Raúl Prada Alcoreza
Acerca de la filosofía
Consideraciones en Torno a la Crítica
de la Razón Pura
Identidad y ciencias humanas
Identidad y diferencia
Regímenes de Signos y Cultura Política
¿Qué es la filosofía? ¿Esta pregunta sigue teniendo importancia? Obviamente para todo estudiante de filosofía y para todos aquellos que les interesa la teoría o se dejan seducir por ella. ¿Pero, qué importancia tiene la filosofía fuera de ellos? Para otros, los que vinculan sus prácticas y sus preocupaciones con ciertos ámbitos utilitaristas quizás no tengan la pregunta por la filosofía ninguna importancia, salvo aquella que tiene que ver con cierta curiosidad en momentos de ocio. Sin embargo, como la pregunta no puede valorarse sólo con relación a intereses peculiares y profesionales, no podemos circunscribir su campo de posibilidades a estos testimonios de la vida cotidiana. La filosofía es una actividad como cual otra que realizan los seres humanos, aunque su peculiaridad consiste en plantearse el problema de la verdad, sea tomada como sea tomada ésta, substancialmente, metafóricamente o como una forma de la mentira. ¿Por qué es tan importante el problema de la verdad, por lo menos para aquellos que se interesan por ella?
Quizás no tenga ninguna importancia la pregunta por el destino de la filosofía, pero, en la medida que esta pregunta se la hace su relativa importancia vuelve a resonar. ¿De qué modo resuena? ¿Acaso la importancia se encuentra en que se trata del sentido de la verdad? Pero, es vano preguntarse por la verdad como tal, pues ésta lo es en cuanto está vinculada a algo o a alguien; es la verdad relativa de algo o de alguien. Para el Wittgenstein la tarea de la filosofía se circunscribe a aclarar el sentido de las proposiciones científicas. Sin embargo, esta posición no deja de ser problemática a pesar de su aparente sencillez. Aclarar el sentido de las proposiciones científicas puede llevarnos al sentido mismo de la aclaración y a la aclaración del sentido mismo; con lo que volvemos a problemas que vuelven a jerarquizar la filosofía.
Es vano pretender desechar la filosofía al museo de antigüedades y de curiosidades construidas por los seres humanos. La filosofía forma parte de una forma de obrar de estos seres humanos. Filosofar es preguntarse sobre el sentido y también sobre el sin-sentido del mundo, de lo que se encuentra dentro de él, así como de lo que deviene en él. Aunque tampoco hay que convertir a la filosofía en la madre de todas las ciencias o en el fin de todas ellas. La filosofía no es madre ni hija, es tan sólo una forma de actuar; es decir, se trata de una acción peculiar: el pensar.
¿Cómo usar a Kant críticamente? Esta pregunta no parece bien fundamentada pues estamos hablando de una filosofía crítica, que ya elabora la crítica. ¿Cómo podemos usar críticamente una filosofía que se propone precisamente la crítica? Si sólo se tratara de discriminar lo que aceptamos contemporáneamente da Kant de lo que ya no nos parece actualizado, el problema estaría zanjado. Sería esto muy sencillo y casi un perogrullo. Pero el uso crítico de un filósofo es interpretarlo en sus vetas no del todo explotadas, aunque presentes en la mina, en los socavones de su arqueología discursiva. Se ha dicho que Kant hace una crítica al conocimiento, a las formas especulativas con que usamos la razón; se ha dicho también que la crítica de la razón práctica establece las condiciones de posibilidad de la libertad. Y de la crítica del juicio que intenta exponer el sistema filosófico crítico en todas sus texturas y tramas recurriendo a los recorridos metafóricos del juicio. Todo esto nos parece interesante y sugerente. ¿No queda nada más por decir?
Hipótesis
En Kant el conflicto de las facultades, su concurrencia en distintos planos, el del conocimiento, el del arte y el de la libertad, nos plantean una figura compleja del sujeto trascendental como campo subjetivo de condiciones de posibilidad. No hay una figura única y homogénea de sujeto; no se trata de un sujeto cognoscente, sino de una estructura compleja de relaciones entre facultades subjetivas. Se trata de distintas disposiciones del ámbito relacional que condicionan las posibilidades como distintos posicionamientos del sujeto en los territorios que crean sus recorridos. ¿Qué clase de recorridos son estos? En Kant todas las facultades entran en juego; ninguna es posible sin la existencia de las otras, tampoco sin la recurrencia a las otras. Por ejemplo cuando se trata del conocimiento, todas las facultades aportan; una con la sinopsis de los fenómenos capturados de modo sensible, otra con la energía imaginativa, que da lugar al esquematismo, que hace posible la síntesis figural, otra con la participación de los juicios sintéticos a priori, que dan lugar a los conceptos puros del entendimiento. La razón extiende las posibilidades de los conceptos más allá de los límites de la experiencia, dándoles unidad, totalizaciones y finalidades universales.
El sujeto aparece disgregado en las facultades pero también aparece como armonizando distintas configuraciones y perfiles subjetiva. En otras palabras, el sujeto trascendental de abre a múltiples sujetos. Esta consecuencia interpretativa no aparece explícitamente en la exposición de Kant, pero se la puede develar cuando se ponen en juego los distintos planos de las diferentes críticas.
Sabemos que la estética trascendental se propone el análisis de las condiciones de nuestra sensibilidad; estas condiciones tienen que ser estudiadas en sus formas puras, sin interferencia de los fenómenos, los que nos vienen a través de la experiencia. Estas condiciones puras se refieren a nuestras capacidades dadas como facultades innatas a nuestra existencia (¿corporal?). Las formas puras de nuestra intuición sensible son el espacio y el tiempo como formas a priori que son capaces de reunir las informaciones devenidas de la experiencia. Estas formas de la intuición tienen la competencia de dar forma a la dispersión de los fenómenos, tanto de los que corresponden a la experiencia de la exterioridad (espacio) como a los que corresponden a la experiencia de la interioridad (tiempo). Estas formas comprenden una facultad receptiva del sujeto: la intuición sensible; por lo tanto corresponden a formas de representación subjetivas o, dicho de otro modo, construidas por el sujeto. Pero, entonces, ¿qué es el sujeto? o, mejor dicho, ¿quién es el sujeto? Se trata de un conjunto de facultades articuladas y relacionadas entre sí, las mismas que son de alguna manera agrupada en función de acciones que ejecuta y realiza esta entidad que llamamos sujeto. En este sentido el sujeto supone una voluntad, la misma que afirma su propia existencia corporal y también, por esto mismo, su propia capacidad de autoconciencia y autoconocimiento, es decir de identidad.
Para Kant la voluntad es una de las facultades del conocimiento en general. En lo que respecta a la libertad, la razón construye esta representación en correspondencia con una voluntad que autoconsciente; pero la voluntad es la razón que se aplica sobre sí misma. Se trata de una autorrealización de la razón. En lo que corresponde a la voluntad y a la libertad, que se afincan en la facultad receptiva del ánimo que es el deseo, la razón es la que legisla en cuestiones de ética y moral. ¿La voluntad es racional o la razón es propiamente una voluntad y como tal realización de la voluntad? ¿Pero, cómo puede una voluntad, es decir, un deseo expresado, representado, convertirse en razón, es decir, en una facultad que produce ideas, define el horizonte de los conceptos, les configura unidad, además de atribuirles fines, tomados como si fuesen substanciales? La voluntad se afinca en el deseo y es capaz, en tanto razón, constituir ideas. La voluntad quiere y especula.
La crítica de la razón pura es una crítica a las supuestas posibilidades ilimitadas y especulativas de la razón, tomada como dialéctica. Aunque para Heidegger se trata de una crítica que se propone como fundamentación de la metafísica; una crítica de las condiciones ontológicas, que posibilitan y viabilizan el conocimiento óntico. Pero, esta critica considerada como ontología trascendental puede ser también entendida como una fundamentación de la razón, en tanto facultad intelectiva que hace posible toda metafísica, no sólo en lo que respecta al ámbito de lo suprasensible, sino incluso a las condiciones de posibilidad de lo sensible, pero también del sentimiento de placer y de dolor. Ahora bien la realización de esta crítica trascendental se hace posible en la medida que se resuelve el problema de los juicios sintéticos a priori. ¿Cómo son posibles estos juicios? La respuesta de Kant no se resuelve en la Crítica de la Razón Pura sino en la Crítica de la Facultad de Juzgar. El juicio no es una facultad pues no tiene un producto de su actividad. El juicio se afinca en el sentimiento de placer y de dolor y sin embargo funciona como una técnica, que se propone la adecuación de medios a los fines, buscando satisfacer el sentimiento de placer y alejarse del dolor. En estas condiciones el juicio no sólo configura los juicios sintéticos a priori en tanto conceptos puros del entendimiento, sino también representaciones no conceptuales como el gusto, la belleza, el arte y otras formaciones teleológicas.
Los juicios sintéticos a priori no sólo son como la arquitectura de los conceptos puros del entendimiento y por lo tanto de todo otro concepto derivado, sino también son como la arquitectura de otras representaciones no conceptuales; en este sentido podemos decir que los juicios sintéticos a priori son la arquitectura de los ideales y de las ideas, como formas intelectivas con pretensiones absolutas. El juicio no es solamente capacidad de síntesis, como en el caso de la imaginación, sino que además de proceder a la acción de síntesis como un método, contiene no solo un tipo de matriz estructural, como en el caso del esquematismo, sino que define la composición, la armonía y la atribución de los conceptos y los ideales, en tanto fines de la razón pura. Fines que paradójicamente se convierten en principios del entendimiento, pero también en principios estéticos, así también en principios éticos.
La crítica de la razón pura no se hace del todo comprensible, a pesar de la minuciosidad de la exposición y la didáctica de su orden expositivo, sino en el contexto de todas las críticas explícitas e implícitas de Kant, en el contexto del sistema filosófico crítico que inaugura. En este sentido y en este contexto debemos interpretar las significaciones del juicio, no sólo en tanto incorpora como método lo singular a lo general, sino que lo hace no sólo para hacer inteligible lo intuible, como en el caso del conocimiento, donde la facultad legisladora es el entendimiento, sino que lo hace en función de la producción ideacional, subsumiendo la relación, la actividad y la concurrencia de las facultades al campo ideacional.
Según Heidegger, en Kant de la Crítica de la Razón Pura, la imaginación es la facultad originaria, que antecede de algún modo a la intuición y al entendimiento. Articula a ambas, haciéndolas posibles; por lo tanto comportándose como su condición de posibilidad. ¿De qué modo la imaginación ejerce semejante tarea? La respuesta de Kant no lleva a la exposición de la imaginación trascendental entendida como esquematismo; es decir como programa y engrama, como campo combinatorio de posibilidades imaginarias. No vamos a detenernos a discutir esta originariedad supuesta en la interpretación de Heidegger, lo que interesa, por el momento, es esclarecer la comprensión de la problemática de la imaginación.
¿Cómo tratar en términos contemporáneos el problema de la imaginación? Para comenzar tendríamos que preguntarnos si es un problema en la contemporaneidad. Después de la muerte del sujeto en tanto responsable del conocimiento y de las actividades de las facultades, es difícil sostener tal atribución a la imaginación, sobre todo cuando esta es circunscrita a la actividad subjetiva del sujeto trascendental. Aunque también tendríamos que matizar esta proposición con la consecuencia hermenéutica de la multiplicidad de sujetos y de subjetividades. No es un sujeto sino muchos; no solo entendidos como grupos, como colisiones entre grupos, sino también en sentido foucaultiano. La arqueología del sujeto como derivación enunciativa y las distintas disposiciones del sujeto como genealogía de la subjetividad. En este caso el problema no es tanto la autopoiesis de la imaginación sino la participación imaginaria de un colectivo que logra comunicarse.
Es posible que se tenga que suponer esta facultad imaginativa en los miembros de un colectivo, sin embargo, el que cada miembro o sujeto pueda resolver la experiencia que llega por la intuición sensible en términos de una síntesis imaginativa, que luego se convierte en juicios sintéticos que derivan en conceptos puros del entendimiento, no quiere decir que todo vivan ente proceso de la misma manera. La individualidad se conserva en la particularidad de sus experiencias; lo sintomático es que entre todos se pueda compartir las distintas vivencias en términos comunicativos. Lo que significa que hemos llegado a compartir a través del lenguaje representaciones colectivas. En otras palabras para que se produzcan las síntesis grupales es menester que compartamos si bien no imágenes comunes, como supone de algún modo la teoría de la ideología, sino, por lo menos, en la concurrencia de imágenes, en el intercambio de figuraciones, vaya conformándose un territorio común compartido imaginario.
Los fundamentos del pensar
¿Qué es pensar? ¿Quién piensa? ¿Hay estructuras elementales del pensar? ¿Si no las hay, que hay en vez de ello? ¿El pensamiento se puede considerar un sistema, forma parte de un sistema, o, más bien, la categoría de sistema no es útil, no puede interpretar los recorridos del pensamiento? Para responder estas preguntas es menester entrar a una discusión fuerte sobre las consideraciones filosóficas del pensamiento. Abordaremos la problemática planteada a partir de una evaluación de la filosofía crítica; de aquella crítica filosófica que se constituye a partir de la Crítica de la Razón Pura de Immanoel Kant, llega a la fenomenología de Edmund Husserl, incorporando una lectura historicista en la comprensión de los a priori; en todo este trayecto no hablamos de otra cosa que de la posibilidad de la síntesis, es decir, de las condiciones de posibilidad. La filosofía crítica se desarrolla con Hegel en la forma vital de la dialéctica, constituye el substrato del materialismo dialéctico y del materialismo histórico; más de un teórico marxista connotado ha de volver a la filosofía crítica con el ánimo de resolver problemas insoslayables inherentes a su pensamiento crítico. Con Martín Heidegger la filosofía crítica se sumerge en una atmósfera existencial y en el retraimiento de una relectura de los presocráticos, adquiriendo de esta forma nuevos bríos. Actualmente, con relación a los críticos de la modernidad, no podemos dejar de sospechar que Michel Foucault, Gilles Deleuze y Jean-François Lyotard efectúan un cierto repliegue a Kant para desprender desde allí una nueva e insospechada interpretación, así como una nueva e insospechada aplicación.
¿Por qué Husserl? ¿Por qué la fenomenología? Pues después de la Crítica de la Razón Pura de Kant, Las Investigaciones Lógicas de Husserl son de los estudios filosóficos que retoman las condiciones de posibilidad del pensamiento, en Husserl no ya sólo las condiciones de posibilidad del conocimiento, sino las condiciones de estas condiciones, que se encuentran en los fundamentos del pensamiento. ¿Por qué Heidegger? No sólo por su original interpretación de la Crítica de la Razón Pura, tampoco por la forma propia, ontológica, de retomar a Friedrich Nietzsche, sino por la derivación de la crítica en una hermenéutica. ¿Qué es el pensamiento sino una hermenéutica? Kant, Husserl y Heidegger son los filósofos de la crítica ontológica de la razón, de la fenomenología y de la condición del ser; son los filósofos que inauguran la crítica de la ontología.
Sin embargo, nos concentraremos en el sistema filosófico de Immanoel Kant, puesto que con él se da comienzo a la filosofía crítica; hablando con propiedad, se da comienzo a la Crítica de la Filosofía, vale decir, a la Crítica de la metafísica, a la Crítica de la Ontología, a la Crítica de la Racionalidad, así como también se da comienzo a una Crítica de las Costumbres, a una Crítica de la Moral y a una Crítica de la Estética. Recurriremos a Husserl y Heidegger, sobre todo a este último, para encontrar proyecciones contemporáneas significativas de la filosofía crítica; en cambio la recurrencia a los críticos de la modernidad y de la postmodernidad, como Jean-François Lyotard, Gilles Deleuze y Michel Foucault, particularmente al primero, busca encontrar interpretaciones insospechadas, no sólo novedosas, sino hasta escondidas, en la obra del filósofo de Koenigsberg.
Se trata entonces de un trabajo reflexivo sobre la filosofía crítica de Immanoel Kant, sin olvidar que la interpretación que desarrollamos se la hace hoy, en el presente desde donde se despliega una mirada retrospectiva, encontrando la actualidad de la filosofía crítica, teniendo en cuento los problemas que enfrenta hoy el ser humano. Esta interpretación no puede olvidar el recorrido de la filosofía desde Kant hasta los críticos nómadas, deconstructivos y de las tecnologías del poder; tampoco puede olvidar el recorrido anterior a Kant, desde los presocráticos hasta la filosofía alemana, teniendo en cuenta el horizonte del pensamiento oriental anterior y el pensamiento mitológico de las culturas americanas y africanas. Sólo que este no olvidar, este recordarlas, no quiere decir que serán tratadas aquí, en este ensayo, sino que las nombramos para recordar al lector los horizontes en los que nos movemos en el presente; los mismos que se han ampliado no sólo en el sentido de la historia de filosofía, sino en la huella de la historia del pensamiento. Comentamos este contexto para mostrar que es precisamente en él en el que la filosofía crítica mantiene su incidencia y pertinencia. La hipótesis direccional del trabajo es que hasta ahora no hemos traspasado los horizontes iluminados por Kant, contrariamente a lo que piensa Niklas Luhmann, quien cree que la Teoría de Sistemas es la ilustración de la ilustración, correspondiente a la postmodernidad. La llamada postmodernidad no ha podido liberarse de las condiciones iniciales inauguradas por la modernidad, aunque haya desarrollado sobre esas bases cambios vertiginosos en los modos de la sociedad y la tecnología. La nueva crítica, entendiendo por esta a la más lúcida corriente postnietzscheana y postmarxista, no a las caricaturas discursivas, tampoco la integral y totalizadora Teoría de Sistemas, han podido traspasar los horizontes abiertos por la ilustración. Lo que se ha hecho es recoger las tareas que dejó Kant. Sólo comprendiendo que se trata de volver a plantearse el problema de las condiciones de posibilidad, en la medida que remontemos el camino, tocando las raíces de nuestra finitud, llegando nuevamente al punto cero, podamos fundar una nueva ilustración.
¿Qué es entonces pensar? Diremos como hipótesis de entrada que, el pensamiento es la experiencia primordial del ser humano, o, mas bien, se trata del lugar donde la experiencia es recogida sobre sí misma. Kant dice que “pensar es unir representaciones en una conciencia”[2] ; esta proposición acerca el pensamiento a una actividad compleja que articula intuición y analítica. La fuerza de esta filosofía reside en la Crítica a la Razón Pura, donde se reflexiona sobre los límites y condiciones de posibilidad del conocimiento, estableciendo la tesis de una síntesis intelectiva relativa a una sinóptica de los sentidos. Sin embargo, hay otras acepciones del pensamiento que conviene tener en cuenta; por ejemplo, la que vincula al pensamiento con cualquier actividad espiritual. A propósito Descartes decía que “con la palabra ‘pensar’ entiendo todo lo que sucede en nosotros de tal modo que lo percibimos inmediatamente por nosotros mismos: por lo tanto no sólo entender, querer, imaginar, sino también sentir es lo mismo que pensar”[3]. No olvidemos que Parménides decía que ser es lo mismo que pensar. Spinoza incluso incluía al amor, al deseo, al afecto, a las pasiones, como modos del pensamiento.
Con la anterior posición contrasta la que asume al pensamiento como entendimiento, puesto que el entendimiento se diferencia de la voluntad y de los sentidos. ¿Qué es el entendimiento? La razón, la actividad de razonar. Wolff dice al respecto: Decimos que pensamos cuando conocemos lo que ocurre en nosotros y sabemos que esto que ocurre representa las cosas que están fuera de nosotros[4]. Otra significación del pensamiento se da cuando se lo toma como pensamiento discursivo, en el sentido que Platón atribuyó a diánoia, es decir, como un órgano de las ciencias propedéuticas[5]. Por otra parte tenemos al pensamiento como intuición en el sentido dialéctico de la identidad del concepto con el objeto. “El pensamiento es, en este sentido, la actividad propia del entendimiento intuitivo, esto es, de ese entendimiento que es visión directa de lo inteligible, según Platón o que según Aristóteles se identifica con lo inteligible mismo en su actividad”[6].
Todas estas consideraciones sobre el pensamiento, por diferentes que parezcan, tienen en común el concebir el pensamiento como actividad. Ahora bien, tampoco pueden ser las únicas acepciones posibles; hay otras, a estas alturas podemos mencionar al pensamiento como actividad sistémica, es decir como operación de diferenciación[7], también podemos considerar al pensamiento como hiperacionalidad inmanente al universo, al modo como sugiere Karl Popper[8]. Desde otro ángulo el pensamiento puede ser asumido en su forma rizomática y diagramática, al modo como es configurado en los textos de Foucault y Deleuze[9]. Sin embargo, tampoco en estas acepciones el pensamiento deja de ser concebido como actividad. Entonces el pensamiento es una actividad; pero, ¿qué clase de actividad es el pensamiento? ¿Es que pertenece a una clase de actividad o es la actividad suprema? ¿En todo caso qué significaría actividad suprema? Toda actividad supone un contexto de acción, a su vez, supone al actor o a los actores; del mismo modo, para que haya acción y actor debe haber una voluntad, un querer, un deseo de actuar; así mismo, para que haya acción deben desencadenarse un conjunto de mecanismos, una dinámica propia, que realice la acción misma. La actividad entonces comprende al contexto de la acción, al actor ejecutante, a la voluntad inmanente y a la dinámica propia desencadenante del movimiento praxico.
Ahora bien, si todo esto es relativo a la actividad, ¿de qué modo se vuelve atributo del pensamiento? Necesitamos aludir a un contexto de acción del pensamiento; ¿esta es la conciencia[10]? Desde cierta postura filosófica, pero desde la crítica de la filosofía encontramos que el contexto del pensamiento es más amplio, profundo, estratificado y complejo que la conciencia; hablamos entonces de una inmanente voluntad de poder, del inconsciente, de los fluidos deseantes, de los recorridos de la resistencia y los diagramas de poder. El pensamiento también puede ser el pensamiento del afuera[11].
¿Quién es el actor del pensamiento? ¿El sujeto? Esta es también la inclinación de gran parte de la filosofía, de las ciencias humanas y de las ciencias sociales. El sujeto es comprendido como sujeto de conocimiento o, en su sentido más amplio, como sujeto de pensamiento; el pensamiento no puede atribuirse sino al sujeto. Sin embargo, el concepto de sujeto ha sido cuestionado como una ilusión. Nietzsche dice que no hay un yo, sino muchos yos; el psicoanálisis escinde al sujeto de la dialéctica del deseo en una conciencia activa que reprime a un inconsciente espontáneo; Foucault dice que lo que se da son distintas posiciones del sujeto, como derivaciones de la función enunciativa. Considerando este otro enfoque, el actor no es el sujeto sino todo organismo viviente, es más el actor es la fuerza inmanente que anida en todo organismo viviente, el impulso vital, la catástrofe inicial, el caos originario, el mismo que da lugar al torbellino, bucle que retorna sobre sí mismo, produciendo un diseño turbulento, pero ya diseño sobre la base de interacciones, entonces orden. El diseño entonces es el paso del caos al orden; diseño que modela y estructura al átomo, a la estrella, a las galaxias. La estrella, el sol, es una gran máquina de energía, gran turbulencia de gases incandescentes; esta megamáquina es como un corazón que palpita, ocasionando un viento solar.
Gran cantidad de energía se pierde en la desorganización de la irradiación, pero otra parte de la energía va ser retomada, en las condiciones apropiadas de la Tierra, a partir de un segundo torbellino; esta vez más complejo, remolino basado en materia organizada, en energía que supone átomos, moléculas, macromoléculas, cuerpos. La vida es una organización compleja, derivada de la desorganización, de la entropía, supone una actividad que se resuelve sobre la materia organizada, dando lugar a una formación macromolecular que deriva en una forma de autorganización, que supone su propio metabolismo, la reproducción de sí misma, la movilidad y la interacción con el medio ambiente[12]. El ser humano forma parte de los organismos vivientes, es un primate de la familia de los homínidos, desciende del Ramapithecus (10 millones de años), que evoluciona en el Astralopithecus (5 a 2 millones de años), es posible que éste haya evolucionado en el Homo habilis (2 millones de años). Se supone que la evolución continua, transformando las características morfológicas y ampliando la capacidad craneal; en el transcurso aparece el Homo Erectus, después el Homo Sapiens. De éste se encontró una subespecie, el Homo Sapiens Neanderthalensis (100 mil años). Hace treinta y cinco mil años apareció el Homo Sapiens Sapiens, llamado hombre de Cro-Magnon, de características físicas similares al hombre actual. Se supone que el Homo Sapiens Sapiens desciende de una rama del Homo Sapiens Arcaica, no así del hombre de Neanderthal. La capacidad craneal de los homínidos pasa de los 400-500 centímetros cúbicos a los 1300-1500 centímetros cúbicos, la musculatura mandibular se reduce y cambia la dentadura, reduciéndose los colmillos a la misma altura que el resto de los dientes y muelas. En este proceso de transformación también cambia su dieta, deja de ser meramente herbívora para conformar una dieta omnívora. La erección de este homínido lleva a liberar la mano, que es utilizada para la fabricación de utensilios e instrumentos. Se dice también que esta erección, acompañada por la liberación de las manos, abriendo un horizonte de manipulación, vinculada a la ampliación de la capacidad craneal, establece las condiciones de posibilidad de la aparición del lenguaje. ¿Y del pensamiento?
Cuando se habla del pensamiento se tiene el inconveniente de tener presente el modelo reflexivo, se supone que se trata del pensamiento humano, fuera de él no hay pensamiento; en esta representación ni siquiera se tiene presente a la especie humana, sino al hombre como individuo, a su individualidad pensante. Toda la filosofía clásica lo ha hecho de este modo. Incluso Kant, quien no ha podido escapar a esta apreciación, a pesar de haber incorporado lo sensible como condición de posibilidad del entendimiento. El filósofo de Koenigsberg describe al conocimiento finito como intuición no-creadora. Martín Heidegger comentando esta apreciación dice que “la intuición finita está destinada al objeto de la intuición como a un objeto que existe ya por sí mismo. Lo intuido se deriva de un ente de esta clase y por ello esta intuición se llama también intuitus derivativus: intuición ‘derivada’, es decir, intuición derivativa. La intuición finita del ente no puede darse su objeto por sí misma. Debe permitir que le sea dado. La intuición como tal no es receptiva, sólo la finita lo es"[13]. Desde esta perspectiva el pensamiento viene a ser un instrumento de la intuición finita, puesto que para darse el objeto de la intuición requiere del pensamiento reflexivo, acceder al ente mediante el conocimiento. En tanto que la intuición infinita no requiere del pensamiento, no requiere del rodeo del conocimiento, no se encuentra ante un objeto, accede de modo inmediato a la cosa en sí; es decir, no tiene un ente preexistente sino que origina al ente en cuanto tal. Por lo tanto, el pensamiento es posible en la finitud.
En lo que sigue nos concentraremos en el análisis de la obra monumental de la filosofía moderna, en la Crítica de la Razón Pura, si consideramos que esta filosofía corresponde al pensamiento de la finitud, al develamiento de la finitud[14] ; constituyendo lo finito el punto de partida y referente de una reflexión que coloca el pensamiento en las condiciones humanas. Hay quienes consideran a René Descartes el primer filósofo de la modernidad, sin embargo, este filosofo no escapa todavía a la problemática de la infinitud que atrapó a la filosofía medieval y antigua. En cambio Kant no sólo coloca a la filosofía sobre nuevas bases, sino que además éstas se sostienen sobre la condición de la finitud, es decir, inaugura la filosofía de la finitud, emplazando a esta condición ontológica como substrato de toda posibilidad de pensar. Una vez hecho esto, auscultar y merodear la Crítica de la Razón Pura, trataremos de hacer un diagnóstico de las repercusiones de esta crítica hasta nuestros días.
Consideraciones en Torno a la Crítica de la Razón Pura
Con la interpretación que emprendemos de la Crítica de la Razón Pura haremos frente a dos corrientes interpretativas que nos parecen segadas, las que toman a la primera crítica del filosofo de Koenigsberg como una original fundamentación de la metafísica, concentrándose en los problemas ontológicos fundamentales, y las que leen a Immanoel Kant todavía desde la tradición filosófica anterior a él, básicamente recogida por el discurso filosófico de Leibniz y de Wolff. Proponemos mas bien partir como alternativa interpretativa de la hipótesis de un trastrocamiento profundo en los supuestos de la filosofía; esto quiere decir que Kant inaugura la filosofía de la finitud, colocando al pensamiento y la intuición como fundamentos y fuentes de la subjetividad humana. La filosofía de la infinitud, vinculada a la herencia teológica del medioevo corresponde a la anterior práctica filosófica. No creemos que a Kant le preocupe tanto la fundamentación metafísica, así como la conformación de las bases de una nueva ontología, sino, dejando a un lado estos problemas, o mas bien dejándolos en suspenso, le preocupa investigar las condiciones de posibilidad del conocimiento y la experiencia, vale decir, las condiciones de epistemológicas del conocimiento y las condiciones antropológicas de la experiencia. Que la investigación teórica sobre estas condiciones de posibilidad derive en una fundamentación de la metafísica o en una nueva ontología, puede ser, pero este no es el objetivo principal. Lo primordial para el caso de la Crítica de la Razón Pura es elucidar las condiciones de posibilidad, entendidas como condiciones subjetivas y constitutivas de la subjetividad, develar las estructuras originarias de la subjetividad, comprender sus funciones y sus operaciones en la conformación de la experiencia y el conocimiento.
Podemos decir que se trata de un problema metodológico, de una toma de posición metodológica, del establecimiento de una metodología trascendental que separe las condiciones puras, haciendo abstracción de la experiencia y del conocimiento concreto. ¿Qué son entonces las condiciones Puras? Kant lo dice, son condiciones de posibilidad de la experiencia y el conocimiento, son condiciones que hacen posible la experiencia y el conocimiento; sin estas condiciones la experiencia y el conocimiento no se darían. Las condiciones de posibilidad no solamente son el punto de partida, el inicio o el origen, no sólo son previas a la experiencia y al conocimiento, sino que son formadoras de la experiencia y el conocimiento. Reúnen en la intuición la multiplicidad de las sensaciones dándoles forma, sintetizan mediante la imaginación esta multiplicidad, articulando sensibilidad y entendimiento a través del esquematismo trascendental, conciben un sentido en las categorías sensibilizando los conceptos e intelectualizando las sensaciones. Estas condiciones de posibilidad se realizan en la experiencia y en el conocimiento. Por lo tanto, metodológicamente, las condiciones de posibilidad hacen comprensible la experiencia y el conocimiento. Desde esta perspectiva las condiciones de posibilidad son deducciones desarrolladas por la analítica trascendental, la misma que diferencia intuición pura de entendimiento puro, que encuentra la articulación de ambas en la imaginación pura, que encuentra incluso el origen de ambas en la imaginación trascendental.
Las condiciones de posibilidad son operaciones trascendentales que conforman las estructuras elementales de la subjetividad, que actualizan estas estructuras, en adecuación a la complejidad de la experiencia y el conocimiento. Las condiciones de posibilidad constituyen las operaciones originarias de la diferenciación del sujeto respecto a la experiencia y el conocimiento concretos. En Kant aparece la complejidad del sujeto en tanto actividad trascendental y el sujeto aparece como constituido por el tiempo, por esta intuición de la interioridad. La intuición pura del tiempo es el ahora, la sucesión de los ahoras, que terminan pareciendo un ahora permanente o la permanencia del ahora. Este sentido del tiempo es la certeza del ahora, la conciencia del presente, la conciencia de que esta vivencia me ocurre; este ahora está plegada en mi interioridad o mas bien esta interioridad es el ahora presente, la permanencia de este ahora constituye la substancia de mi subjetividad. Esta intuición del tiempo como ahora presente constituye la substancia de mi intimidad que también aparece como permanente. La permanencia de una intuición pura conectada a la multiplicidad de las sensaciones, la articulación entre forma y contenido, conforman el sentido de un tiempo concreto, que viene a ser la substancia específica de mi subjetividad. Esta substantividad específica expresa la certeza de un ahora concreto permanente en tanto intuición empírica. Esta substantividad específica se expresa como memoria de ahoras acumulados en tanto entendimiento empírico. Esta expresión no sería posible sin el ejercicio de la imaginación empírica, que hace uso del esquematismo, complejizando los esquemas que actualizan el ahora permanente.
Immanoel Kant dice en la Deducción Trascendental de los Conceptos Puros Intelectuales, en la sección relativa a los Principios A Priori para la Posibilidad de la Experiencia, en el apartado relativo a la Síntesis Trascendental de la Aprehensión de la Intuición, que, “Procedan de dondequiera nuestras percepciones, ya se produzcan bajo la influencia de las cosas exteriores, ya por causas internas, ora se formen a priori o empíricamente como fenómenos, pertenecen siempre de cualquier modo que sean, como modificaciones del espíritu, al sentido interno, y como tales, todos nuestros conocimientos están sometidos en último término a la condición formal del sentido interno, es decir al Tiempo; en el cual deben todos ordenarse, enlazarse y relacionarse”[15]. Con esto el tiempo se convierte en la condición de posibilidad de la intuición del espacio, de la síntesis de la imaginación y del entendimiento.
¿Qué es el tiempo para ser condición de posibilidad primordial de la experiencia y del conocimiento? Es más, ¿qué es el tiempo para ser la substancia subjetiva con la que se construye la experiencia y el conocimiento? A propósito vamos a desarrollar una hipótesis interpretativa: El tiempo viene a ser la inmanencia propia de la subjetividad; la intuición del sentido interior establece como punto de partida a la certeza de uno mismo, es decir, coloca al sí mismo como dispositivo fundamental de la comprensión de uno mismo y de la interpretación del mundo. El sí mismo es a la vez el lugar originario de donde emerge el tiempo y la medida del tiempo. El tiempo es el ahora virtual y permanente que hace de testimonio y testigo de la experiencia. La misma que se inscribe en ese no-lugar que es la memoria, que hace como una forma del olvido; sin embargo, inscripción que se recupera en sucesivas actualizaciones. Kant dice que no hay tiempo absoluto, lo mismo que tampoco hay espacio absoluto; éstas son mas bien formas de la intuición, por tanto subjetivas. El tiempo es imaginado en tanto constituye el substrato del esquematismo; éste es el productor de los esquemas temporales.
El tiempo como intuición corresponde a la Estética Trascendental, pero es la Imaginación Trascendental la que conecta esta sensibilidad pura al Entendimiento. El tiempo entonces se encuentra en el substrato de todo concepto; todo concepto es estructurado por esquematismos temporales y todo concepto es sostenido por una imagen temporal. Pero también entre el entendimiento y la razón, vale decir entre el dominio que corresponde al concepto de naturaleza y el territorio que corresponde al concepto de libertad, entre teoría y práctica, la facultad de juzgar media entre la facultad de conocimiento y la facultad de desear en tanto se comprende como sentimiento de placer y displacer.
¿Qué relación tiene el tiempo con la facultad de juzgar? Kant dice que “la facultad de juzgar, en general, es la facultad de pensar lo particular en cuanto contenido bajo lo universal”[16] ; la facultad de juzgar es determinante cuando lo universal viene dado, en tanto que es reflexionante cuando lo particular viene dado y de lo que se trata en este caso es de encontrar lo universal. El principio trascendental de la facultad de juzgar es la conformidad a fin de la naturaleza en su diversidad; este es un principio subjetivo no atinente al objeto de reflexión, sino sólo a nuestra facultad de juzgar. En otras palabras no hay un propósito implícito en la naturaleza, salvo el que podemos atribuir al conocimiento cuando éste busca reducir lo diverso al orden de unos cuantos principio. En esta subsunción de lo particular a lo universal, ordenando lo diverso según leyes empíricas, el tiempo hace de horizonte de la experiencia. La subsunción de lo particular al lo universal, sea este determinado o indeterminado, se efectúa en el horizonte del tiempo. La subsunción se da en el tiempo, lo mismo que podemos decir que el juzgar supone el tiempo. Como se trata del sentimiento de placer y displacer en la facultad de juzgar, como de una de las facultades del ánimo, esto supone que nos encontramos inmersos en el ámbito de la experiencia; es la experiencia, en último caso, la que va a ser subsumida a los conceptos del entendimiento y a los principios universales. Por lo tanto, también en este caso se trata de la subsunción del tiempo empírico al tiempo puro, de la subsunción de la sensibilidad empírica a la sensibilidad pura. En otras palabras, las experiencias de tiempos concretos son subsumidas a la intuición pura del tiempo, las experiencias concretas son subsumidas a las formas de la estética y lógica trascendental mediante la operación esquemática de la imaginación trascendental.
La pregunta de base es: ¿Cómo son posibles la experiencia y el conocimiento? La respuesta de Kant al respecto es clara; no puede concebirse ni la experiencia ni el conocimiento sin la participación de las condiciones de posibilidad, que vienen a formar parte de la estructura originaria del sujeto. Podemos decir que la intuición es la condición de posibilidad de la experiencia y que el entendimiento es la condición de posibilidad del conocimiento, pero no hay conocimiento posible tan sólo con la participación del entendimiento puro, pues el conocimiento requiere de la participación de la intuición sensible. Tampoco la intuición pura podría dar lugar al conocimiento de algo pues requiere, por un lado, de la intuición empírica, la que apertura las múltiples representaciones de la experiencia, por otro, del entendimiento que logra la síntesis conceptual de la diversidad de la experiencia, aportando con los conceptos puros como a priori intelectivos.
El conocimiento entonces es posible en la experiencia estructurada por las condiciones de posibilidad subjetivas. Pero, para que se del conocimiento como tal no basta la facultad de conocimiento, conformada por la intuición y el entendimiento, sino que se requiere de la intervención de todas las facultades del ánimo, incluyendo a la facultad de desear (razón) y al sentimiento de placer y displacer (facultad de juzgar). Esto quiere decir que en la construcción del conocimiento interviene la voluntad y el placer, además de la intuición. El conocimiento está impregnado de sensibilidad, deseo y placer.
El conocimiento es conocimiento de algo, en tanto tal se remite a un objeto; el mismo que es posible por la síntesis de la imaginación. La objetivación se constituye como síntesis imaginativa que da forma, reúne y unifica la diversidad fenoménica. Empero la imaginación pertenece al ámbito sensible a pesar de llegar a ser productora de imágenes, no sólo reproductora de imágenes, a pesar de preformar el perfil del objeto. Lo que se requiere es recorrer el camino del entendimiento, se requiere que el objeto esté conforme al concepto y a los principios del entendimiento. Esta conformidad a un fin es atribuible a la facultad de juzgar; este principio a priori de la facultad de juzgar es subjetivo.
Tanto la imaginación como la facultad de juzgar son mediadoras; la imaginación en el recorrido de la intuición al esquematismo, la facultad de juzgar en el recorrido del esquematismo al concepto. Se ve entonces cómo el entendimiento depende de la producción imaginativa y del acto de juzgar, las mismas que son actividades propiamente subjetivas. Vemos pues que a pesar de la espontaneidad del entendimiento, el conocimiento depende de la apertura de la intuición. Más aún, cuando queda establecido que la substancia del conocimiento es el tiempo, comprendido como el sentido interior. Esta dependencia no queda ahí, puesto que el sentimiento de placer y displacer, así como la voluntad, participan en el acto de juzgar. Se puede decir que el conocimiento depende, en sentido originario, de la intuición, el placer y el deseo, aunque esta originariedad termine subsumida a los conceptos y principios del entendimiento, aunque esta subjetividad se subsuma en la objetivación del concepto. En tanto interviene la voluntad, el conocimiento puede comprenderse como un acto de libertad. El conocimiento es conocimiento de algo, pero en tanto se den condiciones de posibilidad subjetivamente estructuradas y condiciones de posibilidad prácticas históricamente logradas.
Immanoel Kant desarrolló tres críticas: La Crítica de la Razón Pura, La Crítica de la Razón Práctica y La Crítica de la Facultad de Juzgar; si bien estas críticas pueden separarse con relación a sus dominios, sobre todo en lo que respecta a las dos primeras, no así en lo que concierne a la última, la que no cuenta con un dominio propiamente dicho. Ninguna de las críticas puede ser descontextuada del conjunto articulado de la crítica filosófica, vale decir del sistema filosófico de Kant. ¿Qué es lo que persiguen estas críticas? ¿Encontrar los límites de la razón? ¿Detectar los errores trascendentales del juicio? ¿O, mas bien, avizorar las posibilidades de la finitud? Michel Foucault dice que encontrar los límites es al mismo tiempo encontrar los lugares desde donde se pueden transgredir los límites.
Podemos decir que hay dos clases de problemas a los que trata de responder Kant:
1. - Los problemas de su tiempo, relativos a las contradicciones inherentes a la filosofía y a la interpretación de la ciencia, así como también referidos a la problemática planteada por las costumbres.
2. - Los problemas epistemológicos inherentes a los problemas de su tiempo; esta problemática puede ser expresada en la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible responder a los problemas filosóficos y a los relativos a las costumbres si no es buscando fundamentaciones originarias?
Para una lectura contemporánea de Kant, lo sugerente es el horizonte epistemológico que abre. No es posible un análisis de la finitud sin una reestructuración de la filosofía y de la interpretación de la ciencia, tampoco sin una reestructuración de los análisis históricos políticos. Paradójicamente Kant llega a demostrar que la razón no es pura a pesar de estructurarse en condiciones de posibilidad trascendentales, es decir, puras. La razón tiene sus fuentes en las facultades del ánimo, vale decir, en la facultad de conocimiento, en el sentimiento de placer y de pesar y en la facultad de deseo. Intuición, placer y deseo son las fuentes, pero también las condiciones de posibilidad que plantean los límites al conocimiento, a la capacidad de juzgar y a la razón práctica, además de ser los fundamentos de la finitud.
¿Por qué volver a leer Kant? Leerlo equivale también a interpretarlo. Las tres críticas descomponen a la razón pura, a la razón práctica y a la facultad de juzgar, encontrando sus condiciones de posibilidad en fuentes originarias. Estas condiciones de posibilidad son la intuición, la voluntad y el placer; estas condiciones de posibilidad son fuentes y origen de la razón pura, de la razón práctica y del juicio. Incluso podemos decir que son cualidades inherentes a la finitud. A propósito una hipótesis interpretativa, siendo esta una hipótesis ontológica, podría ser la siguiente: Las estructuras elementales del ser finito son precisamente estas condiciones de posibilidad: la intuición, la voluntad y el placer.
¿Qué son los conceptos puros del entendimiento?
Así como el espacio y el tiempo son las intuiciones referidas a la experiencia de la exterioridad y de la interioridad, respectivamente, es decir, son las condiciones de posibilidad de la experiencia; del mismo modo, las categorías, es decir, los conceptos puros del entendimiento, son las condiciones de posibilidad del conocimiento. ¿Pero, cómo es que se forman los conceptos? Sabemos que la intuición sensible está asociada a los sentidos, los cuales son receptivos respecto a los fenómenos; la sensibilidad pura viene a ser la capacidad sensible, la capacidad de dar forma a la diversidad de las sensaciones, capacidad de reunir la multiplicidad de las representaciones devenidas de la experiencia; en otras palabras, capacidad de totalizar y ordenar la multiplicidad fenoménica. ¿A qué están asociadas las categorías del entendimiento? Los conceptos puros del entendimiento corresponden a juicios sintéticos a priori; son ideas puras de valor universal. Ideas que expresan el carácter necesario de la cantidad, cualidad, relación y modalidad de los juicios. Visto de esta forma hablamos de la forma de los juicios; según se trate de la función de pensar, los juicios adquieren forma peculiar. Si se trata de la función de cantidad de los juicios, los mismos o son generales, o son particulares, o son singulares; si en cambio se trata de la función de cualidad, de acuerdo a la forma de los juicios, éstos o son afirmativos, o son negativos, o son indefinidos. Si esto pasa con las funciones de cantidad y cualidad, lo mismo pasa con las funciones de relación y modalidad. Las funciones de cantidad y de cualidad corresponden a los conceptos puros matemáticos; las funciones de relación y de modalidad corresponden a los conceptos puros dinámicos[17].
Kant entiende por analítica de los conceptos la descomposición de la facultad de entendimiento. Dice que, “este análisis tiene por objeto examinar la posibilidad de los conceptos a priori que buscamos solamente en el entendimiento como en su suelo natal, y considerar, en general, la aplicación pura de esta facultad”[18]. El entendimiento es una facultad de conocer no sensible, el conocimiento del entendimiento es un conocimiento por conceptos, esto es, no intuitivo, sino de modo discursivo. En tanto que las intuiciones se apoyan en las afecciones, los conceptos lo hacen con respecto a las funciones. La función es la unidad de acción que ordena un conjunto de representaciones de acuerdo a una común a todas ellas. Los conceptos se fundan en la espontaneidad del pensamiento, en tanto que las intuiciones lo hacen respecto a la receptividad de las impresiones. De este modo el juicio es el conocimiento mediato de un objeto. Los juicios son funciones de unidad en nuestras representaciones, “que en lugar de una representación inmediata sustituye a otra más elevada que comprende en su seno a ésta y otras muchas y que sirve para el conocimiento del objeto y reúne de este modo muchos conocimientos posibles en uno solo”[19]. El entendimiento puede ser interpretado por la facultad de juzgar; se trata de una facultad de pensar, siendo el pensamiento un conocimiento por conceptos.
La lógica trascendental tiene ante sí una diversidad de elementos sensibles, elementos a priori que constituyen la materia de los conceptos puros del entendimiento. Sin esta materia sensible la lógica carecería de contenido, encontrándose entonces vacía. Sin embargo, la materia sensible es diversa, aunque contenida en la intuición del espacio y el tiempo; la espontaneidad del pensamiento exige que esta diversidad sea recorrida, recibida y enlazada. Esta operación de mapeo, de recepción y de articulación es competencia de la síntesis. La síntesis entonces es la operación de reunir representaciones y comprender toda esta diversidad en un sólo conocimiento. Se trata de una síntesis pura cuando la diversidad no es empírica, sino mas bien dada a priori, como ocurre con la donación sensible pura del espacio y el tiempo.
La síntesis es producto de la imaginación; esta síntesis supone la recepción sensible de la diversidad de las representaciones devenidas de la experiencia, así como esta síntesis se encamina a la unidad conceptual. La síntesis en general es obra de la imaginación, la que vendría a ser una función que se encuentra entre la intuición y el entendimiento; esta función imaginativa procura el conocimiento propiamente dicho, que consiste en llevar la síntesis a conceptos. La síntesis pura conforma el concepto puro intelectual; esta síntesis se funda en un principio de unidad sintética a priori. “Lo primero que debe sernos dado a priori al efecto del conocimiento de todos los objetos es la diversidad de elementos de la intuición pura; la Síntesis de esta diversidad por la imaginación, es lo segundo, aunque, sin embargo, no dé aún conocimiento alguno. Los conceptos que dan unidad a esta Síntesis pura, y que consisten únicamente en la representación de esta unidad sintética necesaria, son la tercera condición para el conocimiento de un objeto cualquiera y descansan en el entendimiento”[20].
Es una misma función la que da unidad en un solo juicio a las múltiples representaciones, la que da también unidad a la síntesis de la imaginación en una sola intuición, la que viene en llamarse concepto puro del entendimiento. Hay pues tantos conceptos puros del entendimiento como formas lógicas relativas a las funciones de los juicios. Por ejemplo, las categorías, relativas a la función de los juicios de cantidad, o, dicho de otro modo, los conceptos puros de cantidad, son la Unidad, la Pluralidad y la Totalidad. En el caso de los conceptos de cualidad, que corresponden a la función de los juicios de cualidad, tenemos las categorías de Realidad, Negación y Limitación. Como se puede ver, en un caso se trata de juicios sintéticos a priori en otro de conceptos puros del entendimiento, aunque ambos casos, el de los juicios y el de las categorías, correspondan a una misma operación, a una misma función de unidad. Respondiendo a la pregunta de ¿qué son los conceptos puros del entendimiento?, Diremos que estos corresponden tanto a los juicios sintéticos a priori, así como se constituyen en la unidad inteligible de la síntesis de la imaginación. Los conceptos puros son un producto de la facultad de juzgar en tanto esta facultad se ocupe del conocimiento.
En la parte que corresponde a la teoría elemental trascendental de la Crítica de la Razón Pura, Immanoel Kant define la intuición (Anschauung) como el modo inmediato de relación del conocimiento con los objetos y para el que todo pensamiento sirve de medio[21]. Esta intuición es posible cuando el objeto nos es dado a través de la sensibilidad; ahora bien, se llama sensibilidad a la capacidad receptiva de ser afectada por los objetos. Por lo tanto, mediante la sensibilidad se accede a los objetos, pero es el entendimiento el que los concibe en tanto conceptos. “Más todo pensamiento debe referirse en último término, directa o indirectamente, mediante ciertos signos, a las intuiciones, y por consiguiente a la sensibilidad; pues de otra manera ningún objeto puede sernos dado”[22]. ¿Con esto debemos entender que la intuición se reduce a la sensibilidad o es algo fundamentalmente diferente, como su precondición? La segunda alternativa es la que comprende Heidegger en la interpretación que hace de la Crítica de la Razón Pura; sin embargo, la primera alternativa queda en suspenso en el texto de Kant, abriendo el camino a una interpretación empirista o a otra sensualista, donde la intuición quedaría reducida a los datos inmediatos o, en su caso, a las sensaciones. La sensación consiste en el efecto que deja un objeto en nuestra aptitud presentativa[23]. La intuición relacionada con la sensación es empírica; de otro modo, en tanto la intuición se remite a sí misma, no recurre a las sensaciones, sino que se comporta como condición misma de posibilidad, es trascendental[24].
La interpretación ontológica de Heidegger de la Crítica de la razón Pura abre una perspectiva de fundamentación metafísica; el núcleo de esta interpretación es la finitud como límite, pero también como condición de posibilidad de trascender los límites. ¿Pero, qué significa trascender los límites? Cuando precisamente Kant propone evitar usar los a priori sin tener en cuenta los límites de la intuición y los límites impuestos por la experiencia. Lo que más bien aconseja es mantener la correspondencia entre entendimiento, intuición y sensibilidad. Este trascender no puede entenderse sino trascendentalmente. ¿Qué se entiende por trascendental? Kant llama trascendental al conocimiento que se ocupa del modo de conocer los objetos, modo que supone la síntesis a priori, es decir, supone el ejercicio de los juicios sintéticos a priori. La pregunta es entonces: ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori? Esta es una pregunta sobre la posibilidad del conocimiento ontológico. El conocimiento ontológico vendría a ser algo así como el conocimiento del conocimiento del ser del ente. La posibilidad de este conocimiento se dilucida en la posibilidad misma de los juicios sintéticos a priori. Juicios que no parten de la experiencia sino de la razón pura. De donde la fundamentación de la metafísica es una crítica de la razón pura[25]. Ahora bien, la condición de posibilidad de estos juicios sintéticos a priori es precisamente la intuición sensible pura.
Los juicios sintéticos son triplemente sintéticos ; primero, por ser juicios como tales, es decir, por reducir a la intuición el aporte de los sentidos, segundo por la reducción a la intuición la autodonación del ente y tercero, por aportar un conocimiento del ser del ente que no deriva de la experiencia ; se trata de la posibilidad misma del conocimiento de ese ser del ente, en otras palabras, del horizonte en el cual se hace perceptible el ente, del horizonte donde puede aparecer y puede ser conocido. Esta síntesis puede ser formulada del modo siguiente: como la reducción del develamiento del ser del ente a las condiciones de posibilidad del conocimiento del ser del ente. Esta reducción del ser del ente a las condiciones de posibilidad de su conocimiento, no solamente quiere decir que las condiciones de posibilidad son previas y puras, sino que no hay conocimiento si no hay condiciones de posibilidad; son estas condiciones de posibilidad las que dan forma al conocimiento. Esta forma de la intuición finita se aproxima a la intuición infinita en tanto y en cuanto la intuición finita se acerca a un límite, a partir del cual deja de ser receptiva para ser espontánea; es decir, la capacidad receptiva encuentra un punto de inflexión cuando tiende a ser capacidad creativa.
La intuición tiene lugar cuando el objeto nos es dado a través de los sentidos, cuando el objeto se da como fenómeno, es decir, cuando el objeto afecta a nuestra capacidad representativa. Entonces la intuición se da de modo inmediato cuando la sensibilidad se desencadena, cuando nuestra capacidad receptiva es conmovida por la experiencia. ¿No encierra esto una paradoja: la intuición es una representación inmediata, vale decir sin mediación, sin embargo, la misma es despertada por la dinámica de la sensibilidad? Para comenzar debemos distinguir dos estados de la intuición: la intuición latente, en tanto simple capacidad de representación, y la intuición activa, cuando la sensibilidad desencadenada despierta la intuición, la activa, la misma que da lugar a la síntesis. Se trata de una intuición finita puesto que depende de la sensibilidad para dar lugar a la síntesis; o dicho de otro modo a la presentación inmediata de la totalidad del fenómeno. Esta intuición no es originaria, no crea al objeto como tal, sino recrea las condiciones de posibilidad de su aparición en nuestra subjetividad, es la condición de posibilidad de la representación del fenómeno; aunque no sólo, pues también comprendemos a la intuición como la condición de posibilidad de la presentación de los fenómenos o del objeto a través del fenómeno. Esto quiere decir que la intuición es la condición de posibilidad de la experiencia misma. ¿Cómo podemos hablar de sensibilidad, de sensaciones, de experiencias, sin una intuición que las sintetiza?
¿Hay diferencia entre intuición y sensibilidad? La diferencia que se establece es la que distingue materia y forma. Kant llama materia del fenómeno a lo que corresponde a la sensación y forma a lo que corresponde a la intuición. La forma incumbe a un campo de relaciones susceptibles de recibir un ordenamiento. “Como aquello mediante lo cual las sensaciones se ordenan es susceptible de adquirir cierta forma no pueden ser a su vez sensación, la materia de los fenómenos sólo puede dársenos a posteriori y la forma de los mismos debe hallarse ya preparada a priori en el espíritu para todos en general y por consiguiente puede ser considerada independientemente de toda sensación”[26]. Sin embargo, la intuición no deja de ser sensible, es la forma pura de la sensibilidad; esto es una representación pura, lo que quiere decir que se trata de una representación sin mediaciones en la cual están excluidas las sensaciones. La diferencia se da entonces entre sensibilidad y sensación; en tanto la primera se remite a la capacidad receptiva de dar lugar a la representación, cuando somos afectados por los objetos con los que entramos en relación, y la segunda se refiere al efecto ocasionado por los objetos sobre nuestra capacidad representativa. Pero, esta diferencia es relativa pues se puede entender la sensibilidad como sensación latente o, en todo caso, capacidad de sentir, y a la sensación como sensibilidad desencadenada o, si se quiere, actividad sensible. Ahora bien, si aceptamos esta diferencia relativa o esta equivalencia relativa entre sensibilidad y sensación, ¿qué clase de sensibilidad es la intuición o, mas bien, qué clase de sensualidad es la intuición? Como puede verse, la paradoja subsiste, aunque pueda considerarse la intuición como una sensibilidad latente, como una virtud del espíritu a dar forma a los fenómenos, la intuición se desata cuando el espíritu es afectado por los objetos por mediación de los sentidos. ¿Se puede acaso considerar a la intuición como el límite de la sensibilidad cuando la sensación tiende a desaparecer? Esto puede considerarse como una interpretación desde la perspectiva de la sensualidad, pero, al respecto, Kant es claro; la intuición es condición de posibilidad de las sensaciones, de las representaciones, del conocimiento y del pensamiento mismo. ¿Cómo puede una sensibilidad pura ser condición de posibilidad? La sensibilidad aparece como en dos estados, como condición de posibilidad y como estado sensitivo efectivo. ¿No es mejor diferenciar intuición de sensibilidad, hablar por ello de intuición como capacidad de síntesis, en este sentido hablar de intuición intelectual? Kant ciertamente habla de intuición intelectual, como de una intuición creativa, pero se la atribuye a Dios. Son los románticos, Fichte, Schelling, quienes recuperaron la intuición intelectual para el hombre.
De uno u otro modo la intuición es tomada como fundamento del pensamiento; hablando en términos kanteanos, la intuición es condición de posibilidad del pensamiento. También se considera a la intuición como condición de posibilidad del conocimiento; se trata de un conocimiento inmediato. La comprensión de la intuición sensible, es decir, de la intuición como condición de posibilidad de la experiencia, forma parte de la Estética Trascendental de la Crítica de la Razón Pura[27]. Las dos formas puras de la intuición son el espacio y el tiempo; la primera como fundamento de las intuiciones de la exterioridad, la segunda como fundamento de las intuiciones de la interioridad.
Estética Trascendental del Espacio
1. El espacio no es un concepto empírico, sino que es la condición de posibilidad de la experiencia del estado de cosas exterior.
2. El espacio es un a priori que sirve de fundamento a todas las intuiciones externas. El espacio entonces es la condición de posibilidad de los fenómenos; no depende de ellos.
3. El espacio no es un concepto discursivo, sino una intuición pura. En este sentido el espacio es esencialmente uno.
4. El espacio se expresa como un quantum infinito dado[28].
Dos consecuencias son importantes de esta exposición:
a) El espacio no representa ninguna propiedad de las cosas, porque ni las determinaciones absolutas, ni las relativas pueden ser percibidas antes de la existencia de las cosas, sino que el espacio es una condición subjetiva de la intuición de las relaciones exteriores, del campo de objetos y de sus propiedades.
b) El espacio es la forma de los fenómenos de los sentidos externos, es la condición subjetiva de la sensibilidad, a través de la que nos es posible la intuición externa[29].
Esta condición subjetiva de la intuición externa, que es el espacio, es atinente al ser humano; nada significaría el espacio si salimos de esta condición subjetiva.
Estética Trascendental del tiempo
1. El tiempo no es un concepto empírico, no deriva de la experiencia, tampoco la simultaneidad o la sucesión serían percibidas sin la condición de posibilidad de la intuición interna, que es el a priori del tiempo.
2. El tiempo es el fundamento de las intuiciones que dan forma temporal a los fenómenos.
3. Sobre la base de esta necesidad a priori se funda la posibilidad de los principios apodícticos sobre el tiempo.
4. El tiempo no es un concepto discursivo, sino una forma pura de la intuición sensible[30].
Tres consecuencias son importantes de esta exposición:
a) El tiempo no subsiste por sí mismo, no es una determinación objetiva, sino que es una condición subjetiva de la percepción de la simultaneidad o de la sucesión.
b) El tiempo es la forma del sentido interno, de la intuición de nuestro estado interior.
Sin embargo:
c) El tiempo es la condición formal a priori de todos los fenómenos en general, en este sentido, también la intuición de los estados externos, es decir el espacio, depende de la disposición del estado interno, es decir, del tiempo[31].
El tiempo es la forma de nuestra intuición interna; se puede decir incluso que el tiempo es la forma de nuestra experiencia interna o, mas bien, que posibilita esta experiencia interna.
La Estética Trascendental del Espacio y del Tiempo se propone encontrar los límites de la razón pura, de tal forma que este encuentro concibe a los mismos límites como umbrales superables, debido a que tal limitación se basa en condiciones de posibilidad de las intuiciones de la exterioridad y de la interioridad, es decir, se trata de condiciones que posibilitan, condiciones que se abren, que aperturan, condiciones que ayudan a realizar lo que está contenido como potencia en el sujeto. Estos mismos límites son los umbrales de su trascendencia. Puesto que cuando se habla de límites, se expresa la limitación de algo, se trata de la limitación de la intuición, de la capacidad de síntesis, de la capacidad de anticipación, de comprensión de la totalidad; la intuición en cuestión es la intuición finita, es decir, la intuición sensible, debido a que la intuición intelectual, la intuición creativa es atributo divino. La intuición sensible es entonces una intuición limitada, una intuición no originaria, no creativa, sino mas bien, receptiva. Sin embargo, en tanto intuición derivada, no deja de estar conectada con la intuición intelectual, en la medida que la intuición sensible es creativa de las representaciones derivadas de la experiencia. Pero, hay que anotar que las intuiciones son representaciones de fenómenos, no de la cosa en sí; debido a que la intuición como tal, la síntesis a priori, es la cavidad receptiva donde impactan la forma de los objetos. De todo esto podemos concluir también que, si bien no se puede conocer la cosa en sí, tampoco se puede conocer al sujeto en sí; porque si se lo conociera se daría lugar al conocimiento de la cosa en sí, dicho de otro modo, si se conociera al sujeto en sí, tal como es en sí mismo, desaparecerían la necesidad del espacio y el tiempo como intuiciones puras. La intuición sensible del tiempo se da en nosotros porque no podemos conocer al sujeto en sí; del mismo modo, la intuición sensible del espacio se da en nosotros porque no podemos conocer la cosa en sí. La intuición es como un instinto de supervivencia, la adecuación del Homo Sapiens al mundo interno y al mundo externo, que son esencialmente desconocidos, aunque sean fenomenológicamente conocidos.
Lógica Trascendental
Podemos decir de alguna manera que el pensamiento está al servicio de la intuición. El pensamiento produce la síntesis de lo que capta la intuición, produce la síntesis del contenido que capta la forma que es la intuición; ese contenido son las sensaciones, entonces produce la síntesis de las sensaciones, produce la síntesis de la materia de la sensibilidad. Esta síntesis es el concepto; éste en tanto concepto puro del entendimiento da unidad a la diversidad de las sensaciones, las cuales ya adquirieron una forma con la intuición. ¿Pero, qué clase de unidad es ésta si tenemos en cuenta que la intuición al dar forma reúne al conjunto de sensaciones? Da unidad al conjunto de las sensaciones en tanto y en cuanto toma en cuenta lo común de ellas, lo que tienen en común ellas. Esto que es común hace entendible lo que simplemente era captado, lo que simplemente era reunido bajo una forma. ¿Pero, esto es estar al servicio o es mas bien disponer de la intuición para dar lugar al entendimiento? Depende desde donde se mira, desde la Estética Trascendental o desde la Lógica Trascendental; Kant da a entender que la jerarquía trascendental corresponde al pensamiento en tanto éste tiene un carácter espontáneo y la intuición un carácter receptivo. Sin embargo, no podemos olvidar que la Crítica de la Razón Pura se ocupa primordialmente de la Lógica Trascendental; cuando trata de la Estética Trascendental lo hace de una manera introductoria. Entonces el punto de vista de Kant es el de la Lógica trascendental. Es posible desarrollar una perspectiva desde la Estética Trascendental; establecer que la intuición es espontánea y el entendimiento dependiente de lo que le done la intuición[32].
En este sentido la Estética Trascendental se propone la comprensión de la sensibilidad pura, en tanto que la Lógica Trascendental se propone el estudio del entendimiento. “Nuestro conocimiento emana de dos fuentes principales del espíritu: la primera consiste en la capacidad de recibir las representaciones (la receptividad de las impresiones), y la segunda en la facultad de conocer un objeto por medio de esas representaciones (la espontaneidad de los conceptos)”[33]. Por medio de la primera nos es dado el objeto de modo inmediato, por medio de la segunda el objeto es pensado con relación a la intuición pura. La intuición contiene la forma percibida de la cosa, en tanto que el concepto puro comprende la forma de pensamiento correspondiente al objeto en general. En este sentido la sensibilidad es receptiva y el entendimiento es espontáneo[34].
La lógica general hace abstracción de todo contenido del conocimiento, sólo considera la forma reflexiva de los conocimientos, es decir la forma del pensamiento en general. En la lógica trascendental se aísla el entendimiento y sólo se toma del conocimiento la parte del pensamiento que tiene origen en el entendimiento. Para que ocurra esto es necesario que se tome de la intuición la forma de los fenómenos; entonces entre estética y lógica trascendental se da una correspondencia constitutiva. Ahora bien, así como entre la estética y la lógica hay correspondencia son diferentes campos trascendentales, una vinculada a la sensibilidad pura otra al entendimiento.
La Lógica Trascendental también supone una división, entre la analítica y la dialéctica trascendentales. La Analítica Trascendental se ocupa de la composición del conocimiento puro y de sus principios; la analítica en tanto tal supone la descomposición del conocimiento a priori en términos de los elementos constituyentes del conocimiento intelectual. En cambio la Dialéctica Trascendental se ocupa de la ilusión trascendental, es decir, del error contenido en los juicios, los mismos que articulan intuición y entendimiento, incurriendo en un predominio de lo sensible sobre el pensamiento.
Hemos hablado de Estética Trascendental, ahora hablamos de Lógica Trascendental, ¿qué significación tiene en Kant el término trascendental? En ambos casos, en estética y en lógica, se ha hecho mención a lo trascendental cuando nos ocupamos de las condiciones de posibilidad, en un caso de las representaciones, en otro caso del conocimiento. Por lo tanto, lo trascendental se remite a las condiciones de posibilidad, a lo que antecede a la experiencia, a lo que da la posibilidad para que ella se dé. Estas condiciones de posibilidad son subjetivas; ahora bien, estas condiciones de posibilidad que son subjetivas tienen una condición que las posibilita, esta condición de las condiciones de posibilidad es el tiempo como intuición interior. ¿Pero, qué clase de condición de posibilidad es el tiempo, es subjetiva, deja de ser subjetiva o es más que subjetiva? Se trata de una condición de posibilidad que posibilita la misma subjetividad, de una condición de posibilidad que posibilita la experiencia de la interioridad; se comporta como una intuición de esta interioridad. Este a priori, el del tiempo, es trascendental por excelencia, pues se comporta como condición de posibilidad de otros a priori, los relativos a la intuición sensible y los relativos al entendimiento. ¿Se puede decir que el tiempo es la condición de posibilidad de la memoria? No solamente en el sentido de esa experiencia interior de la sucesión o de la simultaneidad, sino también del retorno, del volver, así como también del pasar, del transcurrir. Desde este punto de vista se puede decir que sólo hay tiempo en la interioridad, en esa dimensión profunda que es el interior. Interpretando, por lo tanto ampliando de perspectiva, abriéndonos a otras perspectivas, vemos que este tiempo es un pliegue en pleno sentido de la palabra: como plegamiento, como desplegamiento y replegamiento[35].
El espacio y el tiempo son condición de posibilidad de la sensibilidad, de la experiencia, de la intuición del estado de cosas externo y del estado de cosas interno; estos a priori, que son condiciones de posibilidad requieren a su vez de otras condiciones de posibilidad que los hagan posibles. Dicho de otro modo, la intuición es la condición de posibilidad del entendimiento, pero, a su vez, la intuición requiere de otra condición de posibilidad que haga posible la intuición misma; la condición de posibilidad es el sí mismo. Esta vida y vivencia interior que hace posible la intuición, el entendimiento, el conocimiento, el pensamiento en general. Ahora bien el sí mismo no es una intuición, tampoco se resuelve lo que es expresándolo como la torsión del afuera en el adentro, como un repliegue[36] ; el sí mismo es el territorio interior de las pasiones. Es esto y más que esto cuando concebimos al sí mismo como el espesor de la vivencia interior. El sí mismo es la inmanencia misma. Pero, no es la única condición de posibilidad de la intuición y del entendimiento. Otra condición de posibilidad es el mundo de vida[37], que no se reduce a la transubjetividad, tampoco a la cultura, aunque las comprende.
Dejaremos por de pronto de lado estas interpretaciones hechas desde otras perspectivas, postkanteanas, pero que nos ayudan a visualizar los horizontes abiertos por la filosofía, a propósito del tema abierto por la Crítica de la razón Pura, el de las condiciones de posibilidad y los límites del conocimiento. Volviendo a Kant, a la Crítica de la Razón Pura, encontramos un problema primordial; entre la intuición y el entendimiento, entre lo sensible y el pensamiento se establece un enlace, esta es la síntesis que establece una unidad compuesta, la misma que se basa en una unidad originaria. ¿En qué consiste este enlace, de qué modo esta unidad es originaria? ¿La composición de esta unidad jerarquiza lo sensible o el entendimiento, la forma de la intuición o la síntesis conceptual? Según Heidegger, “el problema de la unidad esencial del conocimiento ontológico nos proporciona por fin la base para definir la esencia de la categoría”[38]. Esto viene a propósito de la solución formal que ofrece Kant en la tabla de los juicios, que para el gusto de Heidegger resulta esquemática: “En tanto no se haya considerado al entendimiento puro según su esencia, es decir, según su relación pura con la intuición, no se puede descubrir el origen de las nociones en su función de predicados ontológicos. La tabla de los juicios no es, por tanto, ‘el origen de las categorías’, sino solamente ‘el hilo conductor para el descubrimiento de todos los conceptos del entendimiento’. Debe encontrarse en ella un indicio sobre el sistema completo de los conceptos puros, pero no puede revelar la esencia plena de los conceptos puros como categorías”[39].
La situación se puede caracterizar del modo siguiente: cuanto más drásticamente se pretenda aislar los elementos puros del conocimiento finito, se hace más claramente patente la imposibilidad de dicho aislamiento, quedando manifiesta la dependencia del pensamiento puro respecto a la intuición. Es esta situación la que hace artificial la solución de la categorización de los conceptos puros, éstos no pueden determinarse como predicados ontológicos de este modo; esto ocurre cuando los conceptos puros son comprendidos desde la unidad esencial del conocimiento finito puro[40]. ¿Cuál es esta unidad esencial? Por otra parte, queda pendiente lo acertado de la interpretación de Heidegger; ¿podemos aceptar la interpretación de que la Crítica de la Razón Pura es una fundamentación de la metafísica, que se trata en realidad de una fundamentación ontológica del conocimiento? Dejaremos pendiente esta segunda cuestión, hasta más adelante, para abordar de lleno ahora el tema de la unidad esencial del conocimiento finito puro.
Unidad Esencial del Conocimiento Puro
Antes de abordar de lleno el tema de la unidad esencial del conocimiento puro retomaremos la discusión de la analítica trascendental en los términos de la analítica de los conceptos, debido a que es esta analítica la que plantea el problema de la unidad conceptual.
Hay dos maneras de conocer, por medio de la intuición y por medio de los conceptos[41]. El conocimiento del entendimiento se realiza a través de conceptos; este no es un conocimiento intuitivo sino discursivo. Las intuiciones por cuanto son sensibles se basan en las afecciones, en cambio los conceptos se sustentan en funciones. Se entiende por función la unidad de acción que ordena un conjunto de representaciones según una representación común a todas ellas, que viene a ser la representación mediatizada de las representaciones inmediatas, la representación unificadora de las representaciones dispersas. Desde este punto de vista podemos decir que las intuiciones se fundan en la receptividad de las impresiones, en cambio los conceptos se fundan en la espontaneidad del pensamiento. El entendimiento juzga a través de los conceptos; el juicio entonces es el conocimiento mediato de un objeto, por lo tanto la representación mediatizada y unificadora de las representaciones inmediatas y dispersas del objeto[42]. Los juicios son funciones de unidad con relación a nuestras representaciones inmediatas; sustituyen el lugar de las representaciones inmediatas por otras de un orden más complejo; estas representaciones mediatizadas y unificadoras contienen a las representaciones inmediatas y dispersas. De este modo los juicios reúnen una pluralidad de conocimientos posibles en uno solo. Así es como el entendimiento puede ser expresado como facultad de juzgar. Lo que inmediatamente antecede a esta facultad de juzgar es la facultad de pensar; el pensamiento entonces es el conocimiento por conceptos[43]. Del mismo modo que el antecedente inmediato del pensamiento es la intuición, es decir, la facultad sensible; facultad que hace posible las representaciones inmediatas.
Abstrayendo todo el contenido del juicio en general, quedándonos con la forma pura del entendimiento, tenemos que la función de pensar en el juicio puede agruparse bajo cuatro modalidades, las que conforman a su vez tres momentos. La función del pensar en el juicio puede presentarse en forma de tabla:
Tabla de los juicios:
Cantidad |
Cualidad |
Relación |
Modalidad |
Generales |
Afirmativos |
Categóricos |
Problemáticos |
Particulares |
Negativos |
Hipotéticos |
Asertóricos |
Singulares |
Indefinidos |
Disyuntivos |
Apodícticos |
La lógica trascendental, a diferencia de la lógica general, parte de la diversidad de elementos sensibles que sirven de materia a los conceptos puros del entendimiento o categorías. Para que el pensamiento pueda hacer de esta diversidad un conocimiento es menester que la misma sea recorrida, recibida y enlazada por medio de la operación de síntesis. Esta operación reúne las representaciones y comprende su diversidad en un solo conocimiento. La síntesis es pura cuando la diversidad en cuestión es a priori, se da por medio de la intuición pura, en cambio la síntesis es empírica cuando la diversidad de las representaciones sensibles deriva de la experiencia. La síntesis es una obra de la imaginación, se trata de una función del entendimiento que produce el conocimiento propiamente dicho, al llevar la misma síntesis a conceptos. De este modo la lógica trascendental construye los conceptos a partir de la síntesis pura de las representaciones. En resumen, estamos ante tres condiciones de posibilidad del conocimiento: 1) La primera es relativa a la intuición sensible, 2) la segunda se refiere a la síntesis de la diversidad de las representaciones sensibles por la imaginación y 3) la tercera tiene que ver con la unidad de esta síntesis pura representada por los conceptos puros o categorías.
Se trata entonces de una misma función cuando se habla de la unidad de las diferentes representaciones en un solo juicio y de la unidad de la síntesis de la diversidad de representaciones en una sola intuición, que es el concepto o categoría.
Hay tantos conceptos puros del entendimiento, que se refieren a priori a los objetos de la intuición, como juicios lógicas hay. Estos conceptos puros pueden presentarse en forma de tabla:
Tabla de categorías:
Cantidad |
Cualidad |
Relación |
Modalidad |
Unidad |
Realidad |
Inherencia y Subsistencia |
Posibilidad, Imposibilidad |
Pluralidad |
Negación |
Causalidad y Dependencia |
Existencia, No-Existencia |
Totalidad |
Limitación |
Comunidad |
Necesidad, Contingencia |
Como puede verse esta tabla de categorías comprende dos partes; la primera se refiere a objetos de la intuición (Cantidad, Cualidad) y la segunda a la existencia de estos objetos (Relación, Modalidad). Kant denomina a la primera clase categorías matemáticas y a la segunda categorías dinámicas.
Deducción Trascendental
De acuerdo a la interpretación de Heidegger la deducción trascendental consiste en la revelación de la estructura total de la síntesis pura[44], el procedimiento consiste en la desarticulación de tal unidad. No se puede entender la deducción trascendental como una deducción lógica sobre las relaciones entre el entendimiento, la síntesis pura y la intuición pura; de modo distinto la deducción trascendental tiene siempre presente la totalidad del conocimiento puro finito. Resaltan el análisis estructural de la unidad y el enfoque de la finitud; sin la delimitación de este horizonte de la finitud de la trascendencia todo lo que se desarrolla a partir de la deducción trascendental sería incomprensible.
En la tercera sección dedicada a la Deducción de los Conceptos Puros del Entendimiento, Kant establece tres fuentes subjetivas que pueden tomarse como el fundamento de la posibilidad de la experiencia y del conocimiento de los objetos sensibles; estas condiciones de posibilidad son el Sentido, la Imaginación y la Apercepción. El Sentido expresa empíricamente los fenómenos en la percepción, la Imaginación representa los fenómenos en la asociación y la Apercepción lo hace en la conciencia empírica de la identidad de estas representaciones de la Imaginación[45]. En la segunda sección, Kant alude a los principios a priori para la posibilidad de la Experiencia, donde esclarece el enlace unificador de la espontaneidad del entendimiento con la receptividad de la intuición. Entiende que el entendimiento es el fundamento de una triple síntesis: la relativa a la Aprehensión de las representaciones vinculadas a las modificaciones del espíritu en la intuición, la relativa a la Reproducción de estas representaciones en la imaginación y la relativa al Reconocimiento en el concepto[46]. Estas tres síntesis nos conducen a las tres fuentes subjetivas mencionadas; en otras palabras, la Aprehensión, la Reproducción y el Reconocimiento conducen al Sentido, a la Imaginación y a la Apercepción. Como puede verse la síntesis es la unidad anterior a las propias fuentes subjetivas.
Las representaciones no pueden estar aisladas unas de otras, requieren de la unidad para poder ser comparadas y enlazadas. El sentido supone ya una sinopsis, una disposición gráfica de cosas relacionadas entre sí facilitando de este modo su visión de conjunto; corresponde a esta sinopsis una síntesis. La receptividad de la intuición hace posible los conocimientos en unidad con la espontaneidad del pensamiento. La interpretación de Heidegger de la Crítica de la Razón Pura cuestiona la preeminencia del pensamiento sobre la intuición sensible; es posible que la preeminencia sea efectiva, pero la efectividad del pensamiento en tanto reproducción y reconocimiento no resuelve la legitimidad de la jerarquía establecida. Esto no está claro desde un principio; para expresar el problema de una manera gráfica usaremos conceptos sistémicos. ¿Si la aprehensión es la puerta de entrada, el reconocimiento la puerta de salida y la reproducción es la retroalimentación - todo visto desde la perspectiva de las síntesis fundamentales -, no se entiende por qué lo sensible pierde privilegio respecto al entendimiento? Dicho de otro modo, ¿si el sentido es la puerta de entrada, la apercepción es la puerta de salida y la imaginación es la retroalimentación - visto desde la perspectiva de las fuentes subjetivas -, no se entiende por qué la intuición sensible pierde ventaja respecto al pensamiento puro? La aventura cognitiva comienza con la intuición sensible. ¿Si con la intuición sensible se desencadena la experiencia de la interioridad y de la exterioridad, en cambio la imaginación se limita a reproducir estas representaciones iniciales y la apercepción reconoce en forma conceptual este itinerario, por qué no radica la preeminencia en la intuición sensible? Esta es la dificultad, esto es precisamente lo que no queda claro; se puede decir que la respuesta depende de la problemática en cuestión. Desde el campo de la estética trascendental es prioritaria la intuición, desde el campo de la analítica trascendental es prioritario el pensamiento. Sin embargo, el problema no es tanto el de la preeminencia como el de la unidad precursora de las representaciones.
Hemos visto que la síntesis opera esta unidad, la pregunta es ahora: ¿Hay una unidad anterior a la síntesis? La interpretación de Heidegger apunta a esto, la unidad anterior a la síntesis radica en la objetivación. “La ob-jetivación es, por lo tanto, el concepto originario y, por cuanto que la representación conceptual se atribuye al entendimiento, es la actividad originaria del entendimiento. Este último, como totalidad cerrada, contiene en sí una multiplicidad de modos de unión. Por lo tanto, el entendimiento puro se patentiza como facultad de objetivación”[47]. El entendimiento se opone de antemano a lo casual, regula de antemano toda unión posible; de este modo el concepto como representación general aparece como regla. El entendimiento es la facultad suprema, la expresión de lo finito; sin embargo, esto mismo lo hace dependiente de la intuición. La objetivación como actividad originaria del entendimiento puro es dependiente de la intuición pura. El entendimiento puro permanece como señor de la intuición empírica en tanto que permanezca como siervo de la intuición pura[48]. Por lo tanto el entendimiento es señor y siervo; es señor en tanto da lugar a la síntesis y a la unidad general, siervo porque no hace otra cosa que actualizar lo totalizado por la intuición. ¿No es conveniente concebir no tanto la relación entre intuición y pensamiento como su unidad superior, que a la vez que las une las contenga? Algo así donde la intuición sea pensante y el pensamiento intuitivo[49].
Todo esto es posible, es decir, la sinopsis del sentido, la síntesis de las categorías, en la medida que se dan en la unidad trascendental de la conciencia. El Yo pienso debe poder acompañar a todas mis representaciones[50]. Esa certeza de sí envuelve toda la atmósfera de las representaciones. Visto de esta manera la apercepción es la unidad anterior; el Yo pienso antecede a todas las representaciones. Esta certeza de sí me hace saber que sin esta presencia, mucho más aún, sin esta existencia misma, no serían posibles ni la intuición sensible, ni el pensamiento. Por una parte la apercepción aparece como la tercera condición de posibilidad, la tercera síntesis, junto a la imaginación y al sentido, por otra parte se muestra, de acuerdo a la exposición de la deducción trascendental, como la unidad anterior a toda síntesis. Esta doble situación de la apercepción resulta explicable en la medida que la tercera condición de posibilidad y la tercera fuente subjetiva, la relativa al reconocimiento, no sea la más dependiente sino, al contrario, sea la más independiente; por así decirlo, sea la autonomía[51]. Kant dice que la unidad sintética de la multiplicidad de las intuiciones es el fundamento de la apercepción misma, que precede al pensar determinado[52]. El enlace construido no existe en los objetos, tampoco puede derivarse de éstos, se trata de una operación del entendimiento, cuya facultad es precisamente la de enlazar a priori, así como de reunir la diversidad de las representaciones dadas a la unidad que constituye la apercepción. Según el filósofo de Koenigsberg, este es el principio más elevado de todo el conocimiento humano.
La apercepción
Kant eleva la apercepción a principio supremo del entendimiento, así como el espacio y el tiempo son el principio supremo de la intuición. “El principio supremo de la posibilidad de toda intuición con relación a la sensibilidad era según la estética trascendental el de que toda diversidad de la intuición está sometida a las condiciones formales del espacio y el tiempo. El principio supremo de esta misma posibilidad con relación al entendimiento es el de que toda diversidad de la intuición está sometida a las condiciones de la unidad originaria sintética de la apercepción”[53]. El entendimiento es la facultad de conocer, los conocimientos son relativos al objeto; ahora bien, el objeto es el referente en cuyo concepto se reúne la diversidad de una intuición determinada. Esta reunión de la diversidad exige la participación de la conciencia, en tanto que esta es conciencia de la síntesis así como unidad de conciencia. La unidad de conciencia es constitutiva de la relación de las representaciones con el objeto en cuestión; este es su valor objetivo. En este sentido podemos tomar a la unidad sintética originaria de la apercepción como el primer conocimiento puro del entendimiento[54]. La unidad sintética de la conciencia es condición objetiva del conocimiento; produce conocimiento del objeto en cuestión y reúne la diversidad de la intuición en un objeto; en otras palabras, logra la unificación de la intuición, lo que llama Heidegger objetivación.
Hemos hablado del espacio y el tiempo como límites y condiciones de posibilidad de la intuición, también hemos hablado de la apercepción como condición de posibilidad del entendimiento; hemos visto cómo la apercepción conecta intuición y entendimiento reuniendo los elementos diversos de la intuición en un objeto cuya conceptualización es atribución del entendimiento. Todo esto se remite a las relaciones entre la intuición pura y al entendimiento puro, por lo tanto se refiere a la estética y la lógica trascendentales. Ha quedado en suspenso la relación de la conciencia con la experiencia concreta ; solamente se ha aludido a ella en tanto hay algo afuera y adentro que afectan al espíritu ; sin experiencia no podrían darse las modalidades del espíritu y sus facultades no podrían desenvolverse. Comprometiéndonos con una interpretación podemos decir que se pueden trazar tres ejes, uno relativo a la estética trascendental, el otro a la lógica trascendental y el tercero relativo a la experiencia trascendental; es en esta matriz en la que se da el conocimiento y también la intuición. ¿Cómo puede darse la intuición si no hay nada que intuir? Lo mismo tendríamos que decir del pensamiento. Ciertamente tampoco podría haber intuición si es que no se tiene la facultad de intuir, como tampoco habría conocimientos si es que no se tiene la facultad de pensar; las condiciones de posibilidad son estas, los a priori de la intuición y del entendimiento, es decir, las condiciones de posibilidad de la experiencia y la estructura del entendimiento. Por esto se puede hablar de intuición pura y entendimiento puro; sin embargo, con sólo la capacidad de intuir y de pensar no habría desempeño de la misma. En este sentido la experiencia concreta se incorpora al campo trascendental. Ahora bien, ¿cómo se da la experiencia trascendental?, ¿Cómo se aplican las categorías a los objetos de los sentidos? La imaginación juega aquí un papel fundamental; por cuanto da lugar a la síntesis figurada, que es la unidad de la intuición sensible afectada por los objetos del sentido. En la medida que esta síntesis figurada se remite a la unidad sintética primitiva de la apercepción, se trata de la síntesis trascendental de la imaginación. La imaginación forma parte tanto de la sensibilidad como del entendimiento; en la medida que pertenece a la sensibilidad da contenido a los conceptos y en la medida que pertenece al entendimiento unifica la diversidad de la intuición de acuerdo a la forma de las categorías. Bajo esta característica es síntesis trascendental de la imaginación; en estas circunstancias la imaginación deja de ser meramente reproductora para convertirse en imaginación productora. El producto “aplicativo” por excelencia de la imaginación productora es el esquema.
El esquematismo trascendental
La finitud es la calidad de lo finito, que es la condición existencial que se opone a lo infinito. Lo finito es tanto lo completo, lo agotable, un conjunto no autorreflexivo, como lo que ha sido llevado a término, lo que ha sido cumplido y, en este sentido, llevado a la perfección. Platón considera como finito lo que tiene orden, medida y armonía. En una acepción teológica, finito es lo que encuentra límites a su posibilidad de ser; esta significación es quizás la que más se acerca a lo opuesto a lo infinito, entendido como lo ilimitado de la potencia. Para Hegel lo finito no tiene la suficiente potencia para realizarse, es, por esto, irreal; sólo puede realizarse en lo infinito. Lo finito para Kant tiene que ver con los límites de las posibilidades del conocimiento; estos límites se encuentran en la intuición sensible. En este sentido el conocimiento sólo es posible en un ser finito, éste es el ser humano; la facultad intuitiva y la facultad del entendimiento están afincadas en la naturaleza finita del ser humano, es decir, en las limitaciones de sus posibilidades de conocimiento. Lo finito en Kant tiene que ver con el acondicionamiento de sus posibilidades; en otras palabras, con los límites de sus condiciones de posibilidad. En cambio en Heidegger la finitud del ser humano se encuentra en los propios límites que el mundo impone al proyecto que contiene el propio ser humano[55].
La finitud, en tanto condiciones de posibilidad, es el origen del conocimiento, siendo su substrato la intuición sensible. En este horizonte las relaciones entre intuición sensible, entendimiento y experiencia, vinculadas al problema de la unidad, la misma que es articulada por la imaginación pura, son de primordial importancia. En otras palabras, es en la imaginación donde recae la responsabilidad de la síntesis trascendental; síntesis que ya no es la del entendimiento puro, abordada en la forma de los conceptos puros, tampoco corresponde a la sinopsis de la intuición sensible, sino que forma parte de una mediación compleja entre lo sensible y el entendimiento. Esta mediación es construida por el esquema. La configuración del esquema está asociada al de la imagen, siendo esta la reproducción singular del objeto, en tanto que el esquema corresponde a la generalización de la regla, que supone la categoría; dicho de otro modo, corresponde a la sensibilización de los conceptos puros. Heidegger dice a propósito que “para que el horizonte de la ob-jetivación como tal pueda funcionar, este carácter de oferta necesita de cierta perceptibilidad. Perceptible quiere decir: susceptible de ser recibido inmediatamente por la intuición. Por consiguiente, el horizonte deberá, en tanto es una oferta perceptible, presentarse previa y constantemente como un aspecto puro. De ahí resulta que la ob-jetivación del entendimiento finito debe ofrecer la objetividad como tal en forma intuible, es decir, el entendimiento puro debe fundarse en una intuición pura que le sostenga y guíe”[56]. La intuición pura se remite esencialmente a la síntesis pura; en esta referencia la imaginación pura es la que tiene la tarea de la formación del esquema en el horizonte. ¿Qué es un esquema en tanto producto de la imaginación? Es en principio imagen como forma de la perceptibilidad, pero también imagen formadora por cuanto expresa figurativamente una regla. En el primer caso la imagen se patentiza ante los ojos, en el segundo caso forma la imagen de lo que se patentiza ; en este sentido es anterior a este aparecer del fenómeno ; es un retrato o es una sustitución de lo perdido, de lo ya no-manifiesto, o, en su caso, una preformación de algo por crear.
La sensibilización de los conceptos puros concurre primeramente en la imaginación. Kant llama esquema de un concepto a la representación de un procedimiento universal de la imaginación que proporciona de imagen a dicho concepto. A esta imagen del concepto llamaremos imagen-esquema; en cambio la representación de la regla es el esquema, que no se remite a una sola imagen sino que se abre a un abanico de imágenes-esquemas posibles. La imagen tiene la figura de algo particular en tanto que el esquema se propone la unidad de la regla general de múltiples presentaciones posibles[57]. El esquema no se limita a presentar imágenes sino que expresa el procedimiento de la regla contenida en los conceptos puros. Toda representación conceptual forma parte de un esquematismo y todo conocimiento finito es necesariamente conceptual[58]. Según Kant este esquematismo es un arte recóndito enclavado en las profundidades del alma.
¿Qué hace el esquematismo? Subsume los objetos a las categorías. Kant dice que, en toda subsunción de un objeto bajo un concepto, la representación del objeto debe ser de naturaleza semejante a la del concepto, pero los conceptos puros del entendimiento en comparación con la intuición empírica son heterogéneos; estos conceptos no se encuentran en ninguna intuición. ¿Cómo es posible entonces la subsunción de las intuiciones a los conceptos? “Es, pues evidente que debe existir un tercer término que sea semejante por una parte a la categoría, y por otra al fenómeno, y que haga posible la aplicación de la categoría al fenómeno. Esta representación intermediaria será asimismo pura (sin nada empírico), y es menester, sin embargo, que sea por una parte intelectual y por otra sensible. Éste es el esquema trascendental”[59]. Este tercer término que es común a la categoría y al fenómeno debe es una síntesis pura, por cuanto no es empírica; esta pureza lo da el tiempo como condición formal de las representaciones diversas del sentido intimo y de su enlace. La determinación trascendental del tiempo es homogénea a la categoría, por cuanto es universal, y al mismo tiempo es homogénea al fenómeno, por cuanto se encuentra en la diversidad de las representaciones empíricas. En estas condiciones es posible la aplicación de las categorías a los fenómenos; la determinación trascendental del tiempo hace posible la subsunción de los fenómenos bajo las categorías. Esta determinación trascendental del tiempo es el esquema de los conceptos del entendimiento.
Para que se dé lugar el conocimiento es menester que se del objeto, pero también es indispensable la modificación de nuestra sensibilidad. Los conceptos puros del entendimiento deben contener ciertas condiciones de la sensibilidad. La condicione formal de la sensibilidad, que limita el uso del concepto puro, es el esquema del concepto, en tanto que el procedimiento del entendimiento con estos esquemas corresponde al esquematismo del entendimiento puro. Debe quedar claro que el esquema de un concepto puro del entendimiento no se reduce a dar una imagen al concepto; es un producto trascendental de la imaginación que determina el sentido interno en general, de acuerdo a las condiciones de su forma (tiempo), una la diversidad de las representaciones en un concepto conforme a la apercepción[60].
La interpretación ontológica de Heidegger
La interpretación de Martín Heidegger asume a la imaginación trascendental como centro formativo del conocimiento ontológico. El conocimiento ontológico se conforma por la trascendencia, situación que significa dejar abierto el horizonte de este conocimiento; este horizonte se hace visible a través de los esquemas puros, esquemas afincados en la sensibilidad, pero abiertos al entendimiento. Los esquemas puros surgen como un producto trascendental de la imaginación trascendental, que debe entenderse como síntesis originaria pura. La imaginación trascendental “forma la unidad esencial de la intuición pura (tiempo) y del pensamiento puro (apercepción)”[61]. La imaginación (facultas imaginandi) pertenece a la facultad de la intuición, pero tiene la peculiaridad de dar forma, dar imagen, aún sin la presencia del objeto. No es necesario que el objeto se encuentre ante los ojos; en este sentido no intuye lo recibido de la misma manera que lo hace la percepción, la que representa al objeto como presente. “La imaginación ‘puede’ intuir, puede recibir un aspecto, sin necesidad de que lo intuido en cuestión se muestre como ente y sin que proporcione desde sí mismo el aspecto”[62].
La imaginación es una facultad formadora en un doble sentido: debido a que se proporciona la imagen y como no está destinada a lo intuible, ella misma es creadora de la imagen. Esta fuerza formadora, que es un formar, es a la vez pasiva y activa, es decir, es a la vez receptiva y espontánea. Heidegger se inclina a darle mayor preponderancia a la condición espontánea de la imaginación; dice que “la imaginación forma previamente el aspecto del horizonte de objetividad como tal, antes de la experiencia del ente”[63]. Este aspecto previo del horizonte de objetividad es la imagen pura del tiempo, que no es solamente anterior a toda experiencia del ente, sino que precede a toda experiencia posible.
Tenemos pues tres facultades fundamentales: la intuición pura, que es el tiempo, la síntesis pura como producto de la imaginación y los conceptos puros relativos a la apercepción pura. La unidad de estas facultades se da con el esquematismo. Estas facultades son también las tres fuentes de los juicios sintéticos a priori; pero, esta apreciación contradice la tesis explícita de Kant de que sólo hay dos fuentes fundamentales, la sensibilidad y el entendimiento. Debido a esta tesis la Crítica de la Razón Pura se divide en dos partes: Estética Trascendental y Lógica Trascendental. Ocurre que como consecuencia de esta tesis, la imaginación trascendental no tiene patria. No se encuentra en la Estética Trascendental, a la cual pertenece cono propiedad por tratarse de una facultad de la intuición; sin embargo, aparece analizada en la Lógica Trascendental, a la cual no pertenece con rigor por no tratarse de una facultad del entendimiento. La imaginación trascendental se muestra como una bisagra, se encuentra entre la facultad intuitiva y la facultad intelectiva, sirviendo de puente, pero también resulta de la conjunción correspondiente de la recepción sensible y la actividad intelectiva, siendo entonces un producto de ambas, producto que termina no sólo conteniéndolas sino incluso siendo más originario que estas otras facultades fundamentales. Heidegger aclara que “si hay que demostrar que el origen de la intuición pura y del pensamiento puro, como facultades trascendentales, reside en la imaginación trascendental como facultad, esto no significa que se pretenda comprobar que la intuición pura y el pensamiento puro sean productos de la imaginación y como tales una simple fantasía. La revelación del origen descrita significa más bien que la estructura de estas facultades está arraigada en la estructura de la imaginación trascendental, de tal modo que ésta no puede ‘imaginar’ nada sino por su unidad estructural con aquellas dos”[64].
Poner a la imaginación trascendental como raíz de la intuición y del entendimiento implica reconstituir la estructura básica trascendental a partir de un fundamento más originario, el encontrado en el intersticio entre sensibilidad pura y entendimiento puro. La imaginación trascendental aparece no sólo como ligazón entre ambas facultades, sino como la actividad trascendental que las posibilita y las fundamenta, además de lograr los productos propios de la sensibilidad y del entendimiento, dando forma a la intuición y síntesis al entendimiento. De este modo la imaginación trascendental abre profundidades desconocidas en el corazón mismo del ser finito. La conclusión de este descubrimiento comprende a la imaginación como raíz misma de las condiciones de posibilidad y de la actividad trascendental.
Una interpretación sistémica de la crítica de la razón pura
Se han hecho interpretaciones de la filosofía trascendental de Immanoel Kant; trabajos exhaustivos, profesionales, auscultadores. Estas corrientes no han dejado de caer en las distinciones de las corrientes interpretativas, casi siempre afectadas por las preocupaciones del momento o el matiz filosófico del momento. Los críticos de Kant tampoco han escapado a la pasión por la postura filosófica. Se puede decir que hay muchos Kant, dependiendo de la corriente interpretadora o de sus críticos; el filósofo de Koenigsberg no ha escapado tampoco a la tarea de su actualización. Lo que haremos en adelante, más que un trabajo de actualización responde a la necesidad de afrontar el problema epistemológico planteado por Kant desde distintos ángulos. Las condiciones de posibilidad del conocimiento son abordadas por filosofías contemporáneas, epistemologías abrumadas y metodologías en cuestionamiento, entre ellas sobresale la sugerencia metodológica de la Teoría General de Sistemas. Nos interesa comparar al respecto el abordaje kanteano y el método sistémico.
Las condiciones de posibilidad sensibles y las intelectivas tienen una función semejante en la Teoría general de Sistemas que los conceptos de clausura operacional, acoplamiento estructural e interpenetración, conceptos vinculados al concepto matricial de diferenciación. Lo que hace un sistema con relación a su entorno es, además de diferenciarse mediante la clausura operacional, acoplarse estructuralmente a los sistemas de su entorno, de tal forma que se produce una interpenetración; es decir, un sistema presta su complejidad a otro para ser interpretado. La clausura operacional identifica al sistema de referencia; es la operación la que hace a la estructura del sistema, la que es actualizada en concordancia con las operaciones, las distinciones que establecen, las reentradas que desarrollan. Son estas operaciones las que pueden ser entendidas como condiciones de posibilidad. Mediante el acoplamiento estructural el sistema recoge información del entorno y reduce dicha información a las operaciones del sistema, es decir reduce la información a los códigos manejados por el sistema. Aquí aparece otra semejanza, esta vez con la reducción de los fenómenos a la forma de los a priori intuitivos y del pensamiento, recogidos unitivamente por la apercepción. Las formas del espacio y del tiempo son las que adecuan la experiencia de la exterioridad y de la interioridad a dichas formas de la intuición sensible. Las categorías, en tanto conceptos puros, son los a priori del entendimiento que establecen el enlace de la diversidad de las representaciones sensibles; logran la síntesis intelectiva de esta diversidad. Esta reducción de la información a las operaciones del sistema plantea el tema de la interpretación; el sistema interpreta el entorno de acuerdo a sus propios códigos. Ahora bien la interpretación supone la interpenetración, esto es, el uso de la complejidad del sistema observado en función del sistema de referencia. En este caso, si bien aparece una cierta semejanza con la objetivación de la experiencia empírica, pues si bien la intuición y el entendimiento garantizan la posibilidad del concepto del objeto, éste no se da sino a través de la aplicación a los objetos concretos de los sentidos, es decir, por mediación de la experiencia; la objetivación se da por la articulación de los tres ejes fundamentales: la estética trascendental, la lógica trascendental y la experiencia. La articulación de dichos ejes se produce por el diseño del esquematismo. Hay pues un objeto puro de la experiencia. La sutil semejanza aparece en la aproximación de la experiencia, de la consideración del campo de objetos concretos de los sentidos, al uso de la complejidad de los sistemas observados. Sin embargo, la diferencia radica en esta alusión a la complejidad del sistema observado, complejidad que no puede ser reducida a la apariencia de los fenómenos; pero, no olvidemos que el reconocimiento de la exterioridad, de su función objetivante, es común en ambos casos.
Lo relativo a la complejidad del sistema observado no es la única diferencia que aparece en esta comparación de las teorías en cuestión; se trata de una diferencia que nos lleva a la cuestión de la cosa en sí, que no es tratada como tal por la teoría de sistemas, que es asumida por la teoría trascendental como un noúmeno, como lo que no se puede conocer, como lo que no se puede alcanzar. Sólo accedemos a los fenómenos por medio de la intuición sensible y el pensamiento. La complejidad del sistema observado tiene que ser entendido en el horizonte de la autopoiesis; se trata de sistemas autopoiéticos que se diferencian del entorno, en tanto que buscan resolver la complejidad que les presenta el entorno, reduciendo la misma, pero produciendo paradójicamente mayor complejidad en el propio sistema. La complejidad forma parte de la tesis evolutiva de la teoría se sistemas. La pregunta que salta es: ¿La complejidad, concepto de la teoría de sistemas, puede ser asimilada a la cosa en sí, concepto de la teoría trascendental? Si esto acontece, otra pregunta le sigue: ¿La complejidad abole la inaccesibilidad de la cosa en sí? Estas preguntas no son tan fáciles de responder, porque, por un lado, la propia Teoría General de Sistemas contiene una paradoja. El acoplamiento estructural mantiene la clausura operacional garantizando la autonomía del sistema; en la adecuación del sistema al entorno, éste produce irritaciones en el sistema, irritaciones que son reelaboradas por el propio sistema. La interpenetración, que es entendida como un modo específico del acoplamiento estructural, supone la puesta a disposición de la complejidad de los sistemas para la constitución del sistema de referencia. Es decir, por un lado se garantiza la clausura, por otro lado se da lugar a la apertura. Ahora bien, esta paradoja forma parte precisamente de una teoría que se constituye sobre la base de las paradojas. La misma clausura es comprendida como un cierre que se abre al entorno. La lógica de la diferencia y la lógica paradójica[65], si se puede hablar así, son constitutivas de la Teoría General de Sistemas.
La teoría trascendental de Kant propone como tesis estratégica la inaccesibilidad de la cosa en sí o, dicho de modo mesurado, se expresa que no accedemos a la cosa en sí sino sólo a los fenómenos, a la forma como aparecen los objetos en nosotros, objetos captados por los sentidos, sintetizados por las categorías y unificada toda la experiencia por la apercepción. Sólo accedemos a la apariencia de las cosas, tal como se nos aparecen en concordancia con la intuición y el entendimiento. Esta tesis no propone la apariencia del mundo, no dice que la cosa en sí no existe; por el contrario, se parte de que existen, de que el mundo es real, pero a lo que no podemos acceder es a esta esencia de la cosa en sí. Se trata de una tesis antropomórfica; nuestro conocimiento es un conocimiento humano. Los límites del conocimiento son los límites de las condiciones de posibilidad del ser humano. Hablamos de un conocimiento cuyo secreto se encuentra en la finitud ; no conocemos de modo inmediato, intuimos de modo inmediato a través de la diversidad de las representaciones, en concordancia con los a priori del espacio y el tiempo, que son las formas de la intuición ; conocemos de modo mediatizado recurriendo de la analítica trascendental, deduciendo trascendentalmente las categorías del entendimiento, estableciendo la síntesis intelectual de los conceptos puros, construyendo juicios sintéticos, aplicando las categorías a los objetos de la experiencia con el recurso del esquematismo. La articulación entre lo intuitivo y lo intelectual, lo sensitivo y el pensamiento, es tarea de la imaginación. Como se ve no se trata de un idealismo empírico, al estilo de Berkeley, ni de un realismo trascendental el estilo de Newton; Henry E. Allison asume que se trata de idealismo trascendental[66].
Para la Teoría General de Sistemas un sistema es la diferencia con el entorno; entonces el sistema pone en escena la diferenciación recurriendo a la clausura operacional. Pero esta clausura no aísla al sistema, sino que precisamente debido a esta clausura el sistema dispone de la complejidad de los sistemas de su entorno. Traduciendo esto al lenguaje kanteano, podemos decir que son las condiciones de posibilidad inherentes al ser humano las que establecen los límites del conocimiento, pero al mismo tiempo las que posibilitan dicho conocimiento. No olvidemos que también se trata de las condiciones de posibilidad de la experiencia, esto quiere decir que aquello que establece los límites, que son las condiciones de posibilidad, es al mismo tiempo la condición de transgresión de dichos límites. Son las condiciones de posibilidad de ser humano, condiciones que expresan su finitud, lo que lo acoplan al mundo; esta es la forma con la que el ser humano dispone de la complejidad del mundo. Los fenómenos no son sólo apariencia, representaciones dadas por los sentidos, sino son el recorrido del ser humano al mundo. Los fenómenos son la huella que aperturan la interpretación y los medios del acoplamiento al mundo. ¿Esto contradice la tesis de la inaccesibilidad a la cosa en sí?
Tesis sobre la experiencia trascendental
Parece un contrasentido hablar de experiencia trascendental, puesto que la experiencia no puede ser trascendental, en tanto está referida a los objetos; aunque sea redundante, diremos que sabemos que la experiencia es empírica. Por otra parte, sabemos que cuando se habla de trascendental nos referimos a la intuición pura y al entendimiento puro; ¿puede acaso darse una experiencia pura? Esto es como decir una experiencia sin experiencia, una experiencia anterior a toda experiencia, una experiencia empírica. En otras palabras, la experiencia no puede ser a priori, es a posteriori. Sin embargo, continuemos este tratamiento de la situación de la experiencia según el desarrollo de Immanoel Kant en la Doctrina Trascendental del Juicio[67].
Kant dice que, “la proposición de que el entendimiento no puede hacer sino un uso empírico y nunca trascendental de todos sus principios a priori y aun de todos sus conceptos, tiene importantes consecuencias una vez reconocidas con convicción”[68]. ¿Cuáles son las consecuencias? En primer lugar, que el uso trascendental del concepto no es otro que su referencia a las cosas en general y en sí mismas ; en cambio el uso empírico consiste en su referencia a fenómenos, en otras palabras, a objetos de la experiencia posible. “Para todo concepto se requiere, en primer lugar, la forma lógica de un concepto (del pensar), y en segundo lugar la posibilidad de darle un objeto al cual se refiera. Sin esto último, el concepto carece de sentido y está totalmente vacío de contenido, aún cuando pueda tener la función lógica de hacer un concepto con unos datos cualesquiera”[69]. Sin la objetivación el concepto no tiene sentido, la misma que es lograda por el esquematismo trascendental, en el que juega prioritario papel la imaginación trascendental. “Ahora bien, el objeto no puede ser dado a un concepto más que en la intuición ; y si bien una intuición pura es posible a priori antes del objeto, tampoco ésta misma puede recibir su objeto, es decir, la validez objetiva, si no es por medio de la intuición empírica cuya mera forma es”[70]. Si la intuición pura da forma, la intuición empírica da validez objetiva, da el objeto. Dicho de otro modo no puede haber intuición pura, salvo en la estética trascendental, sino se conjunciona con la intuición empírica; no puede haber una forma pura sin su referencia objetiva. ¿Qué sería una forma pura? Una nada. “Por consiguiente, todos los conceptos, y con ellos todos los principios, por muy posibles a priori que sean, se refieren empero a intuiciones empíricas, es decir, a datos para la experiencia posible. De lo contrario carecen de validez objetiva y son mero juego, ora de la imaginación, ora del entendimiento, cada uno con sus respectivas representaciones”[71]. Si bien la intuición y el entendimiento son condiciones de posibilidad de la experiencia, son a su vez dependientes de la experiencia. La experiencia se convierte también con esto en una condición de posibilidad, no de ella sino de la intuición y del entendimiento. En tanto que unas, la intuición y el entendimiento, posibilitan la experiencia, ésta posibilita sus propios a priori. No hay a priori sin a posteriori; de aquí que el mismo a posteriori se convierta en “a priori” de sus propios a priori. La experiencia es el arje de sus condiciones de posibilidad; de esta situación podemos deducir que en esto de la trascendencia se da el caso de una archiexperiencia. Por paradójico que parezca, esta es como la “experiencia” anterior a la propia experiencia. ¿Cómo puede haber una experiencia anterior, es decir, una archiexperiencia, una experiencia originaria?
La experiencia debe ser entendida en sus dos ámbitos, como experiencia de la interioridad y como experiencia de la exterioridad. La experiencia de la interioridad está ligada a la intuición del tiempo y la experiencia de la exterioridad a la intuición del espacio. Estas intuiciones dan forma a esta experiencia; sin estas experiencias las formas de la intuición no cobrarían sentido. Así como la intuición del tiempo y del espacio son condición de posibilidad de la experiencia de la interioridad y de la exterioridad, aquellas dependen de éstas para ser algo. La intuición corresponde a la estructura subjetiva; esta estructura subjetiva no es otra cosa que la expresión ontológica de la finitud del ser humano. ¿Pero, esta finitud no se expresa también en la experiencia? ¿No pertenece también la experiencia a la estructura de la subjetividad? ¿Qué es la subjetividad sino intuición pura e intuición empírica del tiempo, intuición pura e intuición empírica del espacio? Si habláramos de una subjetividad estructurada solamente sobre la base de la intuición pura, esta subjetividad no sería nada; en caso de tratarse de una intuición intelectual correspondería a una estructura infinita, sería divina. Lo que contradice la tesis fundamental de Kant, el punto de partida de su crítica. Que es la finitud. Siendo la subjetividad propia a la finitud, entonces la experiencia conforma esta subjetividad, tanto como la intuición pura. Por lo tanto la subjetividad está constituida por intuición, entendimiento y experiencia.
Ahora bien, así como la intuición se divide en intuición pura e intuición empírica, el entendimiento en entendimiento puro y entendimiento aplicado a los objetos de los sentidos, del mismo modo la experiencia se divide en experiencia pura y “experiencia empírica”. Pero, ¿qué sería la experiencia pura? La experiencia de la que hablamos adquiere forma a través de la intuición y es sintetizada por el concepto; se trataba de una experiencia ligada a la sensibilidad y al pensamiento. Esta “experiencia empírica” no es pues pura; la experiencia pura no puede estar ligada a la intuición y al entendimiento. Ocurre con ella lo simétricamente opuesto a la intuición y al entendimiento; la intuición pura y el entendimiento puro, en tanto condiciones de posibilidad, no se articulan a la experiencia; la experiencia pura, en tanto condición de posibilidad opuesta, no está ligada ni a la intuición ni al entendimiento. Hablamos de una experiencia sin forma, una experiencia no sintetizada; esta experiencia transcurre sin tiempo ni espacio. ¿Se puede entender esta experiencia pura como salvaje? La fenomenología de la percepción concibió una mirada salvaje, anterior a la propia percepción. Esta mirada salvaje tiene otras connotaciones que las que se puede atribuir a una mirada trascendental; esta es la razón por la que preferimos hablas de una experiencia trascendental, independientemente de las analogías que puede comprender la experiencia salvaje y la experiencia pura. La experiencia trascendental no es exactamente un comienzo puro, sino que forma parte de la estructura de la subjetividad, juntamente con la intuición y el entendimiento; sólo que la experiencia pura juega un rol opuesto a la intuición y entendimiento puros. Consideramos que con la experiencia trascendental se cierra el círculo de la estructura de la subjetividad[72].
Experiencia trascendental, experiencia pura, experiencia caótica, sin forma, puro contenido; experiencia brumosa o, mas bien, pura intensidad sensible, pasión pura, voluptuosidad pura. Materialidad pura, no-objeto, puesto que el objeto es el referente de la intuición y el entendimiento, el objeto es la subsunción de la experiencia al concepto mediante el esquematismo; esta objetivación no se da en la experiencia pura. Materialidad sin forma; quizás lo más alejada del noúmeno, pero, a la vez, paradójicamente lo más próximo, no tanto como cosa en sí, sino como no-cosa, no-en-sí, sino afuera. Lo inacabado, lo no logrado, energía pura, plasticidad pura, cualquier-cosa-no-en-sí. Sin embargo, experiencia pura no aislada abstractamente de la experiencia empírica, tampoco, por lo tanto de la intuición y el entendimiento. Referencia de la referencia. ¿Si el tiempo es la autorreferencia, el tiempo, la identidad, qué clase de referencia es esta de la experiencia pura? No es un ensimismamiento, sino todo lo contrario; es un salir fuera de sí. Un salir de los límites del tiempo y el espacio, de las formas impuestas por la intuición y el entendimiento. Por otra parte, si la imaginación ha sido comprendida como la mediación y la raíz común de la intuición y el entendimiento, de lo sensible y el pensamiento, se trata por lo tanto de una experiencia no-imaginada. Una experiencia que se niega a ser imagen, objeto, a tener forma, ha sintetizarse. Una experiencia destructiva.
Estallido sensual puro, multiplicidad pura, intensidades puras, sin intencionalidad, derroche de energía. Ni muerte ni vida, más allá de la muerte y de la vida. No-comienzo, tampoco fin, ni siquiera eternidad, sino la diferencia pura. Por esto mismo, impureza en pleno sentido de la palabra. Lo que no puede entrar al análisis, por esto Kant no la incluye en el análisis trascendental. Sombra de la crítica, pero inmensa como el universo.
La Crítica de la Razón Pura no puede sino llevar al extremo sus consecuencias. Kant se detuvo en los límites de la razón, no afrontó plenamente lo que llamaremos, para darle un nombre, las paradojas de la finitud. Aquí no se trata de restablecer el dualismo de infinitud-finitud en forma invertida, finitud-infinitud, ni dialéctica, una finitud que contenga a la infinitud. Si no se trata de una finitud que quiebra este dualismo, una finitud que más que poner en cuestión sus propios límites, plantea una finitud sin demarcación : movimiento puro de la creación pura. Creación, recreación, autocreación. Esta finitud ha sido nombrada varias veces, como devenir, como voluntad de poder, como inconsciente, como deseo, como flujo, como fuerza, como huella, pero estos nombres no son más que aspectos, configuraciones, de su potencia y manifestación ; son figuras liminares, en el umbral de la representación, que no atrapan la plasticidad plena, bullente, de la finitud. Por eso, podemos decir que con la experiencia trascendental se cierra el círculo de la crítica, pero para quebrarse en el instante que se cierra. La crítica no puede sino dejar abierto el casi circulo; es una apertura. Debemos agradecer a Kant el habernos introducido a la cuestión de la finitud y también el no haber cerrado esta aventura, a pesar de que formalmente se exponga un sistema, que no lo es tal en el sentido de su contenido, ni de su lógica interna, ni de su estética.
La tesis de la experiencia trascendental[73] pretende ser consecuente con la crítica kanteana; no desarrolla una crítica de la crítica de Kant, como se puede creer, sino que retoma los cabos sueltos dejados por la Crítica de la Razón Pura. Cabos que se retoman, no para cerrar el círculo diseñado por la crítica, sino para mantener permanentemente abierta la posibilidad de la crítica.
Si la sensibilidad da contenido a la forma de los conceptos y la subsunción de la experiencia culmina en la objetivación, la experiencia trascendental no regala su contenido, ni se subsume, se mantiene fuera de la forma y fuera de la síntesis conceptual, constantemente deformando y desintetizando, aportando con la novedad de la experiencia, con la donación de lo nuevo. En el umbral del sujeto, donde el sujeto deja de ser sujeto, esta experiencia trascendental se configura la vida. Las proformas organizadas y las no organizadas; organizadas en tanto organismos, no organizadas en tanto la inventiva constante, la adaptación, transformación constante, la autopoiesis. Esta vida es condición de posibilidad del sujeto y de la subjetividad; sin embargo, esto no quiere decir que la experiencia trascendental se remite a la vida. La vida, por más maravillosa, rica, creativa y sorprendente que sea, no agota las posibilidades de la experiencia trascendental, aunque se diga que la experiencia es experiencia en vida, que no puede haber experiencia más allá de la vida. Más allá de la vida está la energía como condición de posibilidad de la vida; las formas de la vida subsumen la energía de acuerdo a su propia organización y funcionamiento, pero la energía sigue siendo condición de posibilidad. Más allá de la vida están los secretos del universo, tanto en términos macros como micros.
¿Por qué entonces hablar de experiencia trascendental y no de otra cosa? Primero, por seguir los recorridos de la Crítica de la Razón Pura; segundo porque el mismo denominativo de experiencia trascendental apunta precisamente a la trascendencia de la experiencia, no sólo en el sentido de la intuición trascendental y del entendimiento trascendental, sino de la experiencia misma, en el sentido de lo más acá de la experiencia. La trascendencia en el sentido opuesto a la trascendencia de la intuición y del pensamiento.
La filosofía, la ciencia y la religión buscan el origen; sus preguntas pueden resumirse del modo siguiente: ¿Cuál es el origen del conocimiento?, ¿Cuál el origen de la vida y del universo?, ¿Cuál el origen de todo? Estas preguntas son preguntas humanas, pues es el ser humano quien tiene como intuición al tiempo. La pregunta por el origen tiene sentido si imaginamos el tiempo. ¿Pero, esta pregunta tiene sentido fuera del ser humano? ¿Si no hay tiempo como puede haber origen? No hay origen absoluto ni tiempo absoluto; hay tiempo en tanto forma de la intuición y origen en tanto construcción del esquematismo temporal. Esta búsqueda sólo es posible dentro de nosotros mismos o, mas bien, al interior de nuestras formas de la intuición, la síntesis de la imaginación y la unidad conceptual. Es la búsqueda en nuestra propia memoria, hasta donde pueda llegar ella. Esta búsqueda es infructuosa dado que encalla en nuestros propios límites; ese origen no puede ser sino el origen relativo a nuestro conocimiento, por lo tanto se trata de un origen empírico, no de un origen absoluto. Pero, el origen que busca la filosofía, la ciencia y la religión son ideales, que corresponde al ideal de origen absoluto.
El origen es un ideal que se persigue retrospectivamente, es el comienzo del esquema de un proceso que conduce a un fin; el mismo origen puede entenderse como un fin, si es que imaginamos un retorno al origen. El origen absoluto no puede ser conocido, sólo los orígenes concretos que forman parte de nuestra experiencia, como el nacimiento de algo. El origen absoluto es imaginado, es una idea, es decir, un concepto sin intuición. La razón pura tiene esa característica: construye ideas, conforma ideales, relaciona idealmente las ideas, llegando a constituir una explicación estructurada idealmente, esto es llegando a constituir una ilusión. Esta capacidad de la razón pura forma la dialéctica trascendental. Se podría decir que la base para el conocimiento es la intuición, es decir, la sensibilidad pura, que se comporta como apertura formadora de la experiencia. Sin embargo, Kant nos resguarda de caer en una hipótesis que haga recaer el conocimiento en la sensibilidad, cuando dice que una intuición sin entendimiento es ciega, de la misma manera que un entendimiento sin intuición es vacío. El conocimiento se da cuando se articulan ambas facultades, la facultad sensible y la facultad del entendimiento. Hemos visto que la conjunción de ambas facultades se deben a la imaginación. El secreto se halla entonces en la forma de relación entre ambas facultades; cuando por medio de la imaginación lo sensible se subsume al entendimiento, las sensaciones a los conceptos, en función de una experiencia dada, se da lugar el conocimiento. Es decir que para que haya conocimiento es necesario que se conforme el objeto, esto ocurre por medio de la objetivación lograda por el esquematismo; cuando se da lugar esta operación se subsume la experiencia a los conceptos. La objetivación es este procedimiento de subsunción. Ahora bien, Kant dice que sólo podemos conocer los fenómenos relativos a la Naturaleza. ¿Qué ocurre con la experiencia relativa a la libertad? En este caso no se produce un conocimiento sino un autoconocimiento del propio sujeto o de la propia subjetividad activa.
Se puede decir que se conoce cuando todas las facultades actúan recíprocamente, esto lo pone patente la facultad de imaginar y la facultad de juzgar, que mas que facultades propias son facultades de acoplamiento; son facultades que permiten la transferencia de las propiedades de una facultad a otra. Podríamos interpretar esto desde la teoría de sistemas diciendo que, ocurre el conocimiento cuando una facultad le presta a otra su complejidad para ser interpretada; concretamente cuando la facultad sensible presta su complejidad a la facultad de entendimiento para ser interpretada. ¿Pero, qué pasa cuando ocurre al revés, cuando el entendimiento presta su complejidad a la intuición para ser interpretada? Hemos dicho que no se trata del conocimiento propiamente dicho, sino de un autoconocimiento. Cuando la razón práctica se propone fines y estos son justificados utilizando los conceptos del entendimiento, se produce una autodeterminación de la voluntad. El mecanismo de estas transferencias, de estos acoplamientos estructurales, es la facultad de juzgar; facultad que tiene como substrato el sentimiento de placer y displacer, facultad cuyo a priori es la conformidad a un fin. La facultad de juzgar no solamente hace que la intuición y el entendimiento se acoplen estructuralmente, prestándose sus propias complejidades con fines de interpretación, sino que, incluso hace que el entendimiento, la intuición y la voluntad sean utilizadas en función del sentimiento de placer y displacer, que incluso sean utilizados en general en función de los ánimos. Estos acoplamientos dan lugar a acontecimientos subjetivos distintos al conocimiento y al autoconocimiento, como al gusto, a la complacencia, al sentimiento de lo bello, al juicio de lo bello, así también a formas diferenciadas de la facultad de juzgar, como el juicio de los sentidos, el juicio reflexivo, el juicio teleológico.
Kant distingue el juicio inmediato de los sentidos del juicio reflexivo; el primero no requiere de la representación, sólo se basa en el sentimiento de placer o displacer, da lugar a la inmediata complacencia o disgusto; el segundo requiere de representación, construye la conformidad a un fin, juzga reflexivamente de acuerdo a criterios del entendimiento, como si se tratase del conocimiento de un objeto. Sin embargo, el objeto no está, lo que hay es la determinación del sentimiento de placer interpretada según fines, que son puestos por el sujeto. ¿Qué es lo que pone originariamente el sujeto? Las facultades del ánimo: la intuición, el sentimiento de placer y displacer y el deseo. Todas estas facultades están vinculadas a la naturaleza humana; se podría decir que hasta son instintos, estados del cuerpo y apetencias encarnadas. Por lo tanto las superiores facultades del conocimiento, como el entendimiento, la facultad de juzgar y la razón, se sustentan en las facultades del ánimo. La estructura subjetiva tiene un vínculo profundo con la naturaleza humana. ¿En qué momento se diferencia el ánimo de las facultades superiores del conocimiento? Que no es lo mismo que preguntarse ¿en qué momento se diferencia la física de la metafísica? Sino ¿en qué momento la biología humana da lugar a esas funciones del entendimiento, la facultad de juzgar y la razón? ¿Cómo es que se convierten en instrumentos de la biología humana? Desde la perspectiva kanteana esta pregunta encierra una paradoja. La biología humana es una representación, conforme a principios del entendimiento relativos a la ciencia de la naturaleza; lo que equivale a preguntarse: ¿cuándo una representación del entendimiento se diferencia de una representación trascendental? Entonces no es posible suponer una diferenciación radical entre ambas representaciones. Lo que sí se puede hacer es deducir de las condiciones de posibilidad, de los a priori trascendentales los principios metafísicos de las ciencias naturales. No salimos de las aportaciones del sujeto. La filosofía de Kant es una filosofía subjetiva, la epistemología de Kant es una epistemología subjetiva. Si bien la realidad, sólo llegamos a ella a través de los fenómenos; son estas representaciones la que nos permiten construir la objetividad de nuestros conocimientos. Pero se trata de una objetividad relativa, es decir, de una objetividad construida por el sujeto. De este modo, se trata de partir de las estructuras originarias del sujeto, de las condiciones de posibilidad originarias, para poder deducir trascendentalmente las formas del conocimiento, de la experiencia, de la razón práctica y del juicio. El problema radica precisamente aquí; si es posible una representación de la realidad, aunque esta realidad sea a su vez una representación, en términos de totalidad de los horizontes de posibilidad de la experiencia, horizontes que pueden exceder las fronteras de la experiencia, pues incluyen lo no experimentado, esto quiere decir que esa realidad, por ejemplo la naturaleza humana existe independientemente de nuestras representaciones, aunque no podamos acceder a la cosa en sí de ella. Aunque la biología sea una representación de la vida, la vida está ahí, independientemente de su representación. La prueba se encuentra en la misma analítica trascendental de Kant; la intuición, el sentimiento de placer y el deseo no son conocimiento en cuanto tal, no son conceptos, entonces los ánimos en sí mismos no son representaciones, aunque terminemos representándolos. Sin embargo, hay que anotar que esta parte es delicada, es distinción es problemática, porque también Kant considera a las formas de la intuición como formas de conocimiento a priori, ligadas a la imaginación. Lo mismo podemos decir del sentimiento, que puede ser entendido como un juicio a priori de los sentidos ; así mismo del deseo, que es primariamente una voluntad sin representación conforme a fines. Pero, retrucando, aún en este caso, aceptando que son formas de conocimiento a priori, se puede proponer que estas formas de conocimiento son naturales, que no requieren pasar por una representación racional. Entonces la pregunta sobre la diferenciación se mantiene. La respuesta que podemos dar a esto es hipotética.
Hipótesis:
· La vida misma, en este caso en lo que concierne al funcionamiento del cuerpo humano, supone formas de saber, aunque estos no sean reflexivos.
· Las llamadas facultades superiores del conocimiento son producto de la complejidad biológica humana.
· La diferenciación se produce por esta misma complejidad.
· La prueba de ello se encuentra que cuando desaparece la vida desaparecen también las facultades superiores del conocimiento.
· Esto no quiere decir que no haya una dimensión no reducible a lo natural; esta dimensión existe. La prueba de ello se encuentra en la espontaneidad de la razón.
· Esto se resuelve diciendo que lo sensible produce lo suprasensible, que lo biológico produce la razón como facultad de hace inteligible la experiencia.
Las anteriores hipótesis pueden considerarse proposiciones de prospección en el terreno de lo que llamaremos las condiciones de posibilidad objetivas, suponiendo entonces que las condiciones de posibilidad consideradas por Kant son de carácter subjetivo ; se trata entonces, en este caso, de condiciones de posibilidad subjetivas del conocimiento y de la experiencia humana. ¿Con este traspaso al terreno de las condiciones de posibilidad objetivas no transgredimos los presupuestos fundamentales de la filosofía trascendental? ¿Con esto no estamos suponiendo que accedemos a la cosa en sí, cuando Kant precisamente plantea que la cosa en sí es incognoscible? No decimos que la cosa en sí es cognoscible, sino que proponemos que las condiciones de posibilidad subjetivas suponen, en todo caso, condiciones de posibilidad objetivas. Esta proposición sigue siendo válida aunque las condiciones de posibilidad objetivas sean una representación de las condiciones iniciales existenciales, del soporte material de las condiciones de posibilidad subjetivas. Falta saber si estas condiciones de posibilidad objetivas pueden considerarse de modo trascendental, vale decir, en su sentido puro. El hecho de diferenciar condiciones de posibilidad objetivas y subjetivas, además independientemente de la experiencia, que en este caso adquiere un horizonte mayor, coloca a las condiciones de posibilidad objetivas como puras. Entonces no dejan de ser condiciones de posibilidad trascendentales por más objetivas que se presenten. Forman parte de una analítica trascendental ampliada.
Lo que acabamos de decir tiene consecuencias inmediatas. Hemos identificado a la imaginación y a la facultad de juzgar como facultades mediadoras, como facultades que posibilitan el funcionamiento de todas las otras facultades, como las relativas a la intuición, al entendimiento y al deseo. Sin embargo, la imaginación y el juicio tampoco serían posibles sin una actividad biológica, o mas bien, sin una actividad microbiológica. La inmediatez de la complejidad de las conexiones fisicoquímicas, de los flujos eléctricos, de las transmisiones de los impulsos, de los procesamientos, hace de soporte inmediato de las sensaciones, de las percepciones, las asociaciones, las síntesis. El cerebro y el sistema nervioso humano es capaz de dar forma, sintetizar y unificar, del mismo modo que lo es el sujeto, es decir la estructura elemental de la subjetividad. Son como dos mundos paralelos, uno material y otro intangible; pero ambos representan dos caras de la misma moneda. Las formas son tanto materiales como inmateriales, así como las síntesis y las unidades. La diferenciación que hacemos es analítica, pero esta diferenciación es válida en la medida que se encuentra, a la vez, articulada.
No se trata aquí de resolver semejante problema, el de la relación entre cuerpo y el sistema de las facultades superiores del conocimiento, ni mucho menos el relativo a la relación entre cerebro e imágenes, representaciones, juicios. De lo que se trata es de ampliar el horizonte de las condiciones de posibilidad. Es menester referirse a estas condiciones en toda su complejidad. Así como un efecto de la actividad del cerebro humano es la consciencia, que para Kant es el espacio donde concurre la apercepción, responsable de la unificación de las representaciones, de la certeza del Yo Pienso, así también son efecto del funcionamiento integral del cuerpo la intuición sensible, el entendimiento, la razón. El sujeto y la subjetividad se mueven en un mundo de efectos, son efectos que suponen la compleja actividad de la vida humana. La estructura de estos efectos es la estructura de las facultades superiores del conocimiento. Que se trate de un horizonte de efectos no le quita nada a las conclusiones de la filosofía trascendental, mas bien, la comprensión de estos efectos, la analítica trascendental de la estructura de efectos ilumina acerca de la compleja estructura y actividad del cuerpo humano. La conexión entre ambas estructuras, entre ambos sistemas, garantiza de que podamos conocer, utilizar los conocimientos, aplicarlos, sin mayor peligro a estar completamente errados.
De esta forma, a partir de Kant, no se trata de responder a las preguntas ¿cómo es que se forman las ideas, las representaciones, el conocimiento?, Sino que debemos responder a preguntas de orden epistemológico: ¿cuáles son las condiciones de posibilidad del conocimiento y de la experiencia?, ¿Cómo estas condiciones se realizan en la actividad de las facultades? Ampliar el horizonte de las condiciones de posibilidad no afecta al sistema kanteano, sino que incluso le da una mayor connotación. Desde este horizonte ampliado analizaremos el sistema de las facultades superiores del conocimiento como una arqueología del ánimo.
Las Proposiciones historicopolíticas
¿Qué son las proposiciones historicopolíticas? Forman parte de la facultad de juzgar; pero, ¿por qué históricas y políticas al mismo tiempo? ¿Qué quiere decir esto? ¿Se trata de juicios sobre la historia, sobre la política; juicios que relacionan la historia con la política y la política con la historia? ¿Quiere decir todo esto que no puede haber política sino en la historia, así como no puede haber sino una historia política? Para Kant la historia y la política son territorios que no necesariamente corresponden a dominios, algo así como la legalidad de una Ciencia Política y de una Ciencia Histórica. La condición de Ciencia de estos hipotéticos dominios está cuestionada; ¿qué objetos de la intuición corresponderían a estos dominios? La condición de Ciencia sólo sería legal para el caso de las ciencias naturales, pero también para la matemática, aunque los objetos matemáticos no correspondan a objetos de la experiencia, sino a la intuición pura. Sin embargo, no nos interesa discutir esto, si la matemática es o no-ciencia, si es o no estrecha esta definición de Ciencia. En todo caso la ciencia corresponde al conocimiento, es decir a ese efecto que se produce cuando la intuición se subsume al entendimiento mediante los procedimientos del esquematismo trascendental y la síntesis de los conceptos. Esta relación entre intuición y entendimiento, a pesar de estar mediadas por la imaginación, no terminan de articularse, conjuncionarse, volverse conocimiento empírico sino a través de la práctica da la facultad de juzgar. Lo que interesa es saber qué clase de efectos se producen en estos territorios historicopolíticos cuando se activan las facultades del ánimo, que pueden entenderse también como facultades superiores del conocimiento. Si no es el conocimiento, qué es; si no se definen dominios, qué sujeciones se dan; si no se puede hablar de ciencias, cómo se pueden definir estos campos.
Las proposiciones historicopolíticas son productos de la facultad de juzgar; se dan su lugar, no su legalidad, por medio de transferencias de los esquemas del entendimiento, de las intuiciones sensibles, a los territorios del deseo y la voluntad. Las pretensiones de verdad de estas proposiciones se fundan en estas transferencias, las mismas que si bien no pueden disponer de objetos, los sustituyen por símbolos, por metáforas de objetos, metonimias de procedimientos. Se trata de conformaciones subjetivas acreditadas por el sentido comunitario; estas subjetivaciones corresponden a algo así como a las objetivaciones relativas a la libertad, así como los objetos del entendimiento corresponden a objetivaciones relativas a la naturaleza.
Si no es posible una Ciencia de la Historia, así como tampoco una Ciencia de la Política, son posibles, sin embargo, teorías de la historia y teorías de la política. Si no se puede deducir de la Filosofía Trascendental una Filosofía de la Historia, como tampoco una Filosofía de la Política, tampoco se puede desarrollar una Crítica de la Razón Histórica, como tampoco una Crítica de la Razón Política, pues estas razones no las hay, así como hay una Razón Pura y una Razón Práctica. Respecto a los territorios de la historia y la política, lo que tenemos es el trabajo de la voluntad; vale decir, lo que tenemos es una autoaplicación de la voluntad, entendiendo a ésta como liberta. La historia y la política vendrían a ser territorios donde se manifiesta la libertad; esta manifestación no vendría a ser una racionalidad interna, aunque pueda interpretarse racionalmente. En la historia la libertad humana, es decir, la voluntad colectiva, buscaría la perfección; en tanto que en la política la libertad humana se impondría un orden. La historia y la política estarían más cerca del arte que de la ciencia; las proposiciones historicopolíticas, vale decir, las teorías de la historia y de la política son productos de la facultad de juzgar, no tanto para hacer inteligible la historia y la política, sino para hacer inteligible los propósitos de la voluntad. Por eso afirmamos que las proposiciones historicopolíticas más que producir teorías que logran el conocimiento de periodos históricos y de instituciones políticas, producen formas de autoconocimiento. Este autoconocimiento implica tanto un forjarse y constituirse, como un descubrirse y un buscarse.
Esto no debe interpretarse como un disminuir el valor de las proposiciones historicopolíticas, de las teorías históricas y de las teorías políticas; estas no tienen porque ser menos por no producir una ciencia, un conocimiento como el matemático o el de las ciencias naturales, sino que tienen otra función, no tanto ligada a la experiencia de la exterioridad como a la experiencia de la interioridad. En todo caso, si tenemos que hablar de una intuición respecto a las proposiciones historicopolíticas, está vinculada a la intuición del sentido interior. En este caso, no tenemos propiamente un objeto, sino un subjeto; es decir, una subsunción del sentido interior a la intencionalidad subjetiva, no así a los conceptos del entendimiento. No habría en este caso esquemas sino proyectos, tampoco podemos hablar con propiedad de conceptos sino de fines. La historia y la política son entonces territorios que el ser humano domestica, por así decirlo, en conformidad a los fines que persigue.
¿Se puede conocer la historia y la política? La historia no es un objeto, ni un campo de objetos de la intuición; tampoco la política. La historia es la temporalidad donde se reconoce el sujeto se reconoce como sujeto de la acción. A través de la historia él puede reconocer lo que él es, sobre todo en tanto una voluntad que se aplica sobre sí misma, es decir, en tanto libertad. Este autoconocimiento le permite comprenderse en la historia; pero, la historia por sí misma no es ningún objeto de conocimiento. La historia se hace comprensible en la medida que se hacen evidentes en ella los fines que se propone la colectividad humana. Estos fines pueden ser latentes o establecidos, inconscientes o conscientes, confusos o claros, pero son los que dan sentido a los hechos sociales y a las acciones humanas. Con relación a estos límites el historiador propone un conjunto de hipótesis de interpretación, que le permiten no solo definir una serie, construir un encadenamiento, sino también explicar un lapso histórico. Pero estos fines son ideales; estos fines sintetizan propósitos y proyectos sociales. No pueden ser objetivos, tampoco objetos de la intuición, son representaciones relativas a la voluntad. En el ejercicio de sus plenas funciones, de todas sus capacidades, en cuanto se ponen en práctica en las acciones sociales, la colectividad hace uso de la facultad de juzgar, transfiriendo representaciones del entendimiento a requerimientos de la voluntad.
En este sentido la historia es un invento; también la política lo es. Los productos de la voluntad en el ámbito político son las instituciones; en ellas la voluntad adquiere, por así decirlo, una materialidad. En política las instituciones son medios para conseguir determinados fines, pero también pueden ser entendidas como finalidades mismas. Llegar a institucionalizar los comportamientos y las conductas es un objetivo social, que hace comprensible el mapa institucional de una nación.
La pregunta en alemán es Was ist Aufklärung? Esta pregunta puede traducirse de distintas formas asumiendo sus distintas connotaciones: ¿Qué es la ilustración?, ¿qué es el iluminismo?, ¿qué es el esclarecimiento? O de un modo más directo cuya referencia es histórica: ¿Qué significa el siglo de las luces? Esta pregunta atraviesa la modernidad; puede significar también preguntarse sobre la modernidad: ¿Qué es la modernidad? Aunque esta pregunta tenga una connotación más amplia. Sin embargo, a pesar de estas disquisiciones descriptivas sobre las condiciones de la pregunta en cuestión, la misma no queda agotada, pues son posibles otras consecuencias; por ejemplo, una de ellas es aquella que se pregunta sobre la experiencia del iluminismo en tanto éste connota la iluminación y exige un tipo de actitud ante la modernidad.
Kant responde a la pregunta que hace el periódico Berlinische Monatschrift en 1784: Was ist Aufklärung? Para Kant la Aufklärung es un momento que exige de nosotros pasar de una etapa, que podemos caracterizar de minoridad, a otra, que podemos caracterizar de mayoridad. La minoridad se caracteriza por una consciencia sumisa, subordinada a la autoridad y a la tradición, en tanto que la mayoridad se caracteriza por el uso crítico de la razón. En otras palabras, tiene como única autoridad a la razón. Kant empero diferencia una dimensión privada de una dimensión pública. En tanto que en la dimensión privada nosotros actuamos moralmente de acuerdo a los principios categóricos, en cambio en la dimensión pública actuamos de acuerdo a nuestra capacidad de raciocinio, es decir, hacemos uso de la razón en tanto razón, con el único fin propio de la razón: el especulativo. Razonamos por el placer de razonar. La pregunta sobre el iluminismo entonces se convierte en la pregunta sobre las condiciones de posibilidad de nuestra libertad, del uso de nuestra libertad; en otras palabras, la pregunta se torna sobre la cuestión de nuestra autonomía. ¿Qué actitud tomar ante la posibilidad del traspaso del umbral que divide minoridad de mayoridad? ¿Cuál es la actitud ante un momento presente donde se hace patente esta posibilidad, sobre todo cuando la razón se libera de las ataduras que la convertían en instrumento servil de las creencias, la tradición y la autoridad? Esta actitud no puede ser otra que la de una actitud activa, una predisposición a estructurar nuestra autonomía, si se quiere, aunque parezca redundante, se trata de una disposición abierta a usar libremente nuestra libertad en este proceso que podemos llamar nuestra constitución como sujetos.
La ilustración, el iluminismo, la iluminación, el esclarecimiento, el momento o el lapso, el siglo de las luces, tienen que ver en Kant más con una actitud, con una predisposición del sujeto, la misma que es posible por la relación entre voluntad, razón y libertad. Esto es se trata de acceder a una condición autónoma, a nuestra situación de autonomía, por medio del uso critico de la razón; uso que nos permite constituirnos como sujetos. Entonces, ¿qué es la iluminación?, ¿qué es lo que ilumina? El uso de la razón como única autoridad que hace posible nuestra libertad; la misma que a su vez se convierte en condición de posibilidad de la razón. La razón fundamenta una acción, basada en la voluntad, que hace posible la representación y el uso de la libertad como autonomía; pero, también la libertad en tanto es constituida en las condiciones establece la modernidad como la ilustración, es decir, como consciencia madura, como mayoridad, hace de condición ética indispensable para el libre ejercicio de la razón. Este libre ejercicio de la razón, este uso crítico de la razón, es la que se plantea el problema relativo a los límites dentro de los cuales nos encontramos: límites relativos al conocimiento, límites referidos a nuestras posibilidades prácticas, límites privados atinentes a la moral, límites correspondientes a la experiencia; límites impuestos por la intuición sensible, es decir por nuestra capacidad de recepción. Esta actitud crítica se enfrenta a nuestros límites, no solamente en tanto y en cuanto los mismos son evidenciados por nuestras condiciones de posibilidad, sino también por cuanto esta delimitación es al mismo tiempo descubrimiento de nuestras posibilidades de traspasarlos. Esta experiencia de la iluminación se convierte de este modo en la experiencia de la evanescencia, de la vertiginosidad, de la plasticidad de nuestra propia subjetividad. El ser humano propiamente moderno, el que vive la modernidad a plenitud, no como un visitante, sino como un actor, es el artista, es decir aquel que convierte su propia automodelación en un arte. Entre Kant y Foucault, en lo que respecta a la comprensión de la modernidad, juega un papel mediador Baudelaire, desde la perspectiva testimonial de la vivencia de la modernidad.
En Foucault la crítica de la razón pura es asumida como una crítica del saber y la crítica de la razón práctica es transformada en la crítica de una de las formas del poder que actúa en nosotros como técnicas y procesos de individualización, aquellas técnicas heredadas del diagrama pastoral, que en las sociedades modernas se han de convertir en medios, técnicas e instancias relativas a la gobernabilidad. El Estado moderno habría conjuncionado dos campos de procedimientos distintos relativos a la problemática del poder, uno de ellos tiene que ver con la tradición griega que tiene que ver con la polis, condición material para el ejercicio político, el otro tiene que ver con las tradiciones orientales, propiamente la judaica, que tiene que ver con la relación de uno mismo con el pastor y con la relación de éste con su rebaño. El pastor tiene que ver con el cuidado, la cura, la recuperación del rebaño, tareas posibilitadas por la reunión del rebaño en torno del pastor, tareas que están orientadas a la sumisión individual de las ovejas. La política y el pastoreo se conjuncionan en la conformación del Estado moderno; paradójicamente un diagrama centralizado y un diagrama nómada se articulan para responder a objetivos también paradójicos: el de garantizar la libertad de todos y el de someter individualmente a cada uno.
No es el método trascendental el que usa Foucault, sino un método arqueológico y una interpretación genealógica; sin embargo, si bien no se plantea el problema de las condiciones de posibilidad en su situación pura, es decir, exentas de la experiencia, no dejan de ser retomadas los problemas relativos a las condiciones de posibilidad, aunque pensadas en su propia historicidad. Por eso Foucault habla de condiciones de posibilidad históricas, de a priori históricos. Estos son los cuadros y los diagramas, estos son los estratos y las estrategias, estas son las formaciones históricas del saber y del poder. La síntesis no se da como juicios sintéticos a priori, como sinopsis sensible, como síntesis de la imaginación, como esquematismo trascendental, como conceptos puros o como ideas, sino las síntesis se dan en su propia materialidad concreta como instituciones, entendidos como agenciamientos concretos de poder y de saber.
¿Qué se entiende por un diagrama de fuerzas? ¿Por qué el poder puede ser visualizado como un diagrama de fuerzas? ¿Cómo es esta configuración diagramática? Michel Foucault dice que el diagrama es un mapa o mas bien un ámbito donde se combinan un conjunto de mapas. ¿Pero, por qué mapa? Mapa, representación de la tierra o del cielo, de la totalidad o de un pedazo, en forma de una superficie plana[74]. ¿El poder es una representación en forma de una superficie plana o representamos al poder en tanto campo de fuerzas como un mapa? Ciertamente el poder no es un mapa, sino que su distribución de relaciones de fuerzas es mapeada, es comprendida mediante la metáfora de un mapa, que a su vez es una metáfora de la tierra o del cielo. El poder es como un campo de fuerzas que se puede representar en un mapa como si estas fuerzas se moviesen en una superficie plana. Considerar al poder como un mapa de fuerzas en el campo social tiene sus ventajas, en tanto consigue reunir en una forma espacial, una configuración, una multiplicidad de singularidades en devenir, en constante movimiento y ebullición, redefiniendo agrupamientos, distanciamientos, alianzas y estrategias. Pero tiene sus problemas. ¿El poder es una representación, como un mapa o representamos al poder configurando mapas? No es que tengamos que detenernos en estas apreciaciones puntillosas, tampoco Foucault se detiene en estas disquisiciones, más aún, no las considera. Utiliza directamente este medio representativo, que es un mapa, para referirse al poder, comprendido como relaciones de fuerza. Pero si hablamos del poder en tanto que afuera, exterior y formas de exterioridad, extensiones correlativas a la transversalidad de los agenciamientos concretos de poder, debemos preguntarnos si estas instancias correlativas a los espaciamientos del poder se adecuan a la representación que permite el mapa.
Deleuze, interpretando a Foucault, califica de cartográfico este procedimiento metodológico. Evidentemente se hace uso de una geografía de las fuerzas en Foucault, pero no se hace este uso desde una perspectiva descriptiva sino mas bien todo uso descriptivo se subsume a una genealogía del poder, es decir, a un análisis del presente a partir de una mirada retrospectiva del pasado. Puede ser o no un medio adecuado el mapa como representación; sin embargo, este no es el problema fundamental. Quizás el eje del análisis genealógico se construya cuando se piensa el poder como una máquina abstracta, que da formas concretas, orientadas según estrategias, a lo informal, máquina que atribuye funciones a lo disfuncional. Pero no se trata de una maquina cualquiera, sino de una megamáquina social, constituida por una multiplicidad de máquinas sociales y técnicas. Megamáquina y maquinas que no se presentan de modo inalterable, en tanto instrumentos inmodificables, sino que se trata de usos estratégicos de los cuerpos que muestran mas bien su plasticidad. El poder es entonces entendido como una máquina abstracta y como máquina concreta; esto último en cuanto asume una especificidad histórica, aquello de máquina abstracta en tanto una forma concreta puede proyectarse moviéndose transversalmente en el espacio social. Esto ocurre con la forma del panoptismo estructurado en la arquitectura de la prisión, cuando esta forma de administración de luz hace de la iluminación una perspectiva de control, acontecimiento apto para la expansión de las técnicas disciplinarias.
¿En qué nos ayuda a comprender mejor el poder la metáfora del diagrama? El poder es entendido como una relación de fuerzas; entonces se trata de un campo de relaciones de fuerza que se distribuyen según sus estrategias. Estas distribuciones y redistribuciones, sus agrupamientos, son ordenadas según las estrategias que persiguen los diagramas que se conforman.
Hay que castigar de otro modo: Deshacer ese enfrentamiento físico del soberano con el condenado; desenlazar ese cuerpo a cuerpo que se desarrolla entre la venganza del príncipe y la cólera contenida del cuerpo, por intermedio del ajusticiado y el verdugo[75].
A fines del siglo XVIII se nota una disminución de los crímenes de sangre y, de manera general, lo mismo ocurre con las agresiones físicas; los delitos contra la propiedad reemplazan a los crímenes violentos. La delincuencia difusa ocasional, pero frecuente de las clases más pobres se encuentra sustituida por una delincuencia limitada y hábil[76]. Con esto la organización interna de la delincuencia se modifica. Para esto contribuyen un conjunto de factores: crecimiento demográfico, un cambio en el perfil de las presiones económicas, una elevación general del nivel de vida, una ampliación de la riqueza y sus propiedades; todo esto deriva en la exigencia de una mayor seguridad.
Ante esta proliferación de los ilegalismos menores los reformadores critican una mala economía del poder. De lo que se trata es de controlar el conjunto de ilegalismos antes tolerados. No son tanto, o únicamente, los privilegios de la justicia, su arbitrariedad, su arrogancia arcaica, sus derechos sin control, los criticados; sino más bien la mezcla de sus debilidades y sus excesos, de sus exageraciones y lagunas, y sobre todo el principio mismo de esta mezcla, el sobrepoder monárquico[77]. La reforma del derecho criminal corresponde a una estrategia para el reacondicionamiento del poder de castigar, de acuerdo a unas modalidades que lo hacen más regular; en este sentido, más eficaz y detallado en sus consecuencias. Se trata de lograr que aumenten los efectos disminuyendo al mismo tiempo su costo económico y su costo político.
La coyuntura que vio nacer a la reforma no es, por lo tanto, la de una nueva sensibilidad, sino la de otra política respecto de los ilegalismos[78]. Comparando con lo que ocurría bajo el Antiguo Régimen, donde los distintos estratos sociales tenían cada cual su margen de ilegalismo tolerado, bajo la República esta tolerancia se hace imposible y los ilegalismos insoportables. Desde esta perspectiva se puede decir que se desata una crisis de lo que se puede venir en llamar ilegalismo popular. Es pues, necesario controlar y hacer entrar en el código todas estas prácticas ilícitas[79]. Para esto es preciso que las infracciones estén bien definidas y en este sentido obtengan su seguro castigo.
La semiótica del castigo reposa sobre cinco reglas mayores:
1. Regla de la cantidad mínima. Esto es oponer el crimen una desventaja un poco mayor.
2. Regla de la idealidad suficiente. La idea de que siempre espera una pena después de un delito.
3. Regla de los efectos laterales. Buscar los efectos del castigo sobre todo en los que no lo han cometido.
4. Regla de la certidumbre absoluta. Vinculo necesario entre delito y castigo.
5. Regla de la verdad común. Rechazo de la tortura y la búsqueda de una demostración completa.
6. Regla de la especificación óptima. Calificación de todas las infracciones, cubrir todo su campo.
En el punto de partida se puede colocar, por lo tanto, el proyecto político de la exacta división en zonas y rastrillado de los ilegalismos, el de generalizar la función punitiva y el de delimitar, para controlarlo, el poder de castigar[80]. De aquí se desprenden dos líneas de objetivación del delito y del delincuente. Por una parte el delincuente es designado como el enemigo común, por otra se desarrolla la necesidad de medir en lo que respecta a la disposición de un conjunto de tácticas, relativas a la intervención sobre los criminales, actuales o eventuales, a la organización de un campo de prevención, el cálculo de los intereses, la puesta en circulación de representaciones y de signos, la constitución de un horizonte de certidumbre y de verdad, la adecuación de las penas a variables cada vez más finas.
El arte de castigar debe apoyarse, por lo tanto en toda una tecnología de la representación. La empresa no puede lograrse más que si se inscribe en una mecánica natural[81]. Se trata de montar todo una textura de signos-obstáculos que busquen inhibir la posibilidad de la infracción. Pero, como no se trata en este caso de la venganza del príncipe ni nada relativo a las marcas-vindicta orquestadas por los antiguos suplicios, para que estos signos-obstáculos funcionen bien deben cumplir con ciertas condiciones.
1. Ser lo menos arbitrarios posible.
2. Este juego de signos debe apoyarse en los mecanismos de las fuerzas.
3. Utilidad por consiguiente de una modulación temporal.
4. Por parte del condenado, la pena es un mecanismo de signos, de los intereses y de la duración.
5. De donde toda una economía docta de la publicidad.
6. Entonces podrá invertirse en la sociedad el tradicional discurso del delito.
El gran libro del hombre-máquina ha sido escrito simultáneamente sobre dos registros: el anatomo-metafísico, del que Descartes había compuesto las primeras páginas y que los médicos y filósofos continuaron, y el técnico-político, que estuvo constituido por todo un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios, y de procedimientos empíricos y reflexivos para controlar o corregir las operaciones del cuerpo[82]. No es la primera vez que una sociedad se preocupa de modo apremiante; sin embargo, hay cosas nuevas en las técnicas implementadas:
1. La escala del control.
2. El objeto de control.
3. La modalidad.
A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se pueden llamar las disciplinas[83]. Se ha dado comienzo a lo que podemos denominar como anatomía política, que puede también entenderse como una mecánica del poder. La disciplina es una anatomía política del detalle. Una observación minuciosa del detalle, y a la vez una consideración política de estas pequeñas cosas, para el control y la utilización de los hombres, se abren paso a través de la época clásica, llevando consigo todo un conjunto de técnicas, todo un corpus de procedimientos y de saber, de descripciones, de recetas y de datos. Y de estas fruslerías, sin duda, ha nacido el hombre del humanismo moderno[84].
La disciplina se ocupa sobre todo de la distribución de los individuos en el espacio. Con este objeto se emplean varias técnicas.
1. La clausura. Es decir la especificación de un lugar heterogéneo cerrado sobre sí mismo.
2. La clausura no es constante. Se dibuja un espacio de un modo flexible y de una manera más fina.
3. La regla de los emplazamientos funcionales. Creación de un espacio útil.
4. La intercambiabilidad de los elementos. En otras palabras, esto se sintetiza en el rango.
Esta organización de celdas, de lugares y rangos, corresponde a la realización de la disciplina en espacios complejos; es decir, a la vez, arquitectónicos, funcionales y jerárquicos. Simultáneamente fijan y permiten la circulación, recortan segmentos individuales e instauran relaciones operatorias, marcan lugares e indican valores, garantizan la obediencia de los individuos y de este modo despliegan una mejor economía del tiempo y de los gestos.
El control de la actividad
Para efectos de ejercer un control sobre la actividad corporal se utilizan otras técnicas.
1. El empleo del tiempo.
2. La elaboración temporal del acto.
3. Establecimiento de la correlación entre cuerpo y gesto.
4. La articulación cuerpo-objeto.
5. La utilización exhaustiva.
La organización de las génesis
Las disciplinas, que analizan el espacio, que descomponen y recomponen las actividades, deben ser también comprendidas como aparatos para sumar y capitalizar el tiempo[85]. Para el logro de esto se emplean cuatro procedimientos.
1. Dividir la duración en segmentos. Cada lapso temporal debe llegar a un término especificado, además de ser susceptible de subdividirse.
2. Organización de un esquema analítico. Es decir, el logro de una descomposición en elementos lo más simple posibles que, sin embargo, permiten una combinación en una complejidad organizacional creciente.
3. Finalización de los segmentos temporales. Fijarles un término que pasa por una prueba, la que tiene una triple función: indicar el nivel estatutario, garantizar la conformidad del aprendizaje con los demás y individualizar las dotes de cada cual.
4. Disponer series de series. Es decir formar un cuadro móvil de estratos diferenciados.
Los procedimientos disciplinarios hacen aparecer un tiempo lineal cuyos momentos se integran unos a otros, y que se orienta hacia un punto terminal estable. En suma un tiempo evolutivo. Al respecto, debemos recordar que las técnicas administrativas y económicas hacen aparecen un tiempo social de tipo serial, orientado y acumulativo, esto es, el descubrimiento de una evolución representada como progreso. Simultáneamente las técnicas disciplinarias hacen emerger series individuales, esto es, el descubrimiento de una evolución en términos de génesis. En todo caso, el pequeño continuo temporal de la individualidad-génesis parece muy bien ser, como la individualidad-célula o la individualidad-organismo, un efecto y objeto de la disciplina.
La composición de las fuerzas
Así aparece una exigencia nueva a la cual debe responder la disciplina: construir una máquina cuyo efecto se llevará al máximo por articulación concertada de las piezas elementales de que está compuesta. La disciplina no es ya simplemente un arte de distribuir cuerpos, de extraer de ellos y acumular tiempo, sino de componer unas fuerzas para obtener un aparato eficaz[86]. Esta composición de un aparato social se expresa de distintos modos.
1. Disponibilidad del cuerpo ha ser colocado, movido y articulado de distintas maneras.
2. Formación de un tiempo compuesto.
3. Establecimiento de un sistema preciso de mando.
La disciplina produce cuatro tipos de individualidad o, si se quiere, produce una individualidad dotada de cuatro características: es celular, es orgánica, es genética y es combinatoria. Para tal efecto utiliza cuatro grandes técnicas: construye cuadros, prescribe maniobras, impone ejercicios y para garantizar la combinatoria de fuerzas dispone de tácticas.
El éxito del poder disciplinario se debe sin duda al uso de instrumentos simples: inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en un procedimiento que le es específico: el examen[87].
Se trata de un conjunto de ejercicios que ponen en juego la mirada, la misma que se convierte en un aparato complejo que produce efectos de poder y hace visible a aquellos en los cuales se aplica la vigilancia.
La sanción normalizadora se caracteriza por el empleo del castigo subordinado a una función de normalización. Las formas de este empleo son las siguientes:
1. Las disciplinas establecen una infrapenalidad.
2. La disciplina lleva consigo una manera específica de castigar. Aquí el castigo forma parte de un régimen disciplinario que supone una doble referencia jurídico-natural.
3. El castigo debe ser correctivo.
4. El castigo disciplinario forma parte de un sistema doble: gratificación-sanción.
5. La distribución según rangos o grados.
Lo normal se establece como principio de coerción en la enseñanza con la instauración de una educación estandarizada y el establecimiento de las escuelas normales; se establece en el esfuerzo de organizar un cuerpo médico y un encuadramiento hospitalario de la nación capaces de hacer funcionar una normas generales de salubridad; se establece en la regularización de los procedimientos y de los productos industriales[88].
El examen combina las técnicas de la sanción normalizadora dando lugar a una vigilancia que permite califica, clasificar y castigar. Establece sobre los individuos una visibilidad que los atraviesa, la misma que los diferencia y sanciona.
El examen correlaciona saber y poder dentro de un mecanismo peculiar.
1. El examen invierte la economía de la visibilidad en el ejercicio del poder.
2. El examen hace entrar también la individualidad en un campo documental.
3. El examen rodeado de todas sus técnicas documentales hace de cada individuo un caso.
De Kant a Foucault
Entre Immanoel Kant y Michel Foucault ha corrido mucha agua bajo el puente, como quien dice; no se trata solamente de los dos siglos que habrían pasado, sino de la distancia que se desplaza a lo largo de la experiencia de la modernidad, cuya expresión lucida es la ilustración. Hay quienes han creído entrever ciertas afinidades entre Kant y Foucault, por ejemplo, en lo relativo a la concepción de saber, comprendido a partir de las condiciones de posibilidad de la decibilidad y de la visibilidad. Ciertamente esta analogía existe, pero, en este caso más se debe a una deuda de Foucault a Kant. Por otra parte, la hipótesis de la espontaneidad del discurso y la receptividad de lo visible es más una paráfrasis a la tesis kanteana de la espontaneidad del entendimiento y la receptividad de la intuición. Tesis clara, en cambio la hipótesis de Foucault es confusa; no se la entendería si no fuese por la recurrencia que hacemos a la Crítica de la Razón Pura. Obviamente lo parece separar a la epistemología crítica de Foucault y a la filosofía crítica de Kant es la relación que mantiene el pensador francés con Nietzsche. La crítica de Nietzsche a Kant sería el abismo que separa ambas corrientes críticas. Pero es precisamente la crítica nietzscheana la que tiene que ser evaluada. Es esta evaluación la que nos ocupara ahora, evaluación que se hará a partir de la herencia nietzscheana de Foucault.
Nietzsche considera al conocimiento como una invención; para Kant no es que el conocimiento, en tanto representación de la naturaleza, sea una invención, sino que tiene límites; éstos están definidos por la intuición. El entendimiento sin intuición es vacío. Para Kant la razón pura es una ilusión. La dialéctica trascendental trata de esta ilusión de la razón especulativa. Es más el conocimiento es uno de los efectos de las facultades humanas, arraigadas en las facultades del ánimo. Otros efectos de importancia son el arte y la moral. A partir de la exposición de la Critica de la Facultad de Juzgar no se puede deducir que el conocimiento sea superior al arte y a la moral. Sólo se lo puede comprender en tanto y en cuanto es un producto peculiar de la subsunción de la intuición al entendimiento. Hay otras formas de subsunción que dan lugar a la estética, al gusto, a las distintas formas culturales. Es posible apreciar la fuerza de la crítica de Nietzsche en tanto se enfrenta al dogmatismo racionalista; pero, no podemos endilgarle a Kant semejante inclinación. Todo lo contrario; Kant nos abre con sus críticas a los horizontes relativos de la finitud.
Sin embargo hay algo que separa a la tradición filosófica que inaugura Kant y que en parte la hereda, hablando de la filosofía de la ilustración; esto que diferencia a la fundamentación metafísica, a la crítica de la ontología y a la epistemología de la crítica de la filosofía, la crítica del conocimiento y la crítica de los saberes es la cuestión del poder. Se podría decir que Nietzsche y Foucault consideran al poder como la condición de posibilidad del conocimiento, incluso de la experiencia. El poder en tanto relación de fuerza da lugar al conocimiento, orienta una experiencia y constituye sujetos. No hay un sujeto de conocimiento sino que determinadas prácticas del poder termina constituyendo sujetos; prácticas del poder que también producen conocimiento como efectos de la dominación. El sujeto no puede constituirse en la condición de posibilidad del conocimiento y la experiencia; este sujeto es mas bien un producto de condiciones de posibilidad históricas exteriores a él; este sujeto es el espesor de prácticas políticas. En Foucault estas prácticas políticas corresponden a agenciamientos concretos de poder (instituciones), los cuales se conforman en el horizonte de las máquinas abstractas de poder, es decir, de los diagramas de fuerza. Ahora bien estos diagramas no son el punto cero del análisis foucaultiano, son condiciones de posibilidad históricas, forman parte de complejas formaciones históricas donde se establece la correspondencia entre saber y poder, pero no pueden entenderse como condiciones de posibilidad trascendentales. Los diagramas de poder están ahí para vencer resistencias, porque hay resistencias que vencer. Las resistencias en estado puro son salvajes. El conjunto de las resistencias se halla inscrito en el cuerpo. El cuerpo es la guarida de las resistencias, pero también es el objeto del poder, la materia que el poder tiene que domesticar. El cuerpo entonces aparece como una condición de posibilidad más originaria; el cuerpo es vida.
¿Hay una distancia muy grande entre Foucault y Kant? ¿Acaso Kant no establece las facultades superiores del conocimiento en las facultades del ánimo? ; ¿acaso no se convierte la facultad de juzgar en la primordial facultad por res responsable de la actividad integrada de las demás facultades? ; ¿no es precisamente esta facultad la que tiene su raíz en el sentimiento de placer y displacer? Por otra parte, ¿no es el cuerpo la morada de los ánimos, las pasiones, los sentimientos, la voluntad? Creemos entrever aquí un malentendido. Nietzsche tiene una lectura de la obra de Kant, probablemente influenciada por el ambiente neokantiano de la filosofía académica; pero, esta corriente interpretativa, racionalista y logicista, no es precisamente la más apropiada para desarrollar una interpretación integral de Kant, por lo menos en lo que respecta a la articulación de las tres críticas.
No se trata tampoco de acercar la filosofía crítica de Kant a la crítica de los saberes y el poder de Foucault, sino de hacer el seguimiento de las tradiciones de la crítica, inauguradas con la ilustración; se trata de hacer una genealogía de la crítica. ¿Qué es la crítica entonces? La crítica es encontrar las condiciones y los límites de la actividad de las facultades humanas. Esta tarea es inaugurada por Kant y repetida por Foucault, aunque no haya acuerdo sobre las condiciones y sobre los límites. Cuando Kant se pregunta sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento y la experiencia sale, por así decirlo, del ámbito de la experiencia y el conocimiento para encontrar el origen de los mismos; este origen se encuentra en la estructura de la subjetividad, en el conjunto de las facultades humanas; encuentra la pureza de estas condiciones en su carácter trascendental. Foucault tampoco considera las condiciones de posibilidad del saber en el saber mismo, sino fuera; estas condiciones de posibilidad son históricas y materiales; son históricas porque se dan en formaciones históricas determinadas, son materiales si entendemos por materialidad el campo de intensidad de las relaciones de fuerza. No queremos decir con esto que Kant y Foucault dicen lo mismo, incluso puede ocurrir todo lo contrario; lo que es análogo, lo que se preserva, se acumula y evolucionada de una manera sofisticada es la crítica, entendiéndola como un método de análisis, como una deconstrucción; en este caso de las formas de conocimiento y de la experiencia. Lo que se mantiene es la crítica como forma reflexiva, como búsqueda de los límites y los puntos críticos; método que se enfrenta a la crisis, que asume la crisis como posibilidad, que encuentra la crisis en el núcleo del conocimiento mismo.
¿Qué es el conocimiento? La relación entre intuición y entendimiento; esta relación no es una relación pacifica; es una lucha entre distintas facultades. Cuando el entendimiento vence, subsume a la intuición, se da lugar el conocimiento; este es la síntesis intelectiva de las sensaciones. Pero esta síntesis no se logra sino dando forma a lo diverso, sintetizando lo múltiple, uniendo lo disperso. Por lo tanto la síntesis es un acto de dominación. El conocimiento no solamente responde a la representación unificada de los fenómenos, sino que parte de condiciones de posibilidad que no conoce; el conocimiento pone en juego su propia subjetividad, no solamente relativas a la sensibilidad, sino también al sentimiento y al deseo. ¿No es esta apreciación análoga a la de Nietzsche? El conocimiento entra en crisis con su propia capacidad de conocer, con su propia actividad y con sus propios límites. La crítica del conocimiento es como la consciencia de la crisis. En Kant la exposición del problema es mesurada, dubitativa, analítica y exhaustiva; en cambio en Nietzsche la exposición es intempestiva, hecha de modo aforístico y resuelto. La diferencia entonces estriba en los estilos de exposición, no tanto en el sentido del problema. Ahora bien, el problema es prácticamente el mismo, aunque interpretado de diferente manera. Son tres aspectos los que tienen que ser evaluados: el estilo, la interpretación y el problema. La diferencia estriba en los dos primeros, no en el último.
Esta distancia y proximidad no hace que Kant y Nietzsche compartan la misma inquietud, tampoco una continuidad filosófica. En este aspecto la diferencia es grande; lo sugerente es que ambos sean dos expresiones de la crítica más que de la filosofía misma. Es posible que Kant no haya abandonado los horizontes de la metafísica, ¿lo ha hecho Nietzsche? En cambio la crítica epistemológica de Foucault parece haberlo hecho, pues plantea el problema desde la agitación de las empiricidades.
De la Verdad y las Formas Jurídicas
Michel Foucault habla de prácticas constitutivas de los sujetos, prácticas que suponen tecnologías y relaciones. Estas relaciones pueden reducirse, a pesar de su variedad a las relaciones de poder. El sujeto viene a ser un plegamiento de las relaciones de poder; más o menos esto: el sujeto guarda la historia política, se constituye a partir de esta temporalidad del poder. ¿Pero, qué es el poder? La concepción del poder de Foucault aparece en dos formas, como máquina abstracta, es decir, como diagrama de poder, y como agenciamiento concreto de poder, es decir, como instituciones. Pero hay una historicidad del poder; el poder no es el mismo en las distintas etapas de las diferentes sociedades. En lo que respecta a la llamada civilización occidental, Foucault encuentra una modificación profunda en los mecanismos del poder cuando se ingresa a la era moderna, particularmente cuando se inventan agenciamientos concretos de poder que secuestran a los individuos y los someten a un control riguroso de efectos polimorfos. La máquina abstracta de este poder que corresponde a la forma social capitalista es vista como un gran panoptismo, es decir como un gigantesco campo visual o, mas bien, un gigantesco campo de espacios definidos de visualización y de control. No podría entenderse la emergencia y el despliegue de la sociedad capitalista sin la conformación de toda una arquitectura panóptica. La condición de posibilidad histórica del capitalismo, es decir, de una estrategia encargada de absorber tiempo de trabajo socialmente necesario, es pues este panoptismo.
Desde este punto de vista no puede comprenderse al poder como una superestructura de la base económica, al modo marxista, sino como la causa inmanente del excedente capitalista, es decir el plusvalor. La posibilidad de encerrar los cuerpos, de someterlos a una disciplina del trabajo, de domesticarlos en función de los fines de la producción, de controlar sus tiempos, produce los efectos de la acumulación de capital: absorber tiempo de trabajo, convertir esta absorción en fuerza de producción, hacer que esto se recicle en el mercado. Esta posibilidad se encuentra empíricamente en los agenciamientos concretos de poder, que para el caso son las fábricas, pero también son las otras arquitecturas del encierro, como son los hospitales, los cuarteles, las escuelas, los internados, basados en el modelo de la prisión. Ocurre que estos procedimientos, relativos al disciplinamiento de los cuerpos, ocasionan también un efecto que llama Foucault epistemológico; la apropiación de los saberes latentes que se encuentran en la distribución de los cuerpos, secuestrados al interior de esta arquitectura panóptica. Las llamadas ciencias humanas son el resultado de una minuciosa observación, documentación y diagnóstico del sometimiento de estos cuerpos a las prácticas disciplinarias. No sólo se benefician los patronos de este sistema de explotación de la fuerza de trabajo, sino también los administradores de estas instituciones, así como también los intelectuales profesionales, como los médicos, los psiquiatras, los economistas. Esta absorción intelectual se plasma en teorías, que es otro modo de acumulación, no de trabajo no pagado sino de experiencia no retribuida. Se da pues una correspondencia compleja no sólo entre saber y poder, sino entre saber, poder y economía; en un contexto más amplio entre saber, poder y forma social. Al respecto, no podemos olvidar que el saber de las ciencias humanas ha de ser aplicado en el ámbito de la producción, de salud, de la educación, como técnicas sociales renovadas, que terminan reforzando los mecanismos de poder.
El poder también es la causa inmanente del saber. El saber actualiza las formas de poder en las formas de expresión.
Cuando Foucault dice que se ocupa de enunciados y no de autores parece trazar una frontera, mejor dicho un umbral que habría atravesado; esta frontera es la que separaría la ilustración de la crítica de la ilustración, que corresponde, más o menos, a una crítica de la crítica. Lo esencial de la disposición epistemológica de Foucault es que no hay sujeto de conocimiento. El enunciado es una función primitiva que se forma como una curva que articula singularidades, dando lugar a sus derivaciones en términos de sujetos, conceptos y objetos. Dada esta irrupción del otro lado del umbral, irrupción que remueve los cimientos de la epistemología de la ilustración, a esta altura del análisis del discurso y de la arqueología del saber, debemos preguntarnos retrospectivamente: ¿Había un sujeto del conocimiento en Kant? No se trata de hacer una lectura forzada, desde el punto de vista de nuestras preocupaciones, sino de interpretar a Kant a la luz del debate contemporáneo. Con este propósito y en el ánimo no sólo de entender a Kant, sino de comprender a Foucault, nos atrevemos a usar una hipótesis interpretativa.
Hipótesis:
Partiendo de que la imaginación trascendental y la facultad de juzgar son las condiciones de posibilidad originarias, condiciones de posibilidad de otras condiciones de posibilidad, como la intuición y el entendimiento, la misma estructura subjetiva y de la subjetividad, que constituyen las facultades humanas, tanto las relativas a las facultades superiores del conocimiento y a las facultades del ánimo, es una estructura constituida por la imaginación y el juicio en el horizonte de la experiencia.
La sinopsis de la intuición, la síntesis de la imaginación y la unidad intelectiva del entendimiento no pueden entenderse sino como subsunciones de la diversidad presentativa de la experiencia. ¿Es esto o no el enunciado de Foucault? Una curva que reúna singularidades. ¿Hemos salido del horizonte de la ilustración o vislumbramos este horizonte no en su alborada sino en su crepúsculo? La teoría del enunciado de Foucault, desplegada a través de exhaustivas y imaginativas investigaciones, por lo tanto a partir de un trabajo de archivo, de fuentes y de empiricidades, que pueden envidiar otras investigaciones descriptivas, no ha resuelto el problema heredado de Kant: ¿Cómo se forman los conceptos?, Que puede preguntarse ahora en el sentido de ¿cómo se forman los enunciados? Dejando a un lado la compleja descripción de las formaciones discursivas y de las formaciones institucionales por parte de Foucault, concentrándonos en sus conclusiones teóricas, vemos que la respuesta sigue siendo la de Kant: la síntesis. Se conforme esta síntesis de modo arqueológico, por sedimentaciones y estratificaciones, suponiendo además los diagramas de poder, que establecen una genealogía de las instituciones, no deja de ser una síntesis, aunque ahora esté entendida de un modo histórico; es decir, comprendiendo que la síntesis pertenece a una formación histórica. Vista de un modo amplio la síntesis kanteana no deja de pertenecer a una formación histórica, aunque en Kant no esté explícito esto; la síntesis que supone el esquematismo trascendental pertenece a la formación histórica de la ilustración. El enunciado aunque se constituya por medio de una dispersión, se constituye a partir de una regularidad rigurosa: repetición de las mismas condiciones en el que fue emitido. El enunciado no deja de ser una síntesis, además se remite a las reglas de correspondencia y al hacerlo replantea el problema del esquematismo, aunque lo haga de otra forma.
Cuando Foucault habla de enunciado como acontecimiento discursivo alude a un afuera y a una exterioridad; este afuera es el ámbito de las resistencias y esta exterioridad se remite a los diagramas del poder. El pensamiento viene a ser el pensamiento del afuera; no se remite a un sujeto de conocimiento. Este parece ser el argumento que distancia a Foucault de la filosofía de la ilustración: No es posible reducir el pensamiento a la apercepción de la consciencia; lo que en Kant resulta ser una tesis direccional en la Critica de la Razón Pura; por lo menos en lo que respecta a la segunda edición. Sin embargo, no podemos olvidar que la consciencia se diluye, por así decirlo, en la intuición, en el placer y en el deseo; cosa que también se encuentra elucidado en las tres críticas. Podemos decir, interpretando contemporáneamente, que en Kant el sujeto es un dispositivo de facultades del ánimo y del conocimiento; por este camino termina siendo también una disposición de las facultades. Aunque Kant no se ocupe de las distintas posiciones del sujeto, no postule la tesis de la función derivada del sujeto, el sujeto aparece como el ámbito interno de las condiciones de posibilidad, las mismas que, al mismo tiempo, posibilitan la eficacia del sujeto. El sujeto no deja de ser un efecto del accionar de las facultades humanas. Es esta analogía en cuanto a la implicación epistemológica de la diseminación del sujeto lo que mas bien aproximan a la crítica de la razón y a la crítica epistemológica, vale decir al filósofo de la ilustración y al crítico de la epistemología, a Kant y a Foucault.
Antes de seguir, tenemos que aclarar que, aunque nombremos autores, no nos ocupamos de autores; nos interesa, como a Foucault, los enunciados. La problemática entonces para nosotros se plantea del siguiente modo: ¿La formación enunciativa de la ilustración ha desaparecido o perdura en los nuevos discursos? Foucault nos descubre la episteme moderna, vale decir, la formación histórica del saber que retoma el iluminismo como expresión del progreso. Pero, Foucault mismo es muy cauto al presentarnos a la Filosofía de Kant al mismo tiempo como crítica y dualista, como propuesta de formalización y como antropología. Kant crea una distancia respecto de su tiempo al preguntarse sobre las condiciones de posibilidad del conocimiento y la experiencia, Foucault se distancia de su tiempo al desplegar una mirada retrospectiva para entender el presente. La postura de ambos es crítica. Ahora bien, la crítica es el reconocimiento de una crisis; Kant criticaba al dogmatismo racionalista y al escepticismo empirista, imperantes en su época, Foucault, de modo distinto, critica la herencia de la racionalización, instrumentalización e institucionalización en los hábitos intelectuales de nuestro tiempo. Racionalización, instrumentalización e institucionalización que no son responsabilidad de la crítica de Kant, sino de los que llamaremos el oscurantismo escondido en la ilustración; oscurantismo del que no han escapado los intérpretes de Kant. Esto es precisamente lo que queremos demostrar.
Kant recorre un camino de ida, Foucault un camino de vuelta, pero, ambos para escapar al determinismo de su tiempo. La tesis es entonces, estos pensadores, precisamente porque se colocan en perspectivas distintas estructuran su pensamiento en el substrato de la diferencia. Para Kant la razón es la diferencia, para Foucault la diferencia constituye al pensamiento. ¿No habrá Kant inaugurado el pensamiento de la diferencia sin que su época y la que le sigue sea haya percatado de este acontecimiento intelectual?
Ciertamente se pueden encontrar argumentos en contra de lo que decimos, como por ejemplo, que Kant comprendió la ilustración como paso a la madurez, que significaba hacer uso crítico de la razón. ¿No es este un optimismo desenvuelto, una credibilidad en las perspectivas de la razón? Es verdad, pero tampoco puede ser descontextuada la proposición anterior de la vinculación entre razón pura y razón práctica, mediante la facultad de juzgar; el uso crítico de la razón es posible porque es posible la libertad, entendida como la aplicación de la voluntad sobre sí misma; en otras palabras, entendida como satisfacción del deseo mediante el cumplimiento de determinados fines. La ilustración es iluminismo pleno sólo en cuanto la crítica de la razón, el uso crítico de la razón, la facultad de juzgar, se aplique también a la razón misma; esta es precisamente lo que hace Kant. Por eso Foucault se hace la pregunta parafraseando a Kant: ¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos en el momento presente? Kant se preguntaba: ¿Qué es el hombre? ; Pregunta que resume las otras tres preguntas fundamentales: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? Y ¿qué puedo esperar? No se trata pues de salir de la ilustración, de proclamar su muerte, sino abrirse a todas sus posibilidades, escapando del oscurantismo escondido en ella. La rebelión de los sentidos, si podemos hablar así, que caracteriza a lo que unos califican como postmodernidad, no es una rebelión en contra de la ilustración, sino mas bien, se trata de una rebelión iluminadora. La rebelión es contra el oscurantismo enmascarado como racionalidad instrumental, como técnica. No entendiendo esto como tecnología, tampoco como adecuación práctica de medios a los fines, facilitando el despliegue de las facultades, sino concibiendo la técnica como autonomización de los instrumentos, a tal grado que se imponen pragmáticamente sobre el conjunto de los hábitos y las costumbres, encaminando a la humanidad a la muerte, así como lo ha enunciado Heidegger.
La autonomización de los instrumentos, la técnica aislada de su contexto histórico, generalizada como práctica social, se constituye en tecnologías sociales, es decir, en máquinas de poder. La tesis de Foucault que hace corresponder saber y poder, apunta en contra de un iluminismo y una ilustración débil; no necesariamente en contra de las posibilidades y potencialidades de una ilustración y un iluminismo fuertes.
Para que se nos termine de entender; Kant y Foucault no son lo mismo, ni piensan lo mismo, ni critican lo mismo; Pero es precisamente esta diferencia lo que los acerca. No es esto un sofisma. La analogía radica en la posición crítica, en la toma de posición por la crítica.
Volviendo a la aparente diferencia entre las teorías criticas comentadas, vemos que, el enunciado en Foucault es una multiplicidad, una dispersión, pero lo es en tanto es un acontecimiento que atraviesa como movimiento diagonal de los espacios colaterales, correlativos y complementarios; es decir las formaciones discursivas, las formaciones reflexivas y las formaciones institucionales. El enunciado se constituye primariamente a través de una mirada receptiva, que es trabajada por la espontaneidad del discurso. ¿No se parece esto a la distinción que hace Kant entre receptividad intuitiva y espontaneidad del entendimiento? El enunciado es pues una síntesis arqueológica.
El juego de las representaciones
Lo que está en cuestión es la representación, mejor dicho, la posibilidad de representación. Sobre qué bases creemos que representamos. ¿Las similitudes y las semejanzas? Según Magritte, las similitudes acontecen entre las cosas, en tanto que las semejanzas acontecen en el pensamiento. ¿Para qué algo sea equivalente a lo que imita tiene que ser similar y semejante? ¿Es posible que esto se dé? ¿O lo que ocurre es un juego complejo entre similitudes y semejanzas? Unas veces las similitudes hacen como si fuesen semejanzas, otras las semejanzas hacen como si fuesen similitudes; unas veces las imágenes se comportan como signos, otras los signos se comportan como imágenes. En este como si se da una infinita variedad de posibilidades en un juego que ha dejado de ser de la representación, aunque forma parte del simulacro.
Ninguna representación puede atribuirse que es lo que representa; una representación no es, sólo simula en la distancia tener algo que ver con su referente, al que interpreta o embruja, al que comprende o seduce, de acuerdo a un juego que combina similitudes, semejanzas y diferencias. Por eso, el dibujo de una pipa, nos es una pipa. Éste dibujo no nos sirve para fumar. Tampoco es una pipa el escrito que acompaña en el caligrama al dibujo: esto es una pipa. Porque tampoco lo es. Tanto el dibujo como su descripción escrita no son una pipa. La pipa es otra cosa; no es un cuadro, no es un dibujo, no es su descripción escrita, no lo es el caligrama. La pipa como tal pertenece al mundo de los instrumentos, de los utensilios, de los bienes, de los objetos; es una cosa del mundo de los objetos.
En el comienzo está el caos. El orden puede existir en la línea fronteriza entre la diferencia y la similitud[89]. El hombre sólo es hombre cuando se convierte en hombre, cuando se descubre en oposición a lo inhumano[90]. Esta autoconciencia, si se puede hablar así, que se reconoce como mismiedad, no es la mismiedad del caos o de la nada, que vienen a ser más o menos lo mismo, sino la mismiedad inscrita en el mundo. ¿Escenario? Ámbito de todos los lugares posibles, morada del ser humano, aunque también campo de posibilidades de conflictos diversos, donde lo semejante y lo diverso se enfrentan[91]. Esta puede ser la historia, que a la vez es doble, historia cósmica e historia humana, se desarrollan las fracturas, los intervalos y los momentos críticos. Quizás una fractura primordial se da entre la escritura divina, inscrita en la superficie del mundo, y la escritura finita, es decir, como obra del ser, es decir, escritura historizada que pretende transformar el mundo. Con relación a esta fractura primordial, el poeta se encuentra en el centro de la fisura; en este caso de lo que se trata es de encontrar los escurridizos parentescos de las cosas, sus similitudes dispersas.
¿Hay un mecanismo o una técnica que establezca una correspondencia entre lo visible y lo decible, entre el enunciado y el cuadro? ¿O mas bien, hay un procedimiento que supere esta dicotomía? Foucault encuentra en Magritte[92] este arte; particularmente se ocupa de la pintura de una pipa que viene acompañada por el enunciado que se remite a la representación de la pipa expresando que esto no es una pipa (ceci n’est pas une pipe). La técnica que quiebra el propio quiebre entre el cuadro y el enunciado es el caligrama. Foucault caracteriza al caligrama según las funciones que cumple:
En su tradición milenaria, el caligrama desempeña un triple papel: compensar el alfabeto; repetir sin el recurso de la retórica; coger las cosas en la trama de su doble grafía. Aproxima en primer lugar, lo más cerca posible, el texto y la figura: compone las líneas que delimitan la forma del objeto con las que disponen la sucesión de las letras; aloja los enunciados en el espacio de la figura, y hace decir al texto lo que representa el dibujo. Por un lado, alfabetiza el ideograma, lo puebla de letras discontinuas y hace hablar así al mutismo de las líneas interrumpidas. Pero, a la inversa, reparte la escritura en un espacio que ya no tiene la indiferencia, la abertura y la blancura inertes del papel; le impone distribuirse según las leyes de una forma simultánea. Reduce el fonetismo a no ser, por un instante, más que un rumor gris que completa los contornos de una figura; pero convierte al dibujo en el delgado envoltorio que hay que agujerear para seguir, palabra a palabra, el devanado de su texto intestino[93].
El caligrama es entonces una tautología. Repite dos veces la misma cosa, aunque con palabras diferentes o, si se quiere, dice también dos cosas diferentes con la misma palabra. Estas palabras diferentes o estas cosas diferentes utilizan las letras tanto como elementos del lenguaje y como líneas figurativas. De este modo la cosa se encuentra acorralada por dos flancos, por la escritura y la pintura. La forma visible es atravesada por la escritura, repujadas por las palabras que la afectan desde su interior. Doble trampa en la que ha caído la cosa. Foucault se pregunta: ¿Por dónde escaparían en lo sucesivo el vuelo de los pájaros, la forma transitoria de las flores, la lluvia que chorrea?[94] Sin embargo, Magritte trabaja con un caligrama deshecho; recoge los fragmentos del caligrama roto para armarlo en otra disposición, aunque recupera sus tres funciones, pero para pervertirlas y deformarlas. Acosando con esta táctica las relaciones tradicionales heredadas entre lenguaje e imagen.
Dos principios conformaban la tensión de la pintura clásica; por un lado, separación entre signos lingüísticos y elementos plásticos, por otro, equivalencia entre semejanza y afirmación. De modo diferente Magritte enlaza los signos verbales y los elementos lingüísticos, dejando a un lado los problemas relativos a la isotopía. Soslaya el fondo del discurso afirmativo en el que reposa la semejanza, pero ponen en juego puras similitudes y enunciados verbales no afirmativos[95]. Esta puesta en operación puede resumirse en cinco procedimientos:
1. Practicar un caligrama en el que se encuentren coincidentemente concurrentes y ostensibles la imagen, el texto, la semejanza, la afirmación y su lugar común.
2. Abrirlo luego de golpe, de tal manera que el caligrama se desfigure al momento y se desvanezca, no dejando como huella más que su propio vacío.
3. Dejar que el discurso descienda según su propia gravedad y procurare la forma visible de las letras.
4. Dejar, por lado, que las similitudes se multipliquen a parir de sí mismas.
5. Verificar bien, al final de la operación, que el producto ha cambiado de color, que ha pasado del blanco al negro.
¿Hay un sentido práctico? Es decir, un sentido inscrito por los hábitos y las costumbres, distinto al sentido atribuido teóricamente por la ciencia o la filosofía, incluso la religión. Pierre Bourdieu apuesta a ello. El sentido lo da el sentido común de la gente, que no es, por lo que generalmente se cree, el sentido promedio, sino el sentido compartido por la práctica y en la práctica. El sentido práctico se construye metafóricamente a partir de la experiencia acumulada, transmitida, compartida y actualizada. Se da un sentido a los oficios, a los trabajos, a las labores, en fin a la gama de hábitos y de costumbres que tienen que ver con la vida cotidiana. Las metáforas vinculadas a las tradiciones generalmente se construyen a partir del referente del ciclo agrario; estas metáforas, que tienen que ver con la imagen matricial de la fertilidad, se distinguen por el movimiento mismo de los ciclos, los que reproducen sus momentos constitutivos: preparado de la tierra, siembra, trabajos culturales, cosecha. El sentido de estas imágenes se transfiere a otras labores que ya no son agrícolas; por ejemplo, a los oficios. Los ritos vinculados a la tierra se traspasan al campo de los oficios, donde se repiten, pero adquiriendo otras figuras. Se conforma un mundo analógico integrando a los distintos ámbitos de las costumbres, los hábitos, los trabajos y las creencias. Esta tesis muestra su fuerza contrastando las investigaciones descriptivas en las sociedades incorporadas a la modernidad por la colonización; donde encontramos amplios grupos sociales comprometidos con este imaginario, a través de redes de relaciones materiales, que texturan su propia complejidad.
Toda esta interpretación del sentido práctico se enfrenta a los modelos normativos, reduccionistas, tipológicos, estructurales y otras esquematizaciones de las teorías de las ciencias sociales. Es en el hábito y las costumbres donde encontraremos el secreto del desciframiento constante, inmediato, de los símbolos y signos culturales, por parte de la gente. Esta interpretación del sentido común se realiza a través de innumerables conexiones espontaneas; conexiones que definen los tejidos cambiantes de la hermenéutica social. Todo esto se entiende que este arraigada a las tradiciones de los pueblos, que no son tan vulnerables como se ha creído por otro perfil de investigaciones, mas bien vinculadas a los estudios del presente, concentradas en los problemas de la transición hacia la modernidad. Estas otras investigaciones hacen hincapié en los quiebres, las rupturas sufridas por las tradiciones, mostrando la incidencia radical del mercado, la tecnología, el consumo, en la modificación de las costumbres. Esto también puede parte de un nuevo sentido práctico, que a alguno se les antoja de utilitarista y pragmático. Este nuevo sentido práctico recoge sus metáforas de otros referentes, distintos al ciclo agrario; en este caso entra la producción industrial como referente en la construcción del nuevo sentido común; se trata de metáforas maquínicas, tecnológicas, que se irradian, estableciendo una nueva matriz de conexiones.
Ambos campos metafóricos, ambos sentidos prácticos, no son del todo excluyentes, es más, en las sociedades en desarrollo, se encuentran espacios, lugares, talleres, minas, donde sé conjuncionan, combinan y coexisten. Un ejemplo apropiado, es lo que ocurre en las minas andinas, donde los obreros asalariados, rinden tributo a la tierra interior, además de interpretar su mundo a partir de categorías económicas; esta situación se hace más singular cuando las propias máquinas son tratadas del mismo modo que en el caso de la tierra, pero también puede ocurrir que la tierra sea tratada como si fuese una máquina. Esta situación nos da pie para formular una hipótesis interpretativa. El sentido práctico no radica tanto en los hábitos y en las costumbres, o, en su caso, en el cambio de hábitos y de costumbres, sino en las condiciones de posibilidad de estos hábitos y estas costumbres; estas condiciones se encuentran en la experiencia colectiva como posibilidad de prácticas. Aunque también la experiencia colectiva supone condiciones de posibilidad, estas se encuentran en las formas de comunicación desarrolladas por las sociedades.
¿Qué queremos decir con las condiciones de posibilidad de la experiencia? Estas condiciones son la que dan forma a los hábitos y las costumbres; no se trata de condiciones subjetivas, de una especie de estructuras subjetivas de un colectivo social. No se trata de extender las tesis kanteanas sobre las sobre las condiciones de posibilidad de la experiencia y el conocimiento, sino de asumir la radicalidad de estas tesis en contextos diferentes a los aplicados por Kant; no se trata del sujeto, ni de sujetos, tampoco de intersubjetividad, sino de comprender a la experiencia colectiva como ámbito abierto de posibilidades, experiencia que se conforma, como ya dijimos, en una red de comunicaciones alternativas y simultáneas; substrato sobre el que se establecen las conexiones del sentido práctico.
Es apreciable la crítica de Bourdieu a la razón teórica, pero no podemos obviar el hecho que, el nuevo sentido práctico, al construir sus metáforas en el referente de la máquina, cada vez más hace parecer los esquemas de comportamiento a los modelos de la racionalidad instrumental. Ciertamente que con esta aproximación no se cierran las compuertas, ni se define un destino; la creatividad del imaginario cultural es inagotable. Queda pendiente investigar si es comprobable que esto ocurre, a pesar de las apariencias; las preguntas que debemos hacernos son: ¿Cómo experimenta la gente los cambios de referentes? ¿Cómo despliegan nuevas conexiones, articuladoras del sentido práctico? No ¿cómo interpreta el investigador los hábitos y las costumbres, tanto en su forma tradicional, como en su forma moderna? Obviamente en esto debemos volver a tener cuidado en no caer en un nuevo reduccionismo, aunque éste sea más amplio; por más proximidad que tengamos a los testimonios, a las prácticas cotidianas, por más familiarizados que estemos con grupos concretos, no dejamos nunca de interpretar, siendo ésta una interpretación de la interpretación colectiva. No se deja de construir nunca una observación de segundo orden.
¿Qué quiere decir sentido práctico? Lejos de discutir que es en la práctica donde se elabora el sentido, se actualiza, se transfiere y se transforma, la pregunta por el sentido de lo práctico no está exenta de problemas; la misma que no puede resolverse recurriendo al horizonte de la práctica, puesto que la pregunta nos traslada a la pregunta por el sentido: ¿Qué es el sentido? ¿Cómo se constituye? Esta pregunta puede ser asumida filosóficamente, también se puede recurrir a la hermenéutica; sin embargo, se trata también de tratar el problema de un modo arqueológico. En esta perspectiva se puede trabajar por una arqueología de lo imaginario. Que esta solución tampoco haya salido de los horizontes de la filosofía, aunque ésta se practique como una crítica a la filosofía, puede ser. Pero lo que interesa, en este caso, es la respuesta a la pregunta por el sentido práctico. Con este propósito y adelantándonos a una investigación arqueológica, podemos enunciar algunas hipótesis al respecto.
· El sentido práctico es un sentido inmanente a las costumbres, los hábitos y los oficios.
· En realidad hay una gama de sentidos prácticos, como estratificados en los propios campos diferenciados de la vida cotidiana.
· El sentido práctico no sólo forma parte de una interpretación espontánea del mundo sino también de estrategias desplegadas por los grupos sociales.
· No deja de haber sentido práctico aunque éste se encuentre influenciado, en determinados campos de la vida cotidiana, por el sentido teórico o el sentido técnico. El sentido práctico es una forma operativa, no del sentido teórico y el sentido técnico, como si fuese una aplicación de ellos, sino de la adecuación a fines de los comportamientos y conductas; es decir, que, mas bien, el sentido práctico subsume al sentido teórico y al sentido técnico en función de la consecución de fines.
· El sentido práctico realiza una gama de subsunciones; subsume la tradición a la conformación a fines, subsume la cultura en la misma perspectiva, subsume la experiencia en el mismo sentido. Esta conformidad a fines define precisamente al sentido práctico.
· Entre el sentido práctico y la facultad de juzgar hay una estrecha relación; la facultad de juzgar subsume tanto la facultad de conocimiento como la facultad de desear (voluntad) a la propia actividad del juicio, que es la conformidad a fines. El sentido práctico subsume las actividades, los instrumentos, la ciencia, las tradiciones, las instituciones, a sus propias estrategias.
De cierta manera podemos decir que el sentido práctico forma parte de del conjunto de las facultades sociales, generadas por las propias colectividades, pero, a la vez, facultades generadoras de las mismas colectividades. A propósito de esta apreciación, no es que acerquemos estas proposiciones sobre el sentido práctico a los enunciados de Kant; obviamente es otro el problema planteado, lo que interesa es cierta analogía en el tratamiento de los problemas. La pregunta es entonces: ¿Cuáles son las condiciones de posibilidades del sentido práctico? Cuando hablamos de este modo de sentido práctico, estamos estableciendo la posibilidad de que este sentido práctico sea conocimiento inmediato de la colectividad, que no se reduce a la intuición, sino que es capaz de construir sus propias síntesis y concepciones, distintas a las relativas a la razón pura. No debemos confundir sentido práctico con razón práctica; ésta cae en los territorios de la libertad, aparece como aplicación de conceptos puros de la razón a los fines que se propone la razón práctica, en cambio el sentido práctico expresa otra forma de conocimiento de la colectividad. Hablamos no solamente de un conocimiento fundamentado en la práctica, sino de una forma de conocimiento que articula de otro modo intuición colectiva y entendimiento colectivo; esta articulación no se produce en la consciencia, vale decir en el sujeto de conocimiento, sino en las conexiones comunicativas de toda sociedad. Ocurre como si la colectividad intuyera, como si tuviera una sensibilidad propia, además de esquemas innatos que posibilitan una síntesis compartida de una inteligibilidad comunal. Estos esquemas comunales originarios creía encontrarlos Jung en los arquetipos; pero la comunidad no es una unidad homogénea, no es un solo cuerpo social, no tiene una misma alma, por así decirlo, sino que es comunidad porque une sus partes, sus fragmentos, a través de la cultura, por medio de la esta comunicación originaria que hace que se compartan representaciones. El sentido práctico es a la vez construido, difundido, compartido y trasformado colectivamente.
En la medida que el sentido práctico es construido no supone pues el logro de una síntesis acabada; esta no es posible, salvo como ideal. Lo que hace el sentido práctico es hacer circular una masa de analogías a través de los medios de comunicación, que pueden ser los ritos, los mitos, las leyendas, o, en por el medio de comunicación por excelencia que es el lenguaje. La configuración del sentido práctico se parece más a una compleja composición de mallas, redes y líneas de conexiones, que a una síntesis. Es posible que la síntesis se produzca individualmente; pero esta tesis tiene que ponerse en cuestión, pues lo que ocurre en la práctica también ocurre en la teoría. Hay comunicación, pero lo que selecciona cada uno de la comunicación tiene una connotación diferente; esta es la paradoja de la comunicación: no comunica aquello que se ha emitido en el origen de la transmisión, en el punto de emisión, sino que difunde, por medio de códigos, posibilidades de interpretación; por lo tanto no se comunica en el pleno sentido de la palabra. Cada cual decodifica de modo propio lo que se encuentra en el lenguaje; esto quiere decir que no se halla comunicado plenamente. La comunicación es un ámbito de posibilidades de interpretación. Algo parecido podemos decir del sentido práctico; es un ámbito de posibilidades de sentidos asumidos en el quehacer cotidiano. Pero, de todas maneras, estas mallas de conexiones cohesionan, las personas interpretan y se logra la inteligibilidad del mensaje. Esto no tiene que resolverse como si se tratara de un procedimiento de promedios; la comunicación no es estadística. Se comparte analogías, semejanzas, parecidos, proximidades; lo que hace, a la vez, discutible el supuesto entendimiento. La riqueza del sentido práctico se encuentra en su incertidumbre, base de toda certeza compartida.
Michel Foucault nos previno que cuando hablamos de saber no podemos dejar de establecer su correspondencia con el poder; Pierre Bourdieu nos dice que, cuando hablamos de razón teórica, se trata de un punto de vista que oculta su situación de poder, estableciendo de principio una valorización que descalifica al sentido práctico. Esta dicotomía entre razón teórica y sentido práctico es falsa si la misma es visualizada desde el punto de vista de la práctica, tanto teórica como pre-teórica, tanto científica como pre-científica, tanto institucionalizada como no institucionalizada. Si en las explicaciones teóricas parecen ordenadas, las interpretaciones del sentido práctico parecen difusas; pero, este perfil difuso no se debe tanto a que sea confuso, sino a la dispersión propia del sentido práctico en el mapa de la población. Si evaluáramos las concepciones de los científicos, como lo hizo Gastón Bachelard, nos encontraríamos con un perfil epistemológico también difuso; no hay una coincidencia absoluta en la interpretación conceptual de los científicos. No podemos confundir pues los modelos teóricos con las interpretaciones de los mismos, con sus usos, en las instituciones científicas; el modelo pertenece al ámbito de la comunicación, como los códigos del lenguaje, la interpretación y los usos pertenecen al ámbito de la decodificación institucional. ¿Hay algo parecido a los modelos teóricos en el ámbito de la vida cotidiana? Podemos decir que si, cuando nos encontramos con esquemas interpretativos tradicionales, aunque estos esquemas no hayan sido formalizados; pero, el hecho de que no hayan sido formalizados, nos muestra ya una diferencia. El investigador puede creer encontrar estos esquemas, pues los formaliza; sin embargo, estos esquemas nunca llegan a ser tales en la vida cotidiana. Se trata mas bien de un diagrama móvil y cambiante; se trata de una formación pre-enunciativa de la que nos servimos en sentido práctico. ¿No tiene forma este diagrama pre-enunciativo? La tiene y no la tiene, depende de la perspectiva; si se quiere, se podría suponer la posibilidad de lograr una fotografía epistemológica instantánea de este diagrama y suponer una forma; pero también se puede visualizar este acontecimiento desde la dispersión misma de este difuso diagrama epistemológico, entonces nos abriríamos a posibles formas diferentes. No se trata entonces de darle forma, sino de comprender su propia historicidad; en ella, en este horizonte de su temporalización, se pueden encontrar otros criterios de unificación no sintéticos. El sentido práctico requiere de otra ilustración, de otra crítica de la razón, basada en la hipótesis de la imposibilidad de la síntesis. Otra paradoja radica en esta proposición: la unidad no sintética.
Esta unidad no sintética es la de las posibilidades inherentes a un campo de condiciones de posibilidad, a un campo de posibles conexiones diversas en una atmósfera de innumerables frecuencias posibles. Quizás una metáfora adecuada para expresar esto sea la de la sintonía. Lo que se ajusta no es el concepto en sí, el valor semántico, sino la frecuencia, despejando el ruido y logrando una modulación pura. Lo que tenemos en el sentido práctico son modulaciones; éstas son sus formas de unificación.
Lo difuso no es necesariamente lo confuso, sino que dibuja un espectro de posibilidades; lo difuso, interpretado en sentido cuantitativo, es la gama de probabilidades, lo difuso, interpretado en sentido cualitativo, es la gama de posibilidades. Lo difuso se hace evidente en el uso práctico de la gama de alternativas; el uso práctico hace las selecciones pertinentes al caso. Lo difuso no deja de ser difuso por esta selección, sino que muestra las alternativas hechas posibles por la práctica. Desde esta perspectiva, podemos decir que el sentido se produce en la práctica, nace en el uso que se hace de la comunicación como medio, se origina en el uso que se hace de la lengua, en el uso que se hace de la cultura. El sentido tiene que ver con la constante conformidad a fines que propone la práctica. No hay un sentido sino en la práctica.
Esto nos lleva a plantear una conclusión de antemano: No hay una cultura, no hay una comunicación, no hay una lengua, como tales, sino en su forma práctica, sino a través de la práctica, en su desenvolvimiento concreto. La cultura, la comunicación, la lengua, son conceptos abstractos, referidas a instituciones abstractas, que no existen como tales; se trata de modelos construidos por la ilusión intelectual. La cultura, la comunicación, la lengua, se hacen constantemente en el ámbito de la experiencia cotidiana, en el ámbito de las prácticas y las estrategias sociales; la cultura, la comunicación y la lengua son efectos derivados de la praxis social. No es que la praxis los invente, funcionen como una superestructura de ella, sino que la praxis debe ser entendida como una cultura, comunicación y lengua en acción, o, mas bien, como una acción cultural, una acción comunicativa y un lenguaje, si entendemos a éste como una acción de la lengua. La praxis conforma estas estructuras, estas instituciones, estos sistemas. La praxis está conformada por las múltiples operaciones, acciones, comportamientos y conductas que actualizan estructuras, instituciones y sistemas, disponibles y adecuados a los usos desplegados.
Crítica de la razón cortesana
¿Una crítica de la razón cortesana? ¿Qué es eso? ¿Por qué seguir jugando con la apertura kanteana a la crítica de la razón pura y práctica, así como a la crítica de la facultad de juzgar? ¿Qué es la crítica? ¿Y porqué a algo que tiene más bien que ver con ideología y discursos? ¿Darles a los discursos de análisis político contemporáneo rango de razón? ¿Razón cortesana? En el estado moderno no hay corte, sino parlamento, distribución de poderes, delegación de la representatividad por mediación de la voluntad popular. En el contexto político democrático no hay cabida para un montaje espectacular del teatro de la nobleza. Lo de cortesano se usa en sentido metafórico para mostrar ciertas analogías entre las formas democráticas de participación y el escenario propio de la corte del soberano. Estas analogías tienen que ver con la puesta en escena de la publicidad del teatro democrático. Esta puesta en escena es gigantesca: comprende medios de comunicación, aparatos publicísticos, constructores de imagen, partidos, pero también incorpora a corrientes académicas que influyen o pretenden influir en las corrientes de opinión. No se trata sólo de clientela política, complicidad periodística en la deformación informativa, sino de intelectuales orgánicos incorporados al sistema, al modelo vigente, quienes hacen de agentes discursivos y expresan las pretensiones de validez de las políticas de ajuste, de shock y de reformas estructurales. Podemos decir, y esta es la hipótesis de trabajo, que los intelectuales orgánicos de la globalización hacen la corte al poder, el cual es cada vez menos democrático y más elitario. Hacen gala de sus artes y habilidades, buscando seducir no tanto a los poderosos, a la clase política, a las empresas transnacionales o a la cooperación internacional, sino a la dominación misma, es decir, a las formas de dominación modernas. Formas que no sólo habrían llegado a niveles de abstracción y generalización grandes y masivas, sino que habrían alcanzado una sutileza casi invisible, que al mismo tiempo es cínica y fatalista. En otras palabras los intelectuales orgánicos del sistema se hallan seducidos por las formas de dominación globales de las sociedades postindustriales, formas de dominación que corresponden al teatro democrático contemporáneo.
Crítica de la razón cortesana, pues se supone que hay cierta racionalidad en el discurso y en la práctica clientelista de los intelectuales orgánicos al sistema. Entendamos por razón no sólo la adecuación de medios a los fines, la lógica desplegada en el marco de las proposiciones, el logro abstracto y generalizador en las pretensiones de validez, sino también la presencia constante de las condiciones de posibilidad del discurso y la praxis, entonces estamos hablando de la relación que tiene lo que llamamos discurso cortesano con la razón política. Es más, la razón cortesana es una de las formas parciales de la razón política. Las proposiciones de la crítica de la razón política se encuentran diseminadas en la larga tradición crítica que viene desde Immanoel Kant hasta nuestros días. Como procedencia no sólo se puede citar a las tres críticas de Kant, las relativas a la razón pura, práctica y de la facultad de juzgar, sino también a sus textos sobre filosofía de la historia, donde analiza las condiciones de las proposiciones historicopolíticas. La crítica de la razón política también se halla diseminada en la crítica de la economía política de Karl Marx y en sus escritos políticos. Siguiendo las corrientes marxistas es sugerente la crítica de la modernidad en tanto crítica de la razón instrumental desarrollada por la escuela de Frankfurt. Fuera de este campo teórico, mas bien en los horizontes de investigaciones arqueológicas y genealógicas de los saberes y poderes, Michel Foucault dibujo una crítica de la razón política, teniendo como referencia las tecnologías disciplinarias y las tecnologías del yo. Régis Debray ha escrito un libro intitulado Crítica de la Razón Política[96], el cual no cierra sin embargo, a pesar del título, la demanda pendiente en torno a la crítica de la razón política. Se trata de un texto conformado con reflexiones profundas sobre la condición ideológica o ilusoria de las sociedades, así como de su lógica organizacional, en el contexto moderno y teniendo en cuenta el recorrido de experiencias testimoniales del siglo XX. Pero es todavía prematuro aceptar que este texto contemporáneo, testimonial y todavía de búsqueda cumple el papel que le toco ocupar a la Crítica de la Razón Pura en su tiempo. Quedemos, de uno o de otro modo que la crítica de la razón política está todavía pendiente, a pesar de todo, de los importantes aportes, sobre todo contando con la obra de Foucault. Al respecto debemos tomar en cuenta que Foucault no pretendió desarrollar una crítica de la razón política; esto está lejos de sus objetivos. Si podemos resumir y caracterizar su tarea, podemos decir que lo que buscaba era poner en cuestión la verdad, el derecho, el poder y la identidad del sujeto, escarbando en terrenos marginados por la investigación académica y la ciencia oficial: la locura, la enfermedad, la muerte, las tecnologías del poder, aunque también sin descuidar la crítica a la totalización, universalización y continuidad de la historia de las ciencias. Si llega a una crítica de la razón política en sus exposiciones orales es una consecuencia de sus últimas investigaciones sobre la sexualidad, la carne y la subjetividad, encaminadas a interpretar su obra como una ontología histórica de nosotros mismos. La crítica de la razón política forma parte de este proyecto en su sentido descriptivo y no explicativo[97].
La crítica de la razón política es algo que puede ser tomado como una tarea por hacerse o, por el contrario, por algo que ya no tiene porque hacerse porque se puede considerar como un problema superado a la luz de la emergencia de los nuevos problemas. Nuestra tarea no es optar por una u otra alternativa, sino ocuparnos de una de las formas de la razón política, quizás forma más ideológica y discursiva que filosófica; esta es una forma de manipulación discursiva que insinúa la validez de sus enunciados dadas las circunstancias y la ordenación de los hechos. Se trata de un procedimiento clientelar que le hace la corte al poder. Por otra parte, cuando está en cuestión la crítica, se trata de una herencia a la que no podemos renunciar: la crítica en el sentido inaugurada por Kant. Crítica como fundamento de una filosofía de la finitud; crítica que se plantea el problema de los límites del conocimiento y de la experiencia. No se trata de encontrar tanto los límites de la razón política, sino de comprender a esta misma razón como límite de toda una tradición racionalista. La razón cortesana no es otra cosa que una forma caricaturesca de la razón política.
¿Pero, que es lo que está en cuestión cuando hablamos de razón política o, en nuestro caso, de razón cortesana? Yendo más lejos; ¿qué se pone en cuestión cuando hablamos de razón pura, razón práctica, facultad de juzgar? Mucho más comprometedor; ¿qué se pone en cuestión cuando hablamos de la razón? ¿La economía política supone una razón como lógica del modo de producción? Podemos decir que sí; la razón de la economía política se encuentra en la valorización del valor por mediación del trabajo. Pero, también hay una razón de Estado, en cuanto este asume el monopolio de la violencia, de la ley, de la representación y de la nación. ¿Hay racionalidad en todos los comportamientos o solamente en algunos, en aquellos que tienen como finalidad alguna utilidad? ¿Todo es racional? ¿Lo real es racional y lo racional es real? Una cosa es decir que todo es susceptible de reducirse al logos de la razón y otra cosa que todo es racional de modo inmanente; que la realidad encierra una estructura racional o, en su caso una dialéctica racional, teleológica. En uno y otro caso lo que está en cuestión es la condición de la razón.
Asumamos en principio que la razón tiene que ver con el entendimiento humano, con la facultad especifica de conocimiento, es decir, con aquella facultad que sintetiza conceptualmente las múltiples representaciones de los sentidos. Entendimiento y razón establecen una conjunción facultativa; el entendimiento legisla y la razón especula, se desprende, liberándose de la experiencia en aras de la producción de ideales. Esta condición de la razón es histórica; se trata de una razón lograda, trabajada por las sociedades y las culturas que se han visto obligadas en un momento dado a la abstracción y a la medida. En Los Origen de la Geometría[98] Michel Serres nos muestra no un origen, sino muchos, no una historia, sino múltiples, vinculadas a las condiciones de posibilidad de la medida, del concepto del espacio y de la idea de lo puro, universal e infinito. El problema es que este logro, patente en los griegos, quizás desde Tales de Mileto, no abandona su propia acumulación, se comporta como un filtro, una percolación. La pureza del apeiron es también una mezcla. El círculo de la geometría es un corte abstracto en el cilindro curvo del cántaro. El filósofo y el matemático tienen como su condición de posibilidad en el alfarero y el artesano. Desde este punto de vista se puede hablar de razón en tanto y en cuanto avizoremos su horizonte no racional; la multiplicidad, la ambigüedad, la incertidumbre, lo indeterminado, lo indefinido y el caos.
Esta disquisición sobre la razón nos ayuda a poner en suspenso aquello de la razón política; de forma más clara, queda en evidencia el derecho de hablar o no de razón cortesana. Quedan cuestionados el dominio y el territorio de la razón política y obviamente una hipotética manifestación de ella, que denominamos de modo caricaturesco razón cortesana, que es como hemos dicho una metáfora que alude a los procedimientos discursivos, comunicacionales y prácticos que montan la escena de la legitimación del orden hegemónico. Para abordar de una manera adecuada esta problemática debemos encontrar las condiciones históricas en las que se da este acontecimiento que llamamos razón cortesana. Dicho de una manera abierta: ¿Cómo es que se adecuan los medios discursivos, académicos, disciplinarios, argumentativos, para delimitar el sentido de realidad dentro de la circunscripción de las representaciones que se atribuyen las formas de dominación? Dicho de una manera más específica: ¿Cómo es que la mayoría de los intelectuales se conforman con el estado de cosas, asumiendo este orden coyuntural como realidad? El marxismo atribuye esta construcción imaginaria a la ideología. ¿Es suficiente esta tesis?
No es posible hablar de ideología, restringiendo las condiciones de posibilidad del imaginario, sus mismas potencialidades, a la formación de un sistema de ideas que desempeñan el papel de legitimación, es decir, de justificación discursiva. Incluso sigue siendo una restricción si entendemos ideología no en el sentido de sistema, sino de un modo mas bien amorfo, como una constelación de ideas, una masa ideacional, en ejecución, cuyas reglas prácticas aplicadas por un colectivo parcial tienden a una cierta coherencia. El problema radica en que la explicación del comportamiento de grupos sociales, más o menos identificados, queda sujeto a la manifestación de la operatividad y de los procedimientos de ese ámbito delimitado como ideología. Esta tesis supone que hay algo, un campo ideacional, que podemos llamar ideología. Esta delimitación supone una separación entre comportamientos, conductas, prácticas, usos del lenguaje, actos del lenguaje, y un ámbito determinante llamado ideología. ¿Es acaso posible separar comportamientos, conductas, prácticas, discursos, de lo que viene a ser un ámbito ideacional? ¿Es acaso posible separar una idea de su medio de expresión y de su medio de ejecución, de su medio de materialización? ¿Es posible separar el significado del significante en la teoría del signo? Sólo metodológicamente, pero para explicar su propia articulación. Traspasando las limitaciones de la teoría del signo, ampliando su contexto a la teoría de la interpretación, vemos que tampoco no es posible separar, salvo metodológicamente, al signo, a su significación, de su referencia[99]. Lo mismo se puede decir si incluimos en este contexto comunicativo a los medios de realización, materialización y ejecución del sentido, como del sin-sentido, subyacentes, es decir, si comprendemos la composición y complejidad de lo imaginario. No es posible la separación, pues comportamientos, conductas, prácticas, discursos e ideas, todas estas entidades se hallan mezcladas. Esto quiere decir que no se puede encontrar un espacio, un lugar, un territorio propio de las ideas, separado de otras formas de manifestación de los seres humanos; formas que también se las toma como ámbitos separados. Lo que tenemos no es solamente un entrelazamiento de prácticas, relaciones, instituciones, comportamientos, conductas, discursos, estratificaciones lingüísticas y culturales, sino un mundo constituido como la más alta complejidad posible; entonces un mundo que si es posible configurarlo de esta manera, es, en verdad, impensado: una aporía[100]. Las propias condiciones existenciales de posibilidad de este mundo son de por sí complejas, su devenir complejiza aún más esta situación. La complejidad se presenta como autónoma.
¿Crítica de la razón cortesana?
No es pues la ideología la que pueda dar cuenta de la conducta de los intelectuales orgánicos al sistema de la globalización, que es el relativo al capitalismo tardío, forma de dominación, de hegemonía y clausura diferida del capitalismo de organización. Capitalismo tardío y capitalismo de organización, se trata de dos conceptos habermasianos, los cuales tratan de repensar las condiciones históricas del capitalismo contemporáneo, a la luz de la jerarquización histórica del ámbito político sobre el ámbito económico. Dicho en otras palabras, se trata del acontecimiento histórico contemporáneo de la politización de lo económico[101]. Como puede verse, lo que está en cuestión es la razón política, es decir, la racionalidad inmanente al poder o, dicho de otra forma, el poder como racionalidad inmanente. Los intelectuales orgánicos al sistema hegemónico hablan, toman la palabra, son agentes prácticos de la difusión discursiva atinente a los agenciamientos concretos de poder, que son las instituciones del sistema actual, globalizador de la forma capitalista de organización. Construyen la forma de expresión relativa al medio institucional actualizado, modernizado y racionalizado de acuerdo a las coordenadas de la versatilidad del sistema. Esta forma de expresión de la práctica discursiva dominante también envuelve un contenido, históricamente determinado, en el marco institucional evanescente y virtual de la contemporaneidad del capitalismo. ¿Cuáles son este medio y este contenido? Si acordamos que la forma de expresión dominante adquiere el perfil del discurso neoliberal, podemos decir que el medio es la red institucional volátil y virtual, que deriva en un reciclaje autónomo y en una acumulación automática del capital incontrolado, incluso por los susodichos propietarios, empresarios, agentes financieros, estrategas del ajuste estructural, pero también del desajuste económico en el ámbito universal[102]. El contenido se parece más a un perfil compulsivamente individualista, aunque fragmentado, a la vez subjetivamente hedonista e inconscientemente tanático; estamos ante un ciudadano depresivo, inclinado a las distintas formas del suicidio, que toma como escapatorias, que no dejan ser ilusorias y coyunturales. Ha desaparecido el ciudadano edípico de la modernidad clásica, todavía escindido por su consciencia culpable o su mala consciencia como diría Nietzsche. Discurso por otra parte contradictorio y ambiguo, pues aparece tanto como radicalmente individualista, mercantilista y monetarista, además del estilo hedonista de sus intersubjetividades, así como simultáneamente aparece como confesamente conservador. Una nostalgia extrema transmitida en la inutilidad de sus signos por el Antiguo Régimen, el orden oligárquico, recorre las venas de estos bursátiles portadores del discurso neoliberal, descarnadamente publicitario y propagandista, de la forma ultramercantil y de la apabullante cosificación de la totalidad de las relaciones humanas, incluyendo a sus valores éticos y culturales. El modo de producción capitalista se ha convertido en una formación histórica degenerada, aunque todavía articulada, a pesar de sus mezclas, contradicciones y aporías. Un modo de producción que orilla sus propios límites, como buscando en ellos su transgresión posible, pero tratando a la vez de no desdibujarse encontrando en esta transgresión el proceso de su propio perecer. Podemos decir que el discurso neoliberal es abiertamente ambivalente, se trata de una forma de expresión postmoderna construida artificialmente en su recurrencia hiperliberal, pero atrapada en un núcleo epistemológico substantivamente conservador.
El totalitarismo neoliberal, la expansión de su poder a todo el orbe del globo terráqueo, que no es un dato reciente, sino más bien de antigua data, de por lo menos unos cinco siglos atrás, ha adquirido, sin embargo, en los últimos tiempos la forma del más envolvente centralismo político y económico. Cinco potencias, las que conforman el núcleo de seguridad de las Naciones Unidas, médula que toma las decisiones en el orden militar y político, en lo que atañe a la seguridad de estas naciones, han consolidado el meollo de poder más cerrado que se haya visto a lo largo de la historia. Ellas vigilan, controlan, hacen de gendarmes del nuevo orden mundial. El resto de las naciones quedan al margen, no inciden en el círculo cerrado de este territorio prohibido, esta estructura selecta, que ya se ha constituido en el subsistema más amenazador del sistema mundial globalizado. Sobre todo por su capacidad tecnológica con inmediata incidencia devastadora por su poder de destrucción masivo. Por otra parte, se trata de tres bloques que monopolizan la competencia del mercado mundial[103]; la transnacionalización de la economía refluye a los centros de decisión y concentración del capital financiero internacional, que también son las sedes y residencias de los grandes emporios transnacionales que manejan el mundo. El resto de las economías no son más que apéndices de estos centros concentradores de capital, de esta estructura elitaria y selectiva tecnoburocrática, de este Estado mundial. El mundo como mundo se encuentra más amenazado que nunca, la humanidad como tal se encuentra más cuestionada que nunca, incluyendo su supervivencia, a tal grado que la situación es más peligrosa que en el periodo de la guerra fría. Paradójicamente es cuando más se habla de ecología, desarrollo humano, equidad y concertación. La utopía kanteana de una paz mundial y una confederación de naciones, donde impere la ética, el respeto, entre todas y entre todos como iguales, está más lejos que nunca de poderse realizar o de estar próxima.
Esta nueva forma totalitaria de poder en el contexto de la economía capitalista globalizada, forma que despliega el mayor grado de vertiginosidad y versatilidad lograda, opta, sin embargo, por la ambigüedad discursiva y por la ambivalencia política. En un sentido, rebusca normalizar, serializar, homogeneizar los comportamientos; en sentido contrario, simultáneamente, desformaliza sus instituciones, apertura los movimientos a expresiones más plásticas, flexibiliza las formas de trabajo, aunque por medio de este método logra una mayor intensificación de la explotación. Estas contradicciones son inherentes a la lógica del valor de la racionalidad capitalista, la cual contiene como causa inmanente la lógica de la dominación de la racionalidad abstracta del poder, que tiene que ver con la internalización de tecnologías de poder en el espesor profundo del cuerpo y también con la inscripción de sus códigos y signos en la topografía epidérmica del cuerpo. La historia de la alienación de los cuerpos y de la enajenación de los sujetos se halla inscrita en esta superficie sensible. Aunque también en el presente se impulsa el despliegue de desenvolvimientos ágiles, pertinentes a las formas versátiles de la acumulación económica y política sin precedentes.
Crítica de la razón cortesana, pues se trata en realidad, como dijimos, de un aspecto localista de la crítica de la razón política. La misma que supone la crítica a la economía política, no sólo en su forma de valor, es decir, de capital, sino también en su forma de signo. Por lo tanto supone también una crítica de la economía política del signo. En esta perspectiva busca escapar al espejo de la producción[104], en el sentido de las restricciones que impone una ilusión economicista, así como una apología del trabajo. No del todo a la manera de Jean Baudrillard, a pesar de las fuertes concomitancias y analogías, sobre todo de su herencia; esto se debe a cierta diferencia con la postura de Baudrillard. El autor del Espejo de la Producción[105], El sistema de Objetos[106], Crítica de la Economía Política del Signo[107] y otros textos, que no entran por de pronto en el interés de nuestra similitud, se desentiende completamente del referente productivo. Acusa a este concepto de estar impregnado por la representación clásica de la naturaleza y encontrarse atrapado por la epistemología de la ilustración. Toda esta ilusión, toda esta racionalidad especulativa se sintetizaría en la dialéctica del valor. Opuesto a esta continuidad epistemológica del iluminismo, postula una recuperación del intercambio simbólico, sobre todo de la estrategia bosquejada en las múltiples formas de la lógica del don. Con relación a este posicionamiento de Baudrillard nos remitimos a la lúcida crítica hermenéutica y deconstructiva que desarrolla Jacques Derrida en su libro Dar (el) Tiempo[108] precisamente a la supuesta lógica del don, invento antropológico, por esto no menos occidental, de Mauss.
Baudrillard hace depender el circuito del valor de los circuitos dibujados por la forma signo; el ámbito de la producción depende entonces de la hegemonía semiológica la que impone su jerarquía cuando se trata de formas de intercambio; es el intercambio de signos el que prevalece. Para Baudrillard el modo de producción se convierte en un espejismo inventado por los circuitos significantes y el intercambio de signos, se subordina entonces el valor, el valor de cambio y el valor de uso al valor semiológico impuesto por la lógica de la simulación de la sociedad moderna. Frente a esta interpretación mimética no se trata de recolocar en un centro tolomeico al modo de producción capitalista, defendiendo el prejuicio económicocentrista compuesto por la economía política. Nada más lejano a nuestra intención y a nuestra interpretación de la crítica de la economía política; si no se trata de considerar al modo de producción capitalista como una autorreferencia histórica que atraviesa y es atravesada por otras autorreferencias históricas, relativos a la modernidad, pero también a las herencias históricas. El modo de producción capitalista no puede entenderse, ni descifrarse, sino en el contexto de una heterorreferencia de formaciones históricas entrelazadas. El presente es este mapa de actualizaciones; presente desafiante, pues exige la mirada móvil de perspectivas simultáneas. El modo de producción no desaparece sino reaparece en la transversalidad de los múltiples planos.
Critica de la razón cortesana porque la palabra cortesana es una metáfora que evoca el juego del retorno a formas premodernas del poder, imitación de los antiguos escenarios en que se hacia la corte al soberano. Analogías que reaparecen en su condición apócrifa, de manera perversa y artificial; reapariciones virtuales sustentadas en la estructura de los medios de comunicación de masa. Hipóstasis de las formas postmodernas de un conjunto de sociedades capitalistas, atrapadas en sus propios límites. Estas sociedades recorren viciosamente la circularidad de sus umbrales sin poder alumbrar una nueva forma de sociedad, un nuevo modo de producción, de valorización, de significación, o si se quiere, que no puede rescatar la lógica cualitativa del intercambio simbólico. Sociedades que persiguen asintóticamente a la posibilidad que temen: su muerte y la resurrección de las cenizas de los sentidos comunitarios.
No podríamos continuar configurando una crítica de la razón política, si antes no exponemos, de manera resumida, sintética y sistemática las tres críticas que caracterizan a la filosofía de la finitud, inauguradas por Immanoel Kant. La crítica de la razón pura, la crítica de la razón práctica y la crítica de la facultad de juzgar conforman la estructura fundamental del sistema trascendental kanteano. Estas tres críticas trabajan las condiciones de posibilidad del conocimiento y de la experiencia, de la moral y de la voluntad, del juicio y del gusto. En otras palabras, trabajan sobre los límites de los sistemas posibles de las facultades. La combinación de las facultades en los ámbitos definidos por la razón pura, por la razón práctica y por el juicio establece la distinción peculiar en el juego de composiciones posibles entre ellas. No estamos pues ante un sistema filosófico cerrado, sino ante un campo de posibilidades de sistemas racionales, estéticos e imaginarios. Campo que supone la interrelación entre las facultades, jerarquizando una de ellas como legislativa, dinamizando otra de ellas como articuladora de la razón con la intuición sensible, enraizando otra facultad en el fondo estratificado de las capacidades subjetivas.
¿Qué es la razón? Esta es la pregunta; la misma no puede ser respondida en sentido kanteano sino consideramos que se trata de una facultad humana, por lo tanto atinente al sujeto. Sin embargo, en Kant, la razón no es una facultad autónoma o, dicho de otro modo, que marcha por sí sola. La razón es una facultad por medio y a través de la intervención de otras facultades: el entendimiento, la imaginación y la intuición.
La crítica de la razón pura supone una crítica a las pretensiones de validez de la filosofía racionalista; la razón no es una facultad autónoma, tampoco infinita o divina. Todo lo contrario, la razón está subordinada a los requerimientos del entendimiento, que es la facultad que legisla la producción del conocimiento; pero, también la razón se encuentra limitada por la intuición sensible, facultad ligada a la apertura de la experiencia. Es posible la razón en el contexto de sus condiciones de posibilidad, dadas por la intuición pura, es decir por la estética trascendental. También es posible la razón en la medida que esta subsumida a la lógica trascendental, que se da a la tarea de estructurar los conceptos puros del entendimiento, de los que derivan, en combinación con la experiencia, los conceptos concretos. El entendimiento y la intuición no son las únicas facultades que están vinculadas con la razón, se podría hasta decir, entrelazadas, pues todas ellas son condiciones de posibilidad del conocimiento, incluidas la razón. También la imaginación, como facultad originaria y creativa, la que posibilita la síntesis a través del esquematismo, se conecta con la razón haciendo que ésta use la potencia de sus imágenes en conformidad a los fines que se traza la subjetividad humana.
El entendimiento produce conceptos, la razón ideas. Los conceptos son conclusiones, las ideas prototipos. Los conceptos están limitados por la experiencia; aunque hay conceptos puros, éstos son sólo reflexión, preparan el camino a los conceptos concretos, los cuales requieren de la experiencia para ser objetivos. En tanto que las ideas escapan a las limitaciones de la experiencia; son originarias, pero también fines originales de la razón humana. En una clasificación que hace Kant de las representaciones, dice lo siguiente:
El género es la representación propiamente dicha (representatio), debajo de la cual está la representación con conciencia (perceptio). Una percepción que se refiera simplemente al sujeto como modificación de su estado, es sensación (sensatio), y una percepción objetiva conocimiento (cognitio). Este puede ser intuición o concepto (intuitus vel conceptus), la primera se refiere directamente al objeto y es singular; el concepto, indirectamente, por medio de una nota que puede ser común a varias cosas. El concepto puede ser empírico o puro, y el concepto puro se llama noción (notio) si sólo tiene su origen en el entendimiento. Un concepto basándose en nociones, que rebase la posibilidad de la experiencia, es la idea o concepto de la razón[109].
Crítica de la razón práctica
Si la crítica de la razón pura pone en cuestión la dialéctica de la razón, la crítica de la razón práctica se ejerce contra una moral que se deja llevar por la experiencia, a pesar que en este caso la facultad legisladora es precisamente la razón. Las facultades que entran en escena son el deseo, como facultad del ánimo, la voluntad, como facultad general del conocimiento, en tanto razón que encuentra su mismiedad, realizando este libre desenvolvimiento, esta autonomía como libertad. La razón encuentra en sí misma la libertad como fin, pero que es tomada como si fuese causa.
Con la crítica de la razón práctica entramos al campo de lo suprasensible. Se ha dejado la intuición sensible, que era la apertura al territorio de la experiencia, se ha sustituido esta sinopsis de los sentidos por el deseo, facultad trabajada por la razón, subsumida a los fines de la razón, de este modo asumida como voluntad. La misma que es tomada como el noúmeno de la libertad. Lo suprasensible viene a ser como la cosa en sí de este campo que ya no pertenece a la experiencia sino al sujeto.
De las objeciones que se les hicieron a las dos primeras críticas de Kant, hay que considerar las que se disponen alrededor de dos ejes. Uno de los ejes es el que tiene que ver con el carácter del noúmeno: Por un lado se niega la realidad objetiva en la crítica de la razón pura, por otro lado la misma realidad es afirmada en la crítica de la razón práctica. Otro de los ejes es el que tiene que ver con el carácter del sujeto: Es una paradoja hacer del sí mismo un sujeto de libertad y al mismo tiempo hacer de este sí mismo un fenómeno en la conciencia empírica. A estas objeciones contesta Kant que no tienen en cuenta el carácter de los conceptos de libertad y de moralidad. No es lo mismo moverse en los dominios del entendimiento que en los dominios de los suprasensible; en un caso, el noúmeno queda al margen del conocimiento, pues éste sólo está al alcance de la descripción de los fenómenos; en el otro caso, es posible formarse un concepto del noúmeno. Esta situación diferencial del noúmeno se debe al papel que cumplen la razón y la imaginación en los dominios de la razón pura y de la razón práctica.
Una vez expuesta, de modo resumido, la interpretación de la crítica de la razón pura y de la crítica de la razón práctica, se pasa a la interpretación de la crítica de la facultad de juzgar. Para unos nombrada como simplemente la tercera crítica de Kant, para otros la clave para entender la obra del filósofo de Königsberg. Para nosotros, la exposición del campo de posibilidades del sistema filosófico trascendental, el mismo que se hace comprensible por los recorridos metafóricos que efectúa en sus amarres la facultad de juzgar.
Se caracteriza al juicio como la técnica que subsume lo particular en lo general. Esto de técnica, palabra que no deja de llamar la atención por el uso que se hace acerca de un texto filosófico; sin embargo, apropiada por el uso que hace Kant al ligarla al destino del juicio, El juicio es también para Kant la conformidad a un fin. Se hace como si aquello con lo que se relaciona el juicio funcionara conforme a un fin, tuviese finalidades propias. Cuando lo que pasa es que se procede de acuerdo al sentimiento de placer o de dolor; se procede de acuerdo a la actividad desatada por los sentimientos, aunque estos e apoquen y se presente más bien un sentimiento intelectualizado o, en su caso, una sensibilización de los conceptos. Cuando los sentimientos no se opacan y aparecen plenamente, el juicio del que hablamos se convierte en gusto.
Kant hace una digresión bastante amplia de las formas de juicio que aparecen en su papel articulador de las facultades: la intuición, la imaginación, el entendimiento y la razón. Caracterizándose a la primera como una facultad pasiva o receptiva, en tanto que las otras tres cumplen diferentes papeles activos. Cierta lectura presenta a la facultad de juzgar como relativizada, secundarizada, definida en forma negativa: No conoce, no tiene objeto, no es propiamente autónoma. Definiciones que aparecen en el texto de Kant, pero las cuales no se comprenderían en toda su cobertura si las descontextuamos. Otra lectura, la nuestra, considera estas ambigüedades de las formas de juicio, estas aparente limitaciones de la facultad de juzgar, mas bien como el síntoma de su potencialidad. No es una facultad como cualquier otra, no solamente porque no tiene objete, porque no conoce, no legisla, no tiene finalidad propia, aunque precisamente funciona en conformidad a fines, sino porque se sitúa en un más acá de las facultades: es su condición de posibilidad.
Lo que acabamos de decir no se opone a la tesis de Heidegger cuando propone a la imaginación como la facultad originaria con relación a la intuición y al entendimiento. Tampoco se opone a la interpretación que aparece en la Crítica de la razón Pura, cuando se habla de la intuición y del entendimiento como las condiciones de posibilidad del conocimiento y la experiencia. Mucho menos a la descripción que hace Kant en la Crítica de la Facultad de Juzgar de las facultades del ánimo como el substrato subjetivo del que partimos para elaborar ideas, conceptos, representaciones. La intuición, el placer o el dolor y el deseo forman la matriz profunda del sujeto, a partir de la cual conoce la naturaleza, se propone una moral y crea el arte. No se oponen a ninguna de estas tesis que hacen rotar las condiciones de posibilidad, jerarquizando en un tipo de casos a unas y en otros campos de realización a otras. No hay facultad superior del conocimiento, sino facultades. Es el juego de la pluralidad de las facultades lo que hace posible el sistema de posibilidades de las mismas, entonces lo que hace posible a las mismas.
Todas las facultades actúan para producir conocimiento, para crear la expresión artística, para proponerse fines o convertir estos fines en ideales. Y lo hacen porque una acción, la acción de juzgar, las hace presentes. Todas las facultades se realizan a través del juicio, de este acto conforme a fines, de esta técnica que reflexiona, determina o, en su caso gusta.
Para los filósofos contemporáneos lo que no deja de sorprenderles es esa audacia de Kant con la que vincula el conocimiento y la ética con la estética. La facultad de juzgar pertenece precisamente a la irradiación estética. Es una facultad que actúa por placer o por dolor. El conocimiento científico y las especulaciones de la razón producen satisfacción. El buscar el bienestar produce satisfacción, el comportarse de acuerdo a un fin moral produce satisfacción, aunque la misma aparezca en su forma negativa, como satisfacción intelectual, mas bien como dolor. La facultad de juzgar nos muestra a plenitud el arte de la metáfora. Esta técnica de la que habla Kant es la metáfora; la técnica de la imitación, de la mimesis, de la simulación.
Para poder hablar de una razón política esta tiene que darse en el contexto de las facultades generales del conocimiento y de las facultades del ánimo, es decir, en el contexto de las condiciones de posibilidad configurado por la intuición, la imaginación y el entendimiento, condiciones de posibilidad entrelazadas, conjugadas, combinadas y articuladas por la facultad de juzgar. Desde esta perspectiva no sólo tendríamos cinco facultades, la intuición, la imaginación, el entendimiento, la razón y el juicio, sino también una sexta: la facultad política. Donde la primera sería una facultad receptiva, las tres siguientes serían facultades activas, en tanto que la quinta sería una facultad mediadora, mediatizadora y por esto mismo una facultad autopoiética. ¿Qué clase de facultad es la hipotética facultad política? Por otra parte, para poder hablar de la crítica de la razón política debemos hacerlo con relación a sus condiciones de posibilidad, es decir, a sus condiciones a priori, en otras palabras trascendentales. ¿Cuáles son estas? El conocimiento tiene como condición de posibilidad a la intuición y al entendimiento, la libertad tiene como condición de posibilidad al deseo y a la razón, en tanto que el arte tiene como condición de posibilidad al sentimiento de placer o de dolor y al juicio. ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de la política?
Hipótesis
Como una de las facultades del ánimo tenemos a la fuerza como condición de posibilidad de la política; en tanto pertenencia a las facultades generales del conocimiento, tenemos al poder como condición de posibilidad de la política. La fuerza y el poder serían las condiciones de posibilidad de la política.
En este sentido se podría hablar de la razón política como una facultad más y de la crítica de la razón política como la elucidación de sus condiciones de posibilidad, es decir, en tanto y en cuanto su situación trascendental. ¿Se justifica hacerlo?
Por otra parte, tenemos un tercer problema. La crítica de la razón pura define los límites de la razón en el contexto del juego que establecen la intuición, la imaginación y el entendimiento; juego en el que legisla el entendimiento, subordinando la imaginación y la razón a la constitución de los conceptos puros, relativos a los objetos (¿puros?) del conocimiento. La crítica de la razón práctica devela el contenido de la libertad, subordinando el deseo y la imaginación a la razón; se trata de una praxis de la razón donde es esta la que legisla. En cambio la crítica de la facultad de juzgar no define ningún límite ni devela ningún contenido, sino que se establecen las condiciones técnicas en las que se da lugar el gusto, la belleza y lo sublime. En este caso no hay un legislador, no hay propiamente una facultad, no estamos ante un objeto, ni propiamente ente un fin, sino que las cosas ocurren como si hubiese un fin, cuando no lo hay, ni tampoco un interés. ¿En cuanto a la facultad política, hay un legislador, cuáles son sus límites, cuál el contenido o acaso se parece en su comportamiento a las condiciones y a la poiesis del juicio? ¿El fin de la política es el poder o mas bien el poder forma parte de las facultades generales del conocimiento? ¿Las condiciones de posibilidad de la política son la fuerza y el poder? Estas preguntas no pueden ser asumidas de modo inmediato; para su elucidación vamos a requerir de un rodeo, el mismo que debe ser hecho considerando los recorridos y los mapas desplegados por la facultad de juzgar. Al respecto la pregunta que debemos abordar antes sería: ¿Cómo se relaciona el juicio con la razón política? Y siguiendo el sentido de la pregunta podemos añadir otras: ¿Cómo es que el juicio posibilita el ejercicio de una razón política? ¿Juega un papel clave la metáfora?
Se dice que en los escritos historicopolíticos Kant coloca a las representaciones históricas y políticas no en tanto conocimiento sino como un archipiélago conectado por las rutas de navegación del juicio. Jean-François Lyotard dice que lo crítico es análogo a lo político[110]. ¿Qué quiere decir con esto? En un enigmático pasaje de su argumentación Lyotard dice que: Lo crítico es quizás lo político en el universo de las proposiciones filosóficas y lo político es quizás lo crítico en el universo de las proposiciones sociohistóricas[111].
No es lo mismo decir que lo crítico es análogo a lo político que decir que la crítica es análoga a la política. ¿Dónde radica la diferencia? Lo político es constitutivo, en tanto que la política es una manifestación, se mueve en el mundo de los fenómenos; se trata de prácticas. Cuando a hablamos de la política podemos describirla empíricamente, en tanto cuando hablamos de lo político nos remitimos a un contenido que podríamos decir es ideal. Cuando nos referimos a lo político pretendemos dar una explicación de la política, una explicación de las razones de las prácticas políticas. Lo crítico también es un ideal; se trata del ideal del filósofo. Lyotard dice a propósito:
En la Arquitectura de la Crítica de la razón pura, Kant define un “concepto de escuela (concepto escolar, Schulbegriff) de la filosofía”. Según este concepto la filosofía tiene por fin construir la unidad sistemática de los conocimientos, es decir, alcanzar “la perfección lógica del conocimiento”. Kant opone un “concepto de mundo” (mundano o cósmico; Weltbegriff), según el cual “la filosofía es la ciencia de la relación que todo conocimiento tiene con los fines esenciales de la razón humana”. Según el Schulbegriff, el filósofo es “un artista de la razón (ein Vernunftkünstler)”; según el Weltbegriff, el filósofo es “el legislador de la razón humana” (der Geetszgeber der menschlichen Vernunft)”. Ese filósofo es un “prototipo” que se individualiza en “el ideal del filósofo”, entendido como el filósofo ideal[112].
Kant dice que al filósofo como artista de la razón no lo encontramos por ninguna parte, es un ideal; en tanto que al filósofo como legislador lo encontramos por doquier[113]. De tal forma que la tarea del filósofo, no su obra ideal, sino su labor práctica, es juzgar las pretensiones de validez de los conocimientos y representaciones; juzgar estas proposiciones respecto a las relaciones que tienen con los fines esenciales de la razón humana[114].
Desde esta perspectiva podemos decir que las pretensiones de validez del discurso y la práctica política pueden ser juzgadas de acuerdo a las relaciones que tienen con los fines esenciales de la razón humana, que también son otros ideales. ¿Ahora bien, lo político es un ideal, un fin en sí mismo, un conjunto de fines relativos a la libertad humana, o, mas bien, se trata del ámbito representativo logrado por el ejercicio del juicio, del acto de juzgar de filósofo mundano? Resolver este dilema es importante para contestar las anteriores preguntas que quedaron en suspenso. Si lo político es en sí mismo un fin entonces es un ideal como la naturaleza, la libertad, el arte; en tanto que si lo político se remite al juzgar las pretensiones de validez de los discursos y las prácticas políticas, forma parte de las acciones y consecuencias del juicio. En este caso puede llegar a formar parte de una región derivada, colateral, a la definida por el juicio estético en tanto reflexivo que da lugar al gusto, a la belleza, a lo sublime, como formas de complacencia, representaciones de la complacencia que no llegan a estructurar un concepto, expresiones de vivencias que se deleitan o se conmueven de un modo extremo. En el caso de lo político estaríamos ante juicios no propiamente estéticos, aunque si reflexivos, que evalúan las pretensiones de valides de los discursos y las prácticas según los fines de la razón humana. ¿Aquí la política es juzgada como una ideología[115] en el sentido de ideales disminuidos, es decir, falsos ideales o, mas bien, ideales prácticos, aunque esto suene a un contrasentido? ¿Usar el término ideología en sentido kanteano? Olvidemos las connotaciones que tiene ahora esta palabra o mas bien este concepto, trabajado por el marxismo, recordemos el sentido asignado en el siglo XVIII, en una etapa contemporánea de Kant. Con este propósito, contextuaremos la posibilidad de este uso en el horizonte epistemológico definido por Foucault en lo que concierne al fin de siglo decimonónico.
La coexistencia, a fines del siglo XVIII, de la Ideología y de la filosofía crítica – de Destutt de Tracy y de Kant – reparte en la forma de dos pensamientos externos uno a otro, pero simultáneos, lo que las reflexiones científicas por su parte mantienen en una unidad que promete disociarse muy pronto. En Destutt de Tracy o en Gerando, la Ideología se da a la vez como la única forma racional y científica que puede revestir la filosofía y como único fundamento filosófico que puede proponerse a las ciencias en general y a cada dominio singular del conocimiento. La Ideología, ciencia de las ideas, debe ser un conocimiento del mismo tipo que tienen por objeto los seres de la naturaleza, las palabras del lenguaje o las leyes de la sociedad. Pero, en la medida misma en que tiene por objeto las ideas, la manera de expresarlas en las palabras y de ligarlas en los razonamientos sirve como Gramática y Lógica de toda ciencia posible. La Ideología no pregunta por el fundamento, los límites o la raíz de las representaciones; recorre el dominio de las representaciones en general; fija las sucesiones necesarias que aparecen allí; define los lazos que allí se anudan; manifiesta las leyes de composición de descomposición que pueden reinar allí. Aloja todo saber en el espacio de representaciones y, al recorrer este espacio, formula el saber de las leyes que organiza. Es, en cierto sentido, el saber de todos los saberes[116].
Kant pone en cuestión esta pretensión de la ideología: pretender representarlo todo, hacer un mapa representativo del mundo y de las cosas, abarcarlo todo respondiendo con la ciencia de las ideas a la posibilidad de repetir en el pensamiento lo que ocurre en el mundo. Esta duplicación garantiza la refracción del mundo en la ideología. En Kant no se trata de la representación en general, sino de las condiciones de posibilidad de las representaciones en los distintos ámbitos en las que ellas aparecen conformadas a partir del conflicto de las facultades. Hay ideas e ideales, como productos de la razón, pero, estos tienen que ver con los fines que nos proponemos y adquieren un sentido en tanto y en cuanto están articulados a los conceptos, a la imaginación y a la intuición por medio del juicio. Las pretensiones de validez conforman sentidos comunes en los distintos niveles en los que se organiza la razón o mas bien el conjunto de las facultades. En este sentido podríamos hablar de un sentido común político, lo que también puede ser llamado ideología política, aunque este término no haya sido utilizado por Kant. Entonces la política puede ser considerada como sentido común acerca de los fines prácticos que se proponen los seres humanos cuando se trata de gobernar, controlar, normar, reglamentar la vida social. Lo político es un ideal, una utopía, pero también territorio de la crítica.
La crítica es análoga a la política; en este sentido el filósofo hace política, tanto más cuanto más se retira. Hace política porque hace crítica. Ahora bien esta práctica de la crítica tiene su centro o mas bien su origen de actividad en todo el campo que connota el juicio. Este es el trabajo del sentimiento de placer y de dolor. Esto es la inmediata complacencia, el gusto, el sentimiento de lo bello, el sentido de lo sublime, lo teleológico, lo teológico, las transferencias de procedimientos interfacultativos, su conversión en reglas del juego transfacultativos, las desterritorializaciones y reterritorializaciones de la metáfora, la conjugación de la retórica, el despliegue de la ilusión y el dar cuenta de ella, de sus condiciones de posibilidad. El político no se aparta ni se distancia mucho del papel legislador del filósofo; juzga, aunque lo haga de modo distinto al juicio filosófico. En el caso del político quizás tengamos que hablar de juicios precipitados, hasta interesados, pero, que quede claro que no hablamos de intereses en general o de ideales, como cuando ocurre en lo que respecta a la razón pura y a la razón práctica, sino de intereses más mezquinos, de intereses incrustados en la vida cotidiana, como son los relativos a los intereses de dominio, de riqueza y de prestigio. El político viene a ser algo así como un simulador de filósofo, una caricatura del filósofo; el juicio político una imitación del juicio estético o reflexivo. Es una toma de posiciones en un campo de fuerzas, aunque también la filosofía es considerada por Kan como un campo de batalla, como un campo disputado por una guerra peculiar (guerra por la verdad), cuyos instrumentos, máquinas de guerra, son proposicionales.
Jean-François Lyotard dice que la crítica de la razón política no ha sido escrita[117]. Esto es cierto, pero tendríamos que añadir, que no ha sido escrita en un solo bloque, como una unidad, como crítica aislada en un o algunos libros continuos, sino que se encuentra dispersa una multitud de libros que comprometen los escritos historicopolíticos de Kant, atraviesan las lecciones de Hegel, aparecen en su turbulencia histórica en las descripciones críticas de los eventos políticos por parte de Marx. Reaparecen en los análisis de la escuela de Frankfurt, para redefinir su territorio en la superficie y espesor de los cuerpos en los trabajos investigativos y teóricos de Michel Foucault. A estas alturas es menester reflexionar sobre la posibilidad de una filosofía crítica, que a su vez sea crítica de la filosofía, que se dé a la tarea de configurar una crítica de la razón política.
Arqueología de la metáfora
La metáfora transfiere el sentido de la referencia inicial a otra referencia, la que se convierte en el objeto del discurso. Dicho de otro modo, la metáfora alumbra sobre el sentido de la referencia, que es objeto del discurso, a partir de la transferencia del sentido atribuido a una referencia anterior. Ahora bien, se trata de referencias distintas, ¿pero el sentido es pertenencia de una de las referencias, en tanto ajena y prestado en la otra? ¿La transferencia no cambia la significación del sentido? Aunque también la cuestión puede ser planteada de otro modo: el movimiento de la metáfora, su traslado, así como se puede decir, su metamorfosis, modifica la situación de los referentes. Tampoco estos tienen una situación estable; su localización depende del juego de coordenadas que extiende la relación dialogal, el acontecimiento discursivo y la posición de los sujetos involucrados.
Metáfora, figura retórica, la que puede caracterizarse por su función traductora, la misma que traslada una forma significante de su sentido originario a otro figurado, haciendo uso de las analogías de las referencias. La palabra latina metaphora, que viene del griego metafora alude a su sentido de traslación, transferencia y cambio. Metaphora viene de la palabra methaphérein, término compuesto por el prefijo meta, que connota cambio, y la terminación phérein, que significa llevar. ¿Adónde? Phérein está asociada al latín tardío peripheria, que significa zona limítrofe; también está asociada al griego , que quiere decir circunferencia, que implica la acción de moverse alrededor. Entonces podemos figurarnos un recorrido que cuyo sentido, el de su desplazamiento, es llevar alrededor[118]. La metáfora se desplaza en las zonas limítrofes, en los umbrales, que no dejan de ser externos, sin dejar también de ser de alguna manera internos, aunque sea en la zona liminar. La metáfora, al realizarse, compromete en su juego al lenguaje en el devenir imaginario del sentido, pero también en el devenir imposible de imaginar, irreductible, del sin-sentido. Ingresar a los territorios de la metáfora es como perderse.
¿Por qué la metáfora? ¿Es qué todo es una metáfora? ¿El lenguaje es el ámbito primordial de la metáfora? ¿La realidad misma es una simulación? ¿Qué es sino la metáfora sino una mimesis? ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué nada es real? Sólo podemos hablar de realidad de modo metafórico, como cuando decimos que la realidad es tal cosa, como Wittgenstein; la realidad es a totalidad de los hechos. ¿Qué son los hechos? Los acontecimientos que se dan en el mundo. Hechos, acontecimientos y mundo son figuraciones que nos permiten describir lo que queremos decir.
Paul de Man encuentra implícita una teoría de la metáfora y de la retórica en las críticas de Kant, principalmente en lo que respecta a la crítica de la facultad de juzgar. Sostiene que sobre esta base, sobre este substrato se pueden entrever las condiciones de posibilidad de la ideología, entendida como una ilusión. Esta plasticidad aparece primero con la imaginación, con el papel figurativo y configurativo de esta facultad, después con los recorridos metafóricos del juicio estético, que es el juicio reflexivo no objetivado en concepto. La analítica del lo bello y la analítica de lo sublime nos permiten comprender las transferencias que se dan entre las facultades dando lugar a las representaciones teleológicas y teológicas. Convirtiendo de esta forma las estructuras de la lógica trascendental en vehículos que figuran realizaciones trascendentes: los fines.
Este dar cuenta de la metáfora según sus condiciones de posibilidad no es, sin embargo, una teoría idealista, que fortalece un idealismo subjetivo, sino una teoría materialista que da cuenta de las construcciones ilusorias en las que se embarga la razón, comprometida en el conflicto de las facultades. Se trata de una teoría materialista que da cuenta de las condiciones de la subjetividad[119].
No es posible hablar de ideología, restringiendo las condiciones de posibilidad del imaginario, sus mismas posibilidades, a la formación de un sistema de ideas que desempeñan el papel de la legitimación, de la justificación. Incluso sigue siendo una restricción si entendemos ideología no en el sentido de sistema, sino de un modo mas bien amorfo, como una constelación de ideas, una masa ideacional, en ejecución, cuyas reglas prácticas aplicadas por un colectivo parcial tienden a una cierta coherencia. El problema radica en que la explicación del comportamiento de grupos sociales, más o menos identificados, queda sujeto a la manifestación de la operatividad y de los procedimientos de ese ámbito delimitado como ideología. Esta tesis supone que hay algo, un campo ideacional, que podemos llamar ideología. Esta delimitación supone una separación entre comportamientos, conductas, prácticas, usos del lenguaje, actos del lenguaje, y un ámbito determinante llamado ideología. ¿Es acaso posible separar comportamientos, conductas, prácticas, discursos, de lo que viene a ser un ámbito ideacional? ¿Es acaso posible separar una idea de su medio de expresión y de su medio de ejecución, de su medio de materialización? ¿Es posible separar el significado del significante en la teoría del signo? Sólo metodológicamente, pero para explicar su propia articulación. Traspasando las limitaciones de la teoría del signo, ampliando su contexto a la teoría de la interpretación, vemos que tampoco no es posible separar, salvo metodológicamente, al signo, a su significación, de su referencia. Lo mismo se puede decir si incluimos en este contexto comunicativo a los medios de realización, materialización y ejecución del sentido, como del sin-sentido, subyacentes, es decir, si comprendemos la composición y complejidad de lo imaginario. No es posible la separación, pues comportamientos, conductas, prácticas, discursos e ideas, pues todas estas entidades se hallan mezcladas. Esto quiere decir que no se puede encontrar un espacio, un lugar, un territorio propio de las ideas, separado de otras formas de manifestación de los seres humanos; formas que también se las toma como ámbitos separados. Lo que tenemos no es solamente un entrelazamiento de prácticas, relaciones, instituciones, comportamientos, conductas, discursos, estratificaciones lingüísticas y culturales, sino un mundo constituido como la más alta complejidad posible; entonces un mundo que si es posible configurarlo de esta manera, es, en verdad, impensado: una aporía. Las propias condiciones existenciales de posibilidad de este mundo son de por sí complejas, su devenir complejiza aún más esta situación. La complejidad se presenta como autónoma.
Identidad y ciencias humanas
Identidad y diferencia[121]
La identidad:
Ciertamente este no es un tema nuevo, es un tema antiguo; no sólo que podemos encontrar su huella en los griegos presocráticos, sino en la cultura oriental. Más aún, en todas las culturas. Quizás el sentido más completo de la disyunción entre identidad y diferencia esté expresado en los conceptos de permanencia y cambio. ¿Qué es lo idéntico sino lo que permanece? ¿Qué es la diferencia sino lo que cambia? Sin embargo, la diferencia no solamente se remite a su manifestación en el tiempo, también lo hace con relación a su distribución en el espacio. Lo mismo pasa con la identidad; no solamente se trata de su constancia en el tiempo, también se refiere a su distinción con relación a otra identidad; esto es su distinción en un mismo momento con relación a la multiplicidad de las cosas.
Pero, entonces la identidad sólo es posible en el horizonte de la diferencia, así como la permanencia sólo es posible en el horizonte del cambio. ¿La identidad es acaso una sensación, una certeza de sí? ¿O acaso una voluntad de permanecer, esto es una voluntad contra la muerte? ¿Quién afirma que la identidad es la misma, en un momento y en otro, en un lugar y en otro? ¿Sobre qué bases afirma que esto es así y no de otra manera? Todo tiene que ver con el punto de partida, que también es un punto de vista, así como es, a la vez, un referente. Si el punto de partida es uno mismo, se entiende que el referente es su propia memoria: yo recuerdo que soy yo mismo ahora como antes. Aquí la identidad ancla en la intimidad de un sujeto; este soporte ético que da cuenta de su propia experiencia. Pero, este soporte sensual y racional, este lugar de la subjetividad, que no solamente es cuerpo, sino al serlo es vivencia de sí mismo y de lo que es el resto después de él, cambia, se transforma, se muda y se aleja. El hecho de que se reconozca, experiencia que llama identidad, no significa que este reconocimiento no transcurre; al contrario sólo puedo reconocerme cuando se da lugar la remembranza, cuando concurre la memoria. La propia identificación desmiente la identidad y esta sólo es cuando deja de serlo.
¿La identidad es entonces una ilusión? Depende lo que se entienda por ilusión; si esta es resultado de un error de apreciación, entonces no quiere decir que el referente de la ilusión no exista. Si hay ilusión es por algo; lo que ocurre es que no hay una adecuación entre la visión y la procedencia del fenómeno ilusorio. Pero, exactamente la identidad no es un error de apreciación, un equívoco de los sentidos, es una certidumbre, una huella, una impresión que queda después de vivir; desde esta perspectiva la identidad no es una constante, sino algo a lo que retorna. Es un regreso a un momento inicial, pasando por todos los momentos intermedios, y es precisamente este recorrido el que produce un nuevo momento de síntesis, el actual, el ahora que vive ese retorno. La identidad es en la diferencia.
La identidad atraviesa la diferencia. Ocurre como con el relámpago de Heráclito: alumbra en la oscuridad la multiplicidad develando su unidad de sentido. Pero, al alumbrar el relámpago no hace desaparecer la oscuridad; esta retrocede a los contornos, permanece ante la luz como periferia infinita. Tampoco con la iluminación, con la develación de la unidad, desaparece la multiplicidad; está distribuida en su sitio, mostrando su diversidad. Es el acto instantáneo de alumbrar del relámpago el que produce la sensación de totalidad, de develación del sentido. La unidad es simultánea a la multiplicidad.
La identidad es como una sensación permanente; todo parece como si se unieran los fragmentos dispersos, como si se conectaran para volver al origen puro. No es que sea una ilusión esta, es mas bien una figuración lograda desde una colocación: ese insondable lugar de la mismiedad. La mirada al universo y el retorno a la matriz marchan paralelamente, como contradiciéndose; el punto de inflexión es tanto la consciencia de sí mismo como el olvido de su procedencia, este es el asombro. El pensamiento nace de este tensionamiento; es conservador en tanto memoria y es nómada en tanto es creador, es formal en cuanto es racional y es lúdico en la medida que se entrega al juego. No hay identidad tan sólo, hay también una pérdida y también una ganancia; hay como un desaparecer y una entrega: Apolo y Dionysos en plena lucha.
La identidad es una representación, así como es un recurso la totalidad y como es un supuesto la unidad. La identidad, la totalidad y la unidad son recursos, hacen posible el orden. Por esto el Cosmos es una hipótesis bella. Nada más que eso, no son todo, son una parte de lo otro, llamado por los griegos el CAOS.
La identidad es a la vez lo mismo y lo distinto. Como habíamos dicho la identidad connota el retorno a lo mismo, pero, no se podría hablar de retorno si antes no ha habido un alejamiento, una separación, esto es, una aproximación a lo distinto. Por eso también el retorno puede ser entendido como un diferimiento de la vuelta, un alargamiento de la curva, que muestra la otra voluntad latente: un viaje sin retorno. La inmanencia de este comportamiento es ambivalente; se tiene presente el retorno, pero, se dan pasos en sentido contrario, se construye el distanciamiento apuntando al horizonte de la lejanía. La identidad es una estrella errante.
¿Cómo se constituye la identidad? El acto de alumbrar del relámpago como metáfora del conocimiento quedaría como intuición si no se retuviese este acto, si no ingresa a la tradición como transmisión, si no se vuelve concepción de mundo; en otras palabras, si no se transforma en figura y lenguaje. Un medio arcaico de retención es la imitación; por medio de ella se simula apropiarse del ser de los entes, es decir de la multiplicidad del universo, de cada cosa, de cada planta, de cada animal, de cada paisaje. La mimesis es el artificio por medio del cual se aparenta poseer la fuerza arrancada de lo otro que resiste a mi manejo y se desnuda a mi mirada. Sin embargo, cuando se da lugar la mimesis la imagen del ente se convierte en parte de mí mismo, en parte constitutiva de la mismiedad. El afuera se convierte en algo íntimo; como que circula entre el afuera y el adentro un secreto; la magia de una pre-comprensión, de un anticipado entendimiento. La danza envuelve este ambiente de arcaica comunicación, que se parece más a un pacto de sangre a través del sacrificio. La mimesis produce este viaje a la intimidad, como que inaugura y descubre el “universo interior”; se puede decir que con esta simulación inicial se origina el arquetipo del reconocimiento, esto es, lo que se prefigura como identidad. La identidad proviene del simulacro de la apropiación de otro ser, pero termina descubriendo el ser propio.
Esta es una característica de la identidad, la de constituirse como subjetividad; es así como en este caso es el otro nombre de la subjetividad. Que esta disposición interna no sea estática, sea más bien dinámica, no descarta el sentido de la identidad. No se entienda pues la identidad como sinónimo de igualdad; por el contrario la identidad es desigual. Como se había mostrado anteriormente la identidad tiene que ver con lo mismo, que connota permanencia, repetición, retorno y no necesariamente equivalencia[122]. La identidad nombra entonces ese ámbito de vivencias que es el topos habitado por el sujeto. Por lo tanto la identidad es la interpretación de esa constelación de imágenes asumidas como parte del mundo. Cuándo las imágenes son asumidas actúan como si fuesen independientes de las condiciones objetivas externas; no están regidas por las leyes físicas de la naturaleza, sino por lo que podemos llamar las determinantes analógicas, por el juego lúdico de las analogías. Esta subjetividad es hermenéutica: convierte las imágenes, que son las figuras de la exterioridad, en símbolos.
Desde esta perspectiva, la de la subjetividad, la identidad es plástica, la identidad es una analogía con lo otro: articula las analogías retenidas por la vivencia propia. La identidad se constituye como metonimia de lo otro, en un proceso que puede considerarse como “metabolismo” metafísico. Proceso en el cual las imágenes de los entes se transforman en símbolos de una historia inmanente, vivida por el sujeto[123]. Si definimos al símbolo como la relación semántica entre dos o más imágenes, relación de sentido que no deja de lado la relación analógica, vemos que en esta articulación imaginaria, se desata un fenómeno que llamaremos descarga de “energía” ideacional. Se da lugar pues un campo de fuerzas ficticias que alimentan el proceso de simbolización[124].
Simbolizar es dar un contenido ideacional al flujo de imágenes que son vividas; en términos menos precisos, pero más sencillos, esto equivale a conformar un lenguaje de la imagen[125]. Al respecto hay que aclarar que escribir en imágenes no es lo mismo que “escribir” con signos; las imágenes están directamente conectadas con las figuras de los cuerpos, en cambio los signos se vinculan con los significantes y estos pueden indirectamente relacionarse con las figuras. Aunque en ambos casos, en el de las imágenes y en el de los signos, se comparte la trascendencia del sentido, la manifestación del mismo no se da de la misma manera. La significación en el signo viene circunscrita al enunciado contenido en el lenguaje, además de encontrarse condicionado por las reglas de construcción; de modo diferente, el sentido latente en la imagen es ambiguo y cambiante, es polivalente y denso, escapa a toda regla lingüística. Sin embargo, en ningún caso el sentido comprometido es difuso o fugaz, sino que tiende como a coagularse, dando lugar a un topos semántico irregular.
Como puede verse la identidad es apenan un umbral delicado entre dos universos, comúnmente llamados macrocosmos y microcosmos. Diríamos mas bien el universo del afuera y el universo del adentro; mejor aún, el universo objetivo y el universo imaginario, que es, en realidad, inmanente al otro. Pero una vez que se pasa por esta puerta los cuerpos se transforman en composiciones variantes del sentido. En este transcurrir los cuerpos se volatilizan para convertirse en figuras, imágenes, ideas, signos, conceptos. La identidad vuelve a estallar en su diferencia, aunque ahora se trata de los diferentes pasajes del sentido.
Con esto hemos llegado a la proposición inclusiva sobre la identidad, que completa a las anteriores. La identidad es la diferencia entre el afuera y el adentro. Mediante esta proposición no decimos que la identidad es inmediatamente la diferencia, es decir, no tomamos la identidad como momento de superación de la diferencia, momento en el que la diferencia se logra y se pierde[126]. En esta proposición la identidad tiene su lugar, es un umbral entre mundos; podemos también considerarla como instante de articulación entre estos universo, así como punto de inflexión de un movimiento trascendental, del paso de la física a la metafísica. Pero, con mayor agudeza podemos decir que la identidad es precisamente esa diferencia. ¿Desnivel, quiebre, ruptura, herida? Diferencia, en todo caso, entre la exterioridad y la interioridad, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre lo manifiesto y lo latente, entre lo natural y lo virtual.
¿Qué es la diferencia? Jacques Derrida alude al diferimiento en el tiempo y a la separación en el espacio como sentidos latentes de la diferencia, que llama por esta razón diferancia[128]. Jean-François Lyotard habla de ruptura entre regímenes de proposiciones; lo que lleva a plantear el problema de la relación del sentido de la realidad y los sentidos mentados por las proposiciones. Problema, que, a su vez, nos traslada a los límites del juicio, compuesto por ese triángulo racional del destinatario, reglas y referente. Marco lógico y jurídico que puede expresarse en términos del dualismo en juego que es el de la exclusión/reducción. Es así como puede comprenderse el proceso de anulación, neutralización y muerte de la voluntad de afirmarse, incluso del silenciamiento del demandante.
Este es el contexto de relaciones en el que la razón excluye; esto ocurre, por ejemplo, a través de la diferencia entre la víctima y el querellante, diferencia que se remite a la diferencia entre la sinrazón y la razón. La víctima queda excluida del juicio, no puede demandar: o porque no puede demostrar su testimonio, pues este no tiene validez "objetiva", o porque no puede ser testigo, pues no se contempla en el juicio la intervención activa del destinatario, o porque su lenguaje no es entendido, es decir, su discurso no está traducido al lenguaje convencional; está fuera de las reglas y la denotación de la referencia[129].
La concepción de diferencia nos lleva, en un caso, al descentramiento y a la deconstrucción de la historia y la cultura, en el otro, nos traslada a la idea del archipiélago[130] y a la crítica al juicio de la razón, que también puede ser entendida como juez soberano, por lo tanto poder.
La diferencia no es pues ningún régimen, trátese éste de un campo de proposiciones, de una delimitación política, de una estructura jurídica; hace referencia, mas bien, como mirando desde afuera, a la relatividad y al distanciamiento de los regímenes, a su dicotomía, así como a su ficticio acuerdo. La diferencia menciona pues una resistencia: la de los cuerpos, la de los espesores, la de las intencionalidades, la de las sensaciones, la de los momentos y las singularidades.
La diferencia se encuentra en esta multiplicidad de las singularidades; pero, no sólo, puesto que cada singularidad, a su vez, se halla subdividida. La diferencia supone la diversidad, así mismo lo fraccional, lo infinitesimal; sin embargo, la diferencia no puede comprenderse como disolución porque las unidades, las partes componen organismos. Esto es, concebir unidades estructuradas. La diferencia entonces se especifica en una gama innombrable e innumerable de situaciones, que pueden comprenderse en un recorrido que se mueve desde la diseminación hasta la articulación, conexión, congruencia, combinación, es decir, composición de partes.
La diferencia es una palabra, pero, como tal expresa a través de su significado la situación de un referente heterogéneo. Ella misma, como palabra, adquiere connotaciones distintas, dependiendo de la situación diferida, separada, particular a la que se refiere. La diferencia es una representación de un moverse continuo, de un distinguirse constante, de una diseminación permanente. Esta variabilidad y ductilidad de la diferencia, que tiene que ver con su propia esencial inestabilidad, concuerda con un movimiento que escapa a su origen, es congruente con un origen que nunca hubo pues es su propio desaparecer. La diferencia es el devenir constante de la clausura de la identidad[RP1] .[131].
La diferencia es estar en una permanente disociación. Esto es, en otras palabras, estar consciente que cuando nos movemos en el ámbito de las representaciones tendemos a abolir la diferencia, entregarnos a la ficción de la identidad. La diferencia es no repetir, no desdoblar la vida en su doble, no reflejar el originario en la imagen, no reproducir el fantasma teleológico del finalismo y de la reencarnación; por lo tanto es ser un presente único no-representado, un presente vivido como destino que clausura la representación.
La diferencia está más cerca del Caos que del Cosmos; tiene que ver con la creación, es decir, con la voluntad que transforma la materia, pero, no como primer momento, el paso de lo simple a lo complejo, sino como segundo momento, cuando se enfrenta el universo a la posibilidad de su primera repetición, cuando se debate entre la división de las singularidades y la articulación de lo compuesto, cuando la vida y la muerte aparecen como momentos de la tragedia: este es el origen que es al mismo tiempo repetición de un origen que no hubo.
Ni diferencia pura, diseminación completa, ni identidad pura, síntesis acabada, representación plena, sino lo uno al mismo tiempo que lo otro, la diferencia al mismo tiempo que la identidad; esto es, entender la diferencia como apertura y la identidad como retorno, la vida como disyunción entre la disociación y la conjunción, entre la partición y la conexidad, entre la ruptura y la unidad. Este hecho primario, si se puede hablar así, da lugar a una diversidad de diferencias y a una multiplicidad de unidades: la vida se recrea a sí misma como vida y no como representación. La puesta en escena es puesta en cuestión por el juego interminable de la vida.
El Ser y La Existencia
¿Qué sentido tiene preguntarse por la realidad? La pregunta por la realidad supone la búsqueda de una develación, algo que, como señal o signo, nos devuelva la comprensión perdida desde un principio, en un origen ignoto. La pregunta por la realidad puede ser entendida como una pre-comprensión, que parte del supuesto de identidad, supuesto que reconoce el ámbito de la diferencia, que no es otro que la diversidad y la multiplicidad de la existencia. La pregunta por la realidad se convierte en una pregunta por el ser en cuanto que aquélla pregunta es reducida a la búsqueda de la identidad, cuando se pierde el ámbito de constelaciones de la diferencia, que es el relativo a la creación y recreación eterna de la existencia. La pregunta por la realidad se convierte en la pregunta por la otredad (lo otro, el otro) cuando se encamina directamente al reconocimiento de la diferencia, olvidándose de quien formula la pregunta. Esta pregunta puede ser entendida también como la pregunta por el no-ser, o asumiendo una expresión más radical, como la pregunta por lo que está más allá del ser, mejor dicho, de otro modo que ser, más allá de la esencia[132].
Hay que tener en cuenta que en el recorrido de ambas formas de preguntar extremas tenemos una gama de matices que recortan la problemática de acuerdo a variadas perspectivas, incluyendo, claro está, a aquellas que lo hacen desde una delimitación más reducida. La ciencia, por ejemplo, busca leyes universales y regularidades; búsqueda que puede ser interpretada como la de una causa final, o la de una matriz de causas iniciales, entonces búsqueda derivada de la pregunta por la identidad, sólo que efectuada desde el estrecho ángulo de la descripción. Sin embargo, esta pregunta científica no se desentiende de la multiplicidad de los entes, ni del contorno del caos, que llama entropía; es cuando su propia pregunta queda desnuda, queda en cuestión. Pero, aquí también, el desafío de la diferencia es manejado desde un punto de vista limitado: el de la relatividad de las leyes y regularidades. Casi siempre se termina construyendo nuevos modelos teóricos que pretenden ser más inclusivos[133].
Entre las preguntas más sugerentes que se han hecho están las dilucidadas por las culturas originarias; estas que se constituyen como campos de redes en distintas dimensiones no han dejado de buscar el origen en la constelación de la diferencia; esto es el mito, saber metafórico y metonímico del retorno al origen. Las distintas dimensiones en las que se mueven las culturas nativas no forman un todo como sistema, sino que siempre sus dimensiones como campos en distintos niveles siempre están en juego, combinándose de uno u otro modo, fluyendo creativamente en el azar y la muerte, la vida y las unidades provisionales que inventa. En este ámbito podemos comprender a las relaciones de parentesco, al circuito de bienes, al circuito de mujeres, a las clasificaciones de descendencia, a la estructura simbólica, a la hermenéutica de los mitos, a los recorridos de las territorialidades, a las marcas y la nemotecnia de los cuerpos.
Nuestro andar por los caminos de la contemporaneidad, umbral de una época economicista, ha vuelto a plantear el estilo arcaico de la pregunta como presente trágico: ¿Quién es el nómada que vaga con su mirada en el insondable espacio por donde vagan las constelaciones? ¿Qué es la existencia intotalizable que se presenta como creación infinita del caos? ¿Cuál es mi destino? Por este camino se desplegaba el Teatro de la Crueldad de Artaud, quien apostaba por un presente único, no repetible, es decir, por la clausura de la representación; esto es la puesta en escena de la vida misma.
Identidad y Ciencias Humanas
¿Qué se entiende por identidad? ¿Con qué mapa conceptual se han movido las investigaciones en lo que respecta a las identidades colectivas? ¿Qué es lo que han encontrado? ¿Cómo han resuelto los problemas relativos a la comprensión del imaginario colectivo? ¿Cuáles son los métodos con los que se ha operado en estas investigaciones para abordar el tema de las identidades colectivas? ¿Cuál es el horizonte epistemológico de las ciencias humanas, concretamente, la mediación epistemológica con la que se ha intervenido en las mencionadas investigaciones? Pasaremos a responder estas preguntas, primero con la exposición de nuestro enfoque, que también es una disposición en el territorio. Aunque pretendemos un enfoque móvil, cuyo recorrido desarme dispositivos en beneficio de un nomadismo creativo y de un proceso de territorialización, desterritorialización y reterritorialización, que mantenga abierta la posibilidad crítica de las líneas de fuga, es probable que también convirtamos nuestro movimiento crítico en una formación enunciativa con pretensiones de valides.
Una primera apreciación que podemos hacer de un conjunto de investigaciones, que podemos caracterizarlas como descriptivas, es que ellas asumen la identidad como un dato; es decir, se trata de un hecho, algo del que se debe partir para interpretarlo. En este caso se asumen la identidad a partir de referencias empíricas constatables, como idioma, costumbres, creencias, prácticas, instrumentos, territorios. Aunque la identidad no se resuma a estas referencias, viene a constatarse en ellas. Sin embargo, a pesar de las pretensiones empiristas de estas investigaciones, la identidad aparece como una consciencia colectiva que se reconoce en estas referencias o, mas bien, en su uso práctico.
Un segundo grupo de investigaciones si bien no toma a la identidad como dato, sino que trata de componerla a partir de sus partes, logra hacerlo a condición de considerar la identidad como una totalidad o válida para todo el colectivo en cuestión. Esta identidad es reconstruida estructuralmente, a partir de relaciones binarias, interpretada como una semiótica, productora de significaciones.
Un tercer grupo de investigaciones, quizás las menos, asumen la identidad como ideología, es decir, como una expresión mesiánica. Esta manera de considerar la identidad nos coloca en la memoria de los movimientos milenaristas; por lo tanto la interpretación se realiza en el horizonte hermenéutico cristiano.
Hay un cuarto grupo de investigaciones, que quizás no debamos tomar en cuenta, pues este grupo considera resuelto el problema de identidad en el contexto de la modernidad. Las identidades colectivas tradicionales se desvanecen, desaparecen o se quiebran, se fragmentan, dejando el sitio o subordinándose a la equivalencia que les otorga la modernidad. Lo tradicional deja su lugar a lo moderno. En este caso no habría problema de identidad, sino de modernización, actualización, generalización y homogeneización de los comportamientos. Por lo tanto, este cuarto grupo de investigaciones no se ocupa directamente de la identidad, sino que la consideran en cierto sentido disuelta. Esta es la razón por la que este grupo de investigaciones no forma parte de nuestra atención, aunque la tendremos en cuenta como una referencia en el contexto de la discusión.
Humanismo, Identidad y Ciencias Humanas
El descubrimiento del hombre tiene que ver con el descubrimiento de su propia intimidad, con el hallazgo de su propia inmanencia. Todo el proceso de hominización tiene que ver con la erección del animal humano, la liberación de las manos, el crecimiento y la complejización del cerebro, la creación del lenguaje como medio fundamental de comunicación, el dominio del fuego y la producción de los instrumentos, utensilios y bienes. Este proceso que llamaremos de objetivación viene acompañado por otro proceso paralelo y simultáneo de subjetivación; aunque estos procesos de objetivación y subjetivación sean todavía primarios, ocupan gran parte de lo que se vino en llamar la prehistoria de la humanidad y marcan ostensiblemente los pasos de las sociedades arcaicas. La primera intuición fue comunal; la comunidad se descubre a sí misma hurgando en su propia intimidad colectiva mediante la experiencia reveladora del sacrificio. La muerte es quizás el primer problema que enfrenta esta consciencia colectiva. La muerte no solamente como límite, sino también como frontera; ¿qué hay más allá de la muerte?, ¿Dónde se van los que mueren?, ¿Qué lugar es ese? La consciencia comunal viene a ser la consciencia de un destino común. El sacrificio permite constituir una mirada interrogadora mediante la herida abierta en el cuerpo sangrante; es en ese acto cómplice de ver morir y ver sufrir cuando se aprende la experiencia de lo sagrado como inmanencia, pero también como inminencia de la intencionalidad, de la búsqueda, del repliegue de la sensibilidad en las impresiones que nos dejan las sensaciones fuertes. ¿Habremos encontrado la angustia y el dolor como acontecimientos internos que relativizan nuestras seguridades y nuestras fuerzas? Trabajando la angustia y el dolor hemos creado el lenguaje, sobre todo ese substrato del lenguaje que se comunica con lo sagrado: El rito. No estamos solos en el mundo, no sólo porque estamos acompañados por los animales, las plantas, los ríos, los lagos, los mares, los cerros, las tierras, las rocas, sino porque los dioses están con nosotros, ¡los dioses están aquí!
Esta subjetivación arcaica es todavía precaria, desde el punto de vista del humanismo, aunque puede ser tomada como altamente potencial y rica en posibilidades, desde el punto de vista de la relatividad de los seres y entes. Puesto que el camino de la humanización, optado por las sociedades del mundo, en un complejo proceso de irradiación, hegemonía y mundialización, no es más que una de las posibilidades contenidas en la gran matriz de posibilidades de la hominización y constitución de las sociedades arcaicas. Un primer proceso de subjetivación tiene que ver con la apertura a lo sagrado a partir del sacrificio, que corresponde al nacimiento de la religiosidad animista. Este proceso, con el transcurrir de periodos diferenciales, más aún, de épocas de largo aliento, se consolida, en algunas regiones de influencia, con las religiones politeístas institucionalizadas y consagradas por sus pueblos. Se trata de formaciones estratificadas, complejas y tradicionales, donde la aparición de monjes o sacerdotes establece una formalización de las mediaciones de la comunidad con lo divino. Estos monjes sustituyeron al chaman.
Un segundo proceso de subjetivación tiene que ver con la conformación de las grandes religiones monoteístas; el pluralismo animista desaparece o se subordina en aras de una unidad abstracta y trascendente. Dios es el único, el creador, que se encuentra fuera del espacio y del tiempo, eterno e infinito; de la nada crea el mundo y al hombre, confiriéndoles perennidad. La salvación viene por la creencia y la práctica religiosa, por la entrega al destino que Dios configuró. Este segundo proceso de subjetivación es significativo; vale decir, pone en el medio un signo, el primer signo, el primogénito, el verbo, la palabra inicial. Las aldeas dispersa, sus territorios diversos, sus cultivos y sus animales se identifican con el cuerpo del déspota: el padre. Él está en todas partes, es omnipresente. Su mirada lo escruta todo; nada escapa a esta vigilancia. Si el primer proceso de subjetivación tiene que ver con la identificación de la comunidad, el segundo proceso de subjetivación se vincula con la construcción de la identidad de una sociedad estratificada y jerarquizada, en cuya cúspide coinciden la leyenda del origen y el nacimiento de la dominación. Los confines del imperio se pierden detrás de los horizontes, empero sus territorios son amarrados por una red de intercambios y una estructura burocrática. Pero esta identidad social no es única, sino que se trata de una identidad dividida; podríamos hablar de una composición, donde cada cual tiene su lugar. En cierto sentido se trata de una identidad cosmológica, puesto que se representa un orden y una jerarquía, pero también se trata de una identidad teológica, puesto que se la piensa a partir de un origen y se la estructura a partir de un principio. Hablamos de un orden divino que no sólo es imaginario sino real, en el sentido que se da lugar política y socialmente.
La identidad social no es una construcción simple, no corresponde a una equivalencia o a una igualdad, tampoco a una tautología; la identidad social corresponde al imaginario colectivo conformado por una comunidad, un pueblo, una sociedad. Este imaginario colectivo no sé componente por reflejo de una exterioridad objetiva, sino que se erige a partir de una relación inmanente, la relación de la comunidad con lo sagrado, de la sociedad con lo divino. La comunidad sólo puede entenderse a partir de su relación con los espíritus, la sociedad sólo puede comprenderse a partir de su relación con los dioses o con el único Dios, Señor del Universo. La identidad de las comunidades arcaicas y de las sociedades antiguas en principio es sagrada o divina, para después ser una identidad prosaica, vinculada a un territorio o a un espacio que articula territorios o los hace desaparecer en el desierto. No hay pues en este sentido una identidad Tacaná o una identidad Aymara, sino que se trata de una identidad sagrada o divina de la gente o del pueblo con los dioses o Dios. Estamos ante identidades eminentemente religiosas, a través de las cuales se reconocen las comunidades y las sociedades, como centros de un ordenamiento cósmico o como portadores de un destino como pueblo elegido. En la antigüedad o en las épocas arcaicas no se dan pues esas identidades lingüísticas, étnicas o nacionales; estas son construcciones sociales de la modernidad, construcciones representativas hechas por las ciencias humanas. Forman parte de las disciplinas humanas, aunque también de las diferenciaciones de las sociedades modernas. Cuando se habla de este modo se hacen extrapolaciones desde el imaginario colectivo moderno a los supuestos imaginarios colectivos antiguo y arcaico. Este es un descuido de los antropólogos y de los historiadores.
Un tercer proceso de subjetivación se da con la antropologización de Dios. Dios se hace hombre; es el hijo del hombre. Aunque para retornar a Dios tiene que pasar por el sacrificio; la crucifixión es sacrificio. De este modo retornamos al arcaico sacrificio, sólo que ya no se trata del sacrificio del otro (ser humano o animal), sino del sacrificio de uno mismo; el sacrificio del que media por nosotros, del que sufre por nosotros. ¿Qué pasa cuando se traslada el sacrificio del animal a uno mismo? Ya no es uno el que mira al sacrificado, sino uno es el que sufre, uno es el que experimenta; hablamos de la realización del sacrificio en el propio cuerpo. Ya no se trata de una pregunta sino de una entrega. Ya no es la renuncia sino es el propio sacrificio el que se convierte en la expresión radical de la relación con uno mismo, con su mismiedad, que no es otra que la relación con Dios. Esta relación con Dios ahora se establece en uno mismo. Se produce la internalización de Dios, su antropologización y su personalización. Este es el punto al que hemos llegado antes de la desacralización, la relativización y la indiferencia respecto a lo sagrado y lo divino, si es que no es a la incredulidad plena. La antropologización de Dios estableció las bases imaginarias del humanismo, por lo menos en lo que respecta al Occidente.
El hombre viene a ser la metáfora del hijo de Dios. El hombre es la alegoría del sacrificio del hijo de Dios, quien se encarna, se hace hijo del hombre, sufre por él, para abrir el camino de la salvación de los seres humanos. Esta apología del dolor, esta religiosidad que coloca en el centro de su culto al dolor, compone la semántica del humanismo, que por más desacralizado que llegue a ser tiene como condición de posibilidad este comienzo, esta matriz imaginaria.
Las identidades humanistas se constituyen como tales a partir de la internalización del sacrificio, de la antropologización de lo divino; esto es, la identidad humana se hace posible como constructo histórico a partir del autosacrificio que la expresa, de manera anticipada.
Identidad e Ideología
¿Qué es la ideología? Fuera de ser un estudio de las ideas, vale decir de las imágenes, la ideología ha terminado siendo una designación de la consciencia enajenada (consciencia falsa), es decir, una deformación de la realidad en el sentido de praxis. La acepción del estudio de las ideas nos lleva a dos alternativas: a una epistemología o a una hermenéutica. En el primer caso estamos ante una teoría de la ideología, en el segundo caso estamos ante una interpretación de lo imaginario. La concepción de la ideología como deformación de la praxis se desarrollo más tarde en la definición de la ideología como no-ciencia, considerando al marxismo relativo al periodo de El Capital. La ideología vendría a ser lo que no es ciencia. Pero, ¿qué es ciencia? Si consideramos como ciencia a la crítica de la economía política, todo lo demás resulta no-ciencia, incluso gran parte del discurso marxista. Sin embargo, queda la posibilidad que la misma crítica de la economía política termine siendo ideológica, entonces todo queda impregnado de ideología. Con lo que llegamos a la paradoja de Mannheim: ¿Si todo es ideología, cómo es posible considerar una teoría de la ideología, ya que esta también termina siendo ideológica? No hay salida para esta paradoja.
Paul Ricoeur propone una salida. Diferenciar Utopía de Ideología. En tanto que la ideología se comporta conservadoramente, la utopía se comporta en el sentido de la transformación. La ideología no sólo deforma la realidad, sino que conserva, legitima e integra las instituciones de la sociedad, en tanto que la utopía abole, deslegitima y desintegra las instituciones de la sociedad. En tanto que la utopía se pone en expectativa y crea una relación de esperanza, colocándose como alternativa ante un conjunto de posibilidades anidadas en el presente, la ideología busca justificar lo que hay. Desde esta perspectiva, se puede escapar a la paradoja de Mannheim. La utopía queda fuera del alcance de la ideología; es más, es posible una crítica de la ideología desde la utopía. Amabas, ideología y utopía forman parte de la imaginación y lo imaginario. La salida de Paul Ricoeur es hermenéutica.
¿Se ha resuelto el problema? ¿No habremos caído en otra paradoja? La de Ricoeur: ¿Si todo es imaginario, como puede considerarse la posibilidad de una teoría de lo imaginario? Aunque la salida parece ser la de que sólo interpretamos y lo que tenemos son interpretaciones de interpretaciones.
Sin embargo, el problema que nos ocupa aquí primordialmente es el de la relación de la identidad con la ideología. Desde este punto de vista la identidad no sólo vendría a ser una construcción imaginaria, fincando sus raíces en el substrato de la religiosidad, sino vendría también a ser una construcción ideológica, en tanto conformación de cosmovisiones parciales, relativas a clases sociales, estratificaciones y agrupamientos sociales diversos. De un etnocentrismo pasaríamos a una clasecentrismo o a un estratocentrismo. La relación ya no es con lo divino, que viene a ser algo así como la esencia de la humanidad, sobre todo en la versión cristiana, sino se trata de una relación con los horizontes históricos de una humanidad concreta. Se trata de la relación con la substancia social, con un orden o una red de relaciones sociales, que se constituyen en un sistema social que se autoreproduce. La pregunta es entonces: ¿Qué clase de perfil humano recorta este sistema social? ¿De qué manera nos hace ver el mundo este sistema social que se convierte también en una perspectiva? La ideología adquiere un sentido propio; hablamos de un imaginario social de clase o de estrato. Tomamos consciencia en la ideología de nuestro papel en la lucha de clases. Esto es lo que llama el marxismo la consciencia de clase.
Si la identidad es la imagen anticipada del Otro, si la identidad de la comunidad arcaica es construida a partir de la inmanencia de lo sagrado, si las identidades de las sociedades antiguas se constituyen a partir del rostro de Dios, si las identidades humanistas arrancan del substrato imaginario de la antropologización de Dios, convirtiéndose de esta forma en la inversión del sacrificio, en autosacrificio. Abriendo así el camino a un repliegue personal de este religar fundante, sin perder todavía la trascendencia, cosa que ya ocurre en la contemporaneidad. Sin llegar todavía al desvanecimiento de la religiosidad, debemos preguntarnos sobre el substrato de las identidades sociales, basadas en las cosmovisiones parciales, circunscritas en sociocentrismos, clasecentrismo y estratocentrismos. ¿Cuáles son los referentes de estas identidades? ¿Qué hay en el espejo? ¿Qué es lo que miran los ojos cuando se da lugar el reconocimiento? Hegel dice que una consciencia se reconoce en otra consciencia; en este sentido sólo pueda haber autoconsciencia. Se trata del establecimiento de la relación intersubjetiva, en otras palabras, del reconocimiento del Otro como uno mismo o, como dice Paul Ricoeur del sí mismo como Otro. La subjetividad de la modernidad no podría entenderse sino a partir de la igualación de los hombres y la condición histórica de posibilidad de la libertad.
Sólo el hombre moderno se preocupa de la identidad en el sentido sociológico o, en el mejor de los casos, en el sentido etnológico, y responde a esta pregunta con argumentos mundanos. Ahora, en la contemporaneidad sabemos de la identidad de antiguas y arcaicas sociedades o, en su caso de etnias sobrevivientes, a pesar de los procesos de homogeneización de la modernidad. Pues paradójicamente los problemas de identidad son del hombre moderno, de este hombre que ha sido masificado. ¿Por qué? A las sociedades arcaicas les gustaba llamarse a sí mismas gente y designar su lengua como lengua de la gente; algo parecido ocurre con las sociedades antiguas; por ejemplo, en aymara la lengua de la gente se designa como jaquearu. Seguramente cuando se intensifican y expanden las relaciones interculturales aparecen problemas de designación, diremos abiertamente, de identificación; pero, ¿serán estos problemas de identidad? ¿Por qué los problemas de identidad aparecen cuando la identidad se la pierde, sobre todo por los procesos de homogeneización, normatización y serialización debidas a la modernidad? ¿Qué es en definitiva la identidad para que ocurra esto?
Cuando dejamos de preguntar qué somos y llegamos a preguntar quién soy, no solamente la pregunta ha cambiado sino el sentido de la pregunta. La primera pregunta se la hace a los espíritus que animan el mundo, después a Dios y más tarde al hijo del hombre, a Dios antropologizado. La segunda pregunta se la hace uno mismo a uno mismo. La respuesta paradigmática a esta pregunta se dibuja y expresa en Descartes: Cogito ergo sum. Pienso luego soy; La respuesta está centrada en el Yo; La duda, la certeza, la existencia, la mismiedad, el pensamiento se fundamentan en el sujeto cognoscente. En esta identidad pensante Dios ha muerto y ha sido sustituido por la razón, aunque su huella se lea en el horizonte. Definitivamente el individuo sobresale como totalización ante una comunidad fragmentada. Este individuo es el presupuesto social y psíquico de la modernidad.
Sin embargo, es este Cogito el que se quiebra o el que se descubre quebrado ante una crítica estética de la filosofía. Nietzsche entiende al Yo como una ilusión generada por la retórica, con lo que el Cogito viene a ser una interpretación. No hay Cogito sino interpretaciones, no hay sujeto sino múltiples posicionamientos del sujeto. La multiplicidad, el devenir y el caos vuelven a cobrar primacía en la interpretación del mundo; las intensidades, la autocreación y la indeterminación sitúan la provisionalidad de una identidad instantánea y mutable, surcando distintos recorridos, inventando alianzas. No hay identidad sino procesos de territorialización, desterritorialización y reterritorialización, procesos que dibujan sus mapas de líneas duras, líneas blandas y líneas de fuga.
La identidad es en realidad una palabra; a esta palabra le atribuimos un secreto, aunque también un misterio. Se trata del secreto de nuestra permanencia y el misterio de nuestro reconocimiento. Pero, esto no es más que un rostro. Dice Gilles Deleuze:
“Un rostro es algo muy singular: sistema pared blanca-agujero negro. Ancho rostro de mejillas blancas, rostro de tiza perforado por unos ojos como agujero negro. Cabeza de clown, clown blanco, pierrot lunar, ángel de la muerte, santo sudario.”[134]
El rostro no es una envoltura, no es del todo externa al que habla, pues cuando habla mira a su interlocutor. El rostro de éste guía la conversación, establece un horizonte de subjetividad. No se habla en general, sino que se habla con alguien con rostro, donde el rostro resume la connotación de la presencia, del efecto que nos causa la presencia de la persona. Pero,
“Los rostros, no son en principio, individuales, defienden zonas de frecuencia y de probabilidad, delimitan un campo que neutraliza de antemano las expresiones y conexiones rebeldes a las significaciones dominantes. De igual modo, la forma de subjetividad, conciencia o pasión, quedaría absolutamente vacía si los rostros no constituyesen espacios de resonancia que seleccionan lo real lo real mental o percibido, adecuándolo previamente a una realidad dominante. El rostro es redundancia.[135]
El rostro hace redundancia con otras redundancias, por ejemplo las de significancia o de frecuencia, pero también hace redundancia con las de resonancia o subjetividad. El rostro constituye la pared que requiere el significante para rebotar, es el marco o pantalla. Del mismo modo, el rostro cava el agujero que precisa la subjetivación para mostrarse, es el agujero negro de la subjetividad que se expresa como consciencia o pasión, es también la cámara, el tercer ojo. Sin embargo, los rostros no son algo construidos, requieren de la máquina abstracta de rostridad, máquina que los produce, al mismo tiempo que construye la pared blanca para el significante y el agujero negro para la subjetividad.
“La máquina abstracta surge cuando menos se la espera, en el transcurso de un adormecimiento, de un estado crepuscular, de una alucinación, de un divertido experimento de física...”[136]
El rostro no es la cabeza. El rostro es un mapa; rasgos, líneas, arrugas, extensiones, todas ellas configurando una unidad reconocible.
“Incluso humana, la cabeza no es forzosamente un rostro. El rostro sólo se produce cuando la cabeza deja de formar parte del cuerpo, cuando deja de estar codificada por el cuerpo, cuando deja de tener un código corporal polívoco multidimensional – cuando el cuerpo, incluida la cabeza, está descodificado y debe ser sobrecodificado por algo que llamaremos Rostro -.”[137]
Cuando la cabeza deviene rostro es porque se ha producido la autonomización de la cara, la que adquiere subjetivación y se hunde en su propia profundidad, que es la del agujero negro de la subjetivación. La cabeza, comprendiendo todos los elementos que la componen, el volumen y la cavidad, deben ser rostrificados. La boca, la nariz y, particularmente, los ojos no devienen una superficie agujereada sin arrastrar a los demás volúmenes y a todas las cavidades del cuerpo hacia la configuración de un mapa significativo, de una mirada que habla. Lo mismo ocurre con el resto del cuerpo; la mano, el seno, el vientre, el pene, la vagina, la nalga, las piernas, el pie, serán rostrificados.
“Precisamente porque el rostro depende de una máquina abstracta no se contentará con ocultar la cabeza, sino que afectará a todas las demás partes del cuerpo, e incluso, si fuera necesario, a otros objetos completamente distintos”[138].
¿En qué condiciones se da lugar la máquina abstracta que produce rostro y rostrificación? El rostro no es animal, la cabeza, incluso humana, no es forzosamente un rostro; el rostro es humano, pero no del todo, puede adquirir connotaciones inhumanas.
“Del sistema cuerpo-cabeza al sistema rostro no hay evolución, estadios genéticos. Ni posiciones fenomenológicas. Ni integraciones de objetos parciales, con organizaciones estructurales o estructurantes. Tampoco referencia a un sujeto que ya está presente, o que se vería abocado a estarlo, sin pasar por una máquina específica de rostridad.”[139]
No se trata de considerar órganos sin cuerpo, como en el caso del cuerpo despedazado, sino primordialmente un cuerpo sin órganos, animado de diferentes movimientos intensivos, los que determinaran la naturaleza y el lugar de los órganos en cuestión, que, al mismo tiempo, convierten al cuerpo en un organismo. Yendo más allá, estos movimientos intensivos pueden convertir al cuerpo en un sistema de estratos donde el organismo es sólo una parte. El cuerpo no puede asociarse con objetos parciales, sino con velocidades diferenciales. Hablamos de movimientos de desterritorialización.
“Ellos son los que “hacen” al cuerpo un organismo, animal o humano. Por ejemplo, la mano prensil implica una desterritorialización relativa no sólo de la pata delantera, sino de la mano locomotriz. Y tiene un correlato, que es el objeto de uso o herramienta: el bastón como rama desterritorializada. El seno de la mujer en posición vertical indica una desterritorialización de la glándula mamaria animal; la boca del niño, provista de labios como consecuencia del replegamiento de la mucosa en el exterior, indica una desterritorialización del hocico o de la boca del animal. Y labios-seno, cada uno sirve de correlato al otro. La cabeza humana implica una desterritorialización con relación al animal, al mismo tiempo que tiene como correlato la organización de un mundo como medio a su vez desterritorializado (la estepa es el primer “mundo” por oposición al medio forestal). Pero el rostro representa a su vez una desterritorialización mucho más intensa, incluso si es más lenta. Diríase que es una desterritorialización absoluta: deja de ser relativa, puesto que hace salir la cabeza del estrato organismo, tanto humano como animal, para conectarla con otros estratos como los de significancia o subjetivación.”[140]
El rostro tiene como correlato al paisaje, que supone un mundo desterritorializado. Rostro y paisaje y sus múltiples correlaciones. Por ejemplo, la pedagogía cristiana ejerce un control espiritual de la rostridad así como también de la paisajidad. En el cine un primer plano trata al rostro como un paisaje. ¿Acaso hay algún rostro que no englobe un paisaje? O dicho de otro modo: ¿Acaso hay algún paisaje que no nos sumerja en la configuración de un rostro? ¿Llamaremos a esto rostrificación de un paisaje?
“Qué rostro no ha convocado los paisajes que amalgamaba, el mar y la montaña, qué paisaje no ha evocado el rostro que lo habría completado, qué le habría proporcionado el complemento inesperado de sus líneas y de sus rasgos.”[141]
1. No hay una desterritorialización solitaria, siempre viene acompañada, se presenta en dos términos: mano-objeto de uso, boca-seno, rostro paisaje. Cada uno se reterritorializa en el otro. No se puede confundir la reterritorialización con un retorno a una territorialidad primitiva. La reterritorialización compromete un conjunto de artificios, mediante los cuales una desterritorialización sirve de base a la otra como territorialidad nueva. De este modo podemos comprender distintas formas de reterritorialización; por ejemplo, podemos hablar de un sistema de reterritorializaciones horizontales y complementarias entre la mano y la herramienta, entre la boca y el seno, entre el rostro y el paisaje.
2. De dos movimientos de desterritorialización el más veloz no es forzosamente el más intenso. No se puede confundir la velocidad con la intensidad de un movimiento de desterritorialización.
3. De dos movimientos de desterritorialización se puede concluir que el menos desterritorializado se reterritorializa en el más desterritorializado. De este modo se establece un segundo sistema de reterritorializaciones, esta vez vertical, de abajo arriba. Es así como podemos decir que, no solamente la boca, sino el seno, las manos, el cuerpo e incluso la herramienta están rostrificados.
4. La máquina abstracta de rostrificación no se produce sólo con rostros sino que comprende diversos grados de rostrificación acaecidos en partes del cuerpo, en ropas, en ropas y en objetos que la máquina abstracta rostrifica.
¿Cuándo emerge la máquina abstracta de rostridad? Si consideramos varios casos, vemos que el rostro no actúa como individual sino que la individuación es el resultado de la necesidad de que haya rostro. No cuanta la individualidad del rostro sino el desciframiento que se puede realizar. Tampoco es una cuestión ideológica sino de economía y organización de poder. No se debe entender de esto que el rostro engendre el poder sino que ciertos agenciamientos de poder tienen necesidad de producir rostros. Esto no ocurre necesariamente con las sociedades primitivas; en ellas pocas cosas son rostrificadas, su semiótica no es significante, tampoco es subjetiva, sino que estamos ante un imaginario colectivo, polívoco y corporal, que utiliza formas y substancias de expresión diversas. La polivocidad de esta semiótica pasa por diversas territorialidades.
Considerando a las sociedades primitivas, estamos ante procesos de desterritorialización que no implican la rostridad sino que se comprometen con formas de devenir animal. Se trata de otra espiritualidad, pues los devenires animales comprenden a los espíritus animales. En todos estos casos no se produce una autonomización de la cabeza respecto del cuerpo, sino más bien un ajustamiento de la pertenencia de la cabeza al cuerpo, podríamos decir, de modo diferente a lo que ocurre con la rostrificación, que concurre una corporeización de la cabeza.
“Los “primitivos” pueden tener las cabezas más humanas, más bellas y más espirituales, pero no tienen rostro y no tienen necesidad de él.”[142]
Por lo tanto, el rostro no es universal. Ni siquiera es del hombre blanco. El rostro es el propio Hombre Blanco. El rostro es Cristo. El rostro cumple una función de biunivocización, de binarización. Esta función se presenta de dos maneras: la máquina abstracta de rostridad concierte tanto a los elementos así como a las opciones. De acuerdo al primer caso, el agujero negro actúa como un ordenador central, Cristo, tercer ojo, desplazándose sobre la pared blanca como una superficie general de referencia. De acuerdo al segundo caso, la máquina abstracta de rostridad cumple un papel de respuesta selectiva: dado un rostro concreto, la máquina abstracta juzga su adecuación y su correspondencia. La máquina rechaza rostros inadecuados o gestos indeterminados. Sin embargo, esto ocurre en forma selectiva, pues se da lugar a variaciones-tipo para atrapar las desviaciones; de este modo, nadie puede escapar a las relaciones biunívocas. La máquina abstracta te ha reconocido, te ha inscrito en el conjunto de su cuadrilátero.
“Si el rostro es Cristo, es decir, el Hombre Blanco medio-cualquiera, las primeras desviaciones, las primeras variaciones-tipo son raciales: hombre amarillo, hombre negro, hombre de segunda o tercera categoría. También ellos deben ser inscritos sobre la pared, distribuidos sobre el agujero. Deben ser cristianizados, es decir, rostrificados.”[143]
El racismo europeo nunca ha procedido por exclusión, tampoco ha designado a alguien como Otro; esto es más bien lo que ocurre en las llamadas sociedades primitivas, donde el extranjero es el Otro. El racismo procede por medio de la determinación de variaciones de desviación; esto ocurre teniendo en cuenta el papel paradigmático del Hombre Blanco, mediante el cual se pretende integrar en ondas cada vez más excéntricas y retrasadas los rasgos que aparecen como inadecuados; unas veces lo hace para tolerarlos, otras para borrarlos por no aceptarlos. Desde la perspectiva del racismo, no hay exterior, no hay afuera; las personas no se encuentran en estos lugares de la otredad, sino que únicamente hay personas que beberían ser como nosotros, pero cuyo crimen es no serlo.
¿Qué es lo que ha desencadenado la máquina abstracta de rostridad? Este desencadenamiento no ocurre en todas las formaciones sociales; son ciertas relaciones sociales las que requieren de un rostro, así como también de paisaje. Para que se dé lugar este desencadenamiento ha tenido que producirse el derrumbamiento generalizado de las semióticas primitivas, que son polívocas, heterogéneas y polimorfas, semióticas que utilizan substancias y formas de expresión diversas; Este derrumbamiento se dio lugar en beneficio de una semiótica de significancia y de subjetivación.
“Cualquiera sean las diferencias entre significancia y subjetivación, cualquiera sea el predominio de una o de la otra en tal o cual caso, cualquiera que sean las figuras variables de combinación, de hecho, las dos tienen en común el destruir toda polivocidad, el erigir el lenguaje como forma de expresión exclusiva, el proceder por biunivocización significante y por binarización subjetiva.”[144]
Cultura Política
¿Qué se entiende por cultura política? ¿La relativa a los valores y normas de la conducta política? Pero, en todo caso, ¿por qué cultura? ¿Se trata acaso de un sistema simbólico? ¿O cultura por aquello de la institución imaginaria de la política[145]? ¿O cultura por la vinculación de un saber político con un agenciamiento concreto de poder? ¿Qué es en todo caso un saber político si bien los agenciamientos son de alguna manera evidentes? Para comenzar el saber político no debe confundirse con el discurso de los políticos, que más bien es ideológico. Persigue convencer, legitimar, integrar; en cambio, el saber político tiene que ver con lo que se sabe y no se dice, con el uso y la práctica. ¿Cómo usar el puesto para conseguir algo? ¿Cómo usar mi disposición, mi dispositivo? ¿Cómo usar y moverme en un espacio determinado? ¿Cómo hacer efectivos los mecanismos de poder? Este saber no dicho, pero trasmitido a través de las conductas; se trata de un aprendizaje por experiencia.
Hemos dicho que este saber se encuentra conectado con instituciones políticas: partidos, organizaciones, agrupaciones, núcleos, el Estado, aparatos de estado, aparatos militares. ¿Cómo se genera este saber? Pero antes, ¿cómo describir este saber? ¿Qué es lo que sabe este saber? En adelante, para responder a estas preguntas no moveremos en un campo hipotético.
Hipótesis
1. El saber político sabe acerca del manejo de situaciones determinadas en función de objetivos preestablecidos.
2. La práctica política busca inducir en los comportamientos de la gente poniendo en operación un conocimiento empírico de las conductas de la gente.
3. El saber político conoce las instituciones en las que se mueve; el funcionamiento de las mismas, sus engranajes, sus instrumentos, sus dispositivos y disposiciones, en fin, el escenario en el que se ejerce su dominación.
4. El saber político discierne sobre lo posible y lo utópico, descartando lo segundo en función de lo viable, es decir, de la opción probable.
5. En este sentido el saber político es conservador. Pretende mantener las reglas del juego tal como están. En estas condiciones puede aceptar un cambio de actores, personajes y de líderes, pero sería muy difícil aceptar otras reglas, puesto que esto implicaría otro juego. Lo que supone un riesgo no aceptable. En caso extremo, de crisis, de radicalización de las movilizaciones de descontento, de estancamiento de las instituciones, puede aceptar incluso la modificación de algunas reglas, pero de tal forma que no cambien en esencia el juego de poder. Se trata de mantener la dominación a toda costa. Incluso en el caso donde el estilo de hacer política encubre las verdaderas pretensiones.
6. El saber político no es necesariamente un saber abstracto y generalizable; al contrario, se lo puede clasificar entre los saberes concretos, pero, esta vez, de una clase determinada: la clase política.
Una interpretación dramática de
la historia latinoamericana
La pregunta sobre nuestra identidad ha hurgado la cabeza de los intelectuales latinoamericanos: ¿Qué somos? Esta pregunta no necesariamente se ha traducido en otra pregunta de carácter historicista: ¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos? Antes de preguntarnos teníamos respuestas con este propósito. Es posible que para esto hayan jugado modelos teóricos preestablecidos o prejuicios adquiridos en una relación de subordinación respecto a los referentes del progreso, de la modernidad, del desarrollo urbano e industrial, del capitalismo, referentes que se expresan en los países que habrían logrado estas finalidades; estos son los llamados países desarrollados. En Tradición Autoritaria y Modernidad Imitativa[146] Hugo Celso Felipe Mansilla desarrolla una crítica a estos parámetros a través de los cuales nos valoramos ambivalentemente. Aceptemos que tenemos una falencia en la pregunta de principio: ¿Cómo hemos llegado a ser lo que somos? Vayamos de lleno a la crítica a los postulados modernizantes que subyacen a nuestras elites gobernantes y pensantes.
Las hipótesis fragmentarias de H.C.F. Mansilla son:
1. La diferencia tecnológica, militar y organizativa de los centros metropolitanos derivó desde 1492 en relaciones de dominación y subordinación de parte de los llamados países del tercer mundo, los cuales vieron cortado el desarrollo autóctono que venía desprendiéndose de sus propias civilizaciones.
2. Los estrechos vínculos entre América Latina y los centros metropolitanos condicionaron una modernización imitativa, a pesar de los matices y las diferencias nacionales.
3. El establecimiento del mercado internacional y el alcance de los medios de comunicación nos convirtió en hombres planetarios, pero esto no vino acompañado por un proceso de democratización.
4. El éxito de la llamada civilización Occidental ha debilitado profundamente las concepciones holistas que explicaban el mundo y su historia a partir de principios deterministas. Las teorías más afectadas son las relativas al marxismo.
5. En América Latina se aceptan los estándares de la civilización industrial de modo acrítico como si los mismos definieran el único camino posible.
6. El desarrollo en América Latina viene caracterizado por los siguientes parámetros: el crecimiento del producto interno bruto; incremento del mercado laboral y la formación profesional y técnica; la conformación de un nacionalismo optimista del futuro.
7. Con relación a los inconvenientes los diagnósticos se han concentrado en detectar los obstáculos y los análisis en explicaciones exculpativa.
8. La racionalidad que se ha impuesto es de índole instrumentalista, lo que no conlleva de suyo un desarrollo de una racionalidad integral en todos los ámbitos de la vida social.
9. Para hacer digerible por parte del pueblo de este modelo de desarrollo se le ha dado un carácter endógeno, como si de este modo se pudiera escapar a las consecuencias globalizadoras del desarrollo urbano industrial.
Estas hipótesis son tremendamente generales como para dar cuenta de la historia de América Latina, más aún como para establecer puntos de vista respecto al autoritarismo y a la modernización en las regiones involucradas. La explicación del autoritarismo se asocia a la tradición ibérica y católica, como si esta asociación fuera suficiente para dar cuenta de la génesis del poder, del estado y de las instituciones de carácter autoritario. Peor aún, esta herencia sería la matriz no sólo de instituciones coloniales y ligadas a una clara continuidad de esta tradición sino también de formaciones discursivas disímiles como la Teoría de la Dependencia, el Marxismo-Leninismo autóctono y la Teología de la liberación.
“Esta estimación popular está ligada al núcleo de este tipo de reflexión: no se contrapone a las raíces ibéricas y al amplio legado hispano-católico, propugna una visión favorable a ciertas dictaduras (por ejemplo de aquéllas que pretendieron modelos autárquicos de industrialización), pasa generosamente por alto aspectos negativos de una cultura política del autoritarismo, apoya los esfuerzos en pro de una literatura y de un arte revolucionarios y anti-elitistas y desemboca en la actual Teoría de la Dependencia y las versiones autoctonistas del marxismo. Su relación ambigua con los centros metropolitanos es sintomática para la mayor parte de la consciencia colectiva latinoamericana: se rechaza enfáticamente toda forma de expansión imperialista y todo intento de penetración cultural proveniente del Norte, lo que significa igualmente rehusar la tradición liberal-democrática del Occidente (y sus instituciones políticas modernas), pero se acepta de modo benévolo y hasta entusiasta todos los logros económico-tecnológicos de aquella misma civilización metropolitana y se los considera como metas normativas de toda evolución histórica.”[147]
¿De qué se habla? ¿Cuál es el referente? ¿Podemos reconocer en esta crítica a las corrientes ideológicas involucradas en la interpretación y el análisis de las formaciones sociales latinoamericanas? No es posible. Estamos ante una generalización inaudita de los distintos discursos, prácticas discursivas y concepciones filosóficas; nos encontramos también ante una inaudita homogeneización de las múltiples historias, ante una reducción simple de la complejidad histórica de las formaciones sociales a una representación simultánea e ingenuamente estática. Esta reducción subsiste si incluso comprendemos el desenvolvimiento histórico latinoamericano a través de sus diferentes periodos. Mansilla nos ha puesto un collage de distintos fragmentos de la historia latinoamericana y de diferentes latitudes; quiere que asumamos este cuadro fragmentario como la contrastación practica de las teorías que rebate.
El libro de Hugo Celso Felipe Mansilla Tradición Autoritaria y Modernización Imitativa, Dilemas de la Identidad Colectiva en América Latina, no deja de ser un texto conservador. No tanto por lo que corresponde a las suposiciones ideológicas, que pueden catalogarse ciertamente de conservadoras; esto se ve claramente en su inclinación aristocrática por el mito premoderno de las sociedades excluyentes; sino por el tratamiento conservador que da a los problemas. El enfoque no deja de ser tradicional, recurre una y otra vez al sentido común. Podríamos decir que no se trata propiamente de una crítica, sino de un esfuerzo por justificar los propios prejuicios. Por otra parte, en lo que respecta a la temática de sus análisis, no se nota una clara comprensión de la problemática del autoritarismo, la misma que no puede dejar de entenderse a partir de las relaciones de poder. Tampoco se ve una clara elucidación sobre la modernidad en toda su complejidad. Se notan pinceladas rápidas de imágenes asumidas acríticamente; el señor Mansilla acusa acremente a los intelectuales criollos de mediocridad y por ser los portavoces de una modernización ya caduca. De lo que se puede deducir que ni el señor Mansilla ni los intelectuales criollos alcanzan a expresar la compleja irrupción histórica de la experiencia de la modernidad. El texto se detiene en un rezago ideológico.
¿Cómo puede hablarse de autoridad y modernización sin tocar el problema que nos plantea la ideología? De manera inmediata la vinculación entre autoridad e ideología se da con relación a la legitimidad. La ideología juega una función importante en la construcción de la legitimación de la autoridad; en este sentido se conecta la noción de ideología en términos de deformación con la noción de aquella en términos de integración. ¿Podríamos hablar entonces de una ideología del autoritarismo en América Latina? ¿Sólo en ella? ¿El fenómeno del autoritarismo no es más bien un fenómeno mundial, aunque se haya dado en la historia de manera diferencial? Los estudios de la antropología nos muestran la relación compleja entre autoridad y cultura; la autoridad llega a ser un símbolo de la identidad social. De modo diferente es conveniente hablar de una historia del autoritarismo en América Latina diferente a la dada en la América Anglosajona; pero no podemos llegar a decir que el autoritarismo es intrínseco a la cultura hispana, a la forma de la religión cristiana en su institucionalidad católica, sin caer en grandes vacíos. ¿El autoritarismo no se ha dado en la tradición cultural anglosajona? No es posible separar las formas de poder de los tipos de autoridad y autoritarismo. En la región anglosajona se ha dado otro tipo de autoritarismo. No se puede contraponer tajantemente cultura autoritaria y cultura democrática, veladamente afirmar que la primera pertenece a Hispanoamérica y la segunda a la América de habla inglesa. Puede mostrarse que la democracia ha ganado mayor institucionalidad en la tradición anglosajona, pero no se puede desvincular la democracia representativa de las formas de autoridad y autoritarismo, mucho menos de las formas de poder. Es sugerente estudiar las formas de autoritarismo instituidas en Hispanoamérica de modo específico, recorriendo la historicidad de sus instituciones, como de su imaginario. Sin embargo, es difícil lograr comprender la genealogía del autoritarismo en América Latina tan sólo partiendo de la hipótesis de que el autoritarismo es intrínseco a la tradición cultural religiosa del catolicismo ibérico.
La crítica a Leopoldo Zea va en el sentido de la crítica a su supuesta apología de las formas autoritarias, formas a través de las cuales se reasume la identidad autóctona. Sin embargo, debemos preguntarnos si esta discusión, contra la supuesta apología del autoritarismo en los intelectuales latinoamericanos, tiene que ver con lo que puede ser el referente histórico de América Latina. No podemos olvidar que un enfoque adecuado para comprender esta historicidad ha sido el relativo al desarrollo específico de sus formaciones sociales. ¿Las hipótesis fragmentarias sobre la tradición autoritaria y la modernización imitativa son suficientes para explicar el desarrollo específico de las formaciones sociales latinoamericanas? No lo son, pues pecan de excesiva generalidad en el tratamiento del problema; por el contrario, hay que partir de la historicidad de las formaciones sociales latinoamericanas, es decir, hay que partir de la especificidad histórica de estas formaciones, para poder explicar la genealogía del autoritarismo y la emergencia de una modernización artificial. En cambio el criterio de las hipótesis fragmentarias parte al revés; pretenden explicar la historia de las formaciones sociales latinoamericanas a partir de la institucionalidad del autoritarismo y el proceso de modernización.
¿Puede abordarse el fenómeno del autoritarismo en sus múltiples formas sólo tomando en cuenta la descripción de sus síntomas más generales? ¿No es el autoritarismo un fenómeno complejo que atraviesa distintos ámbitos de la vida social? ¿No es el autoritarismo un fenómeno que se explica a partir de agenciamientos concretos de poder, es decir, a partir de la constitución de instituciones específicas, las que articulan, preservan y trasmiten el autoritarismo en la historia efectiva? Ni el autoritarismo, ni los procesos de modernización, pueden explicarse con meros enunciados que sólo toman en cuenta el contexto de las representaciones académicas. En lo que respecta al análisis de las representaciones es menester abrirse a las representaciones colectivas, no sólo al pequeño estrato de los discursos intelectuales. A su vez, esta problemática de las representaciones se abre al complejo ámbito del imaginario social. Por otra parte es indispensable tomar en cuenta un conjunto de mediaciones en las relaciones sociales concretas, además del conjunto de prácticas en las que se mueve la gente, las relaciones sociales y las instituciones. La descripción de esta complejidad de las formaciones sociales puede ser un buen punto de partida para comprender el funcionamiento del autoritarismo en instituciones tradicionales, así como comprender el funcionamiento de estas instituciones en la tradición autoritaria. Por otra parte, ambas cosas nos pueden permitir comprender mejor la persistencia del autoritarismo en las formas de modernización dadas en América Latina.
El texto Tradición Autoritaria y Modernización Imitativa sufre de un cierto desamparo; se mueve en un plano aparente, se detiene en los discursos intelectuales, toma como datos de la realidad estas representaciones altamente mediatizadas y atrapadas en motivaciones insoslayables de estratos sociales con posibilidades de decisión. La crítica de las concepciones implícitas a los discursos aparece entonces como un conocimiento de la realidad latinoamericana, cuando es meramente el punto de vista de una polémica interminable. Pero, una crítica es, desde Emmanuel Kant, la crítica a los fundamentos, el encuentro de sus condiciones de posibilidad del conocimiento y de la experiencia, en otras palabras, la lectura de una problemática a la luz del horizonte epistemológico epocal. Esto es precisamente lo que falta en el texto en cuestión.
El texto se mueve en un terreno ideológico; tiene como fuente discursos de interpretación de la problemática de los países periféricos a las grandes metrópolis, evalúa los mismos, toma posiciones, cumple con las características propias de la función ideológica: deforma la realidad, busca integrar a grupos y estratos sociales o a la misma sociedad bajo los parámetros del discurso ideológico, cumple labores de legitimación de las instituciones seleccionadas como pertinentes. El texto también puede ser catalogado como utópico, pues también cumple con características funciones de la utopía: crítica de la realidad en forma de evasión, demuele agrupamientos e instituciones y deslegitima el sentido de las mismas[148]. Sólo que al respecto debemos apuntar que se trata de una utopía conservadora. Como bien lo anota Ernst Bloch, hay utopías conservadoras y utopías transformadoras[149]. Lo común de ambas es la evasión del presente, la crítica de la realidad, el buscar otras posibilidades alternativas y el no estar en ninguna parte. Puede entonces orientarse un discurso utópicamente sólo que en sentido conservador; por ejemplo, puede guiarse por motivaciones restauradoras de costumbres aristocráticas o premodernas. Una utopía de retorno; la evasión del presente se da de modo nostálgico; valorando instituciones, normas, códigos, costumbres desaparecidas, que quizás nunca se dieron de la forma como las imaginamos ahora, de la forma como se la imagina el utópico conservador. Por eso este territorio utópico no está en ninguna parte. Lo interesante de la utopía es que permite hacer una crítica de la realidad orientando su reflexión al potenciamiento de lo real, descubriendo sus posibilidades creativas. ¿Pero, una utopía conservadora persigue lo mismo, apunta al potenciamiento de lo real, libera la facultad imaginativa, despierta la creatividad en la praxis? No es posible equiparar la utopía conservadora y la utopía transformadora; la utopía transformadora es auténticamente utópica, en el sentido de la apertura a lo aún no-dado, a la posibilidad latente, jerarquizando la función de la creatividad; en tanto que la utopía conservadora, si bien es evasiva del presente, persigue trastrocarlo, sin embargo lo hace sin potenciar la imaginación y creatividad humana, sino buscando revivir instituciones tradicionales. La utopía conservadora no es una utopía propiamente dicha, sino mas bien está ligada al romanticismo; Su función no es tanto demoler las instituciones, deslegitimar estos agenciamientos, buscar su alterabilidad, sino restaurar instituciones, relegitimarlas ante un presente cambiante e irreverente. A esta utopía conservadora sólo le queda de utópico el aspecto evasivo.
Según Paul Ricoeur la metáfora no es una deformación de la palabra sino que es constitutiva del sentido y por lo tanto de la palabra misma. Kant descubrió la tercera facultad del conocimiento y de la experiencia humana: la imaginación. Quizás sea la imaginación la condición de posibilidad más originaria; la que no solamente integra y articula a las otras dos, la intuición y el entendimiento, sino que las constituye como tales. La metáfora forma parte de la imaginación. ¿Qué relación se da entonces entre imaginación, metáfora e ideología? Los recorridos de las analogías. Ricoeur habla de la mediación simbólica de la acción humana. Esto quiere decir que toda acción humana no es solamente una acción con sentido, como la definía Weber, sino que la acción misma es inmediatamente sentido, donde la significación viene constituida por interpretaciones y transmisiones simbólicas.
No se puede decir que los ensayistas que se analizan en el texto Tradición Autoritaria y Modernización Imitativa son en su conjunto partidarios del autoritarismo; Se trata de intérpretes de la historia de América Latina, preocupados fundamentalmente de la cuestión de la identidad. Al buscar esta identidad la inventan y al inventarla establecen una perspectiva epistemológica. Lo que hacen no está alejado de lo que pasa en el mundo, pues éste se ha constituido como tal: el mundo es mundo desde la conquista de América[150]. En este sentido no se puede separar taxativamente lo que hacen los intelectuales criollos y nativos de lo que hacen el resto de los intelectuales del mundo, principalmente los de Europa. H.C.F. Mansilla parte de una distinción infranqueable ente ambos mundos: el nor-occidental y la periferia. Quizás tesis que los mismos ensayistas habrían manejado, identificándose como distintos, viendo ante sus ojos una realidad que la interpretan como diferente. Ciertamente esta realidad regional del Nuevo Mundo es diferente; pero, esto mismo encuentran los cronistas y los investigadores que recorren los siglos XVII, XVIII, XIX y XX. Alexander von Humboldt encuentra en sus viajes esta diferencia; sin embargo, no es precisamente un intelectual criollo o nativo. El problema no se encuentra tanto en ver esta diferencia sino en la similitud epistemológica de los enunciados de los intelectuales del mundo periférico y del mundo nor-occidental. Unos y otros encontraron la diferencia y la enunciaron a partir de los mismos horizontes epistemológicos. Si hubo prejuicios y limitaciones en un lado es porque lo hubo del otro lado. Los pecados occidentalista y desarrollista se encuentran en ambos lados; sólo que desde estas mismas premisas encontraban en las distintas regiones diferencias cuantitativas, de grado o, en su caso, diferencias cualitativas, devenidas de pasados culturalmente distintos. El problema no es tanto identificar las diferencias, sino que esta distinción es constituida a partir de compartidos horizontes epistemológicos. Las críticas que se exponen en el texto de Mansilla a los intelectuales del Nuevo Mundo deberían pues hacerse también a los intelectuales del Viejo Mundo, quienes también quedaron perplejos o seducidos por la diferencia regional.
¿Esta diferencia de la que se habla, la que encuentran los intelectuales, ensayistas, cronistas e investigadores, es una diferencia cultural, histórica, económica (de desarrollo) o se trata de los límites epistemológicos de los intelectuales para comprender su mundo constituido como complejidad? La pregunta que nos toca responder a nosotros, los habitantes de la contemporaneidad es: ¿Qué clase de mundo se ha constituido a partir de la propia multiplicidad, diversidad, diferencia, de grado o cualitativa, atravesada y articulada por los viajeros de los archipiélagos[151] de la tierra? Obviamente el mundo, en tanto unificación, ha tenido que ser afectado por esta multiplicidad, diversidad y diferencia. El hombre moderno sólo es hombre moderno mediante la conquista[152]. La modernidad no solamente es la experiencia de la vertiginosidad desatada por la revolución industrial, sino la articulación de esta multiplicidad, la articulación del archipiélago de las islas continentales. El descubrimiento es un encubrimiento del otro, pero también su develamiento, el reconocimiento de nuestra propia otredad. Los unos y los otros inventan su identidad, pero ésta es siempre la anticipación imaginada del otro[153]. Podemos ser o no ser diferentes, tener grados o mas bien expresar distinciones cualitativas, pero lo que llama la atención es que nos hemos leído a partir de los mismos horizontes epistemológicos. Sobre todo aquel que tiene que ver con la enunciación y conceptualización de la identidad.
Ahora bien pasando de la epistemología de la identidad a la genealogía del autoritarismo. A ésta hay que buscarla en otra parte: en los agenciamientos institucionales. Sobre todo con el que tiene que ver con el patriarcalismo gamonal, el militarismo, el sistema de haciendas, el ascetismo católico, así como en el esclavismo de los cafetales. Es posible que una veta a explorar sea la que relaciona la tradición católica y el autoritarismo patrimonial. Sin embargo, esta veta sólo esta enunciada en el texto Tradición Autoritaria y Modernización Imitativa; no encontramos en el texto y en otros del autor el desarrollo de una investigación histórica cuyo objeto sea el desenvolvimiento de esta relación. Por el contrario, después de una proposición tan sugerente el autor se pierde en complicadas referencias de dudosa certeza. Las tesis bolivarianas de Abelardo Ramos nada tienen que ver con el autoritarismo. Es más, Simón Bolívar era liberal; esto puede afirmarse en la medida que se encontraba influido por ideas liberales. Se puede decir que fue un liberal que tuvo que hacer la guerra a la Corona Española, es decir, a la Monarquía Imperial de España. Lo mismo tuvieron que hacer los liberales norteamericanos criollos; hacer la guerra a la Monarquía del Imperio Británico. Esta circunstancia, esta acción que ponen en tensión todas las fuerzas, esta disponibilidad extrema, esta acción convocativa, que es la guerra, no los convierte en autoritarios. El autoritarismo tiene otros orígenes, mas bien institucionales; si eran autoritarios, lo fueron ya antes de la guerra.
¿Qué es lo que está en cuestión? ¿La filosofía de la historia? ¿El estilo del desarrollo? ¿La concepción desarrollista? ¿La visión linear y evolutiva del progreso? ¿El origen regional de esta concepción: Europa? El autor dice:
“La idea de un progreso evolutivo linear, según la cual la humanidad avanza continuamente de niveles civilizatorios inferiores a superiores no es, probablemente, un concepto que haya surgido dentro del acervo autóctono de creencias y filosofías de las diferentes áreas del actual tercer mundo, sino una doctrina que haya sido tomada del corpus conceptual del Occidente cristiano, precisamente después de un largo y doloroso período de confrontaciones con las naciones metropolitanas, durante el cual la supremacía de éstas – e indirectamente su cosmovisión – quedó manifiesta de manera inequívoca.”[154]
¿La irradiación de esta concepción lineal de la historia es resultado de la confrontación entre la periferia y las naciones metropolitanas? ¿Resultado entonces de una guerra prolongada, aunque diferida, en parte latente, en parte manifiesta, en parte encubierta y en parte abiertamente violenta? ¿No ocurre acaso que esta concepción se impuso primero en Europa, en el contexto de una concurrencia de concepciones tradicionales, para luego irradiarse al resto del mundo? La Europa premoderna tuvo que ser vencida antes de que la Europa moderna se imponga al mundo. Lo que se impone en Europa es el modo de producción capitalista; es este sistema el que se proyecta al mundo por medio de la conformación del mercado internacional. Esta concepción linear si bien tiene raíces en la teología y tradición mesiánica del cristianismo, pensamiento que conlleva la idea de finalidad en su sentido de revelación, en realidad se consolida con la filosofía moderna; de Descartes para adelante.
¿Qué entiende por marxismo el señor Hugo Celso Felipe Mansilla? Dice:
“Las variadas escuelas marxistas en América Latina no han modificado fundamentalmente estos teoremas y modelos de pensamiento (los relativos a la concepción teleológica). Por un lado, son profundamente eurocéntricas, tanto en la determinación de los valores rectores del desarrollo como fijación de etapas evolutivas; por otra parte, no han atribuido a los problemas de la identidad colectiva una relevancia digna de mención, ya que se trata, como se sabe, de meros asuntos superestructurales. La suposición de Marx de que el futuro probable y deseable de los pueblos pequeños sería el de ser asimilados por las grandes naciones y la subordinación concomitante de la temática nacional, étnica y cultural bajo las necesidades de la lucha de clases, han coadyuvado a que el marxismo no juegue ningún papel importante en el desenvolvimiento de las ciencias sociales históricas en el Nuevo Mundo.”[155]
Todo el pensamiento marxista es adscrito a la tradición judeocristiana, tradición que con el correr de los tiempos habría adquirido la figura laica del progreso tecnológico. El pensamiento marxista sería teleológico, mesiánico y desarrollista. La diferencia con los apologistas del capitalismo estribaría en la forma de propiedad de los medios de producción; los marxistas propugnan la forma de propiedad social a diferencia de los ideólogos del capitalismo que defienden la propiedad privada de estos medios. Es más, los marxistas latinoamericanos habrían repetido ingenuamente estos postulados sin comprender las condiciones propias de las formaciones sociales específicas de América Latina. El señor Mansilla reconoce algunas honrosas excepciones. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos,
“Esta situación no ha sido alterada por algunos intentos críticos de convertir el “marxismo eurocéntrico” en un “marxismo latinoamericano”. José Aricó y Carlos Franco, quienes han realizado los esfuerzos más notables en esta dirección, reconocen el eurocentrismo de Marx, basado precisamente en la idea del progreso material incesante, en la “laicización de la visión judeocristiana” de la evolución y de la concepción del creciente dominio del hombre sobre la naturaleza. Ambos autores postulan la tesis de que el marxismo primigenio tuvo una pluralidad de enfoques, de cambios de perspectiva y de enriquecedores virajes (al lado de un “alma hegelianizante”). Pluralidad que habría surgido durante el estudio de las cuestiones irlandesas, rusa y española del siglo XIX y que coincidiría con una suerte de “descentración de la historia”: el desplazamiento del centro del proceso revolucionario del mundo Occidental al periférico y la “constitución de la revolución nacional de los países dependientes en condición de la revolución social en los países europeos”[156].
Como habíamos dicho, al señor Mansilla estos esfuerzos le parecen vanos, a pesar de la relativización de los pronósticos, de los teoremas evolutivos y las leyes históricas de Marx. A pesar de que se reconoce lo específico, concreto e irreductible de los fenómenos socio-históricos, al mismo tiempo aún se continúa aferrando a la posibilidad de establecer enunciados válidos para la generalidad de los casos y teorías de tinte universalista[157]. La conclusión del diagnóstico de estos aportes, de estos desplazamientos teóricos que se esfuerzan por reestructurar la concepción general en análisis específicos es contundente:
“Estos ejercicios exegéticos no aportan nuevos conocimientos a la problemática de la identidad colectiva latinoamericana actual, pero desembocan en la misma intención modernizante de casi toda la producción intelectual del Tercer Mundo contemporáneo”[158].
¿Son tan vanos estos esfuerzos? ¿Por qué se toma sólo a José Aricó y Carlos Franco? ¿No hay otros marxistas latinoamericanos que se esfuerzan por realizar una interpretación propia, específica y actual de las formaciones sociales específicas? El tratamiento que se le da a Mariátegui es de apenas un comentario de pasada, soslayando el aporte de sus tesis. Quizás las más importantes del marxismo latinoamericano. Esto sobre todo por el tratamiento que se le da a la cuestión indígena y a la cuestión de la dominación de la casta gamonal, la que define las relaciones de poder concretas en la región andina, desde la Colonia, atravesando gran parte de la República, hasta las reformas agrarias, pero dejando su huella en el decurso siguiente, mediante una metamorfosis del gamonalismo en las nuevas formas aparentes de la burguesía de los países andinos.
No se encuentra en el comentario de Mansilla un análisis serio de las corrientes marxistas latinoamericanas, no logra distinguirlas, tampoco configurar su historicidad. Se trata de una lectura externa, curiosa, pero poco substancial, con muy poco apego a la investigación de sus referentes criticados. Nos da la impresión que conoce muy poco lo que se critica, concretamente no se ve un manejo adecuado del marxismo, no se visualizan las corrientes marxistas; se tiene una visión a vuelo de pájaro de las corrientes marxistas latinoamericanas, de las distintas interpretaciones de las mismas de la formación enunciativa marxiana, así como de las interpretaciones de estas corrientes de América Latina. Tendríamos que preguntarnos, ¿por qué no se tomo en cuenta a autores contemporáneos como Bolívar Echeverría, Hugo Zemelman y René Zavaleta Mercado, para dar algunos nombres? ¿No son dignos de atención?
Por otra parte, hay que matizar las afirmaciones de esta pretensiosa crítica:
1. ¿Es teleológico el marxismo, se halla adscrito a la Filosofía de la Historia?
2. ¿Tiene el marxismo una visión tan desembozadamente desarrollista y tecnicista, mostrando n manifiesto desprecio por la naturaleza?
3. ¿Todos los marxistas han asumido la metáfora estructura-superestructura como modelo teórico?
4. ¿Ningún marxista ha tratado sugerentemente problemas de la identidad colectiva?
5. ¿Es totalmente descartable la ética fundamentada en el mesianismo?
6. ¿Los únicos intentos de especificación u adecuación del marxismo latinoamericano corresponden a José Aricó y Carlos Franco?
7. ¿Todos los marxistas conciben el socialismo como el cambio de la forma de propiedad privada de los medios de producción en forma de propiedad pública?
8. ¿La interpretación aperturante de Marx en América Latina sólo se detiene a desvincularlo del “alma hegeliana?”
9. ¿La teoría de la formación social no es precisamente una teoría que pone en juego la articulación específica de los modos de producción, relaciones y prácticas de una formación social determinada?
Estas preguntas cuestionan las conclusiones generalizantes y absolutas del señor Mansilla. Se trata de una revisión rápida y superficial, a pesar del manejo erudito de autores, nombrados, pero no tratados. De los cuales abría que decir, que en muchos casos son secundarios respecto al problema en cuestión: Dilemas de la Identidad Colectiva en América Latina. No vemos una configuración clara del debate, una jerarquización de los ensayos y de los problemas tratados. Tal pareciera que todo se mueve en un solo plano. No hay perspectiva y profundidad en el tratamiento de los problemas.
Con relación a las preguntas que nos hemos hecho, abordaremos determinados campos problemáticos del debate.
I. ¿Qué es la dialéctica? ¿Una cosmología, una filosofía y una epistemología teleológicas? ¿Se da acaso continuidad entre el filósofo presocrático Heráclito y el filósofo moderno Hegel? ¿Hay continuidad entre Hegel y Marx? ¿Se puede decir que el marxismo, en tanto materialismo histórico, continúa los derroteros de la Filosofía de la Historia, sistematizada por Hegel? Estas preguntas son prioritarias en lo que respecta a la herencia de tradiciones filosóficas y religiosas; es indispensable responder a ellas antes de afirmar de una manera general que el marxismo es la continuación de la tradición judeocristiana y además pretender que ésta es la matriz de la concepción desarrollista de la modernización. No toda ocurrencia es un enunciado, tampoco es una hipótesis de trabajo de investigación. El texto Tradición Autoritaria y Modernización Imitativa está lleno de ocurrencias, que difícilmente podemos tomarlas como enunciados e hipótesis de investigación, menos como conclusión de una investigación. Tomémoslas como lecturas. Se trata de una peregrinación por la ensayística latinoamericana, con cierta proyección en la ensayística tercermundista.
En esta discusión es menester traer a colación la interpretación de Jacques Derrida sobre el Manifiesto Comunista y, de alguna manera, sobre el discurso de Marx[159]. Jacques Derrida dice que el marxismo es un mesianismo sin Mesías. El señor Mansilla habla de una tradición mesiánica y ahí se queda, no dice nada más; no llega a las sutilezas hermenéuticas y herméticas de Derrida. Cuando habla de mesianismo lo dice de una manera despectiva, le atribuye un papel negativo, desconoce la carga utópica del mesianismo, el sentido metafórico de su evasión, su propagación desterritorializante, éxodo de la tierra concreta, marcha hacia la tierra prometida, que es como la metáfora del desierto, metáfora a su vez de recorridos nómadas. Cuando se desconecta de esta carga semántica, no es posible intuir la profunda vinculación entre mesianismo y ética, que es como la lectura de los acontecimientos desde la demanda de justicia (Dikia), la comprensión de que el mundo se encuentra desajustado, es decir, aparece como una injusticia (Adikia). ¿Hay teleología en el mesianismo? Todavía no. Es el cristianismo el que va a convertir el recorrido nómada mesiánico en el decurso hacia una revelación. Cuando el caminar, el deambular, el recorrer, se convierten en espera de esta revelación, de esta finalidad, aparece un primer aspecto de la figura teleológica. De este modo podemos decir con Jean Hyppolite que, la dialéctica hegeliana se estructura sobre este substrato religioso: el sacrificio y la encarnación. La dialéctica puede interpretarse desde esta revelación cristiana. En este sentido la dialéctica hegeliana es teleológica. ¿Se puede decir lo mismo del marxismo, aunque lo haga de una manera más desacralizada? ¿El socialismo es la nueva metáfora de la revelación? ¿Es la revolución el momento intenso de esta revelación? Aparentemente sí; Sin embargo, hay que tener en cuenta que el discurso de Marx se constituye sobre la crítica de la filosofía de Hegel. Por otra parte la revolución no es del todo metáfora, no es un invento del discurso marxista, es, en todo caso una creación de las masas insurrectas (Revolución Francesa, Comuna de París, Revolución de 1948 en Europa continental, Revolución Mexicana, Revolución Boliviana de 1952). Lo que hace Marx en sus escritos histórico-políticos es interpretar este acontecimiento histórico. ¿Lo hace de un modo teleológico? ¿La historia es la larga marcha hacia la revolución? Esta pregunta forma parte del debate con el marxismo economicista, el mismo que considera como premisas fundamentales las llamadas leyes históricas sustentadas en las llamadas leyes de la dialéctica, que no son otra cosa que las leyes de la contradicción y de la síntesis de esta contradicción como superación de la misma: tesis, antítesis y síntesis[160]. Estas tesis relativas al desarrollo mecánico de la historia han sido rebatidas desde distintas posiciones de los marxismos no economicistas; desde otra perspectiva se ha hecho hincapié en el papel creativo de la voluntad social.
Lo que parece sugerente es aceptar el horizonte mesiánico del discurso de Marx. La crítica teórica, incluso en su forma de Critica de la Economía Política, no se desvincula de un substrato ético. Su utopía se define a partir de un lugar sin residencia: la justicia. Se trata de la crítica de la ideología como opuesta a la praxis y a la ciencia, pero también crítica a la disyunción, al desajuste, a la enajenación, a la explotación; en definitiva, se trata de la crítica de la injusticia. Por lo tanto, la interpretación del marxismo como un mesianismo sin Mesías es reveladora. Esto no apoya necesariamente la hipótesis teleológica del discurso de Marx.
II. Es discutible la reducción que se hace del discurso de Marx y de los discursos marxistas a una formación enunciativa atrapada en los prejuicios tecnicistas, desarrollistas y apologéticos del progreso evolutivo de estilo spenceriano. Por otra parte, no se puede denostar a la técnica sin denostar al mismo tiempo al ser humano, ya que aquella es una creación atingente de éste. Hay que tener en cuenta otra relación y otra reflexión en torno a la técnica y la tecnología; problemática que puede abordarse desde otros ángulos. Retomemos por ejemplo el texto Introducción a un Pensar del Futuro de Kostas Axelos[161] que vincula el pensamiento de Marx y Heidegger por su sintomática relación con la problemática de la técnica y la tecnología, en tanto relaciones del ser humano con el universo y consigo mismo. Heidegger ha interpretado el sentido el sentido etimológico del término techne en su raíz griega como desocultar, descubrir, inducir, producir, causar. Esta interpretación rescata el término techne, que implica a la técnica y su derivación en tecnología, de la reducción instrumentalista a la que ha sido sometido durante la modernidad.
Bajo estas consideraciones, debemos acercarnos a la problemática tecnológica como desafío y extensión del cuerpo humano[162] con mayor amplitud epistemológica. La reducción utilitarista e instrumentalista de la técnica y la tecnología es un punto de partida no aceptable, a no ser que estemos atrapados en la ideología de la modernización tecnicista y desarrollista. La tecnología es algo que no sólo atraviesa a todas las formaciones sociales, desde las más arcaicas hasta las más modernas, sino también es algo que compromete el destino de la humanidad. La tecnología no se reduce a la racionalidad instrumental, tiene otras implicaciones, que pueden incluso no ser racionales; no únicamente en el sentido del irracionalismo, sino también en cuanto a sus connotaciones en el imaginario colectivo, en las mitologías y los sistemas culturales. La tecnología tiene que ver también con mayúsculos procesos de desterritorialización y reterritorialización que se dan en el contexto de interacción entre poblaciones humanas, poblaciones orgánicas y sus complejos territoriales. Yendo un poco más allá es algo que atañe a la problemática de la vida: ¿Genealogía de la ingeniería celular?
III. Sobre la problemática de las identidades colectivas tratada desde la perspectiva marxista, ya sea de un modo directo o de una manera indirecta, podemos citar a muchos autores, pero bastará, por de pronto, mencionar a dos autores latinoamericanos contemporáneos: René Zavaleta Mercado y Hugo Zemelman. El primero tiene la problemática de la identidad boliviana como obsesión en toda su obra; desde el Desarrollo de la Consciencia Nacional[163], incluso en algunos trabajos anteriores poco conocidos[164], hasta Lo Nacional Popular en Bolivia[165], libro póstumo. El segundo busca dibujar el perfil epistemológico como condición de posibilidad de nuestras identidades intelectuales, históricas y políticas. De éste último autor, sobre todo son sugerentes tres libros: Los Horizontes de la Razón, El Paso de lo Histórico a lo Político y Problemas Antropológicos y Utópicos del Conocimiento[166].
En El mundo del temible Willka[167] Zavaleta dice:
“La Colonia creó una cultura señorial-servil muy profunda. Al resistir con éxito las formaciones sociales de la Colonia, con los artesanos y las comunidades, se produjo una suerte de solución centrífuga: las pérdidas territoriales, la desintegración del área y la gamonalización de lo que restó son todo lo mismo. Con ideas apabullantes por un acento racista y antipopular y con grandes resentimientos en el alma, esta casta no acostumbrada a pensar más que en alcurnias verdaderas o falsas construyó una, una suerte de subsistema señorial aldeano, con epicentros ahora dispersos en lo absoluto, con su cultura, decadente pero no desprovista de cierta gracia malévola, que, sin embargo, no dejaba de tener una impronta local, que era popular, en el ademán de sus encantos, hipocresías e inutilidades. Las propias circunstancias del mercado mundial inducen una suerte de actualización de esta casta que se lanza a la aventura de su autodestrucción, con la emergencia de la segunda economía de la plata y la embestida sobre tierras comunales. Seguía la lógica de todas las clases desdichadas.”[168]
Esta caracterización de un ordenamiento interno de la sociedad atribuye a éste la determinación histórica del perfil de la formación social boliviana. No encontramos aquí una inculpación de los límites del desarrollo a factores externos, como los relativos al imperialismo. La atención está centrada en la casta señorial, la que no sólo establece una forma de dominación racial sino despilfarra el excedente en ampliar sus símbolos señoriales, especialmente en la compra de tierra, extendiendo el sistema de haciendas; motivados más por el monopolio del prestigio que por su incorporación al comercio. No se trata de una casta que pensaba seriamente en aburguesarse.
El levantamiento de los WillKa[169] se da lugar en pleno umbral entre el siglo XVIII y XIX, cuando los boxer[170] se levantaban también contra el Imperio Británico y la ocupación militar de los puertos comerciales por las potencias colonialistas europeas, eurasiáticas, como el caso del Imperio Zarista y el naciente Imperio Japonés. El pujante capitalismo de la revolución industrial conquistaba los mares para convertirlos en los medios acuáticos del comercio, conquistaba nuevos territorios extra-continentales con el objeto de convertirlos en sus colonias y a sus pobladores en sus colonizados. Los Willka se levantan contra un sistema de tributos que empobrecían a las comunidades, en defensa de las tierras comunales y contra la expropiación de tierras comunitarias. El mundo de Willka era éste, el relativo a la irradiación del capital y a la expropiación señorial de tierras comunitarias, pero el problema no es tanto describir este mundo como interpretarlo desde los ojos de Willka. ¿Cómo miraba Willka este mundo? He aquí un problema de identidad. ¿Cómo se afirma Willka ante este mundo? ¿Cómo participa en él y lo hace suyo? No se trata sólo de ver que el capitalismo no se expande sin resistencias, que frente a la apropiación de tierras comunitarias por parte de la casta señorial se tiene una rebelión militar organizada desde los ayllus, sino cómo éste mundo se configura también a partir de las resistencias, las rebeliones, la emergencia profunda de los colonizados.
Para Hugo Zemelman el problema consiste en liberar la capacidad creativa de los sujetos sociales; dice:
“Desde esta perspectiva, historicidad y subjetividad conforman la realidad como un proyecto de vida social en el que pueden distinguirse dos dimensiones: la totalidad de la sociedad que se desarrolla con su propio ritmo, y su aprobación por parte de los sujetos – lo que se traduce en cierta direccionalidad del desenvolvimiento de la sociedad. Por lo tanto, cuando se habla de desarrollo (social y humano) significa que la sociedad asume una forma de organización que está abierta a la posibilidad de transformarse en objeto de apropiación por parte de la subjetividad individual; en consecuencia, el desarrollo de la sociedad consiste no solamente en generar nuevas y mejores condiciones de vida y reproducción del hombre, sino, además, en mayores aperturas que faciliten que lo social pueda enriquecerse de la subjetividad individual y social.
Por ello, el desarrollo no puede consistir exclusivamente en niveles de vida, sino en capacidad de vida; no sólo en acceso a una mayor cantidad de satisfactores de la más variada diversidad, sino en creación de satisfactores de conformidad con una lógica de ensanchamiento de la subjetividad que exprese la potencialidad del sujeto individual, en vez de restringirse a la lógica de la reproducción material.”[171]
Como puede verse Zemelman comprende el desarrollo como desenvolvimiento de la subjetividad, entendida ésta como capacidad creativa social e individual, dialéctica en la que lo social e individual se enriquezcan mutuamente; se produce un potenciamiento de los sujetos sociales en tanto se enriquece cualitativamente el individuo. Todo esto es comprensible en tanto practicas constitutivas de los sujetos, donde el horizonte de la praxis se entiende como el paso de lo potencialmente histórico a lo político, es decir, el paso del horizonte utópico a la transformación de las condiciones de posibilidad históricas de la realidad. No olvidemos que realidad para la dialéctica tiene el sentido de efectividad[172], es decir, de transformación mediante un obrar. Para la dialéctica la realidad es la praxis. Cuando el pensamiento dialéctico de Marx se constituye como crítica de la ideología[173], no opone tanto la realidad, en su sentido empírico, a la ideología, como deformación, sino la praxis a la ideología, como inversión de la realidad efectiva.
Hipótesis sobre el autoritarismo como herencia
¿Dónde se encuentran las raíces del autoritarismo?
“Sus raíces se encuentran probablemente en la herencia precolombina, en el legado ibérico católico y en la recepción primordialmente instrumentalista de la moderna civilización industrial.”[174]
Cuando el señor Mansilla se refiere a la herencia precolombina, lo hace en el siguiente tono:
“En esas civilizaciones la estructura social debió ser de tipo piramidal y muy jerárquica, lo que conlleva una movilidad vertical baja. El orden social se basa seguramente en principios patriarcal-autoritarios de educación y comportamiento, según los cuales las élites disponían del monopolio de mando y las masas poseían la virtud de la obediencia.”[175]
¿De qué civilizaciones está hablando?
“El Imperio de los Incas se destacó por un centralismo notable y planificado, completando la tendencia a homogeneizar la totalidad de la vida social: la lengua, las costumbres y las jerarquías de las diversas partes del reino fueron igualadas a las del núcleo cuzqueño, para lo cual se recurrió a las deportaciones de pueblos enteros y a la colonización compulsiva de ciertas regiones.”[176]
Algo parecido ocurre con otras civilizaciones precolombinas.
“También en las otras civilizaciones precolombinas parece haber predominado una atmósfera generalizada en la cual no podían prosperar iniciativas individuales; esta misma constelación fomentó una clara prevalencia de valores de orientación y modelos organizativos de corte colectivista.”[177]
¿Se puede hablar de Imperio Incaico? ¿Hubo Estado con los Incas? ¿No son estos términos (Imperio, Estado) conceptos que corresponden a instituciones eurocéntricas? ¿Puede hablarse de los Incas, lo que corresponde aproximadamente a un siglo, sin tomar en cuenta lo que ocurrió antes, por lo menos lo que respecta a un milenio? ¿Quiénes eran los aymaras, los quichuas, los uru-chipayas, los pacajaques? Se han cuantificado 16 lenguas en los alrededores del lago Titi-Kaka antes de la llegada de los españoles; ¿en estas condiciones se puede hablar de una homogeneización de las lenguas? Las fuentes del señor Mansilla al respecto son demasiado pobres; impresiones generales acerca de formaciones sociales de las que se tiene sólo crónicas, que corresponden a la ocupación española y a los periodos de la Colonia, o, en el mejor de los casos, monumentos arqueológicos como los de Tiwanaku, que son la memoria material de aquellas épocas milenarias. ¿Cómo interpretar estas huellas, estas rocas talladas, estas formaciones arquitectónicas? ¿No hablamos aquí de la interpretación arqueológica tradicional, que obviamente las hay de importancia, sino de la interpretación cultural, social y política de aquellas sociedades a través de sus monumentos arqueológicos? ¿Cómo hacer una arqueología de sus saberes? Por lo menos en lo que corresponde a la región andina, todo esto está cruzado, atravesado y condicionado por una institución social que atraviesa varios periodos, incluso llega fragmentariamente hasta nuestros días: el ayllu. En adelante trataremos de dibujar una descripción hipotética del ayllu, para a partir de este perfil rebatir las apreciaciones eurocéntricas, que hablan de Imperio o de Estado Inca.
Descripción hipotética del ayllu
El ayllu no sólo es una institución que abarca la comunidad y la tierra, no sólo es el engranaje institucional que hace comunitario al uso de la tierra y territorializa una comunidad, sino que alternativamente es un agenciamiento concreto y una máquina abstracta. Un agenciamiento concreto que reúne fuerzas, dispone de cuerpos, comprendiendo en ello tanto a los humanos como a los animales y tierras, mezcla ritos, mitos, cultos y discursos. El ayllu no puede entenderse a partir de una definición genérica, como ser el definirla como una institución arcaica como cualquier otra de la misma índole, diferenciarla por la sola distinción de sus características propias a la comarca, a la aldea, a la comuna campesina. Estas definiciones generales ayudan a distinguir formas comunes de organización y análogas, vinculadas a un pasado premoderno, asociadas a la geografía rural o que cumplen con otras características similares; pero no logran captar la especificidad misma de la organización en cuestión. De lo que se trata es de saber qué clase de organización es el ayllu, qué es lo que compromete su conformación, cuáles son sus ejes de estructuración, cuáles son los dispositivos propios, cuáles sus recorridos y su territorialidad, de qué modo integra, distribuye y estratifica. Todas estas preguntas no pueden ser abordadas en toda su complejidad sino a partir del conjunto de estrategias que despliega el ayllu. En otras palabras, el ayllu se hace inteligible como agenciamiento concreto de poder en el horizonte de una máquina abstracta de territorialización.
¿Qué connota una máquina abstracta de territorialización?
q En primer lugar esta máquina abstracta da forma a los territorios. No es que los demarque como en el caso del Estado o los amarre al cuerpo del primer significante, el cuerpo del déspota[178], sino que, a diferencia de ellos, hace circular los territorios en función de una semiótica territorial.
q En segundo lugar esta máquina abstracta codifica los cuerpos, los marca, les asigna un sentido en la circulación de los organismos. Esta codificación no sólo tiene que ver con el establecimiento de jerarquías, sino también con la permutación de las mismas y su rotación. Por un lado se produce la acumulación de fuerzas, o si se quiere llamar, la disponibilidad de fuerzas, es decir, su convocatoria, por otro lado tiene que ver con el derroche, la destrucción de riqueza y la fiesta. Este comportamiento paradójico busca evitar las posibilidades alienantes que contiene: El Estado y el capitalismo.
q En tercer lugar esta máquina abstracta es nómada y guerrera. Se constituye constantemente a través de las líneas de fuga, expandiéndose y movilizándose, descentrándose y recreándose en el mismo recorrido. Máquina abstracta que conecta a cazadores o pastores. Si es el primer caso, se trata de agrupamientos segmentados, cuyo crecimiento se produce por división de fragmentos; se trata de aglutinamientos limitados y altamente móviles. Si es el segundo caso, se trata de agregaciones numéricas de gran expansión y crecimiento demográfico; en este caso se da más bien una acumulación gregaria. Ambos movimientos, referido uno al nomadismo de los cazadores y el otro al nomadismo de los pastores, atraviesan territorios, imperios, mercados, es decir otros regímenes de signos y diagramas de poder. Están en constante guerra contra estos regímenes y estos diagramas sedentarios.
q Uno de los agenciamientos concretos de esta máquina abstracta territorial es el ayllu, institución social que corresponde a las sociedades de pastores y agricultores de lo que se ha venido en llamar la región andina. Se ha escrito quizás bastante sobre el ayllu desde una perspectiva estructuralista, pero también desde una perspectiva positivista, mas bien descriptiva. Las hipótesis estructuralistas pretenden visualizar el ayllu de una manera binaria y dual, a partir de una estructura innata que suponga una oposición complementaria: Anansaya/Urinsaya, Orqo/Qachu, lo masculino y lo femenino, la pareja, la Chaq’a, la cruz cuádruple. La hipótesis positivistas buscan describir las condiciones del ayllu en la actualidad, fragmentado, desmembrado y trastrocado desde las reformas toledanas, afectado por las reestructuraciones coloniales, arrinconado por la expansión de las haciendas, descoyuntado y desactualizado por la Reforma Agraria. Sin embargo, ambas perspectivas asumen el conocimiento del ayllu desde paradigmas y modelos teóricos ya armados, sin haberlos evaluado antes, de acuerdo a su consistencia y pertinencia para dar cuenta de esta institución social andina. Por otra parte la arborescencia semiológica estructuralista y la inocencia positivista sesgan de entrada su interpretación al enfocar aspectos comunes a la mirada eurocéntrica de las disciplinas humanísticas y sociales. El ayllu, los agenciamientos concretos de regímenes de signos y diagramas de poder pre-significantes y de mandos rotativos, es decir, los agenciamientos de la máquina abstracta nómada requieren de una hermenéutica y una epistemología descentrada de los paradigmas eurocéntricos, requieren de condiciones de posibilidad históricas del conocimiento y de la experiencia que partan de la propia historicidad y la otredad de estas instituciones imaginarias y estos establecimientos sociales. Por otra parte requieren de una perspectiva no estática, tampoco estructurada como sistema, sino de un conjunto de perspectivas que supongan la movilidad y volatilidad de los enfoques epistemológicos, de las miradas y los aparatos sensibles que entran en juego con las herencias culturales, para dar cuenta de la complejidad que exige la comprensión de los regímenes pre-significantes y los diagramas guerreros.
Boceto del enfoque estructuralista aplicado
María Rostworowski de Diez Canseco expresa de una manera elocuente la aplicación del modelo estructuralista al análisis de las sociedades andinas. En el libro Estructuras Andinas de Poder escribe que encuentra una misma estructura dual, binaria, que puede complejizarse en una cuádruple oposición, tanto en el imaginario divino como en el imaginario sociopolítico[179]. Siguiendo a Tristan Platt la concepción indígena puede ser interpretada como una imagen proyectada como simetría en “espejo”, se trata de una duplicación simbólica perfecta, relacionada con la simetría corporal.
“Según el mismo autor, la lógica binaria que constituye la matriz simbólica de la representación cuatripartita genera, en el sentido lingüístico, todo el sistema de representación según el ordenamiento de la naturaleza y de la sociedad andina.”[180]
En el mundo andino prevalecen las líneas rectas y los cuadrados a diferencia de los arcos y círculos encontrados por Lévi-Strauss en otras regiones de Sur América. La palabra yanantin expresa la simetría corporal; yanantin implica una relación geométrica simétrica.
“Siguiendo con la lógica de los espejos, la unión del hombre y la mujer es una anomalía. El cuerpo del varón o de la hembra es en sí simétrico, de suerte que su imagen refleja otro cuerpo del mismo sexo. Según Platt cuando se ve la posibilidad de una unión entre un hombre y una mujer, el concepto del espejo dará una combinación de dos elementos masculinos y dos femeninos, o sea el número cuatro. Esta cuatripartición se transformará en una oposición de hombres masculinos, mujeres masculinas, hombres femeninos y mujeres femeninas.”[181]
Esta arborescente semiología aplicada se ve ejemplarmente dibujada en la explicación que da Rostworowski del significado de Tunupa.
“Al analizar los atributos de Tunupa encontramos una constante dualidad entre lo de arriba y lo de abajo, entre el fuego celeste y el fuego que brota de la tierra a través del cráter humeante o abertura del mundo bajo; del agua que se precipita del cielo en oposición a las lagunas, fuentes, ríos situados en lo bajo, inclusive que desaparecen en las profundidades de la tierra o que brotan de ella como fuentes.”[182]
El esquema estructural sería el siguiente:
Arriba fuego del cielo (rayo)
agua del cielo (lluvia)
Abajo fuego de la tierra (lava)
agua de la tierra (ríos, lagunas, etc.)
En todo caso el esquema puede variar considerando otra oposición de base:
arriba rayo
Fuego abajo lava
Agua arriba lluvia
abajo ríos, lagunas, etc.
Estos esquemas geomórficos y antropomórficos hablan de por sí de los soportes de su construcción. No es difícil encontrar analogías y semejanzas y a partir de ciertas similitudes elaborar el esquema de una explicación, que no deja de ser eso, semejante, análogo, similar; más aún, llega a formar un cuadro contando con estos parecidos. Un cuadro taxonómico, clasificador, que hace las veces de una combinatoria, de un cálculo cualitativo. Por eso esta combinatoria se parece a un álgebra cualitativa, a una teoría de grupos cualitativa; este sería el esqueleto de una identidad, de la identidad aymara, quechua, uru-chipaya. El esqueleto de las identidades andinas.
No es el momento de discutir las posibilidades de la semiología estructuralista. Lo que podemos hacer por el momento es expresar nuestra observación. Lo que el estructuralismo hace es definir reglas, establecer esquemas de posibilidad, construir una matriz combinatoria. Todo esto gira sobre la base de un sistema de signos; lo que queda es una hueca estructura significante, la forma de redes y cadenas significantes, que dan cuenta de posibilidades de combinaciones significantes, pero no del uso, del consumo, de la irradiación, de la metamorfosis y de la creación de los significados apropiados colectivamente. Para dar cuenta de la formación del sentido en colectividades concretas se requiere de una pragmática, que muestre las estrategias específicas en la construcción del sentido práctico y de los esquemas de pensamiento concreto. Es menester una crítica de la economía política del signo, una crítica de la razón estructuralista, para liberar las posibilidades hermenéuticas e históricas concretas de las colectividades específicas. Hay ya trabajos de importancia que han iniciado esta tarea.
Sin embargo, el señor Mansilla no llega a semejantes disquisiciones que comprometen tanto al estructuralismo teórico como al aplicado. Al filósofo le bastan las hipótesis de la tradición autoritaria de las sociedades precolombinas, la sumisión de sus colectividades a la dignidad superior, la ausencia de una individualidad constituida en las sociedades precolombinas, para dar cuenta de manera drástica con los dilemas de identidad de estas sociedades. La argumentación de semejantes enunciados se sostiene en el sencillo y simple supuesto de que se trata de propuestas históricas superadas en su confrontación con Occidente. Este discurso no atraviesa los horizontes de un lineal evolucionismo spenceriano.
Otra hipótesis vinculada a la conjetura sobre el autoritarismo como herencia es el que vincula la génesis del autoritarismo con la matriz histórica y social de las sociedades ibéricas, matriz caracterizada como atrasada respecto de las otras naciones pujantes de Europa. Es este atraso el que se traslada al nuevo mundo. Las empresas de conquista y de colonización no corrigen este mal sino los ahondan. No es la nobleza castellana la que llega a América, sino una masa abigarrada de desclasados, grupos empobrecidos de las regiones sureñas de España, angurrientos, con ansias de poder, pretensiones de nobleza y riqueza. No ocurre como en Norteamérica donde llegan sectas perseguidas por la iglesia dominante en concomitancia con el rey o, en su caso, desparramamientos demográficos en busca de un espacio libre que les permita comenzar la historia de nuevo. Se establecieron comunas autónomas que estructuran la formación social de abajo hacia arriba, recreando nuevas instituciones sociales y políticas. La explicación del desarrollo diferencial entre la colonización anglosajona y la ibérica, de Norteamérica, por un lado, y de Centro y Sudamérica, por otro, radica en esta matriz histórica y social atrasada de las sociedades ibéricas. Se trata de dos colonizaciones diferentes que comienzan la refundación de sus instituciones de modo distinto. En todo esto se destila el enunciado de una culpabilidad inicial en los ibéricos, por estar más cerca de los Árabes, por lo tanto más cerca de las características sociales y políticas de sus formaciones autoritarias, así también por estar más cerca de costumbres que desprecian el trabajo y aprecian el ocio. La ingenuidad con la que se explican las diferenciales del desarrollo histórico reduce la interpretación de la historia a la diferencia cultural. En otras palabras, aunque no se lo diga, pero se mantiene implícito en el discurso, la explicación se reduce a lo a lo siguiente: hay culturas superiores y culturas inferiores, los ibéricos formaron parte de las últimas.
Sin todavía deconstruir, decodificar, descomponer y criticar esta simple hipótesis; tan sólo manteniéndola todavía como referente, habría que preguntarse sobre el destino de otras colonias anglosajonas que no se encuentran en América, preguntarse sobre el decurso del colonialismo inglés en la India, en el Asía, en el África, descartando por de pronto de esta pregunta al caso australiano y al caso irlandés. Este último data del siglo XVI. ¿Las excolonias inglesas no pertenecen al llamado tercer mundo? ¿No ocurre lo mismo con las excolonias francesas, belgas y holandesas? ¿Cuál es entonces el papel de la diferencia cultural y de desarrollo social, político, económico y tecnológico al que alude la hipótesis de la herencia autoritaria y de la carga de atraso histórico político ibérico? Parece que las razones del atraso de los países en vías de desarrollo no se encuentra en la raíz cultural de sus conquistadores y colonizadores, sino en otras condiciones de posibilidad históricas, en otro complejo de determinantes yfactores, que jugaron un papel preponderante en la inhibición de las posibilidades y potencialidades de los países en cuestión.
De acuerdo a Edward W. Said los empresarios coloniales ingleses y franceses tampoco pertenecían a la nobleza; era gente que quería lograr riqueza rápida, prestigio, notoriedad e incluso comprarse un título nobiliario a través del dinero, obtenido en sus riesgosas campañas y empresas coloniales[183]. ¿No es esta una analogía con la composición social de la campaña de conquista y colonización ibérica[184]? No sólo se trata de una analogía, sino que las empresas de conquista y colonización al montar el escenario de la modernidad y del capitalismo abren las compuertas a los nuevos actores sociales, relativos a los estilos de la modernidad y a los desarrollos de la modernización; actores sociales que cumplen con los requisitos de estas empresas inaugurales: movilidad social, ambigüedad del perfil de clase. Viajeros, aventureros, inversionistas, comerciantes, es decir, desclasados, clases en transición y perfiles sociales de cierta complejidad ocupan el papel principal del nuevo escenario a escala mundial. Estos rasgos generalizantes que caracterizan al mundo que deviene de los descubrimientos, conquistas, colonizaciones, hacen posible la forma primordial de occidentalización del orbe: el imperialismo. Aunque parezca paradójico este desenlace se ha de caracterizar por la desaristocrización de los estamentos sociales dominantes. El perfil de las clases dominantes del nuevo mundo, del Asía y del África no es noble, más bien rompe con esta tradición; este reciente perfil es del nuevo rico. El aventurero, comerciante e inversionista al hacerse rico en los negocios de las indias orientales y occidentales se hace también hombre público como propietario privado y reconocido en la nueva jerarquía social, esto conlleva de suyo efectos y modificaciones en las estructuras de poder. No importa que muchos de estos nuevos ricos se compren títulos nobiliarios, el hecho es que la nobleza ya no es indispensable en estas campañas de gran movilidad social, que requiere de gente emprendedora y, en cierto sentido, intrépida para garantizar el trastrocamiento de formas sociales, de costumbres, de tradiciones y valores en otras latitudes y en la propia. En primer lugar está el negocio, la añorada tradición nobiliaria se convierte en un lujo que va tratar de ser imitada y recuperada en los estilos estereotipados de las nuevas oligarquías.
¿A qué llamamos realidad? ¿A lo que se nos presenta incuestionablemente como existente? Llamemos a esta certeza de la realidad, certeza de lo que está, de lo que es, sin ser necesariamente independiente de esta intuición, pues somos nosotros los que nos encontramos afectados por esta experiencia de la realidad. La realidad es entonces la intuición de una realidad patente; no podríamos deshacernos de esta certeza, sin desaparecer nosotros mismos, y como no desaparecemos sino con la muerte, esta certeza nos persigue en toda nuestra existencia. Por más que las referencias concretas a la realidad sean independientes de nuestra subjetividad, no quiere decir que la realidad como intuición de la totalidad sea independiente de nuestra propia experiencia de realidad. La realidad es una intuición pura, que se hace posible por la imagen de realidad producida por la imaginación; esta intuición es subsumida entonces a la única forma de objetivación posible que es la de configurar una totalidad. Este es un concepto puro que se remite a la síntesis pura, relativa a la intuición pura de la existencia. Ciertamente este concepto puro de totalidad, como esta intuición pura de la existencia, no serían posibles sin la experiencia del mundo, de los hechos, acontecimientos, fenómenos, procesos relativos al mundo.
Cuando hablamos de realidad nacional no referimos, de alguna manera, a un mundo restringido, a un mundo limitado regionalmente, a un mundo históricamente constituido como nación. Esta expresión supone una intuición empírica y un concepto aplicado a los objetos de los sentidos, vale decir, se trata de un concepto aplicado a la experiencia regional del mundo. Cuando hablamos de realidad nacional nos referimos al estado de cosas de una nación, buscando reunir la diversidad de los hechos que se circunscriben a este mundo delimitado, buscando el enlace de procesos, prácticas e instituciones que discurren en una geografía que se asume como nación. ¿Cuál es entonces el estado de cosas de la nación boliviana al momento de hacerse esta pregunta? Otras veces nos hacemos esta pregunta haciendo alusión a la coyuntura, pero a un procedimiento para afrontar esta coyuntura; nos referimos al análisis de coyuntura, es decir, a la analítica del momento. ¿Cuál puede ser la realidad nacional al momento presente? Esta pregunta es empírica, su respuesta implica una evaluación de la situación; pero la respuesta no puede ser construida sino a partir de una intuición empírica. El problema no es tanto la evaluación sino la forma que damos a la multiplicidad de representaciones de la experiencia de la realidad nacional; multiplicidad que por más numerosa que sea nuca abarca la totalidad de acontecimientos, hechos, procesos, prácticas e instituciones relativas a la nación. Sin embargo, esta intuición se convierte en la certeza de todo lo que acontece; de otro modo no podríamos hablar de la realidad nacional. La intuición entonces es no solo de lo que se experimenta sino de lo que no se experimenta y se supone. Pero, lo que importa es esta sinopsis de la realidad nacional. A partir de esta intuición construimos entonces las síntesis aplicadas a la experiencia regional del mundo. Los conceptos aplicados serán pertinentes en la medida que correspondan a la intuición empírica, de lo contrario, en la medida que respondan a discurso y a teorías, los conceptos usados formaran parte de un dogmatismo. Ahora bien, la intuición empírica es más rica en tanto y en cuanto corresponda a una sensibilidad abierta y a una experiencia profunda y amplia. Esto acontece cuando nos colocamos en un sitio privilegiado para la observación y participamos en los acontecimientos fundamentales o por lo menos prioritarios del momento, del período, de la época.
Comencemos diciendo que cuando hablamos de historia y de modernidad lo hacemos desde proposiciones historicopolíticas, vale decir desde proposiciones construidas por la facultad de juzgar, facultad que es responsable de crear pasos e hilos conductores entre todas las facultades del ánimo, es decir, entre la facultad de conocimiento, la facultad de desear y el propio sentimiento de placer y displacer, que es el substrato de la facultad de juzgar. En otras palabras, la facultad de juzgar media entre entendimiento y razón práctica. Por lo tanto las proposiciones historicopolíticas no tienen la misma situación que los principios a priori del entendimiento o la razón pura; las proposiciones historicopolíticas no buscan el conocimiento, tampoco la legalidad de los conocimientos a priori, sino que conforman la adecuación a fines, de acuerdo a los objetivos que se proponga la libertad. ¿Decimos con esto que no dejan de ser proposiciones ideológicas? ¿Qué no es posible el conocimiento objetivo en los territorios historicopolíticos? Para responder a estas preguntas debemos responder a una anterior: ¿Se puede hablar de objetos en los territorios historicopolíticos?
Estado y modernización
¿Qué es el Estado? ¿Qué pasa con el Estado cuando se da lugar la modernización? ¿O mas bien el Estado forma parte de la modernización? A propósito de estas preguntas, se pueda tocar el tema del Estado y la modernización - cópula que no deja de ser problemática a pesar de sus concomitancias - tanto desde una perspectiva general y teórica, como desde una perspectiva particular y focalizada: Estado y modernización en Bolivia. Uno y otro enfoque son distintos, sin embargo, se suponen y se entrecruzan. Empero puede ocurrir que haya preponderancia de uno respecto del otro, más aún, puede ocurrir que, aunque se tenga como prioridad analizar la problemática estatal y de la modernización en Bolivia, el otro enfoque, general y teórico, termine perturbando la comprensión de la problemática específica. En otras palabras, puede ocurrir que el enfoque teórico, que tiene como referente supuestamente la globalidad de los casos, se halla centrado en la historia del Estado y de la modernidad en Europa, sea eurocéntrico; entonces, esta circunstancia impide comprender la especificidad del problema en un país en vías de desarrollo como Bolivia. Por lo tanto, en este caso, necesitamos introducir una tercera pregunta: ¿De qué forma comprender el desarrollo del estado y el proceso de modernización en Bolivia? Esto quiere decir, ¿cuál es la perspectiva teórica exigida?
Existe una cuarta posibilidad para el análisis de la problemática dibujada por la relación Estado y Modernización; esta tiene que ver con la posibilidad de construir una matriz móvil de distintos enfoques, que explique el contexto abigarrado del problema de la relación entre una generalización no justificada de las condiciones eurocéntricas y las disímiles perspectivas dibujadas por las geografías no eurocéntricas. Esta posibilidad tiene que ver con el proceso de mundialización, pero este concepto no puede desentenderse de su concreto proceso histórico, de la configuración histórica que adquirió la mundialización durante los siglos XVIII, XIX y XX; esta figura histórica tiene que ver con el imperialismo. El imperialismo es el verdadero constructor de la mundialización, incluso el imperialismo, bajo el aspecto que asume durante el siglo XIX, prefigura la globalización desplazada durante la segunda mitad del siglo XX.
Bolivia nace a la vida independiente en 1825; la República es la herencia de la administración colonial. Lo que era la Audiencia de Charcas se convirtió en la República de Bolívar, a pesar de que esta Audiencia perteneció desde el siglo XVII al Virreinato de La Plata y antes al Virreinato del Perú. En contra del proyecto bolivariano se constituye una república más de las cinco que se conforman en el espacio geográfico que independiza El Libertador. Pero, lo importante del caso es que la República de Bolívar se conforma sobre la base de la administración colonial. Esta es la paradoja de la Independencia: se libera una nación y se constituye una república sobre la base de una administración colonial. La colonia subsiste aunque en términos más estrechos.
Por eso podemos decir que el Estado boliviano, en cuanto aparato administrativo, político e ideológico no nace en 1825, con la independencia, sino que ya estaba conformado como tal antes; es una herencia colonial. Los orígenes del Estado boliviano tienen que ver con la conquista. Los españoles no sólo llegan armados con arcabuces, espadas y lanzas, montados en caballos, acompañados por el discurso religioso cristiano, sino que el arma principal era nada menos que el aparato estatal, consolidado por ellos después de una larga guerra santo contra los moros.
Escritura y Lenguaje
Para unos la escritura pertenece al ámbito del lenguaje, quizás los más, para otros el lenguaje es anterior, quizás los menos. Pero en ambos casos, la escritura juega, en todo caso, un papel diferente, ya sea al interior del lenguaje, ya sea en su exterioridad. Si consideramos la primera alternativa, la escritura es un repliegue del lenguaje sobre sí mismo, produciendo algo así como una interpretación de su propio acontecer, esto es la escritura ayuda a construir una trama, una narrativa, organizando el mythos de forma alegórica. En la segunda alternativa, la escritura tiene su origen en una archiescritura, una techne anterior a la palabra, a la oralidad; techne vinculada a la huella. Una huella que viene a ser algo así como un devenir signo y un devenir símbolo. En ambos casos, escritura y lenguaje, la mimesis configura la imitación de los referentes que toman como suyos el lenguaje y la escritura.
No vamos a entrar a la disquisición acerca de la relación entre escritura y lenguaje, sino tomando en cuenta ambas posibilidades vamos a discutir el papel de la narrativa en la escritura periodística.
Se dice que el periodismo está íntimamente ligado a la invención de la imprenta, pero también a la creación de la novela. No lo está de la misma manera, pues en un caso se trata de una herramienta gráfica que posibilita la impresión de los textos, en el otro caso, se trata de la configuración de un desenlace que articula, como en el mythos, un principio, una mediación y un fin. En otras palabras, en el segundo caso, se pone en juego el proceso de construcción del mythos: en principio, la figuración, le sigue la configuración, para culminar con la refiguración, principalmente por parte del lector. Aunque la novela ha adquirido no sólo distintas tonalidades, sino que incluso podríamos hablar de diferencias de género, que abarcan desde la novela clásica, que rompe su cordón umbilical con los cantos y la epopeya, dando lugar a la emergencia de la búsqueda de la verosimilitud a través de la novela realista, hasta llegar a la aparente quiebre de la narrativa en la forma de la fragmentación de la novela. Algo así como una especie de retorno al caos. En lo que tiene que ver el periodismo o la prensa tanto con la imprenta como con la novela es la formación de las formaciones imaginarias nacionales, particularmente con lo que llama B. Anderson, las comunidades imaginadas, pensando particularmente cuando dice esto en las naciones imaginadas. Podríamos llamar las intersubjetividades colectivas nacionales. La novela juega un papel importante en la conformación de las identidades colectivas modernas. Durante el siglo XIX, particularmente con una intersubjetividad imperial[185]; durante parte del siglo XX, quizás un poco más que la segunda mitad, con el despertar de las consciencias nacionales de las excolonias.
El periodismo se coloca al medio de esta relación compleja entre técnica gráfica y trama de la novela. Forma parte de los límites de la vida cotidiana, no siendo del todo práctica cotidiana, aunque la prensa se publique diariamente, pues de alguna manera textura una ficción, el mundo de las noticias, de los comentarios, de los reportajes, de los ensayos cortos, de la publicidad y la propaganda. Esto último se hace más cierto en la medida que los medios de comunicación de masa se han desarrollado sobre la base de la evolución tecnológica, la que ha hecho posible la invención de la híper-realidad.
La pretensión del periodismo es la de ser objetivo, el de narrar lo hechos y ofrecerlos al público, pero también sol el de formar la opinión pública. Estos objetivos no son similares, uno tiene pretensiones de verosimilitud, el otro tiene como un proyecto educativo y pedagógico, aunque escondido y enunciado de una manera modesta. La búsqueda de la verosimilitud, sobre todo cuando se trata de dar noticias, se expresa en un lenguaje sin adornos, directo, que persigue imitar la sucesión de los hechos. Pero, en la medida que este lenguaje se acerca a este realismo comunicacional, la manifestación de una realidad compleja y fragmentada, exige de manera radical la necesidad de articularla de acuerdo algún sentido subyacente. Esto es se hace cada vez necesaria la construcción de un estilo más sofisticado de construir una trama, aunque esta no se muestre del todo evidente. Aunque esta sofisticación no sea la misma de la novela realista, pues ésta constituye un trabajo elaborado en función de una necesidad más perentoria, pues requiere construir en todo caso una composición de modo más evidente. La sofisticación periodística es cada vez más política, por lo tanto cada vez más ideológica.
Con cierto riesgo y de manera panorámica podemos clasificar las ideologías por las que habría pasado el periodismo:
· Una ideología imperial, puesto que donde primero se desarrolla de forma rápida es en los países europeos, que en el apogeo del periodismo eran primordialmente imperialistas y colonizadoras.
· Una ideología nacionalista, vinculada a los movimientos independentistas de las colonias.
· Una ideología fascista vinculada a los movimientos reaccionarios y racistas, principalmente de Alemania e Italia.
· Una ideología marxista, que tiene que ver con la propaganda de los movimientos sociales, las organizaciones sindicales, los primeros partidos socialdemócratas, después los partidos comunistas y las organizaciones izquierdistas, teniendo su apoteosis publicitaria y propagandista en la prensa de los Estados soviéticos.
· Una ideología liberal, vinculada principalmente a los países sajones.
· Una ideología neoliberal, vinculada en la actualidad al proceso de globalización.
El paso del capitalismo de concurrencia a un capitalismo de organización, es decir, monopólico y transnacional, no conlleva de por sí lo que podríamos llamar una ideología de corte organizacional que legitime los intereses de los oligopolios y las transnacionales, sino que lo que ocurre es que las grandes empresas, los grandes capitales, se ocupan primordialmente de controlar una red comunicacional, espacios empresariales, territorios de propaganda, publicidad, que controlan a la opinión pública. En esta etapa las grandes empresas capitalistas se ven compelidas a asistir al desenlace de la guerra fría y hacen circular discursos relativos a la seguridad nacional, a la defensa de la democracia y a la lucha contra el comunismo.
Cultura Política
¿Qué se entiende por cultura política? ¿La relativa a los valores y normas de la conducta política? Pero, en todo caso, ¿por qué cultura? ¿Se trata acaso de un sistema simbólico? ¿O cultura por aquello de la institución imaginaria de la política[186]? ¿O cultura por la vinculación de un saber político con un agenciamiento concreto de poder? ¿Qué es en todo caso un saber político si bien los agenciamientos son de alguna manera evidentes? Para comenzar el saber político no debe confundirse con el discurso de los políticos, que más bien es ideológico. Persigue convencer, legitimar, integrar; en cambio, el saber político tiene que ver con lo que se sabe y no se dice, con el uso y la práctica. ¿Cómo usar el puesto para conseguir algo? ¿Cómo usar mi disposición, mi dispositivo? ¿Cómo usar y moverme en un espacio determinado? ¿Cómo hacer efectivos los mecanismos de poder? Este saber no dicho, pero trasmitido a través de las conductas; se trata de un aprendizaje por experiencia.
Hemos dicho que este saber se encuentra conectado con instituciones políticas: partidos, organizaciones, agrupaciones, núcleos, el Estado, aparatos de estado, aparatos militares. ¿Cómo se genera este saber? Pero antes, ¿cómo describir este saber? ¿Qué es lo que sabe este saber? En adelante, para responder a estas preguntas no moveremos en un campo hipotético.
Hipótesis
7. El saber político sabe acerca del manejo de situaciones determinadas en función de objetivos preestablecidos.
8. La práctica política busca inducir en los comportamientos de la gente poniendo en operación un conocimiento empírico de las conductas de la gente.
9. El saber político conoce las instituciones en las que se mueve; el funcionamiento de las mismas, sus engranajes, sus instrumentos, sus dispositivos y disposiciones, en fin, el escenario en el que se ejerce su dominación.
10. El saber político discierne sobre lo posible y lo utópico, descartando lo segundo en función de lo viable, es decir, de la opción probable.
11. En este sentido el saber político es conservador. Pretende mantener las reglas del juego tal como están. En estas condiciones puede aceptar un cambio de actores, personajes y de líderes, pero sería muy difícil aceptar otras reglas, puesto que esto implicaría otro juego. Lo que supone un riesgo no aceptable. En caso extremo, de crisis, de radicalización de las movilizaciones de descontento, de estancamiento de las instituciones, puede aceptar incluso la modificación de algunas reglas, pero de tal forma que no cambien en esencia el juego de poder. Se trata de mantener la dominación a toda costa. Incluso en el caso donde el estilo de hacer política encubre las verdaderas pretensiones.
12. El saber político no es necesariamente un saber abstracto y generalizable; al contrario, se lo puede clasificar entre los saberes concretos, pero, esta vez, de una clase determinada: la clase política.
Regímenes de Signos y Cultura Política
“Llamamos regímenes de signos a toda formalización de expresión específica, al menos en el caso en el que la expresión es lingüística. Un régimen de signos constituye una semiótica”.
Gilles Deleuze, Félix Guattari
Mil Mesetas
“Creyendo con Max Weber que el hombre es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultura ha de ser por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones.”
Clifford Geertz
La Interpretación de las Culturas
Régimen, modo de gobernarse o regirse, viene del latín, que significa acción de dirigir o gobernar. La palabra latina régimen está compuesta de dos términos: regere y men. La primera significa dirigir, la segunda producto o resultado de una acción[187]. Régimen de Signos vendría a ser algo así como gobierno de los signos, cierta direccionalidad que diseñan los signos a recorridos en los que está involucrada la sociedad. Deleuze y Guattari dicen que:
“No es fácil considerar las semióticas en sí mismas: en efecto, siempre hay una forma de contenido, a la vez inseparable e independiente de la forma de expresión; y las dos formas remiten a agenciamientos que no son fundamentalmente lingüísticos.”[188]
De todas formas, se puede hacer como si la formalización de la expresión se comportará de forma autónoma, es decir, como si esta entidad fuese autosuficiente. Sin embargo, aún en estas condiciones, estamos ante la multiplicidad de las formas de expresión, ate la combinación de estas formas, que no es posible atribuir un privilegio especial al régimen del significante. La semiología no es más que un régimen de signos entre otros.
En tanto se toma a la cultura como textura, como un conjunto de tejidos, en los que está inserto el ser humano, no sólo porque estas tramas han sido creadas por él, sino porque, en cierta forma, cobran una relativa autonomía y terminan convirtiéndose en condicionantes de comportamientos y conductas. Si el estudio de la cultura nos lleva a la interpretación que busca significaciones, la cultura no deja de estar compuesta por tramas, vale decir que la cultura puede ser interpretada como un ámbito complejo de narratividades.
Narrar es construir una trama, es figurar, configurar y refigurar, es, en otras palabras, actualizar un mito en diferentes condiciones, circunstancias, ámbitos y momentos, mediante la utilización de distintos medios, que pueden ser gestuales, semiológicos o de otro orden pragmático. La estructura de la trama es correspondiente a la estructura de la acción; establece la relación entre un principio y un fin a través de una mediación. En otras palabras se establece la composición narrativa entre una situación, un nudo y un desenlace.
Pero, aquí no hablamos de algo tan general como es la cultura, ni de algo que tiene la cobertura de un régimen de signos, sino de algo más específico: cultura política. Territorio que vinculamos a regímenes de signos; regímenes que nos van a permitir interpretar las prácticas de la cultura política desde las tramas de los regímenes de signos.
El sentido común entiende por cultura política la educación política que ha alcanzado la gente para lograr un buen desempeño democrático; también se entiende la cultura política como una pedagogía, un contenido de valores y normas que deben ser trasmitidas para educar a la gente en una determinada cultura política. Esta forma de ver las cosas disocia la cultura política de una pragmática política, es decir, de un substrato concreto relativo a las acciones; toma la cultura política como un orden, como algo que debe ser aprendido. De este modo la cultura política tiene que ver con un proyecto civilizatorio, forma parte de él. Pero esta acepción de cultura política como una pedagogía se ha desentendido definitivamente de toda la discusión que atraviesa a los manejos de los conceptos de cultura. Por lo tanto esta acepción instrumentalista de cultura política debe ser criticada por sus limitaciones, pero también por sus connotaciones ideológicas, por cerrar el paso a un análisis abierto de la cultura política, es decir de las tramas, de las acciones involucradas y de los regímenes de signos que atraviesan este ámbito hermenéutico.
De los ensayos sugerentes que se han formulado últimamente sobre la cultura política en Bolivia, quizás uno de los más polémicos tiene que ver con la tesis sobre el autoritarismo[189]. Fuera de este esquematismo liberal, puesto en juego, con pretensiones de crítica a las instituciones tradicionales en América Latina y, por lo tanto en Bolivia, están los discursos aparentemente modernistas de los políticos y apologistas de la globalización, los que no tienen mucho esmero en el desarrollo argumentativo, mucho menos en la contrastación y en el manejo de fuentes. Desde otra perspectiva, como desde la orilla opuesta, se encuentran las investigaciones sobre violencias encubiertas en Bolivia de Silvia Rivera Cusicanqui y Raúl Barrios Morón[190], los ensayos teóricos de Luis Tapia Mealla[191], las reflexiones críticas de Raquel Gutiérrez Aguilar, Álvaro García Linera y Raúl Prada Alcoreza sobre el carácter del capitalismo tardío[192], la articulación de la forma valor y forma comunidad[193] y la genealogía del poder[194]. Tenemos también en cuenta la reciente investigación política sobre prácticas y partidos políticos en la contemporaneidad boliviana de Julio Figueroa[195]. Hay otros trabajos más que no mencionaremos que adquieren sobre todo una tonalidad denunciativa.
De los trabajos citados, los que están más aproximadamente involucrados con los que podemos delinear en una primera instancia como cultura política son el primero y el último. El primero por que asume las formas, prácticas e instituciones, que concibe como autoritarias, como componentes característicos de una cultura con rasgos irracionales; el segundo por la revisión crítica que hace del discurso político y de la práctica neoconservadora. Los otros trabajos se encuentran mas bien preocupados por la problemática del poder, la especificidad histórica de la formación social y la elaboración de una crítica de la razón política. Sin embargo, en el desarrollo de estas búsquedas críticas se encuentran subyacentes supuestos implícitos acerca de la cultura política en Bolivia. Empero, la cultura política como tal, como posibilidad, como lugar, se entienda éste en términos trascendentes o inmanentes, como principio, nudo y desenlace de acontecimientos, no ha sido estudiado, no ha sido objeto de reflexión y de análisis. Para poder ingresar a ese territorio que llamaremos en principio, de modo aproximativo, simultáneamente, antropología política del poder, crítica de la razón política y nomadología política, requerimos partir de su condición de posibilidad histórica: los regímenes de signos.
“El régimen significante del signo se define por ocho aspectos o principios:
1. El signo remite al signo, y remite al signo desde el infinito (lo ilimitado de la significancia, que desterritorializa el signo);
2. El signo es restablecido por el signo, y no cesa de volver (la circularidad del signo desterritorializado);
3. El signo salta de un círculo a otro, y no cesa de desplazar el centro y a la vez de referirse a él (la metáfora o la histeria de los signos);
4. La expansión de los círculos siempre está asegurada por interpretaciones que producen significado y vuelven a producir significante (la interpretación del sacerdote);
5. El conjunto infinito de los signos remite a un significante mayor que se presenta como carencia, pero también como exceso (el significante despótico, límite de desterritorialización del sistema);
6. La forma del significante tiene sustancia, o el significante tiene cuerpo que es Rostro (principio de los rasgos de rostridad, que constituye una reterritorialización);
7. La línea de fuga del sistema está afectada de un valor negativo, condenada por lo que excede la potencia de desterritorialización del régimen significante (principio del chivo expiatorio);
8. Es un régimen la trampa universal, a la vez en los saltos, en los círculos regulados, en los códigos de interpretaciones del adivino, en la publicidad del centro rostrificado, en el tratamiento de la línea de fuga.” [196]
El régimen significante del signo no es una semiótica principal, tampoco se le puede otorgar un privilegio especial desde ningún punto de vista, incluyendo el de un evolucionismo abstracto. Es una semiótica como cualquier otra. Hay posibilidad de otras, por ejemplo la posibilidad de una semiótica pre-significante, así como también hay la posibilidad de una semiótica contra-significante; del mismo modo podemos hablar de un régimen de signos pos-significante. La primera semiótica, la relativa al régimen significante, puede ser considerada como una semiótica despótica; la segunda semiótica ha sido llamada primitiva, se encuentra mucho más cerca de las codificaciones “naturales”, codificaciones que no conforman signos. La tercera semiótica es relativa a los nómadas pastores y guerreros, que se encuentran en oposición a los nómadas cazadores, quienes mas bien formarían parte de la semiótica pre-significante; La cuarta semiótica se opone a la significancia con nuevas características, se define por un proceso original de subjetivación. Estas cuatro semióticas no son las únicas; por el contrario, existe una multiplicidad de regímenes de signos. No se puede identificar un régimen de signos con un pueblo, una lengua o un momento histórico. De modo diferente, los regímenes de signos se mezclan; por lo tanto, lo que se puede decir a propósito es que, en un mismo momento o en un mismo pueblo y en una misma lengua se produce circunstancialmente de un modo relativo el predominio de uno de los regímenes de signos.
¿En qué régimen de signos se mueve la cultura política boliviana? ¿Se trata de un régimen de signos autoritario? ¿Se trata de un régimen de signos despótico? Deleuze y Guattari dicen:
“Nosotros tratamos, pues, de distinguir un régimen de signos despótico, significante y paranoico, y un régimen autoritario, pos-significante, subjetivo o pasional. Por supuesto, autoritario no es lo mismo que despótico, pasional no es lo mismo que paranoico, subjetivo no es lo mismo que significante.”[197]
Autoritario no es lo mismo que despótico. ¿El régimen de signos de la cultura política boliviana es despótica, significante y paranoico o, por el contrario, es autoritario, pos-significante y subjetiva o pasional? Antes de responde a esta pregunta queremos remarcar nuestra distancia de la tesis sobre la cultura autoritaria, postura que confunde autoritarismo con despotismo. Esta confusión tiene sus connotaciones. Se remite, por ejemplo, el autoritarismo a la herencia ibérico-católica, sin tener en cuenta que esta herencia puede derivar de una matriz despótica y no autoritaria. El autoritarismo es subjetivo y pasional, ha llegado a la rostrificación; el mismo que funciona como decodificador y jerarquizador de identidades: lo mismo, lo parecido, lo otro, lo ajeno.
Aún antes de responder a la pregunta pendiente debemos contextuar históricamente a las naciones que se independizaron y constituyeron durante el siglo XIX. Se trata de naciones que fueron colonias de los imperios ultramarinos español y portugués, pero también se trata de naciones, que una vez lograda su independencia, terminaron en la órbita de influencia del Imperialismo Inglés luego norteamericano. En otras palabras, queremos decir que se trata de naciones en el contexto histórico del imperialismo en sus tres fases: Imperialismo temprano, durante los siglos XVI, XVII y XVIII (particularmente el español y portugués), imperialismo medio, durante los siglos XVIII y XIX (particularmente inglés y francés), imperialismo tardío, durante el siglo XX (particularmente norteamericano)[198]. Las preguntas que deben ser formuladas antes son: ¿Qué régimen de signos atraviesan el imperialismo en sus distintas fases? ¿El imperialismo crea y expande un nuevo régimen de signos? ¿En realidad debemos hablar de distintos regímenes de signos en las distintas fases imperialistas? ¿Las naciones supuestamente independientes todavía se hallan bajo el acondicionamiento de los regímenes de signos heredados del imperialismo? ¿El período contemporáneo calificado como el de la globalización no es otra cosa que una nueva forma de imperialismo?
A propósito dice Edward W. Said que:
“Todas las culturas tienden a construir representaciones de las culturas extranjeras para aprenderlas de la mejor manera posible o de algún modo controlarlas. Pero no todas las culturas construyen representaciones de las culturas extranjeras y de hecho las aprenden y controlan. Creo que esta es la diferencia de las culturas europeas modernas.”[199]
Toda cultura interpreta a otra cultura además de ser una autointerpretación, pero, ¿qué ocurre cuando una cultura controla efectivamente a otra, la subordina a su propia pragmática? ¿Qué connotación tiene todo esto en cuanto a los regímenes de signos? Los regímenes de signos no son autónomos, dependen de los agenciamientos que los hacen presentes y posibles, así como también de los índices territoriales. Nuevos agenciamientos aparecen con la expansión colonial europea; agenciamientos que administran los intereses económicos, políticos y culturales de los países imperialistas. Entidades de comercio ultramarino, instituciones que controlan minas, cultivos, rutas, puertos. Reglas del juego que articulan a gobiernos nativos a las estrategias imperiales. Discursos hegemónicos, ideologías de legitimación, representaciones eurocéntricas, que tienen como centro al régimen de signos significante despótico y paranoico europeo, de alguna manera yuxtapuesto a una semiótica pos-significante subjetiva y pasional, sobre todo cuando se desplaza el discurso religioso, particularmente en períodos tardíos del imperialismo. Las semióticas pre-significantes y las contra-significantes quedan al margen, en un afuera peligroso e incierto, nómada, guerrero, cazador o pastor. Los regímenes de signos nativos se fragmentan, son diluidos y subordinados en función de las interpretaciones dominantes. Los nuevos territorios, geografías gigantescas, en comparación con las europeas, son incorporados, controlados, administrados, cartografiados y representados en imágenes melancólicas que recuerdan algún paisaje europeo. Pero, estos territorios, en la medida que no forman parte de los regímenes de signos, que son como su referente, como el ámbito de cuerpos siempre por descubrir, no son del todo desterritorializados en aras de un proceso de reterritorialización con rostro y paisaje europeos, con estructura de poder y códigos eurocéntricos. Estos territorios se mantienen como regiones de carente exploración, como reserva, como desierto de recorridos nómadas, como sierra donde se cobija el fantasma de una guerrilla siempre posible.
Hablemos entonces de un régimen de signos transignificante, que corresponde a esta condición de posibilidad histórica que es la relativa a la mundialización imperialista. No se trata de una semiótica significante o de otra pos-significante; la una posibilitada por agenciamientos despóticos que buscan la apropiación y reapropiación de la plusvalía de código; la otra posibilitada por agenciamientos que reconducen las líneas de fuga a formas de subjetivación o formas pasionales, como ocurre con la religión. Mucho menos se trata de semióticas pre-significantes o contra-significantes, pues están del otro lado, desplazándose desordenadamente o como contraponiéndose a los imperios. De modo diferente se trata de un nuevo régimen de signos, de una semiótica que atraviesa todos los otros regímenes, que los trasciende, que se coloca como externa a la significación y a la subjetivación, pues de lo que se trata es de integrar, articular, conectar lo disímil, en función de los grandes centros metropolitanos. Se parece a un régimen taxonómico por su obsecuencia clasificatoria; todo entra bajo su mirada discriminatoria y jerarquizadora, pero en este caso no se trata de conformar un sistema de identidades y diferencias, sino de dibujar círculos concéntricos, configurar mapas de dominación, cuyo núcleo sea siempre una mismiedad repetitiva. Por otra parte, se trata de una semiótica racista o racial, pues comprende a las razas conquistadas, incorporadas a su esfera civilizatoria, pero siempre en un papel subordinado, reconocidas, pero no en función de su propia autoconciencia, sino en función de la consciencia histórica de occidente; entonces estamos ante un reconocimiento desigual, asimétrico y quebrado.
Ontología e Imperialismo
¿Es posible una ontología no eurocéntrica? Obviamente esta pregunta nos remite a otra anterior, quizás más preeminente: ¿Es posible la ontología? Ciertamente no en el sentido discursivo o imaginativo, pues porque ambas cosas son siempre posibles, sino en el sentido de si la ontología cumple con las condiciones de posibilidad históricas de una analítica del ser. En otras palabras, es posible hablar del ser como de una referencia trascendental, es decir, objetiva y subjetiva, a la vez. Pero, lo que inquieta es saber si es posible pensar otra ontología, incluso si esta fuese discursiva o imaginara. ¿Cómo es posible pensar una ontología no eurocéntrica? La ontología, en tanto analítica del ser, supone una abstracción absoluta, por así decirlo; el ser es la unidad, lo único, la esencia, la substancia, la entelequia. Cuando se habla de ser se habla de un ser único, no puede haber un ser eurocéntrico y otro no eurocéntrico. Tal parece que las cosas son así, de tal forma que no es posible nuestra pregunta acerca de una ontología no eurocéntrica. Pero, ocurre que esta ontología nace en Grecia, cubre la historia de la filosofía griega, después latina, pasando por la filosofía cristiana del medioevo, llega al renacimiento con ropajes teológicos. En la modernidad la ontología adquiere una discursividad estrictamente racional; la problemática ontológica abre el curso a la problemática de la subjetividad, o, dicho de otro modo, la problemática de la subjetividad, abre el curso a una nueva ontología, la relativa a la finitud. La crítica de la ontología la fisura sin hacerla desaparecer, se abre el camino a una nueva metafísica o, como diría, Habermas, a una pos-metafísica. Esta genealogía de la ontología nos muestra que la analítica del ser sigue planteándonos sus problemas, aunque estos planteamientos se los hagan regionalmente, pero, no podemos obviar que el filósofo profesional o la llamada filosofía académica sigue planteándonos problemas ontológicos desde un horizonte no regional, holista, es decir, totalista. En otras palabras, la ontología tiene su geografía en Europa.
Sin embargo, si rastreamos a los griegos, encontraremos que estos se afincan en tradiciones orientales, sobre todo del medio oriente y del norte del África. ¿Cómo es posible olvidar esto? Por otra parte, ¿cómo es posible separar la ontología, incluso la ontología arcaica, si así podemos considerar a la filosofía presocrática, sin su concomitancia con el imaginario religioso? ¿No hay en el silencio de Buda una posición ontológica? ¿No encontramos es el sufismo, así como en el taoísmo, una presuposición ontológica? Aunque invertimos la relación entre ontología y religiosidad, no cambia el fondo del problema; si decimos, por ejemplo, que la ontología finca sus presupuestos en el imaginario religioso, la relación entre ontología y religiosidad nos muestra la arqueología de la ontología fundada en el imaginario cultural, sobre todo mitológico. En este sentido, se hace posible hacer la pregunta: ¿Es posible otra ontología?
Supongamos que esta anida en los imaginarios colectivos no eurocéntricos, entonces la pregunta puede volverse a efectuar, ahora de una manera más específica: ¿Por qué no se han desarrollado las otras ontologías o, si se quiere, las otras perspectivas ontológicas? Vamos a tratar de desarrollar la siguiente hipótesis:
Ø La ontología con una perspectiva eminentemente eurocéntrica se ha desplegado como única debido a que su formulación y su discursividad han estado ligadas a las formas de dominación de los imperios europeos.
Debemos tener en cuenta que el ser es una palabra, el verbo ser, que en infinitivo alude a lo que es. Esta pertenencia fundamental al lenguaje nos hace recordar que el ser no deja los horizontes de la representación. Representa algo, el ente, en tanto lo que es. La pregunta ontológica es sobre el ser del ente en cuanto tal. Pero, lo que es este ente lo es para nosotros, para quien hace la pregunta; este es no deja tampoco de ser una representación. Este ser no es nunca lo que quiere ser, la misma referencia de la representación, es una interpretación de esta referencia, una interpretación discursiva. Puede imitar la referencia pero no puede absorber su vida, no puede llegar a ser la referencia misma; el lenguaje y dentro de este campo de múltiples ámbitos de desenvolvimiento, la ontología como parte del lenguaje, no pueden abandonar los límites de la mimesis. Son, en el fondo formas de la genealogía de la mimesis, formas miméticas. El ser es una forma mimética de aquello que es la substancia, la esencia, la unidad abstracta del ente en cuanto tal. Por eso, la ontología no puede explicarse sin su matriz religiosa, la conexión con lo sagrado, lo divino, lo espiritual. La compenetración trascendente y el plegamiento fundamental de la inmanencia se dan en virtud de lo que llamaremos la genealogía del sacrificio. ¿Primera mimesis? ¿Mimesis fundamental la del sacrificio?
No podemos olvidar tampoco que desde Kant la razón se encuentra íntimamente ligado a la intuición sensible y a la imaginación; el entendimiento no puede des-contextuarse de las facultades del ánimo, la representación de la naturaleza, del arte y la moral no pueden desarticularse de lo sensible, del sentimiento de placer y del deseo. La comprensión del ser se hace entendible en este contexto de condiciones de posibilidad históricas. El ser es a la vez intuición, imaginación y entendimiento, sólo que en condiciones donde la razón se impone, hegemoniza los territorios discursivos, enrareciendo la presencia insoslayable de la intuición y la imaginación, incluso hasta hacerlas tan tenues que parecen no indispensables para la comprensión del ser. Con relación a este acontecimiento discursivo, de producción de la abstracción, podemos hablar de una intuición en el límite de sus posibilidades, de una imaginación en la frontera de sus posibilidades, es decir, podemos hablar de una especulación de la razón. El ser es un concepto eminentemente especulativo.
¿Pero, desde cuándo se puede especular de esta forma? ¿Desde cuándo el entendimiento se cree libre, que puede prescindir de la intuición y la imaginación? ¿Cuándo el desarrollo de las condiciones de posibilidad históricas lo permiten? Cuando Europa es suficientemente rica y poderosa como para prescindir de mediaciones todavía territoriales, como en el caso de la intuición, o mediaciones todavía dependientes de los elementos; hablamos de mediaciones acusas, atmosféricas o vaporosas, o fogosas[200]. Esto le ocurre en su época imperial, particularmente durante los siglos XVIII y XIX.
La discursividad del ser no está exenta del substrato de dominación que la sustenta. El ser representa directamente al ente en cuanto tal, en cuanto lo que es, pero expresa indirectamente las consecuencias racionales de la dominación imperial, es decir, el trastrocamiento de las condiciones generales del conocimiento: la autonomización relativa del entendimiento, la subordinación de la intuición y la imaginación a la razón. Con esto no sólo ingresamos a la dominación de un discurso especulativo, sino a la conformación de un pensamiento especulativo; incluso llegamos a constituir la materialización-objetivación de la razón en términos de una tecnología especulativa, abocada al desarrollo unilineal de sus potencialidades, en función de la productividad, orientada hacia una finalidad también abstracta: la producción por la producción, medida en términos de apropiación del excedente, numerada aritméticamente en términos de ganancia. La sociedad misma se encuentra atrapada en una razón instrumental, atravesada por relaciones especulativas y formales. Se trata de una sociedad que no vive su propia vida, sino que se encuentra enajenada, pues es una sociedad que ha transferido sus capacidades creativas al encajonamiento de leyes, normas, regulaciones, instituciones disciplinarias. Dicho en otras palabras, la autopoiesis de la sociedad se halla atrapada en estructuras y subsistemas normativos, que tienden a subordinar las operaciones de los sistemas sociales al funcionamiento mecánico de estas estructuras y subsistemas. En este sentido la sociedad se halla afectada por el funcionamiento rígido de las instituciones, perturbada por su engranaje, situada por la encrucijada contemporánea de su propio vaciamiento y fragmentación.
[1] Pensar es devenir. Apuntes para una arqueología del pensar. Se publicó el año 1999. Esta publicación estuvo a cargo de la Universidad Nuestra Señora de la Paz; la editorial a cargo fue Punto Cero. Formó parte de los cursos de filosofía y epistemología, de la Universidad Nuestra Señora de La Paz, tanto en la licenciatura, como en la Maestría de Metodología y Epistemología del CIDES-UMSA, así como en el Doctorado de Epistemología, bajo la tuición de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno.
[2].- Immanoel Kant: Crítica de la Razón Pura. Buenos Aires 1983. Losada. Título original: Kritik der reinen Vernunt.
[3].- Descartes: Meditaciones.
[4].- Wolff: Psicología Empírica.
[5].- Ver el Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano. México 1995. Fondo de Cultura Económica; pág. 901. Título Original: Diccionario di Filosofía. Turín 1961. Unione Tipográfica Editrice Torinese.
[6].- Ibídem; págs. 901-902.
[7].- Ver de Niklas Luhmann, Ciencia de la Sociedad. Barcelona 1996. Anthropos. Título original: Die Wissenshaft der Gesellshaft. Frankfurt 1990.
[8].- Ver de Karl Popper: Conocimiento Objetivo: Madrid 1992. Técnos. Título original: Objetive Knowledge.
[9].- Ver de Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mille Plateaux, Capitalisme et schizophrénie II. París 1980. Les Éditions de Minuit.
[10].- La inclinación de la filosofía parece ser esta, claramente de Descartes a Hegel, aunque también en las corrientes posthegelianas, incluyendo a Husserl y a Heidegger, a excepción de la crítica filosófica de Nietzsche y de las corrientes postnietzschianas, comprendiendo entre estas a Foucault, Deleuze y Derrida. También viene a ser una posición de la psicología, a excepción del psicoanálisis. El marxismo retoma el devenir dialéctico de la conciencia y de la autoconciencia con el manejo conceptual de la conciencia de clase: clase en sí y clase para sí.
[11].- Ver el texto de Michel Foucault sobre Maurice Blanchot, El Pensamiento del Afuera; también de éste autor El Diálogo Inconcluso. Caracas 1993; Monte Ávila Editores. Título original: L’Entretien infini. París 1969. Gallimard. Así mismo la Teoría de Sistemas define al sistema psíquico como el relativo a la actividad de la conciencia.
[12].- “El origen de la vida:
1) Las primitivas condiciones de la tierra favorecieron la formación de cierto tipo de moléculas inorgánicas precursoras de la vida (amoniaco, metano, agua).
2) Las moléculas más sencillas se unieron para dar lugar a algunas biomoléculas, como los aminoácidos.
3) Posteriormente se originaron macromoléculas, como proteínas y ácidos nucleicos, que dieron lugar a coacervatos.
4) Surgen las primeras células.”
Gran Diccionario Enciclopédico Visual. Barcelona 1996. Océano.
[13] .- Martín Heidegger: Kant y el problema de la Metafísica. México 1996. Fondo de Cultura Económica; pág. 31. Título original: Kant und das Problem der Metaphyk. Francfort 1951. Vittorio Klostermann.
[14] .- Para sostener esta caracterización nos apoyamos en el libro Las Palabras y las Cosas de Michel Foucault. México 1996; Siglo XXI. Título Original: Les mots et les choses. Une archéologie des sciences humaines. París 1966; Éditions Gallimard.
[15] .- Immanoel Kant: Crítica de la Razón Pura. Buenos Aires 1992. Losada; pág. 241. Título Original: Kritik der reinen Vernunft.
[16] .- Immanoel Kant: Critica de la Facultad de Juzgar. Caracas 1992. Monte Avila; pág. 90. Traducción de Pablo Oyarzún. Título Original: Kritik der Urteilskraft.
[17] .- Más adelante se mostraran completas tanto la tabla de los juicios sintéticos a priori como la tabla de categorías.
[18] .- Immanoel Kant: Crítica de la Razón Pura. Obra citada; pág. 213.
[19] .- Ibídem; pág. 216.
[20] .- Ibídem; págs. 222 - 223.
[21] .- Immanoel Kant: Crítica de la Razón Pura. Buenos Aires 1983. Losada; pág. 171. Título original: Kritik der reinen Vernunt.
[22] .- Ibídem; pág. 172.
[23] .- José del Perojo traduce Vorstellungsfähigkeit como facultad representativa; nosotros creemos que esto no es apropiado, pues la representación supone un trabajo reflexivo, la repetición de una presencia en forma figurativa, simbólica o en forma de signo. Preferimos distinguir intuición, sensibilidad y entendimiento, como lo hace Heidegger; lo que nos lleva a concebir la sensación como huella dejada en nuestro aparato perceptivo por el fenómeno en cuestión.
[24] .- “En la Estética trascendental, primero consideraremos aisladamente la sensibilidad, es decir, separaremos todo lo que el entendimiento mediante sus conceptos en ella pone, con el fin de que no quede más que intuición empírica. En segundo lugar, separaremos también de la intuición, todo lo que pertenece a la sensación, con el fin de quedarnos sólo con la intuición pura y con la forma de los fenómenos, que es lo único que la sensibilidad puede dar a priori. Se hallará en esta indagación que hay dos formas puras de la intuición sensible, como principio del conocimiento a priori, a saber: Espacio y Tiempo, en cuyo examen vamos a ocuparnos ahora”. Immanoel Kant: Ob. Cit. ; pág. 174.
[25] .- Martín Heidegger: Ob. Cit. ; pág. 23.
[26] .- Immanoel Kant: Ob. Cit. ; pág. 173.
[27] .- “Llamo Estética trascendental la ciencia de todos los principios a priori de la sensibilidad”. Immanoel Kant: Ob. Cit. ; pág. 173.
[28] .- Immanoel Kant: Ob. , Cit. ; págs. 176-177.
[29] .- Ibídem: pág. 179.
[30] .- Ibídem: pág. 184.
[31] .- Ibídem: pág. 186.
[32] .- Ver más adelante la posición respecto a la imaginación.
[33] .- Ibídem; pág. 201.
[34].- Ibídem; Pág. 202.
[35].- Gilles Deleuze: Le Pli. Leibniz et le Baroque. París 1988. Les Éditions de Minuit.
[36] .- Ver de Michel Foucault, La Arqueología del Saber, La Voluntad de Saber, Historia del Sexualidad I, II y III. México; Siglo XXI. Ver También de Gilles Deleuze, Foucault. Buenos Aires; Paidos.
[37].- Ver de Edmund Husserl, Investigaciones Lógicas I y II. Madrid; Alianza Editorial. También del mismo autor, Ideas para una Fenomenología Pura y Filosofía Fenomenológica I y II. Alianza Editorial.
[38].- Martín Heidegger: Obra citada; pág. 63.
[39] .- Ibídem; pág. 56.
[40] .- Ver el texto citado de Martín Heidegger; pág. 57.
[41] .- Podemos distinguir como lo hacen los hermenéuticos entre comprensión y conocimiento; decir que por medio de la intuición comprendemos, en tanto que por medio de los conceptos conocemos.
[42] .- Ver de Immanoel Kant la Crítica de la Razón Pura; obra citada, pág. 215.
[43] .- Immanoel Kant: Obra citada; pág. 216.
[44] .- Martín Heidegger: Obra citada; pág. 71.
[45] .- Ver la tercera sección relativa a la primera edición revisada por Kant, que en la segunda versión, también revisada por el filósofo, es excluida. Heidegger va rescatar la parte excluida de la primera versión en el análisis que hace de Kant y el Problema de la Metafísica. Obra citada.
[46] .- Immanoel Kant: Obra citada; pág. 240.
[47] .- Martín Heidegger: Obra citada; pág. 70.
[48] .- Ibídem; pág. 71.
[49].- La forma de este planteamiento ha sido recogida y desarrollado por la dialéctica hegeliana. El tratamiento dialéctico no será objeto de este ensayo, salvo de modo indirecto y cuando sea estrictamente necesario compararlo con la epistemología kanteana. Este tema ha sido tocado por el autor en Las Armas de la Crítica. Ver el ensayo mencionado en Las Armas de la Utopía; varios autores. La Paz 1996; Umbrales, CIDES-UMSA.
[50].- Immanoel Kant: Obra citada; pág. 251.
[51] .- Revisar al respecto Las Armas de la Crítica; sobre todo cuando se hace el análisis de la posición de Bataille respecto a Hegel, particularmente con relación a la cuestión de la soberanía. Obra citada.
[52] .- Immanoel Kant: Obra citada; pág. 260.
[53] .- Ibídem; pág. 261.
[54] .- Ibídem; pág. 262.
[55] .- Ver el Diccionario de Filosofía de Nicola Abbagnano. Obra citada; págs. 560-561.
[56] .- Martín Heidegger: Obra citada; pág. 83.
[57] .- Ibídem; pág. 91.
[58] .- Ibídem; pág. 92.
[59] .- Immanoel Kant: Obra citada; pág. 288.
[60] .- Ibídem; pág. 290.
[61] .- Martín Heidegger: Obra citada; pág. 115.
[62] .- Ibídem; pág. 116.
[63] .- Ibídem; pág. 116.
[64] .- Ibídem; pág. 122.
[65] .- A propósito de las paradojas, ver de Gilles Deleuze: La Lógica del Sentido. Barcelona 1994. Paidós. Título original: Lógique du sens. París 1969. Les Éditions de Minuit.
[66] .- Ver el texto El Idealismo Trascendental de Kant: una interpretación y defensa de Henry E. Allison. Barcelona 1992. Título original: Kant’s Trascendental Idealism: An Interpretation and Defense. New Haven, Londres 1983. Yale University.
[67] .- Segundo Tomo de la Crítica de la Razón Pura. Obra Citada.
[68] .- Ibídem; pág. 11.
[69] .- Ibídem; pág. 11.
[70] .- Ibídem; pág. 11.
[71] .- Ibídem; pág. 11.
[72] .- Por lo menos teóricamente, manteniendo el diseño crítico de Kant.
[73] .- Que es otra interpretación de la Crítica de la Razón Pura, como puede verse.
[74] .- Guido Gómez de Silva: Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española. México 1995. Fondo de Cultura Económica.
[75] Michel Foucault: Vigilar y Castigar. México 1988. Siglo XXI; pág. 79. Título original: surveiller et punir. París 1975; éditions gallimard.
[76] .- Ibídem: pág. 79.
[77] .- Ibídem: pág. 84.
[78] .- Ibídem: pág. 86.
[79] .- Pág. 91.
[80] .- Ibídem: pág. 106.
[81] .- Ibídem: 108.
[82] .- Ibídem: pág. 140.
[83] .- Ibídem: pág. 141.
[84] .- Ibídem: pág. 145.
[85] .- Ibídem: pág. 161.
[86] .- Ibídem: pág. 168.
[87] .- Ibídem: pág. 175.
[88] .- Ibídem: pág. 189.
[89] .- Michel Foucault: Esto no es una pipa. Ensayo sobre Magritte. Barcelona 1981. Anagrama; pág. 9. Título original: Ceci n’est pas une pipe. Montpellier 1973. Revisar el prefacio de Guido Almansi al libro citado.
[90] .- Ibídem: Pág. 10.
[91] .- Ibídem: Pág. 10.
[92] .- René Magritte es un pintor belga, quien nació el año 1898 y murió el año 1967. Al comienzo fue parte del cubismo y el futurismo, pero en 1922 descubrió la obra de G. De Chirico; obra que cambió su concepción estética. Desde entonces se dedico a la búsqueda de lo insólito, búsqueda que caracterizaba tanto a dadaístas como a surrealistas. Entre sus cuadros memorables se puede citar a Tiempo amenazador y búsqueda de lo absoluto. En el caso que nos ocupa Foucault se refiere a un cuadro que usa la técnica de la caligrafía; el cuadro pinta una pipa, la misma que viene acompañada por un enunciado que dice: esto no es una pipa. El enunciado puede ser tomado como una interpelación a las pretensiones de la representación, pero también como el develamiento del juego de similitudes y semejanzas que esconde toda representación.
[93] .- Michel Foucault: Ob. Cit., pág. 33.
[94] .- Ibídem: pág. 35.
[95] .- Ibídem: pág. 79.
[96] .- Régis Debray: Crítica de la Razón Política. Cátedra 1983. Título original: Critique de la raison politique. Gallimard; París 1981.
[97] .- Michel Foucault: Tecnologías del Yo. Paidos; Barcelona 1990. Título original: Technologies of the Self, Truth, Power, Self: An Interview with Michel Foucault. The University of Massachusetts Press; Massachusetts 1988.
[98] . - Michel Serres: Los origenes de la Geometría. Siglo XXI; México 1996. Título original: les origenes de la géométrie. Flamaron; París 1993.
[99] .- Revisar el texto de Paul Ricoeur, Teoría de la Interpretación. Siglo XXI; México 1998. Título original: interpretation theory: discourse and the surplus of meaning. Texas christian university press; Texas 1976.
[100] .- Revisar el texto de Jacques Derrida, Aporías. Paidos.
[101] .- Ver de Jürgen Habermas: Problemas de Legitimación en el Capitalismo Tardío. Amorrotu. Buenos Aires 1995. Título original: Legitimationsprobleme im Spätkapitalismus. Suhrkamp Verlag. Frankfurt 1973. Revisar también el libro de Luis Tapia intitulado Politización. Muela del Diablo; La Paz 1996.
[102] .- Al respecto es conveniente contrastar las pretensiones del discurso neoliberal con su práctica efectiva, sobre todo con las consecuencias desatadas por sus políticas de ajuste en todo el mundo, así como en las diferentes regiones. El efecto tequila, la crisis del Asia, el dramático deterioro en el Brasil, las desastrosas consecuencias sociales en los países del tercer mundo, pero también las complejas consecuencias, que parecen repetir un circulo vicioso, en los países llamados desarrollados.
[103] .- Nos referimos al bloque europeo, al bloque asiático y al bloque norteamericano.
[104] .- Título de un libro polémico de Jean Baudrillard. Gedisa; México 1983. Título original: Le miroir de la production. Casterman; parís 1973.
[105] .- Jean Baudrillard: El espejo de la producción. Gedisa. Barcelona 1996. Título original: Le miroir de la productión. Casterman. París 1973.
[106] .- J. Baudrillard: El sistema de Objetos. Siglo XXI. México.
[107] .- J. Baudrillard: Crítica a la economía política del signo. Siglo XXI. México.
[108] .- Jacques Derrida: Dar (el) tiempo. I. La Moneda falsa. Paidos. Barcelona 1995. Título original: Donner le temps. I. La fausse monnaie. Éditions Galilée. París 1991.
[109] .- Immanoel Kant: Crítica de la Razón Pura II. Losada. Buenos Aires 1991, págs. 63-64. Título original: Kritik der reinen Vernunft.
[110] .- Jean-François Lyotard: El Entusiasmo. Crítica kanteana de la historia. Gedisa; Barcelona 1987. Título original: L’enthousiasme. Éditions Galilée; París 1986.
[111] .- Ibídem: Pág. 11.
[112] .- Ibídem: Págs. 21-22.
[113] .- “Únicamente a ése (a ese maestro) deberíamos llamar filósofo; pero éste no se encuentra en ninguna parte, en tanto que la idea de su legislación se encuentra por doquier en toda razón del hombre”. Emmanuel Kant; Crítica de la Razón Pura. Citado por Lyotard en el libro en cuestión. Ob. Cit., pág. 22.
[114] .- Revisar el libro citado de Lyotard; Pág. 22.
[115] .- Ideología no es un término kanteano, pero la pregunta es si podemos juzgar en sentido kanteano a la política como ideología, palabra que tiene que ser usada en sentido kanteano. Abusando podríamos decir que se trata de fines e ideales disminuidos a los límites de un utilitarismo cotidiano. No olvidemos tampoco que un contemporáneo de Kant, Destutt de Tracy, escribe un texto sobre ideología que pretende ser el saber de todos los saberes. Revisar de Michel Foucault Las Palabras y las Cosas, sobre todo el capítulo sobre Ideología y crítica. Siglo XXI; México 1996. Título original: les mots et les choses, une archéologíe des sciences humaines. Gallimard; París 1996.
[116] .- Ibídem: Pág. 236.
[117] .- Ob. Cit.; pág. 37.
[118] .- Revisar el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española de Guido Gómez de Silva. El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica. México 1995; págs. 453, 535.
[119] .- Paul de Man: La Ideología Estética. Fenomenalidad y materialidad en Kant. Cátedra; Madrid 1998. Título original: Aesthetic Ideology. The University of Minnesota; Minnesota 1996.
[120] .- Ibídem: Pág. 129.
[121].- Identidad y Diferencia es el título de un libro de Martín Heidegger, compuesto por disertaciones sobre el tema. El interlocutor del libro es Guillermo Federico Hegel, con quien discute sobre la problemática. Identidad y Diferencia es quizás el tópico principal que ocupa a la tradición dialéctica de Heráclito a Marx y de este a los neo-marxistas. En lo que nos corresponde retomamos esta discusión, por tanto también esta tradición, pero no tanto para seguir su reflexión abstracta, sino sobre todo para buscar sus connotaciones en el horizonte de la historia y de la cultura, concretamente en los referentes y objetos de las ciencias sociales. Tomemos el presente trabajo como un ensayo en el campo de la filosofía de la cultura y la filosofía de la historia.
[122].- Esta acepción de identidad como mismiedad y no como igualdad es clara en la filosofía griega.
[123].- Se llama metabolismo al conjunto de reacciones químicas que transforman la substancia alimenticia en energía. Haciendo un paralelo hipotético, podríamos decir que en el proceso de simbolización ocurre algo parecido: las figuras, las formas, los colores, los "espesores" se transforman en sentidos latentes mediante procedimientos analógicos.
[124].- Pueden considerarse a estas fuerzas afectivas como intencionalidades subyacentes.
[125].- Ciertamente no se trata propiamente de un lenguaje, sino de algo más parecido a una pictórica, a lo que podría denominarse una escritura arcaica de las imágenes.
[126].- Este es el concepto de identidad de G. W. F. Hegel. La identidad inmediatamente diferencia; la dialéctica entendida como movimiento de superación e inclusión, esto es, objetivación.
[127].- Este concepto alude a la no-totalización, incluso a que el conglomerado de las partes es más que la totalidad.
[128].- En francés se escribe différence, pero se traza en el libro como differance: "Ce qui s'écrit ici différance marque l'étrange movemment, l'unité irréductiblement impure d'un différer (détour, délai, délégation, division, inégalité, especement) dont l'économmie excéde les ressources déclarée du logos classique." Jacques Derrida ha sido llamado el teórico de la deconstrucción, sus trabajos tienen como situación problemática la diferencia, que es también entendida como devenir y ruptura. La teoría de la diferencia lo llevan a la teoría de la escritura como gramatología. Los tópicos de la diferencia pueden rastrearse en Los Márgenes de la Filosofía, La Voz y el Fenómeno, La Gramatología, Diseminación, La Escritura y la Diferencia.
[129].- Lyotard hace una revisión de este problema a partir de las consecuencias epistemológicas de la filosofía crítica de Kant. En El Entusiasmo y en La Diferencia abarca pormenorizadamente estas consecuencias.
[130].- Metáfora del mar habitado por islas; en este caso se habla de islas de proposiciones que habitan la nada; islas que se conectan por rutas de viajes de un pretensioso metalenguaje.
[131].- Jacques Derrida dice comentando a Artaud: “La referencia significante debe, pues, ser ideal - y la identidad no es más que el poder asegurado de la repetición - para referirse cada vez más a lo mismo. Por eso el ser es la palabra-clave de la repetición, la victoria de Dios y de la Muerte sobre el vivir.” El Teatro de la Crueldad y la Clausura de la Representación; La Escritura y la Diferencia. ANTHROPOS; págs. 337-338.
[132].- Este es el tono de Emmanuel Levinas; el problema filosófico es tratado en la consideración de la distancia infinita del otro. Un libro sugerente del autor es De Otro Modo que Ser, o más Allá de la Esencia. SIGUEME.
[133].- Esto es lo que ocurre con los modelos cibernéticos y también con los modelos ecológicos. Trasladándonos a un contexto mayor, este es el caso de la teoría de la explosión inicial, como también la teoría física de la entropía. Teorías muy ordenadas para tratar el azar y el caos.
[134] .- Gilles Deleuze y Félix de Guattari: Mil Mesetas. Valencia 1997. Pre-Textos; pág.173. Título original: Mil Plateaux. París 1980. Les Editions de Minuit.
[135] .- Ibídem: Pág. 174.
[136] .- Ibídem. Pág. 174.
[137] .- Ibídem. Pág. 176.
[138] .- Ibídem. Pág. 176.
[139] .- Ibídem. Pág. 177.
[140] .- Ibídem. Pág. 178.
[141] .- Ibídem. Pág. 178.
[142] .- Ibídem. Pág. 181.
[143] .- Ibídem. Pág. 183.
[144] .- Ibídem. Pág. 185.
[145] .- Cornelius Castoriadis habla de La Institución Imaginaria de la Sociedad, pero se puede hacer referencia también, a partir de esta perspectiva teórica, a la institución imaginaria de la política, siendo la política un subsistema de la sociedad. Ver el libro de Castoriadis L’Institution Imaginaire de la Société. París 1975. Éditions du Seuil.
[146] .- H.C.F. Mansilla: Tradición Autoritaria y Modernización Imitativa. La Paz 1997. Plural y Caraspas.
[147] .- H.C.F. Mansilla: Ob. Cit.; pág. 36.
[148] .- Paul Ricoeur diferencia ideología y utopía, de modo diferente a los marxistas que incluyen la utopía dentro de la ideología. Revisar Ideología y Utopía. Barcelona 1997. Título original: Lectures on Ideology and Utopia. New York 1986. Columbia University Press.
[149] .- Ver El Principio Esperanza de Ernst Bloch. Madrid 1977. Aguilar. Título original: Das Prinzip Hoffnung. Frankfurt 1959. Suhrkamp Verlag.
[150] .- Tesis de Enrique Dussel. Revisar la tesis en 1492. El Encubrimiento del Otro. Hacía el Origen del” Mito de la Modernidad”. La Paz 1994. Plural.
[151] .- Según Lyotard Emmanuel Kant comparaba a las proposiciones históricas políticas con los recorridos de los navegantes que unían las islas de un archipiélago. Las disciplinas histórico políticas construyeron enunciados que son como los navegantes que articulan distintas islas del archipiélago. Ver El Entusiasmo de Jean-François Lyotard. Barcelona 1987. Gedisa. Título original: L’enthousiasme. París 1986. Éditions Galilée.
[152] .- Tesis sustentada por Enrique Dussel. Ob. Cit.
[153] .- Tesis sustentada por Jacques Lacan. Ver Escritos. México 1975. Siglo XXI. Título original: Écrits. París 1966. Éditions du Seuil.
[154] .- H.C.F. Mansilla: Ob. Cit.; pág. 67.
[155] .- Ibídem; pág. 72.
[156] .- Ibídem; pág. 73.
[157] .- Ibídem; pág. 74.
[158] .- Ibídem; pág. 74.
[159] .- Leer de Jacques Derrida Espectros de Marx. Madrid 1995. Trotta. Título original: Spectres de Marx.
[160] .- Interpretación peregrina de la dialéctica criticada por Marx a Prouhdon en Miseria de la filosofía. Editorial Progreso.
[161] .- Kostas Axelos: Introducción a un Pensar Futuro. Sobre Marx y Heidegger. Buenos Aire 1973. Título original: Einführung in ein Künftiges Deken. Über Marx und Heidegger. Tubinga 1966. Max Niemeyer Verlag.
[162] .- Tesis de Marx en Formaciones Económicas Precapitalistas, que forma parte de Elementos fundamentales para la Crítica de la Economía Política. Revisar el libro Formaciones Económicas Precapitalistas de Karl Marx, que lleva una introducción de Eric J. Hobsbawm. México 1981. Título original: Grundrisse der Kritik der Politischen Okonomie.
[163] .- Ver de René Zavaleta Mercado Bolivia: Desarrollo de la Consciencia Nacional. Montevideo 1970. Estrategia.
[164] .- Revisar de René Zavaleta Mercado: La Revolución Boliviana y la Cuestión del Poder. La Paz 1961. Dirección General de Informaciones. Bolivia: Crecimiento de la Idea Nacional. La Habana 1977. Cuadernos de la revista Casa de las Américas. El Poder Dual. México 1974. Siglo XXI. La Fuerza de la Masa. México 1979. Marcha. Cuatro Conceptos de la Democracia. México 1982. Dialéctica, numero 11. Determinación Dependiente y Forma Primordial. México 1983. Investigación Económica; número 163.
[165] .- René Zavaleta Mercado: Lo Nacional-Popular en Bolivia. México 1986. Siglo XXI.
[166] .- Hugo Zemelman Merino: Horizontes de la Razón I y II. México 1992. Anthropos, El Colegio de México. El Paso de lo Histórico a lo Político. México 1987. Siglo XXI. Problemas Antropológicos y Utópicos del Conocimiento. México 1996. El Colegio de México.
[167] .- Capítulo II de Lo Nacional-Popular en Bolivia. Ob. Cit.
[168] .- Ibídem, págs. 178-179.
[169] .- Revisar la investigación histórica de Ramiro Condarco Morales Zarate, El “Temible” Willka. La Paz 1982. Renovación. En realidad no fue un solo Willka el jefe del ejército aymara en la Guerra Federal, sino varios Willka; es decir, caciques con tareas militares.
[170] .- Boxer es el término despectivo usado por los ingleses para designar a los campesinos de Shantung que se sublevaron contra la ocupación extranjera. El nombre en chino de los rebeldes era Yi Ho Tuan. Ver La Subversión de la Praxis de Raúl Prada Alcoreza. La Paz 1989. Episteme.
[171] .- Hugo Zemelman Merino: Problemas Antropológicos y Utópicos del Conocimiento. Ob. Cit.; págs. 57-58.
[172] .- Paul Ricoeur dice: “Hegel llama wirkliche a la idea real, verdadera, pero, ¿en qué sentido? No en el sentido de lo empírico, sino en el sentido de lo operante, de lo efectivo. En alemán, wirklich deriva de wirken que significa obrar, ser activo, ser eficiente”. Ideología u Utopía. Barcelona 1997. Gedisa; pág. 71. Título original: Lectures on Ideology and Utopia. New York 1986. Columbia University Press.
[173] .- Karl Marx y Friedrich Engels: Ideología Alemana. Montevideo 1965. Grijalbo.
[174] .- H. C.F. Mansilla: Ob. Cit.; pág. 93.
[175] .- Ibídem; pág. 94.
[176] .- Ibídem; págs. 94-95.
[177] .- Ibídem; pág. 95.
[178] .- Ver de Gilles Deleuze y Félix de Guattari: El Anti-Edipo. Barcelona 1985. Título original: L’Anti-Oedipe. París 1972. Les Éditions de Minuit.
[179] .- Ver de María Rostworowski de Diez Canseco: Estructuras Andinas de Poder. Ideología Religiosa y Política. Lima 1986. IEP.
[180] .- Ibídem: pág. 22.
[181] .- Ibídem: pág. 23.
[182] .- Ibídem: pág. 29.
[183] .- Edward W. Said: Cultura e Imperialismo. Barcelona 1996. Anagrama. Título original: Culture and Imperialism. Alfred A. Knopf.
[184] .- El caso de las colonias portuguesas de Sudamérica, integradas en un Imperio para después pasar unidas a la independencia merece un estudio aparte, pues aquí, debido a la invasión napoleónica, una parte significativa de la nobleza, incluyendo al hijo del rey, que después se corona, se trasladan al Brasil.
[185] .- Ver de Edwar Said: Cultura e Imperialismo.
[186] .- Cornelius Castoriadis habla de La Institución Imaginaria de la Sociedad, pero se puede hacer referencia también, a partir de esta perspectiva teórica, a la institución imaginaria de la política, siendo la política un subsistema de la sociedad. Ver el libro de Castoriadis L’Institution Imaginaire de la Société. París 1975. Éditions du Seuil.
[187] Ver el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española de Guido Gómez de Silva. México 1995. El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica; pág. 594.
[188] Gilles Deleuze y Félix Guattari: Mil Mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia II. Valencia 1997. Pre-Textos; pág. 117. Título original: Mil plateaux. Capitalisme et schizophrénie. París 1980. Les Editions de Minuit.
[189] Ver de H.C.F. Mansilla La Cultura del Autoritarismo ante los Desafíos del Presente. La Paz 1991. CEBEM. También del mismo autor Tradición Autoritaria y Modernización Imitativa. La Paz 1997. Plural, Editores.
[190] Revisar Violencias Encubiertas en Bolivia, Nº 1. Particularmente de Silvia Rivera, La Raíz: Colonizadores y Colonizados, y de Raúl Barrios, La Elusiva Paz de la Democracia Boliviana. La Paz 1993. CIPCA-ARUWIYIRI.
[191] Revisar la revista Autodeterminación, números 13 y 14. Particularmente de Luis Tapia, La nacionalización como sentido común, el socialismo como sentido histórico y El reciclaje de un pasado autoritario: oscuro fin de siglo. La Paz 1995 y 1998, respectivamente. También revisar del mismo autor Autonomía Moral e Intelectual en la Política. La Paz 1997. Muela del Diablo.
[192] Ver de Raquel Gutiérrez Aguilar, Apuntes sobre la Crisis Actual del Capitalismo Mundial. La Paz 1993. Qhantat - Wara Wara.
[193] Ver de Álvaro García Linera, Forma Valor y Forma Comunidad. Chonchocoro 1995.
[194] Ver de Raúl Prada, Genealogía del Poder Local. La Paz 1998; Mythos. También Ontología de lo Imaginario. La Paz 1997; Mythos. Así como Territorialidad. La Paz 1996; Mythos.
[195] Tesis defendida, pero todavía no publicada.
[196] Gilles Deleuze y Félix Guattari: Ob. Cit.; pág. 122.
[197] Ibídem: Pág. 126.
[198] Esta cronología no es del todo como se ha expuesto puesto que los ingleses colonizan e incorporan a su esfera imperial a Irlanda ya en el temprano siglo XVI, los españoles y portugueses tienen colonias hasta entrado el siglo XX: Por otra parte la invasión norteamericana a tierras de tribus nativas que vivían al este, puede considerarse como un claro evento de conquista y colonización imperial; es decir, el imperialismo norteamericano comienza ya en el siglo XIX.
[199] Edward W. Said: Cultura e Imperialismo. Barcelona 1996. Anagrama; pág. 170. Título original: Culture and Imperialism. Nueva York 1993. Alfred A. Knopf.
[200] Recordando las tesis de Gastón Bachelard sobre la poética.
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Umbrales y limites de la episteme moderna, apertura al horizonte nómada de la episteme compleja.
Cursos virtuales, participación virtual en el debate, acceso a la biblioteca virtual, conexión virtual colectiva. Control de lecturas a través de ensayos temáticos. Apoyo sistemático a la investigación monográfica. Presentación de un borrador a la finalización del curso. Corrección del borrador y presentación final; esta vez, mediante una exposición presencial.
Contenidos:
Modulo I
Perfiles de la episteme moderna
1.- Esquematismos dualistas
2.- Nacimientos de del esquematismo-dualista
3.- Del paradigma regigioso al paradigma cientifico
4.- Esquematismo ideológico
Modulo II
Perfiles de la episteme compleja
1.- Teórias de sistemas
2.- Sistemas autopoieticos
3.- Teorías nómadas
4.- Versiones de la teoria de la complejidad
Modulo III
Perspectivas e interpretaciones desde la complejidad
1.- Contra-poderes y contragenealogias
2.- Composiciones complejas singulares
3.- Simultaneidad dinámica integral
4.- Acontecimiento complejo
Modulo IV
Singularidades eco-sociales
1.- Devenir de mallas institucionales concretas
2.- Flujos sociales y espesores institucionales
3.- Voluntad de nada y decadencia
4.- Subversión de la potencia social
Temporalidad: Cuatro meses.
Desde el Inicio del programa hasta la Finalización del programa.
Finalizaciones reiterativas: cada cuatro meses, a partir del nuevo inicio.
Defensa de la Monografía. Defensas intermitentes de Monografías: Una semana después de cada finalización.
Leer más: https://dinamicas-moleculares.webnode.es/news/estudios-del-presente/
Inscripciones: A través de la dirección:
Pluriversidad Oikologías
Avenida Andrés Bello. Cota-Cota. La Paz.
Teléfono: 591-69745300
Costo: 400 U$ (dólares).
Depósito:
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