persigue; la producción estadística. Objetivos administrativos, políticos, religiosos, tributarios, son los establecidos en la organización de registros y listas nominativas.
De lo que se trata entonces es de adecuar las fuentes al uso requerido por la demografía histórica. En este sentido el manejo de las fuentes tiene que pasar por revisiones correspondientes, ordenamientos y clasificaciones que permitan usar los documentos en función del seguimiento de las trayectorias demográficas. Un medio adecuado para lograr la conversión de la documentación en información útil es el diseño de fichas de clasificación; que permita tanto el seguimiento donde las composiciones dispersas de estas unidades de análisis. Otro medio importante es la organización de tablas que acumulan los “datos brutos”.
Un apoyo pertinente para la elaboración de estas tablas es la formación de frecuencias de las variables en estudio. Frecuencias que pueden incorporarse a las tablas, donde se relacionan unas variables con otras. Es a partir de la matriz condicionada por estas tablas que podemos pasar a la construcción de los indicadores.
En la relación a la lista nominativa del registro de los padrones, efectuada durante la colonia y la república a la población de los ayllus, considerando el carácter de la información documentada, podemos sugerir un tipo de ficha adecuada para el estudio demográfico histórico de las trayectorias de vida de las poblaciones de los ayllus.
Descripción de la información de los padrones
Nombres
Apellidos
Condición Tributaria
Sexo
Edad
Estado Matrimonial
Familia
Hijos
Año del Registro
Monto de la Tributación
Tenencia de la tierra
La ficha diseñada hace un seguimiento de tres generaciones (padres, hijos, nietos). El transcurrir de la familia es captada a través de un acopio de información organizado de modo clasificado. Como se puede ver, la ficha está diseñada no sólo en función de la documentación de los padrones, sino que busca apoyo de otras fuentes, como la relativa a los registros parroquiales. Sobre todo para cubrir información faltante, como la referida al año de nacimiento o al año de defunción; también referida a información débil, o subestimada, de niños y mujeres.
La categoría tributaria es una variable eje, pues vincula a la familia a la distribución social inter-ayllu, además de ligarla a las relaciones de obligatoriedad con el Estado, así como a relaciones económicas. De esta manera podemos situar las cadenas de filiación como las extensiones de las alianzas en relación a la “máquina” social. La “máquina” del deseo, la distribución de sus flujos, inserta en la “máquina” social, específica, el sentido de la estrategia reproductiva demográfica del ayllu.
De este modo también podemos leer la escritura cultural: la inscripción de la “máquina” social en la “territorialidad” de la “máquina” del deseo es una inscripción simbólica. Lo que importa en la sociedad comunaria es el uso del símbolo, el uso de esta inscripción gramatológica, en el diagrama de estrategias de las fuerzas de reciprocidad. La familia se diluye en el conjunto de alianzas; las conexiones de las alianzas; es decir, las filiaciones extendidas, codifican sus propios recorridos, simbolizan sus reciprocidades, interpretan los movimientos de los cuerpos. La cultura, las estrategias de poder, direccionalizan los procesos reproductivos de la formación comunaria.
El amarre de trayectorias tiene que reconstituirse por medio del uso del contenido informado de las fichas. Asimismo, la información debe lograr conectar las cadenas de filiación con la recurrencia y alegoría simbólica. No se puede renunciar a los nudos formados por las trayectorias, tampoco a la distribución de sus amarres. No podemos retrotraer la demografía histórica a las series lineales, separadas de sus conexiones. No podemos renunciar a entender la complejidad de los procesos históricos. En este sentido, los medios, los métodos, los procedimientos, las técnicas, deben ser apropiadas o, en su defecto, deben aproximarse a esta utilidad.
La categoría familia, que relaciona los grupos familiares, puede permitirnos describir con cierta suficiencia, contando con un número adecuado a fichas, por lo menos un conjunto restringido de alianzas. La categorización del padre y la madre es obligada debido a la forma de registro de los padrones, como del registro parroquial, por la clasificación que éstos hacen de las familias, más bien, por su reducción a delimitaciones familiares restringidas, europeas. Recortando así su apreciación a una parte ínfima de las redes de alianzas, a una parte en realidad ficticia, pues estas familias nucleares se encuentran diluidas en los encadenamientos de filiación y en las estrategias de alianzas. Si bien estamos obligados a considerar estas categorías como tales; debido a la codificación dada en las fuentes debemos, por cierto, usarlas críticamente, desconstruyendo sus formulaciones reductoras y aprovechar sus posibilidades de apertura para conectarlas con la huella de las filiaciones y el recorrido de las alianzas.
Las categorías acerca de la condición tributaria nos relacionan a un sistema de represión que actúa sobre el ayllu, el aparato burocrático colonial y republicano que codifica a la población reducida; sin embargo, también nos permiten entrever la composición interna del ayllu acomodada a las relaciones externas coloniales. Estamos usando categorías que derivan de la visión del poder, pero también estamos visualizando los desplazamientos y acomodamientos de esta unidad del las relaciones de reciprocidad que es el ayllu.
En la revisión de las fichas nos encontramos, en no pocas de ellas, con una presencia notificada de más de una mujer ligada al padre. ¿Problemas de mortalidad o concubinato múltiple? Lo mismo ocurre con algunos hijos. La cristianización de la población de los ayllus ha reprimido estas relaciones, determinado la exclusividad de los matrimonios monogámicos. Pero, a pesar de esta reglamentación difundida nos encontramos constantemente con la presencia persistente de relaciones polígamas, aunque aparentemente con una frecuencia cada vez más disminuida. Esta es la razón por la que la categoría de matrimonio debe ser manejada con cuidado, también en este caso, tratando de entrever, detrás de la categoría, la situación factual de las relaciones sexuales y de la formación de las familias.
Año de nacimiento y año de defunción; estas categorías son de utilidad demográfica, nos permiten construir las trayectorias de vida, tanto individuales como generacionales. Asimismo, esta información es útil para formar las pirámides poblacionales, en la secuencia de períodos que queramos, o que podamos.
El nacimiento vinculado al año cronológico correspondiente, sitúa al nacimiento con su momento de ocurrencia. Momento inicial, que se refiere al comienzo de una trayectoria; comienzo sometido a un conjunto de regularidades, afectado por un grupo significativo de condiciones objetivas, que intervienen tanto en la existencia de los nacimientos como en la realización de su incierto futuro. Lo mismo ocurre con la muerte ligada a su año de defunción; muerte que corta una trayectoria, interrumpe su trazo de vida y, en este sentido, cuenta retrospectivamente el tiempo de vida efectivo logrado. La cantidad de nacimientos y la cantidad de muertes son indicadores acerca de la expansión de estos eventos; su diferencia muestra la capacidad de crecimiento de una población.
Frecuencia de nacimientos y de muertes
Diferencia de los mismos y crecimiento vegetativo “discreto”
del ayllu de Cuchumpaya
(1813-1863)
Años |
Nacimientos |
Muertes |
Diferencia |
1813 |
21 |
7 |
14 |
1814 |
11 |
5* |
6 |
1815 |
19 |
5* |
14 |
1816 |
17 |
3 |
14 |
1817 |
10 |
3 |
7 |
1818 |
17 |
3 |
14 |
1819 |
13 |
3 |
10 |
1820 |
21 |
7 |
14 |
1821 |
19 |
5 |
14 |
1822 |
19 |
4** |
15 |
1823 |
25 |
3 |
22 |
1824 |
17 |
5 |
12 |
1825 |
36 |
2 |
34 |
1826 |
21 |
4*** |
17 |
1827 |
21 |
7 |
14 |
1828 |
34 |
12 |
22 |
1829 |
31 |
21 |
10 |
1830 |
23 |
12 |
11 |
1831 |
17 |
14 |
3 |
* “Discreto”, por el carácter absoluto del crecimiento, la diferencia es entera.
** Promedio de muertes, considerando las defunciones habidas en 1813 y 1816.
*** Promedio de muertes, considerando las defunciones habidas en 1821 y 1826.
**** Promedio de muertes, considerando las defunciones habidas en el año anterior y en el año posterior que cuenta con información.
Frecuencia de nacimientos y de muertes
Diferencia de los mismos y crecimiento vegetativo “discreto”
del ayllu de Cuchumpaya
Años |
Nacimientos |
Muertes |
Diferencia Crecimiento |
1832 |
23 |
17 |
6 |
1833 |
25 |
19 |
6 |
1834 |
34 |
31 |
3 |
1835 |
42 |
27 |
15 |
1836 |
8 |
16 |
-8 |
1837 |
15 |
31 |
-16 |
1838 |
19 |
16 |
3 |
1839 |
11 |
16 |
-5 |
1840 |
21 |
12 |
9 |
1841 |
13 |
14 |
-1 |
1842 |
11 |
16 |
-5 |
1843 |
11 |
27 |
-16 |
1844 |
15 |
7 |
8 |
1845 |
17 |
25 |
-8 |
1846 |
23 |
12 |
11 |
1847 |
13 |
3 |
10 |
1848 |
21 |
4*** |
17 |
1849 |
25 |
4*** |
21 |
1850 |
25 |
5 |
20 |
1851 |
25 |
41 |
-16 |
1852 |
17 |
12 |
5 |
1853 |
11 |
3 |
8 |
1854 |
19 |
14 |
5 |
1855 |
13 |
8 |
5 |
1856 |
11 |
17 |
-6 |
1857 |
31 |
3 |
28 |
1858 |
19 |
19 |
0 |
1859 |
19 |
12 |
7 |
1860 |
21 |
5 |
16 |
1861 |
10 |
27 |
-17 |
1862 |
6 |
8 |
-2 |
1863 |
15 |
3 |
12 |
n, m, cv
Sumatorias 9.81 599 382
Promedios
Durante 50 años 19.2 11.7 7.5
La masa de nacimientos cuantificados durante medio siglo (1813-1863), en el ayllu de Cuchumpaya (Sud Yungas), llega a la cifra de 981 eventos de comienzos de trayectorias de vida. En el mismo lapso la masa de defunciones alcanza la cifra de 599 eventos de culminaciones de trayectorias de vida. Ambas masas de acontecimientos vitales denotan una diferencia de 382 sobrevivencias en el transcurso de medio siglo.
Estos valores absolutos definen tendencias en el tiempo; refiriéndose a los nacimientos estos establecen una tendencia central de 19 nacimientos por año, a lo largo del medio siglo considerado. La masa de muertes se comporta bajo un promedio anual de 12 muertes; esto significa que un crecimiento vegetativo promedio concurre a razón de 7 incrementos anuales. El índice de mortalidad es notoriamente alto: las muertes anuales (promédiales) corresponden aproximadamente al 62% de los nacimientos. Esto significa, en términos probabilísticas, un índice de mortalidad de 618 muertes, a todas las edades, por cada 1.000 nacidos vivos, en el transcurso de medio siglo.
Evidentemente, la frecuencia de nacimientos y de muertes, las frecuencias absolutas, no se comportan regularmente en relación a sus promedios anuales; al contrario, aquí se manifiesta una marcada irregularidad. A partir de 1825 (año de la independencia) hay un repunte en los nacimientos: durante una docena de años antes (1813-1824) el promedio de los nacimientos era de 17,4 eventos por año, en tanto que en el transcurso de los 12 años posteriores este promedio es del orden de 26,2 nacimientos anuales. Es también notoria la subida de las muertes a partir del año 1835, que incluso dan lugar a saldos negativos en el crecimiento demográfico, tal el caso de los años 1836 y 1837.
En el problema que nos ocupa, nos interesa tanto analizar las frecuencias absolutas así como las tendencias centrales. Por otra parte, desde el punto de vista de la demografía histórica es menester seguir tanto las series de eventos en su versión irregular, como comparar las mismas con las tendencias regulares abstractas. Lo que interesa aquí fundamentalmente es el estudio de los encadenamientos de las series de sucesos demográficos; de los amarres y distribuciones de los que hablamos arriba.
III. ANÁLISIS DE LAS FICHAS DE DEMOCRAFIA HISTÓRICA DEL AYLLU DE CUCHUMPAYA
En principio deberíamos hacernos la siguiente pregunta: ¿se trata de historias generacionales, o más bien de historias familiares? Evidentemente, cuando tenemos las fechas de nacimientos, así como las fechas de defunciones, cubrimos historias de generaciones. Cuando falta una de estas fechas, sobre todo cuando faltan las fechas de defunciones, las historias generacionales quedan truncas.
¿Cómo cerrar el círculo de vida cuando falta esta información? Depende de quién se trate; si es el caso del padre, tenemos como referencia las edades, o las fechas de nacimiento de los hijos. Si el padre de los hijos sigue sobreviviendo incluso cuando nace el último de sus hijos datificados. Tratándose de la madre es más complicado, pues, muchas veces aparece más de una madre; es decir, estamos hablando de varios “matrimonios”. Tendríamos que hacer el seguimiento de los apellidos de los hijos, para así tener una orientación acerca de la sobrevivencia de la madre; pero, estos apellidos no siempre aparecen; sobre todo el relativo a la madre. En estos casos es importante contar como referencia operativa con la esperanza promedio de las mujeres.
Más grave aún es el caso de las mujeres madres que no cuentan con fecha de nacimiento; pero teniendo en cuenta la distancia promedio entre la fecha de nacimiento de la madre y la fecha de nacimiento del primer hijo, en los casos que cuentan con estos datos, tendremos orientadores operativos, para el cálculo de los promedios probables, en aquellos casos en que hay vacío de datos.
Otro problema, que se encuentra en las fichas de demografía histórica, es el correspondiente a la falta de fecha de defunción de los hijos. Esto se debe fundamentalmente a problemas de fuente; aunque se trate de seguimientos longitudinales, las fuentes corresponden a cortes en el tiempo. Es obvio que la población de sobrevivientes no cuenta con las fechas de sus defunciones.
A este problema de la cronología de las fuentes se suman otros, aunque de menor incidencia: aquellos relativos a las subanotaciones documentales. Estos tipos de subestimaciones son frecuentes en los padrones como también en los documentos parroquiales, sobre todo, tratándose de subpoblaciones de mujeres y de hijos.
Ahora bien, en este caso es menester contar con apoyo de modelos matemáticos, correspondientes a las probabilidades de muerte por edad y sexo, así como relativos a las esperanzas de vida por edad y sexo. Para el caso, también es conveniente no olvidar que podemos contar con estos indicadores salidos de la propia información de las fichas, información referida a personas que sí cuentan con todos los datos requeridos.
Hasta aquí estamos hablando de historias demográficas de vida; cada fecha está vinculada a la persona, forma parte de un ciclo de vida. Son recorridos individuales, trazos en el tiempo, de personas que presumiblemente ya no se encuentran vivas, trazos reales, no hipotéticos, como ocurre con la demografía transversal. Trazos demográficos individuales, que agrupados pueden conformar historias generacionales: grupos de nacimientos, grupos de sobrevivencia, grupos de defunciones.
Podemos también seguir la edad de los grupos generacionales según los acontecimientos demográficos, el año cronológico correspondiente. Los grupos generacionales ya expresan acontecimientos en masa; aquí ya no hay individualidades, sino contingencias colectivas, perfiles demográficos de grupos, comportamientos compartidos, que pueden describirse por medio de indicadores, que son datos promedios. La virtud de estos es que corresponden a trayectorias donde se vislumbran los procesos acumulativos, los desplazamientos de las regularidades, las modificaciones demográficas o, en su caso, las persistencias de las estrategias reproductivas.
Las historias de vida, las historias generacionales, no son, sin embargo, las únicas historias que podemos reconstruir; hay otras historias posibles: historias familiares, desplazamientos de las relaciones de parentesco, historia del ayllu, historia tributaria de la comunidad, relaciones de nupcialidad y de emparejamiento.
Metodológicamente podríamos decir que son posibles distintos y variados recortes temporales, son reconstruibles diferentes temporalidades. La historia, desde este punto de vista, se abre, no sólo a heterogéneos recorridos, es decir, a su multilinealidad, sino, también a la densidad de trayectorias en un mismo proceso aparente. Por ejemplo, vemos en nuestro estudio que, no sólo se trata de historias generacionales, referidas a un mismo conjunto de datos, sino también se trata de historias de vida, de historias familiares, de historias de relaciones sociales, de historias económicas; historias que se remiten a diferenciadas unidades de análisis, aunque se trate de un mismo objeto de estudio: historia demográfica del ayllu de Cuchumpaya.
Lo anterior plantea un problema metodológico a la comprensión histórica. Como habíamos dicho, la historia se dispersa cuando se menciona su multilinealidad; es decir, no hay un destino ineludible hacia el capitalismo. Esta dispersión histórica no habla de una historia, bajo el entender clásico, sino de muchas historias: el mercantilismo se articula al circuito de reciprocidades, las formas capitalistas de producción se intersectan con las formas burocráticas coloniales, así como con las pervivencias productivas andinas.
Las direccionalidades sociales pugnan por atraer al conjunto de las fuerzas hacia la estrategia impulsada históricamente. Lo anterior es pues, una dispersión de la historia, una disolución de la idea de historia como destino, una ruptura de la historia en múltiples procesos que no se someten a una misma lógica. Sin embargo, el dislocamiento, ¿la disolución misma de la historia?, la diseminación de las series cronológicas, aquí no acaba. Un mismo conjunto de acontecimientos, que aparentemente están dentro de un proceso, se remiten a una saturada densidad de entrecruzamientos de trayectorias diversas de unidades existenciales distintas; distan dimensiones, distintos niveles de cruzamiento. Un individuo pertenece a un grupo familiar, a una red de relaciones de parentesco. Por otra parte los grupos familiares pertenecen a estructuras económicas, a estructuras sociales, a códigos administrativos, se asientan en formas de asentamientos territoriales. No hay pues, una sola dimensión de vida, sino que la vida es esa densidad de dimensiones existenciales y sociales.
No confundamos la historia con una forma de organizar la información histórica; pues, en este caso, la historia se convierte en una ficción metodológica. Desde esta perspectiva, no hay historia, en sentido clásico, sino trayectorias que se desplazan, se multiplican, se alargan o se acortan, se modifican o se repiten regularmente; trayectorias que también se anudan, se amarran formando lugares de saturación, de entrecruzamientos, o de gravitación social.
1. Trayectorias demográficas
La trayectoria demográfica es el recorrido en el tiempo de un flujo poblacional. Una generación de nacimientos constituye la presencia de una masa de nuevas vidas que, a su vez, se distribuyen en flujos de sobrevivencia. Las trayectorias dejas sus huellas: distribución de los sobrevivientes, por sexo y por edades, desplazamiento de la población por períodos, desplazamiento de las muertes por etapas; también distribución de la movilidad espacial, por sexo y por edad, por familias, desplazamiento de la movilidad espacial por períodos históricos (movilidad de forasteros). No podemos dejar de mencionar otros fenómenos demográficos que trazan su huella en el tiempo: la intensidad y extenuidad de los emparejamientos, la conexidad de las alianzas familiares, así como la desconexidad de estas alianzas cambiantes, en función de la formación de nuevas estrategias reproductivas. El objeto de estudio de la demografía histórica son, pues, las masas de movimientos temporales de flujos de trayectorias demográficas; no ocurriendo lo mismo con la delimitación del objeto de estudio de la demografía de momento (transversal); objeto que se define por el estudio de espacios y estructuras poblacionales, por el estudio de la regularidad de sus relaciones en un espacio dado demográfico. El problema de la demografía histórica es el desplazamiento, la modificación, la diseminación de las relaciones poblacionales. Es en este sentido que vamos a tratar el material de nuestra investigación.
En un total de 242 fichas se obtuvieron 1.584 frecuencias de trayectorias individuales; trayectorias que se aglutinan en familias, se distribuyen de acuerdo de su condición tributaria, comienzan con una fecha de nacimiento, culminan con una fecha de defunción, se pierden en el vacío cuando no conseguimos seguir su secuencia, se vinculan a formas de tenencia de la tierra, así como a modos y circuitos de productos (reciprocidad, comercio). Es decir, se trata de trayectorias que fluyen a través de distintos recorridos, que explosionan en variadas direcciones; son pues trayectorias polivalentes. Cuando la información logra encadenar las trayectorias familiares podemos llegar a acumular un apreciable contingente de relaciones de parentesco en el tiempo; por ejemplo, el caso en el que podemos seguir a 47 miembros de un desplazamiento familiar; en otro caso, en el que podemos seguir a 28 personas correspondientes a tres familias. En estos casos las trayectorias individuales se conectan, forman conglomerados de trayectorias, se transforman en flujos de masa, en movimientos de relaciones de parentesco. Esta concentración de trayectorias conforma una densidad demográfica en el tiempo, densidad que constituye ya una estrategia de desplazamiento.
Desde el punto de vista histórico, la familia no puede definirse como en el caso de la demografía de momento: familia nuclear, familia compuesta, familia extendida. El desplazamiento familiar, la yuxtaposición de generaciones, el encadenamiento de recorridos, exigen una mirada distinta, una mirada temporal, no espacial, que visualice los movimientos y las acumulaciones. Es por esta razón que podemos encadenar una masa genealógica grande de flujos en comparación con las mediciones del tamaño de hogar de la demografía de momento. No es la estructura lo que se observa sino las trayectorias, los desplazamientos, las transformaciones. Lo que se estudia son los cambios de comportamiento y de direccionalidad en el tiempo, la temporalidad de los procesos concebidos como densidades, intensidades y extenuidades de trayectorias. A lo largo de 140 años (1759-1899) el tamaño medio de los encadenamientos familiares es de 6-7 personas; teniendo en cuenta las condiciones de las fuentes manejadas; padrones y documentos parroquiales.
Contando con las familias se observa claramente el ritmo de emparejamiento; hombres que se casan o contraen relaciones de pareja, hasta cuatro veces (¿mortalidad diferencial de hombres y mujeres, en detrimento de las últimas?); también se observa, de manera específica, la capacidad reproductiva hasta en tres generaciones consecutivas. El conjunto de desplazamientos familiares es pues una unidad de análisis que exige técnicas apropiadas para su medición y su cualificación: intervalos intergenésicos, distribuciones generacionales, relaciones intergeneracionales, dispersión de los encadenamientos demográficos, dirección de las estrategias de desplazamientos demográficos. Sin embargo, la unidad familiar no es la única unidad metodológica posible, hay otras unidades de concentración de trayectorias; otras unidades a las que se articula la unidad familiar.
Otra unidad es la de los grupos generacionales, considerando el período de sus nacimientos. Esta unidad es más masiva que el grupo familiar; se trata de otra forma de concentración de trayectorias. Aunque en este caso la forma de concentración es más abstracta; personas que no necesariamente se conocen comparten un período de nacimiento, así como un período de sobrevivencia. Esta es una unidad que se construye por razones métricas (medición); aunque también es una unidad situada por un conjunto de acontecimientos vividos en un tiempo compartido: historias generacionales.
De 1805 a 1880 contamos con 1.026 nacimientos en el ayllu de Cuchumpaya; esto quiere decir, que a lo largo de 75 años el número de nacimientos promedio por año es de 13,7; teniendo en cuenta evidentemente la situación de la información que investigamos. Ya hablamos anteriormente ante una manifiesta subinformación. Los padrones se esmeraban en establecer el número de tributarios; sin embargo, no necesariamente aparece el mismo esmero con el resto de las personas. Los documentos parroquiales permiten mejorar esta información, así como corregir falencias de edades, fechas de nacimiento, fechas de defunciones; sin embargo, tampoco escapan a errores de cobertura. En este sentido, nos vemos obligados a recurrir, de vez en cuando, a ciertas técnicas de corrección. De este modo encontramos una subestimación de los nacimientos del orden del 20% lo que equivale a hablar de 1.232 nacimientos, o de 206 nacimientos no informados.
Obviamente la responsabilidad del flujo de estos nacimientos es diferencial, teniendo en cuenta la edad de las mujeres. Considerando a las mujeres en edad reproductiva (15-49 años) durante 75 años (1805-1880), tenemos la siguiente distribución promedio y, por lo tanto, la siguiente estructura porcentual de fecundidad (tasas relativas de fecundidad):
Nacimientos según la edad de la madre (1805-1880)
Tasas relativas de fecundidad, promedio de nacimientos por años
Edad de |
Distribución de |
Tasas relativas |
Promedio de nacimientos |
|
|
|
|
15-19 |
209 |
17.0 |
2.79 |
20-24 |
222 |
18.0 |
2.96 |
25-29 |
294 |
32.9 |
3.92 |
30-34 |
179 |
14.5 |
2.39 |
35-39 |
156 |
12.7 |
2.08 |
40-44 |
120 |
4.2 |
0.69 |
|
|
|
|
Totales |
1.232 |
100.0 |
16.43 |
La anterior estructura demográfica es una proyección de la demografía histórica; no es su construcción una técnica apropiada para eventos que se dan en forma de trayectorias, pero puede darnos una idea de la tendencia de los comportamientos reproductivos, sobre todo, con fines de comparación, con los datos obtenidos por las encuesta demográfica de Sud Yungas, el año 1988. Aproximadamente el 60% de los nacimientos es responsabilidad de los tres primeros grupos quinquenales (15-29), en cambio el 40% de los nacimientos se distribuyen en los 4 grupos quinquenales restantes (30-49 años).
Los 1.232 nacimientos no se dieron obviamente de manera regular. Teniendo en cuenta la frecuencia de nacimientos por año (información subestimada) observamos que la distribución de nacimientos es irregular: 17 nacimientos en 1805; 48 nacimientos en 1806; 11 nacimientos en 1807; 15 nacimientos en 1808; 17 nacimientos en 1809; haciendo un promedio de 21,6 nacimientos en el quinquenio (1805-1809); es decir, 5,2 nacimientos más que el promedio de los 75 años (1805-1880). Esta variable distribución de los nacimientos en el tiempo forma parte de la problemática de la demografía histórica, así como las trayectorias de sobrevivencia de estos grupos generacionales.
El nivel de masculinidad calculado para el contingente demográfico, que fluye en el transcurso de los 140 años delimitados para el estudio de las trayectorias demográficas, es de 94,9; es decir, se trata de una relación de 95 hombres por cada 100 mujeres. Esto nos muestra una mayor proporción de mujeres: un 51% de población femenina en el conjunto demográfico. De este 51% de mujeres, son aquellas comprendidas en edades reproductivas las responsables de los flujos de nacimientos. En este sentido la estructura demográfica de estas mujeres es una de las condiciones inductoras de la masa de nacimientos. Condición inductora entre otras, como aquella que se refiere a las relaciones entre ayllus, a las alianzas familiares, a las presencias de epidemias, a la movilidad espacial de la población, a la relación de los ayllus con las haciendas, a la disponibilidad de las mujeres y las parejas; condiciones que inducen conductas y comportamientos reproductivos.
Ahora bien, los compartimientos reproductivos son síntesis de variadas condiciones inductoras, de distintos desplazamientos de flujos demográficos, sociales, culturales, psicosomáticos, de movimientos producentes de aquello que podemos llamar el “deseo” colectivo, así como de su actualización, de su desciframiento imaginario. Por esta razón, las de su actualización, de su desciframiento imaginario. Por esta razón las trayectorias demográficas no son simplemente desplazamientos cuantitativos, sino que lo cuantitativo es una de las expresiones posibles de la polivalencia y multitudinaria direccionalidad de las trayectorias de vida. ¿Qué cambios de estrategia acontecen en una modificación de los ritmos de nacimientos? ¿Qué circunstancia económico-social desvía el desplazamiento demográfico? ¿Qué represión social imprime su temporalidad postergada en la temporalidad vital del “deseo” colectivo? ¿Cuáles son los recorridos de la resistencia que trazan su huella en la territorialidad y en la historia concreta? ¿Qué microfísica del poder reprime el deseo colectivo? ¿Cómo se abren caminos, sobrepasando el umbral de la represión, la procedencia irreductible de la colectividad, así como la producción deseante de los cuerpos rebeldes?
Estas preguntas apuntan a la totalidad, a la recuperación total de los recorridos de las trayectorias; señalan la necesidad de hablar a través de varias expresiones, sin reducirse a ninguna de ellas: expresión cuantitativa, expresión conceptual, expresión simbólica, expresión material de los recorridos, expresión corporal de los deseos. Sólo así las trayectorias de vida son trayectorias de vida y no reducciones operativas.
Durante el primer quinquenio republicano (1825-1829), contamos con un promedio de nacimientos por años de 28,6 nacimientos y con una mortalidad promedio por año de 10,8 muertes; esto da una diferencia de 17,8 habitantes. Esta última cifra no es una tasa; no estamos relacionando los valores de nacimientos y de muertes con los valores de la estructura poblacional, es decir, no estamos sacando probabilidades. Estas cifras son valores “discretos”. Cada año del quinquenio mencionado tenemos un excedente promedio de 17,8 personas; en otras palabras, la población crece en 89 personas en esos cinco años.
Nacimientos y muertes (1825-1829)
Promedios, crecimiento vegetativo discreto
Años |
Nacimientos |
Muertes |
Crecimiento |
|
|
|
|
1825 |
36 |
2 |
34 |
1829 |
21 |
|
14 |
1827 |
21 |
7 |
9 |
1828 |
34 |
12 |
13 |
1829 |
31 |
21 |
19 |
1830 |
|
12 |
|
Promedios |
|
|
|
Anuales |
28,6 |
10,6 |
17,8 |
Relacionando el promedio anual de muertes y el promedio anual de nacimientos obtenemos una tasa de mortalidad: “Probabilidad” de muerte de los nacimientos en relación a las defunciones habidas en todas las edades. Esta tasa de mortalidad de los nacidos, en el quinquenio tratado (1825-1829), es del orden de 378 muertes, a todas las edades, por cada 1.000 nacidos vivos.
¿Cuántos de ellos corresponden a la mortalidad infantil? ¿Cuántos corresponden a la mortalidad posterior? ¿Cuál es la distribución de la mortalidad por edades? Estas preguntas van a ser absorbidas después, por de pronto, ya contamos con un indicador acerca de la intensidad de la muerte, en el ayllu de Cuchumpaya, durante el primer quinquenio republicano.
Tomando en cuenta a las personas que portan información acerca de su nacimiento y de su defunción (fecha de nacimiento, fecha de defunción); es decir, considerando las trayectorias individuales cuyo origen y deceso se conocen, ellas constituyen el 21% del conjunto demográfico estudiado, en el transcurso de 140 años. Sobre esta base hemos obtenido el promedio de sobrevivencia de 334 trayectorias de vida, que es de 26,8 años. Promedio de sobrevivencia correspondiente al período (1759-1899), que abarca aproximadamente la segunda mitad del siglo XVIII y todo el siglo XIX. Promedio de sobrevivencia, o esperanza de vida al nacer, de 140 grupos generacionales, que, por otra parte, muestra un indicador indirecto de las condiciones sociales y presiones socios económicos a las que estaba sometido el ayllu.
La muerte, se inscribe en la memoria de las comunidades, si esta inscripción es intensa desordena sus composiciones, atenta contra su reproducción social, acorta sus posibilidades de desplazamiento, restringe a la población a vivir en la más modestas condiciones, en los más recortados movimientos, en el límite de su reposición demográfica.
Desde las reducciones del Virrey Toledo, los ayllus fueron obligados a recluirse, fueron desterritorializados, para resumirse a un localismo extremo: la comunidad delimitada por el contorno, limítrofe a lo externo, que la agredía; perímetro de conflictos y de tensiones. La interioridad de la comunidad era una memoria tallada de recuerdos; su territorio delimitado, contorneado, también era una inscripción; recorridos de una producción que respondía a las alianzas familiares, circulaciones distributivas que cortaban las relaciones de filiación, consumos representados por símbolos y mitos, trazaban sus huellas en el espacio comunario.
Los cuerpos también eran campos de escritura: amontonados, distribuidos, dispersados, mostraban sus marcas; huellas de tiempo, fuerzas reacias a la represión. Los cuerpos vivos y los cuerpos muertos; ambos desempeñan funciones sociales y funciones imaginarias en la memoria colectiva. Su trazo en las trayectorias generacionales dibuja un perfil descriptivo: la distribución de la muerte y la vida en la estructura por edades.
Una mortalidad infantil de 265,04 defunciones en el primer año de vida por cada mil nacidos vivos, en el transcurso de aproximadamente un siglo y medio, inscribe su hendidura en el flujo de nacimientos. Además 275,64 defunciones por cada mil (probabilísticas), corresponden al sexo masculino. Esta ancha mortalidad es diferencial: una sobremortalidad de los varones reduce las masas de sobrevivencia masculina. No escapa a esta intensidad de la muerte el grupo de edades de 1 a 4 años: 188,9 defunciones probables por cada mil personas, en el caso de los hombres; 192,71 defunciones probables por cada mil habitantes, en el caso de las mujeres. El fenómeno de la mortalidad reditúa a la masa de sus víctimas; ahora serán las mujeres las que expresen una sobremortalidad, en relación a los varones.
¿Socialmente se busca compensar la sobremortalidad masculina anterior? La muerte no es solamente un fenómeno biológico, sino también social: sucede una especie de economía de la muerte; una economía selectiva, que clasifica, codifica, a los cuerpos condenados, distribuye las expansiones de la mortalidad. No se trata de una planificación, sino, de una consecuencia derivada de comportamientos desiguales o, también, de actitudes demarcadas ante la muerte. En el quinquenio de 5 a 9 años, la tendencia probabilística se mantiene, aunque baja en intensidad: 61,94 defunciones de varones por 64,46 defunciones femeninas. Esta tendencia subsiste hasta el quinquenio de 40 a 44 años, en el cual vuelve a invertirse el lugar de la sobremortalidad; ahora en detrimento de los hombres: 132,46 defunciones por cada 1000 habitantes varones, contra 122,27 defunciones, por cada 1000 habitantes mujeres. Por otra parte, a partir del grupo quinquenal de edades de 20 a 24 años, el recorte de la muerte vuelve a subir, en vez de bajar, como ocurría hasta entonces.
Tasas de mortalidad promedio del ayllu de Cuchumpaya
(Probabilidades de muerte)
1759-1899
e°o=27
Grupo de |
Hombres |
Mujeres |
Índice de |
|
|
|
|
0 |
275,64 |
254,44 |
183,3 |
1-4 |
188,90 |
192,71 |
98,0 |
5-9 |
61,94 |
64,46 |
96,1 |
10-14 |
39,74 |
45,29 |
87,7 |
15-19 |
53,25 |
59,80 |
89,0 |
20-24 |
69,73 |
77,07 |
90,0 |
25-29 |
78,94 |
89,01 |
88,7 |
30-34 |
90,52 |
99,38 |
91,1 |
35-39 |
107,48 |
111,86 |
96,1 |
40-44 |
132,46 |
122,27 |
108,3 |
45-49 |
162,33 |
138,28 |
117,4 |
5-54 |
194,28 |
163,84 |
118,6 |
55-59 |
237,28 |
198,09 |
119,8 |
60-64 |
289,60 |
254,24 |
113,9 |
65-69 |
364,40 |
329,70 |
110,5 |
70-74 |
475,31 |
438,76 |
108,3 |
75-79 |
602,44 |
578,82 |
104,1 |
80-84 |
761,51 |
739,00 |
103,0 |
El índice de masculinidad de las muertes también nos muestra la relación de hombres y mujeres ante la muerte, pero también, muy bien podíamos haber obtenido un índice de femineidad de las muertes; indicador que expresa la relación inversa: relación de mujeres respecto a los hombres con referencia a las defunciones probables acaecidas.
En el primer año de vida mueren 108 hombres por cada 100 mujeres; o, al revés, mueren 92 mujeres por cada 100 hombres. Esta situación de sobremortalidad masculina se modifica inmediatamente en el grupo de edades de 1 a 4 años, como habíamos dicho anteriormente: 98 hombres por cada 100 mujeres mueren en este grupo de edades; o, de otro modo, 102 mujeres mueren por cada 100 hombres en este grupo de edades. Estos índices de masculinidad, o en su caso, de femineidad, que expresan la sobremortalidad femenina se mantienen hasta el grupo quinquenal de edades de 40 a 44 años; momento en el cual se modifica la situación en detrimento de los hombres.
Desde entonces hasta el último grupo de edades teniendo en cuenta la sobremortalidad masculina es una regularidad. 108 defunciones probabilísticas de hombres por cada centenar de mujeres, en el grupo de 40 a 44 años, 103 defunciones masculinas por cada 100 mujeres, en el grupo quinquenal de edades de 80 a 84 años, hablan de ello.
Ahora bien, las tasas de mortalidad promedio encontradas corresponden a las trayectorias generacionales reales, no ficticias, como en el caso de la demografía de momento. Es un mismo flujo de nacimientos es que sufre la desaparición continua del conjunto de sus miembros. Los riesgos de muerte son diferenciales de acuerdo a la edad de sobrevivencia del grupo generacional, dependen de las condiciones sociales y epidemiológicas de momento a las que están sometidas las sobrevivientes de la generación. La mortalidad es histórica, está inscrita en la trayectoria de la generación, traza un recorrido conjuntamente con el recorrido de sobrevivencia de la generación. El grupo generacional arrastra con él al proceso de muerte propio que le atinge, proceso diferenciado del proceso de mortalidad de los otros grupos generacionales.
Si bien el promedio de la esperanza de vida al nacer durante el lapso de 140 años es de 27 años (26,8 años); esto no quiere decir que todos los años o, en su caso, todos los quinquenios comprendidos en este lapso (en el número de 28 quinquenios), manifiesten la misma tendencia constante. Al contrario, es de suponer variaciones de la distribución de la mortalidad y, por lo tanto, variaciones en la esperanza de vida al nacer. Es por esta razón, y por conveniencias operativas, que supondremos una modificación, en el tiempo, de las tasas de sobrevivencia, así como de las tasas de mortalidad; aunque se trate de una modificación lenta y con ganancias mínimas de la esperanza de vida: de una esperanza de vida al nacer de 25 años, durante cuatro quinquenios del siglo XVIII (1770-1774, 1775-1779, 1780-1784 y 1785-1789), pasaremos a una esperanza de vida al nacer de 26,8 años durante los primeros quinquenios del siglo XVIII (1790-1894 y 1795-1799). Es decir, estamos trabajando con esta segunda tendencia en un período de 80 años (1799-1869). Por último, pasamos a considerar una última tendencia, correspondiente a los quinquenios 1870-1874 y 1875-1879, que expresa una ganancia mínima en la esperanza de vida al nacer (aproximadamente se trataría de 0,5 años de ganancia de vida al nacer); estamos hablando entonces de una esperanza de vida al nacer de 27,5 años para estos quinquenios mencionados.
En el siglo XVIII, durante el espacio de 20 años, en la segunda mitad del siglo (1770-1789), se acumulan 178 nacimientos; lo que implica aproximadamente un promedio anual de 9 nacimientos por año (8,9 nacimientos anuales). Sin embargo, como habíamos dicho anteriormente, esta tendencia promedial no es constante; por ejemplo, en el quinquenio 1770-1714 nos encontramos con 30 nacimientos en ese período; lo que significa 6 nacimientos por año. De este modo, en el subsiguiente quinquenio (1775-1779) tenemos 37 nacimientos; 7 más que en el quinquenio anterior. Esto denota un promedio de 7,4 nacimientos por año, en el intervalo de tiempo considerado. Los nacimientos van en aumento de quinquenio en quinquenio: de 1780 a 1784, el flujo de nacimientos suma 45 nuevas vidas, de 1785 a 1789 contamos con 66 nacimientos; aumentando con esto el promedio de nacimientos anuales; convirtiéndose el primer caso en un promedio anual de 9 nacimientos y el segundo caso en un promedio de 13,2 nacimientos anuales.
Lo interesante de este flujo de nacimientos son sus trayectorias de sobrevivencia. El último sobreviviente del grupo generacional de 1770-1774 alcanza a vivir hasta la década 1850-1860, cuando cumple entre 80 a 85 años. En cambio el último sobreviviente del grupo generacional 1775-1779 llega a cumplir entre 80 y 84 años durante la década 1855-1865; el sobreviviente del grupo generacional 1780-1784 llega cumplir entre 80 y 84 años de edad en la década 1860-1870. Por último, en la década 1865-1875 el sobreviviente del grupo generacional 1785-1789 llega a cumplir entre 80 a 84 años de edad. Lo anterior quiere decir que, en el lapso de 105 años mueren todos los componentes, de los anteriores grupos generacionales; o que, en el período de 85 años mueren todos los miembros de cada grupo generacional quinquenal. Téngase en cuenta, sin embargo, que el grueso de las defunciones se efectúa a tempranas edades: el 53% de las defunciones del grupo generacional quinquenal 1770-1174 se produce en los primeros 19 años. Algo parecido ocurre con las defunciones del resto de los grupos generacionales quinquenales tratados. No nos olvidemos que esperanzas de vida bajas están relacionadas con el grueso de la masa de la mortalidad en las primeras edades.
2. Historia y fecundidad
El hacer un análisis histórico de la fecundidad cuenta con algunos problemas; los más conocidos de éstos son los referidos al déficit en la cobertura de la información. Estos son de importancia en lo que respecta al cálculo. Sin embargo, hay otros problemas que también afectan a las consideraciones teóricas sobre el fenómeno de la reproducción.
Las restricciones teóricas demográficas han reducido la problemática de la reproducción al estudio aislado de la fecundidad. Este aislamiento atenta contra una comprensión integral y articulada tanto del fenómeno de la fecundidad, así como del proceso reproductivo.
Salir de este reduccionismo implica romper el aislamiento al que ha sido sometido la fenomenología de la fecundidad; de la misma manera connota incorporar las explicaciones de la natalidad, de la fecundad, del crecimiento poblacional, de la sobrevivencia y de la muerte demográficas, a una teoría general de la reproducción. Esta totalización del proceso reproductivo equivale alternativamente a visualizar la concreción del desplazamiento reproductivo; su figura concreta, su contenido específico. Este conocimiento de lo concreto de los procesos reproductivos es histórico.
Por razones operativas y por razones comparativas, optaremos por el uso simultáneo de dos series de datos. La primera serie no corregida, particularmente subnumerada, pero no tocada, ni transformada por el cálculo, mostrando sus irregularidades, sus ausencias y sus falencias.
Lugares sugerentes de análisis y reflexión. La segunda serie corregida, evaluada, transformada en cuanto al decurso de sus cantidades, aunque siguiendo la “lógica” de sus contenidos cualitativos, de sus direccionalidades trazadas. Este segundo uso nos servirá para orientarnos en un horizonte de posibilidades probables, así como teóricas. Con el juego de estas alternativas pensamos cubrir los vacíos, construir un referente de indicadores coherentes, constituir señales que nos permitan adentrarnos a los amarres problemáticos de la demografía histórica.
A partir del ejercicio de esta instrumentalidad, sobre todo guiándonos por los surcos de las huellas trazadas por la estructura de los indicadores, podremos atrevernos a incrustar nuestra mirada teórica en las visibilidades, en las temporalidades, en los desplazamientos, manifestados y expresados por las estrategias demográficas de una población concreta, la del ayllu de Cuchumpaya. Instrumentalidad y apertura teórica son recursos inseparables en el acto de desciframiento y develamiento de los datos y de las huellas, de los procesos y de los amarres de procesos, de aquello que podemos llamar problemática histórica de la reproducción socio-demográfica.
a) La estructura de los datos: cobertura incierta, diversidad cuantitativa de los recorridos demográficos del ayllu de Cuchumpaya.
La revisión de las fichas, su codificación, su ordenamiento, su clasificación, así como su ratificación, nos permite conformar frecuencias, cruce de variables, llenando de tabulaciones, construir secuencias de series, composiciones temporales, de los recorridos demográficos. Es el desciframiento de estos lo que nos ocupa. En este apartado nos detendremos particularmente en la discusión del fenómeno de la fecundidad; fenómeno reproductivo aislado, como ya lo dijimos, por una teoría abstracta analítica demográfica.
El concepto métrico de fecundad tiene su referencia en el número de nacimientos tenidos por mujeres en edad reproductiva. Se supone que los nacimientos son responsabilidades de este conjunto de mujeres. La relación de nacimientos y mujeres, en período reproductivo, se establece bajo un criterio probabilística: ¿Cuál es la proporción de nacimientos por mujer? ¿Cuál la distribución de estas proporciones, de acuerdo al desplazamiento de la edad de la madre? ¿Cuál la tasa global de fecundad considerando un determinado intervalo de tiempo (recorte quinquenal)? Podríamos adjuntar otras preguntas más, aunque de carácter teórico: ¿Dónde se ubican los emplazamientos, dónde se dirigen los desplazamientos de la fecundidad? ¿Cuál es el contenido del as disponibilidades reproductivas? ¿Cuál es la direccionalidad de las estrategias? Si por n designamos la masa de nacimientos habida en un lapso determinado; podemos especificar que estos nacimientos se refieren a mujeres en edad reproductiva (supuesto demográfico): 49n15 (nacimientos correspondientes a mujeres comprendidas en edad de los 15 a 49 años). Del mismo modo podemos designar por m a la población de mujeres en edad reproductiva: 49m15. Entonces la relación entre nacimientos y mujeres vendría a definir un cociente, el referido a la fecundidad de mujeres en edad reproductiva:
49n15
49f15= _______
49m15
Indicador aproximado a la tasa global de fecundidad, pues este último indicador se construye a partir de las tasas específicas de fecundidad. Las tasas específicas de fecundidad son los mismos cocientes entre nacimientos y mujeres, pero, referidos a edades específicas, a intervalos de edades específicas. Nacimientos y mujeres en el primer quinquenio reproductivo, en el segundo quinquenio, etc.
19n15 24n20
19f15=__________ 24f20=_________ ,……,
19m15 24m20
49n 45
49f 45=__________
49m 45
La sumatoria de estas tasas específicas de fecundad, multiplicada por 5 (pues estamos agrupando grupos quinquenales de edad de las mujeres), nos da la tasa global de fecundidad:
49 49
5SFx=5S 5xnx
15 15 5xmx
Considerando las fórmulas anteriores, para poder elaborar la tasa de fecundad específicas necesitamos contar con la siguiente información: cantidad de nacimientos, distribución de los mismos según la edad de la madre, poblaciones de mujeres en edad reproductiva por grupos quinquenales. Con la información obtenida a través de los padrones y de las listas nominativas parroquiales, con su ordenamiento, clasificación y datificación posterior, hemos podido construir estructuras poblacionales, diferenciando sexo y edades (por grupos quinquenales), siguiendo una consecuencia cronológica a intervalos de 5 años.
Son estas series de datos las que utilizaremos para elaborar las tasas de fecundidad específicas. Sin embargo, antes de hacer esto tenemos que resolver un problema: el número de nacimientos está sumergido en el número de pobladores correspondientes al primer quinquenio de vida. Para resolver este problema contamos con las probabilidades de sobrevivencia de ambos sexos en el primer año de vida. Además recurriremos a una fórmula apropiada para separar a los nacimientos del resto de personas sobrevivientes en los primeros 5 años de vida.
Tasa específica de fecundidad del ayllu de Cuchumpaya,
1805-1908
EDAD |
MUJERES EN |
DISTRIBUCION DE |
TASAS ESPECIFICAS |
|
|
|
|
15-19 |
33 |
8 |
0.0485 |
20-24 |
19 |
8 |
0.0842 |
25-29 |
16 |
11 |
0.1375 |
30-34 |
12 |
7 |
0.1167 |
35-39 |
15 |
6 |
0.0800 |
40-44 |
6 |
4 |
0.1333 |
45-49 |
5 |
2 |
0.0800 |
|
|
|
|
fx |
|
|
0.6802 |
|
|
|
|
(tasa global de fecundidad) |
|
|
|
5 fx |
|
|
3.4 |
|
|
|
|
La tasa global de fecundidad es notoriamente baja, para la época, lo que muestra una notable subestimación de los nacimientos, tanto en los padrones como en las listas nominativas parroquiales. Esta es la razón por la que debemos pasar de este dato a la corrección del mismo. En esta corrección emplearemos dos métodos: uno relativo a la proporción de hijos tenidos acumulativamente, según declaración de las mujeres, en relación al promedio estimado de la descendencia actual; el otro método tiene que ver con la redistribución hecha de las frecuencias de los nacimientos, tomando en cuenta los nacimientos habidos que no cuentan con fecha y las proporciones de nacimientos establecidas por años.
La corrección efectuada mediante la técnica de las proporciones entre los promedios de hijos habidos y los promedios de la descendencia actualizada, utilizando el factor P2/F2 y P3/F3 (proporciones de 20 a 24 años y de 25 a 29 años respectivamente), nos llevan a dos resultados en cuanto respecta a la tasa global de fecundidad: 6.2 hijos por mujer, para el primer caso y 7 hijos por mujer para el segundo caso. El segundo resultado tiene un diferencia de 0.9 puntos, comparándolo con el obtenido por medio de la utilización de las frecuencias de nacimientos corregidas. Ahora bien, las diferencias entre los datos corregidos y el dato elaborado con la información primaria es grande: 2.8 puntos en un caso, 3.6 en otro caso.
Estas diferencias se explican, en parte, por lo que podemos llamar el recorrido disperso de la información histórica de la demografía: a medida que nos alejamos de un centro gravitacional de la información, de un epicentro temporal, donde contamos con una densidad mayor de datos, cobertura más amplia, documentación más confiable, en esa misma medida la incertidumbre crece, la ambigüedad estadística ensancha las posibilidades de error.
Estamos hablando del primer quinquenio, que hemos tomado de base, de un período de estudio que dura medio siglo (1805-1809). Efectivamente cuando nos acercamos a los quinquenios de mayor confiabilidad informativa, como de mayor cobertura de datos, las distancias entre datos probables, construidos con métodos alternativos se aproximan, aunque no lo suficiente.
Si los quinquenios centrales, desde el punto de vista de la densidad de datos, son 1825-1829, 1930-1834, 1835-1839; manteniendo la misma perspectiva, supongamos que los quinquenios de incertidumbre estadística serían tanto precedentes a este centro temporal de información, de “menor incertidumbre”, como posteriores. De 1805 a 1824 tendríamos un espacio de tiempo de incertidumbre estadística, así como de 1840 a 1859. Contando con estos riesgos, y con las ventajas de ciertos lugares de acumulación de datos, podemos seguir el análisis del recorrido de los indicadores, referidos a las huellas demográficas del ayllu de Cuchumpaya.
Por otra parte la subvaloración de datos se da de manera diferencial; se subvalora sobre todo a las mujeres. Hablando de los nacimientos es notoria esta subvaloración diferencial. El quinquenio 1805-1809 se documentan 46 nacimientos, de los cuales 27 corresponden al sexo masculino y 19 corresponden al sexo femenino; es decir, el 60% de los nacimientos corresponden a los hombres, en tanto que el 40% restante corresponde a las mujeres. Si consideramos una de las regularidades encontradas por la demografía, la regularidad relativa a los nacimientos, vemos que, de 100 nacimientos aproximadamente 52 corresponden al sexo masculino, en tanto 48 corresponden al sexo femenino. Esta distribución se hace regular en una masa grande de eventos, disminuyendo su regularidad en masas de eventos de menor extenuidad. A pesar de esta última consideración las relaciones de 60% y 40% entre ambos sexos denotan una desviación de la regularidad, en detrimento aparente de los nacimientos femeninos. Lo mismo ocurre el quinquenio 1820-1840, aunque con un mayor grado de subvaloración de las mujeres: el 67% de los nacimientos se refieren al sexo masculino. En el quinquenio 1820-1829, el 62% de los nacimientos son masculinos y el 38% corresponden a las mujeres. Pero, esta disimetría no ocurre regularmente a lo largo del medio siglo estudiado, pues, en algunos casos se dan también subvaloraciones diferenciales en detrimento de los hombres: en el quinquenio 1815-1819 se notifican 17 nacimientos del sexo masculino y 27 nacimientos del sexo femenino; en otras palabras, el 39% de los nacimientos son de varones y el 61% de los mismos son relativos a las mujeres.
¿A qué se deben estas irregularidades? ¿Al azar? ¿O, al contrario, expresan exageradas sobre-mortalidades masculinas, en unos casos, o femeninas, en otros casos? De todos modos en un análisis y seguimiento cuantitativo de los fenómenos demográficos hay que tener muy en cuenta estas irregularidades informativas.
¿En qué lugar se encuentra la fecundidad de las mujeres del Ayllu de Cuchumpaya en esta dispersión de los indicadores? Comparando los datos corregidos por el procedimiento de las proporciones y el cálculo de las tasas de fecundad específicas, hecho con las frecuencias de nacimientos corregidos, en lo que respecta al quinquenio 1825-1829, tenemos una diferencia mínima: una tasa global de fecundidad de 6.5 hijos por mujer para el primer caso y una tasa total de fecundidad de 6.6 hijos por mujer para el segundo caso. Las diferencias en relación a la tasa global de fecundidad elaborada en base a la información primaria siguen siendo grandes: 3.6 puntos de diferencia, en un caso, 3.7 puntos de diferencia, en el otro caso.
Mediante estas comparaciones lo que hacemos es “verificar”, comprobar, lo que dijimos anteriormente acerca de las subvaloraciones, las subestimaciones documentales. Mediante estas comparaciones lo que hacemos es mostrar la incertidumbre en la que nos movemos cuando trabajamos en investigaciones demográficas históricas. Estas contrastaciones nos ayudan a buscar lugares de certidumbre, certezas estadísticas relativas a las tendencias de las direcciones demográficas, métodos e instrumentos apropiados que nos permiten optar por parámetros métricos, indicativos, que nos orienten en este viaje histórico, en esta revisión demográfica, de las estrategias de reproducción regionales, locales, de las estrategias delineadas por las agrupaciones específicas, como son las del ayllu.
Teniendo en cuenta estas consideraciones, en la perspectiva de extender las comparaciones una nueva corrección de los nacimientos es necesaria; esta vez a partir de las tasas específicas de fecundidad corregidas.
Si las tasas de fecundidad específicas se obtienen relacionando nacimientos, según la edad de la madre, con población de mujeres, por intervalo de edades, entonces los nacimientos los obtenemos relacionando las poblaciones específicas de mujeres con las tasas específicas de fecundidad.
De este modo obtenemos 131 nacimientos en el quinquenio de 147 mujeres expuestas en el mismo lapso de tiempo. Considerando la población total calculada con los datos primarios, para el quinquenio tratado; es decir, hablando de un promedio demográfico hipotético de 629 habitantes, sumando a esta población los nacimientos faltantes (73 nacimientos), tenemos entonces una población total de 702 habitantes.
Relacionando el promedio anual de nacimientos, de los grupos quinquenales de mujeres, con la cifra anterior, obtenemos la tasa de natalidad promedio de 37,3 nacimientos por cada 1000 habitantes; o si se quiere, 3.7 nacimientos por cada 100 habitantes. Para poder relacionar esta tasa bruta de natalidad con la tasa bruta de mortalidad, deduciendo así una tasa de crecimiento vegetativo, debemos operar con las poblaciones específicas y con las tasas de mortalidades específicas, correspondientes al quinquenio 1825-1829.
La cantidad de defunciones estimadas para el quinquenio 1825 y 1829 es de 99 muertes; 75 defunciones más que las dadas por la información primaria. La subvaloración de la mortalidad también es otro rasgo de la documentación histórica. Contando con la estimación de las defunciones tenemos una tasa bruta de mortalidad de 28.2 defunciones por cada 1000 habitantes; o dicho de otro modo, se trata de una mortalidad de 2.8 defunciones por cada 100 habitantes.
Lo anterior implica que estamos ante un crecimiento vegetativo de 9,1 personas por cada 1000 habitantes. Crecimiento bajo tratándose de un ayllu que cuenta con 702 habitantes en el quinquenio 1825-1829. Lo que quiere decir que, durante el período considerado, se produce un incremento de aproximadamente 6 personas por los 702 habitantes.
Cuando nos preguntamos acerca de la localización de las tasas de fecundidad, las cuales representan los recorridos y las tendencias del fenómeno de la fecundidad, decíamos que, era imprescindible encontrar parámetros orientadores para que podamos optar por direcciones indicativas, representativas del fenómeno en discusión. Ahora tenemos una orientación: si las tasas de fecundidad específicas fueran más bajas que las corregidas tendríamos una situación regresiva en la evolución de la reproducción demográfica. La natalidad no alcanzaría a reponer lo que vacía y deshabita la mortalidad; en el mejor de los casos, se daría lugar a un crecimiento estacionario. Las tasas corregidas nos muestran más bien un lento crecimiento, un excedente demográfico pequeño, que permite una estrecha acumulación demográfica. En lo que respecta a los ayllus los decrementos poblacionales se dan fundamentalmente durante la época colonial, particularmente en los primeros períodos coloniales. Cuantitativamente es notorio este descenso poblacional en el intervalo de tiempo que se desarrolla entre las reducciones toledanas y la enumeración demográfica-tributaria del Virrey de La Plata.
Los motivos de este descenso se encuentran tanto en la exacerbada sobremortalidad que se desata, en los períodos mencionados, como en la estrategia de resistencia a la tributación, que se conforma a través de la movilidad espacial de los llamados forasteros. Así como por otros motivos de carácter simultáneo, como es el de la baja de la natalidad y la fecundidad a “consecuencia” de la alta mortalidad de las mujeres en edad reproductiva, así como por implicaciones directas y mediadas debido a la ausencia de disponibilidad a tener hijos en períodos críticos y de restricciones (depresión social). Posteriormente a los períodos mencionados se produce una recuperación en la reproducción de las poblaciones autóctonas, aunque no desaparece la movilidad espacial de los sujetos. Esta movilidad espacial no está siendo todavía captada por nuestra investigación, aunque tenemos indicadores de contraste, los que nos ayudarán a conmensurar estos movimientos “migratorios”. Pero, por lo pronto podemos decir que, en las condiciones de la época de estudio, no es de esperar un decrecimiento demográfico de la población de los ayllus. Salvo que se trate de ayllus muy particulares, sometidos a la expansión agresiva de las haciendas; fenómeno que se manifiesta crudamente más tarde. En lo que respecta al ayllu de Cuchumpaya, este sufrirá después una merma grande de su contingente demográfico, explicado, en parte, por la proximidad del poblado de Chulumani. Centro de vecinos, lugar mercantil, que no sólo atraerá a pobladores, sino que distorsionará el hábitat del contorno, el código de sus relaciones, así como el diagrama de sus estrategias.
¿Cuántos de los pobladores de este quinquenio son tributarios? Sabemos que en los códigos de la administración colonial, como en los códigos republicanos se consideraba tributarios a los hombres comprendidos entre 18 y 50 años. Ahora bien, sólo contamos con información completa desde el intervalo de 20-24 años de edad, desde este grupo quinquenal hasta el recorte de los 50 años se agregan 178 varones en “condiciones” demográficas de tributar. Ahora bien, faltarían los varones entre 18 y 19 años. En el grupo quinquenal de edades de 15 y 19 años tenemos 27 jóvenes; el promedio por edad anual es de 5,4 habitantes. Supongamos, por el momento, esta distribución uniforme; entonces, tendremos alrededor 183 hombres en condiciones de tributar. Lo que quiere decir, que 514 personas estaban supuestamente exentas de la carga administrativa tributaria. Este conjunto de pobladores estaba constituido por los niños, las mujeres, los próximos y los ancianos. Sánchez Albornoz calcula que la relación entre tributarios y no tributarios era de 4,5 “dependientes” por hombre tributario. Bajo esta consideración tendríamos 823 habitantes, 121 habitantes más que los estimados por nosotros. La relación que arrojan nuestros cálculos es de 3,8 “dependientes” por tributario.
¿Podría servir la diferencia de los dos coeficientes (0,7) como medida de una probable subvaloración todavía subsistente? No olvidemos que las mujeres se encuentran subestimadas: 342 varones respecto a 287 mujeres hablan de ello; un índice de masculinidad del orden de 119.2hombres por cada 100 mujeres también. Por otra parte los hombres a ciertas edades probablemente se encuentran subvalorizados. La corrección atacó la masa de nacimientos, no las otras posibles subvaloraciones. Sin embargo, estas consideraciones nos señalan posibles subestimaciones, que no verifican, de ninguna manera, el coeficiente de Sánchez Albornoz. Se trata de un coeficiente muy grueso y arriesgado. Preferimos llegar a un criterio después de comparar la población construida en las trayectorias demográficas (generaciones) con la establecida en las estructuras demográficas.
Este criterio no puede ser de orden aritmético, pues este plantearía una constante cuantitativa, en cambio podemos proponer una relación variable, algebraica, que considera el peso relativo de los tributos en los grupos familiares. En lo que sigue diremos que, el 26% de la población del quinquenio 1825-1829 es tributaria.
De acuerdo a la clasificación de la información lograda por nosotros acerca de la condición tributaria, estamos ante la siguiente composición, aunque válida promedialmente en lo que va de los 140 años secuenciales seguidos: un 48% estaría bajo la categoría de originarios, un 36% bajo la categoría de agregado y un 15% bajo la categoría de vago. Está claro que esta composición de los tributarios, no es estable, pues las densidades de las categorías son móviles, se desplazan de acuerdo al mismo juego de las estrategias de alianzas, o, en otros casos, a los cambios de las codificaciones administrativas. Pero, esta composición promedial puede servir de parámetro en la lectura de las composiciones administrativo-económicas de la población del “ayllu”. De los 183 tributarios 88 son originarios, 67 son agregados y 28 vagos.
El año 1573 el repartimiento de Sicasica, repartimiento al que pertenecía la zona yungueña, contaba con 16.303 pobladores, contabilizados por la “visita general de Toledo”; de los cuales 3.445 fueron considerados tributarios; es decir, el 21% de la población. 110 años más tarde el contingente demográfico del repartimiento había disminuido en un 25%. Sólo 12.220 personas fueron cuantificadas por la numeración general del Virrey de La Plata. Los tributarios fueron reclasificados, para entonces, como originarios y forasteros. De 3.442 tributarios, es decir, del 28% de la población del repartimiento, sólo 901 fueron considerados originarios (26% de los tributarios), en tanto que el resto, el 74% de los tributarios eran forasteros (2.541 tributarios como forasteros). En el transcurso de estos 110 años de jurisdicción colonial, Yanacachi (Yungas), perteneciente al repartimiento de Sicasica, tuvo también un decremento demográfico: de 440 pobladores de ayllus bajó a 304 personas, aunque el conjunto de tributarios prácticamente se mantuvo (de 93 tributarios pasó a 94 habitantes comunarios en condiciones de tributar); sin embargo, los originarios sólo conformaban el 38% de la población tributaria, en cambio los forasteros llegaron al 62% de este conjunto demográfico.
El año 1825, es decir, 142 años después de la numeración general de La Plata, sólo el ayllu de Cuchumpaya, aunque el más grande demográficamente, contaba con 697 habitantes. Para entonces, ¿con cuántos comunarios contaban los ayllus de Yungas? Según cálculos de Grieshaber la población masculina tributaria de los ayllus de Yungas era de 2.151 comunarios para el año 1838. Si consideramos el coeficiente multiplicador obtenido por nosotros de 3,8 habitantes por tributario, tendríamos la siguiente estimación: 8.174 habitantes comunarios en los Yungas para el año 1838; 13 años más tarde que el año considerado por nosotros (1825). Operando con la tasa de crecimiento vegetativo, calculada por nosotros (9,1 x 1000 habitantes), y teniendo en cuenta los 13 años de diferencia entre 1825 y 1838, podemos estimar que, en el lapso mencionado, el contingente demográfico de Yungas acumula un crecimiento de 967 personas, en lo que respecta al crecimiento natural. Entonces el año 1825 contaríamos con 7.707 habitantes de los ayllus en la región yungueña, de acuerdo a nuestras estimaciones.
Ahora bien, en lo que ahora son las provincias yungueñas, se contaron 36 parcialidades (ayllus) asentadas en la zona. A principios del siglo XX, Herbert S. Klein estima un promedio de 61 tributarios varones (de 18 a 50 años de edad) por ayllu, en la provincia de Chulumani, durante el período que transcurre entre 1786 y 1877. Esto quiere decir que había por entonces 2.196 tributarios promedio año en la zona; tomando en cuenta el coeficiente de 3.8 habitantes por tributario; tenemos otra estimación, la referida al total promedio de la población: 8.345 habitantes comunarios en los Yungas.
Los cálculos de Klein y de Grieshaber nos dejan con la duda: ¿Cuántos habitantes de ayllus habían efectivamente en la zona yungueña? ¿No encontramos acaso en esto una estimación débil? ¿O, al contrario, nuestros cálculos son inciertos? Entre Klein y Grieshaber detectamos una diferencia del 13% al 15% (1095 personas); esta diferencia más que alejar sus estimaciones, las acerca. Las distancias entre las estimaciones de ellos y las muestras son de importancia, salvo si se trata de la cantidad de tributarios por “ayllu”, pero, incluso aquí debemos anotar que Klein y Grieshaber manejan promedios de la zona, en tanto que nosotros nos referimos a una cantidad absoluta de un “ayllu”.
Nosotros encontramos, para el año 1825, 183 tributarios en el ayllu de Cuchumpaya. Sabemos que nuestras fuentes contienen subvaloraciones, que en parte las hemos corregido, por lo menos en lo que respecta a las masas de nacimientos. La razón de esta diferencia puede deberse a que nosotros seleccionamos el ayllu más grande de la región, en tanto que los investigadores citados calculan un promedio regional, donde se encuentran ayllus de menor peso demográfico. Entre la estimación de Klein y la nuestra, tenemos una diferencia del orden del 8,3%. Este sería para nosotros el intervalo de confianza en el que se sitúa el contingente efectivo de la población.
La distancia entre estimaciones se acorta. ¿Por qué datos nos inclinamos ¿Un promedio entre las estimaciones (8.068 habitantes de ayllus)? Solución salomónica. Los cálculos de Klein y de Grieshaber se basan en coeficientes gruesos; se trata de estimaciones deductivas: parten de cálculos generales. No toman en cuenta las estructuras demográficas (edad y sexo), en tanto no consideran las distribuciones específicas de la mortalidad y de la fecundidad. De este modo sólo se aprecia la composición administrativo tributaria promedio de los ayllus. Hay muchos más riesgos en esta forma de estimación, mayor incertidumbre en supuestos demasiado globales. Estos riesgos no son excluidos por la proximidad de las estimaciones, recordemos que, no se trata de estimar valores absolutos como de averiguar tendencias. De todas manejas hay que recalcar la proximidad de los valores globales.
Partimos del análisis de las formaciones demográficas del ayllu de Cuchumpaya, de un estudio histórico de las trayectorias generacionales, de vida y sociedades. Logramos de este modo un conjunto de figuraciones en desplazamiento concatenado, indicadores específicos y temporales. En estas condiciones las estimaciones son menos arriesgadas, los supuestos tienen su correlato en una cuantificación detallista, además de poder contar con la combinación representativa de procesos microdemográficos y macrodemográficos.
Características que las convierten en prospecciones cuantitativas de tendencias, pero también consideraciones que no las salvan de la relatividad de los valores absolutos. Estas son las razones por las que preferimos operar con nuestras estimaciones cuando se trata de estructuras demográficas y de servirnos de las estimaciones de los investigadores como referentes operativos cuando se trata del conjunto poblacional de los ayllus de la zona yungueña. De todas maneras quedan por contrastar los indicadores inducidos con estudios micro-demográficos históricos de los 36 “ayllus” nominados a principios del siglo XIX.
Estimación de la estructura demográfica de los ayllus de las
Provincias de Yungas (1825)
Edad |
Hombres |
Mujeres |
|
|
|
0 |
656* |
605* |
1-4 |
475** |
451** |
5-9 |
385** |
363* |
10-14 |
259 |
443 |
15-19 |
288 |
279 |
20-24 |
404 |
251 |
25-29 |
472 |
337 |
30-34 |
337 |
280*** |
35-39 |
231 |
164 |
40-44 |
205** |
145** |
45-49 |
177** |
145 |
50-54 |
148** |
133** |
55-59 |
119** |
111** |
60-64 |
91** |
89** |
65-69 |
64** |
66** |
70-74 |
40** |
50** |
75-79 |
20** |
28** |
80-84 |
8** |
12** |
85 y + |
2** |
3** |
|
|
|
Totales parciales |
4.381 |
3.964 |
|
|
|
Total |
|
8.345 |
* Estimación hecha considerando la tasa bruta de natalidad con la estimación de 5040 habitantes.
** Datos estimados de acuerdo a las probabilidades de muerte en relación a la cifra anterior.
*** Dato estimado de acuerdo a la probabilidad de muerte en relación al valor porcentual anterior del quinquenio 1820-1824.
1. Esta segunda estimación supone la primera, busca corregir las subvaloraciones
que todavía quedan. A la primera cifra estimada se le “agregan” los nacimientos faltantes; a partir de los nacimientos obtenidos se calcula probables sobrevivencias en las primeras edades, recurriendo a tasa de sobrevivencia (edades de 0 a 9 años). Entre 10 y 39 años se trabaja con distribuciones demográficas del ayllu obtenidas a partir de los datos primarios. De 40 a 85 y + años volvemos a operar con probabilidades de sobrevivencia. De esta manera esperamos salvar, en gran parte, los vacíos de información que quedaban.
Notas
Capítulo 1
1. Therése Bouysse-Cassagne. Lluvias y Cenizas, HISBOL, Pág. 52.
2. Oliver Dollfus. El Reto del Espacio Andino, Instituto de Estudios Peruanos, Perú Problema N° 20, Pág. 18.
* Este Archivo de carácter epistemológico regional se encuentra en la Radio Yungas de Chulumani, capital de la Provincia Sud Yungas.
3. Oliver Dollfus: El reto del espacio andino. Instituto de Estudios Peruanos. Perú Problema N° 20. Pág. 33.
4. O. Dollfus Ob. Cit., Pág. 34.
5. Ibid., Pág. 34.
6. Ibid., Pág. 34.
7. Ibid., Pág. 34.
8. Ibid., Pág. 35.
9. Ibid., Pág. 35.
* (Michel Foucault: Arqueología del Saber). Paris, 1969. Gallimard. La Arqueología del Saber. México 1995; decimosexta edición. Pág. 10.
14. José Agustín Morales: Monografía de las provincias de Nor y Sud Yungas. Artística 1929. Pág. 13.
* El pequeño arbusto no pudo ser importado del Perú, puesto que esta entidad no existía en tiempos de Huayna Cápac; el arbusto es traído de la amazonia. Ver más adelante.
15. El Archivo de Investigación es un archivo de archivos, donde lo documental es sólo una parte. Archivo semiológico, archivo gramatológico, archivo de imágenes. También archivos de desconstrucciones epistemológicas, de procedimiento metodológicos, de instrumentos. Archivo crítico.
16. La Arqueología del Saber, Siglo XXI, Págs. 218-219.
17. Ibid., Pág. 221.
18. Ibid., Pág. 209.
19. Arqueología del Saber, Pág. 145.
Capítulo 2
* Se comprende por reciprocidades el ámbito de relaciones fundado en la economía política del don, es decir, de las donaciones y contradonaciones, en el circuito de códigos y sobrecodificación que deriva en la jerarquía y el prestigio.
1. Revisar el capítulo Reciprocidad y Mercado en los Recorridos de la Coca.
2. Esta palabra está de moda en los proyectos desarrollistas que trabajan en zonas rurales; como es de esperar, también en los Yungas.
3. El MACA (Ministerio de Asuntos Campesinos y Agropecuarios) expresa, a través de la Subsecretaría de Control de Substancias peligrosas, este criterio.
4. Cálculos realizados sobre informaciones dadas por el Pre-censo Agropecuario de 1984 y sobre los porcentajes manejados por el investigador Juan Carlos Pereira Stambuk. Según Juan Pereira Stambuk el fundo promedio en la región de Yungas, llega a las 6,7 hectáreas de propiedad.
5. Cálculos realizados utilizando fuentes del M.A.C.A. e información usada por Pereira Stambuk.
8. Fuente del M.A.C.A.
9. El número de comunarios contribuyentes de Nor Yungas, así como el número de sayañas y agregados de esta zona, son consideraciones “ligeras”, como anota Agustín Morales. Sin embargo no ocurría lo mismo para el caso de Sud Yungas.
10. José Agustín Morales: Monografía de las provincias de Nor y Sud Yungas. Artística Pág. 73.
11. Ibid. Pág. 135.
12. Ibid. Pág. 135.
13. Ibid. Pág. 139.
14. Ibid. Pág. 158
15. Revisar Reciprocidad y Mercado en los recorridos de la coca. Temas Sociales; abril 1989. Prevista de Sociología UMSA N° 14. Con el mismo título retiene el siguiente capítulo del libro.
16. Estado tributario y librecambio en Potosí (Siglo XIX). Hisbol. Pág. 9.
17. Ibid. Pág. 13.
18. Ibid. Pág. 13.
* Figura de derecho de propiedad privada individual familiar.
* Esta composición espacial responde a una perspectiva geográfica. La medida espacial depende de la caracterización de la que partimos, una caracterización ecológica y de otra índole haría cambiar la medida y obviamente el objeto de medida.
* Hablamos del antiguo poblado de Unduavi, no de los puestos provisorios nuevos levantados en las alturas montañosa por donde el camino, que también lleva el nombre de Unduavi.
* Chuspipata es un poblado de Nor Yungas, lugar histórico, puesto que en sus proximidades en una de sus curvas quedan a un precipicio, se fusilo a oponentes del Presidente Gualberto Villarroel.
19. Investigaciones de la Facultad de Biología y del Instituto de Investigación Ecológica, Universidad Mayor de San Andrés.
Capítulo 3
1. “Para el cado de Bolivia-dice Jorge Salinas-es perfectamente posible identificar sectores productivos en donde la lógica del funcionamiento está basada en la lógica empresarial, y sectores productivos en donde el elemento fundamental que define la dinámica está sustentada en su carácter de supervivencia”.
2. “Bolivia, país agrario: una población concentrada en el campo en alrededor del 52%; una población que refleja, sin necesidad de estar en el campo, las condiciones propias de un Estado de tipo agrario”. Este 52% rural ha sido obtenido a partir de un criterio de cuantificación arbitrario: más de 2.000 habitantes, población urbana, menos de dos mil habitantes, población rural (Censo Nacional de Población y Vivienda 1.976). ¿Qué garantiza que poblaciones sobre los 2.000 habitantes contengan procesos urbanos? Hay varios ejemplos: Huancané, cantón de Sud Yungas, concentraba en 1.976 a 3.528 habitantes; Chulumani, cantón de Sud Yungas, concentraba, ese mismo año, 3.785 habitantes; Yanacachi, cantón de Sud Yungas, concentrada 6.576 habitantes. Todas estas ocupaciones espaciales sobrepasan a los 2.000 habitantes. Se trata de poblados que no solamente concentran habitantes, sino también productos de acopio de las producciones campesinas, a la vez, medios de transporte, así como redes de relaciones sociales que significan el ámbito agrario; tanto las clases intermedias (comerciantes) como los campesinos, están lejos de ser interpretadas a partir de relaciones capitalistas, en estricto sentido. El acopio y el atesoramiento de riquezas, como el atesoramiento dinerario, caracterizan a formas precapitalistas de reproducción. Por otra parte, los asentamientos demográficos, los asentamientos espaciales, corresponden más a dinámicas rurales que a dinámicas urbano-industriales. A partir de estas consideraciones el 52% de población del campo queda corto frente a la magnitud propia de la incidencia de las formaciones campesinas. Los estratos demográficos agrarios exceden a los indicadores.
3. Podemos entonces responder afirmativamente a la pregunta, ¿Bolivia: país agrario? ¿Qué es lo que caracteriza a un país? “Un país en donde el proceso de supervivencia, dice Jorge Salinas, el de producción de alimentos constituye su razón y casi su estrategia fundamental, el objeto mismo de la existencia de un sector agropecuario”.
4. La respuesta de Jorge Salinas se circunscribe a la percepción del mercado. Las economías campesinas están ligadas al mercado, subsisten a través del mercado, por lo tanto no son economías autosuficientes, encerradas en sí mismas. Son economías alternativas, pero vinculadas, comprometidas, con el desarrollo del capitalismo.
5. Jurgen Golte, Marisol de La Cadena: La Codeterminación de la Organización Social Andina. Allpanchis N° 22. Año XIII, Vol. XIX. Pág. 7.
6. Ibid. Pág. 8.
7. “Previo a la aparición del mercado en los Andes se ha desarrollado de esta manera una esfera de interacción sumamente compleja, que se basa en relaciones de intercambio de trabajo por trabajo, de intercambio de trabajo por especie, de trabajo por herramientas, y recursos, de especie por especie, de especie por herramientas y recursos. También se basa, en la reificación e institucionalización de grupos y categorías sociales, frente a las cuales los individuos tienen que asumir responsabilidades y obligaciones, de las cuales derivan a su vez derechos y beneficios”. J. Golte y M. de La Cadena. Ob. Cit. Pág. 13.
8. Estudio de los espacios.
9. Estudio de los espacios de realización del objeto de consumo.
10. Jean Baudrillard: Crítica de la Economía Política del Signo. Siglo XXI. Pág. 52.
11. Ibid. Pág. 53.
12. Jurgen Golte y Marisol de La Cadena. Ob. Cit. Pág. 17.
13. Ob. Cit; Pág. 138.
14. Ibid. Pág. 146.
15. Ibid. Pág. 151.
16. “Lo que hoy se produce e intercambia (objetos, servicios, cuerpos, sexo, cultura, saber, etc.) es ya ni estrictamente descifrable como signo ni estrictamente mensurable como mercancía, que todo pertenece a la jurisdicción de una economía política general cuya instancia determinante no es ya la mercancía (incluso revisada y corregida en su función significante, en su mensaje, sus connotaciones, pero siempre como si subsistiera una objetividad posible del producto), ni naturalmente la cultura (incluso en su versión “crítica”: signo, valores, ideas, por doquier comercializadas o “recuperadas” por el sistema dominante, pero siempre ahí también como si subsistiera algo cuya trascendencia fuera localizable, y simplemente comprometida, especie de valor de uso sublime de la cultura alterada en el valor de cambio). El objeto de esta economía política, es decir su elemento más simple, su elemento nuclear-lo que fue precisamente la mercancía para Marx-y que no es ya hoy ni propiamente mercancía, ni signo, sino indisociablemente los dos, y donde los dos se han abolido en tanto que determinaciones específicas, pero no es tanto que forma/objeto, sobre la cual viene a converger, en un modo completo que describe la forma más general de la economía política, el valor de uso, el valor de cambio y el valor/signo”.
17. Revisar La Subversión de la Praxis. Episte. N° 3. Sobre todo, Itinerario de las Representaciones.
19. La fuente utilizada para estos comentarios es la que ofrecen las estadísticas del Maca. Ministerio de Asuntos Campesinos y Agropecuarios.
20. Oliver Dollfus: El Reto del Espacio Andino. Instituto de Estudios Peruanos, Problemas N° 20, Pág. 79.
21 Ibid. Pág. 80.
22. Ibid. Pág. 80.
23. Ibid. Pág. 80.
24. Oliver Dollfus; El Reto del Espacio Andino, Ob. Cit., Págs. 81-82.
25. Oliver Dollfus: “La coca, planta mágica y ritual, pasa a ser un producto de consumo corriente entre los mitayos que van a trabajar a las minas”. Ob. Cit. Pág. 99.
26. Revisar Causalidad e Instrumentación Andina de Earls y Sirverblatt. Tecnología Andina U.N.A.M. (Universidad Autónoma de México). También revisar La Subversión de la Praxis Episteme N° 3.
27 Dollfus. Ob. Cit. Pág. 90.
28 Ibid. Pág. 92.
29. Téngase en cuenta que pasamos de “ciudades” religiosas, en las que “permanecían” los Curacas, y sólo en caso de festividades y rituales “sagrados” se congregaban contingentes poblacionales, a ciudades administrativas de acopio tributario y atesoramiento de riquezas.
30 Dollfus. Ob. Cit. Pág. 94.
31 Ibid. Pág. 94.
32. Xavier Albó: Coripata; Tierra de Angustias y de Cocales. CIPCA. Pág. 14.
33. William E. Carter y Mauricio Mamani P.: Coca en Bolivia Juventud. Pág. 72. Los mencionados autores hacen referencia a estudios de Cobo, Galeano y Matienzo.
34. Heinz Dieterich: Relaciones de Producción en América Latina. Ediciones de Cultura Popular. Pág. 153.
35 Vincens Vives: Historia Social citado por Dieterich. Pág. 137.
36 Vincens Vives. Ob. Cit. Referencia de Dieterich; Ob. Cit. Págs. 133- 138.
37. Sergio Bagú, M. Kossok, autores citados por Dieterich. Ob. Cit., Págs. 157-158.
38. Información vertida por Gangliano; 1962.
39. William E. Carter, Mauricio Madani: Coca en Bolivia. Juventud. Pág. 69.
40. Revisar el texto mencionado de Carter y Madani. Pág. 70.
41. Carter y Mamani. Ob. Cit., Pág. 86.
42. Información dada por Klein. Referencia de “Carter y Mamani”. Ob. Cit., Pág. 88.
43. Censo de Propiedad Rural del Departamento de La Paz.
44. Consultar de Xavier Albó: Coripata, Tierra de Angustias y de Cocales.
45. Carter, South, 1977-1978.
46. William E. Carter y Mauricio Mamani P.: Ob. Cit; Coca en Bolivia. Pág. 101.
47. Jesús Herrera Llanque: Monografía: región de los Yungas. Pág. 7; también revisar el texto de Estimación de la población por departamento y ciudades capitales 1985-1990.
48. María Luisa Soux: Producción y Circuitos Mercantiles de la Coca Yungueña (1900-1935).
49. Fuente: Catastro de Yungas de 1895. Fuente citada por la investigadora María Luisa S. Ob. Cit. Pág. 75.
50. Ver cuadro 1.
51. Ibid. Pág. 76.
52. Ibid. Pág. 76-77.
53. Ibid. Pág. 77.
54. Fuente: Catastro de Yungas 1895. Fuente citada por María Luisa Soux.
55. María Luisa Soux: Ob. Cit. Pág. 57.
56. María Luisa Soux: Ob. Cit. Págs. 57-58.
57. Ibid. Pág. 58.
58. Ibid. Pág. 58
59. Revisar el texto de María Luisa Soux. Pág. 59.
60. Revisar Mercado y Reciprocidad en los recorridos de la Coca.
61. María Luisa Soux: Ob. Cit. Pág. 102.
62. María Luisa Soux: Ob. Cit. Pág. 102.
63. Ver el texto de Investigación de María Luisa Soux. Pág. 91.
64. Revisar el texto de John V. Murra ¿existieron el tributo y los mercados antes de la Invasión Europea? La participación Indígena en los Mercados Surandinos. CERES. También revisar el texto de Carlos Sempat Assadorurian: Intercambios en los territorios étnicos entre 1530-1567, según las visitas a Huanaco y Chuchito.
65. María Luisa Soux: Ob. Cit. Pág. 92.
I. Cláusula demográfica.
21. Ver Louis Henry: Manual de demografía histórica. Editorial Crítica; Barcelona. Pág. 13.
22. La relativa a las defunciones.
23. Contando con la fecha de nacimiento del padre.
24. Correspondientes a cada familia.
25. Análisis comparativo de las densidades de nacimientos por período.
26. Esta corrección es parcial todavía pues la subvaloración es aún mayor, falta una corrección más pertinente, aquella efectuada por medio de las tasas de fecundidad específicas. Esta corrección se encuentra más adelante.
27. Revisar lo dado y el dato: “La determinación cuantitativa”. Episteme N° 2.
29. “Discreto” en el sentido que se trata de cantidades absolutas de fenómenos enteros; el promedio es la medida de estas cantidades enteras.
30. Para el año 1826 no se cuenta con información de defunciones; por eso se ha decidido considerar, para este caso defunciones el año 1830. Así de este modo tenemos información de defunciones para 5 años. Como se trata de promedios quinquenales, ambos son utilizables para un cálculo aproximado.
31. Promedio anual de 140 años de trayectoria de vida.
32. Esperanza de vida al nacer, redondeada por razones operativas (26.8=27).
33. Estas son apreciaciones teóricas, cálculos basados en las probabilidades de sobrevivencia específica.
34. Ver cuadros de trayectorias de grupos generacionales, por edades quinquenales.
35. Ver cuadros correspondientes: Población por edad y sexo según quinquenio.
38. Ver cuadro de tasas específicas de fecundidad (1805-1809).
39. Lo anteriormente anotado es más un ejemplo que una hipótesis operativa; al respecto, preferimos efectuar una prospección minuciosa y de cálculo en la búsqueda de este epicentro informativo antes de recurrir a hipótesis arriesgadas.
40. Hemos optado por la corrección con el multiplicador P3/F3; es decir, la proporción entre el promedio hijos habidos y el promedio estimado de la descendencia actual, en mujeres de 25 a 29 años. Esto porque consideramos que, para el caso tratado, dado el supuesto de un gran subvaloración de los nacimientos, el factor corrector más apropiado es este; además de entender que el centro de la edad promedio de las madres se encuentran en este intervalo de edades.
41. Incluso estas diferencias han crecido, aunque en una magnitud pequeña. Este hecho contrasta con la posibilidad de que el “epicentro” de certidumbre se encuentre en este quinquenio.
42. Estas tasas de natalidad corresponden a un período anual; las tasas expresan, casi siempre, una periodicidad anual.
43. Especificar por edad.
44. Como podemos observar estamos ante subvaloraciones distribuidas diferencialmente; hallamos mayor subvaloración en las defunciones que en los nacimientos.
45. Como dijimos, se trata de las tasas anuales; en este caso, de tasas de mortalidad anuales.
46. La tasa del crecimiento vegetativo también corresponde a una periodicidad anual.
47. Crecimiento nulo.
48. Estas tasas de natalidad corresponden a un período anual; las tasas expresan, casi siempre, una periodicidad anual.
49. Especificar por edad.
50. Operando con la composición promedial.
51. Información de la visita del Virrey de Toledo y de la numeración general del Virrey de La Plata, recogida por Sánchez Albornoz. Libro citado Pág. 28.
52. Fuente: Edwin P. Grieshaber. “Survival of Indian Communites in Nineteenth Century Bolivia: A Regional Comparason”. Jornal of America Studies; vol. 12 (1980), Pág. 226-31. Fuente reproducida por Herbert S. Klein en El Crecimiento de la Población Forastera en el siglo XIX Boliviano. Libro: La Participación Indígena en los Mercados Sur Andinos. CERES.
53. H.S. Klein. El crecimiento de la población forastera en el siglo XIX boliviano. Libro citado. Pág. 564.
54. Véase el cuadro Estimación de la Estructura Demográfica de los Ayllus de las provincias de Yungas (1825), donde realizamos una nueva corrección, operando con las estructuras demográficas del ayllu de Cuchumpaya. Obviamente, operando con probabilidades de muerte y distribuciones poblacionales, obtendremos una alteración en la primera magnitud estimada para la población total, aunque sobre esta magnitud calculemos la segunda estimación. Las probabilidades de muerte corrigen errores supuestos en las primeras edades y en las finales, las distribuciones demográficas corrigen errores supuestos de cobertura en las edades intermedias.
55. Aunque digamos de paso que todas las estimaciones de Demografía Histórica tienen como método la incertidumbre.
[1].- A partir de 1990, cuando se termina de escribir lo que llamamos la exposición de la investigación, el trabajo de revisión no ha sido continuo, estuvo fracturado, intercalado con la atención a otras investigaciones, ensayos e informes. Esta distracción amplio exageradamente los plazos para la publicación.
[2].- Mediados de Septiembre de 1994.
[3].- Crecimiento debido al saldo migratorio.
[4].- Ver de Alison Spedding: Wachu Wachu. HISBOL, COCAYAPU Y CIPCA. La Paz, 1994.
[5].- Claude Lévi-Strauss hablaba del átomo de parentesco al referirse a un núcleo orgánico constitutivo de la red de relaciones de parentesco, en las estrategias familiares de las sociedades nativas. Alison Spedding transforma esta metáfora antropológica en metáfora sociológica al hablar de un átomo social en su estudio sobre el cultivo de coca y la identidad yungueña: Wachu Wachu. Nosotros retomamos esto del átomo social cuando queremos centrar nuestra atención en aquel elemento funcional de todo organismo social que es la relación social.
[6].- Si bien podemos hablar de una relación entre la Polis, la Política y el Estado, la historia del Estado abarca periodos históricos distintos, sin necesaria continuidad, y sociedades diferentes, adquiriendo características propias en cada caso. La racionalización del Estado moderno ha como generalizado una idea democrática del Estado, pero no ha hecho desaparecer sus maquinarias coercitivas, vinculadas a una lógica de guerra y de conquista.
[7].- Una apreciación sintomática de este fenómeno aparente lo dio Marx cuando hablaba del fetichismo de la mercancía. Decía que con el comercio capitalista parecía que se daba un intercambio entre cosas y ya no un intercambio entre personas.
[8].- Los valores numéricos que damos se tienen que tomar como referencias estadísticas orientadoras en el marco de las tendencias de las sucesiones demográficas, en ningún caso como valores reales asociados a poblaciones empíricas. No se ha hecho un Censo demográfico de productores de coca; lo mismo podemos decir en relación a la población de los acullicadores.
[9].- Se ha hablado de 70 000 familias entre los finales de los ochenta y los comienzos del noventa. Pero esta cantidad corresponde más a una interpretación improvisada en el marco del Censo anterior (1976) y sus proyecciones, aunque sirve como referente orientador. El último Censo (1992) no ha arrojado datos específicos de poblaciones específicas, tanto en el plano cultural, como en el plano territorial, así como de los nuevos actores sociales. Se trata más de un Censo General de la Población, el cual se engendró bajo el supuesto no discutido de estructuras demográficas, sociales y culturales homogéneas. Este supuesto si bien es constitutivo de una demografía formal, no lo puede ser de las poblaciones históricas y reales. Esta es la razón por la que la demografía contemporánea tiende a relativizar sus supuestos estáticos y a darles movilidad. Sin embargo en Bolivia, como en otros países latinoamericanos, los censos y las encuestas, manejadas por funcionarios poco imaginativos, se siguen desarrollando en la simpleza de un modelo obsoleto. Estas son las razones por las que preferimos optar por un intervalo probable de cantidades demográficas referenciales; manejar un espectro de probabilidades es mejor, en este caso, que manejar números definidos que conllevan el gran riesgo de un error apreciable.
[10].- William E. Cárter y Mauricio Mamani P. estimaron a fines de los setenta y principios de los ochenta una población de 99 734 acullicadores, en siete departamentos sin tomar en cuenta las capitales de departamento, quienes consumían anualmente 12 381 922 kilogramos de coca. Considerando estas cantidades y las relaciones con la población total, además de tener en cuenta una tasa relativa al crecimiento vegetativo de acullicadores, estimamos una población de un poco más de 123 000 acullicadores en el mismo espacio de referencia y alrededor del doble incorporando a las capitales de departamento. Si los comportamientos mantuvieran constante la medida del consumo en las condiciones analizadas diríamos que el consumo de la hoja de coca por los acullicadores habría alcanzado a los 30 540 767 kilogramos.
[11].- Cuando hablamos de costumbres culturales involucramos a un grueso de la población andina de Bolivia, geográficamente identificada con el altiplano y los valles, en términos de proporción hablamos de un 79.2% de la población total. Si solamente tomáramos en cuenta a la población rural de esta macroregión estaríamos hablando de alrededor del 40% de la población boliviana conectada a la tradición de las costumbres en el entorno de los recorridos de la coca.
[12].- Hacemos referencia a la categoría conceptual diseñada por Javier Sanjinez de lo grotesco social.
[13].- Algún aficionado reciente a la investigación social sobre la coca se le ocurrió preguntar por las justificaciones de la gente al consenso regional de llamarla hoja sagrada. Esta pregunta muestra la desubicación de este investigador improvisado. No hay ninguna substancia física en la composición bioquímica de la coca que demuestre la existencia de moléculas espirituales, tampoco va encontrar en el testimonio individual y forzado la verificación de la manifestación clara de una conciencia cultural. La antropología, la etnografía y la etnología, han desarrollado métodos apropiados como para reconstruir las estructuras simbólicas subyacentes a las prácticas comunitarias. Ese tipo de preguntas son periodísticas, en el sentido de la crónica y el reportaje, que tocan más bien aspectos superficiales de la vida cotidiana. Por otra parte, no existe ningún átomo, ninguna molécula espiritual; lo sagrado es un producto de la intersubjetividad social, el sentido subyacente de la comunidad que vence a la muerte.
[14].- Nombre propuesto para la coca por el escritor y ensayista Zavala.
[15] Se perdió una parte de este capítulo, que corresponde al análisis demográfico de Yungas, Nor y Sud Yungas, provincias que forman parte de la población del departamento de La Paz. La referencia, de entonces, que corresponde al periodo de investigación, es el Censo de Población y Vivienda de Bolivia de 1976. Después vino el censo de 1992. Cuando se entregó el armado del libro, la Editorial Plural guardó la parte correspondiente a las pirámides poblacionales del departamento de La Paz y de Yungas, pues iba a incorporarlas en la impresión. Como no contamos con esta parte, que parece que ya es irrecuperable, vamos a hacer una breve introducción, hasta llegar a la parte que si está y está dedicada al análisis de los índices de masculinidad del departamento. Esta introducción la hacemos el 2013. Vamos a usar, al respecto, los datos del Censo de Población y Vivienda del 2001. Debemos disculparnos ante el lector por esta intervención; hubiéramos querido mantener la unidad del texto, de acuerdo a la escritura y perspectivas desplegadas a fines de los ochenta y principios de los noventa, del siglo pasado. Empero, esperamos su comprensión, por los motivos expuestos, aprovechando, sin embargo, dar algunas miradas cuantitativas desde este presente.
[16] Aquí cerramos la intervención extemporánea que hacemos el 2013, buscando llenar el vacío dejado por la pérdida irremediable de esta parte del documento. Ahora volvemos al texto escrito a comienzos de la década del noventa.
[17] Indicador construido sobre la base de información de trayectorias de vida generacionales, basadas en información histórica parroquial y otras fuentes históricas.
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Umbrales y limites de la episteme moderna, apertura al horizonte nómada de la episteme compleja.
Cursos virtuales, participación virtual en el debate, acceso a la biblioteca virtual, conexión virtual colectiva. Control de lecturas a través de ensayos temáticos. Apoyo sistemático a la investigación monográfica. Presentación de un borrador a la finalización del curso. Corrección del borrador y presentación final; esta vez, mediante una exposición presencial.
Contenidos:
Modulo I
Perfiles de la episteme moderna
1.- Esquematismos dualistas
2.- Nacimientos de del esquematismo-dualista
3.- Del paradigma regigioso al paradigma cientifico
4.- Esquematismo ideológico
Modulo II
Perfiles de la episteme compleja
1.- Teórias de sistemas
2.- Sistemas autopoieticos
3.- Teorías nómadas
4.- Versiones de la teoria de la complejidad
Modulo III
Perspectivas e interpretaciones desde la complejidad
1.- Contra-poderes y contragenealogias
2.- Composiciones complejas singulares
3.- Simultaneidad dinámica integral
4.- Acontecimiento complejo
Modulo IV
Singularidades eco-sociales
1.- Devenir de mallas institucionales concretas
2.- Flujos sociales y espesores institucionales
3.- Voluntad de nada y decadencia
4.- Subversión de la potencia social
Temporalidad: Cuatro meses.
Desde el Inicio del programa hasta la Finalización del programa.
Finalizaciones reiterativas: cada cuatro meses, a partir del nuevo inicio.
Defensa de la Monografía. Defensas intermitentes de Monografías: Una semana después de cada finalización.
Leer más: https://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/estudios-del-presente/
Inscripciones: A través de la dirección:
Pluriversidad Oikologías
Avenida Andrés Bello. Cota-Cota. La Paz.
Teléfono: 591-69745300
Costo: 400 U$ (dólares).
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