EL ESTADO INCA SEGÚN JOHN V. MURRA
Por Bernardo Corro Barrientos
La Paz, 14 de octubre 2012
Entre los centros de interés del gran antropólogo estadounidense John V. Murra se encontraban el Estado Inca y las comunidades andinas o ayllus. El estudio del Estado ocupó en particular una parte importante de su obra. Este interés se ve no solo en su tesis La organización económica del Estado Inca (en adelante OEEI), con la que obtuvo el grado de Doctor en Etnología en 1955, sino en prácticamente cada una de sus investigaciones posteriores recopiladas en su libro Formaciones económicas y políticas del mundo andino (en adelante FEPMA, 1975) y en otras.
El interés de Murra no era, sin embargo, revelar las características del Estado Inca, sino sobre todo verificar la consistencia de algunos conceptos teóricos, políticos e institucionales como los de ”Estado de bienestar”, “Estado socialista” o el concepto de “redistribución estatal”. Estos conceptos eran fuertemente debatidos durante los años 40 a 60 del siglo pasado en los ambientes académicos y políticos de Estados Unidos y de Europa occidental.
El concepto de “Estado de bienestar” era considerado por muchos intelectuales como algo positivo para aplicarse a los sistemas políticos y económicos de sus países y el “descubrirlo” en el Estado Inca y en otras sociedades prehistóricas servía para reforzar sus ideologías. Del mismo modo, encontrar aspectos supuestamente “socialistas” o “comunistas” en la sociedad Inca era útil tanto para ensalzar o para denigrar al socialismo de los países denominados socialistas. En cuanto a Murra, él pensaba que el Estado inca no tenía nada que ver ni con el “Estado de bienestar” ni con el “socialismo”. Sus investigaciones estuvieron consagradas a desmentirlo. El consideraba que el Estado en general constituía un “factor perverso” y distorsionante de las “comunidades autosuficientes”. En una próxima vez presentaremos un artículo sobre lo que Murra piensa de las comunidades o ayllus.
El “Estado de bienestar” según los cronistas
Murra consideraba que los cronistas nacidos en la América colonial como Garcilaso de la Vega y Blas Valera fueron los responsables de las creencias de que en la sociedad inca se desarrolló una “sociedad socialista” y un “Estado de bienestar”. Sobre estos Murra dice “No he vacilado en usar a Garcilaso aunque pienso que su reconstrucción histórica es antojadiza y que él y Blas Valera son casi exclusivamente responsables de la percepción, fundamentalmente errónea, de la sociedad inca, como dedicada al bienestar de su gente.” (OEEI, capítulo En torno a las estructura política de los Inka, en adelante ETEPI, p. 19).
Respecto a esta interpretación Murra antepone que “La controversia surge en lo que respecta al uso de las reservas estatales con fines de bienestar. Blas Valera y Garcilaso han creado la impresión de que una de las características diferenciales del Estado Inca era el uso de las reservas acumuladas para compensar las heladas y sequías, evitando la hambruna”. (ETEPI, p. 39). Murra rechaza esa interpretación y la calificación de “Estado bondadoso”. Para él el Estado Inca utilizaba los suministros de los depósitos no por “bondad natural” sino por intereses sociales y políticos. Detrás de las iniciativas supuestamente generosas del Estado existían intereses particulares de los linajes reales incaicos.
Error de los cronistas y ”reciprocidad comunitaria”
Para Murra, siguiendo el concepto teórico de Karl Polanyi sobre el “carácter redistributivo de los sistemas pre industriales” (1945), el error de los cronistas mencionados no consistió en “afirmar que hubo preocupación por el bienestar de los impedidos sino en atribuir al Estado lo que seguía siendo responsabilidad del ayllu y del grupo étnico.” (Id. p. 40) No habría sido el Estado el que desarrollaba las iniciativas de generosidad social, sino que continuaría siendo la comunidad étnica, el ayllu, el que aún tenía la responsabilidad sobre los pobres, el que realizaba “la reciprocidad comunitaria”. Murra añade que en el mundo andino “tal generosidad institucionalizada que era preincaica, habría sobrevivido a la expansión del Tawuantinsuyu” (id. p. 41-42).
En este sentido, la redistribución estatal no tendría nada que ver con las “economías de bienestar” o con alguna especie de “socialismo”, ya que “la mayor parte de lo almacenado e invertido se gastaba e invertía allí donde la autoridad creía más conveniente” (p. 42). ¿Qué era lo más conveniente? ¿Quién era el beneficiario de los almacenes? Para Murra, el Estado Inca y los linajes reales cusqueños eran los principales beneficiados. Murra señala que “al disponer de gran parte de la mit’a campesina y de todo el esfuerzo productivo de los yana, el Tawantinsuyu, … tuvo a su disposición enormes almacenes – tumpu – de cuyo contenido aprovechaba solo una fracción para usos estrictamente cortesanos.” (p. 38).
El Estado y la economía
¿A quién y por qué se redistribuía el excedente? Con precisión Murra dice, “En este sentido, el Estado inca funcionaba como un mercado: absorbía la productividad “excedente” de una población autosuficiente y “trocaba” este excedente en la alimentación del ejército, de quienes servían en la mit’a o en la familia imperial, tratando de paso de ganarse la lealtad de los beneficiados” (p.42). El excedente sería destinado, por consiguiente, al gigantesco ejército, a los campesinos que trabajaban la mita, a los que servían a la familia imperial, así como a ésta misma. El objetivo final sería ganar la “lealtad” de los beneficiarios y allegados.
El proceso descrito parecía funcionar, sin embargo, en círculo cerrado: el excedente salía de los campesinos, beneficiaba a la élite real y volvía luego en parte a los campesinos con el objeto de asegurar su lealtad. Surgen en realidad interrogantes sobre el carácter de este círculo cerrado y estático. El primer interrogante es ¿si la enorme producción agrícola y de otros sectores que impulsaba el Estado servía solo para garantizar “la lealtad de los subordinados y allegados”?
Murra pretende tener una respuesta para salir del encierro: “Se podría argumentar que tal sistema no pudo soportar la enorme expansión del Tawantinsuyu. En otras publicaciones me he referido al creciente número de mitmaquna –los colonos extraídos de sus comunidades étnicas – de aclla tejedoras, de los allegados yana, y de las dádivas de tierras y de gente otorgadas por la dinastía a sus favoritos. Todo lo cual condicionó cambios estructurales que amenazaron la autosuficiencia campesina.”(id.) ¿Es suficiente esta pretendida explicación? Esta explicación genera en realidad un segundo interrogante importante. ¿Las nuevas categorías sociales serían suficientes para explicar el consumo del gigantesco excedente producido? ¿Estas categorías serían solo consumidoras y no productoras de excedentes? La explicación de Murra resulta obviamente insuficiente e incluso sin sentido.
La imposibilidad de proporcionar una respuesta coherente revela que existían, en realidad, otros mecanismos económicos estatales que Murra no estudió. Al enfrascarse en el análisis solo de los argumentos del “Estado de bienestar” y de la “redistribución” Murra se ponía a sí mismo límites infranqueables y se impedía descubrir otros poderosos mecanismos económicos y sociales. Estos mecanismos se encontraban ocultos justamente “detrás” y “más allá” de lo que Murra consideraba la “redistribución asistencialista”.
Para Murra el excedente que se redistribuía tenía por objetivo asegurar “la lealtad” de los subordinados y beneficiarios. Se trataría de objetivos puramente políticos y subjetivos. No existirían, por consiguiente, objetivos económicos y productivos. Al no analizar estos objetivos Murra se cierra lamentablemente al conocimiento de la parte ciertamente la más importante y dinámica de la economía y del Estado inca.
Los diversos cronistas (la información de este análisis se encuentra en mi libro “La antropología económica del imperio Inca”, de próxima publicación) informaron que el Estado a través de la mita obligaba a los campesinos a trabajar en una serie de trabajos públicos y servicios obligatorios. Los trabajos consistían en la producción agrícola en las tierras del Estado y del Sol (hombres y mujeres), en la construcción de obras hidráulicas de irrigación, de caminos, fortalezas y edificaciones. Los jóvenes campesinos debían realizar el servicio militar y asistir a las guerras de conquista cada dos a tres años. El campesino adulto prestaba su fuerza de trabajo al Estado durante alrededor de diez meses por año en las mitas. Las mujeres campesinas debían, además, tejer vestimentas rústicas con lana de camélidos entregada por el Estado. En cuanto a las niñas y mujeres religiosas, ellas eran requeridas para la gran producción estatal textil manufacturera en las “acllahuasis” e “intihuarmis”.
La producción agrícola en las tierras del Estado y la producción artesanal textil de las mujeres constituían los “excedentes campesinos” que se almacenaban en los depósitos. Otra parte de los excedentes depositados estaba constituida por productos principalmente manufacturados producidos por los yanacunas hombres y mujeres, pertenecientes a las “familias extensas” de la nobleza de origen “inca y no inca” de los diversos ayllus. Entre estos bienes manufacturados se encontraban herramientas en bronce para la agricultura y para otros trabajos productivos y artesanales, así como armas metálicas y diferentes productos manufacturados para el ejército.
Lo que Polanyi y Murra no estudiaron
Los mismos campesinos consumían o utilizaban estos suministros excedentarios “cuando” ejecutaban las diversas mitas y el servicio militar. A partir de aquí se encuentra lo que Murra no estudió. Los campesinos “consumían” estos excedentes “cuando”, por una parte, producían bienes agrícolas y textiles para el Estado y construían diversas infraestructuras, como las obras hidráulicas en beneficio de las tierras privadas de las familias nobles extensas “incas o no incas”. Los suministros eran consumidos también “cuando” los campesinos construían caminos, puentes, fortalezas y edificios destinados a incrementar el poderío del Estado y de la clase noble a la que representaba. Finalmente, los alimentos, uniformes y armas eran consumidos y utilizados por los campesinos “cuando” servían como soldados en el ejército de alrededor de 300 mil soldados. El ejército realizaba, cada dos a tres años, conquistas militares de nuevos territorios y la captura de prisioneros que después eran transformados en “yanacunas” y distribuidos en calidad de “servidores perpetuos” a las familias extensas incas y no incas de los ayllus.
Con los excedentes y la fuerza de trabajo del campesino y del yanacuna el Estado impulsaba el desarrollo gigantesco de la infraestructura física y de las fuerzas productivas y tecnológicas del imperio, bajo el protagonismo de la nobleza de los ayllus. Estos impulsaban, “desde el interior de sus familias”, el desarrollo de las actividades manufactureras, mineras, metalúrgicas y agropecuarias en base principalmente al trabajo de los yanacunas “de su propiedad”. El Estado y la nobleza promovían a escala continental un tipo de desarrollo económico, tecnológico e infraestructural equilibrado y diversificado de una parte gigantesca del territorio conocido después como América del Sud. Este desarrollo se interrumpió brutalmente con la llegada de los invasores españoles. Con la economía colonial subsistió solo la actividad de los pequeños campesinos. Cuando los cronistas describieron 20 o 30 años después “la sociedad y la economía inca” solo describieron la vida de los pequeños campesinos.
En esta sociedad no operaban, obviamente, los supuestos mecanismos asistencialistas del “Estado de bienestar” o de “redistribución”. Si los distintos habitantes del imperio hubiesen recibido los suministros sin trabajar previamente, entonces se podría hablar de una “economía redistributiva”, como lo pensaban Polanyi y Murra. Este no es obviamente el caso del Estado inca. Al lado del sistema productivo inca, lo asistencial existía solo de manera secundaria, en casos de calamidad.
La sabiduría de la elite andina logró crear un sistema económico en que todos los grupos y clases sociales contribuían a la producción, a las fuerzas productivas, a la tecnología y a la infraestructura física de los sectores productivos. La minería, la metalurgia y la manufactura constituían los sectores de punta de la economía. Su dinamismo convirtió a la economía en la civilización más poderosa y avanzada de América de esa época, superior a la azteca y maya.
Algunos aspectos sociales del Estado inca pueden no gustar a algunos investigadores, cuando se los mira con los valores humanos de la actualidad. Aspectos algo parecidos existían sin embargo en las grandes civilizaciones de Roma, Grecia y Egipto, lo que no impide su admiración por los aportes realizados a la humanidad. Nuestra admiración al Estado inca y a la civilización creada debería ser mayor. Lo que no es bueno, sin embargo, para los sucesores de los incas y los países andinos es subestimar, ocultar o ignorar los grandes aportes del Estado y de la sociedad inca a la humanidad. El colonialismo mental debe ser superado.
* El autor es antropólogo y economista, bcorro@gmail.com, cel. 712 82202.
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