Democracia institucional y decadencia política

05.11.2016 03:48

Democracia institucional y decadencia política

 

Raúl Prada Alcoreza

 

 

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Las historias políticas de las sociedades modernas están llenas de paradojas. Instituyen la política como forma de legitimación del poder; también como forma, si se quiere, de gubernamentalidad. Basada en el ejercicio de la representación y la delegación, cuando la política, en sentido pleno de la palabra, ha dejado de ser política; reducida a la simulación o al teatro político. Como dijimos, la política, concepto que deriva de polis, integra ética y política[1]; cuando se separa política de ética, como ocurre en la modernidad, la política ya no es el cuidado de la ciudad, cuidado del cuerpo, cuidado de la sociedad, sino dominación a secas. Dominación claramente expresada en el enunciado fundamental de la política moderna: el fin justifica los medios. En este sentido, el de la paradoja y también en el sentido de la simulación, la democracia institucionalizada en la modernidad no es democracia, en sentido pleno de la pablara, sino simulación democrática. La democracia, que es autogobierno y dar la palabra al pueblo para que diga su verdad, se convierte en gobierno elegido, gubernamentalidad ejercida a través de la representación y la delegación; en el armazón de la república, es decir, la estructura de la división de poderes. La voluntad multitudinaria se convierte en la voluntad general, idea abstracta de querer y la decisión del pueblo; el decir la verdad se transfiere  a los representantes, que, como es de esperar,  dicen su verdad, no la del pueblo.

 

La primera república moderna, la república que fundan las trece provincias de la Unión, después de haber ganado la guerra anticolonial contra el Imperio británico - que es el antecedente de revolución política de la revolución francesa; que es revolución política y revolución social -, inicia su historia liberal expandiéndose hacia el Oeste. Atravesando y conquistando los territorios de las naciones y pueblos indígenas, para después hacerlo con los territorios de México. ¿Por qué, de entrada, la flamante primera república moderna, la primera democracia institucional moderna, que cuenta con una Constitución harringtoniana, que después va a ser disminuida  a la interpretación más conservadora jeffersoniana, desencadena la guerra contra las naciones y pueblos indígenas? No se trata de buscar en respuestas conocidas; tanto economicistas como evolucionistas, tampoco políticas e ideológicas; se trata de comprender, para decirlo de una vez, la compulsión por la expansión y la conquista; que es como el impulso de poder de los imperios, recordando a los imperios antiguos, sin hablar todavía de imperialismo.

Antonio Negri dice, en el Poder constituyente, que la Constitución norteamericana contiene ya la inquietud por la expansión, no solo continental sino también mundial[2]. Puede encontrarse en la lectura histórica esto, como corroboración de la interpretación; sin embargo, no deja de ser una lectura retrospectiva, desde el siglo XX, respecto a lo que pasó en el siglo XVIII y XIX. No es suficiente esta explicación, que se aposenta en lo que ha ocurrido, como diciendo que lo que pasó después, se encontraba en ciernes en la República y en la Constitución. Volviendo a la pregunta y haciéndola más clara, ¿por qué las repúblicas modernas, que se suponen, que además de ser modernas, son democráticas, y hablan a nombre de la igualdad, continúan el ejercicio del poder de la expansión y la conquista imperiales? La declaración del Ejército Continental, anterior a la Constitución dice: los hombres nacen iguales.   ¿Es que no se puede escapar de la historia, no se puede escapar al condicionamiento del pasado; en este caso, al despliegue expansivo de los imperios antiguos?

 

Tal parece que no, si no se sale del circulo vicioso del poder y de sus distintas órbitas históricas. Lo que no quiere decir que la democracia institucionalizada, la democracia liberal, no sea, si se quiere, para decirlo fácilmente, un avance notorio y trascendente; en comparación con las formas del ejercicio de poder antiguas; sobre todo, las que corresponden a las genealogías de los imperios. Lo que importa es comprender, cómo eso que llamamos pasado, sin todavía entrar en la perspectiva de la simultaneidad dinámica, ejerce no solo su influencia en el presente, en los presentes que corresponden a la historia, sino que se comporta como ineludible condicionamiento de posibilidades. Ocurre como se diera un eterno retorno al poder como dominación.

 

Respecto a la República de los Estado Unidos de Norte América, se pueden definir periodos o ciclos, como se quiera; ciertamente, como todo corte temporal o histórico, arbitrarios, aunque útiles en las orientaciones buscadas. Un corte largo, que no tiene en cuenta las turbulencias dadas en el lapso escogido, puede darse entre la finalización de la guerra de la independencia y la guerra de secesión. Otro corte largo, que tiene los mismos problemas que el anterior corte, puede demarcarse entre la culminación de la guerra de secesión y la primera guerra mundial; recordando que la etapa de la reconstrucción es difícil, problemática, además de contradictoria. Un tercer corte, que exactamente no es largo, sino más bien, corto; empero, indispensable, para evaluar las transformaciones estructurales del capitalismo norteamericano, es el lapso de entre-guerra, entre la primera y segunda guerra mundial. Proponemos un cuarto corte, que tampoco es largo, sino, mas bien, mediano; corresponde a la finalización de la segunda guerra mundial y se alarga hasta la guerra del Vietnam. El último corte propuesto, para situar a la República, como la nombra Hannah Arendt[3], es el demarcado entre la finalización de la guerra de Vietnam y la historia reciente de Estados Unidos de Norte América.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Breve reseña histórica

 

Colonos y británicos entraron en conflicto durante dos décadas sucesivas, que  se dan entre 1760 y 1770; el conflicto desató la Guerra de la independencia; guerra que abarcó los años que se dan entre 1775 y 1781. El 14 de junio de 1775, el Congreso Continental, reunido en Filadelfia, estableció un Ejército Continental bajo el comando de George Washington. En el acto se proclamó que todos los hombres nacen iguales y dotados de derechos inalienables. El Congreso aprobó la Declaración de Independencia, cuyo antecedente filosófico es inspirado en The Commonwealth of Oceana de James Harrington[4]; redactada, en gran parte, por Thomas Jefferson, y presentada el 4 de julio de 1776. En 1777, los artículos de la Confederación configuraron  un gobierno confederado todavía frágil; forma de gobierno que se mantuvo hasta 1789. Una vez derrotado el ejército británico por el Ejército Continental, asistido por el apoyo militar francés y español, la corona de Gran Bretaña reconoció la independencia y soberanía de la República, cuya soberanía radicaba sobre el territorio al este del río Misisipi. Después de la independencia, se conformó una Convención Constitucional en 1787; con la Convención se buscaba edificar un Estado-nación sólido. La Constitución de los Estados Unidos fue ratificada en 1788; en este contexto jurídico-político, un año más tarde, George Washington se ungió como el primer presidente de la flamante República.

 

La Carta de Derechos fue asumida en 1791, donde se prohibía la restricción federal de los derechos humanos, además de garantizar su cumplimiento. Respecto a los problemas jurídicos, políticos, económicos y sociales heredados, la República se vio urgida a responder y buscar solucionarlos. Por ejemplo, el comportamiento liberal respecto a la esclavitud fue variante; en principio, inconsecuente con la ideología liberal.  Una cláusula en la Constitución protegió el comercio de esclavos hasta 1808. Geográficamente también se manifestaron las diferencias en las conductas políticas; los estados del Norte abolieron la esclavitud; lo hicieron dilatando el efecto jurídico entre 1780 y 1804; en cambio, los estados del Sur, esclavistas, fueron defensores de la “institución peculiar” del esclavismo; paradójicamente, en el seno de la misma República. Durante el llamado “Segundo Gran Despertar”, que se dio lugar al comienzo del siglo XIX, las iglesias evangélicas se convirtieron en promotoras de los movimientos reformistas de la época, incluyendo el abolicionismo.

 

Lo que viene después, a grandes rasgos, se puede denominar la expansión territorial de la República al Oeste. En 1803, se compra Luisiana a Francia; esto acontece durante la gestión gubernamental de Thomas Jefferson. Con esta adición geográfica, prácticamente se duplicó el espacio de control de la República.  España, en 1819, cedió territorios al Este, además de otros espacios geográficos de la costa del golfo. En esta expansión geográfica de la República, se pude decir que las más damnificadas, incluso llegando al extremo de su desaparición, fueron las naciones y pueblos indígenas. Se habla de “sendero de lágrimas”, correspondiente al sendero sinuoso, el calvario de las naciones nativas y pueblos indígenas - que, en su coyuntura de mayor intensidad destructiva, corresponde a la década de 1830 -, muestra patentemente la política de remoción india. Lo que se puede nombrar también como el gigantesco etnocidio y genocidio, que es el substrato histórico-cultural-político de la República.  

 

La expansión de la República fue imparable; Estados Unidos se anexó la República de Texas en 1845. La guerra contra México, dos años más tarde, derivó en la anexión de California; así como el extenso espacio territorial del suroeste.  Otros factores intervinientes, sobre todo, económicos, contribuyeron a impulsar la expansión; la fiebre del oro desatada entre 1848 y 1849 espoleó la migración hacia el Oeste. Con la instalación y el despliegue de los ferrocarriles se dio lugar a la proliferación de los colonos. Todo este panorama agitado y vertiginoso incrementó descomunalmente los conflictos con las naciones y pueblos indígenas.

 

Se puede decir que este nacimiento del nuevo capitalismo, cuyas condiciones de posibilidad históricas y económicas son distintas a las de Europa, pues se trata, si nos dejan repetir lo que ya dijimos[5], de otro capitalismo, dio lugar no solamente a una expansión geográfica, que termina conectando económicamente los dos océanos, el Atlántico y el Pacifico, sino también a la apertura de la caja de pandora. Se multiplicaron los conflictos; entre ellos, también los que se puede considerar de orden interno a la República. Las contradicciones entre estados pro-esclavistas y los estados abolicionistas, sumándose a las discrepancias en lo que respecta a las relaciones entre los estados y el gobierno federal, avivaron contiendas suscitadas por la propagación de la esclavitud. En este contexto histórico dramático, aunque también vertiginoso e inaugural, Abraham Lincoln, candidato del partido republicano, conocido como declarado abolicionista, se convirtió en el presidente electo en 1860. Sin embargo, antes de asumir formalmente la presidencia, los siete estados esclavistas se declararon en secesión de la Unión; estableciendo los Estados Confederados de América. El gobierno federal determinó que la secesión es ilegal. La respuesta de los Estados Confederados fue la guerra; se dio lugar el ataque a Fort Sumter, por parte de los secesionistas, desbocándose la guerra civil.  La guerra la ganó el Norte contra el Sur, los estados abolicionistas contra los estados esclavistas, la Unión contra la Confederación. Contando con la victoria bélica, la Unión, en 1865, agregó tres enmiendas a la Constitución; con el objeto de garantizar la libertad de cuatro millones de afroamericanos, convirtiéndolos en ciudadanos de la República, otorgándoles el derecho de voto. 

 

Abraham Lincoln no duró en la presidencia, su mandato fue cortado abruptamente por su asesinato. Lo que vino después, en el periodo inmediato a la posguerra civil, es lo que se conoce como la reconstrucción; cuando se encaminaron políticas dirigidas a la reintegración, así como a la reconstrucción de los estados sureños. Buscando garantizar los derechos de la población afroamericana. En esta coyuntura crítica, las elecciones presidenciales de 1876, de antemano interpeladas por los estados sureños, se zanjaron mediante el Compromiso de 1877; Compromiso a través del cual los demócratas sureños reconocieron como presidente a Rutherford B. Hayes, obteniendo a cambio que se retiraran las tropas de la Unión, que estaban acantonadas en Luisiana, Carolina del Sur y Florida.

 

Si bien la Unión ganó la guerra civil, no pudo administrar, como corresponde, todos los territorios que abarca su soberanía; en la práctica, los estados del Sur impusieron una política segregacionista. Las llamadas leyes de Jim Crow comienzan a aplicarse desde 1876; se trata de una política de apartheid; política que se mantuvo hasta 1965[6].

 

La República se transformó estructuralmente durante todo el siglo XIX; el Estado-nación se consolidó, definiendo de mejor manera su perfil federal. La cohesión entre Norte y Sur sobrevino con el tiempo; sobre todo, debido a la permanente revolución industrial, además de administrativa, económica y comercial. Se puede decir que ya antes de la primera guerra mundial, Estados Unidos de norte América era la principal potencia industrial y económica del sistema-mundo capitalista, a pesar de que Gran Bretaña seguía todavía a la batuta, hegemonizando el ciclo del capitalismo vigente.  La ventaja del capitalismo norteamericano es que es el nuevo capitalismo,  el capitalismo de la revolución industrial, tecnológica y científica, además de administrativa, permanente. Este capitalismo nace desnudo del pasado, que arrastraba Europa y también Asia; un pasado estamental y de castas, de aristocracias y simbologías sociales ateridas, que ralentizaban las iniciativas del capitalismo como modo de producción, basado en la desterritorialización constante, la decodificación perpetua y la axiomatización permanente.

 

Lo que se había dado lugar, desde la conquista de Tenochtitlan, es al nacimiento de la modernidad, entendida como mundialización y mezcla, hibridación e invención. El mundo nace en el abigarramiento cultural, en la intersección de economías, lenguas, sujetos sociales y subjetividades empujadas a la vertiginosidad. Esta es la modernidad barroca, que corresponde hemisféricamente a la hegemonía del Sur. Lo que acontece desde la revolución industrial británica, es el desplazamiento de la hegemonía del Sur a la hegemonía del Norte hemisférico. Sin embargo, no hay que olvidar que este sistema-mundo capitalista nace precisamente en el nuevo continente, aunque regionalmente haya nacido en Europa, incluso en Asia. El continente de Abya Yala, que se nombrara como América, es el suelo del acontecimiento mundial del capitalismo. No hay sistema-mundo capitalista sino en el mundo y el mundo es mundo desde la conquista de Abya Yala.

 

La República, siguiendo el nombre que le otorga Hannah Arendt a Estados Unidos de Norte América, se edifica precisamente en el continente del acontecimiento mundial del capitalismo y la modernidad.  No hay tal “destino manifiesto”, como reza el discurso masón, lo que muestra el apego místico de la ideología liberal, tan alejada de la comprensión de la complejidad histórica-política-económica-social y cultural de la República,  sino condiciones de posibilidad históricas,  que tienen que ver con el acontecimiento de la mundialización.

 

Se puede decir, interpretando, que hasta la primera guerra mundial, esta incumbencia mundial de la República se encontraba oculta a la vista de una mirada, si se quiere, eurocéntrica. Son la primera y segunda guerra mundial las que catapultan, por así decirlo, a Estados Unidos de Norte América a la condición, ya visible, no solo de potencia mundial sino de hiper-potencia mundial; al finalizar la segunda guerra mundial,  compartiendo esta condición con la Unión Soviética. Como dijimos en otros escritos, lo que hay que investigar no es la generalización, sino, mas bien, la excepcionalidad[7]. En el caso de Estados Unidos de Norte América, es una excepción, en lo que respecta a lo que pasa como generalidad con el resto de las colonias europeas. No solamente sobresale en relación a la potencias europeas, sino que las sobrepasa, transformando las estructuras mismas del sistema-mundo, aunque también experimentando estas mismas transformaciones, no necesariamente, si se quiere, consciente de lo que pasa.    

 

Cuando, en 1914, se desencadena la primera guerra mundial, Estados Unidos de Norte América se declara neutral. Sin embargo, el desenvolvimiento de los acontecimientos,  obliga al gobierno y al Congreso intervenir en la conflagración mundial, en alianza con los británicos y franceses. En 1917 Estados Unidos se incorpora a la guerra; la balanza de la correlación de fuerzas se inclina a favor de los aliados.

 

Se da una bonanza económica en la década de los veinte; empero, que encuentra su otra cara en la crisis de fines de la década, llamada gran depresión. Lo que muestra que los ciclos del capitalismo tienen etapas de ascenso y etapas de descenso, como lo esquematiza Nikolái Kondrátiev, sino también y sobre todo,  crisis de sobreproducción, que vienen acompañadas por crisis depresivas.

 

La respuesta a esta crisis, la de 1929, va a ser la intervención estatal en la economía, al estilo de las propuestas de John Maynard Keynes. Franklin D. Roosevelt es electo presidente en 1932; su gestión postula el New Deal.  Se puede decir que este New Deal consiste en la promoción de la demanda, para dar lugar al incremento de la oferta; en pocas palabras, se promueve el pleno empleo.

 

En esta coyuntura de salida de la crisis, estalla la segunda guerra mundial. Como repitiendo la historia, también, al comienzo, de la segunda guerra mundial, Estados Unidos se declaró neutral; sin embargo, emprendió, de todas maneras, el suministro de provisiones a los aliados en marzo de 1941; recurriendo al programa de préstamo y arriendo. El 7 de diciembre de 1941, Estados Unidos se incorpora a los aliados, en declarado combate contra las potencias del Eje; esto aconteció después del ataque japonés a Pearl Harbor.

 

Con la victoria de los aliados sobre la Alemania nazi, en 1945, se convocó a una conferencia internacional, oficiada en San Francisco, donde se acordó la redacción de la Carta de las Naciones Unidas. Un poco más tarde, el 2 de septiembre, Japón se rindió, culminando con esto  la segunda guerra mundial. Lo que apresuró la rendición de Japón fue la utilización de la bomba nuclear en dos ciudades, Hiroshima y Nagasaki, en agosto de ese mismo año.

 

Lo que sobrevino después de la segunda guerra mundial es la paz americana o, dicho de mejor manera, de manera conocida, la guerra fría. La OTAN y el Pacto de Varsovia fueron los complejos tecnológicos-militares-económicos y comunicacionales que se enfrentaron, en esta guerra fría. Sin embargo, si bien no se dio una tercera guerra mundial o una guerra de bloques, a gran escala, de todas maneras, se sucedieron guerras convencionales, a escala menor. Entre 1950 y 1953, los bloques enfrentados se pulsaron en la guerra de Corea.  Aunque estuvieron, los bloques, a punto de enfrentarse en una guerra a escala mundial, en el conflicto de los misiles en Cuba, en una coyuntural crucial, la de 1962. De esas guerras a escala regional, la más importante fue la guerra del Vietnam.

 

Lo que viene después es como la fase del espectáculo, como asentada en las arenas movedizas de lo que ya viene a ser una crisis económica continua. En la década de los setenta no solamente se vuelve hacer evidente la crisis de sobreproducción, crisis que desata el modo de producción capitalista y también lo que podríamos llamar el modo de competencia; la guerra de todos contra todos, entre los competidores. Sino que estos modos de producción y de competencia llevan, de manera inherente, al capitalismo, el desborde de la producción desordenada, caracterizada por la incoordinación de los productores empresariales; el desborde de la compulsión tecnológica, absurdamente utilizada en la competencia desenfrenada. Lo que ocasiona la crisis de sobreproducción, es decir, dicho en términos ilustrativos, la acumulación de stocks que no se pueden vender. Por ejemplo, en este contexto económico mundial, la administración de Jimmy Carter estuvo afectada por la estanflación. También se puede hablar, como en paralelo, de una crisis política intermitente.

 

Llamemos, perentoriamente, periodo reciente, lo que viene marcándose, de una manera peculiar, desde la presidencia de George H. W. Bush. Estados Unidos de Norte América asumió un papel de gendarme de orden mundial; a decir de Antonio Negri y Michael Hardt, del imperio. Se involucró en las recientes guerras de Medio Oriente; comenzando con la primera guerra del Golfo.

 

Se puede hablar, entonces, del ciclo largo de la crisis de sobreproducción, que data de la década de los setenta, y se alarga hasta el presente. De todas maneras, en este ciclo largo de la crisis de sobreproducción, diferida administrativamente, mediante manipulaciones financieras, las mismas que se convierten en crisis financieras intermitentes, se da lo que se puede llamar ciclos cortos de relativa prosperidad. Por ejemplo, podemos señalar a la larga expansión económica, dada desde marzo de 1991 hasta marzo de 2001.

 

En el nuevo lapso de recesión económica, que se manifiesta después de 2001, aunque cada recesión tenga su peculiaridad, también su duración, vuelven a aparecer las figuras contrastadas, pero, también imbricadas,  de fases ascendentes y fases descendentes de los ciclos medios del capitalismo; así como, en el trasfondo y en el substrato de estos procesos, la crisis persistente de sobreproducción. Si recurriéramos a una tesis racional, diríamos que la única manera de salir de la crisis de sobreproducción, la madre de todas las crisis del capitalismo, por lo menos, en el ciclo del capitalismo de la hegemonía norteamericana, es la coordinación de las burguesías nacionales e internacionales; de tal manera, que puedan acordar cuotas de producción. Pero, esto, esta actitud racional o esta solución racional, parece que no la van adoptar nuca las burguesías, que parecen atrapadas en la compulsión de la competencia  desbocada y tanática.

 

Implosionados los Estados socialistas de la Europa Oriental, derrumbada la URSS, se esfuma la guerra fría, y con ella el dramático equilibrio bipolar de las super-potencias mundiales. El problema no es, como muchos analistas, entre ellos críticos, suponen; el haber ingresado a un mundo unipolar. No asistimos a la hegemonía absoluta de la hiper-potencia solitaria de los Estados Unidos de Norte América; tampoco a su dominación incontestable. No por lo que suponen estos analistas, por lo menos, los autodenominados críticos, que consideran que con la irrupción de las potencias emergentes, sobre todo, de la principal potencia económica del mundo, China, se abre, mas bien, un mundo multipolar; sino porque la hiper-potencia desmesurada de Estados Unidos de Norte América, perdida en su repentina soledad, no se encuentra a sí misma. Para lanzar una figura ilustrativa, podríamos decir que, lo que es ahora la hiper-potencia, tan acostumbrada a pelear con el circunstancial enemigo de turno, cada vez más grande, de pronto se encuentra sola en el mundo, armada hasta los dientes con armas sofisticadas de destrucción masiva y armas  convencionales tecnológicamente avanzadas, que no puede utilizar contra nadie a su altura. Se encuentra sola e hipertrofiada sin poder competir con nadie. Esta insólita situación ha empujado a sus máquinas de guerra a la situación surrealista de estar sin-sentido, en un mundo que no requiere semejante armamento. Esta situación ha empujado a su clase política, incorporando en ella a apéndices peligros, que juega a la conspiración, sus enigmáticos servicios de inteligencia, a un sentimiento de desolación devastador. Esta situación ha empujado a los pueblos, y esto es lo positivo, a reflexionar en un mundo sin enemigos, reales o inventados; en verdad, son sugeridos por la propia necesidad del enemigo[8].

 

Parece que es, en este contexto problemático, desde donde podemos analizar, con alguna coherencia, las dinámicas inherentes a las elecciones de 2016 de lo que una vez fue la República. Que después fue señalada por los pueblos como imperialismo, así como por los proyectos socialistas; que  fue redefinida por lucidos teóricos críticos, como Negri y Hardt, como gendarme del imperio; pero, que ahora, en esta coyuntura incierta no sabe lo que es.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una anticipación a las conclusiones

 

Preguntas:

 

1.   ¿Se puede conjeturar que los problemas de nacimiento de la República no se han terminado de resolver? En la medida que persisten, inciden en el presente, de tal manera que obstaculizan las aperturas y salidas históricas y políticas. Por ejemplo, que los temas pendientes de la guerra civil no se han terminado de resolver, entre el proyecto democrático de los abolicionistas y el proyecto conservador de los esclavistas. Esto se manifestaría en distintas figuras y en distintos escenarios políticos, particularmente en las compulsas electorales.

 

2.   ¿Es vano atender a la diatriba entre candidatos, que pretenden ser, o se esfuerzan por serlo, diametralmente opuestos, cuando lo que importa es lo que se juega, no en el discurso de los candidatos, sino el espesor histórico de lo no-resuelto?

 

 

3.   ¿Un Estado-nación, constituido por migrantes del mundo, sobre cementerios indígenas, extendido en territorios nativos y geografías políticas mexicanas, cuando expresa, por uno de sus candidatos, apoyado por un contingente electoral importante, que va poner una muralla contra la migración desde el Sur, no entra en su mayor contradicción constitutiva? ¿No se deslegitima?

 

4.   ¿No es conveniente, mas bien, resolver todos los problemas pendientes, despojarse de las cargas del pasado, que no es lo mismo que decir despojarse del pasado? Para habilitarse libre y espontáneamente a participar en mundos alternativos, sugeridos por la potencia de la vida.



[2] Revisar de Antonio Negri El Poder Constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad. Madrid 1994, Prodhufi. En el libro se analiza la diferencia entre la revolución política, de la independencia norteamericana, y la revolución social, relativa a la revolución francesa.

 

[3] Ver Crisis de la república. Taurus;  1998. También ¿Qué es la política? El libro armado sale a luz en 1993 bajo el título en alemán Was ist Politik? Revisar de Hannah Arebdt Qu’est-ce que la politique? Seuil; París 1995.

[4] Ver The Commonwealth of Oceana by James Harrington. file:///C:/Users/RAUL%20PRADA/Documents/EEUU/2016/the_commonwealth_of_oceana.pdf.

[6] Bibliografía: Biddle, Julian (2001). What Was Hot!: Five Decades of Pop Culture in America (en inglés). Nueva York: Citadel. Blackburn, Robin (1998). The Making of New World Slavery: From the Baroque to the Modern, 1492–1800 (en inglés). Londres: Verso. Bloom, Harold (1999). Emily Dickinson (en inglés). Broomall, Pensilvania: Chelsea House Publishers.  Daniels, Les (1998). Superman: The Complete History (en inglés) (1ª edición). Titan Books. De Rosa, Marshall L (1997). The Politics of Dissolution: The Quest for a National Identity and the American Civil War (en inglés). Edison, Nueva Jersey: Transaction. Dicker, Susan J. (2003). Languages in America: A Pluralist View (en inglés). Clevedon: Multilingual Matters.  Dull, Jonathan R (2003). «A Companion to the American Revolution». En Jack P. Greene y J. R. Pole. Diplomacy of the Revolution, to 1783 (en inglés). Maiden, Massachusetts: Blackwell. Fiorina, Morris P.; Paul E. Peterson (2000). The New American Democracy (en inglés). Londres: Longman.  Foner, Eric; John A. Garraty (1991). The Reader's Companion to American History (en inglés). Nueva York: Houghton Mifflin. Fried, Richard M. (1990). Nightmare in Red: The McCarthy Era in Perspective. Oxford University Press. Gutfield, Amon (2002). American Exceptionalism: The Effects of Plenty on the American Experience (en inglés). Brighton: Sussex Academic Press. Levenstein, Harvey (2003). Revolution at the Table: The Transformation of the American Diet (en inglés). Berkeley: University of California Press. Holloway, Joseph E (2005). Africanisms in American Culture (en inglés) (2ª edición). Bloomington, Indiana: Indiana University Press. Johnson, Fern L (1999). Speaking Culturally: Language Diversity in the United States (en inglés). Thousand Oaks, California: Sage. Kennedy, Paul (1989). The Rise and Fall of the Great Powers (en inglés). Nueva York: Vintage. McDuffie, Jerome; Gary Wayne Piggrem y Steven E. Woodworth (2005). U.S. History Super Review (en inglés). Piscataway, Nueva Jersey: Research & Education Association. Meyers, Jeffrey (1999). Hemingway: A Biography (en inglés). Nueva York: Da Capo. Morrison, Michael A (1999). Slavery and the American West: The Eclipse of Manifest Destiny and the Coming of the Civil War (en inglés). Chapel Hill: University of North Carolina Press. Raskin, James B (2003). Overruling Democracy: The Supreme Court Vs. the American People (en inglés). Londres: Routledge. Russell, David Lee (2005). The American Revolution in the Southern Colonies (en inglés). Jefferson, Carolina del Norte: McFarland. Scheb, John M; John M. Scheb II (2002). An Introduction to the American Legal System (en inglés). Florence, Kentucky: Delmar. Schlosser, Eric (2002). Fast Food Nation (en inglés). Nueva York: Perennial. Schrecker, Ellen (1998). Many Are the Crimes: McCarthyism in America. Little, Brown. Smith, Andrew F (2004). The Oxford Encyclopedia of Food and Drink in America (en inglés). Nueva York: Oxford University Press. Wright, Gavin; Jesse Czelusta (2007). «Resource-Based Growth Past and Present». En Daniel Lederman y William Maloney. Natural Resources: Neither Curse Nor Destiny (en inglés). World Bank Press. Ver Enciclopedia Libre: Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Estados_Unidos.

 

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Umbrales y limites de la episteme moderna, apertura al horizonte nómada de la episteme compleja.

 

Metodología:

Cursos virtuales, participación virtual en el debate, acceso a la biblioteca virtual, conexión virtual  colectiva. Control de lecturas a través de ensayos temáticos. Apoyo sistemático a la investigación monográfica. Presentación de un borrador a la finalización del curso. Corrección del borrador y presentación final; esta vez, mediante una exposición presencial.

 

Contenidos:

 

Modulo I

Perfiles de la episteme moderna

 

1.- Esquematismos dualistas

2.- Nacimientos de del esquematismo-dualista

3.- Del paradigma regigioso al paradigma cientifico 

4.- Esquematismo ideológico

 

Modulo II

Perfiles de la episteme compleja

 

1.- Teórias de sistemas

2.- Sistemas autopoieticos 

3.- Teorías nómadas

4.- Versiones de la teoria de la complejidad

 

Modulo III

Perspectivas e interpretaciones desde la complejidad

 

1.- Contra-poderes y contragenealogias 

2.- Composiciones complejas singulares

3.- Simultaneidad dinámica integral

4.- Acontecimiento complejo

 

Modulo IV

Singularidades eco-sociales 

 

1.- Devenir de mallas institucionales concretas

2.- Flujos sociales y espesores institucionales

3.- Voluntad de nada y decadencia

4.- Subversión de la potencia social

 

 

Temporalidad: Cuatro meses.

Desde el Inicio del programa hasta la Finalización del programa.

Finalizaciones reiterativas: cada cuatro meses, a partir del nuevo inicio.

Defensa de la Monografía. Defensas intermitentes de Monografías: Una semana después de cada finalización.



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