Raúl Prada Alcoreza
Los socialistas han conformado toda una “ideología” sobre la base de su supuesto básico teórico, que aparece como metáfora en Marx, empero, se convierte en la arquitectura explicativa en el marxismo; hablamos del esquema primordial determinista estructura/superestructura. Esquema teórico que establece que la estructura sostiene la superestructura, que la base económica (infra-estructura, estructura) determina lo jurídico, político e “ideológico” (superestructura); en otras palabras, podríamos decir el Estado. Inclusive cuando se habla de determinación en última instancia y se propone la autonomía relativa del Estado, se mantiene este esquema arquitectónico determinista. El esquema es insostenible tanto teóricamente como empíricamente. La producción misma ya es una relación, como dice la misma teoría marxista, se trata de fuerzas productivas y relaciones de producción. Aunque deberíamos decir que las llamadas fuerzas productivas también son relaciones, implican relaciones; el mismo Karl Marx concibió la tecnología como cristalización de las relaciones de producción. Las relaciones de producción ya suponen relaciones jurídicas, políticas, estatales, sobre todo “ideológicas”, que comprenden el sistema comunicacional y los sistemas de signos. La economía política efectiva, la economía política generalizada, funciona integralmente, por lo tanto simultáneamente a la vez; el producto es mercancía, es producido como mercancía, porque la producción es a la vez material y abstracta, se produce a la vez valores de uso y valores de cambio. Esto ocurre porque el trabajo es a la vez trabajo concreto y trabajo abstracto. La valorización en general, tanto del valor de uso y del valor abstracto, es ya una abstracción de diferencias. Se producen valores de uso en el sistema de necesidades, es decir, se producen necesidades, que orientan el consumo, en tanto se producen “ideológicamente” valores de uso como finalidades de las necesidades. El valor de uso es la materialidad donde se realiza el valor de cambio, son inseparables; no se realiza por un lado valor de cambio, por otro lado valor de uso. Esta es una ficción; se realiza valor de cambio porque se produce valor de uso. Entonces el valor de uso forma parte de la economía política generalizada; hay una economía política del valor de uso, de las necesidades y del consumo. Una “ideología” del valor de uso y de sus finalidades, las necesidades.
Ahora bien, todo esto concurre simultáneamente y de una manera integrada con el despliegue de la economía política del signo[1]. No podría funcionar el modo de producción capitalista sin la circulación y el “consumo” de signos, que no puede darse tampoco sin la producción y emisión de signos, sin su inscripción en las cosas; es decir, sin la circulación del lenguaje. Las mercancías son lo que son porque son también signos. Así como el valor de cambio está atravesado por la lógica del cambio, el valor de uso por la lógica de la utilidad cuyas finalidades son las necesidades, el signo está atravesado por la lógica de la diferenciación del código. El signo es un código dual, binario, diferencia significante y significado, forma de contenido, imagen acústica o visual de concepto. La relación del significante y significado es arbitraria, como dice Ferdinand de Saussure; empero la circulación del signo, su decodificación, su función comunicativa, se hace posible precisamente por esa relación. En otras palabras, en el proceso de abstracción, en la construcción del equivalente general comunicacional, en la producción de signos, el significante, la imagen acústica y la imagen visual, hacen posible la significación; en otras palabras, la decodificación significante. Los significados, los sentidos, se desprenden de sus matrices culturales, matrices conformadas por sistemas simbólicos; empero, en la autonomización semiológica, son arrancados de sus territorialidades simbólicas, son convertidos en significados des-territorializados, de-simbolizados, adquiriendo una fluidez intercambiable y traducible. El significado ya es una reducción semiológica de la densidad simbólica. La arbitrariedad de la relación es posible en estas condiciones.
En esta fluidez de los significados de-simbolizados se da lugar a lo que los marxistas llaman “ideología”, no entendida como consciencia falsa, que es una acepción hegeliana vulgarizada, sino como transmisión, irradiación, influencia “cultural”, la modernización; por esta corriente semiológica se irradia el pensamiento moderno. Cuando los sentidos están desprendidos de sus códigos culturales, de sus sistemas simbólicos territorializados, es posible la homogeneización de los significados, la equivalencia general de los mismos, y obviamente su traducción.
La producción de necesidades equivalentes se hace posible en este campo “ideológico”. El sistema de necesidades de la modernidad, también mutable y cambiante, se expande con la modernidad misma, orientando las formas de consumo, por lo tanto el consumo útil, el consumo de valores de uso. El sistema capitalista se reproduce debido a la producción de este sistema de consumo, que se plasma en el mercado. El sistema capitalista funciona no como modo de producción determinante, sino como un sistema estructurado y compuesto por subsistemas ensamblados; se trata de subsistemas que se complementan e interrelacionan simultáneamente. Ninguno es determinante respecto de los otros, todos se co-determinan. Entonces el valor de uso no puede desentenderse de la economía política, tal como creía Marx. Al respecto, compartimos las observaciones de Jean Baudrillard:
Marx definió la forma de valor de cambio y de la mercancía por el hecho de que todos los productos pueden equivalerse sobre la base del trabajo social abstracto. Y planteó a la inversa la “incompatibilidad” de los valores de uso. Ahora bien, hay que ver:
1. Para que exista intercambio económico y valor de cambio, es preciso ya también que el principio de utilidad se haya convertido en principio de realidad del objeto o del producto. Para ser intercambiables de manera abstracta y general, es preciso también que los productos sean pensados y racionalizados en términos de utilidad. Si lo son (en el intercambio simbólico primitivo), no tienen tampoco valor de cambio. La reducción al status de utilidad es la base de la intercambiabilidad (económica).
2. Si el principio de intercambio y el principio de utilidad tienen afinidad (y no hacen sino “coexistir” en la mercancía), es porque, opuestamente a lo que dice Marx de la “incompatibilidad” de los valores de uso, la lógica de la equivalencia está ya toda entera en la utilidad. Si bien el valor de uso no es cuantitativo en el sentido aritmético, es ya equivalente. Como valores útiles, todos los bienes ya son comparables entre sí, por estar asignados al mismo denominador común funcional/racional, a la misma determinación abstracta. Únicamente los objetos y categorías de bienes investidos en el intercambio simbólico, singular y personal (el don, el regalo) son estrictamente incomparables. La relación personal (el intercambio no económico) los hace absolutamente singulares. En cambio, como valor útil, el objeto alcanza la universalidad abstracta, la “objetividad” (por reducción de toda función simbólica).
3. Se trata, pues, de una forma/objeto, cuyo equivalente general es la utilidad. Ya no es una “analogía” con las fórmulas del valor de cambio: es la misma forma lógica. Todo objeto es traducible en el código abstracto de la utilidad, que es su razón, su ley objetiva, su sentido – y esto independientemente de que se utilice y de aquello en que se utilice. Es la funcionalidad la que se impone como código, y este código, que se funda únicamente sobre la adecuación de un objeto a su fin (útil), se somete todos los objetos reales o virtuales, sin acepción de persona. Aquí toma origen lo económico, el cálculo económico, del cual forma/mercancía no es otra cosa que la forma desarrollada, y que vuelve continuamente.
4. Ahora bien, este valor de uso (utilidad), opuestamente a la ilusión antropológica que quiere hacer de él la simple relación de una “necesidad” del hombre con una propiedad útil del objeto, es también una relación social. Así como en el valor de cambio el hombre/productor no aparece como creador, sino como fuerza de trabajo social abstracto, así en el sistema de valor de uso, el hombre/”consumidor” no aparece jamás como deseo y goce, sino como fuerza de necesidad social abstracta[2].
Ahora bien, la economía política generalizada produce el individuo, el sujeto separado, escindido de la colectividad y de la comunidad. Un sujeto abstracto, concebido por la psicología general como composición de conductas racionalizables, en tanto concebido por el psicoanálisis como sujeto de castración, formando parte del triángulo familiar padre/madre/hijo, la sagrada familia. Sujeto representado por la sociología y la antropología como sujeto de necesidades, también se puede decir como un sujeto necesitado. Antes era la religión y la iglesia cristiana la encargada de realizar el proceso de individualización, ahora lo es todo el campo escolar y el conjunto de instituciones de la modernidad instituida. Este hombre como estructura de necesidades es un invento antropológico moderno, pero también es una producción de la modernidad, de la economía política generalizada. Entonces estamos hablando de un sistema capitalista completo, integrado, que funciona auto-reproduciéndose, si se quiere, de una manera auto-generativa, como creando sus propias operaciones de clausura, creando su propia subjetividad y sujeto, el hombre de las necesidades. Ahora, el sistema ha llegado más lejos, es capaz de reproducir en probeta al hombre, con la tecnología genética desarrollada, con todas las posibilidades de manipulación genética. No estamos lejos de un humano programado.
Se entiende entonces la concomitancia entre el sistema de valores de cambio, el sistema de valores de uso, el sistema de necesidades, el sistema de signos, la “ideología”, el sistema de consumo, el sistema de producción; se comprende el individuo, como síntesis de todo esto. El principio de utilidad es el principio que rige el consumo de valores de uso, el útil es el equivalente general cualitativo de este sistema de consumo. El paraíso socialista es parte del sistema capitalista, corresponde a esta región del sistema, espacio de realización y consumo de valores de uso, espacio de satisfacción de necesidades, por medio de los cuales se genera la valorización, la acumulación, las autonomizaciones institucionalizadas, en definitiva la reproducción ampliada del sistema, no solo del capital, sino del sistema abstracto como tal.
Resumiendo, la equivalencia general cualitativa del valor de uso instituye la utilidad como finalidad del sistema de necesidades, sistema que encuentra en la constitución del individuo al sujeto de necesidades, al sujeto necesitado, al sujeto demandante. Al trastrocarse todos los ámbitos territoriales de las reproducciones sociales concretas, asumidas e imaginadas en la densidad de la ambivalencia simbólica, al ser reducidos estos ámbitos territoriales y fragmentados, al encontrarse colonizados, esta destrucción ha dado lugar a la universalización del sistema capitalista, a la expansión en todo el orbe de su ensamblaje sistémico, no solo del modo de producción, sino del modo de consumo, del sistema de necesidades, del sistema de signos, de la “ideología”, de la constitución subjetiva individualizada, del Estado, de las instituciones modernas. Asistimos entonces a la producción, realización, reproducción del sistema-mundo capitalista. Nada ni nadie escapa a esta ocupación, nada ni nadie deja de experimentar el despojamiento y desposesión que implica la producción-reproducción del sistema-mundo. Lo que ocurre es que esta ocupación no es absoluta, un substrato vital resiste en todo el orbe, un substrato vinculado a los ciclos de la vida, al imaginario y a la imaginación radicales, a la potencia social, a la producción de alteridad, a la recuperación de las densidades ambivalentes simbólicas. Este magma bullente, esta turbulencia de resistencias y luchas, altera el funcionamiento del sistema-mundo capitalista, lo deforma, le muestra sus límites, lo atraviesa y le anuncia su muerte[3].
El capitalismo como acontecimiento, es decir, como complejidad, no puede comprenderse a partir de la economía política restringida, circunscrita al espacio abstracto del campo económico configurado por la esfera de la producción, la esfera de la circulación y la esfera del consumo; el acontecimiento del capitalismo emerge en la interrelación, entrelazamiento, articulación e integración de múltiples economías políticas no específicamente económicas, en sentido restringido, sino variadas; economías políticas que efectúan la diferenciación, la separación, entre el referente concreto y su representación abstracta, valorizando la representación abstracta, como si fuera la esencia del proceso particular. Toda una metafísica. El capitalismo emerge en el contexto de esta pluralidad de economías políticas, multiplicidad de disociaciones entre lo concreto y lo abstracto, desvalorizando lo concreto y valorizando lo abstracto. Si usamos como metáfora el concepto marxista de modo de producción, diremos que el capitalismo es el modo de producción de lo abstracto, de las valorizaciones abstractas, de las representaciones abstractas, cuantificables, que sustituyen el mundo de los procesos concretos y efectivos. De esta manera, el capitalismo aparece como sistema de la simulación generalizada.
Ciertamente se puede explicar la crisis orgánica del capitalismo con argumentos estrictamente económicos, considerando procesos específicamente económicos, variables particularmente económicas, a partir de modelos teóricos económicos; sin embargo, la explicación no es completa, no se completa, es inacabada. Se puede explicar la crisis orgánica del capitalismo como crisis de sobreproducción, como lo hace Brenner; empero, quedan en suspenso preguntas no contestadas. Por ejemplo, ¿por qué los empleadores, como nombra Brenner a los miembros de la burguesía, persisten en el cambio tecnológico, buscando mejorar los ritmos de la productividad, incluso antes de que se haya agotado el ciclo de la maquinaria industrial consolidada? Este comportamiento se combina con las empresas y monopolios empresariales, que ante la competencia de los nuevos inversores, persisten con el capital fijo edificado, disminuyendo la rentabilidad, conservando los mercados capturados. ¿Por qué ambas actitudes persisten en llevar a mayores niveles la sobre-oferta, sabiendo, de alguna manera, que la sobreproducción afecta a la rentabilidad, ralentiza el crecimiento e impacta desfavorablemente en el desarrollo? ¿Por qué, si son una clase mundial, la burguesía, no se ponen de acuerdo y ordenan el mapa de las producciones y de los mercados, acordando rentabilidades compartidas? Por otro lado, ¿por qué los trabajadores, que luchan por mejorar la condición de sus salarios, por mantener el poder adquisitivo de los mismos, cuando arrecia la lucha de clases, tienden en la mayoría de los casos, a acordar una negociación donde pierden la perspectiva de sus objetivos? En periodos largos, la tendencia es a disminuir los salarios o el poder adquisitivo de los mismos. ¿Por qué, si en los periodos cortos el incremento salarial impacta negativamente en la inversión, y en los periodos largos tiene, al parecer, a incidir positivamente en la inversión, los trabajadores, en la mayoría de los países, sobre todo de las potencias industriales, renuncian a su horizonte político, que, dicho mesuradamente, es la racionalización de la economía? Cambiando o ampliando el mapa geográfico, ¿por qué los estados industriales apuestan a mantener el costo de las materias primas baratas, de una manera coercitiva, aprovechando estos bajos costos para mejorar las condiciones da la valorización; empero, al mantener a las periferias que transfieren sus recursos naturales en condiciones de países exportadores de materias primas los convierten en zonas y regiones de restringidos mercados? A la larga, este comportamiento de imposición, que llamaríamos colonial, afecta, en conjunto, a la propia reproducción del sistema. En resumen, exagerando en los términos, la pregunta es: ¿por qué se insiste en la irracionalidad del sistema y no se opta por una racionalización de sus procesos de producción, de circulación y consumo?
No se pueden responder estas preguntas en los marcos de la ciencia económica; sus modelos teóricos, cualesquiera sean éstos, son limitados. Para poder responder a estas preguntas y otras hay que salir del mundo de la representación económica o del mundo reducido a la representación económica, volver al mundo efectivo, de los procesos concretos y singulares, mundo quizás abigarrado, sobre todo complejo, manifestación de las dinámicas moleculares y dinámicas molares, entrelazadas en los tejidos de la complejidad.
Ahora pasamos a algunas de las formas de la crítica de la economía política generalizada. En Cartografías histórico-políticas escribimos:
Crítica de la economía política del signo[4]
Jean Baudrillard se propone hacer la crítica de la economía política del signo y expone su investigación y análisis en un libro que lleva precisamente ese título. El autor dice que así como Marx hizo una crítica a la economía política develando el misterio de la forma/mercancía, él se propone desentrañar el misterio de la forma/signo. Del mismo modo que el análisis de la mercancía se basó en la distinción entre valor de cambio y valor de uso, que hacen a la mercancía, así también es indispensable en el análisis crítico del signo partir de la distinción entre significante y significado, que hacen al signo. La crítica de la economía política del signo obliga a revisar y desplazar las tesis marxistas basadas en la distinción entre infra/superestructura. Este desplazamiento también obliga a revisar la tesis marxista sobre la “ideología”; la “ideología” no forma parte de la superestructura, sino que atraviesa todo el proceso de producción de mercancías, participa entonces en esa diferenciación combinada de valor de uso y valor de cambio. Así como también la “ideología” interviene en la producción de signos; es “ideológica” la diferenciación entre significante y significado, otorgando la función predominante al significante. Para Jean Baudrillard la “ideología” es reducción de lo simbólico; dice que es el proceso de reducción y abstracción del material simbólico en una forma. Esta abstracción reductora se daría como contenido trascendente, también como representación de la consciencia, es decir como significado[5]. Entonces el significante requiere para funcionar y circular del contenido del significado; esta abstracción se sostiene en la trascendencia del significado. De la misma manera que el pensamiento burgués concibe a la cultura como trascendencia de los contenidos, lo hace también el marxismo. Esta herencia le impide verse también como “ideología”.
Es importante poner en mesa los problemas falsos que ocupan al pensamiento contemporáneo. La disyunción sujeto/objeto, la disyunción infra/superestructura, la distinción explotación/alienación. Para Baudrillard estas disyunciones desaparecen cuando comprendemos que tanto un lado como el otro de la disyunción son producidos por la “ideología” que atraviesa toda la economía política generalizada, es decir, todas las economías políticas del sistema capitalista. La “ideología” es la inclusión de toda producción, material y simbólica, en un mismo proceso de abstracción, de reducción, de equivalencia general y de explotación[6]. Ambas dimensiones, ambos procesos, se encuentran íntimamente imbricados, la de la mercancía y la del signo. La lógica de la mercancía y de la economía política se halla en el corazón mismo del signo, y la estructura del signo se halla en el corazón mismo de la forma mercancía[7]. Es por esto que la combinatoria significante y significado, que es el signo, puede funcionar como valor de cambio, en el discurso de la comunicación, y como valor de uso, en el descifrado racional y el uso social distintivo. Es también por esto que la mercancía adquiere inmediatamente el carácter de significado. Como forma/signo la mercancía es un código que ordena el intercambio de valores[8]. Es en el consumo donde aparece claramente que la mercancía es producida inmediatamente como signo, como valor signo, y los sistemas de signos, es decir, la cultura, como mercancía[9].
La composición del capítulo Hacia una crítica de la economía política del signo es sugerente; su composición trata de El pensamiento mágico de la ideología, La metafísica del signo, el espejismo del referente, Denotación y connotación, y Más allá del signo: lo simbólico. Queda claro que la crítica de la economía política es también una crítica a la “ideología”, entendida no como superestructura sino como un campo transversal inherente a todo el sistema capitalista, que atraviesa todas las economías políticas, todos los procesos de abstracción, la producción, la distribución, la circulación, el consumo, el sistema de necesidades, los sistemas de signos, los sistemas de normas, los sistemas administrativos, los sistemas disciplinarios, los sistemas de control. En La metafísica del signo, se hace la crítica a la semiología, se cuestiona el supuesto de la arbitrariedad sobre la que se basa toda la teoría estructuralista y se devela el carácter reductor y represivo del signo respeto a la ambivalencia simbólica. En El espejismo del referente, se analiza críticamente la corrección que hace Emile Benveniste a Ferdinand Saussure, en relación a dónde se encuentra la arbitrariedad del signo. Benveniste dice que la arbitrariedad no está en la relación significante/significado, sino entre el signo y el referente, es decir, la realidad. Baudrillard critica esta salida, que quiere salvar la unidad del signo, estableciendo que lo que hace Benveniste es extender el horizonte del significado incorporando al referente. Que el referente no es la realidad sino que ésta está tomada como percepción, recorte de realidad que es asumida como motivación; de esta manera el referente cae en la esfera psicológica y en la esfera filosófica. Esta extensión del significado al referente “naturaliza”, por así decirlo, la función dominante del significado, de la misma manera que el valor de uso lo hacía cuando define sus finalidades en el sistema de necesidades. En este último caso, se “naturaliza” en sentido antropológico la función dominante del valor de cambio. Es la misma lógica de la economía política del signo, que ahora efectúa su producción abstracta, la dominancia del significante, ya no en relación al significado sino en relación al referente. La reducción de la ambivalencia simbólica comienza antes; empero esto no quiere decir que el referente se encuentre fuera del signo, sino que el signo abarca más, tiene una composición más compleja: de un lado el significante, del otro lado la relación significado-referente. La aparición del referente en la teoría semiológica también implica la reducción de la realidad, no solo como recorte, sino como pretensión de objetividad. Este tema es trabajado en Denotación y connotación. En este apartado se evalúa la pretensión de objetividad dada en la función denotativa de la comunicación; se asume la denotación como descripción y la connotación como interpretación abierta, como significación polivalente. El autor plantea, siguiendo a Barthes, que la pretensión de objetividad es “ideológica”, que la denotación no es otra cosa que la más bella y la más sutil de las connotaciones[10]. En Más allá del signo: lo simbólico, se hace la crítica de las perspectivas críticas de rebasamiento del signo, rebasamiento buscado a nombre de uno de los términos que componen el signo, significante o significado, incluso este último ampliado e incluyendo el referente. La más usual de estas perspectivas es la que busca el rebasamiento por el lado del significado o del referente, al que hay que liberar del dominio del código, del significante. Esta posición supone una “filosofía natural” de la significación, que implica un “idealismo del referente”. Su fantasma es la de una resurrección total de lo “real”, en una intuición inmediata y transparente[11]. De lo que se trata es hacer surgir los significados de esta economía política del signo, los sujetos, la historia, la naturaleza, las contradicciones, en su verdad movediza, dialéctica y auténtica[12]. Para Baudrillard se trata de la letanía moralista sobre la alienación por el sistema, que deviene en discurso universal, precisamente por la extensión del mismo sistema. No es por aquí que se destruye el sistema o se sale de él, pues este modelo de significación no es otra cosa que un gigantesco modelo de simulación de sentido; no es pues lo “real”, lo referente, tampoco alguna sustancia arrojada a las tinieblas del exterior del signo, la alternativa; lo alterativo es lo simbólico[13]. Esta es la apuesta del autor.
Pero, ¿qué es lo simbólico? Baudrillard no nos dice mucho en este libro; escribe:
Pero lo simbólico, en su virtualidad de sentido subversivo del signo, no puede ser nombrado más que por alusión, por fractura, ya que la significación, que lo nombra todo a partir de sí misma, no puede decir sino el valor, y lo simbólico no es valor. Es pérdida, resolución del valor y la positividad del signo[14].
En otras palabras, de lo que está fuera del signo no podemos decir nada, salvo su ambivalencia. Sobre esta ambivalencia se funda y se efectúa un intercambio simbólico, radicalmente diferente al intercambio de valores, valores de cambio, valores/signo. Hablamos de la imposibilidad de distinguir términos respectivos, separados, para positivizarlos[15]. En los ámbitos de la densidad simbólica no se distinguen términos, no se los separa, menos se los positiviza. El intercambio simbólico es una experiencia irreductible. Tampoco se entienda que se trata de una negatividad; de ninguna manera. Lo simbólico está más allá de lo positivo y negativo; en esto radica la ambivalencia, la simultaneidad, la complejidad del sentido y la vivencia simbólica.
Hay que hacer dos anotaciones sobre esta teoría crítica de la economía política del signo; una anotación es dada respeto a lo simbólico; pues lo simbólico no es solamente ambivalencia, se abre tanto a los horizontes del imaginario radical y la imaginación radical, en tanto capacidad creativa, así como a los horizontes constitutivos del imaginario e imaginación primordial, la imaginación matricial de los procesos de hominización, constituyente e instituyente de las sociedades humanas. La otra anotación es dada, en lo que respecta a que la crítica de la economía política del signo, en cuanto no se puede olvidar que la economía política del signo no se mueve en una relación de signos, sino en relaciones sociales, relaciones entre humanos, si se quiere relaciones entre sujetos sociales. Se podría decir que este es el punto de partida de la crítica de la economía política de Marx, la crítica del “fetichismo” de la mercancía. Una crítica del “fetichismo” del signo no puede menos que recordar esto[16].
Lo que falta a la Crítica de la economía política del signo de Baudrillard es la consideración de las prácticas, las prácticas que conforman signos, que los construyen y los usan. Como dijimos, no se trata de relaciones entre signos, de relaciones entre significantes y significados, incluso con significados-referentes, que pueden incluir la consideración de las necesidades, sino de relaciones entre sujetos sociales que usan los signos. Para que la crítica sea la crítica de la “ideología” del signo es indispensable efectuarla desde la crítica de las prácticas.
Las prácticas están ligadas a dispositivos, a agenciamientos concretos de poder, a instituciones. Por ejemplo, en el caso de las prácticas relativas al signo, en lo que respecta al signo monetario, hablamos del Estado, dentro del Estado, hablamos del Banco Central, del gabinete económico, de las comisiones económicas del Congreso; en lo que se refiere al mapa internacional, no podemos dejar de mencionar al sistema financiero internacional, particularmente del Fondo Monetario Internacional y el Banco mundial. Las políticas monetarias y su aplicación forman parte de estas prácticas. Las políticas monetarias buscan lograr, mantener retomar el equilibrio económico, equilibro medido en las balanzas comerciales, de pagos, en los ingresos y egresos del Estado, en la relación del valor relativo de la moneda respecto a otras monedas.
La llamada política monetaria concibe la masa dineraria de flujos monetarios; la medida de estos flujos, sobre todo su contraste, sirve para evaluar el llamado equilibrio económico, que es el fin buscado de las medidas monetaristas. Se conocen comúnmente ciertos objetivos mentados de la política monetaria como la estabilidad del valor del dinero, es decir, contención de los precios, prevención de la inflación; otro objetivo son las tasas más elevada de crecimiento económico; un tercer objetivo mencionable es la ocupación, en contraste de la desocupación, empleo, en contraste del desempleo; un cuarto objetivo a citar es corregir los desequilibrios en la balanza de pagos; un quinto objetivo es la preservación del tipo de cambio sólido, acompañando con el incremento de las reservas internacionales. De los dispositivos en gestión se puede mencionar al Banco Central, institución que define la cantidad de dinero en circulación, así como determina la tasa de interés, incorporando medidas como modificaciones en el tipo de interés, operaciones en mercado abierto, en la variación del coeficiente de caja. De estos instrumentos la tasa de interés es de los más usados. En este sentido, las políticas monetarias emplean métodos de control como la llamada política de descuento; la política de descuento define el tipo de descuento, la fijación del volumen de títulos idóneos. Generalmente los bancos privados requieren del Banco Central cuando necesitan liquidez, la que se obtiene con el descuento de títulos regularmente de deuda pública, relativa a su cartera. Se pide auxilio al Banco Central cuando se constatan las reservas disminuidas. El Banco Central puede alterar la oferta monetaria modificando el tipo de descuento. Una subida del tipo de descuento disuade a los bancos de pedir reservas prestadas al Banco Central. Por lo tanto, una subida del tipo de descuento reduce la cantidad de reservas que hay en el sistema bancario, lo cual reduce, a su vez, la oferta monetaria. En cambio, una reducción del tipo de descuento anima a los bancos a pedir préstamos al Banco Central, eleva la cantidad de reservas y aumenta la oferta monetaria. El Banco Central utiliza los créditos por los que cobra el tipo de descuento no sólo para controlar la oferta monetaria, sino también para ayudar a las instituciones financieras cuando tienen dificultades.
El coeficiente de caja es un indicador relativo a los depósitos bancarios, mediante el cual se definen la proporción de las reservas líquidas. Si el Banco Central decide reducir este coeficiente a los bancos, eso aumenta la cantidad de dinero en circulación, ya que se pueden conceder aún más préstamos. Si el coeficiente aumenta, el banco se reserva más dinero, y no puede conceder tantos préstamos. La cantidad de dinero baja. De esta forma, el Banco Central puede aportar o quitar dinero del mercado.
Se tiene también las llamadas operaciones de mercado abierto. Se trata de las operaciones que realiza el Banco Central con títulos de deuda pública en el mercado. La política de mercado abierto consiste en la compra y venta por parte del Banco Central de activos que pueden ser oro, divisas, títulos de deuda pública y en general valores con tipos de renta fija. Las operaciones de mercado abierto producen dos tipos de efectos; uno, es el efecto cantidad; esto acontece cuando la autoridad monetaria compra o vende títulos está alterando la base monetaria, al variar la cuantía de las reservas de dinero de los bancos comerciales, bien en sentido expansivo o contractivo. Si el Banco Central pone de golpe a la venta muchos títulos de su cartera, los ciudadanos o, en su caso, los bancos los compran, el Banco Central recibe dinero de la gente; en consecuencia, el público dispone de menos dinero. De esta forma se reduce la cantidad de dinero en circulación; en cambio, si el banco central decide comprar títulos, está inyectando dinero en el mercado, ya que la gente dispondrá de dinero que antes no concurría. El segundo efecto cantidad corresponde al tipo de interés; cuando el Banco Central compra o vende títulos de renta fija o deuda pública, influye sobre la cotización de esos títulos, impacta sobre el tipo de interés efectivo de esos valores. Por lo tanto, en el caso de compra de títulos por el Banco Central, que inyecta más liquidez al sistema, hay que añadirle un efecto igualmente de carácter expansivo derivado de la caída del tipo de interés.
También se puede mencionar a los llamados instrumentos cualitativos. En el conjunto de estos instrumentos monetaristas, se destaca el denominado efecto anuncio. Se hacen públicas las opiniones del Banco Central, ejerciendo así influencia sobre el comportamiento de los operadores económicos.
Tradicionalmente se caracteriza a la política monetaria de acuerdo a dos estrategias contrapuestas, una es la llamada política monetaria expansiva, la otra es la llamada política restrictiva. Se habla de política monetaria expansiva cuando el objetivo es poner más dinero en circulación, se habla de política monetaria restrictiva cuando el objetivo es quitar dinero del mercado. Se opta por una política monetaria expansiva cuando en el mercado hay poco dinero en circulación, se puede aplicar esta medida para aumentar la cantidad de dinero circulante. La estrategia consiste en usar mecanismos apropiados para desencadenar el incremento de la masa monetaria. Estos mecanismos de impacto inmediato tienen que ver con reducir la tasa de interés, para hacer más atractivos los préstamos bancarios e incentivar la inversión; así también con reducir el coeficiente de caja, para que los bancos puedan prestar más dinero, contando con las mismas reservas; en la misma perspectiva, tienen que ver con la comprar deuda pública, para aportar dinero al mercado. Se habla de política monetaria restrictiva cuando en el mercado hay un exceso de dinero en circulación; cuando esto ocurre se busca, en contraste con la anterior política, reducir la cantidad de dinero. Para el logro de este objetivo se aplica una política monetaria restrictiva, que contrasta con la política monetaria expansiva; se opta, por ejemplo, incrementar la tasa de interés, para que el hecho de pedir un préstamo resulte más caro. Así también en incrementar el coeficiente de caja para retener más dinero en el banco y menos en circulación; del mismo modo, se opta por vender deuda pública, para retirar dinero de la circulación, cambiándolo por títulos de deuda pública.
Los mecanismos de transmisión de la política monetaria comprenden las variaciones de la oferta monetaria, que se traducen en variaciones de la producción, del empleo, de los precios y los niveles de la inflación. El proceso concreto, en el que el Banco Central incide en el desenvolvimiento de la economía, buscando detener la inflación, implica una secuencia de fases. Al comienzo, el Banco Central toma medidas destinadas a reducir las reservas bancarias; puede recurrir a la venta de títulos del Estado en el mercado despejado. Esta operación altera el balance consolidado del sistema bancario, provocando una reducción de las reservas bancarias totales. Cada reducción de las reservas bancarias en una unidad monetaria, origina una contracción múltiple de los depósitos a la vista, reduciendo así la oferta monetaria. Como la oferta monetaria es igual al circulante efectivo sumado a los depósitos a la vista, la disminución de estos últimos reduce la oferta monetaria. La reducción de la oferta monetaria tiende a elevar los tipos de interés, endureciendo las condiciones crediticias. Si no varía la demanda de dinero, una reducción de la oferta monetaria eleva los tipos de interés. Por otra parte, disminuye el volumen de crédito, así como restringe los préstamos de que disponen los usuarios. Suben los tipos de interés para los usuarios, por ejemplo, para los que solicitan créditos hipotecarios para adquirir viviendas, así como también para las empresas que solicitan créditos con el objeto de ampliar sus factorías, innovar la tecnología empleada, incrementar los stocks. El incremento de los tipos de interés también reduce el valor de los activos financieros de los usuarios, reduciendo el precio de los bonos, el valor de las acciones, el valor del suelo, disminuyendo el valor de las construcciones domésticas. El incremento de los tipos de interés, impactando en la mengua de la patrimonio, tiende a reducir el gasto sensible a los tipos de interés, especialmente impacta en la reducción de la inversión. El incremento de los tipos de interés, sumada a la obstinación de las condiciones crediticias, añadida la reducción del patrimonio, tiende a desmotivar, al reducirse los estímulos para realizar inversiones; de la misma manera, se impacta en el consumo, estrechándose la magnitud del consumo. En este cuadro dibujado, tanto las empresas como las familias restringen sus perspectivas de inversión; por ejemplo, las familias reducen sus expectativas, se inclinan a comprar una vivienda más módica, incluso no comprar, prefiriendo remodelar en la que se habita. Esto ocurre cuando el incremento de los tipos de interés de las hipotecas hace prácticamente impagables las cuotas de pago, comprendiendo el interés y la amortización. El incremento de los tipos de interés puede elevar el tipo de cambio de la moneda, impactando en la restricción de las exportaciones netas. Por lo tanto, el recrudecimiento de la política monetaria eleva los tipos de interés, así como reduce el gasto en los componentes de la demanda agregada, componentes sensibles a los tipos de interés. Por último, la presión del recrudecimiento de la política monetaria, al aminorar la demanda agregada, atenúa la renta, la producción, el empleo y la inflación. Recurriendo al análisis de la oferta y la demanda agregadas, se observa que una mengua de las inversiones, una disminución de otros gastos independientes, impacta cuantiosamente en la producción, así como en el empleo. Por otro lado, al decrecer estos costos, la curva de los precios se ralentiza. En el marco de este cuadro económico, se espera la disminución de la inflación, incluso su detención. La hipótesis operativa monetarista sobre la inflación supone que la restricción de la producción sumada al acrecentamiento del desempleo amortiguarán las tendencias inflacionarias.
Respecto al papel de la política monetaria en el largo plazo, se da como un consenso compartido entre las distintas concepciones económicas; este consenso tiene que ver con la denominada neutralidad a largo plazo del dinero. Un cambio en la cantidad del dinero en circulación en la economía de un país, manteniéndose constante las demás variables, repercutirá directamente en una variación del nivel general de precios; esto supone una modificación de la unidad de cuenta, sin que afecte a las variables reales, sin que afecte a la producción real o al desempleo. A largo plazo las variables de carácter real de la economía, como la renta real de los ciudadanos, como el nivel de desempleo, están determinados, fundamentalmente, por factores reales del lado de la oferta. Estos factores son la tecnología, también el crecimiento demográfico. Por eso se dice que las políticas monetaristas no pueden influir en el crecimiento económico a largo plazo, son coyunturales, en el mejor de los casos, su impacto puede alcanzar al mediano plazo.
Los economistas también se refieren a las características propias de la política monetaria en una economía abierta. Los mecanismos de transmisión monetaria de gran parte de las economías mundiales han evolucionado en las dos últimas décadas del siglo XX, al abrirse más la economía, así como también al alterar el sistema de tipos de cambio. En lo que respecta a la relación entre la política monetaria y el comercio exterior, el impacto es inmediato y de mayor alcance para las economías dependientes bajo el llamado modelo primario exportador. Cuando se incorporaron los tipos de cambio llamados flexibles durante la década de los setenta, en un contexto de mercados financieros integrados o en camino a integrarse, el ámbito del comercio, así como las redes y circuitos del sistema financiero internacional ejercen un papel imprescindible en la política macroeconómica. A fines de los setenta y comienzo de los ochenta, del siglo pasado, la Reserva Federal de Estados Unidos resolvió aplacar el crecimiento del dinero, con el objeto de enfrentarse a la inflación con medidas monetaristas. El comportamiento esquemático comenzó con el incremento de los tipos de interés de los activos, designados en dólares americanos. Los capitales acumulados en el mundo, inclinados a invertir capitales en mercados de mejor rentabilidad, compraron títulos en dólares, ocasionando la ascensión del tipo de cambio del dólar. La valorización monetaria del dólar estímulo a los empresarios norteamericanos a aumentar sus importaciones; en contraste, el mismo fenómeno monetario menoscabó las exportaciones de las empresas norteamericanas. De este modo, se contrajeron las exportaciones netas, decreciendo la demanda agregada. Se interpreta esta secuencial situación como las condiciones que ocasionan la disminución de la inflación, también leída en el indicador el PIB real al disminuir su cuantificación.
El comercio exterior configura un mapa de conexiones ineludibles en el mecanismo de transmisión monetaria. Sin embargo, el sentido del efecto de la política monetaria es el mismo en el caso del comercio exterior que el dado en la inversión interior; en pocas palabras, el recrudecimiento de la política monetaria comprime la producción, reprime el alza de los precios. El efecto en el comercio exterior se replica en la repercusión en el mercado interior.
La constelación de la globalización complejiza la economía-mundo capitalista, modificando las relaciones con las economías nacionales. Las relaciones cuantitativas entre la política monetaria, el tipo de cambio, el comercio exterior, el ámbito de la producción, la curva de los precios se hacen espinosas. Los modelos económicos actuales no pueden predecir con exactitud la influencia de las modificaciones de la política monetaria en los tipos de cambio. Así bien se conozca la relación entre el dinero y el tipo de cambio, la proyección de los tipos de cambio en las exportaciones netas es ardua, por eso mismo de incierta predicción. Los tipos de cambio, también los flujos comerciales, resultan afectados simultáneamente por la política fiscal, por las políticas monetarias de otros estados. En resumen, ha languidecido la confianza en la capacidad de las políticas monetarias[17].
Como se puede ver, el signo monetario es manipulable; de alguna manera como todo signo. Por ambos lados de su composición, significante/significado, forma parte de las estrategias desprendidas en torno al significante, así como forma parte de las estrategias desplegadas en torno al significado. En lo que respecta al significante, se aprovecha su condición de arbitrariedad para establecer reglas, que no dejan de ser también arbitrarias. En lo que respecta al significado, se aprovecha, por el contrario, su condición de metáfora, estableciendo conexiones con referente, con lo que se pretende demostrar la validez objetiva de las políticas económicas. El signo monetario es manipulable para subir o bajar su masa circulante, para promover el crédito o desalentarlo, para incentivar la inversión o desalentarla. Para incidir en la tendencia a la bajada o subida del poder adquisitivo de los salarios. En fin para frenar la inflación transfiriendo los costos a la población, en esos periodos llamados de austeridad. O, en su caso, encubre la inflación desatada por el control monopólico de los mercados. Las prácticas en torno al signo monetario nos muestran lo distante que están las teorías económicas de las prácticas económicas. La “teoría” monetaria, si se puede hablar así, es, más bien operativa; esa es su pretensión; no explicativa. El monetarismo se propone manipular los circuitos monetarios, incidiendo en la ponderación momentánea de los valores. Está lejos de considerar la tesis de que el valor responde al tiempo de trabajo socialmente necesario cristalizado en la mercancía. En todo caso, para el monetarismo el valor se define por las curvas de la oferta y la demanda; considerando estas gráficas, deduce que se puede incidir en el valor manipulando la oferta o la demanda. No se trata de discutir la tesis económica del valor como resultado del encuentro entre la oferta y la demanda, no se trata de demostrar que está equivocada o es demasiado simple, sino de entender que la importancia de la incidencia monetarista se encuentra precisamente en sus prácticas efectivas. El valor efectivo se define, al final de cuentas, en las prácticas, en la intervención de las prácticas, en el peso de las fuerzas de las prácticas. Aunque a los marxistas les parezca sorprendente y para nosotros nos parezca paradójica la sorpresa de los marxistas, el valor efectivo se define en la lucha de clases. Si los obreros logran defender los derechos de los trabajadores, el valor del salario, inciden también en el valor efectivo, el que se da efectivamente, independiente si el valor es, necesariamente, el tiempo de trabajo socialmente necesario cristalizado en la mercancía.
¿En qué consiste entonces la crítica de las prácticas monetaristas? Así como la crítica de la economía política se desarrolla a partir de la evidencia de la explotación de la fuerza de trabajo, de la misma manera se puede decir que la crítica de la economía política monetarista se desenvuelve a partir de la constatación de la exacción de los usuarios del signo monetario. Una cosa es el valor de la moneda adquirida, por venta o trabajo, otra cosa es el valor de la moneda usada como medio de pago, cuando se la quiere utilizar para comprar o pagar. El sistema financiero se encarga de que en este retorno de la moneda, la misma valga menos. Con la diferencia se beneficia el sistema financiero.
[1] Revisar de Jean Baudrillard Crítica de la economía política del signo. Siglo XXI 2009; México.
[2] Jean Baudrillard; Ob. Cit.; págs. 150-151.
[3] Cartografías histórico-políticas. Ob. Cit.
[4] Título del libro de Jean Baudrillard citado.
[5] En Crítica de la economía política del signo de Jean Baudrillard. Ob. Cit. Pág. 168.
[6] Ibídem: Pág. 170.
[7] Ibídem: Págs.170-171.
[8] Ibídem: Pág. 171.
[9] Ibídem: Pág. 172.
[10] Ibídem: Pág. 186.
[11] Ibídem: Pág. 189.
[12] Ibídem: Pág. 189.
[13] Ibídem: Pág.190.
[14] Ibídem: Pág.190.
[15] Ibídem: Pág. 190.
[16] Cartografías histórico-políticas. Ob. Cit.
[17] Fernández Díaz, Andrés (2003). Política monetaria: fundamentos y estrategias. Ediciones paraninfo, Madrid 2003. También ver Política monetaria; Fundamentos y estrategias de Andrés Fernández Díaz, Luis Rodríguez Sáiz, José Alberto Parejo Gámir, Antonio Calvo Bernardino y Miguel Ángel Galindo Martín. SIESE; Córdoba 2003. También revisar Política monetaria en Wikipedia: Enciclopedia Libre.
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Umbrales y limites de la episteme moderna, apertura al horizonte nómada de la episteme compleja.
Cursos virtuales, participación virtual en el debate, acceso a la biblioteca virtual, conexión virtual colectiva. Control de lecturas a través de ensayos temáticos. Apoyo sistemático a la investigación monográfica. Presentación de un borrador a la finalización del curso. Corrección del borrador y presentación final; esta vez, mediante una exposición presencial.
Contenidos:
Modulo I
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Modulo II
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2.- Sistemas autopoieticos
3.- Teorías nómadas
4.- Versiones de la teoria de la complejidad
Modulo III
Perspectivas e interpretaciones desde la complejidad
1.- Contra-poderes y contragenealogias
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1.- Devenir de mallas institucionales concretas
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Desde el Inicio del programa hasta la Finalización del programa.
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