¿Qué es la poesía?
Respondiendo desde cesar Vallejo
Devenir cuerpo, devenir poema
Genealogía de las sensaciones
Percepción y poesía
¿Qué es la poesía?
Respondiendo desde cesar Vallejo
¿Qué es la poesía? No se puede eludir esta pregunta, tantas veces inquirida. Sobre todo arremete con demoledora fuerza, después de leer a Cesar Vallejo. Cuando estamos cerca de él, mas bien, de sus poemas, estamos ante el acontecimiento de la palabra, ante el nacimiento desgarrador de la palabra; que se lleva pedazos de carne en su estallido, en su volcánica emergencia. La palabra hace al mundo, empero emerge adentro, en la intimidad más íntima, en el devenir vida, en las dinámicas moleculares de la vida. La palabra, no tanto como lenguaje, no tanto como sentido, sino como experiencia intensa, como recorrido de sensaciones, mezclándose con imágenes, también pensamientos. La poesía pertenece a esta experiencia de la palabra esculpida, de la palabra entrelazada con espesores corporales.
Por eso la filosofía teme a la poesía, pues la filosofía es el olvido de esta experiencia corporal. La filosofía es el discurso de la palabra vaciada de espesores, vaciada de las mezclas iniciales. El discurso filosófico es de la palabra enunciada en su pureza, pulida de asperezas, vaciada de espesores, diríamos de órganos. Es una palabra que pretende valer por sí misma, como si hubiera nacido de un soplo. Nada menos cierto, la palabra, como los y las que emiten palabras, las hacen sonar, nacen del vientre. Las palabras son cuerpo. La poesía es esta memoria del cuerpo.
Vallejo es planamente eso, poeta, alguien que se aferra al cuerpo. Se niega a perderse en ese viaje imaginario hacia el mundo poblado de fantasmas. De palabras cuyo único cuerpo es el de la fonación, también de la grafía, cuyo valor es el significado, que pretende tener vida propia. Vallejo muestra el cuerpo carnoso de las palabras, muestra las venas y las aterías de las palabras. Muestra las densidades vivas, los pedazos y fragmentos del acontecimiento, compuesto por dramas y alegrías, compuesto de singularidades, de utensilios, vestimenta, elementos de la vajilla, la cuchara, acompañando a lágrimas y sufrimientos, pero también actos heroicos y amores inmensos.
En el tercer poema de España, aparta de mí este Cáliz, Cesar Vallejo, escribe:
Solía escribir con su dedo grande en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas»,
de Miranda de Ebro, padre y hombre,
marido y hombre, ferroviario y hombre,
padre y más hombre, Pedro y sus dos muertes.
La humanidad de Vallejo tiene que ver con sus órganos, con su cuerpo, con sus circulaciones, con sus percepciones, con sus catarsis, sus enfermedades, sus estados de salud y de alegría. El humanismo de Vallejo tiene que ver con las cosas que usan los humanos, vajillas, cuchara, ropa, color de la ropa; tiene que ver con los alimentos, el pan, las bebidas, el vino, sus sufrimientos, sus emociones, sus pensamientos. Es un humanismo comprometido, comunista, un humanismo de combate. De los más íntegros poemas, interpeladores y conmocionados, se encuentran los de España aparta de mí este cáliz. En el tercer poema, se rinde homenaje a Pedro Rojas, de Miranda de Ebro, padre y hombre, también marido y hombre, así como ferroviario y hombre. Pedro Rojas muere dos veces, lo matan dos veces.
Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Avisa a todos compañeros pronto!
Palo en el que han colgado su madero,
lo han matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!
Han matado a la vez a Pedro, a Rojas. Lo han matado al pie de su enunciado escrito con su dedo grande en el aire. Hay que avisar a los compañeros, pronto, inmediatamente, en la inmediatez más próxima al momento intenso del dolor. Usar la pluma de carne, usar al viento como papel, donde se inscriba la mala noticia, la denuncia. Son poemas de angustia y de coraje, profundamente humanos, al punto que se hunde en la animalidad humana, corporal, sanguínea, expuesta a la muerte. Ha muerto Pedro; por eso mismo, viban los compañeros, con esa b de buitre en las entrañas de Pedro. La escritura es corporal, no sólo onomatopeya, sino hecha con partes del cuerpo, con la b de buitre, que come las entrañas de Pedro. Vallejo va más allá de Nietzsche, no solo escribe con sangre y a martillazos, sino con todo el cuerpo, con la mecánica del cuerpo, con sus órganos rechinando como engranajes. Escribe con los flujos deseantes, con los estallidos pasionales, con las depresiones agobiantes, con el amor a los detalles y a los sucesos sencillos. La escritura de Vallejo, ya lo dijimos, es una escritura de combate.
¡Vivan los compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
¡Vivan con esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
La combinación entre lo cotidiano y la experiencia de la irrupción, de la crisis, de la remoción, del enfrentamiento y de las luchas, es un arte de Vallejo. Podríamos hablar de la “dialéctica” poética de lo insólito y lo cotidiano, donde lo insólito reaparece en lo cotidiano, donde lo cotidiano reaparece en lo insólito. Una vez muerto, su cuerpo aflora como un gran cuerpo para el alma del mundo. Es decir, una desmesura de cuerpo, un excedente corporal, en relación al alma del mundo. Hay más cuerpo de Pedro que alma en el mundo. Además, cuando registran a Pedro encuentran en su chaqueta una cuchara muerta. La cuchara está muerta por que Pedro ya no la usará más; por eso, el utensilio también muere. No hay uso por parte de Pedro. La vinculación de Pedro con la cuchara se da en la vida cotidiana, pues Pedro también solía comer, entre las criaturas de su carne, fuera de luchar, arriesgando la vida.
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo un gran cuerpo, para
el alma del mundo,
y en la chaqueta una cuchara muerta. .
Pedro también solía comer
entre las criaturas de su carne, asear, pintar
la mesa y vivir dulcemente
en representación de todo el mundo.
Otro tópico recurrente en Vallejo es el mundo y otro tema son las representaciones. El mundo es el mundo de las sensaciones, no de las cosas; las sensaciones que se tienen de las cosas, de los actos humanos. El mundo es percepción, como diría Merleau-Ponty. Lo que hace alguien, como Pedro Rojas, lo hace en representación de todo el mundo. No como representante, sino como singularidad, como pronunciación única, como vivencia propia. Lo que cada quién hace lo hace como acto único, irrepetible, pero al mismo tiempo, como si fuese acto de todos. Es la representación de la fraternidad, por mediación de la solidaridad humana, con cada quien, con cada animal humano, que sufre y se peina.
Mundo también de las relaciones, de las relaciones de los humanos con las cosas; de Pedro con su cuchara. Cuchara simbólica. Cuchara que sustituye en metonimia a todos los utensilios del mundo. Cuchara que expresa una inclinación doméstica de todos los Pedros del mundo. Cuchara, producto del trabajo humano, cuchara asumida en el consumo humano. Cuchara humanizada con la ternura de Pedro al guardarla en su chaqueta, tanto cuanto estaba despierto, tanto cuando dormía.
Y esta cuchara anduvo en su chaqueta,
despierto o bien cuando dormía, siempre,
cuchara muerta viva, ella y sus símbolos.
La figura de la muerte también acompaña la poesía de Vallejo. Desde los Heraldos negros hasta España aparta de mí este cáliz, la muerte es una acompañante de la vida, las formas de morir acompañan a las formas de vivir. Hay una obsesión de los hombres con la muerte, quizás en las mujeres sea de otra manera; los hombres matan, dan muerte. Quitar la vida es la atribución más descomunal del poder. Es obligar a morir.
Lo han matado, obligándole a morir
a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquél
que nació muy niñín, mirando al cielo,
y que luego creció, se puso rojo
y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus
[pedazos.
Al matar a Pedro, han matado a muchos, no sólo a Rojas, al obrero, al hombre, no sólo a aquél que nació muy niño, sino también a todos los que habitamos en Pedro, como imágenes de la plural humanidad. Han matado en nosotros al Pedro que habita en nuestro interior, han matado un poco de lo nuestro. La violencia es despiadada e indiferente, no tiene miramientos. Al desatarse, al descargar su fuerza en los cuerpos, arremete sin piedad, arranca lo que encuentra, destroza lo que halla a su paso, se lleva al abismo todo lo que toca, la materia y sus virtualidades.
La poesía hurga en el drama, nace de sus heridas, convierte el dolor en un sublime cuadro, donde lo humano se encuentra con sus propios umbrales y horizontes. Donde los gestos, los perfiles, las figuras, donde los cuerpos, expresan decididamente el reclamo más angustiado y desprenden la pregunta más desesperanzada: ¿qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido tiene morir?
Lo han matado suavemente
entre el cabello de su mujer, la Juana Vásquez,
a la hora del fuego, al año del balazo
y cuando andaba cerca ya de todo
La poesía, a diferencia de la filosofía, sabe que no hay respuestas a estas preguntas. En cambio la filosofía se embarca en una tarea sin fin por responderlas, creyendo que la respuesta se encuentra en el esclarecimiento de las condiciones de la pregunta o en mejorar el alcance de la deducción. Tormento de Sísifo. La poesía no busca responder lo que no tiene respuesta; lo que hace es pintar la escena con los colores de las metáforas, con la pronunciación de las palabras. Lo que hace es dibujar los límites de lo imposible, mostrando su agotamiento, en el instante infinito del drama.
Pedro Rojas, así, después de muerto,
se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
lloró por España .
y volvió a escribir con el dedo en el aire:
«¡Viban los compañeros! Pedro Rojas».
Su cadáver estaba lleno de mundo.
La poesía ocasiona combinaciones de figuras asombrosas. Un cadáver lleno de mundo es una de esas figuras. ¿Cómo puede un cadáver estar lleno de mundo? El cadáver no tiene vida y el mundo es la esfera viva de las percepciones y las experiencias. El cadáver forma parte del mundo, es parte de los acontecimientos del mundo, en este caso dramáticos; al darse lugar esta muerte en el mundo, al quedar sin vida el cadáver en el mundo, el mundo se aposenta en el cadáver, para contemplarlo, también para acariciarlo, así como también para morir el mundo en las heridas abiertas de Pedro. El mundo es experiencia y percepción; el mundo es precisamente eso, el acontecimiento. En este caso, el acontecimiento concreto, de la muerte de Pedro. El mundo no está ahí, sino que se lo efectúa con cada acto, con cada acción, con cada suceso, con cada sentimiento, sufrimiento y alegría. El mundo acaba de nacer de las heridas de Pedro.
La poesía es creación, la poesía es poiesis. La poesía no necesita llegar a alguna verdad como le ocurre a la filosofía. La poesía crea, no verdades, sino mundos. Esta es su potencia.
La poesía es más antigua que la filosofía; en realidad, de la poesía se desprenden los géneros narrativos, las otras formas de expresión, oral y escrita. La poesía como percepción y experiencia primordial de la vida, de la memoria sensible, es el acto creativo fundamental en el nacimiento de la cultura. La filosofía se desprende del conglomerado complejo y dinámico de las experiencias primordiales, de las percepciones inaugurales, de las sensaciones e imaginaciones, de las racionalizaciones entrelazadas, como vaciamiento, como inmanencia pura, como nada, de donde se desprende el pensamiento virgen. Esta es una ilusión, la filosofía nace en esta ilusión; sobre la base de esta conjetura ficticia la filosofía emprende su camino como el búho de minerva.
No se puede decir que la poesía es inmanencia y trascendencia a la vez; este es un enunciado filosófico, un enunciado “dialéctico”, que “supera” la contradicción entre racionalismo y empirismo. La poesía no solamente es anterior a la reducción o suspensión de la inmanencia y la trascendencia, sino que es el substrato sobre el que se desprenden estas suspensiones hipotéticas. La poesía es percepción, es la experiencia desatada en base a la percepción. La poesía es vivencia y vida, es la conmoción y perplejidad de los seres vivos ante el acontecimiento imposible e improbable de la vida en el silencio anterior a todo.
Devenir cuerpo, devenir poema
Comentario a los primeros poemas de Poemas humanos. Seguimos respondiendo, desde Cesar Vallejo, a la pregunta de ¿qué es la poesía?
La palabra es sudor del cuerpo. Nace adentro, en el espesor de la carne, en el calcio de los huesos, en las pulsaciones del corazón y las corrientes sanguíneas. Es hecha de inscripciones en la piel, de sensaciones emergidas en su momento, hundidas en el espesor del océano que habita el cuerpo. La palabra es artesanía, arcilla cocida, modulada por las manos. La palabra es pronunciación trémula y grafía esculpida en piedra. La palabra es metáfora, metamorfosis de acontecimiento, convertido en mutación de figuras. Por eso, la palabra es, en su matriz inicial, poema.
Cuando Cesar Vallejo se pregunta quién, se dirige a cada uno, a la singularidad de cada quien, a todos y cada uno. Alude a la condición humana, a la humana condición, a la humanidad sin condiciones, incluso, a la condición sin humanidad. Es un sentimiento inclinado por la humanidad, por el sufrimiento de la humanidad; pero, también, por sus alegrías. Sus cotidianas alegrías. Todos los humanos comparten su nacimiento.
La complementariedad es una experiencia, la manera de completar, de reunir en un todo, en una plenitud, es una voluntad. La manera de desbordar este todo es una rebelión. Vallejo se rebela, interpela a Dios, al mundo, a la humanidad misma. Interpela interpelándose, para encontrarse en la sencillez de los actos de cada día y de cada noche. ¿Quién no tiene su vestido azul? Completamente, además, vida. Esta es una escritura de la vida cotidiana; pero, también, al mismo tiempo, filosofía del acontecer. El poeta andino se angustia al leer la gramatología de los hechos, de los eventos, de los actos cotidianos. Preguntándose por ellos, respondiéndose que no debería sorprendernos, pues todo es así, inmensidad desbordada por la pasión intempestiva de los conceptos.
La poesía es transgresión como el imperio de los sentidos. Un hombre está mirando a una mujer, la mira con los ojos de la piel, la mira desde la profundidad de la piel, desde las imágenes que cabalgan en las praderas del cuerpo. La mirada es inmediatamente deseo, cantar de los cantares, asalto intrépido a la placida paz de la espera. ¿Este mirar posesivo no es acaso un mal de la tierra suntuosa? ¿Este mirar no es la acción de las manos, no es la violación de dos hombres a la mujer que espera? El que mira y el que ejecuta la acción en otro mundo. Pero, ¿acaso este hombre no es la genealogía de un niño, que se convirtió en padre, un padre que a su vez no fue niño? ¿Acaso la mujer no tuvo un niño arquitecto de su develado sexo? A ambos antecede el niño, que se pierde en la consumación de la alegría. ¿De dónde viene todo esto? ¿De qué explosión inicial? ¿De dónde viene este ciclo repetido, este espectáculo observado por todos, por la santísima trinidad, el padre, el hijo y la madre?
La conmemoración de la primavera también adviene. Profusa de signos, evocando metamorfosis, coqueteando con la somática humana, a pesar de sus pobrezas. El poeta la siente, gentil en su andar, agitándose en los insectos, en el gusano, también en la medida de la temperatura, perdiéndola en el derroche, metida en la cavidad de la consagración. Primavera, debida a la órbita terrestre, enunciada en la existencia de la gallina negra, atravesando la contingencia de día, acompañando la chusma de aprietos, los apocamientos en camisa, la ideología blandida y el perfil leninista. Primavera primaveral sentida en las comidas, en el consumo, en el tabaco, en la sobremesa, en tanto el cuerpo se activa por las pulsaciones y al ritmo cantor de los genitales. Primavera sumergida en el cuerpo, arrastrada por el flujo talentoso de su metabolismo. De donde emergen imágenes de animales indomables.
Se trata de la experiencia singular de la primavera, en todos los planos, en todos los estratos, del entorno y de la interioridad más intima. Primavera deglutida y convertida en imagen vaporosa. Es el devenir de la poesía del devenir. Mutación constante, simultánea, presencia múltiple, presentándose en todas las formas posibles. La tarea es integrar estos fragmentos con el movimiento hilador de las palabras, exigidas en su elasticidad y estallido luminoso.
Poemas humanos son como la pintura de Pablo Picazo; estallidos configurantes, conglomerado de fragmentos en movimiento turbulento, buscando su composición azarosa. Perfiles, narrativa figurante dibujada desde distintas perspectivas. Figuras que hacen de signos desencadenados, gramática del drama, contado por el testimonio de las sensaciones, plasmadas en la tela del cuadro. Hay que leer a Vallejo como se contempla un cuadro de Picazo, captando la velocidad de la explosión, el bucle de las partículas arrastradas por el remolino de las pasiones. Vallejo hace emerger versos desde la conmoción de sus huesos, desde el crepitar sus órganos, desde la rebelión de sus arterias y venas, desde el metabolismo de las sensaciones, convertidas en imágenes.
Terremoto, es un poema insólito. Se pregunta por la leña y el silencio del fuego, por el suelo y el olvido del fósil. ¿Arqueología acaso? ¿Después de considerar el crepitar de la tierra? ¿Por qué se pregunta por mi trenza y mi corona de carne? Símbolo cristiano esta figura que adorna la cabeza; pero, no hecho de espinas, sino de carne, otro símbolo cristiano de la pasión de Cristo. Desde los Heraldos negros, Vallejo no abandona el sincretismo andino, el apego al evangelio y su transgresión. Mucho más fuerte después, en Poemas humanos. Empero, aquí, ya no hay cristianismo, ni herejía, sino reminiscencias. Importa, mas bien, comprender este cuadro quebrado o, más bien, de quiebres; hecho en distintos escenarios. ¿Qué hacen Hemeregildo el brusco y Luis el lento? Hay premura ante el peligro; por eso, unto a ciegas mis calcetines. En riesgo se encuentran la gran paz, los cometas, en la miel pensada, el cuerpo, en la miel llorada. Todo es repentino y tumultuoso; Hemeregildo no responde. Todo se mezcla, Isabel, el fuego, los diplomas de los muertos. Todo se reúne, en círculo, tragados por el remolino. El horizonte, la parte, el todo; no falta a la reunión Atanacio. Esto es el sumun, la miel de la miel, el llanto de frente. Este es el reino de la madera; reino quebrado por un corte oblicuo; reino inclinado en su periclitación. Estamos ante la minuciosa narrativa de la sensación de la vulnerabilidad extrema.
Los poemas también retocan al café, al Café de la Regencia, frente a la Comedia Francesa. Café donde se halla una pieza recóndita, con tan solo una butaca y una mesa. Una pieza escondida, un tugurio, donde habita el polvo inmóvil, afable, que se pone de pie cuando ingresa el poeta. Soledad acompañada por el humo del cigarrillo, vaho dual, bifurcación de humos intensivos; cuando aparece el tórax del Café y en la radiografía un oxido profundo de tristeza. No es a través de Picazo que podemos leer este poema; no es un estallido inicial, sino, al contrario, una implosión final de los escombros.
Se podría decir que, en Hasta el día en que vuelva, de esta piedra, comienza el agenciamiento poético característico de Poemas humanos. La realización de la palabra antropológica de Vallejo, la expresión corporal lograda, acompañada de un ritmo conceptual, de una filosofía que emerge de la poesía misma. Quizás es esta experiencia y este arte, lo que estaba buscando ansiosamente el poeta. Como dicen Gilles Deleuze y Félix Guattari, se llegó a un umbral, se cruzó este límite y se entró a otro horizonte de agenciamientos. Desde el comienzo del poema nos encontramos con otra palabra, una palabra ágil, espontánea, una palabra que tiene su propio universo, el de la relación del cuerpo con el mundo de los acontecimientos. La piedra es un acontecimiento, el talón es el lugar intenso de la experiencia somática, lugar lúdico y de violencias desatadas, lugar donde crece la enredadera de la memoria, también su persistencia dramática y su olvido.
Hasta el día en que vuelva, de esta piedra
nacerá mi talón definitivo,
con su juego de crímenes, su yedra,
su obstinación dramática, su olivo.
El retorno es una constante en el poeta, un retorno difícil, una distancia inmensa lo separa de los Andes. Una distancia de tiempo y una distancia de espacio; también una distancia de experiencias nuevas. Una distancia, que sin embargo, aproxima los entrañables recuerdos de la memoria a su presente obstinado. Prosiguiendo, persistiendo, a pesar de las caídas, siguiendo el decurso del periplo, comprendiendo que, de todas maneras, el hombre es bueno.
Hasta el día en que vuelva, prosiguiendo,
con franca rectitud de cojo amargo,
de pozo en pozo, mi periplo, entiendo
que el hombre ha de ser bueno, sin embargo.
El retorno está lejano. El animal humano, el mono gramático, diría Octavio Paz, escribe, convierte su nostalgia en huella, en hendidura, en impresión sobre la piel, convertida en rasgadura sobre el papel. El poeta convierte la huella en acontecimiento, en espesor intenso; en recorrido de animal, enfrentando a sus jueces. La lejanía del retorno se mide con el meñique; volveré cuando sea grande, digno, infinito.
Hasta el día en que vuelva y hasta que ande
el animal que soy, entre sus jueces,
nuestro bravo meñique será grande,
digno, infinito dedo entre los dedos.
A partir del anterior poema, la escritura de Vallejo se desborda, se suelta, se logra, liberándose de ciertas ataduras, todavía, hasta entonces, presentes. En Salutación angélica, el poeta describe al humano, usando sus perfiles como enunciados; contrastando, comparando, entre los perfiles humanos y los seres, lo existente. Sacando conclusiones de sus costumbres.
Eslavo con respecto a la palmera,
alemán de perfil al sol, inglés sin fin,
francés en cita con los caracoles,
italiano ex profeso, escandinavo de aire,
español de pura bestia, tal el cielo
ensartado en la tierra por los vientos,
tal el beso del límite en los hombros.
Las metáforas compuestas por Vallejo son asombrosas por su dinámica, también por sus confines, sus extremos; la llegada a los umbrales, así como la conjugación con las partes humanas. El poeta andino escribe con el cuerpo conmocionado, usando fragmentos de cuerpo en su descripción figurativa.
El poeta es de combate; su compromiso ocasiona el reconocimiento de camarada. Habla al compañero en un recodo de la lucha, en una conversación amistosa. Lo alaga. Es el cariño al correligionario el que dibuja las figuras elocuentes y pinta el cuadro.
Más sólo tú demuestras, descendiendo
o subiendo del pecho, bolchevique,
La descripción es inigualable, debido a su minuciosidad, al detalle de las definiciones, a la exhaustividad de los contenidos y de los planos de intensidad.
tus trazos confundibles,
tu gesto marital,
tu cara de padre,
tus piernas de amado,
tu cutis por teléfono,
tu alma perpendicular
a la mía,
tus codos de justo
y un pasaporte en blanco en tu sonrisa.
Actuando, accionando, trabajando, por el hombre; en representación, sin necesidad de ser un representante. Obrando por él, por todos los humanos, en los descansos, en los silencios que deja la escampada en la batalla, como oasis de paz en plena guerra. Combatiente, que pone el pellejo, arriesgando la vida, matando a lo largo de su muerte. El poeta mide este alcance por el largo brazo saludable del camarada. Sin embargo, come y degusta, como todos; la sencillez iguala a los humanos, de la misma manera que la muerte. Es en vida cuando se diferencian y distinguen de una manera variada. El poeta observa al combatiente y ve que de sus sustantivos crece yerba, haciendo que estas propiedades características hagan de suelo de las plantas.
Obrando por el hombre, en nuestras pausas,
matando, tú, a lo largo de tu muerte
y a lo ancho de un abrazo salubérrimo,
vi que cuando comías después, tenías gusto,
vi que en tus sustantivos creció yerba.
La observación del combatiente lleva a quererlo y admirarlo. Se Admira el ardor doctrinal, aunque también la serenidad, la fría determinación. La forma de mirar, los pasos sólidos, fundidos, los pasos devenidos de otra vida.
Yo quisiera, por eso,
tu calor doctrinal, frío y en barras,
tu añadida manera de mirarnos
y aquesos tuyos pasos metalúrgicos,
aquesos tuyos pasos de otra vida.
La paradoja es el recurso para mostrar los contrastes humanos, sus contradicciones, sus singularidades humanas. Hay que tomar en cuenta la delgada significación, pero, también, la brava estirpe de apoteosis terrenal. Le habla al humano concreto y le dice: no estás más allá del bien y del mal. En fin, considerando imparcialmente, como dice Vallejo, en otro poema, el hombre da mucha pena, teniendo en cuenta la conjunción de sus disposiciones coetáneas. El poema concluye en la conversación íntima: tú sabes quién soy, de qué me preocupo, por qué llego tarde, por quien callo, manteniendo silencio, haciéndome al desentendido.
Y digo, bolchevique, tomando esta flaqueza
en su feroz linaje de exhalación terrestre:
hijo natural del bien y del mal
y viviendo talvez por vanidad, para que digan,
me dan tus simultáneas estaturas mucha pena,
puesto que tú no ignoras en quién se me hace tarde diariamente,
en quién estoy callado y medio tuerto.
En Epístola a los transeúntes, no es la carta de Pablo a los cristianos, sino de Cesar a los transeúntes, al común de la gente. Les habla describiéndose a partir de consideraciones comparativas y contrastantes, usando arquetipos zoológicos; el conejo, el elefante. Reflexionando sobre su condición humana, su inmensidad en bruto, brotando a cantaros. La descripción asume la densidad de sus sensaciones, sintiendo agradablemente su peso. Muestra su brazo, que rehusó ser ala. Muestra sus sagradas escrituras corporales, se preocupa por sus compañones. Descrito el contexto pasa a sopesar; es el derrumbe sostenido por el capitolio o, mas bien, es el capitolio el que se sostiene en su derrumbe, en el derrumbe del cuerpo de Vallejo. ¿Lúgubre isla alumbrando continentalmente? ¿Por qué la asamblea clausura en lanzas su desfile? ¿El poeta espera la muerte haciendo un recuento? Su estomago será el mismo, su cabeza también; cada uno con sus funciones propias. El corazón también, solo que es contador de gusanos. Habla de su cuerpo solidario, a pesar de todo, de la enfermedad. Cuerpo velado por el alma. No se puede olvidar, en el recuento, del ombligo, donde mató sus piojos natos. Habla de su miembro, considerándolo monstruoso, ante el que tiene actuar frenando. Pues, sufre del leguaje directo del león. Además hay que tener en cuenta que ha convalecido entre dos potencias de ladrillos; sin embargo, no pierde el humor, sonríe de sus labios.
Vallejo convierte esta experiencia de convalecencia, las sensaciones y los pensamientos, habidos en su encierro, en una composición metafórica, en un poema que canta a los transeúntes sobre la vida cotidiana; pero, sobre todo, en ella, sobre los sufrimientos en la cotidianidad. Particularmente cuando la enfermedad nos suspende, nos obliga al reposo; es cuando observamos a los demás, es cuando el convaleciente se observa y hace recuento de su vida. Hace recuento, no como un trámite racional, sino usando las partes del cuerpo como volúmenes de comparación, como densidades corporales, que también valen como códigos, significaciones que hacen inteligible la condición humana.
Reanudo mi día de conejo
mi noche de elefante en descanso.
Y, entre mí, digo:
ésta es mi inmensidad en bruto, a cántaros
éste es mi grato peso, que me buscará abajo para pájaro;
éste es mi brazo
que por su cuenta rehusó ser ala,
éstas son mis sagradas escrituras,
éstos mis alarmados compañones.
Lúgubre isla me alumbrará continental,
mientras el capitolio se apoye en mi íntimo derrumbe
y la asamblea en lanzas clausure mi desfile.
Pero cuando yo muera
de vida y no de tiempo,
cuando lleguen a dos mis dos maletas,
éste ha de ser mi estómago en que cupo mi lámpara en pedazos,
ésta aquella cabeza que expió los tormentos del círculo en mis pasos,
éstos esos gusanos que el corazón contó por unidades,
éste ha de ser mi cuerpo solidario
por el que vela el alma individual; éste ha de ser
mi ombligo en que maté mis piojos natos,
ésta mi cosa cosa, mi cosa tremebunda.
En tanto, convulsiva, ásperamente
convalece mi freno,
sufriendo como sufro del lenguaje directo del león;
y, puesto que he existido entre dos potestades de ladrillo,
convalezco yo mismo, sonriendo de mis labios.
Ya lo dijimos en otro texto; Vallejo escribe con el desencadenamiento del cuerpo, con sus partes convulsionadas, recorridas por flujos sanguíneos, flujos deseantes[1]. No sólo es una poesía metafórica, elaborada por la artesanía de las metáforas, sino, es una poesía corporal. Entra en juego el cuerpo como condición de posibilidad de la palabra.
También dijimos que el humanismo de Vallejo es de compromiso, de combate. Cuando sus ojos se posan en los cuadros que ofrece el proletariado, resalta su cariño y su admiración. Observa en ellos sus ademanes colectivos, su cuerpo y ropa de trabajadores, su facultad de productores, esperando de ellos la emancipación universal de la humanidad. En Los mineros salieron de la mina, figura la salida de los mineros, obreros del socavón. La dinámica del poema es fuerte; no se remite sólo a describir un cuadro, sino que escarba en su profundidad temporal. No sólo es perspectiva en tres dimensiones, moviéndose en la profundidad espacial, sino se viaja en el tiempo.
Los mineros salieron de la mina
remontando sus ruinas venideras,
fajaron su salud con estampidos
y, elaborando su función mental,
cerraron con sus voces
el socavón, en forma de síntoma profundo.
Son hombres fuertes estos trabajadores de los socavones. Se templaron en el estruendo de la dinamita. Al salir de la mina cierran con sus voces el socavón; nombrando, esta acción de clausura temporal, por el poeta, como síntoma profundo. Síntoma de una relación, la de los mineros con los socavones, con la profundidad.
Se admira el espectáculo, la exhibición del trabajo, su relación con los elementos; enfrentándose a los peligros. Por eso, usan implementos de seguridad. Hay un sistema en los aparatos del trabajo, que entra en juego con las maneras de proceder de los trabajadores, con sus colectivas reuniones para afrontar las caldeadas desventuras. En Poemas humanos, Vallejo hereda la técnica de manipular palabras, conocida en Trilce, de inventarlas, adecuándolas al acontecimiento; airente amarillura y trístidos son de esas palabras elaboradas para expresar el fragor del suceso. El color se convierte en un estado de ánimos, parte de un clima, de una atmósfera; en el otro caso, el estado de ánimo se convierte en una materialidad, acompañada por una situación anímica. La poesía convierte a la palabras en materia manipulable; es indispensable inventar nuevas formas, nuevas combinaciones.
Los obreros no se separan de su materia, de su objeto de trabajo; están imbuidos del metal.
¡Era de ver sus polvos corrosivos!
¡Era de oír sus óxidos de altura!
Cuñas de boca, yunques de boca, aparatos de boca (¡Es formidable!)
El orden de sus túmulos,
sus inducciones plásticas, sus respuestas corales,
agolpáronse al pie de ígneos percances
y airente amarillura conocieron los trístidos y tristes,
imbuidos
del metal que se acaba, del metaloide pálido y pequeño.
Otra artesanía de Vallejo es construir figuras otorgándole movimiento a partes del cuerpo; en este caso al cráneo. Craneados de labor es una figura “dialéctica” en el lenguaje de Vallejo; podemos interpretar, sin necesidad de especular, que el militante poeta y el poeta militante expresa metafóricamente, usando la transformación misma del cráneo, la toma de consciencia del proletariado. Estos “revolucionarios” en sí, están calzados, como cualquier humano; empero, de cuero de vizcacha. Calzados también de senderos infinitos. Este contraste entre la descripción del uso diario y el vislumbrar de la utopía es maravilloso; mezcla de cotidianidad y sueño. La poesía también es acrobacia de la imaginación, hermenéutica avezada capaz de encontrar las marcas, las huellas, de lo sublime en las prendas de uso. La poesía muestra que nada está separado, aislado, que nada se limita al mero uso; mas bien, los usos no solamente forman parte de la satisfacción de necesidades, sino también de conexiones con horizontes. A estas conclusiones no se llega por inferencia racional, sino por intuición emotiva, por apertura corporal. Estos mineros, que tienen ojos de físico llorar, son los creadores de la profundidad.
Craneados de labor,
y calzados de cuero de vizcacha,
calzados de senderos infinitos,
y los ojos de físico llorar,
creadores de la profundidad,
saben, a cielo intermitente de escalera,
bajar mirando para arriba,
saben subir mirando para abajo.
Al aplaudir a los trabajadores de las profundidades, el poeta recurre al juego de su naturaleza, diagnostica sus órganos, busca en sus síntomas, las claves para interpretar su destino. La prescripción es firme; idiosincrasia vigorosa, manifestada en sus pestañas. El deseo del poeta para con los mineros es el obsequio de lo insólito, regalos pertinentes para sus matrimonios. Canto a sus mujeres, felicidad para los suyos.
¡Loor al antiguo juego de su naturaleza,
a sus insomnes órganos, a su saliva rústica!
¡Temple, filo y punta, a sus pestañas!
¡Crezcan la yerba, el liquen y la rana en sus adverbios!
¡Felpa de hierro a sus nupciales sábanas!
¡Mujeres hasta abajo, sus mujeres!
¡Mucha felicidad para los suyos!
El poema es una balada a los mineros, constructores de la profundidad. Ellos enfrentan las contingencias eventuales, clausuran y abren con sus voces el socavón. Canto a todo lo que son, a sus entornos, a su piel amarillenta, a sus linternas que horadan la oscuridad, a sus artefactos e implementos. Copla a sus ojos saludables, a sus familias queridas, a los hijos distraídos y juguetones en la iglesia, a sus padres, que no dejaron de ser niños. El poema se cierra con el elogio a los creadores de la profundidad.
¡Son algo portentoso, los mineros
remontando sus ruinas venideras,
elaborando su función mental
y abriendo con sus voces
el socavón, en forma de síntoma profundo!
¡Loor a su naturaleza amarillenta,
a su linterna mágica,
a sus cubos y rombos, a sus percances plásticos,
a sus ojazos de seis nervios ópticos
y a sus hijos que juegan en la iglesia
y a sus tácitos padres infantiles!
¡Salud, oh creadores de la profundidad...! (Es formidable.)
La poesía es devenir palabra del devenir cuerpo. El cuerpo no deja de ser en la palabra; al contrario, se transforma en palabra. La palabra no deja de ser cuerpo; al contrario, es emanación del cuerpo. La palabra existe porque existe el cuerpo, el cuerpo que cobra existencia por la dinámica de sus pasiones. En vano querer separar cuerpo de lenguaje, como lo han hecho las filosofías y las ciencias humanas y sociales; ese es un corte epistemológico, hecho con el bisturí metodológico. Como todo corte, es violencia. Violencia contra el cuerpo, al que se teme. Violencia metafísica, pues es vaciamientos de contenidos, de espesores, de sensaciones; esta violencia metafísica, sobre la nada que queda, instaura el concepto de ser, que solamente es noción de esencia. Es la aplicación de la nada en la nada, desaparición de la vida para instaurar la institucionalidad de la verdad.
La poesía es rebelión de la vida contra las mallas de captura institucionales, contra la reducción del devenir a la mera reproducción de lo mismo, de la misma ceremonialidad del poder, que no es otra cosa que ilusión de dominio, ficción de verdad, cuando la vida no ha dejado de fluir.
Genealogía de las sensaciones
Comentario a seis poemas de Poemas humanos. Continuamos respondiendo, desde Cesar Vallejo, a la pregunta de ¿qué es la poesía? Tercera búsqueda.
Con esta tesis, de genealogía de las sensaciones, queremos proponer una interpretación genealógica del devenir de las sensaciones, del devenir palabra de la poesía. Como lo hicimos notar, desde el primer escrito, ¿Qué es la poesía?, lo hacemos desde el acontecimiento poético llamado Cesar Vallejo[2]. La poesía intensa de Vallejo se presta a eso, a una interpretación desde el devenir y la metamorfosis de las sensaciones, de una manera más clara y notoria que otras poesías de otros poetas.
En este escrito, en esta interpretación de la poesía de Vallejo, vamos a concentrarnos en seis poemas del poeta andino: Fue domingo en las claras orejas de mi burro, Telúrica y magnética, Gleba, Pero antes que se acabe, Piensan los viejos asnos y Hoy me gusta la vida mucho menos. En estos seis poemas, hay una subida de tono y de intensidad, hasta llegar a Hoy me gusta la vida mucho menos, poema donde el devenir y metamorfosis de las sensaciones se sitúan en una composición que logra uno de los desenlaces posibles de la conjunción de sensaciones; tristeza, nostalgia, pesadumbre, depresión, combinándose en una reflexión constante sobre lo que acontece en el interior. No deja de presentarse una tenue y tibia alegría que viene por el amor a la condición humana.
En el primero de los poemas citados, es evidente la nostalgia por el Perú, por el Perú de la sierra, donde los burros se esparcen por los cerros. Describe el poeta su tierra, define a sus cerros retrasados. Figura sorprendente que pita el mudo interior del continente conquistado, mundo campesino, rico en burros, rico en cerros inmensos, padres hoy de vista, que tornan ya pintados de creencias, cerros horizontales de mis penas. Son sensaciones pringadas de reflexión; como dice Merleau-Ponty, la percepción es una integración articulada de sensaciones y de pensamientos; la reflexión retorna al momento perdido, inicial de las sensaciones, para calificarlas[3]. No hay pues posibilidad de mantener la condición primitiva de las sensaciones, estas son inmediatas, recogidas como huella. El pensamiento se combina con ellas interpretándolas; pero, también, prestando su racionalidad para que las sensaciones adquieran tonalidades comparativas. Cuando se toma la palabra, la experiencia emotiva ya ha transcurrido, a la palabra llega la memoria. Cuando se toma la palabra ya es otro tiempo, no hay coincidencia entre la palabra como repensar y el contenido de la experiencia, el estallido inicial de las sensaciones. La palabra inventa un recorrido de retorno, busca estar ahí, en el tiempo perdido; no puede, es imposible la coincidencia; empero, puede instaurar el acontecimiento perdido como acontecimiento poético.
El acontecimiento poético es otra experiencia, la experiencia del retorno a la experiencia inicial, primitiva de las sensaciones, por medio de los recorridos de la memoria. Este trabajo de la memoria no es abstracto, como ocurre con la filosofía, es un trabajo concreto en el espesor de las sensaciones; se trata de una memoria emotiva, pasional.
El poeta convaleciente medita la distancia de su presente y su pasado, su presente parisino y su pasado serrano. Dibuja la estatua de Voltaire, que mira el zócalo, e ilustra sobre la pobreza en la que se encuentra; el sol penetra y ahuyente de sus dientes un número creciente de cuerpos inorgánicos. Y entonces sueño en una piedra verduzca, diecisiete, peñasco numeral que he olvidado, sonido de años en el rumor de aguja de mi brazo, lluvia y sol en Europa, y ¡cómo toso! ¡cómo vivo! Los recuerdos se entrelazan con el copioso lluvioso presente, se confunden en el estado de su enfermedad. La piedra recordada, el numeral atribuido, es una clave para el poeta, que llega como sonido persistente en la murmuración de astilla de su brazo. ¿Dolor? El poeta escribe a continuación: ¡Cómo me duele el pelo al columbrar los siglos semanales! y cómo, por recodo, mi ciclo microbiano, quiero decir mi trémulo, patriótico peinado. Es dolor. Duele el pelo al vislumbrar la densidad del tiempo, vivido como ciclo biológico, también como vibración, recogiendo esta meditación en el peculiar peinado, comparado como patriótico.
Fue domingo en las claras orejas de mi burro...
Fue domingo en las claras orejas de mi burro,
de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza)
Mas hoy ya son las once en mi experiencia personal,
experiencia de un solo ojo, clavado en pleno pecho,
de una sola burrada, clavada en pleno pecho,
de una sola hecatombe, clavada en pleno pecho.
Tal de mi tierra veo los cerros retrasados,
ricos en burros, hijos de burros, padres hoy de vista,
que tornan ya pintados de creencias,
cerros horizontales de mis penas.
En su estatua, de espada,
Voltaire cruza su capa y mira el zócalo,
pero el sol me penetra y espanta de mis dientes incisivos
un número crecido de cuerpos inorgánicos.
Y entonces sueño en una piedra
verduzca, diecisiete,
peñasco numeral que he olvidado,
sonido de años en el rumor de aguja de mi brazo,
lluvia y sol en Europa, y ¡cómo toso! ¡cómo vivo!
¡cómo me duele el pelo al columbrar los siglos semanales!
y cómo, por recodo, mi ciclo microbiano,
quiero decir mi trémulo, patriótico peinado.
El estado de convalecencia embarga al poeta a la melancolía y nostalgia, acompañadas de tristeza y dolor; empero, no se puede decir que el poeta cae en depresión. Afronta la situación con profundas reflexiones; las sensaciones depresivas se compensan con el desplegado amor del poeta por la condición humana. Sus meditaciones auscultan los detalles donde se edifican los semblantes humanos, en sus sencillos simbolismos, en sus cotidianas maneras de ser, en sus entrelazamientos biológicos.
La remembranza es otra defensa. El retorno al Perú amado, al Perú andino, su terruño. El título del poema es ilustrativo, Telúrica y magnética; así es su tierra de valles, de puna y de montañas. Viene a la memoria la imagen del cerro colorado. Las descripciones del terruño son filosóficas: suelo teórico y práctico, surcos inteligentes; da un ejemplo: el monolito y su cortejo. La descripción continúa con los productos del campo. Cultivos asociados a un conjunto de aparejos, a un sistema de útiles. Lugar donde el viento se confunde con los mugidos, lugar de aguas ancestrales. Habla de los cuaternarios maíces, de los cuales conoce los opuestos natalicios. El poeta conoce los ciclos agrarios, los momentos de la siembra en el cronograma rural. Se refiere metafóricamente a los campos humanos; los oigo por los pies cómo se alejan, los huelo retornar cuando la tierra tropieza con la técnica del cielo. Hay una constante yuxtaposición de planos, los relativos a los paisajes, los agrícolas, los humanos; en su entrelazamiento se muestran los nudos que articulan e integran las existencias. La manera como configura la lluvia es física, a la vez acogedoramente apacible: ¡Molécula exabrupto! ¡Átomo terso! La sierra está descrita como ausencia del mar; sin embargo, con sentimiento oceánico de todo. Es un canto a la tierra distante; las figuras son nudos de tejidos entrelazados; los climas se encuentran en el oro, la cordillera es leída en sus pensamientos, entornada por la religión y habitada esporádicamente por patitos. En la remembranza entran los mamíferos, las vicuñas, los asnos, los roedores; los dibuja en prosa, en versos, comparándolos con perfiles institucionales, con analogías de jueces, con sentimiento patriótico. La extrañeza es profunda y desgarradora.
El poeta asume su destino: ¡Oh luz que dista apenas un espejo de la sombra, que es vida con el punto y, con la línea, polvo y que por eso acato, subiendo por la idea a mi osamenta! Lo hace en medio de la descripción, como si nada. Vallejo no es dramático; es humano, profundamente humano. Lo que importa es valorar el terruño distante, la patria de los enormes cerros, de los cultivos contrastados, de los animales serranos, también de las otras geografías del país; lo que importa es interpretar ese otro mundo, allende del mar. Lo que importa es ver, en la distancia, del tiempo y del espacio, con ojos humanos, de la humanidad andina y de la humanidad del poeta convaleciente. Lo que está en juego en todas partes es la condición humana; no se puede renunciar a rescatarla de sus atolladeros, de sus vertiginosas perdidas. La poesía es la subversión contra la enajenación y el olvido; es la rebelión que recupera del abandono las sensaciones que hacen al cuerpo. La poesía de Vallejo es una “revolución” por la emancipación humana, por la liberación emotiva de su ser – déjenme utilizar esta palabra discutible -, por hacer que el afecto sea el substrato de las relaciones sociales.
Sigue el poema con la cosecha en el período del dilatado molle, con el sintomático farol, con la imagen de las gallinas, que no son ángeles por descuido de la cresta, con los cuyes apetitosos, para comerlos fritos, acompañando el plato con el bravo rocoto, con los leños cristianos y la familia de líquenes, que el poeta respeta. En las reflexiones no faltan las medidas para salvar el roble, el cariño por los auquénidos llorosos. El cuadro es completo, están las estrellas matutinas, acompañadas del quemado de hojas de coca en el cráneo del poeta; también cenitales, si destapa sus diez templos de un solo sombrerazo.
La conversación con el pasado adquiere una tonalidad más intensa; pide al brazo de siembra bajar a pie, recuerda la lluvia hecha de mediodía, recuerda a la tórtola de trino triangular, debajo del techo donde muerde la infatigable altura. Rememora el ciclo de las tardes, interpretadas en su modernidad, en cambio, concibiendo las madrugadas en su antigüedad arqueológica. Nostalgia, amor y compromiso con el indio, precondición y condición del país. Intuición inmediata dada por las dos flautas, conocimiento adquirido por la quena. El poeta comprende la sabiduría nativa y a través de esta hermenéutica lo comprende todo.
Telúrica y magnética
¡Mecánica sincera y peruanísima
la del cerro colorado!
¡Suelo teórico y práctico!
¡Surcos inteligentes; ejemplo: el monolito y su cortejo!
¡Papales, cebadales, alfalfares, cosa buena!
¡Cultivos que integra una asombrosa jerarquía de útiles
y que integran con viento los mugidos,
las aguas con su sorda antigüedad!
¡Cuaternarios maíces, de opuestos natalicios,
los oigo por los pies cómo se alejan,
los huelo retornar cuando la tierra
tropieza con la técnica del cielo!
¡Molécula exabrupto! ¡Átomo terso!
¡Oh campos humanos!
¡Solar y nutricia ausencia de la mar,
y sentimiento oceánico de todo!
¡Oh climas encontrados dentro del oro, listos!
¡Oh campo intelectual de cordillera,
con religión, con campo, con patitos!
¡Paquidermos en prosa cuando pasan
y en verso cuando páranse!
¡Roedores que miran con sentimiento judicial en torno!
¡Oh patrióticos asnos de mi vida!
¡Vicuña, descendiente
nacional y graciosa de mi mono!
¡Oh luz que dista apenas un espejo de la sombra,
que es vida con el punto y, con la línea, polvo
y que por eso acato, subiendo por la idea a mi osamenta!
¡Siega en época del dilatado molle,
del farol que colgaron de la sien
y del que descolgaron de la barreta espléndida!
¡Ángeles de corral,
aves por un descuido de la cresta!
¡Cuya o cuy para comerlos fritos
con el bravo rocoto de los templos!
(¿Cóndores? ¡Me friegan los cóndores!)
¡Leños cristianos en gracia
al tronco feliz y al tallo competente!
¡Familia de los líquenes,
especies en formación basáltica que yo
respeto
desde este modestísimo papel!
¡Cuatro operaciones, os sustraigo
para salvar al roble y hundirlo en buena ley!
¡Cuestas in infraganti!
¡Auquénidos llorosos, almas mías!
¡Sierra de mi Perú, Perú del mundo,
y Perú al pie del orbe; yo me adhiero!
¡Estrellas matutinas si os aromo
quemando hojas de coca en este cráneo,
y cenitales, si destapo,
de un solo sombrerazo, mis diez templos!
¡Brazo de siembra, bájate, y a pie!
¡Lluvia a base del mediodía,
bajo el techo de tejas donde muerde
la infatigable altura
y la tórtola corta en tres su trino!
¡Rotación de tardes modernas
y finas madrugadas arqueológicas!
¡Indio después del hombre y antes de él!
¡Lo entiendo todo en dos flautas
y me doy a entender en una quena!
¡Y lo demás, me las pelan!...
En el poema Gleba habla del terruño, pero ya no en los andes, sino en Europa. Observa a los campesinos con alabadas barbas; hombres a golpes, que funcionan a tiro de niebla. La descripción poética es un cuadro, una pintura impresionista; empero, en movimiento, como los mismos cuadros impresionistas lo sugieren. Prácticos, sinceros, hablan en la espontaneidad de las palabras, intercambiando, bebiendo, conectados por el orden sacerdotal de la botella. Reflexionan cobijados por la sombra de un árbol; hablan de escrituras privadas, de la luna menguante, de los ríos públicos. Todo esto es inmensamente humano. Una consumación metafórica es que el cuadro observado es función de fuerza, sorda y de zarza ardiendo, paso de palo, gesto de palo, acápites de palo, la palabra colgando de otro palo. Podríamos decir, haciendo analogías en la intención, pero, no en el sentido, que se trata de la fuerza de las sensaciones, así como se habló alguna vez de fuerza y entendimiento[4]. No es dialéctica, por cierto, sino genealogía, genealogía de las sensaciones.
La tesis es la siguiente:
Hay nacimientos de sensaciones; este es el substrato. Son, en realidad, percepciones, es decir, articulaciones de sensaciones, visibilidades, táctiles, auditivas, olfativas, gustosas, entrelazadas con pensamientos, todo conjuncionado en una dinámica composición a partir de la experiencia, corporeidad vital. Estos nacimientos instauran una memoria sensible, una memoria emotiva, una memoria pasional; se trata del espesor conformado por planos de intensidad, como sedimentos y estratos. No inmóviles, como en la geología –aunque tampoco ocurre esto en los ciclos largos -, sino dinámicos, genealógicos. La memoria actualiza su espesor, su sedimentación, en el plano de intensidad de un presente. En la poesía, ese plano de intensidad es el poema. Se dan lugar emergencias, actualización de antiguas configuraciones no resueltas, se retoma su acabamiento. La poesía es una artesanía integral, copiosa, sensual, en constante acabamiento, en permanente creación.
Antiguas sensaciones, configuración de sensaciones, percepciones que articulan estas sensaciones, en experiencias que se cristalizan en la memoria sensible, son retomadas en un presente; combinadas con las sensaciones, con las percepciones, en la experiencia del presente. La “reflexión” metafórica, si podemos hablar así, “trabaja”, usando esta palabra cargada de economía política, removiendo los planos de intensidad, buscando descifrar el caudal emotivo del momento. El poema es una interpretación posible de lo que acontece sensiblemente. El devenir metáfora, la metamorfosis de las metáforas, las metáforas de las metáforas, las figuras enigmáticas, sobre todo éstas, revelan la gramática de las pasiones.
Cuando el poeta usa la figura de fuerza sorda y de zarza ardiendo, y se refiere después al paso de palo, gesto de palo, acápites de palo, la palabra colgando de otro palo, descifra la composición sensual, la composición emotiva, la conjunción sensible, recurriendo a figuras que no están en la descripción afectiva, sino en otra parte. La zarza ardiendo es como la evocación de lo que acontece, el resumen, si se quiere, la “síntesis”. Extraño; pero, esta hermenéutica figurativa tiene que ver con el “valor” simbólico de la imagen de la fogata. ¿Qué le recuerda al poeta? ¿Qué sensaciones causa en él? ¿Hogar, terruño, calor, cobijo, retorno, ceremonia y rito? La madera y el palo son figuras recurrentes en Vallejo; los troncos, el despojamiento de los arboles, el palo, el objeto y el uso acabado, los utensilios, fijados en las costumbres humanas. Los perfiles son de palo, la palabra se cuelga de otro palo como ropa puesta a secar.
Fuego, mojado y seco, están asociados. El fuego seca, lo mojado asemeja a la vida vivida, ha llegado el momento que tiene que secarse, colgarse para secarse. El fuego es la llama que convoca, abrasa, cobija; el deseo de retorno es una llama flameante. La vida vivida cuelga de un hilo que señala el camino del retorno. Los planos de intensidad sensibles, la genealogía de las sensaciones, emergen para resolver este dilema emocional.
El poema retoma la descripción figurativa. Otra vez partes del cuerpo articulados a los instrumentos, como florecidos del cuerpo. Rodillas viajeras que llevan al cielo, ¿al juicio final? Mostrando sus faltas, sus defectos, su mansedumbre y sus vasos sanguíneos, tristes, de jueces colorados. Estos labradores tienen el cuerpo completo, los pantalones puestos, se visten elegantes para comer, se lavan la cara y se secan con toallas que parecen palomas. En resumen, en sus vidas afrontaron peligros, son alegres y espontáneos; comparten una geografía local y plebeya.
Gleba
Con efecto mundial de vela que se enciende,
el prepucio directo, hombres a golpes,
funcionan los labriegos a tiro de neblina,
con alabadas barbas,
pie práctico y reginas sinceras de los valles.
Hablan como les vienen las palabras,
cambian ideas bebiendo
orden sacerdotal de una botella;
cambian también ideas tras de un árbol, parlando
de escrituras privadas, de la luna menguante
y de los ríos públicos! (Inmenso! Inmenso! Inmenso!)
Función de fuerza
sorda y de zarza ardiendo,
paso de palo,
gesto de palo,
acápites de palo,
la palabra colgando de otro palo.
De sus hombros arranca, carne a carne, la herramienta florecida,
de sus rodillas bajan ellos mismos por etapas hasta el cielo,
y, agitando
y
agitando sus faltas en forma de antiguas calaveras,
levantan sus defectos capitales con cintas,
su mansedumbre y sus
vasos sanguíneos, tristes, de jueces colorados.
Tienen su cabeza, su tronco, sus extremidades,
tienen su pantalón, sus dedos metacarpos y un palito;
para comer vistiéronse de altura
y se lavan la cara acariciándose con sólidas palomas.
Por cierto, aquestos hombres
cumplen años en los peligros,
echan toda la frente en sus salutaciones;
carecen de reloj, no se jactan jamás de respirar
y, en fin, suelen decirse: Allá, las putas, Luis Taboada, los ingleses;
allá ellos, allá ellos, allá ellos!
En Pero antes que se acabe, Vallejo le dedica un poema paradójico a la dicha. Duda, pues tal vez esté acompañada por el infortunio; por eso es menester perderla atajándola, tomarle la medida, rebasarla si es que cabe en tu extensión. La dicha es única, sola, poseedora de una sabiduría solitaria. Conversa con el interlocutor, el hombre, le dice que encuentra un cartílago hermoso en su oreja, por eso el escribe y le medita, le aconseja: No olvides en tu sueño de pensar que eres feliz, que la dicha es un hecho profundo, cuando acaba, pero al llegar, asume un caótico aroma de asta muerta. Nunca se sabe que llegó la dicha, sino cuando acaba, por que cuando llega se presenta como aroma de asta muerta, lo hace caóticamente. ¿Por qué la dicha cuando aparece se asemeja a un cuerno muerto? ¿Por qué caótico? El asta muerta es prácticamente un fósil, inmóvil, quieto en su quietud eterna; en cambio, el caos es movimiento turbulento, desbordante. Es el aroma lo que está vivo, aunque venga de un asta muerta; el aroma es caótico. El aroma vivo se contrasta con el hueso muerto; el aroma vivo deviene de la muerte, tiene como matriz la muerte de un asta, que alguna vez estuvo viva. El aroma de la dicha es como un mensaje: vengo de la muerte, que viene de la vida, para ir a la muerte, aprovecha el instante, el aroma caótico de mi presencia.
El poeta le habla al interlocutor, al humano, al hombre, le dice que silba a su muerte; lo ve con su sombrero a la pedrada. Lo observa ladearse para ganar su batalla de escaleras. Lo describe en su multiplicidad de sujetos; soldado de tallo, filósofo de grano, mecánico del sueño. Le pregunta si lo escucha, si lo percibe; al final somos eso, animales que se peinan. Le vuelve a preguntar si se deja, el poeta, comparar como tamaño, es decir, si se deja medir, conmensurar. El interlocutor no responde, calla, lo mira, a través de la edad de la palabra. El hombre prefiere ladear su dicha, dicha tan desgraciada de dudar. Antes que te des cuenta, se acabará violentamente; es cuando podrás comprobar que medito, tocaras tu sombra, que es la mía desnuda; entonces olerás cuanto he sufrido.
El poema es una reflexión profunda sobre el goce, también un mensaje, una enseñanza pedagógica, acompañada de una queja. El hombre no se da cuenta que se sufre. En Poemas humanos el goce y el sufrimiento luchan, la alegría y la tristeza batallan, la plenitud y el dolor pugnan; una espera a la otra la posta, se turnan. Nada se da de manera pura, hay una mezcla paradójica en toda dicha.
Pero antes que se acabe…
Pero antes que se acabe
toda esta dicha, piérdela atajándola,
tómale la medida, por si rebasa tu ademán; rebásala,
ve si cabe tendida en tu extensión.
Bien la sé por su llave,
aunque no sepa, a veces, si esta dicha
anda sola, apoyada en tu infortunio
o tañida, por sólo darte gusto, en tus falanjas.
Bien la sé única, sola,
de una sabiduría solitaria.
En tu oreja el cartílago está hermoso
y te escribo por eso, te medito:
No olvides en tu sueño de pensar que eres feliz,
que la dicha es un hecho profundo, cuando acaba,
pero al llegar, asume
un caótico aroma de asta muerta.
Silbando a tu muerte,
sombrero a la pedrada,
blanco, ladeas a ganar tu batalla de escaleras,
soldado del tallo, filósofo del grano, mecánico del sueño.
(¿Me percibes, animal?
¿me dejo comparar como tamaño?
No respondes y callado me miras
a través de la edad de tu palabra).
Ladeando así tu dicha, volverá
a clamarla tu lengua, a despedirla,
dicha tan desgraciada de durar.
Antes, se acabará violentamente,
dentada, pedernalina estampa,
y entonces oirás cómo medito
y entonces tocarás cómo tu sombra es ésta mía desvestida
y entonces olerás cómo he sufrido.
Una meditación de sabios asnos sobre la condición humana es el poema Piensan los viejos asnos. Uno de los asnos dice que se vestiría de músico para verle al hombre, para chocarse con su alma, para sobarle el destino con la mano, para, por fin dejarlo tranquilo, pues se trata de un alma a pausas. Lo dejará muerto sobre su cuerpo muerto. El sabio asno dice, meditando, al ver al hombre, podría dilatarse en el frío, podría hasta toser, pues lo vi bostezar, duplicando en mi oído su aciago movimiento muscular. Aclarando, dice que se refiere al hombre; después da una lujosa descripción de quién es ese hombre, refiriéndose a su empuñadura, a su bastón de mando, a la lujosa infusión que toma, a los niños familiares, que dice que son sus fúnebres cuñados. Conmueve este hombre; por eso, me vestiría de músico para llegar a él; chocaría con su alma ensimismada en mi materia. Sin embargo, lo sé, ya nunca veréle afeitándose al pie de su mañana. El poema culmina con que jamás ocurrirá esto, jamás de los jamases.
Piensan los viejos asnos
Ahora vestiríame
de músico por verle,
chocaría con su alma, sobándole el destino con mi mano,
le dejaría tranquilo, ya que es un alma a pausas,
en fin, le dejaría
posiblemente muerto sobre su cuerpo muerto.
Podría hoy dilatarse en este frío,
podría toser; le vi bostezar, duplicándose en mi oído
su aciago movimiento muscular.
Tal me refiero a un hombre, a su placa positiva
y, ¿por qué nó? a su boldo ejecutante,
aquel horrible filamento lujoso;
a su bastón con puño de plata con perrito,
y a los niños
que él dijo eran sus fúnebres cuñados.
Por eso vestiríame hoy de músico,
chocaría con su alma que quedóse mirando a mi materia...
¡Mas ya nunca veréle afeitándose al pie de su mañana;
ya nunca, ya jamás, ya para qué!
¡Hay que ver! ¡Qué cosa cosa!
¡qué jamás de jamases su jamás!
Usando la tesis anterior de genealogía de las sensaciones, la hipótesis de interpretación es que en el poema Hoy me gusta la vida mucho menos, la actualización del espesor de la memoria emotiva en el plano de intensidad de este poema, teniendo en cuenta los planos de intensidad anteriores, de los poemas previos, si podemos hablar así, logra una claridad resuelta. Esto no ocurre sólo porque el poeta convaleciente sale del hospital, que queda al lado, sino porque las sensaciones agolpadas, mejor dicho las composiciones de sensaciones agolpadas, que precedieron, también buscaban resolverse como cuadro, lo diremos, exagerando, absoluto. Las “reflexiones” metafóricas se hacen cristalinas.
El poema comienza con Hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. Continúa el poeta con casi toque la parte de mi todo y me contuve. ¿Qué quiere decir? ¿Creía que iba a morir, por eso la despedida, el deseo ardiente del retorno, la apología alegórica a su terruño andino? Como confirmando dice: con un tiro en la lengua detrás de mi palabra. Después de la convalecencia, después de sobrevivir, el poeta evalúa: Hoy me palpo el mentón en retirada y en estos momentáneos pantalones yo me digo: ¡Tánta vida y jamás! ¡Tántos años y siempre mis semanas! El mentón se encuentra completo y vivo, retrocedió al acaecimiento; desde la provisionalidad de los pantalones, el poeta sorprendido grita: ¡Tánta vida y jamás! ¿Jamás qué? Jamás es una palabra fuerte en el argot del poeta. ¿Qué significa este nunca, este jamás de los jamases?
La evaluación emocional es concreta:
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi ser parado y en chaleco.
Los padres difuntos, los hermanos vivos, él, como ellos, parado y en chaleco. Así es la vida, de caprichosa, dice una canción conocida. La conclusión es: Me gusta la vida enormemente, pero, desde luego, con mi muerte querida y mi café y viendo los castaños frondosos de París. Amor a la vida, amor a la humanidad, tristeza y alegría por la condición humana, acompañándolas con mi muerte querida y mi café; es decir, con la muerte viva y tomando café, viendo desde ahí, desde el lugar donde me pongo, los castaños frondosos de la ciudad luz.
¿Es una respuesta a nuestra pregunta?, cuando el poeta escribe: ¡Tánta vida y jamás me falla la tonada! ¡Tántos años y siempre, siempre, siempre! Dije chaleco, dije todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar. En contraste al jamás, al jamás de los jamases, está el siempre, siempre, siempre. Nunca y siempre se oponen; pero, en este caso dicen lo mismo. El poeta reconoce que es verdad que sufrió en aquel hospital que queda al lado, que está bien y está mal de haber mirado de abajo para arriba su organismo. De todas maneras, le gustaría vivir siempre, aunque sea de barriga, pues, como lo iba diciendo: ¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años, y siempre, mucho siempre, siempre siempre!
En este poema no aparecen remembranzas de los Andes, tampoco profundas observaciones y cuadros sobre la condición humana; está el poeta sólo, consigo mismo. El interlocutor es el mismo; reflexiona consigo mismo. Hay una satisfacción por haber salido bien parado, un vaho de alegría emergiendo de su cuerpo.
Hoy me gusta la vida mucho menos...
Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.
Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tánta vida y jamás!
¡Tántos años y siempre mis semanas!...
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi ser parado y en chaleco.
Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... Y repitiendo:
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tántos años y siempre, siempre, siempre!
Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.
Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años,
y siempre, mucho siempre, siempre siempre!
¿Qué es la poesía? Es la memoria emotiva, memoria que pone en juego el espesor de la experiencia, de la sedimentación y de los estratos de los planos de intensidad, que actualiza este espesor en nuevos planos de intensidad sensible, emotiva, pasional. La poesía es genealogía de las sensaciones, genealogía de las pasiones. Las sensaciones, las pasiones, no sólo emergen en el momento de la experiencia, en el momento del afecto, de la afectación, sino que emergen, también del “pasado”, es decir, de la memoria donde otros presentes, otras experiencias fueron guardadas. La vivencia de un presente es genealógica, es retrospectiva y actual, a la vez.
A estas alturas podemos hablar de una “inteligencia” sensible, aunque la inteligencia, como la percepción, es ya articulación compleja de cognición, saber, memoria, pensamiento, sensibilidad, percepción. La filosofía y las ciencias modernas han reducido la representación de la inteligencia al pensamiento, a la racionalidad abstracta; este es un reduccionismo metafísico e instrumental, a la vez. La intuición tiene que ver con esta “inteligencia” sensible, obviamente con la percepción, como acontecimiento de la in-coincidencia entre las primarias sensaciones y la reflexión. La percepción es el ensambla-miento de esta in-coincidencia. La poesía es el acontecimiento metafórico que edifica el mundo de la coincidencia de la in-coincidencia; es la rebelión contra el tiempo. Es el viaje de retorno, simultáneamente, el viaje a la utopía.
Las sensaciones tejen entramados, conforman tramas, narran con cargas emocionales y figuras desiderativas. El flujo de sensaciones busca desenlaces, realizaciones emotivas, no por la vía de la deducción lógica, como en filosofía, sino por el juego de analogías y diferencias figurantes, por analogía y diferencias emotivas, por composiciones de flujos de sensaciones. También por contrastes simbólicos, por acumulación y cargas simbólicas; así como por anacronismos e irrupciones intempestivas.
La genealogía de las sensaciones supone fuerzas emotivas, que convierten al cuerpo en un espesor turbulento, dinámico, caótico en busca de armonía, armónico en busca del caos. Las fuerzas emotivas se asocian, pugnan, componen complejos de sensaciones; se articulan, pugnan y componen con otras fuerzas; las fuerzas de la imaginación, las fuerzas del pensamiento. Entre todas estas fuerzas se crean composiciones integrales pasionales, imaginarias y conceptuales. Por eso mismo, la poesía es también una reflexión profunda. La diferencia con la filosofía es que ésta opta por una reflexión conceptual, vaciada de los espesores sensitivos, emocionales, los entrelazamientos abigarrados de la experiencia; incluso, se vacía de contenidos imaginarios, considerados desmesuras peligrosas. La poesía, en cambio, reflexiona, con todos los espesores emotivos, perceptuales, con los abigarramientos de la experiencia, con las desmesuras imaginativas. Por eso, la poesía está tan próxima de la vida y la filosofía tan alejada de ella, contentándose estar cerca de la nada.
Percepción y poesía
Respondiendo, desde Cesar Vallejo, a la pregunta de ¿qué es la poesía? Cuarta búsqueda.
En este ensayo vamos a trabajar la búsqueda de recorridos abiertos por la pregunta ¿qué es la poesía?, respondiendo desde Cesar Vallejo, a partir de dos tesis primordiales de Merleau-Ponty. Una de ellas tiene que ver con la concepción integral de la percepción, la otra con la comprensión de la memoria como espesor dinámico. Merleau-Ponty escribe:
Percibir no es experimentar una multitud de impresiones que conllevarían unos recuerdos capaces de completarlas; es ver cómo surge, de una constelación de datos, un sentido inmanente sin el cual no es posible hacer invocación ninguna de los recuerdos. Recordar no es poner de nuevo bajo la mirada de la consciencia un cuadro del pasado subsistente en sí, es penetrar en el horizonte del pasado y desarrollar progresivamente sus perspectivas encapsuladas hasta que las experiencias que aquel resume sean cual vividas nuevamente en su situación temporal. Percibir no es recordar[5].
En resumen, percibir es ver cómo surge, de una constelación de datos, un sentido inmanente sin el cual no es posible hacer invocación ninguna de los recuerdos.
Recordar es penetrar en el horizonte del pasado y desarrollar progresivamente sus perspectivas encapsuladas hasta que las experiencias que aquel resume sean cual vividas nuevamente en su situación temporal.
Podemos hablar de la dinámica de la percepción; articulación, entrelazamiento, integración de sensaciones, imaginaciones, reflexiones, componen en su amalgama el sentido, vale decir, la intuición del acontecimiento. Hace emerger el sentido de este acoplamiento de “facultades” corporales. Merleau-Ponty llama a esta creación sentido inmanente.
El pasado es un horizonte; la relación de la memoria con este horizonte es liberar las perspectivas encapsuladas, logrando el retorno a esta experiencia de una manera actualizada.
No es pues posible el concepto sin el substrato de la percepción, tampoco sin el mundo inaugurado constantemente por la percepción. La filosofía se equivoca, creyendo que nace el concepto de la pura reflexión, de la pura razón o, en su caso, de la pura intuición reducida a una imaginación vacía. El concepto no podría decir nada sin la percepción, sin el mundo de la percepción. El problema no es del concepto, sino de los filósofos y cientistas que reducen el concepto a una estructura categorial, a un esqueleto lógico. Hay que rescatar la producción conceptual de esta manía metafísica de vaciar de carne a los cuerpos; es menester restaurar el devenir concepto en el devenir percepción.
En los cuatro ensayos sobre ¿Qué es la poesía? nos embarcamos en búsquedas que parten del cuerpo como espesor de experiencias, cuya memoria sensible se edifica en la dinámica de la percepción[6]. El espesor que recorremos en estas búsquedas es la poesía de Cesar Vallejo, concretamente Poemas Humanos. Ahora seleccionamos otros poemas para seguir nuestras rutas de búsqueda.
Un poema seleccionado es Esto. El poema es tremendamente corporal; es el cuerpo el que habla, son lugares del cuerpo los que crean zonas de tensión. Estas zonas somáticas se convierten en territorios de intensidades. Es el cuerpo el que inventa un presente, el que edifica un mundo, el que se coloca en la geografía del mundo manifestando su intención abierta. Cuando Vallejo dice sucedió entre dos parpados, ubica la zona de intensidad. Sin embargo, la conmoción es en todo el cuerpo, temblé en mi vaina. Se coloca en el mundo, parado junto al lúbrico equinoccio. Define el estado del cuerpo, su emoción y su reflexión, al mismo tiempo, al pie del frío incendio en que me acabo. Zonas de intensidad, cuerpo, mundo, percepción; esta es la composición primaria del poema; la palabra viene después, que es un retorno a ese estado de ánimo, a ese lugar en el mundo, a esas zonas de intensidad. La palabra emerge de esta convulsión sensual y reflexiva.
Una de las composiciones metafóricas más directas, más corporales, se encuentra en el fragmento poético que dice:
Resbalón alcalino, voy diciendo,
más acá de los ajos, sobre el sentido almíbar,
más adentro, muy más, de las herrumbres,
al ir el agua y al volver la ola.
El enojo se figura químicamente, resbalón alcalino; empero, la sensación se encuentra más acá, incluso más adentro, donde el flujo y el reflujo acuático se pronuncian. Es el espesor interior el que esta trastornado, en relación a la conmoción del espesor externo; es el roce, la conexión, el entrelazamiento de ambos espesores lo que ocasionan estas convulsiones. Es la certeza de estas dinámicas lo que se expresa en la palabra. El cielo es percibido desde esta química, se convierte en un espejo de lo que ocurre en el cuerpo gramático.
Estas conmociones, internas, externas, entrelazadas, empujan a una acción, una respuesta; la pregunta y la decisión, al mismo tiempo, es: Qué venablos y arpones lanzaré. La muerte está al acecho. Si esto ocurre, sabe lo que va a hacer; entregará sus huesecillos subalternos en hojas de plátano sagrado, dejando en su mirada la mirada misma. El poeta lanza arpones y al mismo tiempo se prepara para depositarse en la tierra como ofrenda.
Una reflexión sobre la muerte acompaña su rebelión. Recuerda que dicen que en los suspiros se edifican los acordeones óseos, dicen también que los que mueren así, cuando se acaban, mueren fuera del tiempo, del cronograma, que el poeta presenta como fuera del reloj. Los que acaban así mueren agarrados de la mano de un zapato solitario. La figura de los suspiros edificando acordeones óseos, táctiles, es surrealista, un cuadro de Salvador Dalí. Se puede decir que la mano agarrada de un zapato solitario es una figura propiamente vallejiana; son las cosas vivas que mueren también con sus dueños, como en el tercer poema de España aparta de mí este cáliz, cuando la cuchara muere con Pedro Rojas, que la guardaba en su chaqueta.
Esta reflexión sobre la muerte no es filosófica, sino es una reflexión metafórica, una reflexión efectuada a través de figuras, que no son expresiones pictóricas de tristeza, sino expresiones de de otro mundo, un mundo sin tiempo, un desierto donde se edifican acordeones con los suspiros; un mundo también tragado por el zapato solitario. La muerte es asumida como acontecimiento de desfasaje, de descentramiento, como línea de fuga. La reflexión metafórica es densa, transcurre en sus espesores; tan diferente a la reflexión filosófica, que transcurre virtualmente, sin dimensiones, vaciada de espesores.
Estos son los momentos cuando se comprende todo; este todo no es necesariamente un concepto, es un todo en su sentido llorante de la voz. Es un todo habitado por lágrimas, ámbito donde el poeta se hace doler a sí mismo y se extrae por las noches tristemente las uñas. Noches en la que no se tiene nada, se habla solo, se hace balance, cuando lo que queda es tocarse para henchir las vertebras.
Esto
sucedió entre dos párpados; temblé
en mi vaina, colérico, alcalino,
parado junto al lúbrico equinoccio,
al pie del frío incendio en que me acabo.
Resbalón alcalino, voy diciendo,
más acá de los ajos, sobre el sentido almíbar,
más adentro, muy más, de las herrumbres,
al ir el agua y al volver la ola.
Resbalón alcalino
también y grandemente, en el montaje colosal del cielo.
¡Qué venablos y arpones lanzaré, si muero
en mi vaina; daré en hojas de plátano sagrado
mis cinco huesecillos subalternos,
y en la mirada, la mirada misma!
(Dicen que en los suspiros se edifican
entonces acordeones óseos, táctiles;
dicen que cuando mueren así los que se acaban,
¡ay! mueren fuera del reloj, la mano
agarrada a un zapato solitario)
Comprendiéndolo y todo, coronel
y todo, en el sentido llorante de esta voz,
me hago doler yo mismo, extraigo tristemente,
por la noche, mis uñas;
luego no tengo nada y hablo solo,
reviso mis semestres
y para henchir mi vértebra, me toco.
El poema comienza con el cuerpo, definiendo una zona de intensidad; continúa con la reflexión sobre la necesaria acción; sigue otra reflexión surrealista sobre la muerte; acaba con el cuerpo, tocándolo para henchir la vertebra. Cuando nos referimos a la experiencia corporal de ninguna manera decimos que se da sin reflexión; al contrario, el cuerpo es reflexión, reflexión sobre el espesor de las sensaciones. Entonces, la reflexión corporal es espesor, espesor de una reflexión vivencial; no reflexión abstracta, sino reflexión sensual, cargada con todo el peso de la percepción. Esto no quiere decir, que a ratos, la reflexión adquiera cierta tonalidad fuerte, volcando al cuerpo a preguntarse o a concluir. Preguntarse de una manera sentida, no lógica; concluir, de una manera afectiva, intuitiva.
Usando la tesis mencionada, sobre la percepción, podemos decir que, en el plano de intensidad del poema, la percepción poética logra hacer emerger el sentido inmanente de la experiencia, de las composiciones de sensaciones, imaginaciones y reflexiones, en los momentos “reflexivos” del poema. Se trata de un sentido inmanente expresado figurativamente en la metáfora del arpón, aunque también, paradójicamente, en los huesecillos depositados en las hojas de plátano. El sentido inmanente es entonces paradójico; el sentido inmanente es intención, es voluntad, de actuar; intención de cazador, clavar el arpón en los monstruos que dominan el mundo. Es también intención de edificar un mundo sobre este sacrificio. Empero, esta intención activa, viene acompañada por otra intención, más bien pasiva, la de ofrendar los huesos. Voluntad de combate y voluntad resignada se disputan, pugnan, interpretando contradictoriamente las vivencias, empujando contradictoriamente a distintas acciones contrastadas. Son, entonces, en realidad, sentidos inmanentes contrastados, opuestos, que develan el dilema de la existencia, crear o morir.
Ningún poema se parece a otro, sus composiciones perceptuales, es decir, sensitivas, imaginativas y reflexivas, son distintas, únicas. A no ser que se trate de hacer un “poema” como siguiendo una receta de cocina, mejor dicho, una regla. Eso es otra cosa, produce una copia de un formato, un artefacto lleno de palabras, pero vacío de sentido inmanente, pues, ese ejercicio, no ha partido, del único lugar que se puede partir para escribir, la experiencia emocional. El poema es emanación corporal. Así como la creación de la vida produce seres únicos en el universo, de la misma manera la creación, la vivencia poética produce poemas únicos. Varían en su composición sinfónica de emociones, imágenes, reflexiones. En el siguiente poema seleccionado, veremos otra composición perceptual y de escritura lograda.
En Me viene, hay días, una gana ubérrima, política, el poeta logra una composición poética, un plano de intensidad, manteniendo la tonalidad subida del afecto por la vulnerable condición humana. Es un afecto reflexivo, una reflexión profundamente afectiva, amor por las condiciones concretas de la humanidad. También un deseo político, un compromiso, así como un activismo pasional por los seres humanos específicos, con perfiles particulares, sufrimientos y alegrías propias.
El poeta confiesa que hay días que le viene una gana ubérrima y política de querer. Descubre que no hay un solo querer sino muchos, un querer cariñoso, un querer demostrativo, un querer amador, si se puede hablar así. Estos quereres se vuelcan a muchos, a multitudes, a diferentes, perfiles humanos, en distintas disposiciones de recepción. Estos quereres empujan a acciones solidarias distintas; acomodar, trenzar, peinar, iluminar, enaltecer, planchar, remendar, ayudar, acompañar, lavar, son las distintas acciones buscadas, acciones activistas, humanistas, dedicadas a los distintos seres humanos, que padecen los dramas desatados en la existencia. Después viene la reflexión sobre estos quereres y estas acciones solidarias: ¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial, interhumano y parroquial, provecto! El querer se mueve en distintos planos, es universal, es intersubjetivo, es local y provinciano, es vetusto. Este querer viene a pelo, desde el cimiento, desde la ingle pública, viene de lejos; este querer emerge desde el fondo. Es un querer constitutivo; es un querer que constituye al ser humano en su masa afectiva, sensible, perceptiva. Las señales, los signos, los símbolos, de las acciones son excéntricas; besarle la bufanda al cantor, y al que sufre, besarle en su sartén, al sordo, en su rumor craneano. Lo importante es efectuarlas, conformando una gama de de demostraciones afectivas, de amor a lo humano, a lo profundamente humano.
El poema culmina cuando la reflexión emotiva llega a un punto de intensidad, en el cual el poeta se encuentra a sí mismo; por eso dice: cuando estoy al borde célebre de la violencia o lleno de pecho el corazón. Es decir, a punto del desborde emocional, querría ayudar a reír al que sonríe, ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca, cuidar a los enfermos enfadándolos, comprarle al vendedor, ayudarle a matar al matador —cosa terrible— y quisiera yo ser bueno conmigo en todo.
La reflexión poética interpreta los recorridos y circuitos de estos quereres desbordantes, decodifica figurativamente, metafóricamente, sus significados; mas bien, les atribuye significados, otorgándoles sentido en una gama connotativa. Entonces las pasiones se convierten en signos, sobre todo, en constelación de figuras activas, de demostraciones cariñosas. En poesía, el tejido gramatical no necesariamente compone una trama como en la novela, sino, mas bien, se trata de entramados abiertos, que no se cierran. Se podría decir, de manera ilustrativa, que se trata de desentramados, en contraposición con la novela. La poesía desanuda los nudos de la trama, del tejido; hace estallar los relatos. Busca no exactamente lo no dicho, sino las posibilidades encapsuladas. La poesía no tiene un fin, como en la novela, como en toda trama, compuesta por la configuración del principio, el medio, las mediaciones, la preparación del desenlace, la clausura de la narración o desenlace. El poema no es una composición de este tipo o de ese topo; la poesía hace estallar varios recorridos, que se distancian, se aproximan, se entrelazan; recorridos que no forman una trama, aunque sí un entramado o varios entramados, que se configuran no en historias, sino, se podría decir, en anti-historias, acontecimientos en pleno deflagración; hechos figurantes, resistentes a ser reducidos a la palabra. Figuras que toman más bien la palabra y la dominan, haciendo de ella una pronunciación plástica.
Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.
Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mudo,
tratando de serle útil
en todo lo que puedo y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo.
¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,
interhumano y parroquial, provecto!
Me viene a pelo,
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.
Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudarle a matar al matador —cosa terrible—
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.
El poema Sermón sobre la muerte es distinto, es otra composición reflexiva-emotiva; en este caso, la conjunción abigarrada de sensación, imaginación y reflexión se desplaza hacia la tonalidad fuerte de un pensamiento elaborado como asombro. El poeta define el dominio de la muerte, el campo de la muerte, podríamos decir, donde la muerte ejerce su función de clausura, a partir de figuras dicotómicas como escuadrón, corchete, párrafo, llave, mano y diéresis; figuras, en un caso de concentración, de orden militar, en otro caso, de pieza, en otro, corporal, en los otros gramaticales, es decir, de escritura, de inscripción en el papel; marca de separación, parte de un escrito, puntuación. Después pasa a poner en mesa preguntas vinculadas a los objetos y símbolos que acompañan a la muerte, que rodean a la muerte, como velando su presencia y ausencia, al mismo tiempo. El pupitre asirio, el cristiano púlpito, el jalón del mueble vándalo, son los objetos y símbolos de la muerte; en cambio, el esdrújulo retiro es la metáfora del pellejo, del cuerpo destinado a morir. La pregunta a la que se llega connota asombro:
¿Es para terminar,
mañana, en prototipo del alarde fálico,
en diabetes y en blanca bacinica,
en rostro geométrico, en difunto,
que se hacen menester sermón y almendras,
que sobran literalmente patatas
y este espectro fluvial en que arde el oro
y en que se quema el precio de la nieve?
El cadáver es pintado como símbolo erecto, como síntoma de enfermedad, como vasija donde se deposita la orina, como máscara. El cadáver está rodeado de ceremonias, no falta la homilía, tampoco los frutos, los tubérculos; no falta la manifestación fantasmal, que hace de atmósfera, donde arde el oro, donde se quema el precio de la nieve. Estas últimas, figuras extrañas, ¿para referirse a los candelabros, a las velas?, ¿para referirse a un micro-clima donde se funde el oro, haciendo alusión a un cambio de estado, de sólido a líquido? ¿Haciendo alusión, como metáfora de la metáfora, usando la figura del oro, como referente, al valor de la nieve, agua en estado sólido? ¿Otra vez metáfora del cambio de estado? Se trata de figuras difíciles de interpretar; empero, están ahí, en la cabeza del poeta, como parte del flujo de sus percepciones. El asombro sube de intensidad:
¿Es para eso, que morimos tanto?
¿Para sólo morir,
tenemos que morir a cada instante?
La pregunta subyacente es: ¿Qué sentido tiene todo esto? Entonces para qué el párrafo que escribo, el corchete deísta que enarbolo, el escuadrón en que falló mi casco, la llave que va a todas las puertas, forense diéresis, la mano, mi patata y mi carne y mi contradicción bajo la sábana. ¿Para qué sirve todo esto? ¿Qué sentido tiene si va a desaparecer? Lo que emerge no es tanto el sentido inmanente, sino el sinsentido inmanente, si podemos hablar así. ¿La vida no tiene sentido? ¿Ocurre simplemente como casualidad?
En la segunda parte del poema se encuentran las respuestas. Loco de mí, lobo de mí, cordero de mí, sensato, caballísimo de mí. Todo está claro, ¡Pupitre, sí, toda la vida; púlpito, también, toda la muerte! ¿Cómo no haber visto esto antes? Está claro. El sermón de la barbarie son estos papeles, el esdrújulo retiro es este pellejo. Entonces, en consecuencia, me defenderé; defenderé mi cuerpo en dos momentos; con la voz y también con la laringe, y del olfato físico con que oro y del instinto de inmovilidad con que ando. Me honraré mientras viva, pues estoy todavía vivo; estoy al centro, a la derecha, también a la izquierda. El Sermón sobre la muerte es un canto a la voluntad de vivir.
Y, en fin, pasando luego al dominio de la muerte,
que actúa en escuadrón, previo corchete,
párrafo y llave, mano grande y diéresis,
¿a qué el pupitre asirio? ¿a qué el cristiano púlpito,
el intenso jalón del mueble vándalo
o, todavía menos, este esdrújulo retiro?
¿Es para terminar,
mañana, en prototipo del alarde fálico,
en diabetes y en blanca bacinica,
en rostro geométrico, en difunto,
que se hacen menester sermón y almendras,
que sobran literalmente patatas
y este espectro fluvial en que arde el oro
y en que se quema el precio de la nieve?
¿Es para eso, que morimos tanto?
¿Para sólo morir,
tenemos que morir a cada instante?
¿Y el párrafo que escribo?
¿Y el corchete deísta que enarbolo?
¿Y el escuadrón en que falló mi casco?
¿Y la llave que va a todas las puertas?
¿Y la forense diéresis, la mano,
mi patata y mi carne y mi contradicción bajo la sábana?
Loco de mí, lobo de mí, cordero
de mí, sensato, caballísimo de mí!
¡Pupitre, sí, toda la vida; púlpito,
también, toda la muerte!
Sermón de la barbarie: estos papeles;
esdrújulo retiro: este pellejo.
De esta suerte, cogitabundo, aurífero, brazudo,
defenderé mi presa en dos momentos,
con la voz y también con la laringe,
y del olfato físico con que oro
y del instinto de inmovilidad con que ando,
me honraré mientras viva —hay que decirlo;
se enorgullecerán mis moscardones,
porque, al centro, estoy yo, y a la derecha,
también, y, a la izquierda, de igual modo.
Uno de los poemas más imponentes, en Poemas humanos, es Considerando en frío, imparcialmente. Utilizando nuestras tesis interpretativas, diremos que este poema logra una composición armónicamente equilibrada entre las sensaciones, las imaginaciones y las reflexiones, en la concurrencia por hacer emerger el sentido inmanente. Las reflexiones emotivas se equilibran con el flujo imaginativo, cargada de figuras densas, irradiantes, demoledoras como piedras lanzadas. Las sensaciones irrumpen, conectadas, decodificadas por la percepción, que es la acción integral del cuerpo en el despliegue de la experiencia. Como dijimos en el primer ensayo, ¿Qué es la poesía?, estamos ante la antropología inherente a la poesía de Vallejo, de una manera más desenvuelta que en los otros poemas. Del mismo modo dijimos que Vallejo es portador de una filosofía, mejor dicho de una crítica de la filosofía, desmesurada, afincada en los efluvios corporales. Sin embargo, a estas alturas, tenemos que decir que, no exactamente es una antropología, tampoco una filosofía, por más corporal que sea su matriz de enunciación. Estas eran comparaciones, aproximaciones, a la interpretación de la poesía vallejiana. Ahora podemos decir que se trata de un saber perceptivo, intuitivo, reflexivo, que descifra los símbolos corporales a partir de las experiencias compartidas, de los espesores vivenciales adivinados, contenidos en estas experiencias.
La forma de expresión de este saber es poética; es decir, se pronuncia, se expresa, se inscribe, escribe, a través de múltiples leguajes conjugados, entrelazados; lenguaje denso de las sensaciones; lenguaje lúdico de las imágenes; lenguaje de las figuras y de las metáforas; lenguaje simbólico, que comprende a los mitos; lenguajes corporales; lenguaje de los signos, las señales y las marcas; lenguaje conceptual, usando los conceptos plásticamente. Este caldo vital hace que los lenguajes se atraviesen, se mezclen, se interpreten, de acuerdo a sus “códigos” correspondientes; en unos, casos “códigos” sensibles; en otros casos “códigos” imaginarios, “códigos” como los del sueño; en otros casos “códigos” metafóricos, con toda la carga figurativa y simbólica, con toda la carga cultural de las figuras en la memoria de los pueblos y de las épocas; en otros casos; “códigos” simbólicos, haciendo de ellos la “síntesis” de un recorrido metafórico y simbólico, recorridos alegóricos; en otros casos; “códigos” corporales, haciendo del cuerpo, de los fragmentos del cuerpo, expresiones históricas conmovedoras y dramáticas, haciendo de los gestos y los perfiles resúmenes inmediatos de largos relatos; en otros casos códigos, como tales, códigos lingüísticos, usando el lenguaje, como tal, con todas las fuerzas expresivas, significativas, conceptuales, lógicas, que contienen.
El poema Considerando en frío, imparcialmente, es prolífico en estos entrelazamientos de los distintos lenguajes, lo hace de tal manera que la composición abrasadora hace emerger un sentido inmanente altamente expresivo, altamente reflexivo, sin perder la fuerza figurativa, imaginativa, sensitiva. El comienzo mismo del poema es fuerte:
Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina...
El poeta se coloca en la mirada observadora, científica; constata sus síntomas, como un médico; para pasar luego a consideraciones que no son psicológicas, al aludir a la complacencia, sino lúdicas, pictóricas, simbólicas, cuando dice pecho colorado; consideraciones narrativas, cuando escribe que lo único que hace es componerse de días, refiriéndose al cronograma, para después resumir en una conclusión magnifica por su elocuencia figurativa: es lóbrego mamífero y se peina. El “hombre”, usando ese término que envuelve a la mujer, como si el hombre pudiera hacerlo, como si la mujer hubiese salido de la costilla de Adán, de acuerdo a la narración bíblica, término usado por la filosofía; entonces, el “hombre” ya no es un animal racional, animal que habla, que tiene lenguaje, animal político, sino un animal que se peina. Es esta una reflexión poética, no lógica, no científica, no filosófica, no descriptiva, sino trágica, dramática e histórica, expresada con la fuerza sensible, figurativa, imaginaria, que esta frase connota. Hay pues una inmensa tristeza aposentada en el peine, en el peinado, pues, al final, después de todo, el humano es eso, un mamífero que se peina. La distancia entre el resto de los animales y el “hombre” esta conmensurada en el peine.
A continuación el poeta se coloca en la mirada de la economía política; dice que el hombre procede suavemente del trabajo; para hacer después una descripción sociológica, repercute jefe, suena subordinado, aunque suena subordinado ya tiene un sonido, un tono metafórico cargado. A continuación el poeta hace una evaluación pictórica, el diagrama del tiempo es constante diorama en sus medallas; el cronograma es un constante cuadro para sus logros. Seguidamente tenemos una apreciación histórica en lenguaje poético: sus ojos estudiaron, desde lejanos tiempos, su fórmula famélica de masa. La erudición, el saber humano, estudiaron, de tiempo atrás, sus formas de organización social.
Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa...
En la siguiente estrofa el poeta lanza frases descriptivas como de una novela, el hombre se queda, a veces, pensando, como queriendo llorar; esta prosa fragmentaria lee el “alma” humana; cuando piensa parece que llora. La interpretación es intensa: sujeto a tenderse como objeto, se hace buen carpintero, suda, mata y luego canta, almuerza, se abotona. Sujeto dispuesto a convertirse en objeto; en lenguaje marxista-hegeliano se podría decir, se cosifica; empero, nunca esta objetivación pierde su subjetividad; si bien se hace carpintero, suda, hasta mata, luego canta, almueza, se abotona, de una manera tal, sentimental, que da ganas de quererlo. Como se puede ver, estas miradas científicas, filosóficas, críticas, son usadas, subordinándolas a locución y figuraciones plásticas del lenguaje poético.
Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona...
En la siguiente estrofa el poeta reafirma lo expresado, para corroborar su lectura emotiva, afectiva, intuitiva; el hombre es en verdad un animal, sin embargo, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza. Este es el amor de Vallejo a los y las humanas.
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza
Este amor por los y las humanas lo llevan a inspeccionar sus contrastados vestigios, su letrina, su estado de ánimo al culminar el día, desvaneciéndolo.
Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...
El poeta reflexiona sobre su interlocutor, el “hombre”, el humano, él sabe que le quiero; esa es la relación del poeta con los humanos, afectiva, comprensiva, cognitiva, relación de preocupación por el destino. El “hombre” también sabe que le odio con afecto; no son necesariamente sentimientos encontrados, es, mas bien, una bronca afectiva, un rencor por la vulnerable condición humana. La sorpresa viene, en seguida, cuando dice me es en suma indiferente. No estamos ante sentimientos estáticos, sino a un profuso movimiento de sensaciones, que cambian constantemente de estado, combinando los estados “hegemónicos”, si así podemos hablar, en una recorrida interpretación sensible, afectiva. Se llega a una indiferencia, que en parte es forzada, en parte es pasiva, como una impotencia denostada.
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...
La última estrofa es una conclusión emotiva; comienza considerando sus documentos, su certificado, donde se comprueba que nació, siendo un bebe, después un niño; ahora que es maduro, adulto, le hace una seña, desde el lugar donde me pongo, desde el lugar de la reflexión emotiva del poeta, le da un abrazo emocionado. Esta es una escena conmovedora, intensa en el drama, pero también en el encuentro; al final, eso somos, animales sensibles.
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué mas da! Emocionado... Emocionado
Una anotación más sobre este poema. Es en este poema que el poemario Poemas humanos resume elocuentemente el humanismo vallejiano. Un humanismo barroco, un humanismo antropológico y comprometido, activista, un humanismo crítico y a la vez afectivo. El humanismo de Vallejo es de militante comunista, de un comunismo andino.
Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse
de días;
que es lóbrego mamífero y se peina...
Considerando
que el hombre procede suavemente del trabajo
y repercute jefe, suena subordinado;
que el diagrama del tiempo
es constante diorama en sus medallas
y, a medio abrir, sus ojos estudiaron,
desde lejanos tiempos,
su fórmula famélica de masa...
Comprendiendo sin esfuerzo
que el hombre se queda, a veces, pensando,
como queriendo llorar,
y, sujeto a tenderse como objeto,
se hace buen carpintero, suda, mata
y luego canta, almuerza, se abotona...
Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza en la cabeza...
Examinando, en fin,
sus encontradas piezas, su retrete,
su desesperación, al terminar su día atroz, borrándolo...
Comprendiendo
que él sabe que le quiero,
que le odio con afecto y me es, en suma, indiferente...
Considerando sus documentos generales
y mirando con lentes aquel certificado
que prueba que nació muy pequeñito...
le hago una seña,
viene,
y le doy un abrazo, emocionado.
¡Qué mas da! Emocionado... Emocionado...
La poesía es efectuación del sentido inmanente, es creación de mundos. La poesía no renuncia a la matriz de espesores de la percepción, como lo hace la filosofía; se mantiene en ese nacimiento inaugural de la experiencia. Desde allí incursiona en espacio-tiempos inexplorados por la ciencia y la filosofía, espacio-tiempos resistentes a reducciones de la medida, a reducciones lógicas, a reducciones conceptuales abstractas. Incursiona espacio-tiempos vivenciales, somatizados, donde no hay medida, pues la metamorfosis lo impide, donde no hay posibilidad para una síntesis conceptual abstracta, pues no son posibles las categorías, los conceptos a priori del entendimiento. Espacio-tiempos que requieren ser incursionados con la predisposición abierta a entablar una relación no reductiva, sino más bien relación compleja, integral; una relación plástica, mutable.
Ya lo dijimos antes, la poesía no sólo es testimonio de la experiencia sensible, emotiva, perceptual, sino un acto de conocimiento por otras vías, vías aventureras, intrépidas, donde se incorporan todos los espesores, no se los desecha, tratando de dar cuerpo a una interpretación completa, integral, del acontecimiento. El sentido inmanente poético es la evocación del acontecimiento, en la multiplicidad de singularidades. Sentido inmanente logrado, que queda evocando como en un holograma, que contiene la información de la totalidad, como cada una de sus partes y sus puntos.
[1] Ver de Raúl Prada ¿Qué es la poesía? Bolpress; La Paz 2014. Rebelión; Madrid 2014. Dinámicas moleculares; https://pradaraul.wordpress.com/; La Paz 2014.
[2] Ver de Raúl Prada ¿Qué es la poesía? También Devenir cuerpo, devenir poema. Rebelión, Madrid 2014. Bolpress, La Paz 2014. Dinámicas moleculares, https://pradaraul.wordpress.com/; La Paz 2014.
[3] Ver de Merleau-Ponty Le visible et l’invisible. Éditions Gallimard, París 1964. Del mismo autor, también Phenoménologie de la percepción. Éditions Gallimard, París 1945.
[4] La referencia es a Fenomenología del espíritu de Hegel. El concepto de fuerza también fue utilizado por Hegel; en la Fenomenología del Espíritu o Ciencia de la Experiencia de la Conciencia aparece vinculado al entendimiento, desplegado en los tres momentos correspondientes de la dialéctica:1.- La fuerza y el juego de las fuerzas, 2.- Lo interior. 3.- La infinidad. G.M. Hegel: Fenomenología del Espíritu. Fondo de Cultura Económica. 1807, Primera edición en alemán; México 1978, tercera edición en castellano.
[5] Ver de Merleau-Ponty Fenomenología de la percepción. Editorial Planeta; Buenos Aires 1993. Pág. 44.
[6] Ver de Raúl Prada Alcoreza ¿Qué es la poesía?, también Devenir cuerpo, devenir poema, así como Genealogía de las sensaciones. Rebelión; Madrid 2014. Bolpress; La Paz 2014. Dinámicas moleculares, https://pradaraul.wordpress.com/; La Paz 2014.
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Umbrales y limites de la episteme moderna, apertura al horizonte nómada de la episteme compleja.
Cursos virtuales, participación virtual en el debate, acceso a la biblioteca virtual, conexión virtual colectiva. Control de lecturas a través de ensayos temáticos. Apoyo sistemático a la investigación monográfica. Presentación de un borrador a la finalización del curso. Corrección del borrador y presentación final; esta vez, mediante una exposición presencial.
Contenidos:
Modulo I
Perfiles de la episteme moderna
1.- Esquematismos dualistas
2.- Nacimientos de del esquematismo-dualista
3.- Del paradigma regigioso al paradigma cientifico
4.- Esquematismo ideológico
Modulo II
Perfiles de la episteme compleja
1.- Teórias de sistemas
2.- Sistemas autopoieticos
3.- Teorías nómadas
4.- Versiones de la teoria de la complejidad
Modulo III
Perspectivas e interpretaciones desde la complejidad
1.- Contra-poderes y contragenealogias
2.- Composiciones complejas singulares
3.- Simultaneidad dinámica integral
4.- Acontecimiento complejo
Modulo IV
Singularidades eco-sociales
1.- Devenir de mallas institucionales concretas
2.- Flujos sociales y espesores institucionales
3.- Voluntad de nada y decadencia
4.- Subversión de la potencia social
Temporalidad: Cuatro meses.
Desde el Inicio del programa hasta la Finalización del programa.
Finalizaciones reiterativas: cada cuatro meses, a partir del nuevo inicio.
Defensa de la Monografía. Defensas intermitentes de Monografías: Una semana después de cada finalización.
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Inscripciones: A través de la dirección:
Pluriversidad Oikologías
Avenida Andrés Bello. Cota-Cota. La Paz.
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